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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.30  Ciudad de México  2007

 

Reseñas

 

Don E. Dumond, El machete y la cruz. La sublevación de campesinos de Yucatán

 

Ethelia Ruiz Medrano

 

Traducción de Luis F. Verano. México: UNAM, Plumsock Mesoamerican Studies, Maya Educational Foundation, 2005.

 

Dirección de Estudios Históricos, INAH.

 

Esta erudita obra, originalmente publicada en inglés en 1997 por la university of Nebraska Press, y traducida al castellano por Luis F. Verano, es sin duda una valiosa aportación sobre la conocida Guerra de castas, y toma su lugar entre las obras clásicas de Villa Rojas (Alfonso Villa Rojas, Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo, 1ª reimpresión. México: Instituto Nacional Indigenista, 1987), Reed (Nelson Reed, The Caste War of Yucatán. California: Stanford University Press, 1964) y Bricker (Victoria Reifler Bricker, the Indian Christ, the indian King. Austin: University of Texas Press, 1981). Se trata de un grueso volumen de más de 600 páginas, con mapas pertinentes y cuadros que amplían nuestra visión de este episodio fundamental de la historia de México. Una obra escrita con sencillez y profundidad, con un estilo sagaz, y en ocasiones irónico, de una diáfana claridad.

La obra es el fruto de 30 años de investigación en distintos archivos de México, Belice e Inglaterra. Sin duda su autor, el profesor Don E. Dumond, logra una brillante aportación a nuestro conocimiento acerca de los primeros años del movimiento rebelde. Para él, la llamada Guerra de castas fue un movimiento violento de campesinos, predominantemente indios, cuyo resultado fue una guerra localizada que duró más de 50 años. con amplitud de miras, el profesor Dumond ofrece un antecedente colonial que muestra la terrible diferenciación estamental entre vecinos e indios, la cual conllevó intolerables cargas fiscales para los indios así como su ubicación en el piso más bajo de la brutalmente estratificada sociedad de Yucatán. Muestra cómo en parte la injusticia y el hambre llevaron a los campesinos indios (los macehualoob) a una guerra cruenta iniciada hacia 1847, en donde el culto a las cruces parlantes jugó, como se verá más adelante, un destacado papel en los bélicos sucesos. Sin duda, su investigación también fortalece nuestro conocimiento acerca de la importancia estratégica que tuvo para los rebeldes Honduras Británica, pues a través del contrabando ésta suministró armas y pólvora a los insurgentes.

Los antecedentes expuestos de la Guerra de castas en la obra nos llevan a la conquista hispana de la península, aunque brevemente se hace referencia a un interesante antecedente de las cruces parlantes, el santuario de la diosa maya Ix chel en cozumel, desde cuya hueca imagen un sacerdote lanzaba proféticas palabras. El recuento de la conquista muestra sin duda lo que fue la sanguinaria ocupación castellana, así como lo irreductibles que fueron los mayas del oriente a estos intentos, ese oriente, cuna y refugio de la Guerra de castas.

Acompañaba a la conquista bélica la tarea de evangelización, que no siempre logró espectaculares resultados. En esta obra se nos recuerda cómo a principios del siglo xvu la idolatría persistía, y persistió, en varias zonas de Yucatán. La batalla de la conquista en la península fue larga, hasta que en 1697 capituló la gente del lago Petén. La herencia española dejó en Yucatán una organización colonial centrada en cuatro poderosos cabildos controlados por los blancos: Mérida, campeche, Valladolid y Bacalar. Por otra parte, en el campo había un gran número de estancias o rancherías fruto de una inconclusa congregación.

