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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.53  Ciudad de México  2019

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.2019.53.982 

In memoriam

In Memoriam Peter J. Schmidt Schmitt (Hamburgo, 1940 - Mérida, 2018)

Eduardo Pérez de Heredia Puente


Se nos ha ido Peter Schmidt. Se va un extraordinario arqueólogo y restaurador, un gran defensor del patrimonio, un humanista universal, un incansable estudioso, una persona irremplazable que, para muchos, muchos afortunados, fue un maestro, un amigo, un consejero, un benefactor o un padrino. Para Pili, un compañero de vida. Las palabras no alcanzan para definirlo como persona. Los mayas con los que trabajaba y para los que trabajaba le llamaban Jalach winik. Primer hombre. Hombre verdadero.

Nos deja Peter Schmidt un legado académico impresionante en edificios restaurados, nuevas excavaciones y descubrimientos, poligonales de protección, caminos abiertos, colecciones formadas y estudiadas, minuciosos catálogos y registros, clasificaciones tipológicas, mapas, fotografías, dibujos ortográficos, piezas restauradas, planes y estrategias de manejo, libros, artículos, tesis, informes... Un tesoro tan grande y complejo (no completamente publicado) que se habrá de presentar y ponderar pausadamente en mejores reseñas. La tarea de resumir su vida en unas cuartillas es imposible, porque su historia de trabajo es muy larga y diversa y abarca todas las especialidades, que Peter transitaba como si no hubiera divisiones entre ellas.

Cuando bajé del tren en Mérida hace 30 años, el Dr. Peter Schmidt era ya una leyenda entre los estudiantes de arqueología. Su prestigio era enorme y su biografía abrumadora: había estudiado su doctorado en Hamburgo con Franz Termer, Wolfgang Haberland y Günter Zimmermann; tenía una formidable educación clásica, que incluía arqueología, historia, etnología, arte y filosofía, botánica y zoología; hablaba y escribía perfectamente alemán, francés, castellano e inglés; sabía latín, griego antiguo y maya. En su cruzada para proteger el patrimonio de Mesoamérica había estado en todos lados, comenzando sus trabajos con estudios arqueológicos y etnográficos en Nicaragua, para pasar a Belice en 1968 como comisionado de arqueología. Allí estableció el Registro de Sitios y Piezas de la Colección Nacional, excavó y restauró Xunantunich y Cahalpech, determinando y abriendo sus rutas de acceso, visitando remotos sitios por veredas de chicleros y atendiendo reportes de saqueos a lomos de mula y caballo, mientras encontraba tiempo para redactar una Ley de Arqueología y planear un museo para la nueva capital, Belmopán.

En 1973 llegó a México, donde se asentaría de por vida, volviéndose en su corazón mexicano. Inició aquí como director del Proyecto Huejotzingo en el valle de Puebla Tlaxcala, realizando extensos recorridos y excavaciones para determinar el patrón de asentamiento en las diferentes épocas prehispánicas y creando la primera tipología cerámica y lítica del área. Además, participó en el descubrimiento de los murales de Cacaxtla, escribiendo un detallado informe en que se constata por primera vez el nexo de estos murales con la cultura maya.

Cuatro años después, Peter Schmidt se integró al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), al que dedicaría cuatro décadas de su vida, siendo comisionado al área maya, donde participó en los proyectos de El Meco y Kohunlich y realizó extensos recorridos por Quintana Roo, Campeche y Yucatán, descubriendo en Chiapas el sitio de Plan de Ayutla. También desarrolló un reconocimiento de Calakmul, de donde obtuvo la primera estratigrafía. Como encargado de la Ceramoteca de Mérida realizó la primera clasificación de sus materiales, para ser nombrado después Director del Museo Palacio Cantón desde donde atendió también a la conservación de Chichén Itzá.

