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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.55 Ciudad de México jul./dic. 2016

https://doi.org/10.1016/j.ehn.2016.06.002 

Especial de aniversario

Historias de una revista histórica: 50 años de Estudios de Historia Novohispana

Stories of a history journal: 50 years of Estudios de Historia Novohispana

Juan Domingo Vidargas del Morala 

aInstituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México


Un profundo río llamado Estudios de Historia Novohispana ha discurrido pródigo por el territorio de la antigua Nueva España a lo largo de medio siglo. Centenas de autores y trabajos, millones de palabras vertidas para reseñar, explicar, filosofar y recrear la época colonial de México, ese periodo que se prolongó por 300 años y durante el cual se configuró la esencia de lo mexicano. Tal es el legado de la publicación que se concibió en el Instituto de Investigaciones Históricas durante la década de los sesenta como parte de una modernización de la organización académica en la que también surgieron nuestras publicaciones hermanas Estudios de Cultura Náhuatl y Estudios de Historia Moderna y Contemporánea.

Hace ya 15 años que Felipe Castro Gutiérrez escribió un trabajo, publicado en la prestigiosa Historia Mexicana1, para festejar los primeros 25 números de la revista y que casi coincidió con la aparición de unos Índices temáticos de Estudios de Historia Novohispana, volúmenes 1 a 25, 1966-20012 elaborados bajo la dirección de la entonces editora de la revista María del Pilar Martínez López-Cano. El artículo de Felipe Castro es un magnífico trabajo de síntesis y análisis acerca del cómo y del por qué se decidió editar una publicación dedicada al estudio de los temas coloniales, pero aún más que eso, elaboró un inteligente esbozo del momento institucional que se vivía en la Universidad Nacional al que tituló «Una portada barroca hacia el pasado novohispano», dividido en varios subtítulos, entre los que destacan «Una portada barroca» y «De la Arcadia patriarcal a la modernidad institucional». Ahí desfila la generación de profesores que desde las escuelas secundarias y preparatorias hasta la misma Facultad de Filosofía y Letras contribuyeron a plantear nuevos métodos y visiones de la historia y la necesidad de contar con un órgano de difusión.

El primer número de Estudios de Historia Novohispana apareció en 1966 y se daba el crédito de editora a la doctora Josefina Muriel, investigadora pionera en estudios sobre la mujer durante la época colonial, aunque se hacía notar que contó «con la colaboración de Rosa Camelo», distinguida integrante del Instituto de Investigaciones Históricas durante cinco décadas y quien desgraciadamente falleció a principios de este 2016. Hay que resaltar que en este «volumen I» el primer artículo editado fue del doctor Miguel León-Portilla, quien como director del Instituto celebraba la aparición de la nueva publicación, pero no conforme con eso participó con otro artículo sobre el significado de la obra de fray Bernardino de Sahagún.

Los volúmenes II y III se publicaron en 1968 y 1970 y aparecen como editoras conjuntas las doctoras Muriel y Camelo, mientras que en los volúmenes IV y V, fechados en 1971 y 1974 respectivamente, curiosamente no se da crédito de editor a ninguna persona, aunque sabemos por referencias personales que los secretarios académicos del Instituto cumplieron con esa labor, especialmente los doctores José Rubén Romero e Ignacio del Río, este último también fallecido en 2014. Como si se quisiera remediar esa omisión, en los volúmenes 6 y 7, editados respectivamente en 1978 y 1981 y donde por primera vez se utilizaron numerales arábigos para indicar el orden de la revista en lugar de romanos, aparecen como editores Rosa Camelo, Jorge Gurría, Josefina Muriel e Ignacio del Río. Hay que señalar que en ese número 7, donde figura como editor el que fue director del Instituto, el tabasqueño Jorge Gurría Lacroix, se incluye un artículo In memoriam de él mismo por su reciente fallecimiento en ese 1981.

Transcurrieron cuatro años para que apareciera el volumen 8, de 1985, en el que se da crédito como editora a Rosa Camelo, así como en el 9, editado en 1987, y en ambos aparecía todavía la aclaración de que se trataba de una publicación «eventual». El que escribe estas letras ya había colaborado de alguna manera en la edición de los volúmenes 8 y 9, pero tuvo que participar de manera más activa en la preparación urgente del número 10 que apareció en 1991, sin editor visible, ya en vísperas de la reorganización inminente de la revista. Ese mismo año apareció el número 11, en el cual ya figuraba como editor Felipe Castro Gutiérrez, quien añadió una nueva sección titulada «Documentaria», la cual mantiene su presencia hasta la época actual. Otra nueva sección fue la titulada «Bibliografía de Historia Novohispana», donde además de las clásicas «Reseñas» se incluyeron unas «Notas Bibliográficas» a instancias del maestro Ernesto de la Torre Villar, distinguido historiador poblano que fue director de la Biblioteca Nacional y del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y un verdadero apóstol del género, las que se mantuvieron hasta el número 20.

