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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.25  Ciudad de México  2004

 

Reseñas

 

María del Carmen Valverde Valdés, Balam. El jaguar a través de los tiempos y los espacios del universo maya

 

Martha Ilia Nájera C.

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 2004; 315 pp. + ilustr.

 

Centro de Estudios Mayas, IIFL, UNAM.

 

Sin duda alguna la obra que ahora nos ocupa es una aportación al estudio de la religión y en especial de los símbolos en la cultura maya, en este caso se trata de la figura de un animal que aparece de manera profusa en diversas manifestaciones plásticas, o bien se le menciona en textos míticos y rituales: el jaguar.

Desde las primeras páginas la autora nos expone de manera clara su concepto sobre el símbolo en el ámbito religioso, explica las diferentes etapas de su investigación, los problemas a los que se enfrenta un estudioso cuando requiere analizar un símbolo, así como el método al que recurrió, pasos todos estos que pueden servir de modelo para cualquiera que desee iniciar un trabajo de esta índole. El método comparativo del que parte no se restringe a la cultura maya, sino que se extiende a diversos ejemplos meso y sudamericanos, lo que permite una mayor comprensión del problema a tratar. Además, maneja de forma oportuna los datos de grupos contemporáneos para reforzar el significado al que alude en el período prehispánico, y con ello demuestra la continuidad del fundamento de algunas creencias. Todo ello la lleva a presentar una interpretación novedosa y muy completa, pues logra integrar y sistematizar en diversos apartados un sinnúmero de expresiones del felino en apariencia caóticas y, lo más relevante, consigue darle un sentido a cada expresión dentro de un todo coherente y estructurado. Como sucede con frecuencia en estudios de esta índole, a veces su posición resulta un tanto romántica, como cuando enfrenta la posición antropocéntrica de la religión judeocristiana en la que los animales fueron creados para provecho del hombre, con la casi perfecta integración armónica del hombre y la naturaleza entre los mayas.

En la primera parte del libro incluye la descripción minuciosa de las características biológicas del jaguar, lo que resulta imprescindible para comprender mejor su significado, dado la aguda observación que los mayas tenían sobre su entorno natural, características que se reflejan en su simbolismo. En esas páginas suma las investigaciones científicas actuales sobre el félido, con diversas descripciones de los cronistas de los primeros siglos de la Colonia, que se muestran admirados ante la naturaleza del nuevo mundo. Como buen trabajo de integración, registra los diferentes glifos que se relacionan con el jaguar y el significado de los distintos términos con los que en las lenguas mayanses se refieren al jaguar y que describen ciertas características del animal, algunas de las cuales comparte con otras especies, como balam, voz que no sólo significa "jaguar" sino que su campo semántico se extiende a "bravo".

En la segunda parte, "El poder de un felino", analiza sus diversas valencias. Cuando escribe sobre el jaguar como el señor de la oscuridad, la autora presenta una observación relevante y que comparto, pero que hubiera sido de interés que extendiera y puntualizara con mayor detalle: no considera al jaguar como una deidad, sino sólo como una entidad sobrenatural, es decir, no existe un "dios jaguar" entre los mayas, no obstante su ubicuidad en las distintas expresiones religiosas; sin embargo, no señala cuál es su concepto sobre deidad, apenas se remite a una breve nota a pie de página. El animal, agrega, es una epifanía de las energías sagradas y bien podría tratarse de dioses que en un determinado momento se "felinizan" y adquieren las características del jaguar, o bien otros animales toman algunas características del felino.

Ubica al jaguar en el inframundo, espacio que describe con claridad, y al revisar diversas expresiones plásticas de este ámbito examina diferentes animales que incorpora a su imagen, como el perro, el murciélago o algunas aves, multiplicando sus valencias. Otros espacios del jaguar son los bosques, las montañas y los cerros; en los bosques el jaguar figura como el "Señor de los animales", a quien se le solicita autorización para talar o cazar y es por ello que en el día ¡x del calendario ritual, día que nos remite al animal, la principal actividad era la cacería. Cuando refiere su asociación con la montaña huitz, señala que la esquematización del monstruo corresponde al jaguar, inferencia que hubiera sido necesario matizar y explicar con más detalle dada la importancia del concepto huitz y sus implicaciones con cauac.

Los jaguares, quienes tienen como habitat natural las cuevas, espacios sagrados por los que se penetra al inframundo, prestan algunos de sus atributos para indicar la entrada a estos recintos; Valverde rastrea esta asociación y la descubre todavía en testimonios etnográficos en los que diversos personajes vinculados a las cuevas se presentan ataviados con la piel del animal. En el mismo orden de ideas asocia al jaguar con el espacio celeste nocturno, cuando las fuerzas del inframundo se presentan en la tierra son, agrega la autora, el felino moteado de estrellas; este vínculo también persiste hasta nuestros días en algunas comunidades, los yucatecos dicen que son los protectores de la milpa, en tanto que entre los tzotziles son fuerzas malignas celestes.