La región de Yucatán, sin el atractivo del oro, fue un lugar en donde el tributo a los indios tuvo, en compensación para el español, una terrible prolongación que duró hasta el siglo XVIII. Sin duda, el pesado tributo continuó por varias vías luego de la independencia; aplicado a los indios por el gobierno de Yucatán, fue un agravio que jugó un fuerte papel en el levantamiento campesino. El maltrato de los vecinos hacia los indios tampoco se detuvo en la colonia y continuó durante los siglos XIX y XX. La resistencia simbólica fue permanente, la lengua española no suplantó a la maya y los líderes de la rebelión solían comunicarse en esta lengua escrita a través de sus secretarios bilingües. Sin duda, la población históricamente mayoritaria de Yucatán es la indígena, y a pesar de su caída numérica después de la conquista su número se incrementó a partir de mediados del siglo XVIII, habiendo 450 000 indios al momento del estallido de la Guerra de castas en 1847.

Esta guerra tuvo algunos antecedentes directos, que no escapan al inteligente ojo de Dumond. En efecto, con buena prosa nos relata lo hechos rebeldes ocurridos en el pueblo de cisteil durante 1761 al mando de Jacinto Canes, un indio que se negaba a soportar las injusticias del poder español entre su gente y que puso a temblar a los blancos de Mérida. El castigo a los rebeldes conllevó la destrucción de cisteil, sembrada de sal, y la terrible muerte de Canek, acompañada de 170 ejecuciones más de indios rebeldes.

Con gran acierto, Dumond contextualiza la Guerra de castas a través de la terrible rivalidad entre Mérida y campeche. Esta antipatía regional, junto con las luchas por el gobierno como la de Barbachano, fueron un buen combustible para la guerra. Pero no sólo esto: también da minuciosa cuenta el autor de la participación india en los movimientos armados de Yucatán por su independencia, como ocurrió de 1840 a 1843, y la invasión desde el centro de México para sofocar los ánimos separatistas de Yucatán. En estas luchas nos muestra el autor la activa participación de los indios, una participación animada por promesas del gobierno de Yucatán traducidas en exenciones fiscales, por ejemplo, y una inteligente opción política que los indios tuvieron. La falta de cumplimiento del gobierno a sus promesas provocó un gran resentimiento en la población india, resentimiento que fue fundamental en el inicio de la Guerra de castas. En 1847 los rebeldes indios asaltaron Valladolid y causaron la alarma por el surgimiento de lo que los blancos llamaban una "guerra de razas". Había en esa época, además, una creciente comercialización de la agricultura en Yucatán, lo cual resultaba muy negativo para los intereses de los campesinos indios. La reacción del gobierno de Yucatán y de los blancos fue en todo momento errónea para manejar el descontento y la rebeldía de los indios: un buen ejemplo fue la destrucción en 1847 de Tepich y las restricciones que se levantaron en contra de la población india. En ese año comenzaron los rumores y la conspiración del maya Cecilio Chi y la comparación de la destrucción de Tepich con la de Cisteil ocurrida en el siglo XVIII.

Para 1847 se observa ya una organización de los rebeldes, que continuará a lo largo de la Guerra de castas: rangos militares y el uso entre los más importantes personajes de un arete distintivo, así como la instauración de un secretario bilingüe responsable de mantener la comunicación entre los rebeldes y el exterior. Las armas eran anticuadas escopetas y fusiles, tomados como botín o bien a través del comercio con Honduras Británica, aunque no todos los soldados rebeldes tenían una. Asimismo, las borracheras rituales y profanas eran un elemento continuo en las áreas que controlaban. La táctica militar es bien descrita por Dumond: a través de sus interesantes testimonios conocemos que:

desplegaron una táctica enteramente nueva en el país, desconocida de los blancos, táctica que consistía en no batirse jamás a pecho descubierto, atrincherándose en lo impenetrable de sus bosques y batiéndose detrás de multiplicados parapetos esparcidos dentro de él: era una guerra de puras sorpresas la que hacían, de emboscadas hábilmente dispuestas y combinadas; y en esta clase de guerra tenían una superioridad inmensa sobre sus incautos enemigos que caían en sus frecuentes redes.1

