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Estudios de historia novohispana

On-line version ISSN 2448-6922Print version ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  n.66 Ciudad de México Jan./Jun. 2022  Epub June 06, 2022

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2022.66.77732 

Reseñas

William B. Taylor, Fugitive Freedom: The Improbable Lives of Two Impostors in Late Colonial Mexico (Oakland: University of California Press, 2021)

Felipe Castro Gutiérrez* 
http://orcid.org/0000-0001-9486-4579

*Universidad Nacional Autónoma de México (México), Instituto de Investigaciones Históricas, fcastro@unam.mx

Taylor, William B.. Fugitive Freedom: The Improbable Lives of Two Impostors in Late Colonial Mexico. Oakland: University of California Press, 2021.


William B. Taylor se ocupó inicialmente de tierras, campesinos y propietarios en Oaxaca, luego se dedicó al desorden, la criminalidad y la rebelión indígenas, para continuar con su monumental obra sobre los párrocos y posteriormente dedicarse a un sugerente estudio sobre los altares e imágenes de la Virgen. Ahora nos entrega este retrato de las andanzas de dos impostores, que lleva a muchas reflexiones sobre la sociedad y la cultura de la época. ¿Hay una línea de continuidad entre estas publicaciones que tanto han influido en la historiografía de tema novohispano? Diría tentativamente que sí, aunque ya se sabe que en los trabajos de un historiador están presentes tanto un recorrido intelectual como el hallazgo de una fuente documental que se presta para contar una buena historia.

Ciertamente, las confluencias de marginación, transgresión y religiosidad son aquí muy visibles. Se trata de Joseph Aguayo y Juan Atondo, a quienes sigue en sus andanzas en ciudades, villas y haciendas del centro de México en los años tardocoloniales. Eran personajes provenientes de ambientes familiares de “españoles” y “cristianos viejos”, pobres pero no miserables, y que habían recibido alguna educación formal. No obstante, pronto fueron rechazados por parientes y amigos, entraron en una sucesión de cambios de oficio sin mucho beneficio, viajes errabundos por múltiples regiones, sobresaltos, breves momentos de calma seguidos por desastres diversos, temporadas en prisión, huidas a salto de mata, escapes improbables y confesiones en que mostraban humildad y arrepentimiento, mezcladas con falsedades y medias verdades. Eran, como dice Taylor, figuras proteicas, cambiantes, tan ambiguas como contradictorias y difíciles de definir para sus contemporáneos.

Estos embaucadores y mentirosos seriales le resultan al autor muy afines a los personajes de la picaresca ibérica, tal como aparecen en La vida de Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, la Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos (de la pluma de Francisco de Quevedo) y La vida y hechos de Estebanillo González. Por esta razón, después de su estudio introductorio y dos capítulos dedicados a los protagonistas, Taylor lleva a cabo un extenso estudio de la literatura picaresca como representación de una época. Retoma aquí a Howard Mancing 1 y otros autores cuando dice que pueden considerarse como escritos cómicos, falsas autobiografías, relatos satíricos, críticas sociales o cuentos moralizantes (o todo a la vez). A esto agrega, de manera pertinente, que también fueron buen entretenimiento para el lector, con múltiples ediciones y traducciones a otros idiomas.

Comenta el autor que el florecimiento de esta literatura no corresponde necesariamente a una “crisis” (sus inicios, de hecho, se ubican en la efímera prosperidad del siglo decimosexto). Por otro lado, habría cierta correlación con una época en la que ocurre un desplazamiento general de personas, súbita presencia de extraños y extranjeros, así como un empobrecimiento de los sectores sociales más vulnerables. Proliferaban los desempleados, soldados sin sueldo, prostitutas, vagabundos, mendigos, farsantes y estafadores varios, vistos con inquietud y reprobación por las autoridades y por quienes se tenían como decentes vasallos y buenos cristianos. Como buen historiador de la sociedad, no deja de anotar que no es seguro que hubiera realmente una multiplicación de transgresores y delincuentes, o si más bien habría una acrecentada sensibilidad pública ante el tema. Cualquiera que fuese el caso, este desorden, inquietud e incertidumbre estaban “en el ambiente” y también en la literatura de la época que luego vino a denominarse “el siglo de oro”.

Estos “pícaros” literarios compartían algunas características: se mostraban preocupados por su imagen como “hidalgos”, eran solitarios, mostraban poca o ninguna empatía hacia sus semejantes, vivían de engaños y falsas promesas. Hay que decir que no eran violentos; eran más bien mentirosos empedernidos y manipuladores impenitentes que confiaban en su buena labia para salir de apuros. Estaban siempre en movimiento, sin echar raíces en ninguna parte, escabulléndose de alguaciles y jueces eclesiásticos.

¿Son aplicables estas definiciones a los casos de Aguayo y Atondo? Es el tema del último capítulo, que es también uno de los más interesantes tanto por su narrativa como por su método. Taylor se dedica aquí a enhebrar las vidas de estos dos conflictivos personajes con los de la literatura clásica de la picaresca. Hay mucho de interés en estas páginas; recuerdan a la urdimbre y tejidos entrelazados de las casullas y sobrepellices bordadas que se conservan todavía en el Museo Nacional del Virreinato, de Tepotzotlán. Vistas de cerca pueden admirarse la riqueza de los materiales y la maestría del artesano, y más a la distancia resalta el intrincado diseño del conjunto.

