Introducción
Los mayas de la época clásica llevaron a cabo una amplia diversidad de rituales cuya finalidad, en gran cantidad de ocasiones, resulta antropológicamente complicada de identificar (Mock, 1998), de manera que incluso en ciertos casos sus evidencias son confundidas con aquellas que identifican basureros (Stanton, Brown y Pagliaro, 2008). Con frecuencia, los arqueólogos observan que muchos de estos testimonios acumulan gran cantidad de remanentes materiales mezclados con restos de animales que, después de usados, fueron quebrados e inutilizados y finalmente quemados, y debaten por coincidir si se trata de rituales dedicatorios, de remodelación arquitectónica o de terminación, de fiestas o de peregrinaciones; o si simplemente son consecuencia de ceremonias de abandono u objetos así tratados por personas que ocupan de manera impropia un espacio (squatters). Recientemente, Aimers, Hoggarth y Awe (2020) han hecho un esfuerzo considerable por ordenar y sintetizar las evidencias y naturaleza de tales rituales, del cual se deduce que existen comportamientos y testimonios comunes entre ellos, constatación que, de nuevo, refuerza la dificultad a la hora de definirlos con la necesaria precisión. A ello hay que sumar, además, la idiosincrasia de cada una de las comunidades y ciudades en las que se han rescatado este tipo de evidencias relacionadas con su comportamiento ritual.
Aimers y sus colegas (2020: 71-72, Tabla I) enumeran algunos de los materiales típicamente asociados con los depósitos de terminación -grandes cantidades de objetos destrozados o rotos, a menudo de alto valor, incluyendo cerámica policromada y de estatus, instrumentos musicales, adornos de piedra verde, puntas de proyectil rotas, manos y piedras de moler, malacates y figurillas-. Señalan, además, que los fragmentos de cerámica en estos depósitos son más grandes que en otros contextos, con bordes mejor conservados que los procedentes de basureros o zonas de relleno, quizá porque no estuvieron expuestos a los agentes físicos durante mucho tiempo, e indican la presencia de huesos humanos (Navarro-Farr, 2009: 96), tanto en forma dispersa -quizá indicativa de bultos de antepasados-, como en entierros humanos completos y articulados (Hoggarth et al., 2016). Por último, y siguiendo a Navarro-Farr y Arroyave (2014: 40), se señala una "notable ausencia de huesos de fauna" en estos depósitos y que esta característica los distinguiría de los basureros (pero véanse Burke et al., 2020; Hoggarth, Zweig y Mzayek, 2014; Hoggarth et al., 2016 para una conclusión diferente). Juntos, los datos regionales y específicos de cada sitio muestran un elevado grado de variabilidad en los conjuntos de restos culturales y contextos de depósitos, lo que aumenta la exposición a interpretaciones divergentes. Como señala Navarro-Farr (2016: 262), "el desafío aquí radica en distinguir los rituales de terminación de un conjunto de otros actos rituales de motivación diferente que pueden parecerse mucho a la terminación ritual".
La muestra obtenida en la esquina suroeste de la Estructura J3 del Grupo IV de Palenque presenta rasgos que son comunes a los rituales de terminación (Aimers, Hoggarth y Awe, 2020: Tabla I) y a las fiestas (Dietler y Hayden, 2001; Shelton, 2008; Tsukamoto, 2017), pero también con aquellos que corresponden a determinados rituales relacionados con el culto a los antepasados (Johnson, 2018a, 2018b) y a aquellos que manifiestan una naturaleza dedicatoria; éste constituye un caso más que aumenta la dificultad de concretar la actividad cultural que representa.
El Grupo IV de Palenque
Es un espacio residencial que organiza un barrio o sector de esta ciudad del Clásico maya compuesto por 23 patios que se subordinan social, económica, política y ritualmente a él. Tal espacio fue incluido en el plano de Palenque por F. Blom (1982) en 1923, y descrito más tarde por H. Berlin (1991: 379) en 1940, aunque no tuvo una exploración más detenida, si bien aún muy limitada, hasta las intervenciones de Alberto Ruz (1952) y Barbara y Robert Rands (1961) a inicios de los años cincuenta del pasado siglo; finalmente, el Grupo IV fue de nuevo parcialmente investigado en 1993 (López Bravo, 1995), y desde 2016 ha sido objeto de atención arqueológica intensiva por varios equipos combinados de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de California y la Universidad Complutense de Madrid (Johnson, 2018a, 2018b; Liendo, 2020; Ciudad, Adánez y García, 2020).
Situado a unos 300 m de la esquina noroeste de la plaza del Palacio (Barnhart, 2001), se organiza en torno a 11 estructuras dispuestas alrededor de un patio irregular de 860 m2 de extensión (Figura 1), el cual está demarcado al oeste y sur por dos edificios palaciegos abovedados de carácter habitacional y administrativo (J1 y J2), y al noreste y este por otros dos de vocación ritual y funeraria (J6 y J7), conformando una variación del Plan de Plaza 2, también denominado “grupo de santuario oriental” en sitios del periodo Clásico de las Tierras Bajas mayas, preferentemente del Petén (Becker, 1971; 2003; López Bravo, 1995). Quizá J4 participe también de ese carácter funerario y ritual, aunque permanece aún sin explorar con el necesario detenimiento. Las Estructuras J13, J14 y J15 se ubican sobre una plataforma común ligeramente elevada al noreste del patio principal; son de tamaño considerablemente más humilde y no han sido excavadas aún, pero recuerdan a las construcciones auxiliares de los espacios residenciales elitistas y quizá sirvieron como cocinas, construcciones de almacenamiento, talleres, o como residencias de sirvientes de los ocupantes del mencionado grupo. La esquina suroeste de este patio está circunscrita por una terraza de 1 m de alto que une las Estructuras J1 y J2. A ella se accede por una escalinata de 2.70 m de ancho y en su extremo suroeste se aloja la Estructura J3 (Marken, 2002; Marken y González, 2007: 140-142). La topografía del patio hace que se incline desde el oeste, más elevada, hacia el este; una configuración que en el pasado determinó que este ámbito fuera acondicionado en su mitad más oriental para depositar una gran cantidad de entierros en tres capas sucesivas hasta formar un cementerio utilizado durante más de tres centurias (Rands y Rands, 1961; Liendo, 2020).
