Geografía e identidad: una breve introducción
La traducción española de la Encyclopédie méthodique (1782-1832) constituye una de las fuentes de conocimiento más relevantes de finales del siglo XVIII y, casi al mismo tiempo, uno de los productos más visibles del pensamiento moderno y occidental.1
De fuerte impronta ilustrada y con un gran éxito comercial a sus espaldas, la Encyclopédie se concibió como una gigantesca empresa editorial llevada a cabo por Charles Joseph Panckoucke. Acompañado de colaboradores muy dispares, el fundador de Le Moniteur Universel pretendió ampliar y revisar la versión de la conocida Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Nuevos términos y saberes más profesionalizados y especializados fueron hilados para componer, en definitiva, todo un monumento a la ciencia de la época. Mi objetivo es analizar el tomo dedicado a la geografía, y más específicamente, profundizar en la representación del espacio americano concebido desde el punto de vista peninsular, es decir, la construcción de su significado, la “diferencia” colonial producida desde el pensamiento europeo. Cabe tener en cuenta que la otredad, como categoría analítica, no siempre expresa una diferencia radical y completamente distinta en su pretensión de reafirmar y dibujar fronteras. Las relaciones culturales que establece no pueden reducirse, como veremos, a una única dimensión.2
Dentro de este complejo proceso trataré de prestar especial atención a las variadas mitologías y estereotipos que componen estos discursos, a sus relaciones con otras escrituras y su excelente potencialidad simbólica en la construcción de la identidad de América, tejida a su vez con la europea y la identidad nacional de la metrópoli. Puede afirmarse que reconstruir el amplio proceso a través del cual se fue dibujando -inventando más bien, por parte del pensamiento occidental, como sostenía el historiador mexicano Edmundo O’Gorman- una idea de América, inserta en las narrativas sobre la modernidad, la nación y el progreso, nos obliga a explorar textos de materialidades muy distintas, y por supuesto, a transitar por las divergentes estrategias del poder colonial.3 El despliegue de estas estrategias del colonialismo debe contextualizarse, por un lado, en un momento histórico en el que surgirá, de la pluma de algunos filósofos y eruditos europeos, la crítica contra éste. Por otro, en un momento en el que la sociedad americana, al calor del debate sobre el “Nuevo Mundo” ha alcanzado una notable diversidad social y cultural: mestizos, negros, criollos, inmigrantes e indios cristianizados que viven a la europea, se mezclan con indígenas no sometidos, y otros, dominados por el poder de la monarquía, que mantienen sus rituales y ceremonias. Mientras la sociedad americana ha incrementado ostensiblemente su complejidad respecto de los tiempos del descubrimiento, la polémica sobre el “Nuevo Mundo” impregna los salones y las tertulias europeas, las reflexiones de los filósofos, naturalistas, geógrafos y literatos se encaminan hacia la definición del hombre americano, su entorno, su pasado y su presente. A través de América, los europeos se dibujarán a sí mismos. Se miran al espejo y definen lo otro.4
Unas coordenadas muy precisas
Subrayar que el proyecto de la Encyclopédie fue muy amplio y alcanzó tanto una gran cantidad de suscriptores como de reacciones adversas en la península, no reviste a estas alturas demasiada novedad.5 Conviene recordar, de todos modos, que durante el año 1792 -trescientos años después del llamado “descubrimiento”- verían la luz los tres tomos de la traducción castellana de la geografía, llevada a cabo por don Juan de Arribas Soria y don Julián de Velasco. Dos hombres de letras de la sociedad española dieciochesca serán los principales actores históricos que intervienen en este proceso de escritura, especialmente adaptado a las necesidades de la monarquía española.
