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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.29  Ciudad de México  2007

 

Reseñas

 

Akira Kaneko, Artefactos líticos de Yaxchilán

 

Tomás Pérez Suárez*

 

México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colección Científica, 455, 2003: 271 págs. + mapas, gráficas, dibujos y fotos.

 

* Centro de Estudios Mayas, IIFL, UNAM.

 

Esta obra que forma parte de la Colección Científica editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, consta de 271 páginas que contienen una introducción y seis capítulos que dan cuerpo a la investigación. Además incluye una extensa bibliografía y numerosas tablas, cuadros, gráficas, así como estupendos dibujos de los artefactos analizados.

La naturaleza de este tipo de materiales implica un gran reto para todo arqueólogo, pues tradicionalmente son considerados artefactos nada espectaculares o poco llamativos, como es el caso de la arquitectura y la escultura monumental, máxime en el caso de Yaxchilán, donde los artistas que esculpieron estelas, altares y numerosos dinteles, alcanzaron un alto grado de refinamiento estético que ha llamado la atención a numerosos académicos de distintas disciplinas.

Esa errónea apreciación, que subestima la cultura material de otra naturaleza, ha propiciado que en muchos proyectos arqueológicos a este tipo de objetos líticos se les dé poca importancia y raras veces sean analizados, por lo que sólo ocasionalmente estos trabajos son publicados como apéndices, o como un capítulo en las memorias de los proyectos, y pocas veces se presentan como obras aisladas.

Sin embargo, los artefactos líticos fueron instrumentos básicos para satisfacer diversas necesidades, no sólo en la cultura maya sino en toda la América precolombina, donde metales duros, como el hierro, prácticamente estuvieron ausentes en la elaboración de herramientas. De ahí que el autor del libro, consciente de este prejuicio, nos diga que el estudio de dichos materiales es indispensable para entender las actividades agrícolas, constructivas, artesanales, de caza y pesca, comercio, guerra y muchas otras labores cotidianas de cualquier sociedad humana. Es decir, que el análisis de éstos es de gran utilidad para comprender los procesos del desarrollo cultural en sociedades que han desaparecido, en este caso de la sociedad maya prehispánica.

Cabe mencionar que, paradójicamente, y respecto de la concepción del origen de la "civilización" según el tradicional esquema occidental, en el que la utilización de los metales se consideraba requisito indispensable para el ascenso a dicho estatus, el pueblo maya prehispánico, al igual que muchas otras civilizaciones precolombinas, alcanzaron ese nivel en la escala de la evolución cultural de los pueblos del mundo, pero sin herramientas de metal, utilizando sólo herramientas de piedra realizadas con una tecnología que caracteriza al Paleolítico del Viejo Mundo.

Como preludio al análisis de los materiales líticos, que constituye el cuerpo del libro, se brinda como marco de referencia una serie de datos generales que atañen a la situación geográfica e histórica de Yaxchilán, importante ciudad del período Clásico maya ubicada en la margen izquierda del caudaloso río Usumacinta, en el estado de Chiapas. En este primer capítulo encontramos datos sobre la localización y el medio ambiente, así como una reseña de las investigaciones realizadas en el sitio, desde las primeras noticias de Juan Galindo y las exploraciones de Alfred Maudslay, Désiré Charnay, Jerónimo López de Llergo y Teobert Maler, a finales del siglo XIX, hasta los trabajos del Proyecto Yaxchilán que el Instituto Nacional de Antropología e Historia implementó en esta zona arqueológica desde 1973 hasta 1991. La mayor parte de estos trabajos estuvieron bajo la dirección del arqueólogo Roberto García Moll y posteriormente de Daniel Juárez Cossío. Es de esas exploraciones de donde proceden los materiales analizados en el libro.

Aquí también se incluye un pequeño apartado sobre la toponimia del sitio, que ha recibido distintos nombres, como el de Menché, Bol Menché o Menché-Tinamit, según Rito Zetina (1871-72), Edwin Rockstroh (1881) y Alfred Maudslay (1882) respectivamente. Por su parte, Désiré Charnay le llamó en 1882 Ciudad Lorillar, y finalmente el nombre de Yaxchilán, con el cual lo conocemos actualmente, designación que le fue dada por Teobert Maler en 1885. Al parecer, el nombre lo tomó de un pequeño arroyo, afluente del Usumacinta, conocido en esa época como Yalchilán, y él lo transformó en Yaxchilán, que puede traducirse como "piedras verdes".

