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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.67 no.89 Ciudad de México nov. 2022  Epub 05-Dic-2022

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2022.89.1931 

Reseñas bibliográficas

Ángeles Eraña, De un mundo que hila personas (o de la inexistencia de la paradoja individuo/sociedad)

Iván Eliab Gómez Aguilar1 

1Universidad Autónoma Chapingo México igomeza@chapingo.mx

Eraña, Ángeles. De un mundo que hila personas (o de la inexistencia de la paradoja individuo/sociedad). UNAM-Instituto de Investigaciones Filosóficas/UAM-Cuajimalpa-División de Ciencias Sociales y humanidades, Ciudad de México: 2021. 175p.


Con su doble pregunta central, el trabajo reciente de Ángeles Eraña De un mundo que hila personas (o de la inexistencia de la paradoja individuo/sociedad) plantea un cuestionamiento profundo a la ontología social con la que gran parte de la tradición filosófica occidental ha reflexionado sobre la persona y el lugar que ésta ocupa en el mundo.

La primera de estas preguntas -“¿Cómo es que la contraposición del individuo y la sociedad puede servir para encomiar y fortalecer un sistema social (cualquiera que éste sea y, en particular, el capitalista)?” (p. 16)- investiga las raíces de la concepción del individuo moderno que se toma como molde privilegiado para confeccionar las piezas del rompecabezas con las que entendemos el mundo social. La segunda pregunta -“¿Cómo sostener que la disyuntiva (individuo/sociedad) […] no articula paradoja alguna ni que sus términos son contradictorios, ni se supedita el uno al otro?” (p. 16)- escudriña las posibilidades que tiene la filosofía para proyectar otras formas posibles de ser. Abordar ambos cuestionamientos permite a la autora exponer de manera detallada la tesis central de su obra: la configuración de una persona puede entenderse como algo más que un individuo siempre y cuando se considere de forma seria -es decir, cuestionando la tradición- que la dimensión social es complementaria y constitutiva de las particularidades del yo.

Para sostener esta tesis, el trabajo presenta una serie de críticas -concentradas en sus tres primeros capítulos- a la concepción del mundo dominante de la que emanan varias de las directrices con las cuales interpretamos nuestra experiencia y pensamos analíticamente que la individuación de la persona tiene sentido. Además, y tal como se expone en los tres capítulos restantes, se defiende que la posibilidad de sostener una noción de persona más allá de las fronteras del individuo es posible si se describen los mecanismos que muestran su complementariedad constitutiva con el entorno colectivo en el que se desenvuelve.

Un elemento notable en la argumentación del trabajo, tanto en la parte crítica como en la parte propositiva, es la influencia del pensamiento zapatista. La autora recupera algunas tesis del pensamiento social de este movimiento de los múltiples comunicados e intercambios epistolares que ha establecido con intelectuales y públicos, lo que le permite suscitar una reflexión con la que contrapuntea posiciones predominantes en diversas ramas de la filosofía académica (de la lógica a la metafísica) y de las ciencias sociales, tradiciones todas que reproducen una escisión tajante entre el individuo y la sociedad como parte central de sus proyectos explicativos.

En más de un sentido, el libro adopta una forma que resulta innovadora para el canon de la filosofía contemporánea, pues además de ampliar las fuentes de autoridad epistémica mediante la recuperación del pensamiento social del movimiento zapatista propone otro tipo de escritura que explora alternativas a la arbitrariedad del género gramatical.

No es mi intención desglosar de manera puntual cada uno de los argumentos que componen el trabajo. En lo que sigue voy a centrarme en dos cuestiones que tienen como propósito alentar la revisión y discusión colectiva de la obra. Sintetizaré, primero, los postulados centrales que la autora formula sobre cómo se sostiene la supuesta paradoja entre individuo y sociedad con la que suele pensarse el mundo social y señalaré las ventajas de la estrategia que sugiere para desmontarla a lo largo de los capítulos que componen el trabajo. Después indicaré, a manera de ejemplos, algunos problemas que muestran contribuciones potenciales de la propuesta de Eraña para otros campos de estudio. Por un lado, la reflexión ontológica de la autora ayuda a revisar supuestos de algunas tradiciones de la teoría social. Por otro lado, la concepción de persona no individuada coadyuva con una reflexión creciente que busca enriquecer las nociones actuales que describen la noción de cuidados a la salud desde una perspectiva social.