Para entonces ya había cambiado la mula de sus primeras exploraciones por una vetusta combi Volkswagen que mantenía cuidada con esmero y manejaba como un cohete con gran despreocupación. Era el mítico sabio que dirigía el fabuloso Palacio Cantón, el museo que él mismo había levantado de los remanentes del Museo Yucateco y de piezas y colecciones sobrevivientes de azarosas vidas. Como la Isla de Cozumel para los mayas, la Meca para los musulmanes y Roma para los católicos, para los estudiantes de arqueología maya el Palacio Cantón era el máximo centro de peregrinación en el norte de Yucatán: allí se exhibía la estela de Tabi, el rey de Kabah y el plato Blom, cuyas fotografías estaban impresas en todos los libros de arqueología, y sus bodegas albergaban maravillas vistas por pocos, sobre las que suspirábamos con reverencia. Unos cuantos compañeros presumían con orgullo que habían hecho allí su servicio social, y recordaban las vasijas policromadas y los jeroglíficos que habían dibujado, o las figurillas de Jaina y Teotihuacan que habían tenido en sus manos; algunos incluso alegaban haber visto fugazmente los jades olmecas de Chaksinkín, o los cascabeles de oro y los textiles del Cenote Sagrado. Tuve también la suerte de ser admitido para cumplir mi servicio social en el museo y pude conocer a Peter como arqueólogo. A la fecha no he visto a nadie que practicara la arqueología con tal pasión, ahínco, intensidad, disfrute y dedicación como él.

Su aspecto afable y calmado escondía una incansable actividad que nacía de una curiosidad inagotable, y esa necesidad de conocerlo todo le hacía insensible al desaliento o la adversidad. Conservo recuerdos de Peter haciendo mil actividades en la bodega del Palacio Cantón, como en un estroboscopio: en un parpadeo le veía desaparecer en un pasillo con una ficha del catálogo, para reaparecer un instante después con una pieza en las manos, enmendar una lista, escribir una nota, checar el barómetro, corregir tu dibujo, devolver la pieza a su lugar, consultar un libro, rellenar la pipa, anotar una bibliografía, pasar la página del calendario, abrir la correspondencia, afilar sus lápices, revisar un muestrario, dar de comer a los gatos, subir a su despacho a redactar un oficio con doña Margarita Góngora, su secretaria de siempre, atender brevemente una visita, regresar a la bodega, pegar dos tepalcates de una vasija que tenía en proceso, subir a la azotea a revisar una gotera y, al regresar, discutir del estado de una pieza de madera con la restauradora Rocío Jiménez Chiri. Peter hacía todo eso en quince minutos con impasible calma. Como un reloj de arena, sin prisa, pero sin pausa. A lo suyo y siempre sonriendo.

Como maestro era atento y paciente, pero impredecible; enseñaba a ráfagas y sin un orden aparente. Un día encontraba tiempo para mostrarte el ya venerable libro del Templo de los Guerreros, con los dibujos de Anne Morris, cuyas páginas pasaba con infinita precaución y cuidado; otro día se entretenía dándole vueltas a una escultura, enseñándote a distinguir las marcas del nuevo catálogo del museo de otras más antiguas, que podían ser de la época de Monumentos Históricos o de la Institución Carnegie, y te hacía entender que una pieza contiene muchas historias; y otro día más te enseñaba a observar en una vasija las huellas de uso y de deterioro accidental, a distinguir si una rotura era antigua o moderna, o a apreciar diferencias en la textura del engobe. Una mañana te hacía leer una oscura nota en una lámina de George Brainerd, mientras otra te enseñaba una foto de una vasija igual a la que tenía en sus manos y que se encontraba en algún otro museo del mundo.

Y al día siguiente, con los ojos brillando, llegaba con una cajita y desenvolvía fascinado un nuevo objeto, sin importar lo que fuera, un pedazo de estuco o un metal corroído y te contaba su historia. Enfatizaba el valor contextual de las colecciones sobre las piezas. Abogaba por sistemas de clasificación sencillos, pero insistía en la aplicación rigurosa de la metodología, y era muy exigente con el registro. Te corregía los acentos. Aunque su conducta podía parecer aleatoria, por no decir excéntrica, daba la sensación con Peter de que todo obedecía a un orden establecido, un plan de relojería tan complejo que solo él conocía en su totalidad, y del que te iba desvelando partes poco a poco.