Pese a que no conocemos sus trayectorias biográficas de forma precisa, nos encontramos ante dos hombres muy bien relacionados con la corte madrileña. Dos experimentados traductores y buenos conocedores del debate que sobre el “Nuevo Mundo” estaba teniendo lugar en aquella coyuntura: un bibliotecario y un maestro de latín que había trabajado en el Seminario de Nobles de Madrid y el secretario de un marqués que colaboraba en los medios periodísticos de la capital.6
La geografía compuesta por ambos traductores supone un ejemplo más de cómo la actividad literaria queda directamente impregnada por la realidad política del momento. A nadie se le pasa por alto que la traducción es un vehículo de contacto intelectual, de elevada significación ideológica, un excelente medio para abordar los juegos y los conflictos de identidades que se dan en ella y la producción de otredades.7 Un ejemplo en este sentido es el compendio del pedagogo alemán J. Heinrich Campe, destinado al público infantil y traducido por el literato Juan Corradi, impreso por primera vez en 1803.8 Este texto reafirmaba el pasado de España en América, ensalzaba a los conquistadores y vertebraba también el proceso de construcción de la idea de América desde la perspectiva nacional, como ya había sucedido un tiempo antes con la adaptación del duque de Almodóvar, cuyas ideas sobre el comercio fueron útiles, además, para que la monarquía pudiera compararse con las naciones más modernas de Europa.9 Ambos insistían, por supuesto, en la abultada presencia de las críticas contra España en la literatura extranjera a propósito de la “gesta” americana, y especialmente, Almodóvar acusaba a Inglaterra de haber sido cruel, avara y soberbia en la India. La traducción no era, en realidad, una equivalencia, sino que suponía la redacción de un texto prácticamente nuevo, inseparable de sus circunstancias históricas y del público al que se dirigía.
Cabe tener en cuenta que muchos de los textos que se publicaban sobre América estaban plagados de enmiendas y añadidos, y que, por supuesto, caía sobre ellos el poder de la censura, especialmente cuidada, como demuestra la obra de Cornelius de Pauw (1770) que llegó a manos del Santo Oficio de Sevilla.10 Precisamente en las páginas iniciales de la traducción de Arribas y Velasco se recalcaba una afirmación harto repetida durante aquellos años de debate sobre el “Nuevo Mundo”. El texto debía situarse “a favor de nuestra nación” y ser “útil a nuestros compatriotas”.11 América era, en este sentido, una cuestión que preocupaba al gobierno de la monarquía.12 El todavía conocido como “Nuevo Mundo” alimentaba el patriotismo de los hombres y las mujeres de letras, que habían visto cómo los conquistadores españoles, sus hazañas y heroicidades, eran criticados por su codicia y barbarie en suelo americano. Muchas traducciones que impregnaron el panorama editorial y cultural español pueden entenderse, en este sentido, como referentes en la tarea de reafirmar el pasado de España en América y su propia cultura.13
Analizar la versión española de este texto dedicado al conocimiento geográfico de ambos hemisferios significa, por supuesto, llevar a cabo un ejercicio de contextualización. El amplio debate sobre el mundo y la naturaleza americana, la invención de todo un abanico de útiles salvajes, la inquietud de aquellos viajeros y exploradores que bordeaban las costas en búsqueda de lo exótico y las patentes rivalidades comerciales entre los imperios europeos son algunos de los ingredientes que componen esta coyuntura singular para ahondar en la construcción de la idea de América. América era todavía, a ojos de los europeos, algo confuso y desordenado, desconocido, extraño y peligroso, pero también un espacio fantástico e idealizado que deseaba evocarse y poseerse,14 un imaginario necesario para la construcción de la conciencia europea, que puede tanto compartirse como, efectivamente, criticarse.
