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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.34  Ciudad de México ene. 2009

 

Reseñas

 

Códice de Calkiní, introducción, transcripción, traducción y notas de Tsubasa Okoshi Harada

 

The Calkiní Codex, introduction, transcription, translation and notes by Tsubasa Okoshi Harada

 

María del Carmen León Cázares*

 

México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 2009. (Fuentes para el Estudio de la Cultura Maya, 20).

 

* Centro de Estudios Mayas, IIFL

 

A mediados del siglo XVI, consumada la conquista de los señoríos mayas del norte y centro de la península, que los exploradores europeos habían bautizado con el nombre de Yucatán, sus habitantes se convirtieron en súbditos de la Corona española y, al mismo tiempo, en sujetos de la misión evangelizadora de la Orden de San Francisco, encargada de erradicar la religión ancestral pagana y de transformarlos en cristianos. Entre las acciones emprendidas por los frailes destacan sus esfuerzos por aprender la lengua maya, por lograr la instrucción religiosa de los gobernantes indígenas y su aceptación del bautismo, además de la apertura de escuelas destinadas a la enseñanza del catecismo y a la alfabetización de los vástagos de la nobleza; primero en el convento de Campeche, en 1546, y poco después en el que fundaron en la joven ciudad de Mérida, en 1547. Al respecto, fray Diego de Landa relata cómo, cada pueblo aledaño de estos dos conventos levantó una casa para que sus niños vinieran a vivir juntos bajo el cuidado de algunos familiares, mientras estudiaban. El franciscano también señala que en un principio los señores se resistieron a enviar a sus hijos, pensando que los querían hacer esclavos, y por esta causa mandaban "muchos esclavillos" en su lugar; pero que en cuanto comprendieron la intención de los religiosos, los llevaron a las nuevas escuelas "de buena gana". El binomio convento-escuela se reprodujo a lo largo de los años siguientes en las villas y pueblos más importantes de la península.

Si bien la lengua maya contaba desde siglos atrás con su propio sistema de escritura, fue tarea de los religiosos encontrar la manera de fijarla, es decir de darle expresión visual, por medio de los caracteres del alfabeto latino. Éste, una herencia más de la cultura grecoromana, al convertirse en vehículo de un cuantioso número de idiomas de los pueblos originarios del Nuevo Mundo, vivió entonces uno de los momentos históricos de más amplia difusión.

Con la adquisición de la escritura alfabética latina, los jóvenes indígenas egresados de las escuelas conventuales y en principio destinados a extender el cristianismo y a consolidar el nuevo orden sobre el resto de la población, tuvieron la oportunidad de rescatar las tradiciones de sus pueblos, de registrar su historia, de conservar los saberes desarrollados por sus antepasados y de probar la antigüedad de sus linajes. Con el conocimiento que sobre la organización y el funcionamiento del régimen español consiguieron al ocupar puestos de intermediarios en la naciente burocracia, pudieron aprovechar esta habilidad de comunicación con el objetivo de obtener ventajas; como herederos de los grupos gobernantes, preocupados por mantener los privilegios reconocidos por la Corona a su condición social previa a la Conquista, y como defensores de los derechos de sus pueblos sobre el territorio según se presentaban los acontecimientos.

A partir del establecimiento del régimen español, el escrito fue la manera más efectiva de comunicarse con las autoridades europeas y de aprovechar la existencia de instituciones, como el Juzgado General de Indios, abierto en 1591 en Yucatán, para resolver conflictos entre los naturales. Por ello, desde la fundación de cabildos al estilo castellano en los reorganizados pueblos indígenas (como localidades concentradas, según los principios de la política de congregación), el escribano apareció como un funcionario imprescindible. Los escribanos, además de ser hábiles en el manejo de la pluma, gracias a la lectura de los documentos oficiales, habían aprendido a elaborar textos empleando las fórmulas que los caracterizan desde el punto de vista diplomático. Así, de sus manos salieron cartas, autos, memoriales, peticiones, informaciones de testigos o probanzas de méritos y servicios; documentos donde los súbditos mayas no sólo expresaron quejas y solicitudes, si no también dejaron constancia de las acciones efectuadas por ellos y sus antepasados en beneficio de la Corona.