El área de exhibición permanente abierta al público en el primer piso del Palacio Cantón era impresionante y se mantenía impecablemente atendida con el concurso de un gran equipo de colaboradores, pero a mi entender su verdadero orgullo y pasión estaba en las entrañas del museo. Pasaba mucho más tiempo en la bodega que en su despacho, conocía la historia y procedencia de cada pieza y cada fragmento, procuró su mejor conservación, y con la ayuda de la arqueóloga Landy Pinto creó el impresionante Catálogo de Piezas del Palacio Cantón, a través del paciente trabajo de investigación y cabal registro de muchos años, que es uno de los grandes activos del Museo y que ha servido y sirve a innumerables investigadores para el avance de la arqueología maya. Tal es su verdadero legado de aquella época: el corazón del museo.

En 1993 fue nombrado director del Proyecto Arqueológico Chichén Itzá como un reconocimiento a sus años de esfuerzos para la protección del sitio y dando paso a uno de los periodos más fructíferos en su vida académica, pero sus primeros trabajos en Chichén Itzá se remontan mucho antes, a 1979, cuando realizó quiza la más icónica de sus obras: la restauración de las fachadas este y sur de la pirámide de K’uk’ulkan. Peter conocía íntimamente los trabajos de restauración arquitectónica realizados en el sitio, ya fueran las intervenciones de Miguel Ángel Fernández en el Juego de Pelota, de Earl Morris en el Templo de los Guerreros, de Karl Ruppert en el Caracol, de José Erosa y Manuel Cirerol en la Pirámide de K’uk’ulkan, o de John Bolles en las Monjas, por mencionar algunos de los más influyentes y conocidos, y defendía que, como un manual del arte de la restauración arqueológica, estos edificios de Chichén Itzá presentan un abanico de ejemplos de las cambiantes visiones de la filosofía de la conservación, abarcando un amplio espectro de posturas, de gran valor didáctico, y que han adquirido ya un valor histórico propio.

Es en este contexto donde hay que resaltar su intervención en la pirámide de K’uk’ulkan, donde propuso, frente a la restitución completa que se había realizado en las fachadas norte y oeste en la década de 1930, un radical ejercicio de estricta consolidación en las fachadas este y sur, más en acuerdo con los pensamientos de Augusto Molina Montes y las resoluciones de la Primera Reunión Técnica Consultiva sobre Conservación de Monumentos y Zonas Arqueológicas de 1974. Con esta valiente propuesta de contraponer ambos extremos de intervención, Peter logró un equilibrio tanto estético como conceptual y didáctico. Con la decisión de consolidar estas otras dos fachadas como aparecían en su etapa final de deterioro, en contraste a la etapa de apogeo que pretende emular la primera intervención, añadió mayor dimensión temporal a la obra arquitectónica al presentarla, más que como un edificio terminado e inamovible, como una obra dinámica, sometida al devenir de la Historia. Entre los dos polos de intención restauradora plasmados así en la pirámide queda englobado el resto de las intervenciones en el sitio, como portada y contraportada de un libro material de restauración. Como anécdota, la cuidadosa excavación de Peter determinó que, en el caso de la escalinata este y contradiciendo lo dicho por Landa, no está formada de 91 escalones sino de 90 solamente, los cuales fueron debidamente consolidados.

En cuanto a la investigación, ya entonces su interés iba más allá del área monumental de la ciudad, extendiéndose a las casas comunes y las unidades habitacionales, al patrón de asentamiento, el aprovechamiento agrícola, las fuentes de agua y la cronología entre otros. En 1979 escribía en su primera publicación1 acerca de Chichén Itzá: “¿Cuáles son los datos de los que disponemos y cuáles las principales deficiencias? ¿Cuáles son las posibilidades de completar la información y cómo se puede proceder para esto?” Si divisó ya entonces un plan para lograrlo no lo dejó por escrito, pero definitivamente se puso manos a la obra. Trazó la poligonal de protección legal del sitio y determinó el desvío de la carretera que anteriormente atravesaba por el centro de la zona. También recuperó los materiales de las excavaciones de instalación del lamentable espectáculo de Luz y Sonido de 1979 (proyecto al que se opuso sin éxito y del que se quejó hasta sus últimos días) y excavó la cueva de la pista aérea donde encontró un extraordinario contexto de entierros infantiles. Debido a su ánimo incansable y a su carácter amistoso y sencillo, Peter fue adoptado por los decanos de los custodios de Chichén Itzá, don Félix y don Arcadio Salazar, quienes compartieron con él su amistad y su conocimiento del sitio y le guiaron hasta el último grupo, cenote y rejollada. En la siguiente década Peter continuó con la protección de Chichén Itzá y realizó el rescate del terreno en que se erigió el Parador Turístico, infraestructura del Gobierno del Estado de Yucatán. También escribió el guión de su pequeño museo, y se opuso con éxito a que se talaran todos los árboles entre el Parador y la Pirámide, como pretendían los afamados arquitectos de la obra. En fin, sus acciones en el sitio y sus escritos posibilitaron ciertamente su participación en la Declaratoria de Zona de Monumentos Arqueológicos en 1986, ampliada en 1988, y finalmente en la Declaratoria de Patrimonio Mundial de la UNESCO de Chichén Itzá en 1988, una de sus más grandes satisfacciones.