Esta táctica nos recuerda el recientemente descubierto Lienzo de Cuauhquechollan, en el cual a mediados del siglo XVI se pintó en detalle la conquista que Jorge de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado, realizó acompañado de indios de Cuauhquechollan, Puebla, a la región de Guatemala. Ahí se observa cómo los mayas disponían de intrincadas trampas en forma de red donde caían los conquistadores, en ocasiones con todo y caballo.2

Este ejército rebelde logró en 1848 que la población de Valladolid evacuara y huyera al norte, pues el oriente estaba en manos rebeldes. En 1848 Barbachano era gobernador de Yucatán y buscó la manera de apaciguar a los alzados a través de un tratado de paz en donde principalmente ofrecía exenciones fiscales y la devolución de armas confiscadas a los indios. Pero los rebeldes -salvo una fracción- no aceptan la paz. Las razones de la Guerra de castas son magistralmente expuestas por Dumond. Al parecer los rebeldes, campesinos indios en su mayoría de la región oriente, querían seguir luchando no sólo debido a los agravios ancestrales, sino también por los acuerdos no cumplidos durante su participación en la guerra de los blancos de Yucatán. En ese año de 1848 los levantados estaban a punto de tomar Mérida, luego de exitosas batallas. Sin embargo, como han mencionado otros autores, no avanzaron sobre la orgullosa ciudad. Los campesinos del ejército decidieron que las lluvias ya llegaban y era hora de volver a sus hogares a sembrar. Dumond nos explica que sin duda esta es una de las conocidas razones de haber detenido su avance, pero también nos aclara cómo entre más cerca de Mérida avanzaban los levantados más difícil fue reclutar gente, pues los reclutamientos eran principalmente locales.

El gobierno de Yucatán intensificó los ataques e incluso logró vender a cuba varios miles de indios rebeldes que fueron capturados. como ya se mencionó, los comerciantes de Honduras Británicas proporcionaban armas a los rebeldes; el gobierno intentó que las autoridades inglesas lo evitaran, recibiendo como respuesta actitudes ambivalentes de su parte. Una de las zonas donde este comercio se realizaba era Bacalar; por su importancia, el gobierno logró tomar el sitio. Para 1849 el ejército yucateco avanzó hacia el oriente y el sur, cuando el frente de guerra se hallaba en el margen oriental de la región. En ese año, los levantados añadían una nueva condición para la paz: deseaban un territorio independiente, aunque de libre tránsito. Sus intenciones los llevaron a tratar de negociar esta condición, nunca aceptada por Yucatán. La alianza con Inglaterra fue un intentó que procuraron los rebeldes mayas. Venancio Pec, uno de los líderes, incluso trató infructuosamente de salir en barco a Inglaterra para entrevistarse con la reina Victoria.

En 1850 los rebeldes manifestaron 13 condiciones para la paz, la cual no se consolidó. En ese año murieron algunos líderes rebeldes y se efectuó un exitoso avance de las tropas yucatecas. Confundidos pero no desmoralizados, los rebeldes decidieron que Dios estaba claramente de su parte: a través de las cruces sus designios eran escuchados y ellas, a su vez, enviaban proclamas y cartas. En 1853 se estableció un periodo de paz que duró 10 años. Para 1861 el nororiente se encontraba pacificado. Sin embargo, el culto a las cruces continuaba dando ánimo a los rebeldes y en esa década consolidó su gran preeminencia política, especialmente centralizada en Chan Santa Cruz. A través de una voz de su interior, obviamente proveniente de un rebelde, la cruz dirigía las tácticas y los sacrificios, como ocurrió en 1858 con los 250 prisioneros tomados por los rebeldes en Bacalar y asesinados a sangre fría por orden de la cruz.