La traducción no puede, en cualquier caso, comprenderse de forma aislada. Integra, de algún modo, toda una constelación de textos que permiten una compresión más ajustada de la escritura. Otras geografías, compendios y diccionarios geográficos se publican en el mismo contexto, como la Geografía moderna del abate francés Nicollé de La Croix, una de las más importantes del siglo, traducida por el canónigo de la capilla de la corte, José Jordán y Frago.15 El texto demuestra a la perfección cómo el saber geográfico, sus funciones e intereses políticos, científicos y militares se encuentran estrechamente vinculados con la necesidad de legitimar la acción de los españoles en el Nuevo Mundo. La traducción mostraba el compromiso, voluntario u obligatorio, de algunos escritores con los valores políticos de la época, y terminaba desembocando en muchas ocasiones, en notorias discrepancias y enconados debates. Visiblemente indignado por todas aquellas “calumnias y falsedades” e imbuido por cierto sentimiento de defensa de España, Jordán y Frago incluyó un fragmento del “Discurso sobre la educación popular de Campomanes” para justificar la empresa de los conquistadores, especialmente en las Antillas y Puerto Rico. Adaptar los textos extranjeros al público nacional fue, en muchas ocasiones, una prioridad para los que integraban el mundo literario de la oficialidad y también para todos aquellos que formaban parte de las instancias gubernamentales. Así sucedió, con matices y diferencias, con la obra de teatro La joven isleña, traducida por un literato del círculo del conde de Aranda (y representada en el Real Sitio del Escorial durante 1774)16 o la traducción de las Lettres d’une péruvienne de Françoise de Graffigny (1782), realizada por María Rosario Romero.17 Años después, en el cambio de siglo, verían la luz los tomos correspondientes a una de las obras más señeras de la polémica de las Indias, la conocida Histoire naturelle del conde de Buffon. El cuarto volumen, publicado en 1802 y traducido por el helenista afrancesado Pedro de Estala, añadía una pequeña cita en la que se precisaba que “poner en duda las proezas de los españoles conquistadores en América” significaba “negar toda fe histórica”.18
América en la traducción de Arribas y Velasco
En este contexto en que proliferaban las traducciones, especialmente cuidadas cuando abordaban la cuestión americana -y profundamente politizadas, por supuesto- preguntémonos, pues, por cómo concebían ambos traductores el espacio americano, sus gentes y costumbres. En efecto, en las páginas de la geografía puede rastrearse la presencia de esos otros contra los cuales se proyecta la identidad europea, produciéndose un ejercicio de apropiación del espacio al compás de la razón ilustrada.19 Ese espacio americano que se proyecta en el texto no deja de ser una construcción política y colonial, organizada de una manera dada; producto de una Europa entendida como territorio de sociabilidad, civilización y cultura. Las categorías con las que se perfila la realidad del “Nuevo Mundo” no son, como veremos, precisamente transparentes. La representación de ciudades y villas se acompaña también de la descripción y los juicios sobre hombres y mujeres, costumbres, climas y curiosidades diversas. De esta forma, los individuos crean sus propias nociones de territorio y espacialidad.
En primer lugar, se presta especial atención a los bienes económicos y naturales, la importancia que subyace tras los intereses comerciales y el tráfico mercantil de ciertos productos valiosos demandados desde el otro lado del Atlántico. Entre ellos destacan recursos como el oro, la plata, las perlas y los materiales preciosos, además de mercancías como el azúcar o el tabaco. Los traductores no se distanciaban de lo que el economista irlandés Bernardo Ward había propugnado unos años antes en su Proyecto económico, específicamente dirigido a convertir al indio en una fuerza de trabajo provechosa. Allí, además de ahondar en los beneficios que los productos americanos podían reportar a España, incidía en la importancia del control de las colonias y en aquellos “bárbaros” siempre guerreando en conflictos despiadados. En su opinión, y gracias a la actuación de España, “ahora van más de 200 años que no hay entre ellos guerra de sustancia”.20
En segundo lugar, cabe destacar en el texto el papel de crítica, materializada en la desconfianza frente a las relaciones, los testimonios y las crónicas antiguas, como es el caso de la polémica figura de Bartolomé de Las Casas o los compendios de literatura de viajes considerados de dudosa autenticidad.21 Una de las cuestiones esenciales que se desprenden del texto reside en cómo distinguir los datos e informaciones verídicas de las que no son más que puras fantasías. Pensando en una mayor exactitud, los autores reafirmarán sus dudas hacia las fábulas y las informaciones poco sostenibles como el mito de los gigantes de la Patagonia, cuya existencia se considera “ridícula” así como todos aquellos seres monstruosos que viajeros como sir Walter Raleigh creían haber visto en su llegada a América. Junto a estos “mitos”, la antropofagia será otro de aquellos aspectos que también se había “exagerado” aunque “no era menos cierto que se habían hallado tanto en el sur como en el norte y entre los trópicos”.22
Sobre la población del “Nuevo Mundo,” la versión española defenderá más bien la existencia de una demografía pobre en América -sobre todo en las zonas más meridionales un aspecto que, junto a la ausencia de metalurgia y animales para trabajar la tierra, sería determinante para el desarrollo social y el progreso, muy limitado. Estas ideas permiten comenzar a trazar ciertos perfiles sobre la América meridional, en la que sólo descollaban peruanos y mexicanos. América estaba desierta, llega a afirmarse literalmente en el texto, puesto que la vida salvaje se opone a la multiplicación de la especie.
