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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.69 Ciudad de México jul./dic. 2023  Epub 27-Feb-2024

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2023.69.77759 

Reseñas

José Armando Hernández Soubervielle, Sarmiento de fe, ciencia y arte. La biblioteca de los jesuitas en San Luis Potosí, 1624-1767

Malinalli Hernández Rivera* 
http://orcid.org/0000-0001-6789-3120

*Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México) Instituto de Investigaciones Históricas malinalli.rivera@umich.mx

Hernández Soubervielle, José Armando. Sarmiento de fe, ciencia y arte. La biblioteca de los jesuitas en San Luis Potosí, 1624-1767. México: El Colegio de San Luis, Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2020. 248p.


La historia del libro y la lectura es una preocupación de larga data entre los historiadores. Su abordaje desde distintas corrientes historiográficas la ha mantenido como un objeto de estudio vigente, atractivo también para campos de investigación afines que recientemente se le han sumado. Durante la década de 1980 la nueva historia cultural incentivó un proceso de redescubrimiento del libro-objeto que alteró sustancialmente el enfoque de los estudios subsecuentes. Los trabajos de Peter Burke,1 Robert Darnton2 y Roger Chartier3 impulsaron análisis metodológicos basados en la inter-disciplina, donde el libro y la lectura fueron ponderados a la vez como producto y como práctica cultural. En consecuencia las discusiones académicas se han diversificado hacia temas que incluyen la posesión, la materialidad, las formas de lectura, la organización de las colecciones librarias y las comunidades de lectores, entre muchos otros.

El renovado interés en el libro, como producto cultural, ha traído a la mesa sus cualidades históricas y patrimoniales. Ambas son atribuibles a las bibliotecas antiguas, un objeto de estudio cuyo espectro permite tanto el análisis de un volumen en particular, como el de un corpus extenso. Las librerías, término histórico para las bibliotecas del Antiguo Régimen, exigen al investigador una revisión minuciosa, la cual regularmente parte de un análisis cuantitativo que requiere de grandes esfuerzos traducidos en tiempo. Quizá por ello su estudio haya florecido ligeramente más lento que otras ramificaciones de la historia del libro.

Sarmiento de fe, ciencia y arte. La biblioteca de los jesuitas en San Luis Potosí, 1624-1767, de José Armando Hernández Soubervielle, es uno de los pocos estudios dedicados a librerías en la Nueva España. Su enfoque reúne la experiencia del autor en asuntos jesuíticos y su conocimiento puntual del espacio potosino con una exploración del acervo del colegio a través de un inventario del siglo XVIII.

Desde la incursión de Ignacio Osorio Romero, con su Historia de las bibliotecas novohispanas,4 hemos tenido noticia de algunos acervos jesuitas, entre los que podríamos recordar los pertenecientes a Guadiana (Durango),5 Zacatecas,6 San Luis de la Paz (Guanajuato),7 Pátzcuaro8 y, por supuesto, ciudad de México. San Luis Potosí se encuentra en esta afortunada lista desde 2004, cuando tuvimos una primera noticia de tres inventarios levantados entre 1767 y 1771, así como de la existencia de una librería comunitaria y colecciones personales de libros ubicadas en los aposentos de los padres expulsos. Sin embargo, tuvimos que esperar más de quince años para conocer el contenido íntegro del segundo inventario de libros ejecutado en 1768, un documento que se produjo de manera extraordinaria después del desafortunado intento, del alcalde Andrés de Urbina y Eguiluz, de generar un primer listado los días que siguieron a la expulsión (páginas 50-51).

Sarmiento de fe está dividido en dos partes: la historia de la biblioteca de la Compañía y la paleografía y modernización del inventario, que el autor modestamente denomina “Anexo”. La primera parte está constituida por tres capítulos con ejes temáticos muy bien definidos: la llegada y el asentamiento de los jesuitas en San Luis Potosí, un breve repaso sobre la expulsión y los levantamientos populares que ésta instigó y un análisis de la biblioteca. Su estudio del inventario se complementa con el examen minucioso de algunas portadas grabadas de los libros, así como marcas o sellos de impresor que el autor identificó en volúmenes que reposan en el Fondo Documental Rafael Montejano y Aguiñaga (FDRMA), de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

La obra se nutre del largo recorrido del autor sobre los caminos de Tierra Adentro transitados por los jesuitas. Se trata de una historia necesaria pero larga de cómo se desarrollaron los primeros años del asentamiento, un recuento que mantiene en vilo al lector ávido de saber más sobre la biblioteca, tema central del título. Esta primera exploración permite al autor sostener que la extraordinaria dotación de 50 000 pesos oro por herencia de don Juan de Zavala (página 21) aunada a la cesión de casas e iglesia que pertenecían a la opulenta cofradía de la Santa Vera Cruz (páginas 27-29) facilitaron un asentamiento tan desahogado que, incluso antes de que el colegio fuera fundado, pudo destinar 2 000 pesos para empezar su biblioteca en 1623 (página 32).

La fundación a cargo de un patrocinador era lo más común entre los jesuitas. De hecho, un benefactor era imprescindible para que Roma autorizara un asentamiento, por lo que las circunstancias del domicilio potosino serían relevantes para el contexto local, pero no eran definitorias ni extraordinarias en uno más amplio. En cambio, que los recursos aplicables al crecimiento material del complejo se hayan destinado específicamente para la compra de libros sí es muy significativo, y así lo destaca el autor. Esta especie de fondo de origen tiene dos características más. Primero, que en los años subsecuentes a la fundación la Orden invirtió fuertes cantidades en el abastecimiento de la librería, cuando las compras de libros para fondos comunitarios regularmente se hacían gracias a donaciones esporádicas o por medio de pequeños lotes a expensas de algún padre o del rector. Segundo, que al tratarse de un fondo constituido por compra y no por donación pudo esbozarse un proyecto bibliográfico propio.

