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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.49  Ciudad de México mar. 2017

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.2017.49.848 

Reseña

Enzia Verduchi (ed.), Mayas en Campeche. Nueva piedra de término, fotografías de Francisco Mata Rosas, edición bilingüe español e inglés. San Francisco de Campeche: Secretaría de Cultura del Estado de Campeche, Editorial Turner, CONACULTA y Pámpano, 2013, 262 pp. + ilustr. ISBN 978-84-15832-37-9.

Mario Humberto Ruz1 

1Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, México

Verduchi, Enzia. Mayas en Campeche. Nueva piedra de término. ,, San Francisco de Campeche: Secretaría de Cultura del Estado de Campeche, Editorial Turner, CONACULTA, Pámpano, 2013. 262 pp. ISBN: 978-84-15832-37-9.


Si la imagen de los mayas peninsulares pudiera reflejarse en alguno de aquellos antiguos espejos de tres hojas, no cabe duda que los habitantes del territorio hoy yucateco se mirarían de frente, ocupando una posición de honor, mientras que los del actual Quintana Roo se situarían en el espejo ubicado a la derecha del espectador, el Oriente, con clara definición en su centro, teniendo como fondo cruces parlantes. A los mayas de Campeche, por su parte, les correspondería el espejo de la izquierda, en especial en su parte superior y, en alguna medida, difuminados.

La ubicación en los cuerpos de azogue se correspondería ciertamente con su localización geográfica, mientras que la nitidez de las imágenes, más que a la propia de los sujetos reflejados, se explicaría por la atención que les han prestado tanto los estudiosos del universo peninsular como los grupos en el poder a lo largo, no de años, sino de centurias. Por ello, la aparición de un texto consagrado en su totalidad a los mayas de Campeche, y editado con esmero, pasión y elegancia por el Gobierno del Estado, es un acontecimiento relevante digno de aplauso.

Más relevante aún si se toma en cuenta que se dedica casi en su totalidad a los mayas contemporáneos, que se aproxima a ellos desde un enfoque multidisciplinario (historia, lingüística, antropología y etnología) y que no parecen haberse escatimado recursos en hacer una edición muy digna, en gran formato, que muestra, con lujo de espléndidas fotografías (casi en su totalidad debidas al talento de Francisco Mata), a quienes constituyen parte imprescindible de ese “tesoro escondido”, como se publicita al estado a nivel turístico nacional e internacional.

Buscando situar a los mayas en el territorio que ocupan desde antiguo, el texto inicia con una aproximación de corte etnológico-histórico, con un texto de Mario Humberto Ruz que intenta dar cuenta de los afanes diarios de mayas, canules, chontales y cehaches al momento de la llegada de los hispanos y la manera en que su cotidianeidad se vio trastocada por la conquista, la colonización y el adoctrinamiento religioso, cambios que enfrentaron con garbo gracias a su continua e inteligente capacidad de creación y re-creación socioeconómica, ideológica y cultural en todos los órdenes, sin desdeñar la huida e incluso el enfrentamiento directo cuando ello se avaló necesario. Así, aunque mermados numéricamente y ocupando a menudo las posiciones más bajas en la escala socioeconómica (que no en la cultural), los mayas lograron trascender el período colonial, si bien para entonces el universo campechano era clara amalgama de mestizajes biológicos y culturales, urdidos de manera singular e irrepetible.

No en balde, en 1865, tras su visita a la Península, que en el caso campechano incluyó los principales poblados del llamado Camino Real (Becal, Halachó, Calkiní, Hecelchakán, Pomuch, Tenabo), el puerto, San Román, Lerma y El Carmen, escribía a su suegra la emperatriz Carlota:

Aquí se ve lo que ya casi no se encuentra en el atormentado territorio de las antiguas posesiones españolas: un pueblo que ha conservado sus costumbres y su autonomía en medio de la destrucción general que ha reinado en todas las otras partes, y que ha sido lo bastante vigoroso para sobrevivir con su energía, su patriotismo y su sociedad intactos a las más grandes aberraciones y a las doctrinas más peligrosas, llevando a cabo, sin ruido y sin conmociones, todos los cambios y todas las modificaciones que los tiempos le han exigido.1

