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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.67 n.88 Ciudad de México May. 2022  Epub Nov 21, 2022

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2022.88.1892 

Artículos

Wittgenstein y la atribución de estados mentales a animales no humanos: enfoque de las habilidades o contextualismo de la forma de vida1

Wittgenstein and the Attribution of Mental States to non-Human Animals: the Ability Approach or Form of Life Contextualism

Andrés Crelier* 

* Universidad Nacional de Mar del Plata. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Correo electrónico: pcrelier@mdp.edu.ar.


Resumen

Discuto dos interpretaciones de la posición del Wittgenstein tardío sobre la atribución de conceptos psicológicos referidos a capacidades y estados mentales a animales no humanos: el “enfoque de las habilidades” (Glock 2017) y el “enfoque del contextualismo de la forma de vida” (von Savigny 2016). Después aplico estas interpretaciones a líneas recientes de investigación sobre la cognición animal en los ámbitos de la etología cognitiva y la psicología animal y comparada. En la primera sección introduzco el problema exegético y en las siguientes dos expongo cada una de las dos interpretaciones. En la cuarta sección defiendo la conveniencia de complementarlas. En la quinta sección utilizo el marco wittgensteiniano para comprender la forma en que algunas líneas recientes de investigación sobre la cognición animal proponen sus hipótesis explicativas.

Palabras clave: mente animal; patrones de conducta; habilidades cognitivas sin lenguaje; conceptos sociales en animales; normatividad en animales

Abstract

I discuss two alternative versions of the later Wittgenstein’s position on the attribution of psychological concepts to non-human animals: the “abilities’ approach” (Glock 2017) and the “form of life contextualism” (von Savigny 2016). I then use these construals as frameworks in which to interpret recent research in animal cognition. Section 1 introduces the exegetical problem and the next sections present each one of the approaches (sections 2 and 3). Section 4 claims that one should complement both perspectives, and Section 5 makes use of the Wittgensteinian frame to understand the way in which recent scientific research on animal cognition develops its explanatory hypotheses.

Keywords: animal mind; animal cognition, patterns of behavior; cognitive abilities without language; social concepts in animals; normativity in animals

Introducción

El objetivo general de este trabajo es doble: en primer lugar, discutir dos interpretaciones alternativas de la posición del Wittgenstein tardío sobre la atribución de conceptos psicológicos referidos a capacidades y estados mentales a animales no humanos (sin prejuzgar sobre su naturaleza conceptual): el “enfoque de las habilidades”, que defiende Glock 2017, y el “enfoque del contextualismo de la forma de vida”, de von Savigny 2016.2 En segundo lugar, aplicar estas interpretaciones a algunas líneas recientes de investigación sobre la cognición animal en los ámbitos de la etología cognitiva y la psicología animal y comparada.

Las hipótesis que quiero defender son tres: primero, que ambas interpretaciones tienen sustento en la obra del autor austríaco; segundo, que no son excluyentes, sino complementarias; tercero, que se las puede trasladar al ámbito científico reciente para que sirvan como un marco filosófico adecuado. En correspondencia con esto, en la sección 1 introduzco de manera breve el problema exegético, y en las siguientes dos expongo cada una de las dos interpretaciones. En la sección 4 sostengo la conveniencia de complementarlos. En la sección 5 utilizo el marco wittgensteiniano para comprender el modo en que algunas líneas recientes de investigación sobre la cognición animal proponen sus hipótesis explicativas.

1. La mente animal en el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas

Según algunas interpretaciones, la filosofía de Wittgenstein en la época en que redactaba las Investigaciones filosóficas favorece una posición diferencialista con respecto a la atribución de estados mentales a los animales humanos y no humanos.3 El pensamiento se constituiría por un sistema convencional de signos de naturaleza esencialmente pública, algo de lo cual los animales no humanos carecen y, por ello, tampoco poseerían los medios para pensar (Rollin 1989, pp. 137 y ss.). Para sustentar esta visión se suele apelar, entre otras cosas, al “argumento del lenguaje privado”, que consiste -en un sentido amplio- en una serie de reflexiones sobre la relación entre la conducta y la vida mental, y se enfoca -en un sentido estrecho- en la posibilidad de un lenguaje cuyas palabras tuvieran significado a partir de vivencias privadas que sólo el hablante pudiera conocer. Tal lenguaje sería incomunicable, pues cada cual tiene vivencias distintas o, en todo caso, no parece haber modo de sacarlas a la luz pública para compararlas (Wittgenstein 2017 [1953], § 243-315; cfr. Glock 2010, pp. 284-290). Wittgenstein piensa que un lenguaje de esa naturaleza no sería posible por principio.

