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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

Print version ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  n.31 Ciudad de México Jan./Jun. 2006

 

Reseñas

Felipe Arturo Ávila Espinosa, Entre el Porfiríato y la Revolución. El gobierno interino de Francisco León de la Barra

Lorenzo Meyera 

a El Colegio de México, México.

Ávila Espinosa, Felipe Arturo. Entre el Porfiríato y la Revolución. El gobierno interino de Francisco León de la Barra. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2005.


Transiciones: la que falló y la de hoy

Puntos de partida

Primero: cualquier pasaje de la historia -política o de otra índole- es, a la vez, irrepetible pero nunca enteramente nuevo. Siempre se pueden encontrar en otros lugares o en el pasado, circunstancias o experiencias similares. A los líderes políticos les es dado aprender de las lecciones contenidas en el conocimiento de los sucesos del pasado, y aunque eso no les impedirá cometer errores, tendrán más posibilidades de evitarlos.

Segundo: al pasado nunca se le interroga de manera gratuita sino desde las urgencias del presente. Por ello, ciertas situaciones que despertaron poco interés en otras épocas hoy nos pueden aparecer como cruciales. Es entonces cuando nos afanamos por entender y sacar lecciones.

El tema

Estas consideraciones vienen al caso porque acaba de aparecer un estudio tan compacto como sustantivo sobre ese intento anterior para lograr que México transitara ordenadamente de un orden autoritario a otro democrático. Esa tentativa tuvo lugar entre 1910 y 1913 y falló. Y el resultado de tan histórico fracaso fue una brutal guerra civil que, finalmente, concluyó con reformas sociales sustantivas, pero no con la instalación de la democracia, sino de un autoritarismo más sofisticado y duradero que aquel al que había intentado reemplazar. Naturalmente que, en ese episodio, hay lecciones que debemos asimilar para que el proceso actual tenga un mejor final.

El trabajo en cuestión es de Felipe Ávila y se titula Entre el Porfiriato y la Revolución. El gobierno interino de Francisco León de la Barra. Es claro que las diferencias entre los gobiernos presididos por el aristocrático Francisco León de la Barra y el actual, el de Vicente Fox, son muchas, entre otras que el primero fue resultado de un levantamiento armado, y el de hoy no, además de que el primero duró sólo cinco meses y diez días y no un sexenio.

Sin embargo, ambos se identifican en un punto central: fueron goznes entre dos épocas. Goznes entre el final de un largo régimen autoritario y el inicio de una promesa de vida democrática con todo lo que eso implicaba: igualdad ciudadana en una sociedad de desiguales extremos, Estado de derecho real en vez de su simulación, sufragio efectivo donde antes sólo había elecciones manipuladas y sin contenido, sustitución de la voluntad presidencial por un equilibrio de poderes y por el juego de la libertad política y el pluralismo.

Los desafíos

Antes de Fox, pocos consideraron que el gobierno interino de De la Barra tuviera algo que decirnos -positivo o negativo- sobre el arte de gobernar. Pero Ávila demostró que esa corta y olvidada presidencia -entre el 26 de mayo y el 6 de noviembre de 1911- contiene, comprimidos, todos los grandes retos que hoy confronta México en su nuevo intento de transitar del autoritarismo a la democracia. En apariencia, De la Barra cumplió con relativo éxito su tarea, pero dejó tantos cabos sueltos y mechas encendidas que en poco tiempo todo el arreglo se vino abajo. En fin, que Entre el Porfiriato y la Revolución ofrece muchas lecciones que debemos recuperar y asimilar para que no repitamos lo que sucedió hace 92 años. Veamos.

Al interinato de De la Barra se le debe entender, sobre todo, como la contradictoria expresión de un consenso básico de elites en pugna en un contexto de peligro: el inicio de una rebelión social. Madero pudo expulsar a Porfirio Díaz del poder y hacerse de una enorme popularidad y legitimidad pero, como Fox hoy, no se propuso acabar con la esencia del injusto arreglo político derrotado sino más bien ponerlo al día. De la Barra, como presidente interino, así lo entendió y procedió en consecuencia.

