SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.58Ivan Šprajc, Lost Maya Cities: Archaeological Quests in the Mexican JungleIn memoriam Guillermo Bernal Romero índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.58  Ciudad de México  2021  Epub 09-Oct-2021

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.2021.58.23872 

Reseñas

Wolfgang Gabbert, Violence and the Caste War of Yucatán

José Alejos García1 

1Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

Gabbert, Wolfgang. Violence and the Caste War of Yucatán. Cambridge: Cambridge University Press, 2019. 342p. ISBN: 978-1-108-49174-7.


Mucho se ha dicho y escrito sobre la Guerra de Castas de Yucatán, desde los cronistas y publicaciones de aquella época hasta los científicos sociales contemporáneos. Así también de abundantes son las fuentes documentales y archivísticas disponibles para su estudio. Ante este panorama, no es tarea fácil llevar a cabo una investigación que plantee nuevas interrogantes, que aporte nuevas luces y que revele aspectos ocultos o novedosos de una de las guerras civiles más importantes ocurridas en México y en la América Latina en el siglo XIX. Es a partir de una revisión detallada de la documentación y de los estudios precedentes que Wolfgang Gabbert identifica la importancia de efectuar un estudio en profundidad, tomando como eje de análisis a la violencia en el curso de este devastador conflicto armado en Yucatán. Así, el autor emprende una investigación interdisciplinaria, historiográfica y con un enfoque en sociología y antropología de la violencia, mediante la cual sostiene que lejos de tratarse de una violencia caótica, irracional y azarosa, la violencia ejercida por ambos bandos, el ejército y los rebeldes o cruzob, fue culturalmente conformada y respondía a una lógica bélica y a una serie de aspectos estructurales de política, sociedad y economía (pp. 4, 17).

A lo largo del libro, Gabbert documenta cómo la violencia ejercida durante la Guerra de Castas no fue algo extraordinario, sino que fue una práctica cotidiana en la vida social de la península. Tanto en la época precedente, durante y posterior al conflicto, la élite y los hacendados violentaron constantemente a los trabajadores considerando que tales acciones eran “actos civilizatorios” (p. 41ss.). El autor señala cómo a partir de la independencia de España, México y Yucatán vivieron periodos de turbulencia e inestabilidad política, y con ello, la proliferación de conflictos violentos, como lo fueron las guerras civiles entre facciones políticas en Yucatán durante la década de 1840. De hecho, la Guerra de Castas no puede entenderse aislada de las relaciones con la República mexicana y de la pugna entre las dos facciones políticas en el Estado. Por otra parte, el uso de la fuerza, nos dice, era una parte integral de las prácticas de socialización y de las relaciones laborales y de género, así como lo fue el reclutamiento militar. Para los pobres, la violencia fue en gran medida la única opción de autodefensa y de obtención de recursos básicos de sobrevivencia (p. 58).

La tercera parte del volumen presenta una visión de conjunto de la violencia en la Guerra de Castas, y las dos siguientes examinan separadamente la violencia ejercida por las fuerzas gubernamentales y por el movimiento rebelde. Contradiciendo la opinión generalizada de que se trató de una guerra racial o étnica, el autor muestra la composición multiétnica de los bandos confrontados, así como las matanzas perpetradas al interior de los mismos grupos rebeldes, y entre los nativos de los pueblos y los rebeldes (a quienes prefiere llamar “indios”, evitando el término “maya”), que la guerra convirtió en enemigos acérrimos. Entre las prácticas más violentas del ejército destaca la política de tierra arrasada, el reclutamiento forzado, incluso de niños, y los innumerables abusos contra la población civil, estos últimos considerados actos legítimos por parte de ambos bandos. Destaca sin duda la violencia extrema del ejército en contra de sus cautivos, los asesinatos masivos, las ejecuciones sumarias y la venta de los rebeldes como esclavos a Cuba. El autor concluye que esto último, junto con el pillaje generalizado, se convirtieron en oportunidades de enriquecimiento para ciertos miembros del ejército gubernamental y contribuyeron a la prolongación de la guerra.

La quinta parte del libro se ocupa de la violencia interna y externa ejercida por los cruzob. De nuevo, el autor señala la participación de lo que denomina “no indios” en el movimiento rebelde, cuestionando las interpretaciones dicotómicas que plantean el conflicto en términos raciales de “indios contra blancos”. Es relevante aquí la mención de la participación de Belice, y por lo tanto del gobierno británico, en el conflicto, especialmente en la provisión de alimentos, dinero, armamento y provisiones para los cruzob, actividades a las que también se sumaron comerciantes yucatecos (p. 154).