El Grupo IV alcanzó su máximo esplendor en tiempos Murciélagos (700-770 d.C.) y Balunté (770-850 d.C.) y estuvo comandado desde la Estructura J1, donde Alberto Ruz (1952) encontró el bello Tablero de los Esclavos, en el que se representa al gobernante K’inich Ahkal Mo’ Nahb III en el momento de su entronización el 30 de diciembre de 721 d.C., acompañado por su padre, Tiwohl Chan Mat, quien le entrega un tocado señorial, y su madre, Kinuuw Mat, quien le ofrece los emblemas del escudo-pedernal. El texto glífico que acompaña a esta escena recoge acontecimientos relevantes de la vida de Chak Suutz’, el entonces dirigente del linaje afincado en el Grupo IV, quien ostentó diferentes títulos político-religiosos, incluyendo el de baah ajaw (‘primer señor’), yajaw k’ahk’ (‘señor del fuego’, un título sacerdotal y militar) y sajal (‘señor, gobernador provincial’), un título de alto rango, a menudo en manos de señores regionales en el área maya occidental, y acredita diversas victorias militares contra sus vecinos en 723, 725 y 729 d.C., contribuyendo de manera muy dinámica a la consolidación y esplendor del poder regional de Palenque (Schele, 1986; Wald, 1997; Martin y Grube, 2002: 173; Bernal, 2006: 178; Stuart y Stuart, 2008: 216).2
Por otra parte, en la habitación sur del piso superior de J1 se encontraron sendos portaincensarios de piedra (Portaincensarios 1 y 2), que amplían la documentación acerca de la línea familiar de Chak Suutz’ y la extensión en el tiempo de la aportación de su estirpe a la ciudad y al estado (Zender, 2004; López Bravo, 2004; Izquierdo y Bernal, 2011), a la vez que documentan prácticas ceremoniales relacionadas con el culto a los antepasados que dieron origen y sobresalieron en este grupo familiar. Este espacio residencial construido a lo largo de generaciones por la familia de Chak Suutz’ condensa, además, el culto a los antepasados de los ocupantes de los 22 patios subordinados al Grupo IV en torno a las Estructuras J4, J6 y J7 donde, hasta la fecha, se han excavado 61 sepulturas que contenían 98 individuos alojados a lo largo de más de tres centurias en fosas, cajas, cistas, criptas y cámaras, seguramente según su adscripción social.
La Estructura J33
La esquina suroccidental de este grupo estuvo ocupada por un edificio que ha sido intervenido con tres operaciones arqueológicas (Figura 1): la Operación 425, planificada con objeto de conocer la fachada oriental de la estructura, la existencia de cuartos interiores y el límite sur de la construcción; la Operación 412, desarrollada a lo largo del muro oeste de la plataforma que sostiene J3 con la intención de delimitar su lado oeste y conocer las actividades que se pudieron realizar en este sector del conjunto habitacional, y finalmente la Operación 428, proyectada para investigar el lado sur de J3 y la esquina suroeste del del Grupo IV.
Tales intervenciones determinaron que J3 es un edificio que descansa sobre una plataforma maciza de paredes ligeramente biseladas de 20 m de largo en dirección norte-sur por 6.75 m de este a oeste y 1.60 m de altura. Sobre ella se colocó una casa que se distribuye a lo largo de esos 20 m y tiene una anchura de 6.75 m, dejando cuartos de 4 m de vano. La construcción nunca estuvo abovedada y orientó su fachada principal al este, hacia el patio del Grupo IV. Apareció bastante deteriorada, y aún no ha sido intervenida en su totalidad. La excavación intensiva del muro posterior, oeste, de la banqueta que sustenta J3 (Figura 2) ha permitido el hallazgo de un gran basurero que se aglomera de manera especial en la mitad norte de la plataforma a lo largo de unos 10 m en sentido norte-sur por 0.55 m de este a oeste que, al momento de su intervención, estaba cubierto por el derrumbe del edificio y, sobre éste, por una densa vegetación. Tal espacio de desecho acumulaba gran cantidad de materiales arqueológicos distribuidos en, al menos, cinco episodios de deposición de residuos cubiertos de manera sucesiva por estrechas capas de tierra de 0.05 m de espesor, práctica destinada a mantener la salubridad de los ocupantes de estos espacios, alcanzando el basurero un grosor que oscila entre 0.35 y 0.38 m.
La abundante cerámica reunida en este espacio deja bien claro que este edificio fue ocupado preferentemente en tiempos Murciélagos (700-770 d.C.) y Balunté (770-850 d.C.), aunque también se rescataron escasos restos Otulum (600-700 d.C.). Algunas de sus variadas formas aún contenían restos de alimentos y estaban relacionadas con una amplia diversidad de materiales culturales elaborados en arcilla, piedra y hueso, junto con una densa pluralidad de restos de moluscos, peces, aves, reptiles y mamíferos, que resultan de gran utilidad a la hora de reconstruir la vida de los ocupantes de este espacio residencial de alta nobleza.
A un nivel más profundo del basurero, y en varios tramos a lo largo de la pared oeste de la plataforma que sustenta J3, se depositó un entierro (Sepultura 18), correspondiente a una mujer adulta, y diversos huesos humanos desarticulados pertenecientes al brazo derecho de una persona adulta, los cuales, quizá, formaron parte de un bulto de ofrenda. Así mismo, en el locus 4 del Cuadro I se halló la cabeza de un fémur humano, asociado a un fémur y una tibia de un bebé de pocos meses (Ciudad, Adánez y García, 2020).
La esquina suroeste de la Estructura J3 fue intervenida mediante el Cuadro C de la Operación 428 y se amplió con el Cuadro F1 de la Operación 412, en cuyo nivel inferior, sobre un estrato de acumulación, fue colocada la Sepultura 43 (Figura 3), correspondiente a un niño de cuatro a seis años (Ciudad, Adánez y García, 2020). Parte de esta sepultura, y hasta la esquina suroeste del edificio, fue cubierta por el depósito ritual objeto de nuestro interés en esta ocasión. El entierro, al igual que el resto de los inhumados junto a la pared oeste de la banqueta que sustenta J3, no se alojaba en una cista, como es frecuente en las inhumaciones halladas en el patio principal del Grupo IV, aunque sí fue posible apreciar cierto cuidado en su disposición (Figura 4): fue colocado en una fosa rectangular de 1.25 por 0.66 m, acomodado sobre un lecho de pequeñas piedras compactadas entre el muro de la banqueta de J3 y una baja estructura antigua que se distanciaba 0.62 m de este muro. Una vez depositado, fue protegido con un apisonado de tierra cubierto por una capa de piedras pequeñas; finalmente, unas piedras irregulares de tamaño mediano indicaron la ubicación de la cabeza y los pies, señalando la sepultura. Los restos encontrados de este entierro primario y directo incluyen parte del cráneo, de la mandíbula superior muy fragmentada y de la mandíbula inferior in situ. Las extremidades inferiores estaban flexionadas de derecha a izquierda. Aunque aparece muy aplastado por los materiales acumulados sobre él, su cuerpo está en posición y manifiesta una colocación en decúbito dorsal extendido y cabeza al norte. Corresponde a un niño de entre cuatro y seis años que presenta la particularidad de tener depositada una cuchilla de obsidiana en el esternón, una práctica detectada en otros entierros ubicados en el patio principal del Grupo IV y en otros enterramientos de Palenque, tanto correspondientes a la más alta nobleza como a personas humildes (Rands y Rands, 1961; Ruz, 1968: 109; González, 2011: 69-94; Liendo, 2016). Apenas si se encontró ofrenda asociada, tan sólo fragmentos cerámicos, pero por su posición estratigráfica nos inclinamos a pensar que el niño fue inhumado en tiempos Murciélagos (700-770 d.C.).