Precisamente, el escaso número de tierras cultivadas sería un argumento de peso para desconfiar de aquellos autores que habían sostenido una cuantiosa población en América. No olvidaban los traductores las críticas de Bartolomé de Las Casas al referirse a la muerte de cincuenta millones de indios a manos de los españoles. De la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) se afirmará que era “una exageración grosera”.23 La traducción española desacreditará al obispo de Chiapas como testigo de la conquista y, pese a reconocer algunos excesos en las empresas de conquista, se reafirmará la inverosimilitud de tan elevado número de habitantes.
Otro aspecto que merece especial atención es el climatológico. Las ideas de la “naturaleza hostil” y de la teoría de la inferioridad desarrollada por Buffon, Pauw, Hume y otros eruditos recorren con fuerza el texto. Conscientes de la variabilidad de la especie de un continente a otro, se señala tanto el clima “malsano” en algunos “parages” como el tamaño gigante de reptiles e insectos. El clima, efectivamente, incidía en la caracterización de los americanos marcando notables diferencias -físicas, como la ausencia de barba- con los europeos. Estas diferencias revelaban el nexo ilustrado entre clima, fauna, hombre, instituciones y costumbres. Algunos pasajes del texto constituyen auténticas máquinas de producir diferencias en la que la otredad es atacada. Para ello, se utiliza como autoridad al matemático y naturalista francés Charles-Marie La Condamine.24
La pereza, la indolencia y la estupidez aparecerán como caracteres distintivos de los indígenas, siguiendo la línea ya marcada por Cornelius de Pauw -quien por cierto ya había participado en la redacción del artículo sobre América en la Encyclopédie de Diderot- sobre la inferioridad del hombre americano. El clima no sólo alteraba a los animales, sino también a los hombres, cuya constitución estaba condicionaba por la existencia de esa “eterna infancia”. La imagen que nos brinda el texto representa a unos pocos indios, junto a kilómetros y kilómetros de desiertos, sin rastro de viviendas, poco comercio y una escasa comunicación, debido al gran número de variantes lingüísticas que existían entre ellos. Pese a ello y a ojos de los escritores, el espacio americano era algo más complejo. Se caracterizaba por una multitud de pequeñas naciones en las que al menos cabía establecer distinciones. Se reconocía así que “unas estaban abismadas antes que otras en la barbarie y en el olvido de todo lo que constituye el animal racional”.25
Cabría destacar otros elementos en el ámbito de las costumbres que completarían este retrato, a saber, las prácticas matrimoniales. El matrimonio entre hermanos y las cópulas ilícitas, generalmente admitidas por ejemplo en el Caribe, o practicadas incluso por emperadores o caciques alarmaban a los europeos. Esta práctica tenía, evidentemente, negativas consecuencias para el desarrollo de la especie y la civilización del individuo. Sobre la esperanza de vida de los indios, se recordaba al respecto las supuestas teorías que sostenían que el indígena sobrevivía durante más años que otros habitantes de diferentes partes del globo. El texto negaba dicha posibilidad, e incluso, afirmaba textualmente que era imposible sa ber a qué edad exacta llegaban los indios porque “unos totalmente carecen de números o notas numéricas y otros apenas tienen hasta el término o número tres: tampoco tienen memoria ni cosa alguna de las necesarias para suplir esta falta”.26
