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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.25  Ciudad de México  2004

 

Reseñas

 

Saúl Millán y Julieta Valle (coords). La comunidad sin límites. Estructura social y organización comunitaria en las regiones indígenas de México

 

Mario Humberto Ruz

 

México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2003; 3 vols. 404 pp., 340 pp. y 341 pp. (Serie Etnografía de los Pueblos Indígenas de México).

 

Centro de Estudios Mayas, IIFL, UNAM.

 

Avasallada acaso por la moda de los estudios en antropología urbana o industrial, los fenómenos migratorios o los de género, entre otros, la etnografía de los pueblos indígenas pasó del plano protagónico que ocupó durante décadas en la factura de la etnología mexicana, al de desdeñada cenicienta a la que no pocos colegas le endilgaron el pecado original de heredera de la tradición culturalista estadunidense, soslayando lo mucho que de desarrollo original contiene. No fue sino hasta hace ya casi una década cuando, alertados por el levantamiento Zapatista, los antropólogos mexicanos volvieron de nuevo la mirada a los pueblos indios, bajo nuevos postulados y diversas perspectivas. Pero si bien a partir de entonces han proliferado las aproximaciones a la realidad indígena contemporánea del país, resulta claro que muchas de ellas muestran afanes a menudo más sociológicos que etnológicos, y en ocasiones incluso matizados con tintes coyunturales, cuando no francamente partidistas y hasta oportunistas.

Por ello, cabe iniciar saludando con agradecimiento el que el INAH —en una clara apuesta al retorno a la mejor tradición antropológica— haya decidido alentar un magno proyecto de etnografía. Se trata, justo es destacarlo, de un esfuerzo inédito y gigantesco alentado por Gloria Artís y su equipo, que sirve, entre otras muchas cosas, como escaparate para mostrar las posibilidades que alberga una institución como el INAH cuando se decide a trabajar en forma conjunta y armónica, aprovechando la riqueza académica y el gran entramado nacional que la caracterizan.

Aspecto de particular relevancia es el que como punto de arranque del proyecto se haya retomado la temática de la estructura social (descuidada de manera inexplicable en los estudios etnológicos mexicanos de las últimas décadas), enmarcándola en una perspectiva novedosa por holística y regional que, al estar basada en una guía conceptual compartida, enriquece notablemente las posibilidades de su utilización con fines comparativos, al mostrar tanto patrones recurrentes como especificidades locales. Es loable, asimismo, el que para llevar a cabo tan ardua empresa los participantes hayan desdeñado la salida fácil (y por desgracia cada vez más común en nuestro medio) de limitarse a una mera revisión bibliográfica y que hayan emprendido en cambio —acompañados con numerosos estudiantes e investigadores bisoños— un exhaustivo "retorno al campo," que es sin duda una de las mayores virtudes del proyecto.

Tampoco es de desdeñar el que en general los textos se encuentren redactados en forma clara y en ocasiones incluso elegante, a más de amena, lo cual asegura una mayor audiencia, sin que ello signifique sacrificar la profundidad analítica o la contextualización de los aportes. De hecho, ya desde la presentación y la introducción los coordinadores, amén de abordar tanto los aspectos teóricos generales como los etnográficos particulares desprendidos de la investigación de campo que sustenta los ensayos, los ubican en la perspectiva de los estudios realizados en nuestro país sobre las estructuras sociales, proporcionando en ocasiones algunas reflexiones diacrónicas que ayudan al lector a situar en su contexto específico, entre otras cosas, los numerosos cambios que se advierten en las comunidades estudiadas hace algunas décadas (a menudo con perspectivas insidiosamente funcionalistas) con respecto a los datos que se derivan del trabajo que ahora se presenta, abordando las esferas de tales cambios, su direccionalidad y significado.

Como es de esperar en un empeño de tal magnitud, los textos de que dan cuenta estos primeros volúmenes difieren en aspectos formales, de contenido y exposición. Resulta imposible dedicar aquí a cada uno de ellos el espacio que merece, pero bien pueden apuntarse algunas ideas generales a fin de proporcionar al lector potencial ciertas pistas. Me limito a esbozar consideraciones globales acerca del primer tomo, dedicado a las regiones indias del sur y el sureste, y comienzo apuntando que si bien cada ensayo constituye en sí mismo un texto separado (lo cual provee al conjunto de un desarrollo propio con sistematizaciones en ocasiones distintas), cada uno de ellos posee su propia coherencia expositiva.