Las Sepulturas 18 y 43 manifiestan diferencias notorias con el patrón que se observa en el entorno funerario de J4, J6 y J7, con un tratamiento mucho más humilde que se corresponde, quizá, con el hecho de haber sido ubicadas detrás de la Estructura J3, fuera del patio principal y lejos del entorno de los santuarios piramidales que definen el Plan de Plaza 2; finalmente, el individuo de la Sepultura 18 fue tapado por el basurero, mientras que el de la Sepultura J3 fue cubierto por un acto ritual. Desconocemos por qué fueron colocados en este contexto, pero, a falta de estudios bioarqueológicos más detenidos, podemos especular que se trate de individuos alejados en la línea de parentesco con la familia dirigente del Grupo IV o, tal vez, gente a su servicio; no obstante, hemos de reconocer que algunas sepulturas fueron colocadas en fosa en el entorno de J6 y J7 y tampoco tenían ofrendas asociadas (Liendo, 2020); tales sepulturas aún no han sido interpretadas desde un punto de vista social y cultural, por lo que habremos de esperar para avanzar en el conocimiento de su origen y significado.
El depósito ritual
La pared sur de la Estructura J3 fue explorada por medio de la Operación 428, organizada en tres cuadros de 2 x 2 m cada uno, de los cuales el más occidental (Cuadro C) interesó a la propia esquina suroeste de la construcción. Los loci 1 y 2 de esta intervención estuvieron definidos por la tierra vegetal y el relleno procedente del derrumbe de las paredes del edificio, y contenían un escaso repertorio cultural. Sin embargo, el locus 2 y, sobre todo, el 3 del Cuadro C, identificaron dos acontecimientos de importancia: por una parte, la evidencia de una escalinata que se anexaba a la propia esquina de J3 procedente de un patio subsidiario al oeste del Grupo IV (véase Figura 3) y, por otra, una importante concentración de material cultural densamente acumulado, explotado y quemado (Figura 5). Esta condensación se ubicaba a 0.62 m de altura de la roca caliza en la que se asienta esta edificación y se extendía hacia la pared norte de este cuadro de excavación, por lo que se hizo necesario ampliarlo 1 m en esa dirección; así, el Cuadro C de la Operación 428 se conectó con el Cuadro F1 de la Operación 412, constituyendo una unidad de 3 m en dirección norte-sur por 2 m desde la pared de la plataforma hacia el oeste. Este rasgo, identificado por una gran colección de materiales culturales, cubría la Sepultura 43, interesando parte del Cuadro F1 de la Operación 412 y el límite septentrional del locus 17 de la Operación 428-C; y estaba cubierto, a su vez, por los loci 2 y 1, que sin duda ejercieron gran presión sobre él y reventaron los restos arqueológicos que contenía.
El depósito de materiales culturales en cuestión tenía entre 0.35 y 0.40 m de espesor, y se extendía 1.75 m en dirección norte-sur y 0.60 m en sentido este-oeste; se agotaba en el Cuadro F1 (1 x 1 m) y ocupaba la esquina que forma el extremo meridional de J3 con una escalera adosada a su plataforma. Todo este conjunto revelaba evidencias claras de haber sido sometido a un intenso fuego. En tal espacio se rescató una fértil colección cerámica, acompañada de restos de navajillas prismáticas y un fragmento distal de cuchillo de obsidiana, desechos de herramientas de pedernal, manos y piedras de moler, un fragmento de aguja de hueso, quizá de venado, y gran cantidad de restos de animales y vegetales consumidos en el curso del ritual llevado a efecto. Una característica importante de esta acumulación de materiales culturales quemados es que parece haberse formado en un solo momento y pudo haber sido depositada previamente de manera organizada, pues hacia sus límites norte y oeste se podía apreciar un contorno que la delimitaba. Ello nos hizo suponer que se realizó una excavación en el área previa al asiento de los materiales, que se llevó a efecto una ceremonia en la que se ingirieron alimentos y bebidas y se quemaron sustancias olorosas, y que más tarde los objetos que intervinieron en el ceremonial y los restos de sustancias y alimentos empleados fueron quebrados y quemados, y algunos de ellos terminaron convenientemente recolocados, tapándose por último con una capa de tierra. La matriz de tierra en que aparecía era especialmente negra por la acción del fuego, encontrando abundante carbón en el proceso de cernido y flotación. Resulta interesante, además, que la muestra rescatada, orgánica e inorgánica, es superior y más densa que la conseguida en el resto de la Operación 412 -que intervino toda la pared oeste de la plataforma que sustentó la Estructura J3 y se distribuyó a lo largo de 18 m2.
Del repositorio rescatado cabe destacar la extracción de 11,252 fragmentos de cerámica que representan el 48.97% del total de la muestra analizada de la Estructura J3, formada por 22,049 fragmentos, cerámica que había sido manufacturada por medio de 26 de los 36 tipos de pasta que constituyen la muestra global, lo que da una idea de la trascendencia de este rasgo cultural. La colección de la Estructura J3 analizada corresponde a las fases Murciélagos (700-770 d.C.) y Balunté (770-850 d.C.) de Clásico Tardío, aunque algunos escasos restos parecen indicar que el entorno de esta construcción pudo estar ocupado ya desde finales de la fase Otulum (600-770 d.C.). Si bien el Grupo IV estaba en funcionamiento desde el inicio del siglo VI d.C. (Johnson, 2018a; 2018b), J3 parece haberse levantado y ocupado en el siglo VIII y la mitad del IX; la evidencia rescatada en este espacio sugiere que fue una estructura relacionada con la preparación y consumo de alimentos (Ciudad, Adánez y García, 2020; Varela, 2021). Por lo que se refiere al propio depósito ritual, los materiales rescatados identifican cerámicas Murciélagos y Balunté, aunque con una preponderancia de pastas, formas y decoraciones de la fase Balunté (770-850 d.C.), lo cual parece indicar que la ceremonia que identifica tal rasgo cultural pudo llevarse a efecto en esta época de vida de la Estructura J3.
