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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.35  Ciudad de México ene. 2010

 

Reseñas

 

Habitar el tiempo en San Andrés Larráinzar. Paisajes indígenas de los Altos de Chiapas

 

Jorge Ramón González Ponciano*

 

Piero Gorza, Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de Michoacán A.C. 2006, 290 p.

 

* Centro de Estudios Mayas, IIFL

 

Esta etnografía escrita con acuciosidad y estilo ameno, contrasta con las aburridísimas etnografías en las que consignar todo lo observado en el trabajo de campo resulta en tediosas descripciones sin eje analítico alguno. Esta etnografía recoge el trabajo de campo de Gorza en los años ochenta y noventa, entre la gente tzotzil de San Andrés Larráinzar, municipio de los Altos chiapanecos donde se suscribieron los acuerdos de paz entre el gobierno federal y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que todavía esperan su plena implementación. Con el repentino interés que despertó en México y en todo el mundo el levantamiento de los indios mexicanos y el zapatismo moderno, como le llama en Chiapas el Dr. Jacinto Arias, empezaron a proliferar escritos periodísticos y académicos que con variables grados de éxito editorial y político, abordaron aspectos de esa realidad, incluidos malos refritos de La Jornada, con claro posicionamiento crítico en favor o en contra del zapatismo moderno, pero con mistificaciones y distorsiones de la historia y la forma de vida de los pueblos indígenas chiapanecos. A diferencia de esas intervenciones, el trabajo de Gorza como el de otros pocos, es producto de un esfuerzo sostenido por ver la realidad local a través de los ojos de un etnógrafo profesional y los desafíos metodológicos que plantea el acceder a tradiciones primordiales y saberes, fundados en una cosmovisión siempre en debate con la modernidad y el tiempo colonial.

Gorza como el forastero interesado en su historia y su cultura, presenta el resultado de sus indagaciones en la concepción del mundo, los poderes de lo no visible, y el universo mental y subjetivo de los pobladores de San Andrés Larráinzar. El libro analiza la problemática agraria, la propiedad sobre la tierra urbana y extraurbana, las tiendas de raya, las fincas, las atajadoras y la relación entre indígenas y ladinos de San Andrés Larráinzar, siempre conflictiva y en el pasado bastante violenta; el miedo ladino a la rebelión de los indígenas, y el racismo que los animaliza complementando el estudio de Lucas Ruiz El jchi’iltik y la dominación jkaxlan en Larráinzar, Chiapas, sobre el racismo en ese municipio.

Otros apartados están dedicados a la historia del municipio mítico y el municipio real, el tiempo, y el espacio simbólico y territorial que rodea a la compleja ritualidad de la fiesta, la geografía sagrada, y el lugar de los dueños sobrenaturales. De manera innovadora, con base en 780 dibujos elaborados por niños en 1980 y 1995, Gorza analiza la manera en que la población infantil de San Andrés percibe a su propio pueblo y dibuja cómo le gustaría que fuera en el futuro. Los horizontes de esperanza se ven con mayor plasticidad en las imágenes que emergen en estos mapas de la mente. Algo similar sucede con los sueños dice Gorza, que abren a los andreseños otros escenarios tan reales como los diurnos. Para ellos al igual que para sus antepasados, la experiencia onírica es un momento fundamental de la existencia, aunque sea particularmente peligrosa, allí se juega concretamente la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la amistad y la rivalidad. En la oscuridad de las casas, las familias pasan horas discutiendo sobre el mundo nocturno. Esta práctica hermenéutica acerca a los hombres a los dioses, y tiene una función terapéutica que contribuye a definir un sentido común a través del cual los individuos se ubican en un mundo y se relacionan unos con otros.

En otra sección dedicada al espacio, se describe la casa de habitación y los huipiles como tiempo tejido en el espacio. Los huipiles son como glifos que certifican la irrupción del tiempo en el espacio y las figuras que en ellos se tejen, recuerdan mitos antiguos y gramáticas que han permitido la formación del mundo. A ello habría que agregar el manejo diestro de la temporalidad traducida en números, el 9, el 13, el 26, los 360 días del año, los 18 meses de veinte días, y el otro año de 260 días, con 13 meses de 20 días. Los huipiles muestran el papel de la persona en los espacios-tiempos sagrados, sus estilizaciones recuerdan los animales míticos de la creación, el dueño de la tierra, el anjel, o el espíritu de la lluvia y del rayo, que da vida a las nubes. Así aparecen el sapo mensajero de las fuerzas sobre la tierra, el intermediario entre nosotros y el cosmos. El alacrán que se relaciona con los relámpagos, el mono, el zopilote, los padres madres, la serpiente, Bolonchón, que separa con sus grecas a las diferentes imágenes, o los colores, el rojo, el amarillo, el negro y el blanco, que son las tonalidades de las cuatro esquinas del mundo.