Pero volvamos al culto de las cruces parlantes. A partir de 1864, nos refiere Dumond, se dieron a conocer varios detalles. Había un sacerdote supremo, el patrón o tatich

-quien también era la cabeza política-, había un segundo que se titulaba 'Interprete de la Cruz o de Dios'; este era tata Polín. Y había un tercero intitulado 'Órgano de la divina palabra'. Para los servicios, que eran siempre de noche, en el momento en que Dios descendía, se suponía que el tatich hacia que sonara una corneta para congregar a la población y, cuando Dios había descendido, el tatich dirigía el interrogatorio a la Cruz. Las preguntas las contestaba un silbato tocado por el Órgano de la Palabra Divina que representaba la voz de Dios. Entonces, tata Polín comunicaba al público la voluntad de la cruz".3

En la década de 1860 los pacíficos del sur estaban divididos entre oriente y occidente. Tanto colonos y oficiales de Honduras Británica cayeron en un paternalismo que, como refiere Dumond, "caracterizaría sus tratos con los rebeldes de Santa Cruz por el resto del siglo".4 En esos años las rivalidades armadas entre Campeche y Yucatán permitieron la continuación del levantamiento. Para esa época era claro que la Guerra de Castas había acabado con la economía de la península. Y es en ese momento cuando surge un ancestral cultivo como un motor a largo plazo de la economía local: el henequén.

A fines del siglo XIX las deserciones entre los rebeldes se incrementaron. Causas internas -como el despotismo de los líderes- y externas -como la posibilidad de una campaña en gran escala desde el centro hacia los bosques orientales- fueron el detonante. Para colmo, un convenio definitivo de límites en 1897 invalidaron la posibilidad de armas y pólvora para los rebeldes por parte de Honduras Británica.

En 1896 se puso en marcha una campaña desde el centro de México para destruir a los debilitados rebeldes y ocupar su territorio. La supremacía tecnológica del ejército invasor frente a los rebeldes jugó a favor de los primeros. Asimismo, la construcción de caminos facilitó la entrada del ejército mexicano en tierra rebelde. Su entrada y éxito militar contra los insurgentes culminó por obra del general Bravo en 1901.

Finalmente, la Guerra de Castas nos muestra que hay agravios a los pueblos de indios casi imposibles de borrar; los mayas sufrieron -y sufren- siglos de injusticia. Obras importantes como la de Dumond nos ayudan a entender y descifrar la historia reciente de los habitantes indígenas de la península de Yucatán. No puedo dejar de evocar una impactante escena, donde se rememora la dignidad, la majestuosidad y el poder maya secuestrados por los españoles y que Borges relata en su cuento "La escritura del Dios":

Separados por una pared, Tzinacán, el sacerdote maya, y un jaguar están capturados dentro de un pozo. Al medio día el vigilante abre las puertas de la trampa para alimentar a los prisioneros. Durante ese breve momento, el hombre y la bestia se pueden mirar uno al otro a través de los barrotes de una gran ventana en la base del pozo. En la silenciosa noc he de su prisión, Tzinac án rememora eventos pasados, su papel como sacerdote principal del Dios Qaholom, la llegada del hombre blanco montado en esos grandes venados, la quema de la gran pirámide y los tormentos infligidos por Pedro de Alvarado cuando, ayudado por su propio Dios, él permanecía en silencio sopor t ando la tor tura. El sacerdote también recordaba una profecía acerca de una oración, que al final de los tiempos, tendría el poder de salvaguardar de la enfermedad y el dolor a la humanidad. Como último sacerdote de Qaholom es su deber descubrir las palabras redentoras: De pronto, se da cuenta que la frase sagrada esta frente a sus ojos. Día tras día, cada vez que la puerta de la trampa es abierta. Tzinacán intenta descifrar el mensaje que su Dios ha escrito en la piel del jaguar.5

Así, Dumond descifra la Guerra de Castas, sus antecedentes, su origen y principio y su fatídico final.

 

Notas

1 Nota 10, página 166.

2 Florine G. L. Asselbergs, Conquered Conquistadors. the Lienzo de Cuauhquechollan: A nahua vision of the conquest of Guatemala. Leiden: CNWS Publications, 2004.

3 Ibidem, p. 388.

4 Ibidem, p. 435.

5 Jorge Luis Borges, El Aleph. Madrid: Alianza, 1971, p. 119.

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