Una exégesis plausible, como la propuesta por Glock 2017, permite cuestionar que este argumento implique que los animales carezcan de vida mental. Si el argumento logra su cometido probatorio (algo que no tengo espacio para tratar aquí), sólo excluye la posibilidad de que los animales no humanos dispongan de un lenguaje en principio incomprensible, o al menos de vehículos sígnicos del pensamiento en principio incomprensibles para, por ejemplo, quienes investigan sus capacidades cognitivas. Pero no se desprende de aquí una dependencia general entre el pensamiento y el lenguaje como supone Rollin, de manera que no se ve afectada la posibilidad de que los animales piensen. Así pues, sin el escollo que representaría el argumento del lenguaje privado, es posible volver la atención hacia las reflexiones explícitas de Wittgenstein sobre la atribución de estados mentales a animales no humanos, y lo primero que salta a la vista es que resultan ambiguas, pues algunas resultan más favorables y otras menos a las atribuciones de conceptos mentales a los animales.

Para intentar extraer una perspectiva general que supere esta ambigüedad, podemos tomar en cuenta lo siguiente. Resulta claro que las preguntas y sugerencias de Wittgenstein giran en torno al uso de conceptos psicológicos elaborados en el seno de una comunidad humana. Muchas de sus reflexiones indagan hasta qué punto, y con qué legitimidad, podemos extender el uso de esos conceptos fuera de la esfera donde han sido desarrollados y donde en principio se aplican. Una perspectiva general sobre esa extensión se encuentra en pasajes como el siguiente: “[…] sólo podemos decir de los hombres vivos, y de lo que se les asemeje (se comporte análogamente) que tengan sensaciones; vean; estén ciegos; oigan; estén sordos; sean conscientes, o inconscientes.” (Wittgenstein 2017 [1953], § 281.)4

Esto podría entenderse como un argumento por analogía según el cual, si una criatura no humana se comporta de manera similar a una persona, podemos describir su conducta con los mismos términos mentales que le aplicaríamos a ésta. El punto de partida es, pues, antropocéntrico, pero este inevitable antropocentrismo no es restrictivo porque no invalida de entrada, ni de manera general, la atribución de predicados mentales a otras especies. En particular, Wittgenstein admite que podemos atribuir sensaciones como el dolor o incluso intencionalidad fuera de la esfera humana: “¿Cuál es la expresión natural de una intención? -Contempla un gato cuando acecha a un pájaro; o un animal cuando quiere huir. ((Conexión con proposiciones sobre sensaciones.))” (Wittgenstein 2017 [1953], § 647.)

Cuando crece la complejidad de las atribuciones, Wittgenstein se torna más dubitativo: “Podemos representarnos a un animal furioso, temeroso, triste, alegre, asustado. Pero ¿esperanzado? Y ¿por qué no? El perro cree que su dueño está en la puerta. Pero ¿puede también creer que su dueño vendrá pasado mañana? -¿Y qué es lo que no puede? […]” (Wittgenstein 2017 [1953], § 1, parte II.I.) Adviértase que en estos pasajes la complejidad de las atribuciones aumenta a lo largo de las dos dimensiones, la de la actitud intencional atribuida (enojado, alegre, asustado, esperanzado) y la del contenido proposicional atribuido (que el dueño está en la puerta; que vendrá pasado mañana). En ambos casos, parece desprenderse un gradualismo según el cual podemos atribuir actitudes y contenidos simples, pero no complejos, en una escala que cruza zonas grises donde no contamos con certezas sobre cómo proceder.

¿Cuál es la justificación filosófica de esta posición gradualista? No resulta sencillo aventurar una respuesta. Como se sabe, Wittgenstein evita la formulación de argumentos explícitos y sus indagaciones sobre la aplicación de conceptos mentales a no humanos son especialmente tentativas. Como mencioné, en lo que sigue me concentraré en dos interpretaciones plausibles del pensamiento wittgensteiniano en el terreno de la mente animal, es decir, dos maneras de justificar y restringir las atribuciones de capacidades mentales a animales no humanos: el “enfoque de las habilidades” y el “contextualismo de la forma de vida”.

La exposición que sigue se ciñe a los dos comentaristas que menciono. Esto manifiesta que reconozco la pertinencia exegética de ambos enfoques y su potencial para entender las atribuciones mentalistas a animales no humanos. Sin embargo, tomaré distancia de la posibilidad de considerar que alguno de ellos pueda reemplazar por completo al otro. En tal sentido, cuestionaré la idea de que el enfoque del contexto pueda reemplazar al de las habilidades, y también pondré en duda las críticas de Glock al enfoque del contexto. Mi posición general quedará clara cuando, luego de exponer ambos enfoques, proponga un modo de complementarlos.

2. El enfoque de las habilidades

La interpretación según la cual la atribución de pensamiento a animales carentes de lenguaje se legitima mediante sus capacidades conductuales goza de consenso entre diversos intérpretes de la última etapa del filósofo vienés (Kenny 1973, p. 150; De Grazia 1994, p. 139) y la ha adoptado Glock, quien la contrasta con el enfoque del contexto. Para los propósitos del presente trabajo, abordaré el enfoque de las habilidades siguiendo el comentario detallado de la obra de Wittgenstein de von Savigny, quien no lo rechaza de plano, aunque lo encuentra limitado.