Para no poner en peligro lo esencial de la estructura oligárquica porfirista, el primer círculo maderista y sus antiguos enemigos -los representantes del viejo régimen- se avinieron a cogobernar para que la "nave del Estado" sorteara los peligros de la transición. La base de ese arreglo entre el gobierno interino y el maderismo triun fante fue el uso intensivo de las coincidencias de clase de las cúpulas y la minimización de sus contradicciones, justamente como Fox se propuso hacerlo a partir de su triunfo en 2000, al dejar, por ejemplo Hacienda o el Seguro Social en manos de personeros del pasado y no perseguir a personajes clave de los gobiernos ante riores. Fue así como tras la derrota de Díaz -el PRI de la época- el presidente interino y el jefe de la revolución democrática, Madero, coincidieron en su empeño por mantener casi intacto el arreglo institucional existente, restablecer el orden y desmovilizar a las fuerzas irregulares de la Revolución -alrededor de 60 000 hombres- usando para ello al ejército federal y los recursos del superávit fiscal que se había heredado para indemnizar a los combatientes salidos de "las clases peligrosas".

La principal contradicción entre Madero y De la Barra se dio en relación con el grado de reforma que era necesario para incorporar al nuevo orden a la heterogénea coalición del maderismo triunfante. Había acuerdo en respetar la continuidad pero no en el grado de transformación que era necesario para que las clases medias y las populares -un equivalente a los "votantes útiles" del año 2000- tuvieran alguna representación en la nueva estructura de poder.

La persistente tensión entre la presidencia de De la Barra y Madero es uno de los ejes de la obra de Ávila. El otro es la tensión dentro del maderismo por el esfuerzo que hizo su líder para controlar a sus bases populares. En este segundo caso, lo central fue el desencuentro entre la moderación de Madero y su primer círculo y la creciente radicalización del maderismo armado y popular, simbolizado por Pascual Orozco en el norte y por Emiliano Zapata en el centro, pero también representado por un buen número de jefes militares regionales que simplemente no se conformaron con la orden que se les dio de desmovilizarse para que regresaran a la oscuridad social de la que habían salido.

Madero y León de la Barra lograron un alto grado de colaboración en el inicio de la solución del problema más crítico para ambos: el desarme del grueso de las fuerzas maderistas. El otro punto de colaboración efectiva fue la sustitución de los gobernadores porfiristas y el desmantelamiento parcial de uno de los pilares de la estructura de control del viejo régimen: los jefes políticos. Sin embargo, al toparse esa cooperación elitista con la voluntad del zapatismo de permanecer armado hasta que se cumplieran sus demandas agrarias, la armonía en la cúpula y el desarme mismo se transformaron en choque abierto y en la semilla del fracaso final de su proyecto.

Uno de los puntos más atrayentes de este trabajo es su habilidad para captar y presentar al tercer actor, al "poder paralelo embrionario". Se trató de un poder "con poca conciencia de sí mismo [...] representado por las bandas y los jefes militares del ejército popular maderista y por la multitud de iniciativas, acciones y resistencias que tuvieron lugar en muchas partes del territorio nacional atacando a las instituciones, elites y autoridades".

Desde la óptica de Felipe Ávila, cuando Madero asumió formalmente la presidencia no hizo otra cosa que continuar lo que ya se había echado a andar en el régimen de De la Barra. Sin embargo, el autor deja en claro que Madero tuvo que pagar el costo del éxito relativo de la etapa anterior, y ese precio fue la destrucción definitiva de la coalición maderista -Zapata, Orozco y muchos más se volvieron contra Madero, acusándolo de traición-, la base social original del movimiento democrático. Y ello ocurrió en una coyuntura en que la presidencia ya no contó con eso que tanto le sirvió a De la Barra: el apoyo abierto y decidido de las clases altas, del ejército y la Iglesia. Fue entonces cuando ese "poder paralelo embrionario" -el de los sectores populares- crecería al punto que, para intentar frenarlo y destruirlo, las fuerzas del antiguo ré gimen decidieron prescindir de Madero y acabar con el tránsito a la democracia. Finalmente, el resultado no fue el deseado por ninguno de los actores originales del drama. Ya sin León de la Barra y sin Madero, el enfrentamiento entre los extremos fue directo y abierto... y el resultado fue que México pasó del cambio político más o menos controlado a la revolución social.

Ver al gobierno interino de 1911 con ojos actuales nos da la oportunidad de conocer y asumir a tiempo una más de las lecciones de la historia: los peligros de posponer o evadir, de no cumplir, los compromisos adquiridos en el proceso de ganar el poder y dejar vigentes los defectos e injusticias de un antiguo régimen.

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