Respecto de las preguntas centrales del trabajo, ya en la introducción y el capítulo dos -“La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja)”- la autora argumenta en contra de la noción de individuo arraigada en nuestra experiencia. En no pocas ocasiones, señala, defendemos esta noción por sentido común en la medida en que asumimos como pertinente la defensa de nuestros grados de libertad. En esta noción de individuo suelen ubicarse las fronteras de la persona, lo que provoca la reificación de una falsa oposición entre ella y la sociedad: se piensa que el interés individual no puede ser el mismo que el colectivo, del mismo modo que lo colectivo no puede entenderse más que como la suma de individuos.

Sin embargo, lo que se plantea como una paradoja -dado que resulta una contradicción pensar relacionalmente al individuo y la sociedad- es en realidad algo que no existe. Para demostrarlo, Eraña desglosa en un primer momento segmentos del aparato conceptual que orillan a esta conclusión. Por ejemplo, señalando de qué modo los principios lógico-ontológicos como el tercero excluido, el principio de identidad y el principio de no contradicción alientan y favorecen la aceptación de la dicotomía entre el individuo y sociedad, la autora afirma: “Si la lógica nos dice que la no contradicción es la ley última del pensamiento; la metafísica asevera que lo Uno es el principio básico de la existencia. La realidad, como el pensamiento, es discreta: divisible hasta su raíz que es una.” (p. 36). Bajo estos principios se ha consolidado una lectura del mundo que lo concibe a partir de sustancias. Indagarlas no es una tarea sencilla debido a la agregación de propiedades y relaciones con las que se caracteriza a los objetos y entidades. Sin embargo, en este ejercicio el supuesto de que el sustrato último es siempre la sustancia se da por sentado y no se cuestiona, lo que hace de las propiedades y relaciones entidades prescindibles. La consecuencia que se deriva de esta aceptación es la producción de una concepción segmentada del mundo que favorece las divisiones bipartitas expresadas en pares antagónicos.

Lo anterior tiene como corolario la postulación de dicotomías (la que escinde al individuo de lo colectivo -o, a mayor escala, de la sociedad- es una de ellas) que imposibilitan una lectura de las disyuntivas más allá de las fronteras que las tensionan. En palabras de la autora: “Los dilemas no se piensan ni se viven como fuente de preguntas, como encuentros posibles con modos diversos de ser del mundo, como señales de heterogeneidad que diferencian y enriquecen; se definen como antinomias, como conflictos irresolubles entre posiciones irreconciliables” (p. 37).

Los enfoques teóricos que abordan la relación del individuo y su lugar en la sociedad funcionan en su mayoría bajo esta forma lógica guiada por dicotomías, de modo que terminan por reforzarla. En términos metodológicos, se ha dado por supuesto que la mejor explicación es la que inicia su recorrido desde uno de los polos, dando primacía casi siempre al individuo, y a partir del cual se reconstruye la naturaleza de lo colectivo. Aunque también, y en dirección contraria, las perspectivas holistas subsumen el sujeto en su explicación de lo social de una manera tal que reducen el espacio de su agencia. Desde la perspectiva ontológica, predomina la idea de que es el individuo a quien pueden predicársele propiedades. Políticamente, se piensa que los grados de libertad se conciben en función de que el único ente que es susceptible de ejercerla es el individuo (pp. 39-40).

A decir de la autora, el constreñimiento que suponen estos enfoques tiene consecuencias en las respuestas deficientes a la pregunta “¿quién soy yo?” Éstas se despliegan en dos vertientes: la que procura, por un lado, señalar los beneficios de la autonomía individual de la que se supone que somos sujetos racionales que trazamos nuestro propio destino (p. 72) y la que, por otro lado, nos reduce a personas heterónomas resultado de lo que nos dicta el colectivo; somos sujetos para quienes sus posibles trayectorias se encuentran ya determinadas por la estructura que dinamiza el colectivo (p. 41).

Este primer momento del análisis referido a las fuentes conceptuales de la dicotomía entre el individuo y la sociedad se complementa con la descripción de las características del mundo social contemporáneo. El objetivo de esto es ampliar el diagnóstico filosófico y mostrar de qué modo las circunstancias sociales prevalecientes en nuestro presente se benefician de la noción de persona individuada y, por lo tanto, culminan por alentarla a través de una forma de pensamiento.

En el capítulo tres -“El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan”- se argumenta que la forma de organización capitalista de la sociedad reproduce circunstancias que individúan a las personas al mismo tiempo que establecen ataduras a la reflexión que configuran una forma hegemónica de pensamiento social desde la que se justifica la presencia de individuos como mercancías. El análisis del capítulo advierte además que el capitalismo ha modificado sus mecanismos de explotación y exclusión de modo que, en su faceta contemporánea, la financiarización de su economía -que produce valor a partir de la especulación- lleva consigo la generación de otros procesos que afectan las relaciones sociales. Por las condiciones atroces que perpetúa, sin duda destaca la guerra permanente y fractal presente en distintos frentes (la guerra interna de las naciones, pero también entre ellas, o bien las guerras genéricas contra el narcotráfico o el terrorismo) que supone el escalamiento de los mecanismos de violencia y despojo.