Descartados los fragmentos de cuerpo, las formas definidas en las Operaciones 412-F1 y 428-C3, contabilizando en exclusiva los fragmentos de borde, han sido las siguientes (Cuadro 1):
FORMAS | Op. 412-F1 | OP.428 | TOTAL |
---|---|---|---|
Beaker | 82 | 802 | 884 |
Cajete | 46 | 1177 | 1223 |
Cazuela | 170 | 513 | 683 |
Cazuela paredes delgadas | 86 | 86 | |
Cazuela tecomate | 13 | 13 | |
Cuenco | 11 | 170 | 181 |
Cuenco paredes delgadas | 222 | 222 | |
Incensario | 27 | 27 | |
Olla | 22 | 3348 | 3370 |
Olla paredes delgadas | 43 | 633 | 676 |
Plato | 89 | 89 | |
Platón | 8 | 8 | |
Tapa | 4 | 4 | |
Tecomate | 2 | 2 | |
Vaso | 76 | 78 | |
Indeterminada | 156 | 3885 | 4041 |
Reciclado | 10 | 22 | 32 |
TOTAL | 542 | 11,077 | 11,539 |
Un hecho a destacar es el considerable tamaño de una buena cantidad de fragmentos cerámicos, susceptibles de pegarse en formas bastante completas, algunas de ellas colocadas dentro de otras, y, a veces, en conjuntos bien definidos: por ejemplo, los vasos eran de distintos tamaños y formatos y se contabilizaron en torno a 10 ejemplares ubicados en la parte más al sur del depósito ritual; hacia el norte de la deposición estaban ubicadas ollas y cazuelas de variados cuellos, bordes y labios, y de diferentes tamaños, incluso algunas de ellas con boca muy cerrada a modo de tecomates. Varias ollas contenían jutes (Pachychilus indiorum), espinas de pescado y restos de animales consumidos, y convivían con cajetes, beakers, platos y cuencos diversos en forma y decoración. Este conjunto cerámico no era ordinario, no estaba compuesto por piezas sin decorar destinadas a la preparación de alimentos, sino que, además de éstas, en buena medida estaba formado por una vajilla de servicio que en ciertos casos mostraba una ornamentación policroma, acanalada, incisa o impresa para diseñar composiciones geométricas o naturalistas hasta conseguir escenas complejas. Si bien una parte de esta vajilla -sobre todo aquella destinada a la producción de alimentos en forma de ollas y cazuelas, muchas de ellas de paredes delgadas y con decoración, son de producción local (Rands y Bishop, 1980) -, el conjunto cerámico destinado al servicio de alimentos y bebidas fue manufacturado con pastas finas importadas y representado por formas elitistas en Palenque durante el Clásico Tardío (Café fina, Gris fina, Negro fina, policromía, etcétera), formando una vajilla de servicio elitista (Figuras 6a-c) en buena medida importada de sitios de las llanuras del Usumacinta Medio y de Tabasco, fuera del ámbito político de Palenque (Rands y Bishop, 1980).4 Sobre este particular, se hace necesario destacar una cazuela cuyo borde hacia el exterior tenía alojado un jeroglífico, cuya sola presencia pone de relieve la importancia del grupo social que se instaló en el Grupo IV y que utilizó la Estructura J3.
Acompañaban a esta colección cerámica fragmentos muy quebrados de incensarios, tanto de tipo cucharón (Figura 7) como de pestaña lateral y 28 fragmentos de figurillas representando personajes de la nobleza, animales y seres sobrenaturales; algunas de esas figurillas fueron aerófonos, que pudieron intervenir musicalmente en el ritual realizado (García, Ciudad y Adánez, en prensa).
El registro faunístico recobrado en estos contextos ha suministrado una gran diversidad y cantidad de especies, recuperándose evidencias de peces, reptiles, aves y mamíferos (Cuadro 2). Entre los peces se rescataron abundantes vértebras de la familia de las mojarras (Cichlidae) (81.4 %). La tenguayaca (Petenia splendida) fue la especie más representada con el 7.4 %, seguida por la castarrica (Mayaheros urophthalmus) (3.6%) y, en menores proporciones, robalo blanco (Centropomus undecimalis) (1.1%), pejelagarto (Atractosteus tropicus) (0.8%) y un bagre no identificado (Ictalurus sp.) (0.1%). Por otra parte, entre los reptiles destacan dos quelonios: la tortuga blanca (Dermatemys mawii) (1.1%) y la hicotea (Trachemys venusta) con el 0.2%. También está representada la familia de las tortugas (Testudines) con el 1.3% y un pequeño celesto vientre verde (Celestus rozellae) con el 0.2%. Por lo que se refiere a las aves se identificó la codorniz bolonchaco (Odontophorus guttatus) (0.4%) y el pavo ocelado (Meleagris ocellata) (0.2%), así como una paloma no identificada (Columbidae) (0.1%). Finalmente, los mamíferos rescatados incluyen murciélago (Chiroptera), tuza (Orthogeomys hispidus), conejo de bosque (Sylvilagus brasiliensis), zorrillo de espalda blanca (Conepatus semistriatus), perro doméstico (Canis lupus familiaris) y venado cola blanca (Odocoileus virginianus) (Ciudad, Varela y Adánez, 2020; Varela, 2021).
Nombre científico | Nombre común | NISP | NISP % | MNI | MNI % |
---|---|---|---|---|---|
Peces | |||||
Atractosteus tropicus | Pejelagarto | 11 | 0.8% | 1 | 2.3% |
Ictalurus sp. | Bagre | 2 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Centropomus undecimalis | Robálo blanco | 15 | 1.1% | 3 | 7.0% |
Cichlidae | Mojarras | 1161 | 81.4% | - | - |
Mayaheros urophthalmus | Castarrica | 52 | 3.6% | 10 | 23.3% |
Petenia splendida | Tenguayaca | 105 | 7.4% | 14 | 32.6% |
Total de peces | 1346 | 94% | 29 | 67% | |
Reptiles | |||||
Testudines | Tortugas | 18 | 1.3% | - | - |
Dermatemys mawii | Tortuga de río | 15 | 1.1% | 2 | 4.7% |
Trachemys venusta | Jicotea | 1 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Celestus rozellae | Celesto vientre verde | 3 | 0.2% | 1 | 2.3% |
Total de reptiles | 37 | 3% | 4 | 9% | |
Aves | |||||
Columbidae | Paloma/tórtola | 2 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Odontophorus guttatus | Codorniz | 5 | 0.4% | 1 | 2.3% |
Meleagris ocellata | Pavo de monte | 2 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Total de aves | 9 | 1% | 3 | 5% | |
Mamíferos | |||||
Chiroptera | Murciélago | 1 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Sylvilagus brasiliensis | Conejo tropical | 10 | 0.7% | 1 | 2.3% |
Cricetidae | Ratón de campo | 3 | 0.2% | 1 | 2.3% |
Orthogeomys hispidus | Tuza | 14 | 1.0% | 1 | 2.3% |
Canis lupus familiaris | Perro doméstico | 4 | 0.3% | 1 | 2.3% |
Conepatus semistriatus | Zorrillo espalda blanca | 1 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Odocoileus virginianus | Venado cola blanca | 1 | 0.1% | 1 | 2.3% |
Total de mamíferos | 34 | 2% | 7 | 16% | |
Total todas las especies | 1426 | 43 | 100% |
Finalmente, hemos de mencionar la recuperación de restos de pino (Pinus sp.) y de pimienta (Pimenta dioica) en este depósito, lo que sugiere el uso de especias y de sustancias olorosas en esta combustión que debió alimentar a la entidad sobrenatural a la que fue dirigido el ritual. El pino se pudo utilizar bien para encender el fuego en forma de ocote y dar olor, un sistema habitual hoy día en las comunidades nativas del altiplano chiapaneco, de donde seguramente procedía la materia prima que llegó a Palenque;5 pero también es frecuente en los rituales contemporáneos de Chiapas esparcir por el suelo agujas de pino, y está identificado en el altar del patio principal del Grupo IV (ver abajo), donde se inhumó al ancestro fundador de esta unidad residencial (Johnson, 2018a, 2018b). A la fragancia del ocote quemado pudo unírsele el aroma del copal y la pimienta gorda quemada, identificada también en el mencionado altar, así mismo localizada en el acto ritual que hemos definido en el marco de las Operaciones 412-F1 y 428-C3.
