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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.59 Ciudad de México jul./dic. 2018  Epub 06-Nov-2020

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2018.59.63117 

Reseñas

Pedro Martínez García, El cara a cara con el otro: la visión de lo ajeno a fines de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna a través del viaje

Víctor Muñoz Gómez1 

1Universidad de la Laguna, Instituto Universitario de Estudios Medievales y Renacentistas, San Cristóbal de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, España.

Martínez García, Pedro. El cara a cara con el otro: la visión de lo ajeno a fines de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna a través del viaje. Frankfurt am Main/Berlin: Bern: Bruxelles: New York: Oxford: Wien: Peter Lang Edition, 2015.


La construcción de las identidades individuales y colectivas ha tendido a convertirse en estas últimas décadas en uno de los temas de mayor interés en el quehacer de los científicos de las ciencias sociales. Desde las reflexiones de Erickson, Tajfen y Habermas o Bordieu y Tap en los años setenta y ochenta del siglo XX, la preocupación de sociólogos, politólogos, antropólogos y sociólogos se ha conducido cada vez más desde los años noventa hacia el cuestionamiento del carácter universal de los referentes identitarios y la búsqueda de los procesos de elaboración de tales marcadores de identidad como parte de elaboración y reelaboración cultural en diferentes ámbitos espaciales y a lo largo del tiempo. La cuestión de cómo los individuos se representan a sí mismos y al mundo que los rodea a partir de un imaginario colectivo del que se nutre la conceptualización de objetos y prácticas y se construyen relatos -considerando algunas ideas de Morin, Hall y Du Gay- no ha escapado tampoco a los historiadores ni, entre ellos, a los especialistas en el estudio de la Edad Media. El libro de Pedro Martínez que tengo la ocasión de presentar se sitúa en este cruce de caminos historiográficos y, como veremos, el viaje hacia lo ajeno y lo propio, lo conocido y lo desconocido, que nos propone nos conduce a traspasar no pocas fronteras territoriales, cronológicas, disciplinares e intelectuales.

El trabajo de Pedro Martínez, fruto de la que fue su tesis doctoral, discurre justamente entre los límites del mundo medieval y del mundo de la temprana modernidad, pero no sólo esto. También se mueve entre los límites que separaban el Viejo Mundo conocido de la Ecúmene medieval y los confines en expansión que para las sociedades occidentales se abrirán entre los siglos XV y XVI, en los cuales se alumbrará la identificación e integración a la cosmovisión de la civilización europea de la Quarta pars mundi, el Nuevo Mundo americano. En este sentido, la experiencia del viaje y su trasposición en forma de narración se convierte en el objeto de estudio para afrontar la problemática de la alteridad y su representación en ese contexto habitualmente pensado por los historiadores a partir de categorías estancas y claramente separadas. Así, dos preguntas cenitales enmarcan todo el ensayo del autor. Por una parte, ¿cómo describe el viajero al otro totalmente desconocido en comparación al extraño ya conocido o del que al menos tiene referencias? Por la otra, ¿hay verdaderamente otro desconocido para el viajero en el llamado “Nuevo Mundo”? Esto es, si es posible apreciar, a partir del estudio de relatos que tengan los viajes hacia tierras distantes y el contacto con las gentes extrañas que las pueblan como eje común, por un lado, la conformación de un auténtico marco epistémico común entre el viajero (o el redactor del texto) y el receptor de este mensaje escrito a la hora de elaborar la descripción de lugares, personas y rasgos de cultura ajenos. Por otro lado, si esto ocurre y puede detectarse en relatos de viajes del final de la Edad Media, ¿cuáles serían las continuidades y las rupturas respecto de los testimonios de las primeras exploraciones en el Atlántico y hacia el desconocido mundo americano? En fin, sí habría que pensar muy seriamente en la fortaleza de unas raíces de tradición medieval en ese proceso de “invención de América”, tan bien ilustrado por O’Gorman, que afectaron al contacto de los occidentales con tales tierras ignotas y con los pueblos que las habitaban y organizaban y a la propia representación de los para ellos nuevos espacios, gentes, cuerpos, comunidades y costumbres.