Así, el denominado "Reciprocidad y parentesco en las culturas de Oaxaca", de Alicia Barabas y Miguel Bartolomé, exhibe una coherencia y calidad expositiva que revelan un profundo conocimiento del tema, producto no sólo de una larga estadía en la zona sino también de una envidiable capacidad de síntesis y análisis. Tras reafirmar la conocida pluralidad etnolingüística oaxaqueña, los autores ubican geográficamente a los grupos del estado, apuntan los datos demográficos que dan cuenta de la mayor o menor vitalidad de sus idiomas y, punto de particular interés, se detienen en señalar cómo los grupos etnolingüísticos están a su vez "integrados por numerosos grupos étnicos organizacionales que se autodefinen primariamente en relación con las adscripciones comunales o regionales y sólo secundariamente en relación con identidades etnolingüísticas abarcativas", lo que les anima a clasificar tales grupos como "configuraciones etnoculturales" (p. 37). A fin de mostrar la validez de su postulado, los autores aventuran una clasificación que toma en cuenta tres criterios: magnitud numérica, espacialidad y origen, que les permite postular la existencia de macro, meso y microetnias; absolutas y relativas, autóctonas y alóctonas. Esté uno de acuerdo o no con tales clasificaciones (en lo particular los términos absoluto y relativo aplicados a la espacialidad no me parecen muy afortunados), es claro que su empleo como herramienta resulta de gran interés y nos permite atisbar en términos comparativos la muy diversa situación que enfrentan chochos, zapotecos, triquis, mixtecos, zoques, cuicatecos o el resto de la casi veintena de grupos étnicos organizacionales que los autores listan.

De igual interés es el eje analítico privilegiado por Barabas para su análisis de los sistemas de intercambio recíproco en el área. En él, partiendo de un concepto seminal en la etnología como lo es la economía del don —ese "hecho total social"— planteada por Mauss hace ya casi 80 años, la autora entreteje hábilmente los contextos históricos y sociales que enmarcan el intercambio (etnografía e historia) y logra ofrecernos un estimulante panorama de los tipos y formas de reciprocidad que advierte en la región en estudio, mismas que niegan la pretendida existencia de comunidades corporativas cerradas —tan caras a los estudios antropológicos de hace algunas décadas— ofreciéndonos a cambio una realidad multiarticulada en muy diversos niveles tanto con otros grupos indios como con la sociedad no indígena, igualmente diversa. Tipos, campos, ámbitos y temporalidades desfilan por el texto, ofreciéndonos nuevas perspectivas analíticas para comprender reciprocidades equilibradas y agonísticas en el trabajo, la vida cotidiana, el ámbito festivo, el político y el sagrado; perspectivas entre cuyas virtudes no es una de las menores la de estimular la reflexión y discusión académicas.

Bartolomé, por su parte, se aboca a los sistemas y lógicas parentales en un acucioso y esclarecedor texto que recupera, con una claridad expositiva envidiable, tecnonimias, diadas, fraternidades, esquemas residenciales, patrones de herencia, normas conductuales, grupos de edad y alianzas, para con base en ellos abordar las lógicas que subyacen en las configuraciones parentales del extenso y muy diverso territorio oaxaqueño, y se expresan con fuerza inusitada en la cotidianeidad. Como ocurre siempre con textos propositivos, uno se queda con ganas de más. A alguno le gustaría mayor detalle en lo que respecta a los cruces planteados entre el parentesco bilateral y el modelo hawaiano; a otro, un análisis más puntual sobre cómo el reemplazo del cónyuge masculino por la figura materna pueda paliar lo "incompleto" de una familia; alguien hubiese deseado cierto hincapié en el paso de adopciones fraternales a relaciones de parentesco ritual como el compadrazgo; compadrazgo que, según apunta el autor, se puede registrar también entre comunidades, y a varios nos hubiese sido de enorme interés que el autor reflexionase con mayor detenimiento en la manera en que la conversión religiosa a credos distintos al católico afecta (o no) este rasgo supuestamente "indisoluble".