Una comida comunitaria en el depósito ritual de J3
Un rasgo importante en el comportamiento ritual de los mayas del Clásico es que algunas de sus ceremonias se vieron acompañadas por la ingestión comunitaria de bebida y comida; en los casos de actos públicos ejecutados en las grandes capitales políticas participó una considerable cantidad de personas y se organizaron fiestas excepcionales en las que se consumió gran cantidad y variedad de alimentos y bebidas, acompañados de la distribución y regalo de objetos estratégicos y elitistas, cuando no de dispendios de destrozos de objetos de lujo. Estos actos se pudieron repetir en otro tipo de ocasiones más humildes, pero con menor cantidad de personas y con ingredientes más reducidos y menos costosos. Seguramente cada una de estas actividades pudo desarrollarse con una finalidad diferente, pero también es muy posible que compartieran condiciones comunes y que unas pretendieran la solidaridad y la igualdad de un grupo social determinado, mientras que otras tuvieran como objeto demostrar jerarquías previamente establecidas respecto de un grupo familiar, de una comunidad, de una ciudad e, incluso, de una región política (LeCount, 1996; 1999; 2001; Dietler, 2001; Hayden, 2001; López Bravo, 2013).
En dichas ocasiones, los participantes en tales “comidas comunitarias” realizadas con motivos rituales, como es la que estamos analizando en esta ocasión, consumieron alimentos y bebidas ordinarios, pero también algunos insumos que estaban cargados de simbolismo y de elitismo, al tratarse de productos especiales y costosos de conseguir, y de las piezas más selectas de algunos de ellos.
Aimers, Hoggarth y Awe (2020: 72; Tabla I) sostienen que las demostraciones de fiestas en el registro artefactual maya del periodo Clásico están “constituidas por el consumo comunal de alimentos y/o bebidas […] y se distinguen de las comidas diarias porque son parte de una actividad ritual”. Según Shelton (2008: 2, siguiendo a Hayden, 2001: 40-4) “las huellas de las fiestas incluyen, pero no se limitan a, vasos enteros o parciales, restos de fauna, abundante carbón vegetal, artículos de prestigio o rituales, registros pictóricos o escritos de las fiestas, y su ubicación en un lugar espacial significativo”.
Los testimonios de fiesta se asocian a menudo con lugares ideológicamente importantes y significativos. Los correlatos de materiales comprenden residuos de alimentos, incluidos los alimentos recreativos y altamente valorados, formas de cerámica inusuales y/o los tipos con una abundancia de recipientes (a menudo grandes) para servir. Burke et al. (2020) describen analogías faunísticas específicas que podrían utilizarse para identificar la actividad de fiesta, las cuales pueden incluir determinados elementos esqueléticos que producen más carne, así como especies más grandes como venados, animales raros o exóticos identificados en depósitos, o la presencia de marcas de corte u otros testimonios de carnicería (véanse Emery, 2004 y Montero, 2011, sobre este particular).
En un reciente trabajo, Tsukamoto (2017) ha estudiado un depósito de terminación excavado en El Palmar, México, en el que ha determinado que un análisis cualitativo no es suficiente para definir la naturaleza de esta evidencia, por lo que ha postulado la importancia de realizar estudios cuantitativos de los materiales recuperados. En dicha investigación defiende que las cerámicas encontradas en este tipo de contextos que manifiestan un diámetro de 30 cm o superior en su boca pudieron haber servido en grandes fiestas y ser un indicativo de esta actividad comunal (Tsukamoto, 2017: 1641).6
El estudio de la muestra cerámica de la Estructura J3 del Grupo IV de Palenque, además de la extraordinaria variedad formal y tecnológica que demuestra, y del tamaño superior y menor deterioro de los fragmentos extraídos, pone de manifiesto el alto índice, si se compara con otros contextos de la Estructura J3 (Operaciones 412 y 425), de piezas cerámicas que superan los 30 cm de diámetro bucal, las cuales podrían haber servido para la elaboración y consumo de comidas y bebidas colectivas (Figura 8; Cuadro 3).7 Por supuesto, aunque se hizo un importante trabajo de unir y pegar los fragmentos recuperados en la colección, no descartamos que especialmente aquellos pertenecientes a la boca de las piezas puedan aún pegarse. Por otro lado, y siguiendo las sugerencias de Tsukamoto (2017) para la cerámica de El Palmar, no se incluyen en nuestra consideración aquellos fragmentos de borde de tamaño reducido, que hubieran provocado inseguridades a la hora de valorar la muestra; aunque por ello mismo ésta podría haber sido más abundante. Es importante advertir que tal tipo de prácticas se pudo llevar a efecto por grandes comunidades o por segmentos sociales y/o familiares reducidos, por lo que se hace necesaria una ponderación de la colección obtenida, tanto en tamaño y variedad, como en lo que se refiere a restos orgánicos e inorgánicos.
DIÁMETRO BUCAL (en cm) | BEAKER | CAJETE | CAZUELA | OLLA/ Olla de paredes delgadas | CUENCO | PASTA |
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58 | 3 |
Roja compacta |
||||
50 | 2 |
Roja compacta |
||||
46 | 1 |
Arenosa |
||||
44 | 1 | 1 |
Roja compacta Miscelánea |
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42 | 5 |
Arenosa (3) Arenosa rojiza oxidada (2) |
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40 | 1 | (3 p.d.) |
Aluvión (1) Arenosa (3) |
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38 | 2 | 1 |
Arenosa (2) Roja compacta (1) |
|||
36 | 1 | 1 | 2 | 1 (1 p.d.) |
Arenosa (5) Negra fina (1) |
|
34 | 1 | 2 | 4 | 6 |
Arenosa (8) Caolinítica (1) Carbonatada (1) Raposa de paredes delgadas (1) Roja compacta (1) Rasposa de paredes delgadas (1) |
|
32 | 3 | 1 (+2 p.d.) | 2 (1 p.d.) | 1 |
Arenosa (6) Arenosa transicional (1) Caolinítica (1) Gredosa crema (1) Rasposa de paredes delgadas (1) |
|
30 | 7 | 4 (+2 p.d.) | 7 (1 p.d.) |
Aluvión (1) Arenosa (14) Miscelánea (2) Pomácea (1) Rasposa de paredes delgadas con núcleo negro (1) Roja deleznable (1) Textura rasposa (1) |
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TOTAL | 2 | 16 | 25 (+4 p.d.) | 16 (+6 p.d.) | 1 |
70 fragmentos |
López Bravo (2013) ha estudiado la fiesta en el sitio de El Lacandón y la ha comparado con los testimonios que de ella se tienen para Palenque,8 y ha llegado a la conclusión de que si bien los hogares de élite podían organizar fiestas más grandes que los hogares humildes, eventos a los que asistían grupos más amplios de personas que utilizaban un gran número de vasijas de servicio decoradas con escenas y técnicas más complejas, los repertorios rescatados en las casas de los comunes de la periferia de El Lacandón sostienen que fueron capaces de adquirir cantidades interesantes de formas de servicio y vasos Chablekal Gris asignados a las élites, suponiendo por ello que tal vez desarrollaron su propio sistema de fiesta diacrítica independiente del sistema observado en el centro de las comunidades.