Dedica varias páginas al análisis del jaguar como Sol nocturno, inicia con una revisión sobre Gilí de la Tríada de Palenque que aparece en el período Clásico, deidad que se vincula con el Sol jaguar del inframundo y con la guerra. Discute las identificaciones que se han hecho de GI y GIII con los personajes del Popol Vuh, que en su opinión se han hecho con ligereza y poco sustento, lo que comparto.

Otra discusión interesante que presenta es sobre la metamorfosis de Hunahpú e Ixbalanqué, en la que, con apoyo en datos de quichés contemporáneos, identifica a Ixbalanqué "Jaguar Pequeño", quien según el mito se convierte en la Luna, pero, agrega que en tanto jaguar es la Luna como Sol nocturno, en contraposición a uno diurno (p. 106). Esto la lleva a proponer, con apoyo de otros autores y recurriendo a mitos contemporáneos, que habría dos dioses solares: uno diurno, identificado con algunas aves y uno nocturno o inferior, identificado con el jaguar y la Luna. Finaliza este capítulo con una referencia a los eclipses dado que en ciertas comunidades contemporáneas se cree que los jaguares llamados poslob devoran a la Luna.

El significado del felino responde, como múltiples símbolos de la religión maya, al pensamiento dialéctico y como tal es también un símbolo de vida y se asocia al poder regenerativo de la naturaleza y de la tierra fecundante. Así, señala la autora, el jaguar para indicar esta valencia aparece con un tocado de flores o rodeado de otros motivos alusivos a la regeneración; el jaguar es una alegoría de la vida que se genera en el interior de la corteza terrestre y germina sobre este. Llama la atención sobre cómo el artista introduce las representaciones del animal al ámbito humano y divino al dotarlo de vestuario y posiciones humanas; se detiene en especial en la flor que lleva como tocado, que lo relaciona no sólo con la fertilidad, sino con el poder de los gobernantes. Propone que esta flor debe de corresponder a la oceloxóchitl (Tigridia pavonea), lo cual considero difícil dado que el ámbito donde crece, bosques de encino y pino, no corresponde a la selva tropical lluviosa donde aparecen las imágenes.

En este mismo orden de ideas el jaguar se asocia al ciclo agrícola, en especial al maíz y al cacao; cabría acotar que el primero es un elemento caliente y el segundo uno frío, lo cual refleja a su vez las valencias antagónicas del felino. No resulta muy clara la relación de este animal con la Luna entre los mayas, que la autora señala, pese a que ambos formen parte de la red simbólica de fertilidad. Sólo la entiendo en cuanto a considerar a la Luna como un Sol nocturno.

Un vínculo que encuentra es el papel del felino tanto en el principio como en el fin del mundo. Al ser el jaguar un símbolo de lo caótico, del desorden, ocupa un papel fundamental en el origen de los tiempos y es una figura a la que es preciso destruir para alcanzar el orden y el tiempo de los hombres; sin embargo, los jaguares que sobreviven quedan inmersos en ese nuevo orden y tiempo, y funcionan como guardianes de la milpa. Como tales se colocan en las cuatro esquinas de ella o bien en las salidas del pueblo y por ello Valverde infiere que también funcionan como pilares o ceibas; no sólo materializan el caos primordial, sino también en muchos mitos el jaguar, el animal que el hombre admira por su bravura, es el progenitor de la raza humana, el hombre maya es descendiente del jaguar. Y esa imagen irracional se repetirá al fin de los tiempos y serán los felinos quienes destruirán a la humanidad, al Sol y a la Luna, creencias que sobreviven hoy en día y que se escenifican en diversas danzas, principalmente durante el Carnaval, un tiempo caracterizado por el caos.

Considero que la tercera parte de la obra, "El felino y el poder", es la más lograda, la más sólida y donde se encuentran mayores aportaciones. La doctora Valverde analiza la función del gobernante como sostenedor del universo, con capacidad para penetrar en los diversos sectores del cosmos, lo que lo convierte en el ser más poderoso de todos los ámbitos porque tiene la habilidad de controlarlos; él es quien también representa al ciclo solar y con ello también controla el tiempo. Además, con su sangre o semen fecunda a la tierra y germina la estirpe noble en el mundo. Y es en su papel de Sol naciente y Sol poniente que se identifica con los diversos significados del felino, porque en gran medida es quien le otorga el poder a los dignatarios, pues en última instancia, ellos se felinizan.