En 1993, Peter reunió a un nutrido grupo de entusiastas arqueólogos para acometer el ambicioso Proyecto Arqueológico Chichén Itzá, incluyendo actividades de excavación, restauración, mapeo y análisis2. El Proyecto Chichén estaba enfocado en una serie de edificios monumentales seleccionados por Peter: el Grupo de las Mil Columnas, a cargo de José Osorio y Maritza Carrillo, el Grupo del Cenote Xtolok por Lilia Fernández Souza, el Templo de las Mesas por Víctor Castillo, el Patio Galería 2D6 por Luis Pantoja, el Sacbé del Cenote Sagrado por Patricia Fernández y el Grupo y Pirámide del Osario, a cargo de él mismo. La selección de los frentes de investigación respondía en cada caso a un conjunto de necesidades de diferentes órdenes, que incluían prioridades de restauración arquitectónica por causas de deterioro, prioridades de investigación de diferentes disciplinas y, en general, la recuperación del espacio urbano original y sus vialidades, mejorando la calidad e impacto de la visita turística, entre otras. Estas ideas extendían las preocupaciones originales de Peter, plasmadas en sus escritos desde 1979, con el mapeo del sitio y el estudio del patrón de asentamiento, incluyendo estudios de murallas y sacbeo’ob, por Francisco Pérez y Rafael Cobos. Se acometió el estudio de fuentes de agua por Rocío González y se iniciaron análisis de materiales, como trabajos de petrografía por Carmen Varela y Heajoo Chung, análisis de lítica y procedencia de obsidiana por Geoffrey Braswell, análisis óseos por Manuel Arias, de etnología por Julio Hoil, de zooarqueología por Christopher Goetz y de cronología cerámica por quien escribe. Todas las actividades del proyecto estaban ligadas por un sistema único de lotes, integrado en una base de datos creada expresamente y mantenida por Sidney Hollander.

La excavación y restauración monumental aumenta la complejidad de las tareas de un proyecto arqueológico, y mientras unos trabajadores se especializaban en albañilería de piedra, otros demostraban su habilidad con los acabados de estuco, en preparar mezclas, levantar complejos andamios o en realizar hornos de cal, destacando los maestros Candelario Perera, Abel Cimé, Pedro Pablo Aké y Jorge Pot, mientras Victor Trujeque y Francisco García demostraban su pericia manejando el volquete. En cada área de trabajo el más anciano o experto actuaba como hmen y se encargaba de realizar constantemente las ceremonias que consideraba necesarias para la salud espiritual de los integrantes del grupo. El largo aliento del proyecto permitió que, de una manera natural, las palapas construidas en cada área de excavación por la necesidad de proteger los materiales de construcción y el equipo delicado de la lluvia comenzaran a transformarse en verdaderas escuelas de campo donde se impartían clases de matemáticas, dibujo ortográfico y técnicas arqueológicas. Surgieron así excelentes técnicos de excavación de contextos especiales, y también dibujantes consumados y topógrafos como Severiano Hun, Vicente Cimé, Ildefonso Hoil y Guillermo Couoh. Los beneficios de este aprendizaje mutuo para el proyecto fueron palpables, pues se amplió considerablemente la capacidad de obtener un registro completo y de alta calidad rápidamente y sin entorpecer otras labores, el cual ha servido en una cantidad de tesis profesionales, monografías y artículos, y forma parte del importante acervo gráfico del Proyecto Chichén.