Tal como se expresa en las Investigaciones filosóficas, la atribución legítima de conceptos mentales depende de las capacidades expresivas de la criatura, que en principio pueden ser verbales o no verbales en forma indistinta. Esto se aplica a los estados mentales, tanto si se entienden como actitudes intencionales (creer; estar alegre; tener expectativas), como si se entienden en relación con sus respectivos contenidos proposicionales (creer que p; estar alegre sobre q; esperar r) (von Savigny 2016, pp. 41-46). Si nos enfocamos en el contenido, cuanto mayor es la riqueza atribuida, más amplio es el repertorio conductual que la criatura debe tener para manifestar esa riqueza de detalles. Por ello, Wittgenstein acepta que un perro puede creer “que su dueño está en la puerta” pero expresa dudas, y finalmente escepticismo, sobre la posibilidad de que crea “que su dueño vendrá pasado mañana” (Wittgenstein 2017 [1953], § 1, parte II.I).

Lo mismo se aplica mutatis mutandis a las actitudes intencionales: “Podemos representarnos a un animal furioso, temeroso, triste, alegre, asustado. Pero ¿esperanzado? Y ¿por qué no?” (Wittgenstein 2017, [1953], § 1, parte II.I). Las traducciones al español más utilizadas optan por “esperanzado” para traducir la expresión alemana hoffend (cfr. Wittgenstein 1988 [1953] y Wittgenstein 2017 [1953]) que, en mi opinión, podría traducirse también como “esperando” o “con expectativas”. En efecto, “tener esperanzas” sugiere una relación imaginaria con un bien abstracto o lejano, lo cual se encuentra fuera del horizonte mental de un perro y se pierde la relación con los estados anímicos enumerados en la cita. En cambio, esperar algo o tener expectativas sugiere, o al menos admite, una relación con algo concreto e inmediato.

Incluso si se acepta que la relación de la expectativa es con algo concreto, Wittgenstein piensa que esta actitud intencional implica presupuestos que se hallan fuera del alcance de esa clase de criaturas: “¿Puede sólo esperar quien puede hablar? Sólo aquel que domine el uso de un lenguaje. Es decir, los fenómenos de la esperanza son modificaciones de esta complicada forma de vida.” (Wittgenstein 2017 [1953], § 1, parte II.I.) De allí que las preguntas de más arriba -que podemos glosar así: “¿por qué no podemos imaginarnos que un perro tiene expectativas de algo?”-, deben entenderse, según von Savigny, en este sentido: no podemos hacerlo, y ahora indagaremos por qué no es posible hacerlo. Incidentalmente, el título del trabajo de von Savigny 2016 resume de manera brillante esta exégesis: “Sin esperanzas para los perros” (“Keine Hoffnung für Hunde).

Veamos de cerca por qué habría actitudes y contenidos mentales que se encuentran fuera del horizonte de los animales no humanos. Según Wittgenstein: “Decimos que el perro teme que su dueño vaya a golpearlo; pero no: teme que su dueño lo golpeará mañana […]” (Wittgenstein 2017 [1953], § 650). El perro puede mostrar un repertorio conductual adecuado para justificar la primera atribución en la medida en que es capaz de poner el rabo entre sus piernas y esconderse bajo una silla, pero al parecer no sucede lo mismo con la segunda atribución (von Savigny 2016, p. 43). En este último caso, se supone que la criatura es capaz de comprender y expresar distinciones temporales como “ahora”, “luego”, “mañana”, “pasado mañana”, etc. Y podemos abrigar dudas acerca de si un perro puede expresar esta gama de distinciones o al menos algunas de ellas. De modo que incluso afirmar “El perro teme que su amo le pegue ahora” realiza una atribución indebida, a diferencia de la atribución más aceptable “El perro teme ahora que su amo le pegue” (von Savigny 2016, p. 43). Cuanto más complejas son las distinciones que una atribución supone implícitamente que la criatura debe ser capaz de realizar, más difícil será (para la criatura) poder expresarlas sin un sistema complejo de signos como el lenguaje natural. Por ello, Wittgenstein incluso afirma, como vimos, que un perro no puede tener expectativas porque no tiene lenguaje.

No hay que perder de vista que esta argumentación no rechaza la validez de cualquier atribución de conceptos mentales a animales ni enlaza el lenguaje y el pensamiento de manera a priori. Una criatura sin lenguaje podría, en principio, expresar distinciones complejas, y ofrecer en tal medida evidencia de que las comprende. De hecho, von Savigny se imagina cómo un perro podría expresar conductualmente la diferencia entre temer “que su dueño le pegue ahora” y “que su dueño le pegue al día siguiente”. El perro podría haber aprendido que la paliza duele menos cuando ha tomado mucha agua momentos antes o cuando ha comido poco el día anterior; puede saber también que su dueño se enoja cuando ha hecho destrozos en los rosales y, por último, que su dueño visita los rosales cuando hace buen tiempo y no los visita cuando el tiempo es malo. De este modo, si el perro ha hecho algún destrozo en los rosales y toma mucha agua un día de sol, esta conducta podría expresar que teme que su dueño le pegue ahora. Y si ha hecho destrozos y ayuna un día con mal clima, esto podría expresar que teme que su dueño le pegue al día siguiente (von Savigny 2016, pp. 43-44).

Sin embargo, von Savigny es escéptico respecto de la existencia de perros como el del ejemplo, y señala que, en algún punto, cuando la riqueza de los contenidos atribuidos crece, sólo el dominio de un lenguaje natural puede darle sentido a la atribución. En todo caso, estos experimentos mentales ilustran la posición general de Wittgenstein según la cual, como vimos, sólo tiene sentido atribuir creencias, expectativas y otros estados intencionales si la criatura en cuestión posee un repertorio­ de conductas adecuado para expresar los contenidos atribuidos.

Hilando más fino, von Savigny revela dos vectores relacionados a lo largo de los cuales se acrecienta la necesidad del lenguaje natural, lo cual se aplica tanto al plano de las actitudes como al plano de los contenidos proposicionales (von Savigny 2016, pp. 44 y ss.). El primer vector es el que he examinado y expresa la variación en la complejidad en aquello que se atribuye; el segundo expresa la variación en la complejidad estructural de las distinciones que la criatura debe poder expresar. Según este último vector, cuya naturaleza es más bien “potencial”, sólo tiene sentido incluir una especificación o detalle en el contenido proposicional (por ejemplo, “mañana”) si en el mismo sitio se puede atribuir otro detalle que marque un contraste (por ejemplo, “ahora”). Esto mismo se puede aplicar a la actitud intencional, de modo que, por ejemplo, “tener expectativas” debe ser una actitud contrastable con otras actitudes: X tiene expectativas, pero no cuenta con que se realicen; tiene expectativas, pero no añoranza; tiene expectativas, pero no aguarda con impaciencia, etc. La expresión de estos últimos contrastes requiere, para von Savigny, el dominio de medios expresivos lingüísticos.

No obstante lo anterior, von Savigny reconoce que también hay descripciones alternativas de la conducta del perro que habilitan en cierto modo el dominio del “tener expectativas”: el perro mueve la cola cuando ve al amo agarrar la correa, de modo que “espera que lo saquen a pasear”; si antes de salir su amo se demora hablando por teléfono, el perro que mueve frenético la cola “aguarda a su amo” e incluso, si la demora se prolonga, “se siente desilusionado”, etc. (Von Savigny 2016, pp. 45-46.) En la medida en que florecen aquí descripciones alternativas, entramos en un terreno especulativo y las atribuciones resultan sumamente indeterminadas (Glock 2017, p. 165). Por ello, von Savigny concluye que no hay esperanzas para el perro, aunque sí podría haber actitudes y contenidos simples.

Tendríamos pues razones fundadas para restringir el abanico de estados mentales atribuibles a muchos animales no humanos, lo cual nos trae de nuevo a la pregunta general “¿qué es lo que pone un límite a las atribuciones legítimas?” Para el enfoque de las habilidades, estas restricciones en las atribuciones son el producto de lo que una criatura puede y no puede hacer en cuanto a las distinciones que puede expresar en términos de su conducta. Y, como vimos, estas distinciones parecen volverse difíciles de manifestar apenas nos alejamos de las atribuciones más simples. Para el contextualismo de la forma de vida (la posición que terminará por defender von Savigny), existen consideraciones adicionales que resultan más relevantes para restringir la atribución de vida mental a los animales carentes de lenguaje.

3. El contextualismo de la forma de vida

En su formulación general, esta interpretación considera que el contexto social (sea o no el de la propia especie) es una condición necesaria para que nuestras atribuciones tengan sentido. Wittgenstein lo sugiere, por ejemplo, en este parágrafo: “¿Por qué no puede un perro simular dolor? ¿Es demasiado honrado?5 ¿Se podría enseñar a un perro a simular dolor? Quizá se le pudiera enseñar a que en determinadas ocasiones ladrase como si sintiera dolor sin tener dolor. Pero para una auténtica simulación aún le falta a esta conducta el entorno apropiado” (Wittgenstein 1988 (1953), § 250). Para von Savigny, la noción de “entorno” (Umgebung) alude aquí al contexto específicamente social (von Savigny 2016, p. 47). En el ejemplo, la criatura posee una habilidad expresiva semejante a la de simular dolor ladrando, pero no podemos hablar de una auténtica simulación porque falta el entorno social que le daría sentido a esa atribución.

¿Qué es lo que falta exactamente? Para responder a esto, von Savigny recurre a pasajes en los que Wittgenstein realiza una suerte de reducción al absurdo de la tesis de que las meras capacidades expresivas y conductuales resultan suficientes: “¿Por qué no puede donar dinero mi mano derecha a mi mano izquierda? -Mi mano derecha puede ponerlo en mi mano izquierda. Mi mano derecha puede escribir un documento de donación y mi mano izquierda un recibo. -Pero las ulteriores consecuencias prácticas no serían las de una donación.” (Wittgenstein 2017 [1953], § 268). Von Savigny interpreta estas “consecuencias prácticas” (praktische Folge) como una distribución de derechos y responsabilidades que reconocen quienes participan del intercambio social (von Savigny 2016, p. 48). Así, cuando atribuimos estados mentales a partir de conductas, mantenemos una mirada holista sobre las expectativas sociales que ellas generan, las cuales toman la forma de la atribución de responsabilidades y derechos que no podemos atribuir a una criatura como la del ejemplo. Si descubrimos que el perro gime sin tener dolor y sin haber sido lastimado, y que lo hace sólo porque ha sido entrenado para ello, no lo reprendemos como a una persona que ha simulado dolor para engañarnos. A esta última, en cambio, la consideramos responsable por las expectativas que ha generado su simulación.

La idea general de este enfoque es que, para poder afirmar que una conducta expresa un estado mental determinado -como tener expectativas-, debe situarse en un entramado de reacciones propias de un entorno social. No basta con observar en una conducta puntual la expresión de un estado mental; debemos poder leer en la conducta de la criatura todo el arco de responsabilidades y derechos que la conducta genera. Y el único tipo de conducta que expresa una cantidad suficiente de conductas diferenciadas de naturaleza social es la conducta verbal (von Savigny 2016, pp. 50 y ss.). La restricción no proviene del lenguaje natural porque posea alguna propiedad singular que lo vuelva condición del pensamiento, sino del hecho de que las atribuciones de estados mentales requieren, para tener sentido, que la criatura participe en un contexto social. El lenguaje natural sólo entra en juego cuando el repertorio de conductas necesario para expresar un determinado estado mental es demasiado complejo (como en el caso de la simulación).

Esto parece favorecer un gradualismo en las atribuciones, pues diversos estados mentales podrían requerir medios expresivos más modestos y al alcance de muchas criaturas no lingüísticas. Pero éste no es el camino que prosigue von Savigny en su exégesis de Wittgenstein. En efecto, una explicación que sólo recurre a la riqueza expresiva es insuficiente. Las capacidades expresivas deben formar parte, según la metáfora, de un patrón o modelo (Muster) en el tejido de la vida (Lebensteppich) (Wittgenstein 2017 [1953], § 2, parte II.I). Un patrón es una totalidad de sentido no equiparable a, ni causada por, la mera suma de sus partes. Una criatura que gime sólo simula gemir si reacciona convenientemente, según el patrón de una simulación, a las expectativas que ha provocado. El sentido de los patrones cambia de acuerdo con el entorno en que están ubicados o con los otros patrones con los que se solapan. Por ejemplo, el patrón del dolor puede hallarse bajo el patrón de la represión del dolor o bajo el de la simulación (von Savigny 2016, p. 54).

Las conductas aisladas, o el mero repertorio expresivo, no es necesariamente prueba de la existencia de un estado mental. Quien atribuye un estado mental debe detectar los patrones correspondientes en el desarrollo coherente de una conducta a lo largo de un lapso temporal significativo. La interpretación contextualista de von Savigny acrecienta en general las exigencias, pues la trama propia de muchos estados mentales sólo parece manifestable gracias a las capacidades expresivas que proporciona una forma de vida social que incluye un medio muy sofisticado como el lenguaje.

Veamos ahora la crítica de Glock a este enfoque que defiende von Savigny. Ante todo, Glock destaca que los pasajes de Wittgenstein que se refieren a la atribución de estados mentales a los animales no prestan atención especial a su vida social (Glock 2017, p. 166). Así, no aparece una distinción general entre animales que cazan juntos, como los lobos, y otros que viven en soledad, como los osos. En cambio, resulta central la consideración de la conducta expresiva de los animales no humanos, lo que pueden y lo que no pueden expresar mediante la misma. Desde luego, algunos pasajes como el que cuestiona la capacidad de los perros para simular aluden, como vimos, a la ausencia de un contexto apropiado, pero Glock piensa que el interés principal de Wittgenstein en ellos es indicar que la criatura carece de la capacidad correspondiente: “(Un perro no puede ser hipócrita, pero tampoco puede ser sincero)” (Wittgenstein 2017 [1953], § 363, parte II.11). No es el contexto social, sino la ausencia de una habilidad, lo que les impide simular y ser hipócritas, concluye el comentarista (Glock 2017, p. 166).