Sea como fuere, es claro que si, como él mismo señala al final de su ensayo, incluso "en un tema aparentemente tan árido como el parentesco, apelar a la tradición antropológica es siempre un llamado a la imaginación y la creación", el texto que hoy nos ofrece Bartolomé lo reafirma como un estudioso dotado con ambas cualidades, lo que no es poco decir en una época donde el acartonamiento, la falta de imaginación y la repetición monotemática parecen campear en nuestras disciplinas.

Por su parte, el segundo ensayo. "Las formas del intercambio: jerarquía y reciprocidad en el istmo de Tehuantepec", debido a la pluma de Saúl Millán, quien coordinó a otros dos investigadores, muestra numerosas virtudes. Imposible detenerse en todas ellas, pero no puedo dejar de señalar lo que de sugerente y novedoso muestra la organización del material, aunada a la claridad de la exposición, y, sobre todo, la aguda y brillante articulación entre los aspectos teóricos y la etnografía.

Territorio que alberga a chontales, huaves, mixes. zapotecos y zoques, la fragmentación "a un tiempo simétrica y horizontal" del Istmo es hábilmente integrada en el ensayo (en particular en el caso de los huaves) a través del eje que constituye el sistema de rotación de cargos civiles y religiosos que caracteriza a los barrios; sistema que se equipara a la circulación de mujeres levistraussiana, ya que al igual que éstas, se apunta, "los cargos viajan entre las distintas secciones distribuyendo valores limitados de acuerdo con un principio temporal que obliga a recibir el cargo al iniciar el año y a entregarlo al finalizar" (p. 127).

En un nítido recorrido que incluye los modelos de organización territorial, la lógica de las corporaciones y las estructuras jerárquicas (con su secuela de autoridades y formas de intercambio), para venir a rematar con las unidades de parentesco por consanguinidad y alianza, los patrones de endo y exogamia y los intercambios rituales, los autores nos ofrecen una exposición realmente fascinante gracias a la cual podemos apreciar cómo los tiempos y espacios que repercuten en la definición comunitaria surgida desde la administración novohispana, fueron inteligentemente adoptadas y adaptadas por las poblaciones indias, resignificándola una y otra vez, en especial en el marco de las cofradías, las cuales dieron cobijo al mantenimiento de antiguas formas de unidad territorial como el siqui, con independencia de que los antiguos lares hayan cedido su espacio a los santos patronos.

Normas de filiación, alianza, residencia, herencia y otras muchas, según nos muestra el ensayo, han permitido, gracias a su continua modificación, el que no pocas prestaciones rituales construyan solidaridades entre núcleos domésticos y formaciones sociales intermedias, en ocasiones sumando a las relaciones de parentesco vínculos de naturaleza ritual, amén de otras numerosas e interesantísimas readecuaciones de que da cuenta este ensayo y que si bien no nos autorizan a suscribir la postura extrema planteada por Lévi-Strauss cuando afirmaba que "los modelos son la realidad y podría decir incluso, la única realidad", parecerían sustentar sin ambages la aseveración de Françoise Heritier, para quien "un sistema de parentesco no existe más que en la conciencia de los hombres y no es más que un sistema arbitrario de representaciones".

De ello da también cuenta el texto "Ser zoque, nombrar lo zoque: las dificultades de la clasificación social", de Miguel Lisbona; una contribución clara, inteligente y con un excelente nivel de exposición, cuyo autor nos alerta desde un inicio acerca del riesgo que conlleva la búsqueda de organizaciones comunitarias y estructuras sociales unívocas; búsqueda que ha dado origen a "posiciones estáticas que imposibilitan un acercamiento más plural a la realidad contemporánea de los zoques". A fin de evitar la repetición del error, recurre a una somera pero muy ilustrativa revisión de los trabajos realizados sobre las poblaciones zoques asentadas en Chiapas y Oaxaca, que entreteje con su propia experiencia etnográfica y con un breve pero interesante bosquejo histórico que facilita al lector comprender y ubicar mejor los cambios registrados en las estructuras sociales.