Los avances recientes en el desciframiento de la escritura maya, especialmente en lo que se refiere a los glifos emblema, nos han permitido en la actualidad conocer los nombres de varias ciudades del período Clásico. Según Simon Martin, el nombre de Yaxchilán en esos tiempos era el de Pa'achan, que se traduce como "cielo abierto".

Interesante también es la parte donde se analiza la cronología del sitio y la historia de la dinastía gobernante de Yaxchilán. Aquí se correlacionan los datos arqueológicos con los obtenidos de la lectura de los textos jeroglíficos para proponer la actividad constructiva realizada por los gobernantes de la ciudad. Si bien los textos mencionan por lo menos a quince de ellos, sólo de los últimos cinco, que gobernaron entre 600 y 800 d.C., se tienen evidencias arqueológicas. Se destaca de manera notable el florecimiento de la ciudad durante el reinado de Itzam Balam (Escudo Jaguar II) y de su hijo Yaxum Balam (Pájaro Jaguar IV), que abarca el lapso de 681 d.C. a 768 d.C. Este primer capítulo concluye con una descripción del sitio y sus principales grupos arquitectónicos, señalándose las estructuras de donde proceden los materiales líticos estudiados.

En el segundo capítulo encontramos información que atañe a la obtención de los materiales analizados, por lo que se incluyen datos sobre los métodos de excavación, el registro del material y los límites de la investigación, pues se trata solamente de una parte de un universo de materiales más amplios que por diversas circunstancias o justificaciones teóricas no se incluyeron en el presente estudio.

El tercer capítulo versa sobre el método tipológico empleado en el análisis de materiales arqueológicos de esta naturaleza. Para ello el autor se basa en una extensa revisión de los métodos clasificatorios empleados en trabajos del área maya, como es el caso de los estudios líticos de Uaxactún, Piedras Negras, Mayapán, Barton Ramie, Altar de Sacrificios y Ceibal; sin duda, como se menciona en el texto, hasta la fecha en que se realizó este estudio, dichos trabajos eran los más completos de la industria lítica de los grandes sitios mayas. Pero la revisión realizada por Akira Kaneco sobre el estudio de tales materiales no se limitó al área maya, sino que también se cotejaron trabajos sobre implementos líticos de sitios del Altiplano de México, como es el caso de los materiales de la Cueva de la Nopalera, de la Cueva de Texcal y de Teotihuacán, así como trabajos que abarcan otras partes de Mesoamérica. Esta extensa revisión le permitió al autor elaborar una propuesta propia; consciente, sin embargo, de que las metodologías y tipologías varían de acuerdo con el objetivo específico de cada investigador.

Las confusiones que crean los diferentes términos establecidos por los investigadores, en las taxonomías de este tipo de artefactos, fueron resueltas con habilidad proponiendo correspondencias, sustituciones o modificaciones bien sustentadas entre los términos utilizados en el área maya, especialmente por Gordon Willey, y los del Altiplano de México, establecidos por Ángel García Cook. Mediante una serie de cuadros el autor resume toda esta problemática y propone una terminología propia para clasificar los artefactos líticos de Yaxchilán.

La taxonomía propuesta considera atributos que van de lo general a lo particular, donde la máxima categoría es la de "industria", la cual atañe a la naturaleza de la materia prima de los artefactos, en este caso la "industria lítica". Le sigue el rubro de "clase", el cual identifica la técnica empleada en la elaboración del artefacto; así se distingue entre la lítica tallada de pedernal, la lítica tallada de obsidiana, la lítica tallada-pulida y la lítica pulida que engloba a materiales pétreos de diversos tipos. Por su parte, el término "categoría" intenta establecer la función de los artefactos mediante una observación de las formas y la analogía etnográfica. Los otros tres aspectos considerados en esta taxonomía, "familia", "tipo" y "variedad" tienen que ver con particularidades de la forma específica de cada artefacto.