Desde mi punto de vista, la crítica de Glock presenta algunos aspectos cuestionables. El primero es indicar que Wittgenstein no ha hecho algo que suele evitar hacer, a saber, proponer distinciones o clasificaciones generales u homogeneizantes. En todo caso, su eje ordenador es una posición gradualista que evita distorsionar la observación con clasificaciones previas sobre las respectivas capacidades cognitivas (Scotto 2006). Así, las preguntas e ideas tentativas se formulan en relación con contextos cotidianos en los que aparece una pluralidad de especies como monos (Wittgenstein 2021a [1984], II, § 344), perros (Wittgenstein 2017 [1953], § 1, parte II.I), moscas (Wittgenstein 2021a [1984], II, § 659), gatos (Wittgenstein 2017 [1953], § 647), peces e incluso plantas (Wittgenstein 2021b [1984], Zettel § 129, p. 297).

En segundo lugar, un examen detenido puede descubrir que muchos estados mentales en apariencia desligados de la vida social guardan una dependencia hacia la misma (como examinaré con mayor detenimiento en la sección 5). Pero, en tercer lugar, el punto cuestionable más importante es, a mi juicio, el siguiente. Glock parece pasar por alto que la carencia de determinadas habilidades se identifica con la imposibilidad o dificultad para comprender un contexto social. Así, en su interpretación de Wittgenstein, Glock sostiene que los perros no pueden simular, pues carecen de la habilidad de intentar engañar, y que en este caso no sería el contexto social el que determina la ausencia de esta última habilidad (Glock 2017, p. 166). Sin embargo, no tiene en cuenta que las habilidades en cuestión -tanto la de engañar como la de intentar engañar- involucran la comprensión del contexto social que corresponde con la acción de engañar. En tal sentido, si bien la dimensión social puede estar de hecho ausente, la comprensión del contexto social típico resulta esencial (tal como sostiene von Savigny y como revisaré con mayor detalle en la sección 5).6

Si estas críticas a Glock resultan pertinentes, pueden llevar a replantear cuál de los dos enfoques es superior como interpretación de la obra de Wittgenstein. Pero, en lugar de desarrollar una dialéctica entre ambos enfoques para defender uno de ellos, sostendré en el próximo apartado que ambos poseen relevancia explicativa.

4. Complementando ambos enfoques en una perspectiva gradualista

Como hemos visto, cada una de las interpretaciones analizadas fundamenta las restricciones de las atribuciones de estados mentales a criaturas no humanas en razones diferentes. Para el enfoque del contexto social de von Savigny, no podemos atribuir conceptos mentales de manera legítima cuando no hay un contexto social adecuado, pues existen relaciones conceptuales entre los conceptos mentales y el entorno social. La capacidad de simular que se siente dolor (en contraste con la capacidad de sentir dolor) está, como vimos, ligada en términos conceptuales con la capacidad de asumir responsabilidades frente a otros y de comprender las expectativas sociales que se generan. La ventaja de este enfoque es que ofrece una explicación detallada de las condiciones de atribución de muchos conceptos mentales, y su desventaja es que, al poner la vara demasiado alta, su generalización entra en tensión con intuiciones que avalan la atribución de una variedad de estados mentales a animales no humanos, algo que el propio Wittgenstein parece admitir.

Por su parte, el enfoque de las habilidades acepta la legitimidad de las atribuciones cuando se puede comprobar que la criatura en cuestión posee las capacidades requeridas. Su ventaja es que permite una gama más amplia de atribuciones, y el riesgo es que muchas de ellas podrían carecer de legitimidad en el sentido de que, si la tesis del contexto social es válida con respecto a algunos estados mentales (como la simulación), las interpretaciones de las conductas que parecen manifestar esos estados carecerían de sustento. Podría suceder que le atribuyamos a la criatura una habilidad de la que en verdad carece, algo que advertiríamos al observar con mayor atención su comprensión del contexto. Si entrenamos a un perro para que aprenda a gemir ante una señal determinada, parecerá que está simulando dolor, pero como fingir implica adoptar una relación social con los demás no podemos considerar que el perro sea capaz de fingir en un sentido genuino, de acuerdo con los requisitos que exige el propio concepto.

Dado el carácter tentativo de muchos pasajes de Wittgenstein, resulta difícil dirimir esta contraposición de enfoques de manera concluyente. Sin embargo, pienso que no hay necesidad de descartar ninguno de los dos, ni en el plano exegético ni como marco filosófico para comprender la atribución de capacidades mentales a animales no humanos. Me propongo, en lo que sigue, mostrar que ambos se pueden complementar y que poseen un potencial explicativo en diversos terrenos de la investigación etológica, lo cual supone tomar cierta distancia de la exégesis del pensador vienés, cuyos ejemplos se refieren además a contextos cotidianos.