Considera el autor que el movimiento rebelde fue exitoso, al lograr mantenerse por medio siglo, y ello gracias al desarrollo de su organización sociopolítica, que identifica como un caudillaje. Un aspecto nodal de esa organización fue sin duda el culto a la cruz parlante, un elemento fundamental de la religiosidad popular yucateca, que proporcionó un fuerte sentido cultural al movimiento y a sus acciones más dispares, principalmente al ejercicio de violencia extrema. Esta última adquiere visos realmente impactantes al considerar los múltiples asesinatos entre los mismos líderes y las masacres cometidas por los cruzob en contra de su propia gente, resultado de la rivalidad entre las distintas facciones a lo largo de la guerra. Luchas intestinas y asesinatos masivos entre los rebeldes motivados por el control del poder y el enriquecimiento personal. El autor atribuye este ejercicio de la violencia extrema al caudillaje como un tipo particular de sistema político, donde no parece haber existido una clara distinción entre los roles de liderazgo militar, político y religioso (pp. 184, 192). De esa manera, las continuas disputas por el poder y por los recursos entre las facciones provocaban el asesinato de un líder y su reemplazo por otro.

Así también, el autor muestra cómo las modalidades de violencia ejercida por los rebeldes cambiaron con el curso del tiempo, pues en un segundo momento, los ingresos que recibieron provenientes de sus negocios con Belice reemplazaron el saqueo de los pueblos pacíficos, ocurriendo una reducción de la violencia en contra de los yucatecos, pero en cambio provocando un aumento de la violencia interna entre los rebeldes. La suerte de los prisioneros de guerra también cambió a lo largo del conflicto. Inicialmente eran masacrados indiscriminadamente, pero posteriormente una parte fue asimilada como trabajadores forzados y algunos incluso se integraron a la sociedad cruzob. En todo caso, Gabbert considera que el ejercicio de violencia letal fue motivado por la intención de erosionar la moral del enemigo, la demostración de fuerza, el odio, la venganza y la cólera.

La última parte presenta reflexiones generales sobre las ideologías y motivaciones de la guerra civil, se analizan los paralelismos y contrastes entre los cruzob y los soldados del ejército y se avanza una perspectiva amplia de la Guerra de Castas. Contrario a la interpretación prevaleciente en el discurso oficial yucateco de que la guerra fue un conflicto racial, Gabbert sostiene que las demandas de los rebeldes eran por una equidad para todos los grupos de la sociedad, y se plantearon con frecuencia en términos económicos y políticos, negando repetidamente que su objetivo fuese exterminar a los no-indios (p. 256). Así pues, el autor critica la interpretación racial de la guerra, aunque señala que la élite yucateca decimonónica sí sostuvo un discurso racista. En todo caso, las ideas racistas en ambos bandos, nos dice, tuvieron poca incidencia en el uso de la violencia en el terreno, que más bien siguió las lógicas de la política del caudillo y del conflicto entre facciones. Concluye afirmando que “[l]as líneas entre amigos y enemigos no separaron a los grupos que diferían por su fenotipo, su categoría legal o racial o por su clase, sino que corrían entre los heterogéneos seguidores de los líderes, sin importar que éstos fuesen políticos yucatecos o jefes cruzob” (p. 263).

En mi opinión, el libro constituye una contribución importante y novedosa, con una base sólida y muy rica de fuentes documentales, que permite al autor desarrollar una perspectiva de la guerra a partir del eje de la violencia, y formular una crítica bien sustentada contra las interpretaciones raciales o étnicas sobre el conflicto. Importante también es el extenso y valioso esfuerzo de síntesis de información cuantitativa sobre la Guerra de Castas, en especial, los tres apéndices que resumen información clave para la comprensión de la dinámica de las primeras tres décadas del conflicto armado. Se trata, según el conocimiento del autor, de la más detallada y extensa recopilación de datos existente hasta el presente.

Tres comentarios críticos me provoca esta lectura. Por un lado, el énfasis en la lógica y racionalidad de la violencia en la guerra deja de lado las patologías psicológico-sociales implicadas en tales prácticas. Las abundantes y detalladas descripciones que el autor ofrece de las carnicerías y atrocidades cometidas por ambos bandos a lo largo del conflicto armado muestran también elementos irracionales y de trastornos mentales colectivos que en determinados momentos debieron posesionarse de individuos y grupos inmersos en la lucha. Asimismo, el centrarse en la violencia como eje del conflicto puede suponer un estatuto de primacía y naturalidad al fenómeno, haciendo olvidar que son los factores sociales e históricos los desencadenantes de aquella.

Por otro lado, el asumir al caudillismo como el modelo de organización política y como el factor de las pugnas y asesinatos al interior de las facciones, desestima las peculiaridades culturales del liderazgo y de las formas de organización política indígenas, no necesariamente caudillistas, especialmente en cuanto al culto de la cruz parlante como eje cohesionador y de toma de decisiones que escapa al control del supuesto caudillo.

Por último, habría convenido considerar con mayor detenimiento y visión crítica la participación británica en la guerra, a través de su colonia de Belice. Por un lado, es evidente el beneficio económico que representó, tanto el comercio de armamento y provisiones como la explotación de las maderas preciosas. Pero además, necesitan valorarse en toda su magnitud los beneficios políticos que el gobierno británico obtuvo de esta guerra, y las maneras como esas políticas y negocios fomentaron y expandieron la violencia extrema que sufrió la población yucateca.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons