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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.56  Ciudad de México  2020  Epub 09-Dic-2020

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.2020.56.2.0013 

Reseñas

María Teresa Uriarte (editora), Olmecas

Tomás Pérez Suárez1 

1Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, México

Uriarte, María Teresa. Olmecas. México y Milán: Universidad Nacional Autónoma de México, Jaca Book, 2018. 253p. ISBN: 978-607-30-0928-7.


Olmecas es el sintético título de este libro que constituye una bien documentada, propositiva y novedosa fuente de información sobre diversos aspectos de tal cultura ancestral mesoamericana. La edición del volumen estuvo a cargo de María Teresa Uriarte, quien reunió y organizó diversos ensayos escritos por reconocidos investigadores mesoamericanistas avocados al tema. La impresión es producto de una coedición entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la Editorial Jaca Book de Milán. La “Presentación” de la obra es de la autoría de Enrique Graue Wiechers, rector de esta máxima casa de estudios, que de manera sucinta y atinada sintetiza el contenido de la obra y resalta la importancia de la cultura olmeca, frecuente objeto de investigación de reconocidos universitarios, como fue el caso de la doctora Beatriz de la Fuente. Por su parte, la editora es también autora de la “Introducción” en la que nos presenta una contextualización, espacial y temporal, de esta importante cultura en el ámbito mesoamericano; en ella brinda una síntesis de la génesis y el programa de la obra, constituida por nueve capítulos que se reseñan a continuación.

“Los olmecas y sus esferas de interacción” es el título del trabajo claro y sucinto de Ann Cyphers, que presenta aquí un instruido y actualizado panorama de la dinámica histórica y cultural de los dos principales asentamientos de la llamada zona metropolitana o nuclear de la cultura olmeca: San Lorenzo, en Veracruz y La Venta, en Tabasco, corroborando de esta manera la existencia de dos momentos, bien diferenciados, de dicho horizonte cultural. El “Olmeca temprano”, producto de un estado prístino y original que floreció en San Lorenzo entre 1250 y 900 a.C. en la cuenca del río Coatzacoalcos, y el “Olmeca tardío”, cuando el liderazgo, ya como estado secundario, pasó a La Venta, ciudad que floreció entre el 1000 y 400 a.C. en las márgenes del río Tonalá, muy cerca de la costa del Golfo de México. Según la autora, una de las características más notables de la cultura olmeca, expresada en el tallado de la escultura monumental, en figurillas y diversos objetos de piedras verdes, así como en la arquitectura y en los diseños plasmados en la cerámica, fue “la de escribir un discurso de poder y de cosmología”. Por el alcance de su legado en el tiempo y en el espacio concluye con la aceptación de la vieja hipótesis de la “cultura madre” que, al decir de la autora, se trata de un término que sigue siendo adecuado porque enfatiza el papel de la cultura olmeca arqueológica de Veracruz y Tabasco, ancestro de los actuales hablantes de la familia lingüística mixe-zoque, como el primer pueblo de alta complejidad sociopolítica cuyos logros dejaron una ostensible huella patrimonial en las sendas de vida de vecinos y sucesores.

“Intercambio de bienes e ideas: la transformación entre los olmecas”; en este capítulo, con la intención de analizar y explicar la naturaleza de la presencia de rasgos olmecas en la cultura material e ideológica recuperada en sitios de la cuenca de México y de los estados de Morelos y Guerrero, María Teresa Uriarte se adentra en escudriñar orígenes y movimientos de una serie de valores estéticos. Analiza la transformación y adaptación de tales conceptos en nuevos espacios geográficos para expresar el control ideológico mediante un complejo sistema iconográfico que justificaba el poder divino y simbólico de los dirigentes, cuyos ancestros eran los dioses mismos. Parte del ensayo se centra en el estudio comparativo de una figura de cerámica, de las denominadas “baby face”, procedente de Atlihuayan, Morelos (sitio cercano a la ciudad de Cuernavaca), y que ahora se exhibe en el Museo Nacional de Antropología, y de una vasija efigie, asociada al culto del Dios Viejo del Fuego, recuperada durante las excavaciones de Cuicuilco, al sur de la Ciudad de México, que se exhibe en el mismo museo. La primera, de factura olmeca, porta como capa una piel con la imagen de un ser sobrenatural que muestra un rico repertorio iconográfico y permite su identificación con la deidad suprema del panteón olmeca. El llamado Dios I, conocido como el “dragón olmeca” o “monstruo cósmico”, señor del centro y de todos los rumbos y niveles del cosmos. Su asociación con Huehuetéotl, el Dios Viejo del Fuego, o con su advocación de Xiuhtecuhtli, señor del tiempo y del centro del cosmos en el pensamiento mexica, es evidencia de una larga tradición que atravesó tiempos teotihuacanos y toltecas.

