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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versão impressa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.36 Ciudad de México Jul./Dez. 2008

 

Reseñas bibliográficas

 

Inmaculada Rodríguez Moya, El retrato en México: 1781–1867. Héroes, ciudadanos y emperadores para una nueva nación

 

Francisco Montes González*

 

Castellón, Universitat Jaume I, 2006, 431 p.

 

* Universidad de Sevilla

 

El retrato en México: 1781–1867. Héroes, ciudadanos y emperadores para una nueva nación es sin duda alguna un novedoso trabajo de investigación que viene a aclarar numerosas incógnitas sobre un género con importantes lagunas en la historiografía americanista. Galardonada en el año 2006 con el premio "nuestra América", concedido por la diputación de Sevilla, la obra ha supuesto un aporte de relevancia para la comunidad científica tanto desde el punto de vista histórico como del artístico.

Una de las ideas principales que vertebra este estudio es la transformación estética y conceptual que sufrieron los antiguos súbditos del virreinato de Nueva España para convertirse en ciudadanos de derecho. Con este argumento, la autora plantea que el retrato apareció como un manifiesto de una visión objetiva y tangible del individuo mexicano de época, que se contempla a sí mismo y que mira los continuos cambios sufridos en la convulsa historia de los siglos XVIII y XIX. Este género pictórico es un testigo claro de la propia evolución de los elementos tardobarrocos, que proyecta una imagen reflejada de gusto neoclásico que dará lugar al "nacimiento de la imagen romántica". El tema se aborda desde la filosofía y la propia historia de la cultura, donde el "ser" platónico se regenera y se transfigura mostrando al individuo mexicano por antonomasia, que se ve alterado por los avatares y accidentes de su propia historia y de la historia común. Éste se ve reconocido como un ciudadano burgués, dejando atrás dos siglos de memoria americana con reminiscencias del viejo continente europeo. La autora destaca en este sentido el concepto retratístico de los profesores Ximeno y Planes, quienes introdujeron una imagen "donde la importancia social no se marcaba tanto como la individual".

La historia de México incide directamente en sus manifestaciones artísticas, especialmente en la producción del retrato entre los años 1781 y 1867. Con la introducción de las reformas borbónicas, la producción artística tradicional se ve alterada por el establecimiento de las incipientes artes mecánicas. Este fenómeno modificará cualitativa y cuantitativamente la creación plástica. Tanto es así, que los Borbón no solamente pretendieron acabar con los gremios de artesanos sino que quisieron controlar a los propios creadores elaborando una estructura educativa que los adoctrinase, con el fin de controlar su producción y homogeneizarla, dotándola de una epidermis clasicista impuesta por las academias europeas. Se creará así la correcta imagen de esos héroes, emperadores y ciudadanos, a los que acertadamente alude el título de esta obra. Aparecerán en este momento personalidades como José María Vázquez, Miguel Mata o Jesús Corral, quienes continúan la labor pictórica de sus maestros en la academia superándolos, como es el caso de corral, quien recibe un fuerte influjo de su profesor Clavé; mientras que del grabado se ocuparán Francisco Gordillo y José Guerrero, dignos discípulos de los maestros Gil y Fabregat.

La población criolla sufrió una gran decepción ante las caóticas reformas económicas y administrativas propuestas por los Borbón en la metrópoli a partir de 1808, por lo que fue preciso hacerse con la gestión del gobierno Ejecutivo y poder tomar decisiones de forma independiente. Lo que comenzó siendo una lucha para conquistar ciertos aspectos de autonomía desembocó en una guerra por la independencia. Este periodo es fundamental para la creación de una doctrina pictórica neoclásica, que no dejó de ser más que un planteamiento casi teórico debido a la situación beligerante del país. Como consecuencia, hasta que se firma el decreto de Santa Anna de 1843, las artes sufren un declive con escasos ejemplos estéticos de calidad. Por este motivo y debido a la escasa demanda de una producción de alta calidad estética, se vuelve a recurrir a los talleres de tradición gremial que habían desarrollado una tendencia clara al academicismo para satisfacer este requerimiento social. Este fenómeno haría que se desarrollaran algunos rasgos autóctonos en las diferentes regiones de México, con una producción artística que muestra matices que diferían de lo que se producía en la capital. Es importante observar en este tipo de arte independiente el desarrollo que tendrán los artistas de Puebla de los Ángeles, Jalisco, Guanajuato y Veracruz, entre otros. Es en este momento cuando por primera vez se desarrolla un repertorio mitológico con la incipiente idea de un héroe mexicano que todavía es anónimo, destacando entre otros los retratos de José María Morelos y Pavón.