En esta relación entre ritual y tiempo visto desde el espacio, la cabecera municipal, por ejemplo, aparece opuesta al campo, de una cronometría natural basada en el sol y los fenómenos meteorológicos que ordenan el esfuerzo cotidiano se pasa a una cronometría abstracta y geométrica, apoyada en el reloj y la luz eléctrica que miden los horarios de la escuela, de las oficinas y de las tiendas y al mismo tiempo permiten ampliar el espacio del día.

La relación entre oralidad y escritura en pueblos mayas como San Andrés y la forma en que éstas definen el quehacer político, se observa por ejemplo, dice el autor, que en los años treinta del siglo veinte, para ser presidente municipal en ese poblado chiapaneco se requería ancianidad, tener una trayectoria honorable, cursus honorum y practicar el monolingüismo. Cuarenta años después en la década de los setenta, el mismo puesto sería ocupado por jóvenes que no habían servido en cargos tradicionales, alfabetizados, bilingües y frecuentemente maestros de escuela. Y es que saber leer y escribir en castellano permite un mejor manejo de las relaciones interétnicas, mayor habilidad en la administración del sector público y en la defensa de los intereses locales. Sin embargo, a pesar de lo investigado por otros científicos sobre los cambios en las estructuras mentales y sociales provocados por la escritura, en el caso de San Andrés como en el de muchas otras comunidades, la oralidad ha dado paso a las habilidades quirográficas, pero no implica que la vocalidad haya perdido su importancia. La voz sigue siendo muy importante en la comunicación y el valor de la palabra está estrechamente vinculada al valor de la persona. La oralidad además está fuertemente vinculada a la realidad onírica, las grutas, los animales parlantes y presencias y lugares afines a la palabra y el cuerpo. Las relaciones entre éstas, palabra y cuerpo, y la postura corporal cuando se habla son relevantes especialmente en los textos rituales y cuando se trata del poder político, la autoridad, la costumbre, la ley, la educación tradicional, la escuela y la forma de administrar los recursos de la tierra y del mercado.

Gorza explica la complejidad de los sistemas de cargos, la conformación del ayuntamiento regional, el ayuntamiento constitucional y otros cuerpos institucionales que permiten observar los cambios en las formas de poder, la resistencia, los privilegios explicados en el contexto de la larga duración de la historia de San Andrés, y desde la perspectiva de los estudios que muestran el doble carácter del municipio como frontera geográfica y cultural y sus dinámicas como comunidad abierta y como comunidad cerrada; dinámicas que por cierto exhiben realidades poco reconocidas como en la comunicación de Juan Pedro Viqueira a Piero Gorza, registrada por el autor, que muestra la manera en que “los indígenas celebran la virtud de su comunidad cerrada y se pasan la vida tratando de salir de ella”.

En estas discusiones sobre tradición e indianidad, sobresale la heterogeneidad de los paisajes culturales y los ritmos del cambio especialmente a partir de 1994. Aunque dice Gorza que él no es lingüista, aborda las interacciones entre el uso del calendario sagrado, los rituales en el ciclo de vida y el espacio de lo femenino. En esa misma tónica, el alzamiento de 1994 puede verse como una especie de parto después de una crisis de larga gestación y a partir del cual las comunidades ya no pueden ser analizadas con base en los estereotipos del pasado. La guerra y la paz cargan de expectativas y de riesgos la gestualidad normal, substrayéndola a la repetición de lo cotidiano. La guerra como momento de peligro y de negación radical de la vida valoriza el tiempo y la ruptura de la cotidianidad individual y del continuum histórico abre espacios al cambio y al luto. Luego las banderas blancas de la paz y los detalles de las negociaciones zapatistas, vistos desde la perspectiva del etnógrafo muestran el miedo, los espacios de representación política, las maneras propias de asumir la autonomía, la transformación en medio del desorden y en la perspectiva general, el levantamiento que restituyó la voz y la dignidad a uno de los sectores mas olvidados del país.

Al interesado en incrementar sus conocimientos sobre el mundo indígena maya tzotzil chiapaneco, le extrañará que la ladinización no aparezca descrita con mayores elementos, pero el libro ofrece mucho a etnógrafos, profesores de etnografía o sociólogos, historiadores o antropólogos de la lengua, preocupados por la memoria y la tradición oral, la cosmovisión y la religiosidad indígena, la cognición en el mundo de la infancia indígena, o las relaciones dialógicas entre modernidad y cultura indígena.

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