Para tan ambiciosos objetivos, el autor procede a una selección de fuentes en la que prevalecen, obviamente, dichos textos narrativos, si bien Pedro Martínez no ha desdeñado servirse de otros documentos que permitieran apoyar su análisis, fundamentalmente ciertas fuentes cartográficas y de tipo iconográfico. Este elenco textual y gráfico se mueve, grosso modo, entre los inicios del siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI, tratando de ser abordado con cierto sistematismo a la hora de discernir cómo el “otro”, a ojos del viajero/narrador, es confrontado por primera vez, pudiendo dar lugar esto a la localización de concomitancias, modelos o posibles puntos de ruptura. De este modo, para cada uno de los textos tratado de forma monográfica, el autor procede al estudio crítico del autor y de la obra, su contextualización espacio-temporal y la valoración de la tradición documental de los manuscritos conservados a través de los que se nos ha transmitido cada uno de los relatos. A partir de ese punto es cuando ya se entra a considerar esa percepción del otro y esa elaboración de identidades surgida a partir de la “epifanía del rostro”, experimentada por el viajero, noción recurrida a partir de Lévinas por nuestro autor, una de las muchas referencias del muy sólido armazón teórico del libro.

Con ese fin, la exposición se ordena en dos partes. En la primera, se trazan las referencias para la consideración del viaje en la sociedad europea occidental tardomedieval y de la primera Edad Moderna y ese ejercicio de la visión del otro en el ámbito de Europa y el mundo mediterráneo hasta el final del siglo XV. En la segunda, el enfoque se dirige hacia el horizonte atlántico desde prácticamente sus primeras fases de exploración poco más allá de las Columnas de Hércules entre los siglos XIV y XV hasta el abordaje de la experiencia americana y la toma de conciencia de encontrarse ante un mundo nuevo..., o no tan nuevo, a la luz de lo expuesto por narraciones como las de Colón, Pigafetta, Cabeza de Vaca o López de Gómara, entre otros, según nos propone Pedro Martínez.

Como podrá apreciarse, el enlace entre el conjunto de los textos elegidos por nuestro autor es el de una perspectiva hispánica y muy particularmente castellana. Así será bien por la naturaleza de los viajeros protagonistas o de los redactores de sus andanzas, bien por la vinculación del contexto histórico o de los espacios visitados con Castilla y el ámbito hispánico y su proyección en el Occidente y el Atlántico en la Baja Edad Media y la Alta Edad Moderna. Ello no es óbice para que se recurra también a un buen ramillete de textos producidos por viajeros y tratadistas de otras regiones europeas, británicos o italianos pero fundamentalmente de las regiones germánicas del Sacro Imperio y su área de influencia. Esto permitirá, ya puedo adelantarlo, a la obra del mérito de dimensionar justamente el papel de la circulación de conocimientos literarios y científicos, cartográficos y etnográficos, operada entre el área ibérica y los territorios centroeuropeos entre los siglos XV y XVI, los cuales tuvieron una certera relevancia en la configuración para los europeos de la época de esa “frontera atlántica” en continua ampliación.

De este modo, la primera parte del libro nos coloca ante los principales condicionantes que el emprendimiento del viaje tenía para la cosmovisión occidental bajomedieval. Desde los relatos de Ruy González de Clavijo en su periplo a Samarcanda hasta las peregrinaciones a Tierra Santa de Felix Fabri o Bernhard von Breydenbach, las motivaciones del viaje son desgranadas -la misión diplomática, la peregrinación a lugares sagrados, el interés por los negocios comerciales, la aventura caballeresca-, del mismo modo que barcos, posadas, caminos y el propio viaje nos son dibujados como espacios específicos de sociabilidad en los que opera una lógica propia transmitida al relato. Elementos de descripción de gentes y tierras y lugares comunes en la apreciación de personas, espacios y ciudades, actividades, prácticas sociales, etcétera, nos son presentados a partir de aquellas lógicas motivacionales arriba expresadas, siempre con un ameno estilo narrativo por parte de Pedro Martínez, que no abandonará en todo su discurso, aunque a partir de una pincelada un tanto expresionista que acaso hubiera podido ser objeto de mayor profundización a la hora de observar diferentes lógicas sociales y, por tanto, perspectivas sociales respecto del hecho del viaje y el contacto con el “otro”.