Por otro lado, Agustín de Iturbide supuso para la historia mexicana el desarrollo de un periodo mucho más compacto que el anterior, dotado de un desarrollo artístico al servicio del imperio, y marcado por una programática que intentaba legitimar el poder logrado por un dictador de manera deshonesta. Así, el arte se pone una vez más que nunca al servicio del estado dejando de lado a la academia de San Carlos y realizando propaganda política en favor de la nueva fuerza. Los modelos que se toman en esta etapa son los repertorios iconográficos imperiales del Antiguo Régimen desarrollados por los pintores franceses David e Ingres para Napoleón Bonaparte, creando estereotipos rígidos y carentes de creatividad.

Un periodo floreciente para las artes se percibe tras la caída del tirano, una etapa creativa que estará impulsada por las diferentes academias provinciales y por la propia de San Carlos. Se produce una serie de acontecimientos que dotan a este momento artístico de una fuerte personalidad, destacándose la creación de un discurso nacionalista y patriótico que generó el desarrollo de un panteón heroico propio, que hasta ese instante no había tenido tradición alguna. Surgen los padres de la patria, la iconografía del insurgente y un retrato anónimo que va a mostrar la dignidad de un incipiente individuo burgués que no renuncia a sus raíces, pero que ha transformado y cambiado su significado reflexivo. Otro factor importante en este momento floreciente es el impulso del comercio artístico debido a la mejora de las relaciones comerciales con Europa, produciéndose un mayor intercambio de obras con el viejo continente. El retrato mexicano se ve directamente influenciado por esta nueva situación mercantilista, con la presencia de mayor número de piezas europeas de este género pictórico en América, envolviéndose en un aura costumbrista y romántica en contenido y en forma.

A partir de 1840 se produce una reorganización artística que se manifiesta como un movimiento nacional que ha madurado la experiencia recibida. Además, es importante señalar la presencia de docentes españoles en México que se han formado en la Academia de San Lucas de Roma, así como el desplazamiento de los futuros artistas que estudiaban en la Academia de San Carlos que acudían a Roma y París para recibir formación artística. Son característicos en estos momentos algunos artistas que han contribuido al desarrollo de la retratística mexicana en el ámbito provincial como Arrieta, Calderón, estrada, Bustos y Montiel.

Ya en la década de los cincuenta se produce un nuevo resurgir de unidad nacional por el peligro que representa el movimiento intervencionista. Pertenecen a este momento la Galería de los Niños Héroes y los nuevos repertorios sobre Los insurgentes, que son representados y reinterpretados con diferentes matices subjetivos por los artistas. Ahora más que nunca el retrato mexicano es testigo de la formación de la clase burguesa americana, que ve en este género una forma de expresión que refleja su nueva dignidad. La pintura o el grabado no serán las únicas maneras de manifestación de la imagen del nuevo individuo mexicano, sino que también utilizará la prensa y la propia historiografía.

Finalmente, la autora cierra este repaso en la década de los sesenta con la recién inaugurada cuarta República federal tras el fusilamiento del emperador Maximiliano. En este periodo las artes describen un movimiento dinámico, alcanzando cotas de calidad altas con cierta conciencia transitoria y efímera. El arte vuelve su mirada al pasado poniéndose al servicio del imperio y del estado, y creando una imagen que es plasmada por pintores mexicanos, que idealizan y crean una ilusión del emperador y de un repertorio de héroes nacionales de las dos facciones políticas representativas: conservadores y liberales.

Tras la aparición en 2003 del libro La mirada del virrey. Iconografía del poder en Nueva España, que supuso el primer estudio detallado de las series de retratos de los virreyes novohispanos, este trabajo viene a culminar la labor investigadora de la doctora Inmaculada Rodríguez en torno al género del retrato en México. Sin duda alguna, como ya se ha referido en esta reseña, nos encontramos ante un extraordinario trabajo que completa con creces la laguna historiográfica existente en torno a esta temática. La estructura ordenada de los contenidos y la claridad de las ideas contribuyen a dotar esta obra de un rigor científico indiscutible. Del mismo modo hay que señalar la labor documental demostrada, que ha permitido acceder a numerosas obras y datos hasta el momento desconocidos en el catálogo monumental mexicano.

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