En el contexto de guerra fractal, señala la autora, la perpetuación del pensamiento dicotómico se refuerza y reproduce casi de manera natural. Suponer a la persona individuada es, por ejemplo, un enfoque funcional para las dinámicas del despojo perpetuo y sistemático que se instauran como forma de vida en el capitalismo y en las que, más que ser alguien, se nos reconoce como algo. Ser persona individuada es al mismo tiempo aceptar convertirse en un elemento más dentro de los flujos entre mercancías que caracterizan al capitalismo actual. En este contexto podría pensarse que los derechos sociales que se enarbolan para defender condiciones de vida más justas son una especie de diques que reivindican el papel de la persona en un sentido contrario al que señala la lógica del capitalismo recién descrito. Y, sin embargo, la crítica de la autora se ubica claramente en un nivel de análisis distinto, uno que resalta la pertinencia de revisar el anclaje del pensamiento social dominante que impide pensar relacionalmente los vínculos que hacen a la persona un ente que, en todo momento, se nutre de su entorno colectivo para manifestar su particularidad. Aceptar esta conclusión no es una tarea sencilla pues, como señala Eraña, la deriva en la que los marcos analíticos actuales reproducen la lógica dicotómica se reproduce en las condiciones que estipula la guerra fractal: “Cada disyunto anhela disminuir o aplastar la voluntad de quien habita el otro extremo: el capitalista codicia imponer su voluntad sobre el trabajador; los hombres sobre las mujeres; el poderoso siempre sobre el débil o frágil.” (p. 66).

Hasta aquí podría decirse que la estrategia que sugiere la autora para desmontar la dicotomía entre el individuo y la sociedad consiste en el regreso al momento previo de su constitución, es decir, señalando ciertos elementos que permitan cuestionar la forma displicente con la que se reduce el concepto de persona a un individuo y mostrando el modo en que el contexto social alienta esta concepción. Sin embargo, a partir del capítulo cuatro la estrategia se enfoca en responder la segunda pregunta general que pretende abandonar el pensamiento dicotómico mediante la reinterpretación de las disyuntivas para abordarlas de forma relacional, es decir, como pares complementarios. Es, por lo tanto, el inicio de la defensa de un concepto de persona que no se individua, sino que se reivindica en su ser social, una noción de persona anclada en la interdependencia constante hacia las otras. “Una persona es un lugar en una sociedad, un nodo (casi cualquiera) en una red de relaciones (sociales)” (p. 115), nos dice la autora a manera de síntesis de una potente idea, en la que el nodo permite hablar de ser varias personas, según la configuración de los distintos cruces que nuestras trayectorias nos permiten habitar. La idea de nodo es relevante porque enfatiza que la persona es resultado de un tejido social del cual surge y se desenvuelve. La persona es, en este sentido, profundamente colectiva en la medida en que sus trayectorias vitales le permiten ubicarse en distintos cruces ninguno de los cuales la determina en su totalidad.

Sin embargo, ahondar en esta otra concepción de persona requiere no sólo de la crítica al pensamiento dicotómico. También es pertinente suponer un mundo posible más allá de la metáfora o el recurso del experimento mental al que suele recurrir la filosofía analítica. “¿Quiénes queremos ser?”, título del capítulo cuatro, nos invita a detenernos a reflexionar en esta cuestión desde un ritmo que no es el que dicta la aceleración del presente. El argumento central señala la pertinencia de una ontología social crítica que sostenga la idea de que “[u]n mundo es un modo de vida, una manera de hacer las cosas.” (p. 89). Para ello es importante admitir que la proyección de un mundo alejado de las dicotomías requiere de un largo proceso que derive en su materialización. Es decir, para romper la dicotomía entre el individuo y la sociedad no sólo hace falta la crítica conceptual que muestre la factibilidad de pensar la disyuntiva relacionalmente, sino también suponer la necesidad de un mundo en donde la persona no individuada tenga cabida. En este sentido, Eraña afirma: “crear un mundo no es una cuestión de proyectar nuestras ideas en el mundo y pretender que encaje en ellas […] de lo que se trata es de comprender los significados que emergen de ellas y modificarlas para transformar nuestras prácticas y sus materializaciones.” (p. 99).