Tras esta presentación, los dos capítulos centrales de dicha primera parte proponen una especie de “viaje de ida y vuelta” desde Castilla hacia el Mediterráneo y la Europa Central y su retorno desde el Imperio hasta la península ibérica. El primero de ellos se concentra en el análisis de las Andanças y viajes por el mundo avidos, del castellano Pero Tafur, ocurridas entre 1435 y 1439. El segundo trata en bloque los textos de sus viajes a la España medieval y sus confines del caballero suabo Georg von Ehingen, el barón bohemio Leo von Rožmital, escritas en dos versiones, una en checo por Vaklav Šašek y otra en alemán por Gabriel Tetzel, y el famoso Itinerarium, en latín, de Hieronymus Münzer, patricio de la ciudad de Núremberg, desarrollados entre 1456 y 1495. El estudio de estos textos no sólo permite al autor profundizar en la propia construcción de la identidad del viajero -o múltiples identidades y, por tanto, alteridades, como ocurre con Tafur que es plasmada en los resultados de la redacción de sus peripecias, sus condicionamientos en torno a dimensiones de identidad caballeresca, búsqueda de la fama y la fortuna, el objetivo diplomático de alguno de estos desplazamientos -caso del de Rožmital- o el acceso a las primeras experiencias de la exploración y expansión portuguesa hacia el Atlántico africano, al tratar de Ehingen o Münzer.

Sin embargo, este no es su solo alcance. El conjunto de estas fuentes narrativas permite a Pedro Martínez reconocer el peso del modelo retórico del Laudibus urbium, para la descripción del lugar desconocido y sus habitantes, comúnmente adoptado por los redactores de estos relatos para la presentación de lo desconocido observado como nuevo y su elogio o crítica en relación con su comparación con la tierra y sociedad de origen del viajero. La continuidad de dicho referente en la elaboración narrativa quedará constatada igualmente en buena parte de los textos analizados en la segunda parte del libro, a la hora de aproximarse a los ámbitos desconocidos en el Atlántico y América. No obstante, aquí interesa cómo se subraya la fijación de esa matriz epistémica para la racionalización de la otredad, a partir de la cual tanto el castellano como los germanos proceden a observar a los otros, musulmanes, griegos, italianos, alemanes, por una parte, y catalanoaragoneses, castellanos, vizcaínos, gallegos y portugueses, por la otra. La apreciación de diferentes identidades en el seno de la cristiandad occidental a partir del contraste de dos de ellos situadas en dos de sus polos más dinámicos, permite igualmente comprender cómo el mismo “otro cristiano” -y no sólo musulmanes, griegos ortodoxos y otras gentes de ámbitos de civilización diferentes- contribuyen a la construcción de la identidad del yo, a menudo desde una posición de superioridad cultural y moral. El exotismo de aspecto físico o vestimentas, la falta de honor caballeresco, de franqueza, el desorden de los comportamientos religiosos o sexuales o la carencia de honra y virtud por parte de las mujeres son fácilmente trazados por los viajeros o sus narradores en las descripciones de sus interlocutores en el camino.

A lo largo de ese capítulo dedicado a los textos de origen germánico, podremos encontrar las primeras referencias a la contemplación de gentes procedentes de las empresas lusocastellanas de exploración, conquista y colonización en el Atlántico. Infieles calificados como bárbaros de origen africano son considerados a partir no sólo de su fe o de la lectura animalística de sus cuerpos. Los referentes a textos anteriores, incluso de raíz clásica, como los de Plinio el Viejo, rezuman en las letras de estos narradores del Imperio en su paso por Ceuta, Sevilla, o la dinámica y transcultural Lisboa de finales del Cuatrocientos. En estas ciudades ibéricas será donde Münzer también tenga su primer contacto con los aborígenes de Canarias, aspecto que permite enlazar así el final de esta primera parte del libro con la siguiente, ya centrada en la cuestión de la visión del otro en ese horizonte atlántico de colonización, tal y como lo entiende el autor.