En el cuarto capítulo encontramos la tipología de los objetos analizados, los cuales se presentan de acuerdo con la "clase", iniciando con los objetos tallados de pedernal y obsidiana, entre los que se reconocen tajadores, hachas, percutores, cinceles, cuchillos, puntas de proyectil, raspadores, raederas, excéntricos, núcleos, navajas, navajas retocadas, pulidores, lascas y desechos de talla.

En la "clase" de objetos tallados-pulidos se agrupan hachas, gubias, formones, pulidores y discos. Mientras que en la "clase" de artefactos manufacturados mediante la técnica del pulido se incluyen metates, manos de metate, mortero, recipientes, manos de morteros, pulidores, hachas, azuelas, cuñas, cinceles, machacadores, objetos escultóricos, anillos de piedra, plomadas, malacates, pesos de red, ganchos de átlatl, piezas de mosaicos, orejeras, cuentas para collares, pulseras u otros objetos suntuarios, fragmentos de vasos de alabastro y 37 objetos misceláneos que no pudieron adscribirse a las categorías reconocidas en el estudio.

Esta larga lista da cuenta de un amplio inventario de artefactos utilizados por los antiguos constructores de Yaxchilán, con los que lograron satisfacer las más diversas necesidades cotidianas y rituales en los planos económicos, sociales y religiosos de su momento histórico. En total, en esta obra se analizaron 1 453 piezas de la industria lítica encontrada en Yaxchilán. Todas y cada una de ellas están contenidas en una serie de tablas donde se agrupan de acuerdo con diferentes criterios utilizados para ordenar este vasto y variado universo de artefactos creados por el pueblo maya prehispánico.

Por su parte, el quinto capítulo, titulado "Análisis de los artefactos", nos brinda una serie de inferencias sobre uso, función y distribución de los artefactos estudiados. Interesante es el apartado en el que se analizan las puntas de proyectil y, sobre todo, su clasificación tomando en cuenta dimensión y peso de las piezas para identificar uso y función de tales artefactos. Se propone así que todos pertenecen al período Clásico, y que las puntas pequeñas eran de dardos arrojados con la técnica mesoamericana del átlatl, mientras que las puntas de mayores dimensiones se usaron como puntas de lanzas o como cuchillos; armas características de ese período, como puede constatarse en el registro arqueológico y en las evidencias iconográficas de Yaxchilán y otros sitios.

La ausencia de pequeñas puntas, de menos de tres gramos, características de las flechas usadas en el período Posclásico, confirman que el arco y la flecha no se utilizaron en Yaxchilán, y en general en el área maya, durante el período Clásico. En este capítulo igualmente se analiza la procedencia y distribución de los artefactos en cada conjunto arquitectónico. También se aclara si estos proceden de pozos estratigráficos o del escombro durante el proceso de liberación de los edificios. El capítulo concluye con datos sobre identificación, naturaleza y procedencia de la materia prima utilizada para la manufactura de los artefactos líticos, así como la comparación cuantitativa con otros sitios mayas.

En el sexto y último capítulo, titulado "Discusión y resumen", al igual que en el anterior, encontramos la forma en que las descripciones dan paso a las interpretaciones. Y dado que la mayor parte de los artefactos analizados se encontraron en el escombro removido para la liberación de las estructuras arquitectónicas, el autor analiza los alcances y los límites de estos contextos arqueológicos, ya que desde el punto de vista estratigráfico, el escombro es un depósito caótico. Sin embargo, teóricamente éste contendría los materiales del depósito acumulado posterior a la construcción de los edificios hasta el abandono total del sitio, y también cualquier material hasta la época contemporánea.

Igualmente se preocupa por la formación del contexto, por lo que recurre a las premisas de la llamada arqueología sistémica, y considera las cuatro diferentes etapas en las cuales puede hallarse un artefacto dentro del contexto arqueológico; es decir, su obtención y manufactura, la distribución, el uso o consumo y, finalmente, su desecho, mediante el cual todo objeto pasa del contexto sistémico al contexto arqueológico. Con estos preceptos analiza e interpreta contextos y algunos de los artefactos más representativos de la muestra estudiada. Un resumen y las conclusiones de su trabajo finalizan este interesante libro que sin duda será de utilidad para la comunidad académica, pero también para un público más general interesado en estas importantes expresiones del pueblo maya prehispánico.

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