La combinación de estas circunstancias fue el origen de una serie de manuscritos en lengua maya y caracteres latinos, que hoy constituyen el legado documental de los indígenas que vivieron bajo el dominio español. Textos que sometidos al análisis desde los enfoques de distintas disciplinas, como la Lingüística, la Etnografía, la Filología o la Historia, se han convertido en valiosas fuentes para el conocimiento de la cultura maya peninsular y de sus transformaciones a partir de la Conquista.

En este corpus documental se inscribe el llamado "Códice de Calkiní", formado por un conjunto de once textos manuscritos en maya yucateco, redactados a fines del siglo XVI, compilados a mediados de la centuria siguiente como pruebas de que los pobladores de Calkiní ocupaban, desde "tiempos inmemoriales" un territorio que otros pueblos no tenían derecho a disputarles y, por último, copiados en un cuaderno (alrededor de 1800), a los que se integraron dos más a principios del siglo XIX, de los cuales el primero es una anotación en español y el último tiene fecha de 20 de noviembre de 1821. Manuscrito que custodia la Biblioteca de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey), y que ahora, el Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México ha tenido el acierto de publicar, en su serie Fuentes para el Estudio de la Cultura Maya, en una edición preparada por el historiador Tsubasa Okoshi Harada, reconocido especialista en el estudio de este tipo de documentos.

El doctor Okoshi, después de medio siglo de la primera traducción al español presentada por Alfredo Barrera Vásquez, elaboró la transcripción paleográfica literal y sobre ella una versión corregida en cuanto a la separación de las palabras, la ortografía, el uso de abreviaturas, no, además de una nueva traducción al español, según criterios filológicos, y ahora lo presenta con su reproducción en facsímil, profusamente anotado para su mejor comprensión, con un estudio introductorio donde da cuenta de las motivaciones con que se redactaron los textos y del proceso de composición del Códice como ha llegado hasta el presente. La edición se acompaña de mapas, fotografías y un índice analítico que facilita su consulta.

Para ponderar los méritos de este trabajo, resulta de interés destacar que la mayor parte de las notas al pie de la traducción, la dedicó el doctor Okoshi a explicar los desacuerdos que encontró con la versión en español de Barrera Vásquez y a discutir la versión en inglés publicada por Matthew Restall (Boston, 1998); con base tanto en sus estudios de la lengua maya, como en el conocimiento del contexto histórico de los acontecimientos referidos en los propios documentos que reúne el Códice; además de su experiencia al recorrer la región de Calkiní, observar las características del paisaje campechano y conversar con los pobladores. Considerar el rigor metodológico con que ha procedido el doctor Okoshi resulta una sana advertencia sobre las dificultades para lograr acercamientos realistas y provechosos en el trabajo con manuscritos coloniales de origen indígena. Documentos que en más de una ocasión y a veces por motivos ideológicos han sido mal comprendidos y peor difundidos.

Como ya mencioné, el llamado Códice reúne una serie de relaciones que se refiere a distintos momentos históricos, antes, durante y después de la invasión española, donde los protagonistas y autores de los textos se identifican como vástagos de los linajes Canché y Canul. De hecho, uno de los aportes más significativos del editor es plantear la rivalidad, desde tiempos prehispánicos, entre estas dos familias, como móvil para la redacción de los primeros textos, aunque la formación del Códice responda a la defensa de los derechos de Calkiní como cabecera de un distrito frente a las pretensiones territoriales de otros pueblos, cuando las rencillas entre linajes ya eran cosa del pasado. De no menos importancia resulta la confrontación de la historia del Códice con los documentos que conforman la llamada Crónica de Maní, que el historiador descubre como "contraparte" del Códice (p. XXV).