Cuatro capítulos componen esta segunda parte, siendo el primero el dirigido a fijar los referentes textuales que la construcción del viaje a los confines del mundo heredarán los viajeros y autores en el Atlántico de los siglos XV y XVI. Desde Herodoto y el citado Plinio hasta Mandeville y el Libro del conosçimiento, ya en el siglo XIV, se nos dibuja todo un panorama mental abierto a la aceptación de lugares y seres que encajan en el concepto de la Mirabilia, lo extraordinario y maravilloso, a veces monstruoso y diabólico, a veces hermoso y edénico. Expresión del plan de la Creación y de sus simbolismos, las referencias de lo antes situado en el exótico mundo oriental bien pasarán a formar parte del universo a reconocer en las regiones del poniente holladas al surcar el Mar Océano.

El segundo capítulo de esta parte segunda afronta el texto de Le Canarien, en que se narra la primera empresa conquistadora en el Atlántico, desarrollada en las islas Canarias bajo el mando de los capitanes franceses Jean de Béthencourt y Gadifer de La Salle entre 1402 y 1407-1412. En ella, más allá de digresiones interpretativas a la hora de calibrar la experiencia de Bethéncourt y De La Salle en el desconocido espacio insular desde una perspectiva caballeresca exóticamente sostenida sobre supuestos de materia literaria cortés, grialística y wagneriana, el autor muestra con habilidad cómo el modelo del Laudibus urbium vuelve a ponerse en juego. En esta ocasión, predomina la descripción paradisiaca de las islas y de sus habitantes, en tanto lugares salutíferos y fértiles y sus pobladores como una suerte de bondadosos gentiles de cuerpos hermosos y piel clara, costumbres inocentes pese a su paganismo, susceptibles de ser bien convertidos a la verdad del cristianismo. Es relevante incidir en cómo este thopos en la visión del otro tendrá un gran éxito a la hora de ser traspuesto a nuevas experiencias en el contacto con poblaciones indígenas a la llegada a América de los europeos hispanos. Otra de las lecturas de estos pueblos, al fin, conectará con el universo de lo maravilloso medieval, en la reactualización de la figura del “hombre salvaje” en la cultura europea del siglo XV, de gran profusión iconográfica en miniatura, pintura y escultura.

Ya en un tercer capítulo, al hilo de esa continuidad cultural medieval reconocida en Canarias, Pedro Martínez nos ofrece un sugestivo ejercicio de análisis microhistórico para afrontar el reconocimiento de muchas de esas imágenes de lo extraordinario -y a menudo monstruoso-, propias del acervo cultural del Viejo Mundo en la exploración del Nuevo Mundo. Así, la presencia de gigantes y caníbales, ejemplos de la monstruosidad que había de poblar los confines del mundo y del dominio de lo diabólico en ellas será verificada a través de distintos testimonios en las exploraciones americanas. De este modo son cruzadas, fundamentalmente, la narración de Antonio de Pigafetta, publicada en 1536, a cuenta del viaje de circunnavegación de Fernando de Magallanes, y la carta del continente americano, América, Americae sive quartae orbis partis nova et exactissima descriptio del cartógrafo Diego Gutiérrez de 1562, de cara a reflejar en ellos la constatación de cómo en el espacio “descubierto” se procedía a reconocer aquello que era previsible hallar, relacionado con los caribes o con los tupíes en el caso de los caníbales o con los patagones en el de los gigantes. Éstos se nos aparecen elaborados para los europeos a partir de distintas fuentes que van más allá de la experiencia con esos pueblos originarios de América, como los textos clásicos, los libros de caballerías o las representaciones iconográficas de tradición centroeuropea.

Llegamos al fin al último capítulo, donde el texto nuclear a analizar es el Diario de a bordo del primer viaje colombino, elaborado por fray Bartolomé de las Casas a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, que servirá para confrontar, justamente, la cuestión sobre las continuidades y las novedades en la construcción de identidades ante esa nueva experiencia americana. A partir de un punto de vista atento a debates de tipo post y decoloniales, trata de enmarcarse en el texto esa encrucijada de la construcción de la identidad americana a partir de los primeros encuentros entre “descubridores” y “descubiertos” -o reconocidos, como venimos viendo-, la cual también habría influido en todo el proceso posterior de definición de la identidad americana desde una matriz de modernidad colonial, a juicio de Pedro Martínez.