Para indagar sobre el mejor modo de complementar ambas perspectivas, sostendré que el enfoque del contexto no se puede generalizar. Ante todo, si la existencia de un entorno social complejo, como el que sólo puede ofrecer el lenguaje, fuese una condición necesaria de todas las atribuciones mentalistas, muchas de nuestras atribuciones intuitivamente válidas resultarían incorrectas. De hecho, aquí se abren dos opciones teóricas en relación con la posición wittgensteiniana. Una de ellas, representada por Glock, sostiene que los niños prelingüísticos y los animales comparten con los adultos humanos lingüísticos un conjunto de habilidades mentales independientes del lenguaje, aunque estos últimos agregan luego un estrato de capacidades mentales configuradas por la forma lingüística de vida. La otra posición, que defienden autores como García Rodríguez 2013, sostiene que la forma de vida humana y lingüística determina el tipo de mente que poseen los humanos adultos y lingüísticos, que resulta de este modo distinta de la mente de un humano adulto que participa de una forma de vida lingüística. Así, los recién nacidos pueden en apariencia expresar estados mentales como el dolor, pero estos estados no tienen la significación que poseen para los adultos de la comunidad lingüística a la que están ingresando (García Rodríguez 2013, p. 110).7

¿Qué podemos decir de esta última posición? Ante todo, el rechazo de que haya estados mentales relativamente simples que compartimos con niños prelingüísticos y algunos animales no humanos conduce a la consecuencia inverosímil de que nuestras atribuciones de esos estados mentales a esas criaturas son sistemáticamente ilegítimas. Por ejemplo, no podríamos usar legítimamente el concepto de “dolor” que aplicamos a adultos lingüísticos para describir el estado mental de un niño muy pequeño que se ha lastimado y grita a causa de ello. Pero esto no concuerda con nuestras intuiciones ni con las del propio Wittgenstein, para el caso.

A su vez, estas intuiciones se pueden apoyar en consideraciones como la siguiente. Aun si las formas de vida lingüísticas “configuran” nuestro vocabulario de lo mental, no hay razones para pensar que este vocabulario no pueda aplicarse (en parte y en ocasiones) fuera del ámbito humano adulto y lingüístico ni para pensar que no existen algunas habilidades y estados mentales bastante similares en humanos y (algunos) no humanos. Wittgenstein afirma de hecho que los conceptos mentales son aplicables a las criaturas capaces de expresar una conducta similar a la humana (Wittgenstein 2017 [1953], § 281). En otros términos, no hay razones para sucumbir a una “falacia holista” (cfr. Glock 2017, p. 164, n.), y sí las hay para pensar que algunos conceptos psicológicos, elaborados en el seno de una compleja forma de vida humana y lingüística, captan con suficiente precisión diversos fenómenos mentales que se expresan en conductas no humanas.

Un modo de insistir en la superioridad del enfoque contextualista es mencionar las “consecuencias prácticas”, de naturaleza social, que generan­ aquellas expresiones conductuales que interpretamos de manera mentalista. El problema es que esta visión no se puede generalizar, pues no todos los estados mentales que se expresan en la conducta generan tales consecuencias. Desde mi punto de vista, esta perspectiva corre cierto riesgo de confundir el principio de racionalidad que gobierna nuestras atribuciones con las responsabilidades sociales que generan algunas de las conductas atribuidas. Según el principio de racionalidad (y dicho de manera simple), la criatura debe mostrar una coherencia general a lo largo de un periodo determinado entre las creencias y deseos que le atribuimos a partir de la observación de su conducta. Pero esta coherencia no siempre se traduce en responsabilidades de carácter social (y sus respectivas expectativas) generadas por la conducta.

Así, si le atribuimos a un perro la creencia de que el hueso, que desea recuperar, está escondido al lado del árbol, lo consideramos “responsable” -según el principio de racionalidad- de mantener su creencia y buscarlo al lado del árbol y no en otro sitio. Pero las acciones del perro que revelan estas creencias y deseos no involucran a otros agentes, y en tal medida no generan expectativas ni responsabilidades del perro frente a otros, como sí sucede en el caso de la simulación. Hay pues atribuciones de estados mentales que se relacionan conceptualmente con “consecuencias prácticas” específicas. De hecho, necesitamos hacer esta clase de distinciones para poder atribuir capacidades cognitivas relativamente complejas que no dependen de que la criatura comprenda un contexto social determinado.

En concordancia con lo anterior, conviene distinguir entre un sentido subjetivo y otro objetivo de lo que es hallarse en un entorno social. Para ello puede servir el siguiente ejemplo: la inserción de chimpancés en un contexto social específicamente humano favorece que éstos aprendan a utilizar el gesto de señalar en un sentido imperativo, pero no favorece su aprendizaje de aspectos del lenguaje natural humano como la sintaxis (sobre las limitaciones de los grandes simios para aprender un sistema de signos, cfr. Byrne et. al. 2017). Esto muestra que la inserción objetiva en un contexto social no equivale a la inserción subjetiva en la totalidad de las reglas sociales allí presentes.