De algunos de esos cambios y modificaciones, y de los giros que actualmente presentan, trata el segundo capítulo del libro, a cargo de Daniela Maldonado Cano y Mario Humberto Ruz, que constituye un apretado resumen etnográfico donde se abordan a vuelapluma temas como la organización social, el trabajo, los patrones de emigración, la cosmovisión y los rituales, al tiempo que se busca trascender la mera descripción para exponer algunas de las problemáticas más agudas que enfrentan los mayas de Campeche como individuos y como cultura viva; esto es, una cultura que en modo alguno pretende perdurar como entidad separada y mucho menos anquilosada, sino que ubicada “En un espacio en donde tradición y modernidad confluyen en los diversos ámbitos de la vida cotidiana, la influencia de modelos externos… transforma, admite, niega o adopta nuevos ingredientes en un proceso que hoy, como desde hace siglos, le permite permanecer como creación cultural peculiar”, pese a que las condiciones para hacerlo son cada vez más arduas y requieren, por tanto, de mayor inventiva.

Ejemplos de ello, se nos dice, se observan con claridad en el enfrentamiento permanente que, auspiciado en buena medida por los medios de comunicación, se da entre factores tan diversos como la necesidad y el deseo, la moda y la norma, la etnicidad y el prestigio de lo “no-indio”, nuevas maneras de aprehender el mundo y la cosmovisión heredada; en fin, la “modernidad” y lo tenido por “tradicional”.

En este proceso de cambio el panorama está lejos de ser homogéneo: cada comunidad ha ido procurando estrategias que le permitan insertarse en el paisaje global de aquello que la política y la economía entienden como desarrollo, con independencia de lo que pueda considerarse ético o estético. Lo admitido, tolerado, celebrado, buscado o rechazado, parecería estar cada vez más condicionado a las propuestas que se difunden a través de la radio y la televisión.

Uno de los bastiones de “lo maya” más asediados por los fenómenos de la pretendida modernidad y la globalización es sin duda el idioma, al cual se dedican varios párrafos en el capítulo anterior y que es abordado con detalle en el texto de Fidencio Briceño, sin duda uno de los especialistas en el idioma maya más reconocidos a nivel internacional, quien nos recuerda que en el estado se registran hablantes de cerca de 40 lenguas, entre las cuales predomina claramente el maya. Tan abundante cantidad de lenguas no significa, empero, un número crecido de hablantes. De hecho los hablantes de lenguas indígenas (HLI) en el estado no superan los 90 mil, a diferencia de Yucatán y Quintana Roo, donde tan sólo de hablantes de maya se contabilizan cerca de 200 mil y más de medio millón respectivamente.

Briceño no se limita a hablar de la maya, esboza también las condiciones en que se encuentran otras lenguas mesoamericanas, en especial las empleadas por los guatemaltecos desplazados a causa de la brutal represión emprendida por los grupos en el poder en su país de origen a partir de la década de los ochenta, y del ch’ol, utilizado por un creciente número de emigrados chiapanecos que se han asentado también en Tabasco y Yucatán, y han hecho de su idioma el tercero más numeroso en Campeche después del castellano y el maya.

Empleada en particular en los municipios norteños, la lengua maya da lamentables muestras de decremento en el número relativo de hablantes, a la vez que se aprecia la tendencia a usar el idioma en ámbitos sociales cada vez más limitados, en especial el hogar. Intervienen en ello diversos factores, incluyendo el hecho de que los servicios educativos y los métodos de enseñanza no favorecen la permanencia de la lengua y, mucho menos, su difusión, y, por otro lado, la creciente migración y la penetración de los medios masivos, que emiten su programación básicamente en español. Lo anterior, aunado a la marginación socioeconómica, la escasa valoración de la diversidad cultural en el ámbito cotidiano, así como la casi inexistencia de programas de formación de docentes con enfoque intercultural bilingüe, dificultan la recuperación de los saberes ancestrales, incluyendo el idioma materno.