No es el único texto al que se recurre para este ejercicio de los primeros encuentros entre castellanos e indígenas americanos. De nuevo, a pinceladas someras aunque con habilidad y buen gusto literario, nuestro autor aprovechará otras experiencias de primera interacción de exploradores, navegantes, combatientes y religiosos hispanos en el Caribe, Florida o el territorio mexicano con sus pobladores para reforzar su argumentación en torno a ese contacto iniciado con el viaje de Colón de 1492. De nuevo los referentes medievales surgen, como la descripción basada en el Laudibus urbium o el reconocimiento de las islas de las Antillas como Cipango y Catay o la proximidad lógica en tierra firme del imperio del Gran Khan supuesta por el almirante de la Mar Océana. No puede tampoco dejar de llamarnos la atención que en la secuencia de descripción de los nativos taínos, desde la primera lectura del cuerpo de los mismos a la interpretación de sus costumbres, hallemos referencias al modelo generado a partir de los aborígenes de Canarias que Martínez ha presentado a partir de Le Canarien: de piel clara, rostro hermoso, gentiles y de buen trato, habitantes de nuevo de fértiles y saludables islas.

Lo paradisiaco, en cualquier caso, parece ser una sola de las caras de una moneda que también muestra evidencias del dominio del Mal entre los aborígenes de las Indias. Esto acaso exigiría mayor profundización a partir de un estudio más exhaustivo de esos textos apenas evocados de los ya citados Cabeza de Vaca, López de Gómara, el padre Las Casas o también de Cortés o de Bernal Díaz del Castillo. Sea como fuere, en la interpretación de Pedro Martínez se evidencia, efectivamente, no sólo la prevalencia de modelos narrativos -también de representación iconográfica- occidentales de raigambre medieval o basados en la experiencia oriental asiática traspuesta a las Indias americanas. También, la persistencia desde una raíz medieval de un procedimiento en la percepción del otro y la construcción de su identidad, propio de los occidentales en que la diferencia racial basada en la primera lectura de características físicas, a la que se sucederá la consideración de aspectos de fe religiosa, orden social, vestimenta, costumbres y otros aspectos materiales, sociales y morales. Tal elaboración de la alteridad, ya aplicada en el reconocimiento de los pueblos de la Ecúmene asiáticos, africanos pero también europeos e incluso cristianos occidentales, que al fin sirve para la fijación de la propia identidad de quienes participan de ese mismo caldo cultural y epistemológico en que fluyen los relatos de viaje, si no permaneció sin modificación en los contextos del siglo XVI para el ámbito americano, cuando menos no dejó contribuir al progresivo proceso de construcción de identidades diferenciales americanas.

El texto entregado por Pedro Martínez ofrece un sugerente campo para la reflexión y el diálogo entre especialistas en campos historiográficos y de las ciencias sociales diferentes en América y Europa. Aunque en muchas ocasiones las impresiones del autor bien merecieran mayor soporte argumentativo, documental o bibliográfico, él mismo deja todo un campo abierto para continuar su propia investigación. Concluyendo, según se amplió la frontera espacial e ideológica de ese Nuevo Mundo occidental más allá del Atlántico, así fue caminando en ese avance una forma de percibir al otro que tenía extensas y antiguas ramificaciones del otro lado del océano. De algún modo, concluye Pedro Martínez que no existe, pese a la riqueza de elementos descritos para la caracterización del otro y su entorno, nada radicalmente desconocido para esa mentalidad occidental tardomedieval y altomoderna: todo lo “descubierto” es integrado dentro del catálogo de lo ontológicamente conocido, dentro de ese acervo cultural. A partir de ahí, en todo caso, el inicio de sistemas simbólicos y visiones híbridas, surgidos del mestizaje en la América hispana colonial, según Martínez, siempre partiría de una posición de dominante colonialismo epistémico occidental a la que es preciso acceder científicamente. Invitar a reconocer entre sus conformantes esa raíz medieval de la construcción de la identidad y la alteridad, de múltiples caras según la perspectiva de observador y destinatario del mensaje, es otro de los méritos de este libro.

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