Hay un par de aspectos a considerar aquí. Uno de ellos es evidente y asumido: el ejercicio es atractivo, pero contrastar personajes de la vida cotidiana con los que nacieron de la fértil imaginación y fantasía de algunos escritores tiene ciertos inevitables riesgos. Es cierto que algunas de estas obras fueron pretendidamente autobiográficas o pueden haberse alimentado de personajes reales; pero estaban vertidas en formas literarias, lo cual podía implicar una estilización que acentuara las conductas díscolas y chocantes frente a la moralidad de la época, para instrucción o entretenimiento del lector.

Asimismo, aunque “pícaros” los ha habido y hay en casi todas épocas (el autor pone algunos ejemplos ibéricos contemporáneos), el género de la picaresca respondía a un contexto social y cultural preciso, el de la España de fines de mediados del XVI y el XVII. Para el caso de México no hay realmente equivalentes contemporáneos (Los infortunios de Alonso Ramírez, del famoso polímata Sigüenza y Góngora tienen algunas semejanzas incidentales). Habría que esperar al genio de Fernández de Lizardi, en El Periquillo Sarniento (1816) y Vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda (1820), para encontrar una picaresca “mexicana”. Esto puede deberse a contextos socioculturales diferentes pero también a otras razones, como el menor desarrollo de un mercado del libro y la vigilancia inquisitorial. Por otro lado es sabido (gracias a los trabajos de Irving Leonard) 2que las novelas españolas eran bastante conocidas y populares en los reinos de Indias. La cuestión es si estos modelos literarios de alguna manera influyeron en Aguayo y Atondo, o en quienes presenciaron o vieron sus excesos. En esto el juicio probablemente quedará abierto; habría que decir en todo caso que la realidad a veces sobrepasaba las fantasías más literarias, como aquí bien se muestra.

Hay en la actuación de estos dos personajes un elemento común y muy peculiar: la obsesión por presentarse como sacerdotes, revestirse de negra sotana, leer piadosamente un breviario y aparentar el modesto porte correspondiente. En primera instancia podría parecer simplemente un modus operandi criminal que les daba algunas ventajas y conveniencias; en ciudades apartadas y pequeñas poblaciones rurales (que eran sus escenarios favoritos) los eclesiásticos eran muy respetados y fácilmente les daban alojamiento, comida y sustanciales limosnas. Así puede haber sido el caso de Aguayo, quien incluso tuvo un breve episodio de aprendiz de un “ministro del diablo”, en la cárcel; pero en el de Atondo parece haber habido una vocación sacerdotal frustrada por su condición social y patologías personales, como se ve en un intento de profesar con los dieguinos y un periodo como “donado” con los franciscanos. No parece el perfil típico de un “pícaro”, aunque en sus múltiples engaños y constantes mentiras se les asemejase.

Las conclusiones que presenta Taylor retoman las grandes ideas y propuestas de esta obra, pero además introducen una reflexión que da razón del título. En la vida de los protagonistas de estas historias aparece reiteradamente la búsqueda de “libertad” entendida de diferentes maneras: la más obvia, de la persecución y la prisión, pero también de los errores cometidos y las responsabilidades personales, conyugales o laborales. Era una idea de libertad distinta a la que por entonces impulsaban los ilustrados (de derechos individuales frente a la sociedad y el Estado), y también diferente a la visión tradicional, retomada en parte por los Borbones, de que la libertad debía ser regulada en beneficio de la comunidad y del Estado. El autor hace un buen argumento en el sentido de que tanto Aguayo como Atondo no se ubicaban en esta disyuntiva, y la “libertad” que buscaban se parecía a la de los “pícaros” del siglo de oro. No estaban en contra de normas o instituciones, sino que procuraban evitarlas o eludir su vigilancia; buscaban conseguir sus propósitos y egoísmos personales aunque fuese en perjuicio de otros y atrajeran la persecución de las autoridades. Como propone, la suya era una libertad fugitiva, en el doble sentido de huida y pasajera. Un cierre elocuente, sin duda, que estará abierto a la lectura y discusión de estudiosos y estudiantes, porque el libro tiene ambas orientaciones.

Una buena traducción al español de esta excelente obra sería ciertamente muy bienvenida.

Bibliografía

Irving Leonard, Los libros del conquistador. México: Fondo de Cultura Económica, 2006. [ Links ]

Howard Mancing, “The Protean Picaresque.” En The Picaresque: Tradition and Displacement. Ed. de Giancarlo Maiorino. Minneapolis, University of Minneapolis Press, 1996. [ Links ]

1 Howard Mancing, “The Protean Picaresque”, en The Picaresque: Tradition and Displacement, ed. de Giancarlo Maiorino (Minneapolis: University of Minneapolis Press, 1996)

2 Irving Leonard, Los libros del conquistador (México: Fondo de Cultura Económica, 2006)

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