“Relevancia de las hachas de piedras verdes y su relación con el hule en el espacio sagrado de El Manatí” es el título del ensayo que nos presentan Ponciano Ortiz Ceballos, Carmen Rodríguez y María Teresa Uriarte, donde analizan una de las expresiones más singulares de la ideología olmeca, la de realizar ofrendas masivas de hachas petaloides confeccionadas con piedras verdes; se ha propuesto que simbolizaban mazorcas o granos de maíz. Esta expresión ritual, característica de la magia simpática o imitativa, parte del principio de que lo igual atrae lo igual para propiciar la fertilidad de los cultivos de maíz, o como diría el poeta: “verde que te quiero verde”. El verde de las hachas, las pelotas de hule, los bustos, bastones o cetros de madera, los entierros de niños y diversos materiales vegetales, se conjugan con el rojo que envuelve los distintos contextos de tales ofrendas, y con el rojo que tiñe, cual sangre, el paisaje cuando las lluvias deslavan los afloramientos de hematita, abundantes en el cerro Manatí. Una montaña sagrada dadora de sustento, equiparable al concepto tardío del Tonacatépetl, el cerro de los mantenimientos, donde reposaba el maíz, en este caso simbolizado de forma perpetua en las hachas petaloides de piedras verdes llamadas jades.

“Marcos bucales como altares figurativos olmecas” es el tema de investigación de Anatole Pohorilenko (†). Sin duda el autor fue uno de los más connotados estudiosos de la iconografía olmeca; testigo de ello son los acertados trabajos que publicó al respecto. Desde una perspectiva que considera el arte olmeca como un sistema visual de comunicación estructurado, en este ensayo se centra en el análisis del simbolismo de las placas bucales que portan diversos personajes en la plástica olmeca. En un momento dado, cuando se reconoció la existencia de un panteón olmeca, se creyó que era el atributo de una deidad particular, pero más tarde se señaló que en realidad la pueden portar diversos seres humanos y sobrenaturales. Mediante un extenso análisis y revisión de las numerosas figuras que portan la placa bucal, establece una tipología y reconoce que éstas no sólo significaban cuevas o portales, sino que eran una especie de representación bidimensional de los llamados tronos o altares, característicos del inventario escultórico monumental olmeca, donde la boca de quien porta dichas placas equivale al nicho observado en el centro de este tipo de esculturas, asociadas al poder divino de los gobernantes. Podemos agregar que las palabras ahaw y tlatoani, utilizadas para designar al gobernante en maya y náhuatl, semánticamente se asocian con la idea de hablar, gritar, mandar u ordenar.

“Presencia olmeca en Chiapa de Corzo” es el trabajo con que Lynneth Lowe nos introduce en el estudio de la población zoque que ocupó dicho sitio en tiempos del periodo Preclásico Medio y su relación con la tradición olmeca de La Venta. Este asentamiento prehispánico, localizado al noreste de la actual población de Chiapa de Corzo, no tiene ningún nexo cultural con los hablantes de chiapaneca, lengua ahora extinta de la familia otomangue, que en el siglo XVI, al momento de contacto con los conquistadores españoles, tenía su sede principal de poder en las márgenes del río Grande de Chiapas, cerca de la entrada al Cañón del Sumidero. Inicia con un panorama general de las investigaciones que, sobre la presencia olmeca en la región, se han realizado desde la parte final del siglo XIX, con los trabajos pioneros de Eduard Seler y Walter Lehmann, hasta las exploraciones arqueológicas realizadas por la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo en la segunda mitad del siglo XX. Éstas permitieron diferenciar las dos ocupaciones anteriores del actual pueblo de Chiapa de Corzo: la zoque, correspondiente al Preclásico y Clásico, y la chiapaneca, del periodo Posclásico Tardío. En especial, el trabajo nos presenta los resultados de la exploración de una tumba de élite, localizada en la Estructura 11 del complejo astronómico denominado Grupo E, y el análisis del rico ajuar funerario, pletórico de materiales simbólicos de la religión olmeca. Orígenes y distribución de estos objetos suntuarios se contextualizan con el análisis de las rutas comerciales que permitieron su adquisición.

“El arte olmeca en las tierras bajas mayas”, de Oswaldo Chichilla, nos brinda un amplio panorama de la naturaleza contextual de las numerosas evidencias arquitectónicas, escultóricas y pictóricas de la cultura olmeca, localizadas en territorios ocupados por maya hablantes. Inicia resaltando la importancia del hallazgo de las pinturas de San Bartolo, en el noroeste del Petén guatemalteco, y el nexo entre el Dios del Maíz de los olmecas y el de los mayas del periodo Clásico. Señala asimismo que la iconografía del maíz fue utilizada como símbolo de la realeza, en términos de su importancia básica en la subsistencia humana, por lo que llegó a tener connotaciones de riqueza y abundancia que nutrían su simbolismo religioso. Los complejos astronómicos llamados Grupos E, que marcaban equinoccios y solsticios y permitían el cálculo de la duración del año solar, son objeto también de este trabajo. La disposición de las estructuras arquitectónicas, orientadas para señalar el cambio en las estaciones del año, se originó en La Venta y de ahí pasó al área maya. En Ceibal, Guatemala, una ofrenda localizada en el Grupo E, contuvo numerosas hachas petaloides en el más puro estilo olmeca. También se analizan mascarones, figurillas, pectorales y diversos objetos que denotan el uso de la parafernalia olmeca en ritos que señalaban el abolengo de los gobernantes mayas.