El amplio edificio del campamento, aparte de albergar una gran cocina, dirigida por los ah k’oben yah Sam Cemé y Celia Tun, tenía buenas instalaciones y se convirtió a instancias de Peter, y con la ayuda de Paulino Hun y quien esto escribe, en un eficiente laboratorio de campo que, integrando y capacitando a un equipo de mujeres de las comunidades cercanas, como Carolina Mex, Adriana Chi, Diana Cupul, Emilia Caamal y Marta Caamal, quienes se convirtieron en excelentes dibujantes, especializándose en el procesamiento, cuidado, catalogación y clasificación de piezas arqueológicas, sería un claro ejemplo de lo que Peter consideraba una curaduría integral desde la excavación. Los resultados de dos décadas de perseverar en este trabajo deben considerarse otro importante logro del Proyecto Chichén, habiéndose compilado a la fecha un catálogo de más de 30,000 piezas de diferentes materiales, incluyendo obsidiana, sílex, concha, jadeíta, hueso, madera, estuco, turquesa, ámbar y cobre, entre otros. Se procesaron más de dos millones de fragmentos cerámicos y más de la mitad de éstos ha sido clasificada tipológicamente. La conservación de dichos materiales en muebles de muestrarios suficientes y adecuados permitió su fácil acceso y consulta por parte no solo de los arqueólogos del proyecto, sino por una larga serie de colegas e investigadores de un gran número de instituciones científicas. Como en el Palacio Cantón, Peter tenía una política de puertas abiertas, sin distinción de profesores o alumnos, pues creía firmemente en que la difusión libre del conocimiento es necesaria para el avance de la ciencia.

La impronta de los trabajos de Peter Schmidt en el área visitable entre 1993 y 1994 es notoria en la percepción urbanística del sitio, que mejoró considerablemente, respetando y complementando intervenciones anteriores, e integrando grupos, murallas y sacbés, y facilitando el entendimiento de la ciudad para el visitante. Los trabajos de esos años en Chichen Itzá definen los altos estándares de excavación y registro exigidos por Peter, que permitieron, por un lado, trabajos de conservación arquitectónica más completos y certeros, y, por el otro, establecer clasificaciones, seriaciones y tipologías más concretas y confiables. En términos operativos, esta exigencia de calidad implicaba un mayor número de arqueólogos y especialistas, equipos de trabajo más pequeños y mayor lentitud en los trabajos, lo cual fue compensado mediante el entrenamiento y la capacitación de todo el personal, la maximización de recursos y el trabajo duro. Peter promovió además al interior del Proyecto Chichén y en nuestras relaciones con la comunidad estándares de seguridad, inclusión, diversidad, igualdad y respeto a los derechos humanos y nunca toleró actitudes racistas ni sexistas.

Apoyó siempre los trabajos de conservación de bienes muebles por destino en el sitio, compartiendo su conocimiento con numerosos especialistas de la Escuela Nacional de Restauración del INAH que trabajaron en monumentos ya excavados anteriormente, como los murales y acabados del Templo de los Tigres, el Templo de las Monjas, el Templo del Chacmol y la Subestructura del Castillo, por Haydeé Orea, Claudia García y Adela Vázquez, y la Plataforma de Venus, por Ivonne Paz y Armando Ugalde. Además, se aseguró de que los nuevos hallazgos del Proyecto Chichén que lo requiriesen recibieran atención especializada desde el descubrimiento, como en el caso de la subestructura del Templo de las Mesas por las conservadoras Frida Mateos y Pilar Dorantes.

