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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.63 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 21-Ene-2021

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2020.63.75256 

Reseñas

Thomas Calvo, Espadas y plumas en la monarquía hispana. Alonso de Contreras y otras vidas de soldados (1600-1650)

1Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Históricas fcastro@unam.mx

Calvo, Thomas. Espadas y plumas en la monarquía hispana. Alonso de Contreras y otras vidas de soldados (1600-1650). Bibliothèque de la Casa de Velázquez, Madrid: Casa de Velázquez, Morelia, México: El Colegio de Michoacán, 2019.


El asunto de este libro ciertamente es del mayor interés. Las autobiografías de los soldados-autores de fines del siglo XVI y primeras décadas del siglo XVII, que aquí estudia y comenta Thomas Calvo , muestran en trazos abigarrados la vida cotidiana, preocupaciones, rencores, inquietudes y ambiciones de los hombres que constituían la avanzada y el borde reluciente, afilado, a veces brutal del Imperio español. Y esto, en los mismos años en que los temidos tercios recorrían Flandes y los galeones hispanos surcaban las aguas del Mediterráneo, prestos a batirse contra el francés, los herejes ingleses, los turcos o quien se pusiera enfrente.

De algunos de estos autores (Diego Duque de Estrada, Diego Galán, Miguel de Castro, Domingo de Toral, Diego Suárez, Jerónimo de Pasamonte y sobre todo Alonso de Contreras) teníamos ya noticias; de otros sólo contábamos con referencias indirectas o parciales. Se les hizo poco caso en su tiempo y permanecieron inéditos varios siglos. Por un lado, no tuvieron mayor intención de llevar sus escritos a la letra impresa y por otro ocurre que fueron considerados de prosa tosca y poco elaborada cuando reinaban las complicadas retóricas del barroco. Llegados nuestros tiempos, hubo los que fueron objeto de la curiosidad erudita; otros se beneficiaron de la renovada nostalgia por el pasado imperial a mediados del siglo XX. En años más recientes, algunos alcanzaron los beneficios de cuidadas ediciones académicas.

El primer capítulo de Espadas y plumas es un detallado y sutil análisis del Discurso de mi vida de Contreras, en donde este autor narraba su primera y violenta infancia, su juventud cuando se fue en la comitiva de un príncipe a los Países Bajos, sentó plaza de soldado, desertó para irse a Sicilia, participó en expediciones navales, se metió en escándalos y pendencias de cuyas consecuencias salió huyendo a la isla de Malta para servir como corsario, antes de regresar a España donde fue acusado de manera muy estrafalaria de ser nada menos que el “rey” de unos moriscos rebeldes. Consiguió después los galones de alférez y de capitán; participó en varias expediciones; tuvo incursiones indianas al mando de dos galeones que persiguieron por aguas caribeñas a Guatarreal (o sea, al mítico Walter Raleigh); gozó de una corta estancia en Roma, y recibió una encomienda de la orden de San Juan, hasta que probó suerte en la Nueva España como gobernador del presidio de Sinaloa, castellano de San Juan de Ulúa y finalmente sargento mayor del reino. Si todo esto parece vertiginoso es porque lo es; vivió aventuras, éxitos y pesares que podrían haber llenado varias vidas. Hay en el personaje una mezcla de audacia, ambición, oportunismo, lealtad, obsesión por la honra, ausencia de escrúpulos cuando de medrar se trataba, bastante de vanidad, y algo de pietismo que lo llevó en algún momento a buscar la austera vida de un eremita.

El escrito ciertamente da para mucho, sobre todo si se le considera, como hace Calvo, como parte de una época. En efecto, para entonces habían quedado atrás las impresionantes conquistas del siglo XVI, cuando se construyó en pocos años ese Imperio donde nunca se ponía el sol, con las grandes campañas militares de Carlos V y Felipe II, o los gloriosos triunfos como el de San Quintín. Para estas primeras décadas del XVII, el panorama no era menos conflictivo: son los tiempos de la guerra de los treinta años (1618-1648) y los ejércitos y armadas van de Flandes al Mediterráneo, del Caribe a las Filipinas. El ambiente, sin embargo, es distinto. Hay algunas sonadas victorias pero también demasiados tropiezos: entre otros, la rebelión de los catalanes y los portugueses en 1640, el desastre de Rocroi (1643), la pérdida de Jamaica en 1655 y la del condado del Rosellón, en 1659.