El capítulo cinco -“La persona: una resonancia corpórea”- es central porque en él se articulan las razones por las cuales es posible un concepto de persona que evite el pensamiento dicotómico. Un concepto de persona sustentado en una ontología social crítica que adopta la dualidad como pares complementarios. Esta lectura se sostiene en algunas tesis que pueden hallarse en las reflexiones recientes sobre la función de la memoria autobiográfica (MAB) y nuestra capacidad de asumirnos desde el papel de la segunda persona. Ambas discusiones ofrecen recursos sustanciales para abandonar la idea fatua de la autenticidad del yo como reservorio de la persona. La función de la MAB, señala Eraña, plantea que las personas somos capaces de recuperar y organizar nuestros recuerdos de vida de forma tal que nos otorgan una identidad narrativa. Esta identidad, que depende de cómo damos coherencia y singularidad a nuestros recuerdos se guía, a su vez, por una serie de “libretos sociales” que nos indican aquello que es idóneo, adecuado o esperable de nuestro desenvolvimiento en el mundo. Sin embargo, la complejidad de la MAB permite atender las tensiones narrativas que hacen posible nuestra identidad: entre el yo de nuestra experiencia y nuestro entorno colectivo que se manifiesta a partir de las distintas perspectivas en las que revisamos nuestra identidad. Es decir: “Somos tejidos de historias y fragmentos de historias que se tejen y destejen desde todas las perspectivas posibles: primera persona, segunda persona, y la del primar de la primera y tercera persona”. A decir de Eraña, esto hace posible que entendamos nuestro lugar en los libretos sociales, pero también que, llegado el momento, éstos puedan leerse de forma crítica, resignificados o transformados a partir de la interpretación que logramos en función de nuestro entorno -ubicándonos en la perspectiva de la segunda persona, por ejemplo-. Por supuesto que, para la autora, reconocer el potencial de las narrativas que posibilita la MAB no pretende omitir el peso que tienen otros tipos de constreñimientos (biológicos, corporales, culturales, materiales) de la persona. Es sólo una invitación para apuntalar la idea de que eso que se piensa desde la lógica dicotómica como propia del yo, nuestros recuerdos que nos dan identidad, forman parte en realidad de una dinámica de construcción de identidad narrativa que se complementa de manera permanente con el contexto social: “Ser persona no requiere comprender lo que soy yo […] lo que se necesita es comprender cómo todas somos alguien en virtud de nuestras relaciones mutuas y cómo estas relaciones recíprocas van conformando personas y nos van conformando en cuanto las personas que somos.” (p. 118).

El capítulo final -“El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de la paradoja)”- tiene por objetivo mostrar que la concepción de persona no individuada es consistente con la idea de que un mundo social puede concebirse y reconstruirse sin renunciar a las jerarquías dinámicas, es decir, sin dejar de pensar el mundo con sus dualidades transitorias. Esto es clave para abordar la complejidad del mundo social y sus relaciones sin olvidar reconocer que eso no implica, como la autora señala, ni avasallamiento ni subordinación (p. 138). Es, por lo tanto, la defensa de una ontología de lo común que acepta las dualidades y no las dicotomías como la llave a partir de la cual podemos entender otra forma de mirar al mundo social que constituimos. “Lo común, la conexión no le pertenece a algo -a una cosa o entidad-, no es propiedad de ningún término del par. El nexo no está dentro ni fuera de las cosas; está entre ellas, entre nosotras. Lo primario, lo común, es lo que a todas nos hace, lo que urde al todo” (p. 142).

Por todo lo anterior, el libro de Eraña representa una obra importante para la reflexión filosófica crítica sobre las condiciones del mundo actual en el que predomina una noción de persona individuada. Su aportación, sin embargo, no radica sólo en la calidad de los argumentos recién descritos con los que cuestiona esta tendencia, sino en las aportaciones que la propuesta misma puede tener para la reelaboración de un conjunto de problemas en campos aledaños de estudio. En lo que sigue, señalo al menos dos de ellos.

El primero es el de la teorización que llevan a cabo las ciencias sociales a propósito de sus explicaciones del orden social.1 A mi juicio, el planteamiento de la obra puede incitar a explorar otros horizontes explicativos en las teorías sociales a partir de la perspectiva relacional que reflexiona sobre cómo pensamos lo social en el espacio de la persona. Un ejercicio que resulta crítico y vigente frente a los distintos proyectos explicativos que todavía definen los contornos del individuo y su capacidad reflexiva buscando trazar en él un reservorio de identidad que pone en práctica un nivel de su agencia.2 La invitación de Eraña es por eso radical, pues no sólo supone pensar a la persona más allá de esos contornos del individuo, sino también construir una noción nueva de persona que la entienda como una red que se hace posible ella misma por sus contactos permanentes con las otras. En este sentido, el trabajo ofrece recursos renovados para el pensamiento social contemporáneo, pues entender a la persona como un lugar en la sociedad, si bien deja un trabajo conceptual pendiente, produce consecuencias importantes en nuestros dispositivos teóricos si queremos reformularlos.