“La presencia olmeca en el altiplano y costa de Guatemala: ¿Interacción o imposición?” es el interrogativo título con el que Bárbara Arroyo analiza la presencia olmeca en tales espacios guatemaltecos donde diversas manifestaciones y objetos denotan una clara presencia ideológica de esta inconfundible cultura. Después de presentar una caracterización de la fisiografía que define y distingue a las dos regiones analizadas, la autora nos brinda un marco referencial sobre la situación actual de las investigaciones ahí realizadas y el conocimiento que ahora se tiene sobre la dinámica histórica y cultural que operaba en los inicios del primer milenio anterior a la era cristiana. Atendiendo a dicha división regional, aborda primero el análisis de las manifestaciones en la boca costa y costa del Pacífico, donde resalta la singularidad de la pintura rupestre llamada “El diablo rojo”, en Amatitlán, de clara factura olmeca. Un estilo que también se observa en los relieves de Chalchuapa, en El Salvador, en esculturas de Takalik Abaj y en el relieve del contorsionista de Suchitepéquez. Las evidencias recuperadas en El Mesak y La Blanca, sitios cercanos a la costa, igualmente acusan la presencia de relaciones no sólo materiales sino ideológicas con el área olmeca. Por el contrario, señala que estas relaciones son más débiles en el altiplano, de donde analiza las esculturas tempranas de Kaminaljuyú y El Naranjo, ambos sitios ubicados en los alrededores de la actual ciudad de Guatemala.

“Jaguares, caimanes, guacamayas y tiburones: las expresiones distintivas de una cultura hermana” son tópicos que aborda William Fash respecto a las evidencias olmecas en la cuenca del río Motagua, donde hasta la fecha se han localizado los únicos yacimientos de jadeíta en Mesoamérica. La investigación se centra en el sitio maya de Copán, en Honduras, más conocido por su arquitectura, arte escultórico y epigráfico del periodo Clásico, pero que fue también escenario de una importante ocupación durante el Preclásico Temprano y Medio. Es de la naturaleza de tales ocupaciones tempranas que se ocupa este trabajo. La información iconográfica que expresan los objetos recuperados en varias ofrendas funerarias le lleva a considerar que no sólo sirvieron para honrar a los muertos y su memoria, sino también para apaciguar a las fuerzas sobrenaturales. Éstas, representadas gráficamente en vasijas y objetos de jade, fueron veneradas por las élites como sustento ideológico y justificación de sus cargos. Si bien no comparte la idea de una cultura madre para los tiempos en que floreció La Venta, contemporánea con muchas de las expresiones hermanas de Copán, sí considera que San Lorenzo fue la abuela de muchas tradiciones culturales mesoamericanas.

“La lengua de los olmecas y su sistema de escritura” es el ensayo que cierra este volumen. La autoría es de Albert Davletshin y Eric Velásquez, quienes de una manera erudita conjugan los actuales conocimientos de la familia lingüística mixe-zoque y el avance epigráfico en el estudio de las distintas expresiones escriturales mesoamericanas. Proponen datos novedosos y originales respecto a la naturaleza de estas dos manifestaciones culturales, lengua y escritura, que afianzan varias hipótesis sobre los aportes que la cultura olmeca del área nuclear o metropolitana heredó a la tradición mesoamericana. Al mismo tiempo se reivindica, como descendientes de esta cultura, a los actuales pueblos mixes, zoques y popolucas, a quienes en la historia oficial no se les relaciona con un “pasado prehispánico glorioso”, como ocurre con mayas, zapotecas, mixtecas, nahuas, totonacas, huastecas o purépechas. Admiten la idea de que en la región de San Lorenzo se hablaba proto-mixe, mientras que en La Venta y su área de influencia la lengua era el proto-zoque. Analizan también la dinámica del origen y la diferenciación de préstamos lingüísticos, acorde con la evolución y estadio cultural de creadores y grupos receptores. Una a una las evidencias escriturales olmecas, que a la fecha se han propuesto, son analizadas de una manera objetiva para señalarnos que el sistema pictográfico olmeca fue germen de varios de los sistemas de escrituras mesoamericanas.

En su conjunto, podemos aseverar que los nueve trabajos que integran esta obra resultan pletóricos de datos novedosos, originales y, sobre todo, propositivos en cuanto a una nueva apreciación y valoración de la cultura olmeca, que como dijera Dominique Michelet, “si no fue la madre [hermana o abuela], sí la partera de la civilización mesoamericana”.

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