Con ese número 10 concluyó la época heroica y eventual de Estudios de Historia Novohispana, pues con la atinada dirección de Felipe Castro se editaron con regularidad cada año los números 11 a 19 en los años 1991 a 1999. Justamente en ese volumen 19 apareció consignada como editora asociada la doctora María del Pilar Martínez López-Cano, con lo que se inició otra tradición que implicaba que el siguiente volumen sería responsabilidad del editor asociado. Pilar Martínez, cuyo dinamismo es ampliamente reconocido y celebrado en el medio de los historiadores, redobló esfuerzos hasta lograr que en el número 25 la revista alcanzara la periodicidad semestral en los meses julio-diciembre de 2001. Su labor continuó hasta el número 27, donde ya apareció como editora asociada Gisela von Wobeser, quien se encargó de la revista en los números 28 a 31.

Para el número 32 el doctor José Rubén Romero Galván se ocupó de la dirección-edición y contó desde un inicio con la asistencia del doctor Iván Escamilla González hasta el número 34 (enero-junio de 2006). La siguiente editora de la revista fue la doctora Carmen Yuste, quien continuó trabajando destacadamente con la colaboración del doctor Escamilla desde el número 35 hasta el 45 (julio-diciembre de 2011), cuando se logró que la revista tuviera una periodicidad semestral definitiva. Desde el número 46 hasta el más reciente, número 53 de julio-diciembre de 2015, Iván Escamilla se ha encargado de la edición académica de la revista y ha contado con la asistencia como editor asociado de Gerardo Lara Cisneros.

De vuelta a los orígenes de la revista, hay que decir que durante los primeros cinco números la revista ostentó en sus portadas exterior e interior un magnífico dibujo, realizado por Manuel González Galván, inspirado en una portada barroca pensada para el salón general de la Universidad, entre los años 1759 y 1761, y que finalmente se convirtió en la fachada del Colegio de San Pedro y San Pablo. La historia de esa fachada la realizó con su acostumbrada maestría el doctor Francisco de la Maza en un pequeño trabajo incluido en el primer número de la revista.

A partir del número 6 se decidió buscar una ilustración diferente para cada edición, y hasta la fecha se presenta el reto de encontrar algo sugerente o relativo al contenido de cada número; algunas veces se prefirió usar ilustraciones de una misma fuente para varios números, pero en general la portada de Estudios de Historia Novohispana ha sido una búsqueda de la originalidad, la belleza y la congruencia con el contenido de sus textos. Esto lo digo con conocimiento de causa, pues desde aquel lejano volumen 8 de 1995 y hasta el número 51 de julio-diciembre de 2014 tuve el honor de encargarme de la edición técnica de Estudios de Historia Novohispana y también de formar parte de su Comité Editorial, etapa de mi vida profesional que valoro con especial orgullo y satisfacción.

La gran virtud de Estudios de Historia Novohispana ha sido la heterogeneidad temática que se manifestó desde su inicio, ya que en cada volumen iban apareciendo lo mismo estudios biográficos o genealógicos que análisis historiográficos o demográficos o de estudios de caso sobre filosofía y regiones historicogeográficas. Se ha hecho notar que términos como positivismo, historicismo, historia económica, historia de la Iglesia, historia demográfica, historia de las mentalidades, historia social, y muchos más, son válidos y al mismo tiempo incompletos. Cuando auxilié a Pilar Martínez en la elaboración de los Índices temáticos en 2002 se decidió organizar ese trabajo de la siguiente manera: primero, una recopilación de los 25 sumarios, donde se dio cuenta de cada una de las colaboraciones incluidas, que alcanzaron el número de 356; después, un tentativo índice de materias, que llegó a 38 categorías, donde se contenían y entrecruzaban los asuntos tratados en los citados 356 trabajos; enseguida, un índice onomástico que incluía a los autores de esos trabajos y a personajes destacados citados en ellos; a continuación, un índice toponímico de lugares mencionados en los títulos de las colaboraciones; por último, la sección dedicada a los abstracts (volumes 16 to 25) y los resúmenes (volúmenes 18 a 25), que se incluyeron desde entonces a instancias de las recomendaciones y requerimientos establecidos por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, en cuyo índice de excelencia está incluida Estudios de Historia Novohispana.