La investigadora explica con detenimiento las valencias de los rumbos cardinales, sus asociaciones con los colores, lo frío y lo caliente e inserta al gobernante en este universo simbólico. Una de las principales actividades de los gobernantes era la guerra, sobre este tópico la autora ofrece una serie de sugestivas interpretaciones como el considerar que "se está recreando un momento mítico en donde los elementos caóticos de una sociedad se ordenan gracias a la actividad militar de estos hombres prodigiosos" (p. 184). Es pues, una recreación de la lucha original entre el caos y el orden. En este contexto ubica al dignatario como al gran pilar del cosmos y ordenador del universo, porque como tal participa en la guerra.

Y son precisamente estos hombres prodigiosos los encargados de proveer de prisioneros de guerra para el sacrificio; con la ofrenda de estas vidas se lograba el sustento de los dioses. El mismo papel que ejecutan los jaguares cuando cazan a su presa, lo asumen los gobernantes cuando capturan a los cautivos; las batallas eran cacerías para obtener víctimas para el sacrificio. Aun la muerte ritual por decapitación es la misma manera en que los felinos cazan a su víctima. Menciona varios ejemplos tomados de textos míticos de cómo los felinos se identifican con los guerreros, por un lado el Popol Vuh, donde describe con gran tino la forma en que se dice capturaban los quichés a las tribus enemigas comparándola con la misma táctica de los felinos. También alude al Rabinal Achí, en especial al sacrificio del prisionero quiché a manos de guerreros águilas y jaguares. En este punto difiero de la identificación que hace la autora de las águilas con el cielo nocturno y los jaguares con el inframundo, pues considero que las aves, al menos en este contexto y al compararse con fenómenos similares en otros ámbitos, son una imagen celeste y diurna, una de las manifestaciones zoomorfas del dios solar, que se opone y complementa con la nocturna y crónica del jaguar.

La identificación del gobernante con los jaguares se observa aun en los glifos nominales de los principales mandatarios durante el Clásico y Valverde nos recuerda que el nombre de un individuo "alude a ciertas características esenciales de su propia naturaleza" (p. 206). Dicha tradición se conserva en mitos coloniales en que los Balam son los fundadores del linaje de los gobernantes. El deseo vehemente del gobernante por felinizarse se hace patente también en su atavío y en la vestidura; así, en diversas representaciones se advierte la piel manchada en los pectorales, cinturones. sandalia y tocado; pero también aparece su imagen o la piel en los símbolos y atributos de poder, en tronos y sitiales que le otorgan al gobernante el derecho divino, el convertirse en el ordenador del mundo y en el hombre más poderoso sobre la tierra. Incluso los huesos del felino conservan esa sacralidad y son empleados como bastones de mando, además algunos se graban y se les rinde culto. Garras, cola, piel, huesos, cráneo o la cabeza completa —e incluso pequeños cachorros vivos— son todos símbolos de la fuerza y del dominio del jaguar que infiltran en el gobernante las características felinas. A tal grado era el deseo de felinizarse que, señala la autora, la deformación craneana tabular oblicua pudo tener como intención en los dignatarios del Clásico asemejar su cráneo con el del jaguar. Con ello se convertían en seres prodigiosos que regían, gobernaban y ordenaban no sólo el espacio socializado de los hombres, sino también el ámbito salvaje de la naturaleza.

Pero este animal no se relacionó únicamente con los gobernantes sino con los hombres importantes de una comunidad. El jaguar es hoy en día el alter ego zoomorfo, el way, de los hombres fuertes, violentos y testarudos, como antaño lo fue de los dignatarios; también es el nagual de los hombres poderosos, quienes al convertirse enjaguar, acceden a otros planos cósmicos y establecen una comunicación con las deidades logrando el control sobre su entorno. Valverde descubre además su relación con los especialistas de lo sagrado, con los chamanes, quienes emplean el tabaco para ayudarse a lograr el trance extático. Y así el felino incluye en su enorme red simbólica no sólo el tabaco, sino también otros alucinógenos como los hongos, que se consumían para asimilar la esencia divina que habitaba dentro de ellos; actividad que realizaban los chamanes para curar. Y los chamanes nos remiten una vez más a los gobermantes quienes durante diferentes periodos de la historia maya fueron también los chamanes de la comunidad.

Concluye la obra afirmando que el felino reúne tres conceptos fundamentales del pensamiento maya: poder, oscuridad y fertilidad, ideas que se integran en el acontecer diario y se reflejan en los días del calendario.

Con esta publicación, el sinnúmero de imágenes y menciones del jaguar y sus atributos en mitos y ritos de los mayas recupera su lógica y no aparece ya como un enredo incomprensible; el análisis exhaustivo y con gran rigor científico que realiza la autora, le otorgan un sentido y una estructura significativa. No cabe duda que este libro se convertirá en un clásico de la religión maya, al que deberá acercarse todo estudioso interesado en el simbolismo.

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