No resulta extraño, entonces, que la pérdida más acelerada -en esa que Briceño califica como “crisis lingüística”- se detecte entre la población más joven, en especial en ámbitos urbanos, donde los hablantes de lenguas mesoamericanas suelen vivir dispersos e inmersos en un contexto que les exige comunicarse en español.

En efecto, en la negociación con la modernidad, algunos de sus baluartes, como la lengua, han debido revalorarse, pero resulta lastimosamente claro que el idioma maya es para muchos sinónimo de rural, anciano, fuera de moda, pobre, indio, desempleado. Todo aquello de lo que muchos quisieran alejarse. El español es la lengua de las telenovelas, de los deportistas célebres, de los libros escolares, de la computadora, de las campañas políticas, de la Biblia y del cable. El idioma de los ricos, los “educados”, los famosos, los triunfadores.

Cabe apuntar, sin embargo, que como en cualquier otro fenómeno sociocultural, el panorama no es homogéneo. Están también, por ejemplo, aquellos HLI que no pueden insertarse en algunas dinámicas cotidianas por no saber otro idioma. Así, en Campeche, de cada cien personas que declararon hablar lengua indígena, 14 eran monolingües, debiendo enfrentarse por ello a una doble marginación, pero existen a la par jóvenes mayahablantes que han optado por hacer de su idioma un recurso más adaptable, empleándolo hasta en los mensajes enviados a través de un teléfono celular.

Destacan, en el panorama lingüístico, prestigiosos poetas que a través de la nueva creación literaria contribuyen a la revaloración del idioma de sus abuelos, como lo muestran las obras de Waldemar Noh Tzec, Margarita K’u Xool y Briceida Cuevas Cob, quien participa en el volumen con el ensayo titulado K’a’asaje báaxal tuch’bil ju’un ku xik’nal (“El recuerdo es un papalote”), que nos permite volar por los horizontes memoriosos de la escritora, y acompañarla en la remembranza de sus primeros juegos, sus temores y gozos infantiles, el dolor de una cuasi orfandad materna provocada por negligencias médicas, el despertar al mundo de la tradición oral a través de la voz y la gestualidad de la abuela, su empecinado afán por aproximarse al mundo de las artes que supo de escollos en el campo de la música, pero de un continuo y firme andar en el de las letras, donde es hoy figura internacionalmente reconocida. “La poesía salva”, apunta Briceida Cuevas. Le faltó acaso precisar que los salvados son no sólo quienes la modulan, sino también a quienes nos es concedido el privilegio de leerla, escucharla, repetirla, degustarla, y descubrir cuánta belleza y sabiduría cobija la poesía maya cuando alguien como Briceida nos muestra lo que puede albergar el dobladillo de su ropa, Ti’u bíllíl in nook’, puesta a resplandecer tu tankaab uj, “en el patio de la Luna”.

Que la tradición encuentra otros asideros aparte del idioma se aprecia con claridad en los capítulos dedicados a la vaquería y el consagrado a los rituales. El primero de ellos expone las características peculiares que adopta en Campeche esta manifestación tradicional, asociada con la hierra del ganado en las antiguas haciendas maicero-ganaderas, documentada ya desde el siglo XVIII, y que, a decir de Ella Fanny Quintal y María Cen Montuy, muestra variantes según se trate de vaquerías realizadas en honor al santo patrono, en el marco de los gremios, de las ferias locales, de carnaval o, incluso, en fechas recientes y en el caso específico de Hecelchakán, de las organizadas para niños y niñas. Con independencia del contexto en que se lleven a cabo, señalan las autoras, las vaquerías estiladas en los poblados del Camino Real exhiben rasgos singulares, a menudo asociados con el baile de la cabeza de cochino y, con menor frecuencia, con el mantenimiento de la costumbre de sembrar un árbol, axis mundi, en el centro del ruedo. Rasgos que hacen de ellas no sólo un espectáculo ritual y lúdico único, sino también un bastión de identidad.