A propósito de estos formatos editoriales dictados por la modernidad hay que decir que recientemente falleció el señor Ramón Luna Soto, uno de los universitarios más puros de mente y corazón, quien trabajó más de 40 años en la Imprenta Universitaria, donde se inició como uno de los encargados de limpieza hasta convertirse en regente de la misma. Una vez que se jubiló ahí fue invitado por el entonces director del Instituto, el maestro Roberto Moreno de los Arcos, inolvidable amigo y maestro fallecido hace exactamente 20 años, a trabajar en nuestro Instituto como asesor editorial, puesto que Ramón Luna ocupó por otras dos décadas, y quien se convirtió no solo en asesor sino en maestro de todos los que trabajamos desde esos tiempos en el Departamento Editorial. Aunque los primeros números de la revista todavía fueron «compuestos» en linotipo, cuando Ramón Luna llegó con nosotros ya se «componían», como él decía, «en frío», es decir, en offset, método en el que también era un maestro, e incluso llegó a manejar los inicios de la edición electrónica antes de retirarse de la carrera académica. Técnicas aparte, hay que decir que la mayor virtud del señor Luna era el diseño tipográfico, ese sutil arte hoy duramente comprometido, donde buscaba siempre compaginar la discreción y la elegancia con la utilidad al servicio de las publicaciones universitarias.

Y esto viene a cuento porque ante los nuevos parámetros del trabajo académico y de las publicaciones correspondientes, las humanidades han tenido que adaptarse a los criterios de las revistas científicas «duras», un poco en detrimento del lenguaje y el formato humanístico que tiende a ser más elaborado, más amplio en su presentación. Si nunca fue fácil elaborar el perfil de los autores y el del propio trabajo presentado, el formato actual presenta un fuerte obstáculo, primero para los autores y eventualmente para los editores, que tienen que actuar, a veces en forma dictatorial, para que los textos curriculares y sinópticos puedan ajustarse al inicio de cada trabajo.

Sin embargo, esto es nada ante la titánica labor de obtener las colaboraciones que integren cada volumen. En los tiempos heroicos los editores podían solicitar o recibir colaboraciones sin otro requisito que el de su propio criterio e incluirlas cuando y donde lo consideraran conveniente, pero en la década de los años noventa del siglo pasado, después de congresos universitarios y a semejanza de otras publicaciones del extranjero y de nuestro propio país, se estableció como ley y costumbre que para publicar cualquier colaboración debía estar avalada por al menos dos dictámenes externos al ámbito de la revista y del Instituto de Investigaciones Históricas. Esta edificante práctica conlleva el riesgo de comprometer los tiempos de edición semestral, ya que obtener la generosa participación de dictaminadores para cada colaboración puede significar un reto mayúsculo. Puesto que Estudios de Historia Novohispana tiene además su propio reglamento de criterios editoriales, se puede apreciar que el camino para publicar cualquier trabajo sigue un estricto itinerario y que los editores en turno tienen que usar toda su persuasión y contactos para integrar el contenido de la revista, apremiados por obtener colaboraciones y dictámenes y mantener la periodicidad semestral.

Los métodos y sistemas de edición y publicación han variado tanto en cincuenta años que pasamos del papel y la tinta emanados de esos monstruosos y la vez fascinantes linotipos, con tirajes de 1,000 ejemplares, hasta este siglo digital, donde los «archivos» se transmiten milagrosamente a través del ciberespacio para ser compuestos y plasmados mínimamente en papel y abundantemente consultados «en línea». Estudios de Historia Novohispana tiene hoy día un corto tiraje en papel, pero está completamente digitalizada y puede ser consultada hasta los confines más remotos del planeta. Como profesor en la benemérita Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y como reliquia del siglo XX, me sorprendía durante las últimas décadas que al recomendar tal o cual estudio contenido en la revista, los alumnos citaban en sus trabajos la referencia electrónica correspondiente.

Este brevísimo recuento de momentos en la historia de Estudios de Historia Novohispana tiene que ver con la hechura de la revista a través de la actuación de sus editores esencialmente. Intentar una relación de su temática y sus colaboradores es una labor mucho más prolija que requiere tiempo y esfuerzo superiores. En la actualidad es más sencillo revisar y acceder al acervo de la revista, y aun así se debe recomendar la lectura del trabajo de Felipe Castro por su valor intelectual y la información estadística de los Índices temáticos de 2001 por lo que representan de información especializada y cercanísima a la historia de la revista y el Instituto.

Ha sido un privilegio trabajar y cooperar para la elaboración de tantos números de la revista y entrar en contacto con los trabajos de autores eminentes y los de jóvenes investigadores que iniciaban su carrera profesional. Lo mismo se encuentran trabajos originales de alto rango que adelantos o reflexiones de trabajos más amplios, o ensayos y aproximaciones a temas históricos de nueva visión. Larga vida y esperanza para Novohispana, que logre superar todos los retos intelectuales y materiales, incluidos los tecnológicos y burocráticos, y que en el año 2066 se pueda seguir haciendo su historia.

1Felipe Castro Gutiérrez, «Portada barroca hacia el pasado novohispano», Historia Mexicana, L, n. 4, 2001, p. 791-824.

2Preparados por Juan Domingo Vidargas del Moral, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2002, 116 pp.

Juan Domingo Vidargas del Moral. Licenciado en Historia, técnico académico del Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de licenciatura en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

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