Visto así, tienen mucho sentido las interrogantes planteadas por Calvo. ¿Qué conclusiones podrían obtenerse sobre la monarquía hispánica a partir de esos relatos, escritos por hombres que eran el instrumento más directo de su presencia y dominio sobre tierras y mares? Y de forma asociada, ¿qué significaba, entonces, ser soldado del rey católico cuando el Imperio estaba acosado por todos lados? ¿Cuáles son las características, los temores, los enconos y los propósitos de estas “vidas” de soldados?

Son estos los asuntos de los primeros dos capítulos de este libro, donde el autor combina la crítica de fuentes, el análisis del discurso, de los sobre-entendidos, distorsiones y ausencias deliberadas en las narraciones. Por esta vía, encuentra influencias y similitudes tanto con el individualismo renacentista, la idea del héroe que viene de la antigüedad, y desde luego muchas afinidades con la picaresca, el espíritu de cruzada, el providencialismo, el pundonor y, por qué no, la búsqueda incesante del amor y el drama (que a veces llegaban juntos). Habría que agregar, en algunos casos, un toque de cinismo y una buena dosis de resentimiento hacia quienes los perjudicaron o no reconocieron debidamente sus muchos méritos.

El caso de Contreras es particularmente curioso por su amistad y cercanía con Lope de Vega, quien se muestra admirador de sus virtudes militares y lo aloja varios meses en su propia casa cuando está en la corte, aspirando a nuevos honores y distinciones. El “Fénix de los ingenios” le confiere el raro honor de dedicarle El Rey sin reino, tragicomedia famosa (Madrid, 1625) donde dice de él que “digno sujeto fuera de larga historia o de poema heroico”. Aparte de notable, esta recomendación literaria puede haber contribuido a que el elogiado aventurero sintiera que tenía que vivir de acuerdo con su fama pública. No es algo inusual, porque puede establecerse una analogía entre estas autobiografías heroicas y la hagiografía, en donde la vida del biografiado tiene que ceñirse necesariamente a un patrón y un prototipo establecidos. No puede descartarse que estos soldados-autores guiaran su propia vida por ideales que provenían de los héroes que poblaban la imaginación colectiva, como si se vieran cual personajes sacados de una novela de caballería. No deja de ser llamativo que los últimos años de la vida pública de Contreras, cuando ocupó cargos del gobierno militar en la Nueva España, no sean (lamentablemente) mencionados en su autobiografía. ¿Consideraba quizás que las rutinas siempre iguales de un oficio tan lejos de los añorados campos europeos de batalla, no eran las propias de la imagen de personaje épico que deseaba para sí mismo? ¿Que los rebeldes indios del noroeste novohispano no se comparaban con la fama y el atractivo del sempiterno enemigo turco? Puede que así fuera, pero hay que recordar que literatura y realidad, realidad y literatura, no tenían que ser necesariamente reflejos mecánicos uno de la otra, y que a veces se presentaban como gloriosos hechos de armas algunos incidentes realmente menores, que en condiciones normales jamás habrían aparecido en las crónicas e historias de batallas.

Esto lleva a Calvo a considerar las razones de estos escritos autobiográficos. ¿Por qué estos soldados se ocupan repentinamente de escribir lo que nadie les ha solicitado, con una vocación literaria que no habían tenido previamente? Hay que tener en cuenta que la autobiografía como género no es algo que surja espontáneamente. Corresponde a un momento cultural en que la persona puede considerarse a sí misma como sujeto de reflexión, lo cual hoy día, en una era postfreudiana, nos parece muy natural, pero que tiene su historia. Por ejemplo, después de las Confesiones de san Agustín, el género casi desapareció en Occidente y vino a rebrotar con el redescubrimiento renacentista de la individualidad.

Desde una perspectiva novohispana, el asunto también tiene su interés. Aunque hay en el virreinato unas cuantas autobiografías (como las de algunas monjas, de las que se han ocupado Dolores Bieñko y Asunción Lavrin), las de hombres de armas son casi inexistentes. Lo más cercano es la obra de Bernal Díaz del Castillo, que es una especie de autobiografía colectiva, una prosopografía “avant la lettre”.

A primera vista, parecería que la razón de estas ausencias estriba en que el entorno no era el más adecuado en un reino donde las guarniciones se limitaban a la guardia de alabarderos del virrey, las fortalezas de Acapulco y Veracruz y los presidios de la frontera norte, donde se realizaban campañas que tenían más de prolongadas escaramuzas que de batallas formales. Sin embargo, en las crónicas y documentos de estos años aparecen de tanto en tanto los enfrentamientos contra los indómitos indígenas del septentrión, las incursiones contra los indios “gentiles” refugiados en el Petén guatemalteco, y en ocasiones las luchas contra los piratas que se asomaban por los puertos. Asunto había para el autor imaginativo, y hay que tener en cuenta que las autobiografías tienen tanto de realidad como de invención literaria. Más que la simple cuestión de oportunidad o de “materia histórica” parece que aquí no hubieran sido las proezas militares la principal vía para la promoción personal y la fama pública. Hay que recordar que la nobleza novohispana tenía mayoritariamente una vocación mercantil, como comentaba sorprendido el virrey marqués de Mancera, cuando escribía que “en estas provincias por la mayor parte el caballero es mercader, y el mercader es caballero”. El tema merece pensarse un poco más, y diría que esta es una de las aportaciones de esta obra: como todo buen libro, genera preguntas e inquietudes que van más allá de su contenido explícito.