Lisbona inicia su recorrido por las transformaciones coloniales y decimonónicas alusivas a la tierra y el acomodo territorial, pasa a analizar el papel de las instituciones (cacicazgos, jefaturas o centros rectores, calpules, barrios, cowinás, etc.) y el del parentesco en la organización comunitaria, y remata con lo que denomina "encuentros y desencuentros entre los zoques de Chiapas". El análisis sobre la manera en que las diversas políticas influyeron en la configuración de una "región zoque", en continua reelaboración, es a todas luces un aporte valioso, si bien se extrañan mayores consideraciones sobre aquellas poblaciones asentadas en Tabasco y Veracruz, cuya difícil y muy diversa situación hubiera permitido consideraciones comparativas de gran interés. Con independencia de que dicha configuración sigue estando, como apunta el autor, sujeta a revisión, del texto surge clara la importancia que estructuras como los barrios, cofradías y cowinás —equiparables a los guachibales mayas guatemaltecos—, jugaron en el mantenimiento de "una organización social basada en la ermita con santos patrones y regidores por barrios", a la vez que en la emergencia de estructuras públicas y privadas, que el autor (basándose en estudios previos) vincula "con la organización familiar extensa que controlaría y organizaría el trabajo y la producción agrícola" (p. 189).

Cabe destacar que Lisbona no se limita a una mera revisión de autores que le precedieron en la zona, sino que confronta sus afirmaciones, empleando a menudo en su apoyo textos de corte histórico (como el surgido tras la visita del oidor Scals hacia 1690), lo que le permite sugerir nuevas interpretaciones sobre el desarrollo de las estructuras sociales zoques, dejando claras las diferencias susceptibles de detectar entre uno y otro poblado, así como con los sistemas de cargos vigentes en Los Altos de Chiapas, que han sido erróneamente considerados arquetípicos para el mundo chiapaneco. Tras describir y analizar los cambios en tal sistema, Lisbona enfoca su atención en aquellos sufridos por las estructuras de parentesco consanguíneo, por alianza y ritual, en un breve pero muy interesante recorrido que le permite dar cuenta de su vigencia, gracias a la continua actualización de reciprocidades e intercambios, con independencia incluso de la mayor o menor fortaleza del idioma.

"Una visión de lo heterogéneo. Nuevas formas de estructura social de los indios de Los Altos, de la selva de Chiapas y de los refugiados guatemaltecos de la frontera sur", que constituye el cuarto capítulo monográfico, resulta de particular interés dada la relevancia que adquirió la región en el contexto nacional a raíz del levantamiento zapatista. A esta peculiaridad se agregan otras dos: el hecho de que los autores (coordinados por Margarita Nolasco) hayan optado por presentar una visión global de buena parte de la frontera y no un ensayo enmarcado por una entidad federativa o una región étnica y el que, incluso desde antes del levantamiento, la zona hubiese sido campo privilegiado de antropólogos sociales y etnólogos, en particular en sus porciones chiapanecas, lo que se traduce en una bibliografía tan abundante como desigual. El reto era pues particularmente agudo: combinar la síntesis de los datos publicados con aportaciones analíticas sucintas para una amplia y desigual región.

El texto parte de un concepto valioso para abordar la indianidad fronteriza al guiarse por lo "heterogéneo" de la misma, mostrando —de paso— cuán difícil resulta seguir considerando como unidad a nuestra frontera sur, habitada no sólo por grupos étnicos muy diversos, sino también por numerosos pobladores no indios que contribuyen de manera continua y creciente en dicha heterogeneidad. No es por tanto extraño que una de las consideraciones factibles de obtener tras su lectura sea la urgente necesidad de redefinir tales espacios, desbordando la mera pluralidad de las culturas indígenas para dar un peso distinto al tratamiento de las subregiones que la conforman. Conscientes de la magnitud del tema en estudio, los autores centran en gran medida sus apreciaciones en torno a la realidad chiapaneca, abordando con particular empeño el deterioro y la recomposición del tejido social, sobre todo de la región de las cañadas de la Lacandona y los núcleos tzotzil y tzeltal, a los cuales añaden una serie de reflexiones acerca del papel desempeñado por la presencia de refugiados guatemaltecos en la frontera.

La elección podría antojarse discutible para alguien interesado en obtener una visión total de la realidad fronteriza —pues por desgracia significó tocar apenas tangencialmente a tojolabales, chujes, mochós, jacaltecos, cakchiqueles y otros grupos asentados en la Selva, la porción del Soconusco y la Sierra Madre de Chiapas (en ocasiones mucho más próximos a la línea divisoria), dejar de lado a las áreas fronterizas de Tabasco y Campeche, y mencionar muy a vuelapluma las de Othon P. Blanco en Quintana Roo—, pero pese a ello el texto ofrece valiosos puntos de referencia para atisbar la complejidad de esta región de regiones cuya continua recreación identitaria salta a la vista desde los primeros párrafos y se exhibe de manera gráfica ya en el primer mapa, donde vemos cómo choles y tzeltales se han constituido en los últimos años en las presencias mayoritarias en vastas franjas del territorio en estudio, desbordando con mucho sus asientos tradicionales.

