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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.44  Ciudad de México sep./dic. 2014

 

Reseñas

 

Fabienne de Pierrebourg y Mario Humberto Ruz (coordinadores), Nah, otoch. Concepción, factura y atributos de la morada maya

 

Paola Peniche Moreno

 

Izamal: Secretaría de Educación del Estado de Yucatán, Universidad Nacional Autónoma de México, Fondo Mixto CONACYT y Gobierno del Estado de Yucatán, 260 pp.

 

 

Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social, Unidad Peninsular.

 

El libro Nah, Otoch aborda la casa maya. Sus puertas, hacia afuera, miran al mundo; hacia adentro, al tiempo. Su techo y sus paredes han cobijado una forma específica de comprender la vida, y, el solar, la autonomía, la subsistencia y la adaptación creativa. Esta obra nos lleva a conocer la vivienda vernácula más allá de sus estructuras físicas, recorriendo sus espacios, conociendo sus actividades y al grupo social que se perpetúa y reproduce bajo su abrigo.

Sus umbrales nos permiten conocer realidades distintas, cambiantes y en ocasiones contradictorias. Hacia fuera, las viviendas mayas encararon las guerras de conquista y casi tres siglos de dominación y explotación, hambres, epidemias y catástrofes, la embestida liberal decimonónica, la proliferación de haciendas y el monocultivo henequenero, los intentos compulsivos de integración económica y política de la sociedad maya a modelos ajenos emanados del poder hegemónico. El libro nos permite comprender que, hacia afuera, también las viviendas mayas han atestiguado la vigencia y dinamismo de la cultura de sus moradores, la riqueza de la vida comunitaria, la densidad de sus relaciones sociales y su integración con un medio natural particular.

Las paredes de los palacios prehispánicos cobijaron a las familias gobernantes y circundaron uno de los escenarios del despliegue ritual y simbólico que les permitió sostener su posición jerárquicamente privilegiada; las de las casas de los macehuales, por su parte, atestiguaron la reproducción social y cultural de sus habitantes, quienes, con su trabajo, sostenían a la sociedad en su conjunto. Quizá por ello fueron sólo estas últimas las que, tras las guerras de conquista, resistieron el embate colonizador encaminado a reducir a los mayas a lo que los españoles consideraban una vida en policía, incluyendo su manera de habitar los espacios, además de muchos otros aspectos de la vida cotidiana.

A lo largo de la obra se lee que ante las puertas de las casas mayas se emprendieron en la temprana época colonial las congregaciones de indios, que los compelieron a vivir en pueblos trazados según un modelo renacentista. Quemadas por los religiosos que buscaban obligar a los nativos a abandonar sus asientos, fueron reconstruidas, igual que su cultura. También, hacia afuera, estuvieron vinculadas durante siglos con la actividad milpera, lo cual permitió cierta estabilidad a la organización familiar y sus espacios productivos y reproductivos.

Hacia adentro, la casa maya ha sido desde tiempo inmemorial recinto de la crianza y socialización primaria de los mayas de antes, que, como los de hoy, viven, construyen, recrean y transforman su cultura en un mundo propio y distinto al que se les ha tratado de imponer. En el libro se observa cuidadosamente el espacio de la vida cotidiana, la familia y la unidad doméstica. Se mira la casa, los terrenos o solares que la albergan, además de otros elementos que permiten el desarrollo de la vida cotidiana, como fogones o cocinas, huertas familiares, corrales y mobiliario. Es el espacio habitado y gestionado por la familia. Vista así, la casa trasciende el ciclo de desarrollo de las familias que la reproducen en un tiempo dado.

Hacia adentro, la morada maya resistió los intentos evangelizadores por transformar a la familia extensa en nuclear; muy lejos estuvieron de lograrlo. De ahí que, como se demuestra en todos los trabajos, la vivienda haya conservado su papel de sede básica de reproducción cultural del grupo de parentesco que la habita. Por ello, el parentesco, como una forma de expresar relaciones y una manera objetiva de asignar derechos, continúa siendo para los mayas uno de los principales ejes que orientan su distribución en unidades residenciales. De tal suerte, hablar de la casa en este contexto implica tanto las estructuras físicas como a las personas relacionadas entre sí que la habitan.

En este libro se demuestra que, a pesar de los esfuerzos de las autoridades coloniales para que los mayas vivieran bajo los supuestos hispanos de una vida en policía, de puertas para adentro, en su cotidianidad, la gente continuó practicando su cultura y su propia forma de estar en el mundo. La etnografía contribuye a comprender la vigencia de ese sustrato cultural que, sin embargo, se adapta a un entorno cambiante.

Y es que esa vivienda, que permanece pero también se transforma, ha sido testigo de los procesos sociales en los que históricamente se han visto inmersos sus moradores, creativamente como actores centrales, pero también compulsivamente obligados por la exclusión y la inequidad. No obstante, como bien se apunta en uno de los trabajos, se trata de algo más que "una apuesta chata de mantenimiento de lo antiguo", pues la casa maya constituye parte sustancial del territorio simbólico de la identidad y la cosmovisión.

Sus técnicas constructivas, tan antiguas como la memoria, han convivido con un entorno cultural y natural específico. Hasta la primera mitad del siglo pasado la vivienda que podía observarse en Yucatán era todavía aquella estilada en la Colonia. La etnografía en este libro muestra que si bien en los últimos 50 años ha habido transformaciones importantes, se registran también elementos estables, tanto en el tiempo como en el espacio. Como bien se nos dice, se trata no sólo de una continuidad cultural, sino de la persistencia de una relación global entre medio ambiente, uso de recursos naturales, sociedad local y familia como unidad de reproducción. La casa devela así su proyección histórica en su perpetuidad, por ser sede de la socialización primaria, cuna y refugio del grupo de pertenencia y punto de partida de las actividades económicas y culturales que perpetúan y nutren la vida en comunidad.

Y así pervivieron, como detenidas en el tiempo, como sede privilegiada de la dinámica reproducción cultural de los mayas hasta mediados del siglo XX, cuando se vieron envueltas, junto con el grupo que las habitaba, en raudos procesos de transformación marcados por fenómenos como el trabajo asalariado creciente, el desarrollo de las vías de comunicación, la introducción de la radio, la televisión y la Internet o la emigración hacia Mérida, las playas del Caribe o Estados Unidos.

Parte de la riqueza y pertinencia de este libro radica en su mirada diacrónica y multidisciplinaría. Nos lleva a un recorrido desde la época prehispánica hasta la contemporánea, con los ojos de especialistas en arqueología, epigrafía, etnohistoria, etnografía y antropología social. Sus fuentes son tan ricas y variadas como su mirada: excavaciones arqueológicas, reconocimientos de campo, glifos y emblemas prehispánicos en códices y estelas, documentos coloniales, diccionarios y gramáticas, y datos etnográficos obtenidos en campo por los propios autores. Metodológicamente destaca el diálogo en el tiempo, que permite valiosas comparaciones entre el ayer y el hoy, dando lugar no a visiones estáticas sino dinámicas sobre la cultura y la sociedad. Pero el método comparativo se aplica no sólo al tiempo sino también a diferentes grupos y regiones mayas.

Valioso es también, sin lugar a dudas, que a lo largo de todos sus capítulos, en este libro se aborden de manera creativa y novedosa temas que para la antropología han sido clásicos y por su importancia conservan su vigencia: patrón de asentamiento, producción, relaciones de parentesco, cambio y continuidad, vida cotidiana, propiedad de la tierra, tecnología y conocimiento local, socialización, medio ambiente, ritualidad y cosmovisión.

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