Me he entretenido en estos dos capítulos iniciales por su interés, y también porque dan pie para comentar lo que podríamos llamar la arquitectura de esta narración. En efecto, concluida la primera parte, y dando vuelta la página, el lector podría esperar que prosiguiera el análisis de estas autobiografías, con glosas en extenso y profusos comentarios. Lo que sigue en su lugar es un capítulo sobre los socorros y expediciones a Filipinas, seguidos de otros sobre la gobernación de la Sinaloa novohispana, el castillo de San Juan de Ulúa, la política defensiva en el Caribe, el oficio del sargento mayor de la Nueva España, los laberintos del amor y los asesinatos cometidos en defensa del honor conyugal. Todo esto podría provocar cierto desconcierto hasta que se descubre una de las peculiaridades de este libro: las consideraciones laterales y notas a pie de página han cortado amarras con el texto que les dio origen y se han puesto a navegar por su cuenta, convertidos en estudios en sí, en capítulos con su propia lógica y razón de ser.

Cada una de estas secciones es excelente y podría sostenerse de manera separada. Por ejemplo el relativo a las expediciones metropolitanas “de socorro” a Filipinas entre 1613-1619, en donde se muestra la fatal combinación de los conflictos de los almirantes con los generales de la flota, los problemas logísticos que no tenían fácil solución, la corrupción y la intromisión de favoritos de la Corte en decisiones de marinería. La caótica conjunción de todos estos factores provocó que los socorros previstos llegaran a medias, los barcos nunca logran partir o terminarán naufragando colectivamente, a pocas leguas de Cádiz, sin haber llegado jamás a surcar las aguas del Atlántico. La historia tiene algo de comedia, pero sin duda también mucho de tragedia para quienes acabaron en el fondo del mar, o vieron arruinados su buen nombre y prestigio.

Sobre Sinaloa, además de narrar las dificultades y miserias de un gobernador en una alejada frontera sólo a medias pacificada, hay un estudio pormenorizado de las cartas anuas o informes que los misioneros jesuitas remitían a la metrópoli, donde Calvo regresa a sus antiguas afinidades demográficas para explicar que hay cifras que muestran ya sea un inusitado y sorprendente crecimiento de la población indígena, o bien que los buenos padres exageraban las cifra de bautizados para dejar convenientemente impresionados a sus lectores en Madrid o Roma.

El último capítulo, por su lado, inicia con una historia de amoríos, celos, maridos engañados y violencias ocurridas en Manila, que le sirve para mostrar que los patrones de la cultura hispana acabaron por llegar a las más lejanas tierras. Así, no resulta extraño discutir en este lejano archipiélago el concepto hispano de la honra, la jurisprudencia relativa a los casos en que los hombres sorprendían a sus esposas o queridas en el acto de la infidelidad y acababan asesinando a los dos amantes, y las actitudes de los jueces que oscilaban entre el imperativo de castigar a un homicida, la defensa del honor masculino y la solidaridad de oficio entre quienes representaban al rey.

El estudio de las autobiografías ha pasado de ser el motivo a convertirse casi en la excusa. O más exactamente, podría decirse que las memorias de estos soldados-autores son los hilos comunes que recorren la trama de diferentes historias, y que el conjunto de urdimbres reviste y representa la compleja, barroca y contradictoria imagen del Imperio español. Cabría retomar un concepto que ha encontrado mucho favor en la historiografía política del Imperio, la de una “monarquía compuesta” que no puede aprehenderse sin atender a su multiforme diversidad, donde cada reino y casi cada región tenían su identidad particular, lengua, instituciones y leyes específicas. Si esto es así, una forma de atender a su heterogeneidad es estudiarlas de abajo hacia arriba, desde lo particular y local o, como aquí ocurre, desde las vidas y escritos de los hombres que atravesaron sus confines. En este sentido, los capítulos de esta notable obra proponen una narrativa que es a la vez imagen y metáfora del Imperio que es su asunto.

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