De hecho, como bien se asienta desde un inicio, el concepto mismo de frontera (si lo enfocamos trascendiendo la chata visión de línea divisoria) es sujeto de una continua resignificación. Es acaso en este sentido donde la elección de casos que se consideran representativos (pp. 217 y 232) nos ofrece su mayor riqueza: las regiones indígenas seleccionadas, socialmente imbricadas, variadas y conflictivas, muestran el amplio abanico de relaciones de cooperación y oposición factibles de encontrar en áreas tan extensas como disímiles cuyo punto de articulación gravita en buena medida en torno a su diversidad ecológica, demográfica, lingüística, religiosa, cultural y en formas de organización político-administrativa.

A lo largo del estudio el lector podrá observar "cómo en muchos casos la comunidad deja de ser el centro referencial focal para ceder su lugar al ejido, y los puestos tradicionales en el sistema de cargos son sustituidos por comisiones" (p. 232); contrastar el papel creciente que juegan ciertas élites intelectuales indígenas chiapanecas con el analfabetismo aún agudo en la zona; ver cómo mientras en varios poblados de Los Altos se registran acciones de "limpieza étnica" y religiosa (más de 60 mil indígenas, se apunta, viven fuera de su lugar de origen expulsados por motivos religiosos), la composición pluriétnica propia de los asentamientos selváticos obliga a mayor tolerancia (p. 255), o visualizar la manera en que añejas estructuras de poder y organización como las cofradías y los cuerpos de principales vigentes en los Altos ceden espacios y funciones a las asambleas de la Selva, al mismo tiempo que el catolicismo retrocede ante el embate de un mercado de bienes simbólicos cada vez más amplio. Actores igualmente novedosos en la realidad local, por el texto se asoman guerrilleros, militares y paramilitares, contrabandistas, narcotraficantes, ecologistas y miembros de partidos. No es gratuito, como se apunta en el ensayo, que de ser considerada un "problema" de integración social, la realidad indígena de la zona haya pasado a concebirse como de seguridad nacional (p. 229).

Novedades dignas de destacar son también, entre otras, el bosquejo histórico acerca de las estructuras sociales en la zona, la insistencia en el papel que juegan las lógicas del parentesco en los asentamientos más recientes (p. 253), el detenimiento con que se abordan los cambios en la esfera de lo femenino, la atención que se presta a los municipios autónomos Zapatistas y a la remunicipalización alentada por el gobierno local buscando minar las expectativas y el impacto de los que se desean autónomos, al papel de los catequistas en la zona o a fenómenos de amplia difusión espacial como la peregrinación de las vírgenes. Fenómeno este último, por cierto, que alerta sobre la necesidad de matizar aseveraciones como aquella de que "la existencia de protestantes y paracristianos o evangélicos niega la posibilidad de reproducción social del grupo y de su mundo mítico" (p. 225), pues amén de que estudios recientes muestran cómo a menudo los conversos resemantizan los contenidos tanto bíblicos como de la tradición oral a fin de "apropiárselos" adaptándolos a viejos esquemas, del propio texto se desprenden actitudes similares.

Tras abordar la situación de los refugiados guatemaltecos en las áreas fronterizas (centrándose en los ubicados en antiguos campamentos), el texto dedica algunas reflexiones sobre los que identifica como "los nuevos agentes sociales": las organizaciones campesinas, las no gubernamentales, diáconos, prediáconos y catequistas; los agentes bélicos y los desplazados por la violencia regional. Las breves referencias sobre cada uno de ellos se antojan suficientes para proveer al lector de una perspectiva global, si bien el análisis apenas se esboza y sin duda requiere de una aproximación fina y crítica. Tal es el caso, por mencionar uno, del papel desempeñado por las múltiples organizaciones no gubernamentales de todo cuño que laboran en la zona, pues si bien se alude a los "beneficios" que aporta su presencia, se soslayan las consecuencias negativas que en muchos casos trae aparejada la imposición de formas y normas específicas, aunque se señala, ciertamente, que no buscan la transformación estructural de la sociedad y que su impacto directo a menudo cesa al ausentarse, dada su incapacidad para introducir cambios duraderos.