El autor propone que la compra de un fondo gestacional para la biblioteca fue definitoria de su carácter. Incluso compara este acervo con otros constituidos a partir de la herencia de bibliotecas personales (página 33) para resaltar el crecimiento sostenido en la adquisición de libros. Cabe notar que este fenómeno que parece extraordinario en la experiencia potosina era el mecanismo regular para la fundación de una librería. Se trataba de una obligación considerada en las Constituciones de la Orden, por la que toda residencia debía asignar algún dinero para su biblioteca comunitaria.

La evidencia parece apuntar a que esta “semilla fundacional” (página 33) de la biblioteca fue una verdadera singularidad. Por ello echamos de menos una comparación, incluso somera, con otros conjuntos contemporáneos de libros, pues en su ausencia queda la sensación de que esta biblioteca era una especie de isla o una rareza, más que un engranaje de la república de las letras. El autor, sin embargo, reconoce algunas necesidades comparativas con otros acervos y se impone el estudio de Ignacio Osorio como rasero para estimar el valor de su objeto de estudio.

En el texto subyace una visión de la biblioteca como un sujeto vivo. Al usar la figura poética del sarmiento (página 13) la librería jesuita se convierte en ese brote de vid del que se desprenden nuevas ramas: hombres preparados al cobijo de ese acervo en constante crecimiento y renovación. Y, aunque Hernández está consciente de que el instrumento sobre el que trabaja es un inventario póstumo, propone algunas estimaciones sobre la adquisición de libros, su procedencia, la antigüedad de las impresiones y ciertas tendencias o preferencias para su compra.

El inventario de libros compuesto por 1 865 volúmenes, correspondientes al menos a 940 títulos y 783 autores (páginas 56-57), es desmenuzado en gráficos que representan el siglo de impresión, procedencia -dividida entre la local, la hispánica y la mundial-, lengua y materia. Esta última, aunque algo problemática, quizá es la más atractiva para el público extenso. Si bien el análisis de las imprentas permite organizar una suerte de genealogía y geografía de los libros -válida para la Compañía de Jesús en general-, la Clasificación Decimal Universal Dewey que utiliza el autor pone cierta distancia entre el repositorio y su época. Hernández lo expresa abiertamente y nos indica que propone su clasificación en función de una división actual de las materias, conforme un sistema de pensamiento secularizado. De esta manera distribuye los títulos en ocho géneros: religión, lengua y literatura, filosofía, ciencias sociales, ciencias puras, historia, ciencias aplicadas y arte (páginas 68-69)

En el trayecto final del libro el autor nos propone una división mucho más libre de los títulos del inventario, dos grandes tópicos que al mismo tiempo son los que dan nombre al libro: “Fe” y “Ciencia”. El último, que notoriamente es el que más disfruta, es el de “Arte”. El apartado de “Fe” reúne los títulos propios de cualquier biblioteca jesuita: los Ejercicios espirituales de san Ignacio, vidas de santos, sermonarios escritos por padres de la Compañía, tratados de ciencia media y autores jesuitas, clásicos como Roberto Bellarmino y Francisco Suárez, y celebridades locales como el neovizcaino Matías Blanco. En lo relativo a “Ciencia”, la tolerancia es mucho más alta, pues incluye tanto la Metafísica aristotélica que correspondía a los estudios de lógica, como a los tratados de matemáticas -materia secundaria en los estudios de la Compañía, que ni siquiera requería examen-, la historia sin distinción entre política y religiosa e incluso tratados de agricultura que se consideraban un género menor de literatura.

Habría sido realmente interesante que el autor se hubiera aventurado a identificar algunos títulos conforme los géneros y materias del sistema de organización jesuítica o alguno contemporáneo. El panorama aquí esbozado nos deja como tarea la necesaria reflexión de cómo se organiza el conocimiento conforme sistemas históricos de pensamiento: la línea entre la fe y la ciencia en la época moderna fue fina y muy flexible.

Con respecto al “Arte”, el autor parte de un análisis de ejemplares singulares, algunos de ellos preservados en el FDRMA, donde los identificó y analizó para nosotros. Aquí reproduce portadas de libros cargadas de marginalia, a las que dedica análisis detallados de sus elementos iconográficos. Sintetiza el origen del grabado tanto como de la obra que lo contiene, conforme el inventario, y al mismo tiempo nos invita a adentrarnos en el mundo de las representaciones visuales del mundo cristiano.

El “Apéndice” con el que cierra la obra merece su propio estudio, como Hernández señala. En él nos ofrece la transcripción modernizada del registro que el alcalde Urbina levantó entre 1767 y 1768, y nos deja a la expectativa de que pronto regrese a analizarlo para brindarnos sus conclusiones sobre los títulos repetidos, la posición contextual de esta biblioteca con respecto de otras entidades contemporáneas y un análisis que, en su conocimiento de las condiciones singulares del potosí, nos permita vislumbrar este repositorio en perspectiva de un espacio geográfico tan acotado, la relación con otras corporaciones vecinas, instituciones, personajes, el momento de las revueltas, personajes egresados del Colegio que impactaron la religión y la posición de esta pequeña fundación en el gran mar del mundo de los libros.

Esta obra es de gran interés para los historiadores del libro, los estudiosos de la Compañía de Jesús y un amplio universo de bibliófilos. La prueba más contundente es la temprana extinción de los ejemplares, pues a poco más de un año de su publicación -noviembre de 2020- el libro está totalmente agotado, síntoma inequívoco del interés que despierta el aroma a libro antiguo.

Bibliografía

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