En 1997 se renuevan los esfuerzos arqueológicos en Chichén Itzá, tras una breve interrupción, pero esta vez Peter elige una localización fuera del área principal: el Grupo de la Serie Inicial. Apoyado por José Osorio como jefe de campo y con la colaboración de los arqueólogos Gabriel Euán, Luis García, Andrea Ruf, Adán Pacheco, Ana Martín, Francisco Pérez, Rocío González y Amílcar Pat en la administración, el Grupo de la Serie Inicial es el trabajo de mayor madurez de Peter, el más acabado y el de mayor relevancia en términos de investigación para el entendimiento de Chichén Itzá. Destacan varios descubrimientos particulares, como la Subestructura de la Serie Inicial del periodo Clásico Tardío, que amplía la antigüedad de la actividad urbana en el sitio; el hallazgo de la Plataforma de la Tortuga, de importante significado ritual, y del gran arco de entrada; el establecimiento de una estratigrafía clara y continua desde el Clásico Tardío al Posclásico Temprano y la excavación precisa de una serie de contextos funerarios que añaden invaluable luz a las prácticas mortuorias en la ciudad y, sin duda, la recuperación de paneles completos de relieves escultóricos.

En el Grupo de la Serie Inicial, la restauración arquitectónica se benefició de la experiencia adquirida por los arqueólogos y equipos de excavación y registro en los años anteriores, y se tradujo en ejercicios muy sofisticados de anastilosis de los frisos decorados con bajorrelieves y de los mascarones y otros elementos, recuperándose así valiosa información de la iconografía de Chichén Itzá, desde el inicio del Clásico Terminal en la Casa de los Falos, hasta el Posclásico Temprano en la Casa de los Caracoles y la Casa del Jaguar Danzante, por José Osorio, y el Posclásico Medio en el Templo de los Búhos y la Casa de los Monos por el propio Peter. La iconografía recuperada relaciona al Grupo de la Serie Inicial con el paraíso o mundo florido, llamado Ya’lma ka’an en maya y Tamoanchan en náhuatl, la Casa del Sol, un lugar de abundancia poblado de árboles de cacao y aromáticas flores, joyas de jade y aves de extraordinaria belleza.

El hecho de que nos haya descubierto este paraíso florido es más que adecuado, porque Peter amaba con pasión la fauna y la flora y ejercía de guardabosques de Chichén Itzá desde su llegada al sitio. No sólo impidió el arboricidio que planeaban los arquitectos del Parador Turístico, sino que persiguió y logró que la Declaratoria de 1986 incluyera, además de los monumentos, la protección de la vegetación, algo pionero en las declaratorias hasta entonces. Peter mantenía un censo en su cabeza de todos los árboles y plantas de Chichén Itzá. Conocía cada especie y sus usos, y cortar o dañar sin necesidad un árbol -o cualquier forma de vida- era bajo su mando un pecado mortal. Por cada árbol que caía plantaba otros diez. Pensaba que el derecho de los mayas a su tierra y a sembrar la milpa era inalienable, y que sólo ellos podían cazar en el monte. Tenía prohibidos los venenos, pesticidas y plaguicidas. Trasplantaba las orquídeas y bromelias que caían al suelo en las tormentas.

Han pasado varios años desde los últimos trabajos arqueológicos en el Grupo de la Serie Inicial. Las marcas de las intervenciones han comenzado a desvanecerse. La pátina de la vida tropical, que todo lo iguala, ha reclamado su reino y la vegetación preservada con tanto cuidado por Peter se ha fusionado de nuevo con la extraordinaria arquitectura recuperada. El resultado de una filosofía de tratar a cada obra como un caso único de estudio y conservación, y las rigurosas anastilosis logradas, se conjugan con su amor por la naturaleza en una obra maestra: la restauración integral del Grupo de la Serie Inicial; el jardín del paraíso o Tamoanchan, según Peter Schmidt. Es evidente que abrir este grupo indiscriminadamente a la visita pública masiva pondría en peligro el extraordinario equilibrio logrado entre la conservación de la naturaleza y la del patrimonio cultural y acabaría con el valor integral de su obra.

Entre sus últimos trabajos de restauración arquitectónica destacan el Akabdzib en 2005, con José Osorio, Gabriel Euán y Luis García; el Sacbé Norte del Osario, con Luis García y Gabriel Euán en 2007, y el Juego de Pelota de la Casa Colorada en 2009, con José Osorio, Francisco Pérez y Rocío González. En 2007 supervisó y coordinó la redacción del Plan de Manejo de la Zona Arqueológica de Chichén Itzá con un equipo de dieciocho especialistas de diversas disciplinas del INAH, aún vigente.