América y Europa serán, por tanto, los espacios bajo los que se evidencie la mitología eurocéntrica y se despliegue el pensamiento colonial, formas particulares de conocimiento que trazan al otro de Europa, o al menos, a uno de sus otros. América se equipara al otro salvaje, un salvaje en el que se advierten, además, deformidades y prácticas caníbales.27 Sin artes ni oficios y de carácter eminentemente perezoso, el salvaje hace gala de un insaciable gusto por los licores, lo que permite hacernos una idea “de todos los excesos de [los] que son capaces estos bárbaros”.28 Su temperamento, frío y flemático, los inclinaba hacia dicha práctica. Ni siquiera los peruanos, más próximos a la sociedad política “habían inventado términos para expresar los entes metafísicos ni los valores que distinguían al hombre de la bestia”.29 La diferencia y el estereotipo operarán -como ya se encargó de señalar Homi Bhabha- como sólidos cimientos del discurso colonial.30
Como puede comprobarse, los europeos habían comprendido, con la perspectiva del tiempo, las diferencias que distanciaban a Europa de América y convertían a esta última en un espacio radicalmente distinto. El discurso sobre América se vertebra, así pues, gracias a las nociones de ignorancia y barbarie, el desconocimiento de las ciencias y la agricultura, un lugar donde también estaba ausente la razón e incluso la memoria. Las sociedades europeas, por el contrario, comprendían que su origen se perdía en la noche de los tiempos. El pasado, el tiempo, la antigüedad y la tradición serían indicadores que, además de la urbanidad, la política y la sociabilidad, diferencian al Yo de la otredad y construyen la conciencia de una Europa, civilizada y “diferente”. Conocimiento y eurocentris mo se dan la mano, una vez más, en este contundente fragmento:
Ahora es cuando se concibe la pasmosa diferencia que en el siglo décimo quinto había entre los dos [h]emisferios de nuestro globo. En el uno apenas comenzaba a formarse la vida civil, las letras eran desconocidas, ignorábase el nombre de las ciencias, faltaba la mayor parte de los oficios, el trabajo de la tierra apenas había llegado a merecer el nombre de agricultura, pues aún no se había inventado ni el rastrillo ni el arado, ni se había domesticado animal alguno para hacerle tirar de él: la razón, que es la única que puede dictar leyes equitativas, jamás había hecho allí oír su voz, la sangre humana corría por todas partes sobre los altares y hasta los mismos mexicanos eran también en cierto sentido antropófagos, epíteto que debe comprehender a los peruanos, puesto que por confesión del mismo Garcilaso, el qual no tuvo reparo en calumniarlos, derramaban la sangre de sus hijos sobre el pan sagrado, si se puede dar este nombre a una especie de pasta casi petrificada que algunos fanáticos comían en una especie de templos para honrar una divinidad que no conocían. Por el contrario, en nuestro continente las sociedades hacía tanto tiempo que se habían formado, que su origen casi se llega a perder en la noche de tantos siglos y el descubrimiento del hierro forjado, tan necesario como desconocido a los americanos, le habían hecho los habitantes de nuestro [h]emisferio de tiempo inmemorial.31
Pese a que la línea argumental del texto parece nítida, todavía el texto de la Geografía moderna depara una sorpresa final. En esta ocasión, corre a cargo del traductor Julián de Velasco que, en su adición al artículo “América” matizará algunas de las ideas desarrolladas anteriormente y muestra con claridad lo controvertidas que eran algunas de estas cuestiones en el debate filosófico y político europeo. Velasco aprovechará la adición para recordar a Cristóbal Colón y evocar su memoria como glorioso descubridor. Tras recordar sus hazañas en aquel enorme continente, se encarga de resaltar los caracteres más exóticos del Nuevo Mundo: su exuberante y asombrosa naturaleza. Después, aprovecha para comparar América con África.