El segundo problema es el de la revisión de los conceptos sobre los cuidados a la salud desde una óptica social. Es sabido que cuando pensamos en este problema es necesario trazar diversos matices. Desde el enfoque dominante de la salud pública, la incorporación relativamente reciente, a inicios del nuevo siglo, de los determinantes sociales de la salud podría leerse como un intento por subsanar los errores a los que había conllevado la visión centrada en los individuos y las poblaciones (Lupton 1997). Sin embargo, a la luz de los cuestionamientos reseñados sobre el calado de la dicotomía individuo/sociedad en el pensamiento social, cabe la pregunta de si la nueva perspectiva de la salud pública ha superado la lógica dicotómica puesta en cuestión o si, de hecho, se ha construido al auspicio de la misma. Sospecho que, dadas las críticas a las que ha estado sujeto el concepto de determinantes sociales de la salud, se asemeja más a esto último (Castro 2016). De ahí que los recursos que propone el libro de Eraña, como la noción de persona no individuada, pueden ayudar a pensar en las herramientas que como sociedad son pertinentes para construir una nueva perspectiva de los cuidados a la salud, de estrategias que no sólo reproduzcan la idea de que lo colectivo es la suma de las partes (como de hecho se piensa el concepto de población, por ejemplo) ni que únicamente individúen, en consecuencia, el foco de su intervención. La solución ciertamente no es sencilla ni pretendo decir que se derive de la discusión filosófica sin considerar las circunstancias sociales particulares de cada contexto ni de la intervención de otros saberes expertos -incluidas las visiones críticas de la salud pública-. Lo que sugiero es que este otro mundo posible que se plantea en torno a una concepción de persona colectiva hace factible, a su vez, reflexionar sobre qué otras condiciones debemos de comenzar a tomar en cuenta para pensar los cuidados de la salud más allá de la esfera individual.

En suma, en De un mundo que hila personas hay algo que vale la pena resaltar y que tiene que ver con la convicción de que la filosofía no sólo es normativa porque evalúa nuestras acciones, nuestro conocimiento o los constructos estéticos, sino también porque proyecta formas posibles de ser. Para ello, Eraña nos propone cuestionar los estándares de trabajo de diversas tradiciones en filosofía y ciencias sociales involucradas en la definición de la persona, invitándolas a realizar lo que la poetisa Yolanda Segura recientemente también imaginó: “Salir a buscar a la persona fuera de la persona.”

Referencias bibliográficas

Alexander, Jeffrey, 2008, “¿Qué es la teoría?”, en Teorías sociológicas después de la segunda guerra mundial, 3ª. reimpresión, trad. Carlos Gardini, Gedisa, Barcelona. [ Links ]

Castro, Roberto, 2016, “De la sociología en la medicina a la sociología de la salud colectiva: apuntes para un necesario ejercicio de reflexividad”, Salud colectiva, vol. 12, no. 1, pp. 71-83. <https://doi.org/10.18294/sc.2016.859> [ Links ]

Giddens, Anthony, 1998, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, 2ª. ed., trad. José Luis Etcheverry, Amorrortu, Buenos Aires. [ Links ]

Lupton, Deborah, 1997, The Imperative of Health. Public Health and the Regulated Body, Sage Publications, Londres. <https://doi.org/10.1016/S02779536(97)88464-X> [ Links ]

Segura, Yolanda, 2020, Persona, 2ª. ed., Almadía, México. [ Links ]

1Como recordaba Jeffrey Alexander hace décadas, la dicotomía entre el individuo y la sociedad fungió como uno de los ejes fundadores de los distintos proyectos teóricos desarrollados en ese siglo (Alexander 1997) y su herencia es palpable en cómo se entiende aún el funcionamiento del mundo social en gran parte de las ciencias sociales.

2En la última generación de lo que aún se denomina “teoría social contemporánea” hay algunas propuestas, como la de Giddens 1998, que buscan sintetizar en las prácticas de los individuos el mecanismo explicativo de las estructuras sociales suponiendo que el individuo de la era moderna posee una capacidad de reflexividad sobre su condición social.

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