Esta situación contrasta con la evidencia obtenida en los conjuntos cerámicos de los basureros de El Palacio y del Grupo B de Palenque (López Bravo, 1995), y aquellos procedentes de casas comunes de los Grupos Picota y Nauyaca de esta ciudad (López Bravo, López Mejía y Venegas, 2003; 2004): el basurero del Palacio atesoraba mayor proporción de vasos Chablekal Gris (36.4% del conjunto de vasijas de servicio) que el Grupo B, considerado un espacio habitacional de élite, donde dicha cerámica constituía el 7.6%; por el contrario, tal pasta cerámica tenía una muy escasa representación en los Grupos Picota y Nauyaca. Ello hace suponer que el acceso a este tipo de piezas de importación estaba restringido a la élite palencana, donde era mucho más abundante en el basurero del Palacio, lo que sugiere su control por la realeza y alta élite. Las proporciones observadas en el basurero del Palacio y en el Grupo B indican que se organizaron fiestas de gran tamaño comparables en estos loci, un patrón que contrasta con la menor capacidad de organizar fiestas en los Grupos Picota y Nauyaca (López Bravo, 2013: Tabla 4.11, Fig. 4.18). Por el contrario, y de manera llamativa, los vasos Chablekal Gris tenían una distribución homogénea entre los hogares de élite y de los comunes en El Lacandón, lo que apunta a que funcionaban como moneda política (LeCount, 1999: 254), con élites locales tratando de consolidar el apoyo de los comunes mediante la concesión de cerámica de lujo. En definitiva, la fiesta en El Lacandón es más homogénea en los hogares de élite y de los comunes que en Palenque, donde la diferencia con los segmentos domésticos es más evidente.
El registro artefactual rescatado en las Operaciones 412-F1 y 428-C3 se asociaba a una interesante muestra de restos de animales, de la que hemos de destacar que los remanentes piscícolas extraídos en el basurero de la Operación 412 mostraban muy notoriamente los efectos de una prolongada exposición a la intemperie, en la que los factores climáticos de humedad y luz solar pudieron debilitar los materiales, de por sí endebles, y evitar su preservación. El análisis tafonómico de esta colección testifica que el material estuvo expuesto al exterior con rangos de intemperización entre 0 y 3 (según Behrensmeyer, 1978), así como presencia de carnívoros (1%). Por el contrario, el testimonio obtenido en la Operación 428 es claro acerca de que estos agentes de deterioro están ausentes. Tal verificación corrobora que lo hallado en la Operación 412 determina un área de desecho de dilatada formación, mientras que en la Operación 428 se produjo una acumulación depositada exprofeso. Esta constatación de desgaste diferencial de los restos faunísticos obtenidos en ambas intervenciones arqueológicas tiene un paralelo claro en los materiales inorgánicos: sobre todo la cerámica rescatada en la Operación 412 estaba más desgastada en sus superficies y dividida en más pedazos y más pequeños, que la obtenida en el Cuadro F1 de la Operación 412 y en el Cuadro C de la Operación 428. Al mismo tiempo, hemos de señalar que una parte de la muestra cerámica en el depósito ritual presentaba restos de fuego por ambos lados.
Este conjunto de testimonios coincide con nuestra consideración de que el depósito cultural excavado en los cuadros arqueológicos reseñados tuvo una intencionalidad ritual. Seguramente en esta ceremonia intervino la ingestión de comida y bebida: la evidencia de grandes cazuelas, ollas y platos, cuyo diámetro excede los 30 cm, parece remitir a la elaboración de comida comunal para consumir en fiestas y eventos rituales; asimismo, la muestra de vasos de diferentes tamaños, algunos de ellos casi completos, y de beakers, sostiene que la bebida también intervino en este acto que define el depósito ritual. Si bien es difícil aventurar las comidas y bebidas que se ingirieron, es seguro que los jutes formaron parte de ellas, según manifiestan algunas ollas que contenían gran cantidad de caparazones de este animal.
La fauna rescatada en el contexto ritual de la Estructura J3 presenta evidencia de preparación para su consumo. Muestra de ello son las marcas de cocción indirecta encontradas en la mayor parte del material recuperado (Varela, 2021). Otro aspecto destacable es la escasa aparición de marcas de corte en los individuos (N=2), lo cual presupone la poca necesidad de llevar a cabo cortes, tanto para separar elementos como para labores de fileteo. Este comportamiento se debió al tamaño de las presas, pues la mayor parte de las especies identificadas son animales pequeños. Derivado de lo anterior, es probable que una cantidad considerable de piezas consumidas entrara completa a los recipientes donde fueron preparadas y que la misma cocción terminara por dividir los elementos. Todos los pescados pudieron ser procesados de la manera descrita, mientras que las tortugas, como se observa actualmente entre los chontales, se pudieron preparar en su mismo caparazón. Ya cocidos no hubo necesidad de cortar, sino simplemente ingerirlos directamente.
El número mínimo de individuos (MNI) indica que se consumieron 29 pescados (pejelagarto, bagre, robalo, castarrica y tenguayaca) y, dado que es el grupo alimentario más abundante en la muestra rescatada, pensamos que el banquete se enfocó de manera preferente sobre él; aunque cabe la posibilidad de que las tortugas también fueran parte del festín, pues es el grupo que le sigue en cuantía. Es probable que las demás especies, tratándose de uno o dos individuos, participaran de la ofrenda al final de la ceremonia. Si bien desconocemos los pesos y tallas de los peces recuperados, sabemos que tanto la tenguayaca como la castarrica (las dos especies más abundantes), llegan alcanzar 1.5 kg y 0.6 kg respectivamente (Miller, Minckley y Norris, 2009), por lo que, a expensas de realizar el necesario análisis alométrico para llegar a conclusiones más precisas (ver por ejemplo Jiménez, 2017), pensamos que la cantidad de carne obtenida, únicamente a partir de estos dos organismos, pudo llegar a poco más de 15 kilos,9 cantidad suficiente para reunir a por lo menos un número igual de personas.