En este sentido, sostiene que el continente africano está condenado a la barbarie, por su geografía y climatología. En cambio, señala que el caso de América es distinto. Los mares, océanos, sus ríos e islas podrían llevar consigo los mayores progresos en la agricultura y el comercio o a “dar pasos grandes en la carrera de la civilización o sociabilidad.32 La geografía de América facilita el orden, la sociedad y el comercio, a diferencia de la africana.
Sin embargo, Velasco no abandonará los prejuicios sobre el carácter perezoso, flojo e insensible de los indígenas. El traductor hace gala de su disconformidad y sus dudas acerca de si la pereza y la estupidez venían determinadas por el clima. Señalaba, en ese caso, la necesidad de comprobarlo científicamente, considerando que los males atribuidos a América podían corregirse con el paso del tiempo. En particular, defendía la “civilización” mexicana, aunque con algunos matices. Para reforzar su argumentación, sostenía que el derecho a la propiedad era perfectamente conocido entre sus gentes, que distinguían profesiones y oficios y que “su arte con el tiempo hubiera sido comparable al europeo”. La religión no podía ser, en su opinión, un argumento contra su civilización. Pese a ello, no dejaba de apuntar otras razones por las que dicha civilización era “imperfecta”. La ferocidad de sus continuas guerras, la impiedad con que degollaban a sus enemigos, sus crueles ceremonias fúnebres, la imperfección de su agricultura, la poca comunicación entre sus diversas provincias y la falta de moneda eran, a tenor del traductor madrileño, algunas de ellas.33
Geografías de la identidad
Resulta francamente complejo perfilar los procesos de recepción de este texto, sus efectos y, más concretamente, los modos en los que fue leído durante aquella coyuntura particular, siempre divergentes. Sin embargo, no cabe duda, por un lado, de su éxito editorial y, por otro, de que de la versión española de la Encyclopédie se desprendían objetivos tanto científicos como políticos, económicos y prácticos. Éstos pasaban por el entendimiento de la cultura americana como producto de una dualidad o división polarizada entre colonizador y colonizado y, sobre todo, por la puesta en valor de los recursos económicos de las colonias. La traducción de la geografía ilustrada nos muestra, de alguna manera, un modo particular de forjar al hombre americano, sus tierras y su entorno, de construir tanto la realidad “propia” como la “ajena”, e incluso, ciertos anhelos de identidad. De este modo, se desprenden del texto nociones de espacio muy deterministas, que, como es sabido, poco tienen de fijas e inmóviles.34
Con todo, la mirada a la sociedad y al espacio americano reviste una mayor complejidad de lo que nos desvelan los traductores del texto. A través de ciertas operaciones textuales, simplificaciones, generalizaciones y omisiones, la otredad se dibuja de una manera radical, radicalmente diferente, como espacio periférico, una América lejana y muchas veces incierta, en un contexto en el que la sociedad americana era profundamente más compleja y diversa que en el propio siglo XVI. El otro, como categoría de análisis poco precisa y ambigua, no siempre es, como puede desprenderse del texto, completa y radicalmente distinta. Los criollos que leían a los filósofos franceses, las castas, los esclavos, los inmigrantes y los nativos que vivían y vestían a la europea son una buena muestra de la diversidad social que los escritores pasan por alto. América Latina ya no era, sin duda, aquel espacio que los conquistadores españoles habían encontrado en los ya lejanos albores del Renacimiento. La imagen, por tanto, de aquel espacio, es de inmovilismo temporal y de diferencia radical, una percepción que desentonaba, en efecto, con la realidad social del “Nuevo Mundo” durante la centuria ilustrada.