Bastión trascendental, en tanto más difundido y vinculado en forma estrecha con la cosmovisión cotidiana y no únicamente festiva, es el que atañe a la esfera de los rituales, abordado por Cessia Esther Chuc, quien toma como ejemplo los celebrados en Nunkiní, en especial, pero no de manera exclusiva, en la esfera de lo agrícola. La autora se detiene en la descripción de los conceptuados como dueños de la naturaleza (yum k’áaxo’ob, yum báalamo’ob) y en los aluxo’ob, que son considerados sus “subalternos”, y pasa luego a hablarnos del t’akunaj o primicia y del janli kool o “comida de la milpa”, deteniéndose en sus participantes, su organización y los supuestos étnicos y ontológicos que los sustentan, y posibilitan la reproducción y mantenimiento de creencias y prácticas de un sistema religioso ancestral (que combina conceptos y rituales mayas con otros de cuño cristiano, pero permeados siempre con la idea de la “retribución”), haciendo de él un eje privilegiado para la construcción y puesta al día de la identidad maya nunkiniense, pues, en palabras de la autora, la realización de tales rituales, “… reproduce y confirma el ethos, es decir, los aspectos morales de la comunidad, sus ideas y sentimientos acerca de lo bueno y lo malo, de lo agradable y desagradable, por medio de los cuales otorga valor y significado a su vida, a su ser, y al mundo que le rodea”.

Es pues justo expresar reconocimiento a la Secretaría de Cultura del Estado de Campeche y a su editora Enzia Verduchi por la factura de este libro. Ciertamente podrían objetársele la ausencia de tal o cual tema de importancia, la velocidad con que se tratan otros o el que no siempre las excelentes fotos acompañen con puntualidad los escritos, pero sin duda se trata de un texto de particular valía para aproximarse a varios de los distintos derroteros a que apuestan los mayas de Campeche por permanecer, su forma particular de ver al mundo y transitar por él de una manera diferenciada.

No es, en modo alguno, tarea sencilla. Preservar tal equilibrio implica negociar continuamente con la tradición a fin de mantenerla en la modernidad; una difícil apuesta por permanecer siendo únicos pese a estar cambiando, pero no hay otra posibilidad real para la permanencia identitaria.

No es tampoco una elección en la cual intervengan sólo decisiones internas; en Campeche los espacios económicos, políticos e ideológicos para que el ser maya pueda florecer como desde antiguo se han ido constriñendo. Eso torna aún más dignos de admiración, respeto y apoyo los esfuerzos de quienes se muestran decididos a abrir nuevos derroteros donde encuentre cobijo una identidad singular, que van recreando y reinventando día con día para insertarla en la acelerada modernidad, pero no como mera supervivencia marginal, sino en la posición de honor que, por derecho, le corresponde (Ruz y Maldonado, op. cit.: 107).

Bien podríamos concluir recordando aquello que asentó hace ya siglos, lamentándose, la Crónica de Chac Xulub Chen: “... se terminó de llevar el katún; a saber, se terminó de poner en pie la piedra pública, que por cada veinte tunes [años] que venían se ponía en pie... antes de que llegaran los señores extranjeros, los españoles, aquí a la comarca. Desde que vinieron los españoles fue que no se hizo nunca más”,2 para agradecer a todos aquellos que hicieron posible la puesta en pie de esta “Nueva piedra de término”, como se subtitula el libro, y así permitirnos el gozo de atender, aun cuando sea parcialmente, a la invitación del poeta maya campechano Waldemar Noh Tzec, en su poema U’yeneex in uídzineex (“Escúchenme hermanitos míos”):

Mario Humberto Ruz Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas Universidad Nacional Autónoma de México

1“Carta [en francés] a la archiduquesa Sofía”, Cuernavaca, 1o de febrero, 1866. Luis Weckmann, Carlota de Bélgica. México: Porrúa, 1989, p. 119. La traducción es mía.

2En Crónicas de la conquista, Agustín Yáñez (ed.), Trad. de H. Pérez. México, UNAM, 1987, pp. 177-178.

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