Ya que los peces dulceacuícolas son el grupo más abundante (94% de la colección) y al cual se le prestó especial atención en este evento, creemos oportuno resaltar algunas de sus cualidades simbólicas. Estos organismos son omnipresentes en toda el área maya y están representados por una gran diversidad de géneros y familias, lo cual contrasta con el hecho de que conformen uno de los grupos que menos atención ha recibido en la historia de la zooarqueología maya (Jiménez, 2017). Su escasa representatividad ha llevado a algunos investigadores a plantearse si en algún momento llegaron a formar parte de la dieta entre las comunidades mayas del pasado (Götz, 2014). Pero este tipo de conclusiones son el resultado de que no se han empleado las técnicas de recuperación adecuadas (Emery, 2004; Jiménez, 2017; Ciudad, Varela y Adánez, 2020). Por ejemplo, el contexto del Grupo IV ya supera en número a los restos de peces continentales recobrados en todos los conjuntos domésticos de Palenque, incluyendo contextos de basurero (véase Zúñiga, 2000, para un significativo análisis de la fauna palencana).
Los peces aparecen en diversas expresiones del arte maya: en pintura, tableros, modelados en estuco y siendo parte de la escritura jeroglífica, lo que nos revela su importancia no sólo en lo que respecta a la subsistencia, sino también en la cosmovisión antigua. Hellmuth (1987) señala que la representación de este taxón en el arte maya del Clásico indica que fueron personajes clave en los mitos del inframundo. Ejemplo de esto son los peces gato (así denominados por una barba larga cerca de la comisura de su boca) pintados en los vasos de la colección Kerr, a quienes se les identifica como los dioses gemelos renacidos en las aguas de un río del Xibalbá en el Popol Vuh (Grofe, 2007; Kerr, 2000).
A partir de este relato mítico-épico del pueblo quiché, se ha planteado que los pescados están ligados al ciclo de muerte y renacimiento (Grofe, 2007), hecho que continuamente aparece en la mitología de los dioses mayas y que forma parte de sus creencias en torno al destino del hombre después de la muerte. Tal creencia también está relacionada con el ciclo de vida de las plantas, particularmente del maíz (Scherer, 2015: 53). En este sentido, otro vegetal que también parece tocar estos mitos de muerte y renacimiento es la yuca (Manihot esculenta) e involucra otro pez dulceacuícola, el pejelagarto.
Lo anterior se plasma en una historia oral rescatada entre los chontales de Tabasco, que narra cómo una lluvia torrencial inundó los campos de maíz y yuca por varios días. Como el agua subía de nivel y ante la probable pérdida de toda la cosecha, los campesinos optaron por salvar el maíz. Sin embargo, algo pasó debajo del agua: los tubérculos de yuca fueron cambiando su apariencia, saliéndoles escamas y baba para finalmente cobrar vida en forma de pejelagartos (Márquez et al., 2015: 76-77).
Es interesante señalar que esta leyenda parece ser una alegoría al sistema de aprovechamiento del pantano tabasqueño, específicamente referida a la siembra de una variedad de maíz conocida como “marceño” o “mehen”, el cual está adaptado a crecer en terrenos cenagosos y que se inundan en época de lluvia, obligando muchas veces a los campesinos a cosechar en cayuco. Después que los chontales han recolectado el maíz, ya con el agua arriba, la vida vuelve al pantano: peces, tortugas y plantas acuáticas recuperan el espacio, dando fin al ciclo de siembra. Este sistema les permite, además, abastecerse de hasta tres cosechas al año (junto con la milpa de año y la tornamilpa), capturar quelonios, cazar aves y llevar a cabo la pesca de diferentes variedades de mojarras, bagres y pejelagartos (Orozco y Gliessman, 1979; Peraza et al., 2019).
Otro tipo de pescados escenificados en el inframundo del Clásico parecen ser las mojarras (debido a su forma ovalada y comprimida, manchas operculares y patrones distintivos en su cuerpo), las cuales aparecen en constante relación con el lirio acuático (Nymphaea ampla), mordiendo en ocasiones la flor de la planta. Dicha escena (peces-lirio) aparece en los tocados de los gobernantes y se piensa que funcionó como un símbolo de pureza y abundancia (derivado de que el lirio únicamente crece en aguas claras y tranquilas), algo a lo que gustaban relacionarse los k’uhul ahaw (Lucero, 1998). Algunos autores han sugerido que la apropiación de la élite maya de éste y otros símbolos acuáticos funcionó como una estrategia política, en la que se hacían ver como los controladores del agua pura. Tal discurso se reforzó con deidades pertinentes al inframundo acuático, como la serpiente de agua (Lucero, 1998).
En Palenque, los peces están relacionados íntimamente con aspectos del inframundo, tal y como podemos comprobar en pintura mural en la Casa E del Palacio (Greene-Robertson, 1983); a través de una laja con peces fósiles como tapa de bóveda en una cámara mortuoria del Grupo Murciélagos (Alvarado, Cuevas y Cantalice, 2018); como ofrenda a la tumba de un ancestro importante en el Grupo IV (Johnson, 2018b; Varela, 2021), y como decoración incisa, junto con otros motivos acuáticos, en vasos característicos de la fase cerámica Murciélagos (San Román, 2007). La alta representación de peces dulceacuícolas en Palenque, aunada a su valor simbólico, sugiere que entre los grupos habitacionales de élite fue uno de los recursos predilectos. A tal grado que, al igual que en otras ciudades mesoamericanas donde se ha reportado el manejo y crianza de fauna (Sharpe et al., 2018; Somerville et al., 2016; Blanco et al., 2009), en Palenque pudieron existir espacios acondicionados para desarrollar la piscicultura (Varela y Liendo, 2021).
Renovación arquitectónica y ritual en la Estructura J3
Los testimonios arqueológicos derivados de los diferentes estudios que se han realizado sobre el Grupo IV desde la primera mitad del siglo XX hasta la actualidad confirman de manera fehaciente que la actividad ritual mantenida en dicho espacio fue muy fértil y variada, aunque aún deben desarrollarse intervenciones más precisas para obtener una perspectiva más fecunda sobre este particular. Sin duda, una ocupación dilatada a lo largo de tres centurias protagonizada por una de las familias nobles más importantes de Palenque debió generar un sinfín de actividades en todos los órdenes de la vida social, algunas de las cuales, importantes y cotidianas, requirieron del amparo del ritual.
La excavación de las Estructuras J6 y J7, y quizá también J4, ha demostrado, tal y como habían señalado Rands y Rands (1961) y López Bravo (1995), una vocación del espacio nororiental decididamente funeraria, y esta preferencia conllevó unos ceremoniales mortuorios que comprendieron desde la apertura de simples fosas que no contenían ofrendas a la construcción de una compleja cámara con pasillo e inhumación en sarcófago con una lujosa ofrenda en la Estructura J6 (Liendo, 2020). Un efímero altar construido sobre la sepultura del considerado antepasado fundador del Grupo IV debajo de la Estructura J7, sancionó la condición funeraria de la esquina nororiental de este espacio social, y concentró un ritual que no sólo se diseñó para el acto del enterramiento, sino que fue más allá al aglutinar la vida ceremonial de sus ocupantes durante un periodo que no debió superar los 60 años (Johnson, 2018b), pero que sin duda determinó el significado de ese sector.
