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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.26  Ciudad de México  2005

 

Reseñas

 

María del Carmen León Cazares, Reforma o extinción. Un siglo de adaptaciones de la orden de Nuestra Señora de la Merced en Nueva España

 

Rosa Camelo*

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 2004; 325 pp. + ilustr.

 

* IIH, UNAM.

 

El libro es resultado de la investigación que realizó la doctora María del Carmen León sobre la Orden religiosa de la Merced, tal vez la menos conocida entre las que se establecieron en la Nueva España. Hasta el presente, muy poco se sabía sobre ella. En realidad, eran ciertas noticias aisladas que emergían de algunas de nuestras lecturas sobre diferentes aspectos de la historia novohispana, por ejemplo, que uno de los religiosos que acompañaban a Cortés durante las campañas que llevó a cabo para lograr la conquista de los territorios que recibirían el nombre de Nueva España, se llamaba Bartolomé de Olmedo y era mercedario, o que unos mercedarios llegaron, desde Guatemala, a fundar casas en el virreinato hacia los finales del siglo XVI, y también que algunos miembros de esta orden fueron distinguidos teólogos y filósofos que alcanzaron fama como maestros en la Real y Pontificia Universidad de México, o que, partiendo de fundaciones guatemaltecas, miembros de dicho Instituto misionaron por tierras chiapanecas.

Existen además, construidas de cal y canto, importantes evidencias de su establecimiento en ciudades novohispanas. Algunos años después, en el siglo XVII, los mercedarios alcanzaron la autorización de fundar algunas casas. La mayoría de estos monumentos tiene un gran valor artístico y forman parte del tesoro arquitectónico de nuestro país, cuyo ejemplo más notable es el imponente y original claustro, resto del convento que levantaron en el barrio de la Merced de la ciudad de México, que precisamente debe su nombre a esta construcción.

Se cuenta también con dos crónicas, una del siglo XVII escrita por Francisco de Pareja, y otra del siglo XVIII, fruto de la pluma de Cristóbal de Aldana, fuentes de información obligadas cuando se trataba de escribir algo sobre la Merced o algún mercedario, pero que carecían de un estudio historiografía) que las caracterizara dentro del género al que pertenecen, el de la crónica provincial. En contraste con las órdenes mendicantes, no existía estudio alguno que, al igual que los varios trabajos que se pueden citar sobre las primeras, presentara un panorama claro y circunstanciado de la acción de los mercedarios en la Nueva España, de su producción historiográfica y de las características que la distinguían de las demás.

La investigación contenida en este libro cumple con creces ese cometido. Muestra los pormenores de esa historia que necesitábamos, y revela otra, muy ligada a la primera y tan importante como ella, porque es en el contexto de las dos como se hacen evidentes una serie de circunstancias importantes para explicar el proceso generador de este involuntario ocultamiento.

El hecho de que el complejo y accidentado avance de los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo se diera dentro de un importante debate sobre el derecho de conquista, que la Corona española basó, en un primer momento, en el concepto de la guerra justa y en las bulas papales que la comprometían a evangelizar a los pobladores de esos territorios, hizo que se pusiera especial empeño en los grupos de religiosos que habrían de predicar el Evangelio.

Las primeras órdenes religiosas enviadas para este menester fueron las mendicantes, que cumplían cabalmente con las necesidades de las autoridades, ya que desde su fundación en el siglo xm, su principal tarea fue la difusión de la doctrina cristiana. También favoreció esta elección el hecho de que dichas órdenes se encontraban viviendo un proceso de reforma propiciado por la propia Corona, que reivindicaba el carácter con el que habían sido fundadas, y que aseguraba un desempeño acorde con el proyecto de dominio que se iniciaba. Dentro de este proyecto de dominio, los mercedarios carecían de un espacio definido que, en contraste, en el Viejo Mundo estaba claramente determinado y todavía actuante.

A partir de esta circunstancia María del Carmen León presenta esa primera historia a la que me he referido. Da a conocer esa serie de hechos, paciente y cuidadosamente espigados; meticulosa y eruditamente establecidos, inteligente y reflexivamente interpretados, que arrojan luz sobre cómo y por qué la presencia de esta orden en el espacio americano, y más señaladamente en el novohispano, estuvo marcada por altibajos y contradicciones en los primeros años en que intentó erigir una provincia en este territorio.

La historia se remonta a los orígenes de la orden fundada por Raymundo de Peñafort, en el siglo XIII, como orden militar, semejante a las de Calatrava, Santiago o Temple, la cual se dedicaría a redimir cautivos y estaría formada por caballeros legos y por sacerdotes que deberían atender la salud espiritual de los primeros, acorde con las necesidades de la época. Sus votos eran semejantes a los que hacían los mendicantes: de pobreza, castidad y obediencia, pero a éstos sumaba uno que obedecía al objetivo principal de su instituto: el de redimir, aun a costa de su libertad o de su vida, a los cautivos prisioneros de infieles, por eso mismo, en peligro de caer en apostasía. Con esta organización cumplieron su cometido, pero en el siglo siguiente, los sacerdotes adquirieron la supremacía y con el apoyo de Clemente V, tomaron los puestos de mando de la orden, lo que provocó que los caballeros abandonaran la orden, quedando conformada sólo con los eclesiásticos. Con esta nueva composición continuaron haciendo honor al nombre que se habían dado, Nuestra Señora de la Merced, Redención de Cautivos Cristianos, y luchando por rescatar al mayor número posible de prisioneros. Los escenarios de su acción y las exigencias que el rescate de tipo monetario o de intercambio de personas implicaba, marcaron su proceder distinguiéndose de las órdenes mendicantes: mayor libertad de movimiento, poca vida comunitaria y autorización de recaudar limosnas y de administrar los bienes que adquirían por diferentes medios, como era la recepción de herencias o donaciones, venta de bulas y limosnas. También tenían autorización de poseer bienes personales.