Era un gran observador. Estaba obsesionado con la importancia del registro, no solo de piezas arqueológicas y edificios (alzados, plantas, cortes, estratigrafías), sino especialmente de todas las fases de las excavaciones, hallazgos y contextos. Dibujaba todo y hacía que lo dibujáramos todo, creando un gran acervo de dibujos ortográficos de Chichén Itzá, que se aúna al registro fotográfico de tres décadas de actividades del proyecto. Se enriqueció asimismo el registro del sitio con la generosa participación de Merle Greene, quien contribuyó con cientos de rubbings de bajorrelieves, incluyendo los nuevos hallazgos del proyecto, como la Estela 1, la única del sitio, encontrada y restaurada por Peter.

Llevó a cabo además un gran número de rescates y salvamentos dentro de la poligonal y fuera de ella, aparte de atender desastres como incendios y huracanes, impedir destrucciones por instalaciones y desfacer otros entuertos. La insistencia de Peter en que se extendiera la procedencia de técnicos, albañiles y ayudantes del proyecto lo más posible alrededor de Chichén hacía que llegaran personas de todos los rumbos, de Pisté, Xcalacoop, San Felipe, Xkopteil, San Felipe Nuevo, Yaxché y Xcalakdzonot, entre muchos otros poblados, y tuvo como benéfica consecuencia que se creara una red de información global y alerta temprana, a través de la cual Peter sabía desde dónde se iban a quemar ese año las milpas hasta quien había abierto una nueva mensura, roto una reja o movido una mojonera, pudiendo actuar de manera inmediata para impedir desastres y evitar abusos contra la zona. “Cuando el daño ya está hecho es difícil de revertir. Hay que estar alertas, llegar a tiempo, intervenir antes de que se produzca”, recalcaba.

Fue profesor en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en la Ciudad de México, y en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán en Mérida. Entretanto halló tiempo para ser curador de exposiciones internacionales y locales, escribir libros y artículos, asistir a congresos y presentar conferencias. Fue colaborador desinteresado y amigo de decenas de colegas en el INAH y la ENAH, en la UNAM, la UADY y en muchas universidades de todo el mundo, además de dirigir y asesorar un gran número de tesis de diferentes grados y editar un número mayor aún de artículos científicos. Sus escritos no son muy abundantes, pero lo certero del contenido es lo que importa. En efecto, cuidaba mucho sus palabras y escribía con sumo tiento, creo que temeroso, más que de equivocarse, de que no le entendiéramos bien.

En sus últimos años, Peter Schmidt recibió numerosos reconocimientos a su labor, destacando la Medalla UNESCO de la Diversidad Cultural otorgada en 2014 por sus aportaciones en materia de conservación y conocimiento del patrimonio histórico de Yucatán. Sin embargo, el mayor reconocimiento que podemos tributarle es continuar con el cuidado de la herencia enorme que nos deja y que apenas queda bosquejado en estas páginas. Respetuoso de todas las creencias, era un racionalista consumado, pero religiosamente, cada 3 de mayo se erigía en Chichén Itzá la Santa Cruz, la patrona de los albañiles y de los cruzoob, los mayas rebeldes, sobre todos los edificios que estaban siendo excavados y también en el campamento, y en nuestros corazones.

En el funeral, al ver pasar la gran cantidad de estudiantes a los que había enseñado Peter en su vida y que fueron a despedirse de él, me di cuenta de que faltaba un número 10 veces mayor de sus alumnos, que viven en otros lugares de México, América, Europa o Asia y que hubieran querido también decirle adiós en persona, y comprendí, sin poder evitar una sonrisa, que somos un ejército, y que quizás ese había sido siempre el plan de Peter.

Hach ki'imak in wóol in meyahtikech

Eduardo Pérez de Heredia Puente

Mérida, 8 de Octubre de 2018

1 Memoria del Congreso Interno del Centro Regional del Sureste, Mérida, 1979.

2Proyecto Arqueológico Chichen Itza. Archivo Técnico del INAH, México, 1993.

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