Por otro lado, las intervenciones realizadas en la Estructura J1 (López Bravo, 1995; 2004) sacaron a la luz dos espléndidos portaincensarios de piedra indicativos de que, entre otros muchos significados, en este edificio se custodiaron los emblemas rituales que ampararon al grupo familiar. Muy posiblemente, tales esculturas fueron trasladadas a los entornos adecuados en los que se celebró el ceremonial, pero la información iconográfica y epigráfica es de tal naturaleza que sólo podemos considerarlos como objetos estratégicos en el diseño social, político e ideológico de la familia de Chak Suutz’.
El paulatino conocimiento del Grupo IV ha ido desvelando otros procedimientos rituales más particulares que ilustran y abundan en la riqueza de la práctica social llevada a efecto por sus ocupantes. La acumulación cultural de materiales orgánicos e inorgánicos, su configuración, características y tratamiento por parte de los ocupantes de la Estructura J3 del Grupo IV de Palenque permite, tal y como se ha venido justificando en párrafos anteriores, determinar una motivación ceremonial tras este rasgo arqueológico. La combinación de una rica y variada muestra cerámica, compuesta por piezas destinadas a la elaboración y servicio de comida y bebida, algunas de ellas de carácter ordinario, pero muchas importadas de regiones ajenas al territorio político de Palenque, con una decoración compleja que, en un caso, llega a incluir un sigo glífico, con objetos de piedra, concha y hueso fragmentados, y una importante muestra faunística y restos de flora, todo ello convenientemente colocado, destrozado y quemado,10 permite justificar la motivación ritual a la que hemos aludido en este ensayo. Fragmentos de figurillas representando personajes de la nobleza y animales, muchos de ellos correspondientes a instrumentos musicales, proponen que la música pudo acompañar algunos momentos del acto. Y restos de incensarios quemados sugieren que también intervinieron fragancias y sustancias olorosas, de las que al menos tenemos constancia del uso de pimienta y pino.
La colección cerámica recuperada en las Operaciones 412-F1 y 428-C3 contiene piezas de gran capacidad indicativas de su eficacia para procesar y servir una cantidad de alimentos superior a la que normalmente exige un ajuar familiar, y de que dieron servicio a un número amplio de personas que, supuestamente, debieron participar en el ritual que venimos pergeñando.
¿Cuál fue la intención de este acto ritual al que hemos aludido de manera repetida? Sin duda, su comportamiento, con la idiosincrasia que le proporciona haberse desarrollado en Palenque con un entorno natural y cultural definido, tiene puntos en común con otros muchos rituales llevados a efecto por las comunidades mayas del periodo Clásico (Mock, 1998; Aimers, Hoggarth y Awe, 2020). La localización de tal rasgo arqueológico, a la espalda de la Estructura J3, fuera de los ejes definitorios del edificio, de su acceso y habitaciones principales, en un patio subsidiario de la plaza del Grupo IV donde se instalan los edificios emblemáticos de linaje y de poder de la comunidad humana que aglutinó, y compartiendo entorno con un basurero, aconseja que no lo consideremos consecuencia de un ritual de terminación ni que indique el final del uso del edificio.
Recordemos que el depósito en cuestión se emplaza directamente encima de la Sepultura 43 correspondiente a un niño de cuatro a seis años, por lo que una posibilidad de interpretación sería relacionar este rasgo cultural con una ceremonia destinada a la veneración del individuo enterrado, aunque sin duda se trataría de un dispendio demasiado oneroso a una persona inhumada sin ofrenda y en un contexto de basurero, fuera del ámbito funerario elitista que se refleja en el lado oriental del patio del Grupo IV, en torno a las Estructuras J4, J6 y J7. Por otra parte, el estudio preliminar de la cerámica rescatada en la estructura sugiere que el depósito tiene mayor cantidad de rasgos diagnósticos Balunté que los escasos fragmentos recuperados en torno a la Sepultura 43 que, quizá, remita a tiempos Murciélagos, y por ello estimamos que fue una actividad posterior en el tiempo.
La intervención practicada en la Estructura J3 no ha interesado el interior de la plataforma que la sustenta, la cual, como ocurre en el Grupo Murciélagos, podría contener en su interior el entierro de una persona de relieve social; esta posibilidad no es del todo descartable, pero mientras no consigamos datos fehacientes al respecto por ahora es aconsejable desechar una posible relación de la actividad ceremonial desarrollada con tal coyuntura.
Por todo ello, y con las reservas de no disponer de información precisa para confirmarlo con rotundidad, estimamos que el acto ritual representado en el depósito de materiales ubicado en la esquina suroeste de la Estructura J3 y limitado por el sur por una escalinata de aproximación que se construyó con posterioridad al edificio y que se anexó a esta esquina, está relacionado con ceremonias de renovación arquitectónica, con la remodelación de la esquina suroeste de la Estructura J3 y con la construcción de un acceso a la plataforma general que, por ese lado, permitía comunicarse con el patio principal de este entorno.
En este ensayo hemos señalado la importancia de los peces como actores del inframundo, pero también como símbolos de renacimiento y, como vimos en la historia chontal, de regeneración de recursos. Su presencia en la esquina suroeste de J3 parece relacionarse con una ceremonia comunal en la que se ingirieron alimentos y se usaron contenedores cerámicos y animales relacionados con la planicie tabasqueña (Ciudad, Adánez y García, 2020; Varela y Liendo, 2021), que por un lado sugieren una decidida identidad con esta región, pero que, en el caso particular de los peces, poseen además connotaciones importantes con el inframundo y la renovación. De esta manera, el contexto del rasgo arqueológico analizado es resultado de una ofrenda constructiva a las deidades del inframundo, quienes, como el Señor de la Tierra entre los tzotziles (Vogt, 1979), tienen la responsabilidad de atender sus dominios e interactuar con los humanos. El evento estuvo acompañado por una comida ritual en la que participaron los habitantes del conjunto residencial. Para interactuar con las deidades sobrenaturales, compartieron con ellas alimentos y bebidas, no sólo depositándolos en el lugar del ritual, sino quemando pino, pimienta, copal y parte de los pertrechos que participaron en él, los cuales estuvieron cargados de simbolismo y actuaron como emisarios que conectaron con el inframundo y las divinidades que en él habitaban y que, a su vez, habrían de encargarse de reconectar con la comunidad que patrocinó el ritual. Una vez culminada la ceremonia, los objetos que intervinieron en la actividad fueron inutilizados y quebrados, y finalmente quemados. Más tarde, el área fue cubierta y apisonada.