Al mismo tiempo, la escritura de Arribas y Velasco revela las dudas y el amplio debate que suscitó el pasado y el presente de la América meridional a finales del setecientos. En esta polémica del “Nuevo Mundo” -ya abordada por Antonello Gerbi y muchos otros autores con poste rioridad- las posturas sobre América, sus hombres y mujeres, su fauna, territorio y costumbres fueron divergentes y circularon ampliamente por los recovecos más insospechados de la cultura española, desde la efímera iconografía real hasta los sermones religiosos.35 Los usos del mito del salvaje, uno de los más recurrentes, albergaron contenidos políticos variados y cambiantes en poco tiempo, que nos remiten a diversas y complejas for mas de entender la cultura y la política.36 La visión sobre el “Nuevo Mun do” y más particularmente, sobre el pasado de la conquista, no deja de estar mediatizada por la experiencia vivida y los miedos que albergaban los literatos, eruditos y gobernantes de finales de siglo. El encomiástico relato sobre el “Nuevo Mundo” -ahora cuestionado, amenazado por las críticas de los autores europeos-, la fuerza que muy paulatinamente iba adquiriendo el concepto de “patria” y de “nación” así como la posición de la monarquía en el marco internacional fueron algunos de los factores que determinaron la construcción de esta idea harto simplificada sobre el continente, en estrecha pugna con otras visiones más críticas que durante aquellos decenios estaban llegando a las imprentas.
El texto, muy marcado por el espíritu crítico de la época, puede entenderse como una respuesta a una necesidad concreta de reparar y compensar, de alguna manera, aquellas narrativas que cuestionaban la conquista española y el catolicismo. Además del propio peso del presente en la escritura, señalar su inclusión en marcos más amplios permite al historiador aproximarse al complejo y diverso abanico de Ilustración(es), así como a las diversas formas que dieron significado a las lógicas coloniales, con un alto grado de institucionalización y transmisión, ya fuera individual o colectiva. Todo ello en un contexto en el que germinarán, precisamente, algunas de las semillas críticas con dichas lógicas. Un buen ejemplo es la oratoria del párroco Miguel Cabral de Noroña, denunciado a la Inquisición de Canarias por la composición de un sermón crítico con la conquista y la visión heroica de los conquistadores españoles como adalides de la civilización.37
El significado de América, y las condiciones en las que éste se construye, debe situarse en constante diálogo, pues, con otros discursos y precipitantes. Cabe, por tanto, no simplificar excesivamente los relatos producidos en las etapas finales de la época de las Luces. Por supuesto, otras respuestas compondrían este panorama intelectual y cultural desde la mirada americana. Me refiero a aquellos criollos que, a diferencia de nuestros traductores, tenían un conocimiento más directo de la realidad del “Nuevo Mundo”. Desde el mundo científico y geográfico puede resaltarse, entre otras tantas, la aportación del naturalista de Popayán, Francisco José de Caldas (1768-1816), y su reivindicación de las tierras andinas como espacio civilizado.38
La literatura geográfica y las traducciones albergan, por supuesto, un gran poder simbólico e identitario, capaz de distorsionar el conocimiento de los pueblos no europeos, dotándolos de forma, contenido y significación, dejando a un lado la pluralidad de significados y la complejidad del mundo indígena americano. El estudio de estas traducciones es uno de los más fructíferos caminos para aproximarnos a la construcción de una otredad radical, en perfecta disonancia con los tiempos que corrían. Una otredad que analizamos desde la perspectiva de Europa, una Europa que está tratando de apropiarse de la modernidad, pero también de una corona española específicamente interesada en el éxito de las expediciones botánicas y geográficas, e incluso, más específicamente, en el control de un rico territorio todavía en guerra, con grandes masas de población no sometidas al poder de la monarquía.39
La ordenación de la realidad que impera en el texto construye al otro como excluido y salvaje, celebrando el progreso de Europa Occidental, desarrollando los tópicos de la civilización, la barbarie y el canibalismo. La geografía es, por tanto, una forma de dibujar fronteras para forjar y colocar al americano en un lugar concreto, marcando las divisiones entre lo apropiado y lo inapropiado, construyendo la legitimidad de las acciones políticas y sociales desde los tiempos del descubrimiento. Estas fronteras, en definición constante, se dibujan gracias a una tradición tex tual anterior en el tiempo, que comienza con el Renacimiento.40 Se apoyan en condiciones, individuos y debates particulares que proyectan variadas geografías imaginarias, textos que completan, poco a poco, una mitología que se está multiplicando y difundiendo tanto en la península como en las colonias americanas.