Sea como fuere, es claro que las reestructuraciones del tejido social, que dan origen a nuevas formas de convivencia basadas en la tolerancia en la Selva o vinculadas a menudo por el contrario con la intolerancia en la zona de Los Altos, se nutren del pasado pero sin anclarse en él. La recurrencia a artículos constitucionales (v.g. el 39) y acuerdos internacionales (OIT, 169), al mismo tiempo que se readecuan antiguos saberes y actitudes (como en el caso del derecho consuetudinario), muestra a las claras cómo los pueblos mayances siguen apostando, como lo han hecho al menos desde la época colonial (para no hablar de lo prehispánico), por insertarse en la modernidad, sin que ello signifique, en modo alguno, la renuncia a una identidad peculiar. Identidad, en este caso, profundamente permeada por la situación fronteriza.

El ensayo "Solares, rumbos y pueblos. Organización social de los mayas peninsulares", bajo la coordinación de Ella Fanny Quintal, cierra con broche de oro etnográfico el volumen, por tratarse de un texto particularmente valioso, bien redactado, ameno y muy rico ya desde la descripción. A tales bondades se aúna un particular hincapié en aspectos lingüísticos, de que carecen los otros ensayos, y que permite a los autores plantear una regionalización novedosa, con la cual se puede o no estar de acuerdo, pero que sin duda provee de nuevos elementos analíticos para aproximarse de forma más comprehensiva a la compleja realidad peninsular contemporánea, por lo común percibida de manera homogénea, cuando no francamente amorfa.

Estructurado en forma tal que recuerda a las etnografías clásicas (en aquello que de positivo conllevan), el texto ofrece de entrada una caracterización de las regiones y comunidades mayas, para de allí pasar a la exposición y análisis de la tecnonimia, las reglas y pautas de residencia y las variantes del parentesco por alianza y el ritual, antes de abordar con detenimiento lo que considera la unidad doméstica maya, las formaciones sociales intermedias y el papel del ejido como instancia comunitaria de organización y representación. El último aspecto tratado con detalle (aunque en partes con una orientación más de revisión bibliográfica que etnográfica) es el relativo a las organizaciones religioso-ceremoniales, que ejemplifican con tres casos: la cofradía, el sistema de guardias y los gremios. Coda a este rubro es la relativa a las organizaciones indígenas mayas de otra naturaleza, donde se da cabida tanto a aquellas de corte gubernamental (cuando no francamente partidista) como el Consejo Supremo Maya, como a otras que a primera vista parecerían gozar de mayor independencia como son la Organización de Médicos Indígenas y la de Escritores Mayas de la Península.

El amplio texto se ve atravesado, ya desde su título, por tres ejes rectores: los solares, los rumbos y los pueblos, que sirven a cabalidad a sus autores para dar cuenta de las diversas y cambiantes pero siempre imaginativas y continuas maneras en que los pueblos mayas de la Península luchan por su reproducción ideológica, aunque lamentablemente la elección dejó fuera el análisis de las decenas de miles de mayas en grandes ciudades como Mérida, Cancún y Valladolid.

No abuso; dejo al lector el placer de descubrir la enorme y muy diversa riqueza que despliegan los textos que conforman el volumen. Sin duda, obvio es, no todo está allí ni siempre la calidad es uniforme, pero a más de que es de suponer que buena parte de los puntos en apariencia soslayados podrán encontrarse en los siguientes tomos (muestra de ello es el que lleva por título Diálogos con el territorio, ya editado), no creo equivocarme al asentar que gracias al esfuerzo entusiasta de los colegas del INAH, quienes a través de una inteligente labor cuestionan y destruyen paradigmas y prototipos, este magno proyecto nos permitirá avanzar en una nueva y más profunda reflexión sobre la realidad contemporánea de los pueblos indígenas de México y, desde ella, contribuir en el establecimiento de una relación más equitativa por respetuosa, y más digna de las ciencias sociales por comprometida en la consecución de la única comunidad sin límites deseable: aquella donde las expresiones humanas, por disímiles que sean, no sepan de cortapisas ni fronteras.

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