Dado que su calidad sacerdotal no les permitía tomar las armas, muchas veces se trasladaban a territorios ocupados por los sarracenos en compañía de los ejércitos y bajo la protección de los gobernantes. Así adquirieron compromisos con reyes y señores, lo que los condujo a actuar como capellanes de los ejércitos y a vivir alejados cada vez más de la sujeción a una comunidad establecida.

Por esta razón, en el inicio del proceso de exploración y ocupación militar de las tierras del Nuevo Mundo, se halla documentada la presencia de varios mercedarios que no formaban parte de ninguna comunidad establecida; acompañaban a las huestes españolas, al parecer, como capellanes. No obstante, al pretender establecerse y ejercer acciones misioneras, se encontraron con resistencia por parte de la Corona Española, sobre todo en la Nueva España.

La nueva realidad, resultado de la lucha por apoderarse de la multitud de pueblos que empezaban a mostrar la magnitud de la tarea a la que los reyes de España se abocaban, no tenía un lugar para la acción redentora de los mercedarios. Para poder participar sin problemas en la nueva misión de la iglesia universal y para sobrevivir y afianzarse en ella, las funciones que habían sido su principal objetivo debían relegarse a un segundo plano. La Merced tuvo que reformarse y elegir entre "Reforma o extinción". Así, paralelamente a la actividad que fue su razón de ser en los siglos anteriores al XVI, la redención de cautivos, los frailes de la Merced tuvieron que reelaborar formas de acción apropiadas a la singular circunstancia americana.

Para reestructurar su actividad y reformar su regla, fue necesario reflexionar sobre su pasado. La figura del cronista de la Orden, tan antigua en otras órdenes como las mendicantes, no existía entre los mercedarios. Tuvieron que innovar y proceder a la recuperación de su pasado, a su preservación y a su recreación.

La construcción de esa memoria y su reinterpretación, es lo que constituye la segunda historia que María del Carmen León analiza y revela en su trabajo. Desarrolla así una conceptualización que podríamos caracterizar, parafraseando el título de una obra clásica sobre América, La invención de la Merced misionera. Es decir, el estudio del proceso ideológico donde actuó la pluma del historiador, para encontrar en el pasado acciones que dieran continuidad a lo que, paralelamente, iban dictando los legisladores que hacían los ajustes al ministerio de los mercedarios, obedeciendo a las presiones y a la vigilancia de las autoridades.

Los cronistas, que con varios años de retraso en relación con las otras órdenes nombraron los capítulos, se empeñaron en encontrar, entre los capellanes de las expediciones, señales de interés en misionar además de redimir. Un buen punto de partida para fincar el linaje de una predicación unida a la redención de cautivos desde su fundación, fue el martirio sufrido por San Ramón nonato, quien no pudo ser silenciado a pesar de que se le horadaron los labios para colocarle un candado que le impidiera hablar sobre los beneficios de la redención de los hombres por Jesucristo. A partir de este suceso, se fue espigando en las narraciones sobre las actividades mercedarias para revalorar las evidencias que se encontraban acerca de frailes que además de rescatar cautivos, predicaron el evangelio.

Por algunas expresiones sobre fray Bartolomé de Olmedo, encontradas sobre todo en Bernal Díaz del Castillo, que podían interpretarse como preocupaciones por la manera de introducir entre los indios el conocimiento de algunos asuntos de la fe cristiana, comenzó a construirse la imagen de un Olmedo evangelizador. No obstante, como para alguno no fuera suficiente el resultado de espigar entre los textos de éste y otros cronistas de la conquista de México, cuyo asunto principal era la acción cortesiana, se hicieron algunas interpolaciones a la Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Díaz del Castillo, y sobre éstas, a pesar de tempranas desconfianzas en el valor que pudieran tener, se fue construyendo una imagen del capellán de las huestes de Cortés que respondía a la nueva figura ejemplar que las reformas en la orden mercedaria requerían.

Se ha dicho que una falsificación, un cambio en la valoración de acciones antes no resaltadas, puede enseñar más sobre una historia,1 que algo así no debe ser rechazado sino comprendido y situado en su contexto. María del Carmen León demuestra la verdad de esta afirmación al presentar las interpolaciones mercedarias en el contexto de la reelaboración de una historia que cumple con la idea que se tiene de ella en la época en que se produce, el siglo XVII: una narración que deberá servir a los mercedarios de ejemplo y norma para el cumplimiento de su desempeño. Su presente los situó ante una realidad que les exigía cambiar su modelo de vida. La adaptación del pasado les proporcionó los elementos para sustentar esa reforma necesaria sin negar lo que fueron, a la vez que les permitió encontrar en su pasado los elementos que le dieron continuidad y coherencia a su presente.

 

Nota

1 "Pensemos en un documento apócrifo cuyos datos y noticias sean flagrantes falsedades. En la escala valorativa [... originalidad y verdad de los datos] se le asignaría el último lugar o bien se vería desechado del todo [...] se cometería un grave error, porque hay que ver que una falsificación tiene un valor de primer orden, atento el cúmulo de supuestos que necesariamente implica. E. O'Gorman. Cuatro historiadores de Indias. "La 'Historia Natural de las Indias' del P. Joseph de Acosta", SEP, México, 1972, p. 169 (Sepsetentas 51).         [ Links ]

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