Si desde una perspectiva científica los datos que ofrece el Códice lo califican como una fuente primaria para el conocimiento de la organización sociopolítica indígena y de la filología maya, de consulta necesaria para los investigadores especializados en esta cultura, su valor no tiene porque verse limitado al campo de los estudios. Un lector atento y sensible puede descubrir en estos textos que reproducen formas de la oralidad, la fuerza expresiva y el poder evocativo de una obra literaria.

Mediante unas cuantas frases se perfilan personajes como el retrato que hace del batab de Dzitbalché su bisnieto, apodado Katún debido a sus hazañas guerreras, y que perdiera la vida durante una batalla, después del abandono de Mayapán, pero cuando los españoles no asomaban aún en el horizonte peninsular. Detrás de las palabras, casi es posible visualizar cómo se atavió para el combate, poniendo sobre su vestido un collar de cuentas rojas y otro de piedras preciosas, y luego cómo con gesto decidido, tomó su escudo y su lanza y, dice el texto: "Fue valiente cumpliendo su deber de guerrero" (p. 40), por eso el pueblo le rindió homenaje, reverenciando el atuendo ensangrentado con que enfrentó la muerte.

Los textos también recrean escenas de gran plasticidad, como la que ilustra la entrega del primer tributo de Calkiní al capitán Francisco de Montejo, el sobrino del adelantado, tras la derrota de los Canul y el nombramiento por los españoles del batab Na Pot Canché, según la recuerda su hijo años después. Así relata, con emoción, cómo siendo un muchacho —parado detrás de su padre— presenció ese acontecimiento una mañana calurosa, bajo la sombra de la ceiba sagrada y junto al cenote de Ix Halim. Desde las afueras llegaron en ruidosa y polvorienta procesión los tamemes cargados con cien pavos, igual número de costalillos de maíz, cincuenta cántaros de miel y veinte grandes cestos de algodón, que depositaron en el centro del pueblo. Cuando apenas empezaba la distribución, a una voz del capitán de que tomaran lo necesario, españoles e indígenas nahuas auxiliares de la hueste, llevados desde el lejano Azcapotzalco, se lanzaron en desorden sobre las cosas, pues se habían perdido los comestibles en un incendio del campamento y estaban sufriendo necesidad. El narrador termina comentando: "Había quien tomó mucho y quien no tomó tanto también" (p. 33). Relato que se complementa con una "historia de fatiga" para los nobles (p. 48), quienes también se vieron obligados a transportar por los montes y caminos los pertrechos de la hueste española, y cargaron hasta con los grandes perros de combate.

Otro texto memorable es aquel donde se recrea la forma como el batab de Calkiní recibió en su casa a los gobernantes de otros pueblos, cuando por motivo de las congregaciones decretadas por la legislación española tuvieron que redistribuir el uso de las tierras. Entonces se reunieron en torno a las jícaras de chocolate y de balché para deliberar y tomar acuerdos respecto al aprovechamiento de los montes y la siembra de las milpas, y concluyeron declarando: "Ninguno vaya a meter rencillas a nuestros hijos en los días venideros [...] puesto que somos hermanos con ustedes compañeros" (p. 53).

Antes de concluir, me gustaría señalar cómo gracias a estos textos, es posible considerar la importancia que los mayas concedieron a la habilidad adquirida para comunicarse con el sistema de escritura importado, aunque como había ocurrido con el tradicional, sólo una minoría lo llegara a dominar. Para referirse a los analfabetas, el escribano Juan Canul dice: "tenían ojos pegados [porque] no sabían escribir" (p. 62).

Si bien para los especialistas no es necesario insistir en las aportaciones científicas que la consulta de esta edición puede significarles en el desarrollo de sus investigaciones, para terminar me voy a permitir reiterar mi invitación a los lectores en general para que se acerquen a textos de cada vez mayor complejidad, a obras que no siempre entregan toda su riqueza en una primera lectura, como ocurre con el Códice de Calkiní, no sea que de pronto también se nos vayan pegando los ojos, por el analfabetismo funcional.

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