Idolatría, canibalismo, poligamia y alcoholismo son algunos de los principales tópicos de esta otredad que asoma en el saber enciclopédico, en un discurso que persigue fortalecer los vínculos de la monarquía con las colonias y reforzar un poder que podía desquebrajarse, sobre todo, tras las revueltas sociales que habían tenido lugar en las colonias españolas y los ya independientes Estados Unidos de América. En un contexto de especial apogeo de las reformas borbónicas, estos compendios nos muestran, por un lado, cómo el poder se alimenta de la otredad; por otro, cómo tuvieron lugar diferentes tensiones en la construcción de la idea de América, en aquellos textos que unían y separaban a las gentes al mismo tiempo, creando cierto sentido de pertenencia, atribuyendo cualidades diferentes a los pueblos y a los territorios, así como marcadas desigualdades y jerarquías que en algunos casos no han dejado de acompañarnos hasta nuestros días.
Las imágenes que actualmente recorren nuestra cultura poseen una enorme profundidad histórica. Sin embargo, esta idea de América no fue unívoca, por supuesto, fue cambiante. En su construcción participaron actores históricos diversos, de buena formación y excelentes relaciones con la esfera cortesana, el mundo burocrático y literario, pero también en otros espacios más allá de Madrid: sermones como los del padre Miguel de Santander (1801) y los catecismos de Manuel Villodas (1787) para el uso de las escuelas de la Real Sociedad de Valladolid son buenos ejemplos de ello.41
La construcción de la idea de América puede rastrearse también en otros medios escritos de la época que integran el corpus de la apología de España, la conquista del salvaje y la religión católica. En muchos casos, el otro es fuente de riquezas, pero también de hábitos y creencias profundamente negativas y apartadas de la civilización. Especial atención merece la traducción del conde de Chateaubriand realizada por el archivero Torcuato Torio de la Riva (1759-1820). La obra del traductor no dejó de tener éxito editorial, puesto que volvió a imprimirse doce años después, en 1818. El texto, además de un tono marcadamente apologético en su intención de elogiar las labores evangelizadoras de los misioneros, volvía a insistir en la pobreza e ignorancia del indígena, en su indolencia y desidia mientras reivindicaba la religión católica frente a los ataques de los enciclopedistas. En concreto, sobre los indios del Paraguay, afirmaba que eran “espantosos” y “raza indolente, estúpida y feroz que mostraba en toda su fealdad al hombre primitivo, degradado por su caída.42 En espacios muy diversos se transmitieron cuidadosamente muchas de las ideas que habían integrado el texto de la traducción de Arribas y Velasco, fortaleciendo similares tópicos sobre la conquista, el indígena y su naturaleza, como por ejemplo desde el arte y la historiografía, ya muy conocidos por los especialistas.43 El obispo Miguel de Santander, religioso capuchino que predicaba en el norte del país, recordó las hazañas de Cortés y destacó la importancia de los frailes que lo acompañaron a México así como su apoyo para el mantenimiento de las inmensas posesiones americanas. Gracias a los misioneros y al propio conquistador, los indios habían sido redimidos del crimen y de la vida salvaje. Ahora eran, según relataba en sus sermones, vasallos útiles al Estado y obedientes hijos de la Iglesia.44
Pese a la hegemonía de esta narrativa y de tópicos muy similares en la España de finales de siglo, la idea de América continuó negociándose en ámbitos y espacios hetereogéneos, entró en conflicto con otros textos y debates, con otros condicionantes y contextos, en un proceso que no dejó de tener, como hemos visto, sus tensiones y ambigüedades. Y ello pese a que se representara, por parte de los traductores, así como de otros muchos escritores, de forma homogénea y plenamente coherente.45