Con esto nos acercamos al enfoque de las habilidades, cuya generalización permite, en mi opinión, complementar ambos puntos de vista. El análisis de lo que una criatura puede y no puede hacer constituye el marco más amplio que da sentido a las atribuciones. Con este trasfondo, la mirada contexualista ofrece consideraciones adicionales sobre lo que muchas habilidades requieren en relación con el entorno social, dependiendo de los estados mentales atribuibles de manera legítima a una especie determinada. Para mostrarlo especificaré, en el siguiente apartado, tres “zonas de atribución” diferentes en las que cada uno de los dos enfoques tiene algo para aportar.

5. El marco wittgensteiniano para la investigación en cognición animal

En esta sección desplazaré el foco del análisis de los contextos cotidianos, que ilustraron hasta el momento la discusión, hacia contextos científicos. Esto implica suponer que el marco wittgensteiniano, tal como lo he reconstruido complementando las dos interpretaciones en juego, es adecuado para entender la práctica científica reciente en el ámbito de la cognición animal.8 Aspiro a que los ejemplos que empleo más adelante hagan razonable este supuesto. Asimismo, doy por sentado que existe un consenso mentalista y gradualista en la investigación científica sobre la cognición animal en muchas líneas actuales de trabajo. Por razones de espacio, sólo puedo aspirar a ejemplificar este supuesto con algunas investigaciones concretas.9

En esta sección propongo diferenciar tres “zonas” diferentes para ubicar capacidades mentales y explico la utilidad de los enfoques que se analizan en cada una de ellas. Vale aclarar que las atribuciones no guardan correspondencia con especies ni tipos de criaturas, sino con capacidades específicas, de modo que una misma especie podría poseer capacidades clasificables en una o más de las zonas de atribución presentadas. En consonancia con esto, evitaré clasificar las especies no humanas en algún sentido jerárquico y me concentraré en estados y capacidades particulares, en conformidad con el modo en que la investigación psicológica y etológica suele proceder.

En muchas ocasiones se realizan atribuciones legítimas de estados mentales complejos a animales solitarios como pulpos, osos u orangutanes, pero también a animales que, si bien desarrollan una vida social, poseen capacidades que no dependen de ese contexto. Denominaré “zona de atribución 1” a esta clase de atribuciones que no dependen de si la criatura en cuestión se encuentra en un entorno social.

Aquí sólo entra en vigor el enfoque de las habilidades y el problema principal es cómo especificar las atribuciones de manera convincente, tanto en referencia a las actitudes intencionales como a su contenido respectivo. Como vimos, von Savigny señaló que muchas atribuciones suponen que la criatura debería poder manifestar una riqueza de distinciones que, visto de cerca, resulta incapaz de manifestar conductualmente. Wittgenstein había puesto en evidencia este problema al expresar la duda acerca de que podamos afirmar que el perro teme que su amo le pegue “pasado mañana”. Von Savigny imaginó entonces una forma de vida en la que ello era posible, pero la conclusión que vimos, compartida también por Glock, era que esta forma de vida sólo tenía lugar en la imaginación del filósofo. La lección es que deberíamos evitar estas especulaciones y atribuir capacidades cuya expresión sea más simple y perspicua (Glock) o capacidades más simples en relación con un contexto social menos complejo del cual dependen (von Savigny).

Ahora bien, la investigación sobre la psicología animal ha progresado en las últimas décadas en cuanto al descubrimiento de capacidades mentales complejas en diversas especies, incluso en especies que no desarrollan una vida social intensa. Mucho de este progreso se debe al diseño de los experimentos, cuyo refinamiento supera en ocasiones la complejidad del ejemplo imaginario de von Savigny. Reseñaré uno de ellos para mostrar, al margen de la validez de sus resultados, el modo en que se puede avanzar hacia la interpretación de la mente animal en esta primera zona de atribución.

Steiner y Redish 2014 han intentado determinar si las ratas entrenadas para realizar ciertas tareas en el laboratorio son capaces de tener la experiencia del arrepentimiento por una mala elección. Al igual que en el ejemplo de von Savigny, la interpretación depende inicialmente de los conocimientos que podamos atribuir a las criaturas respecto de su forma de vida. En los experimentos con ratas y otros animales, ello se infiere a partir de estudios previos sobre sus preferencias alimenticias, su conocimiento del espacio, etcétera, y mediante la intervención con rutinas específicas de entrenamiento. En este caso, se sabe que las ratas conocen el laberinto en el que se experimentará con ellas, que saben cuál es la rutina que las espera, que prefieren el chocolate a otros tipos de alimento y que son capaces de esperar durante un tiempo determinado para obtenerlo, entre otras cosas.

Con todo esto, el experimento se basa en la siguiente rutina. Las ratas deben pasar por una serie de zonas; en cada una de ellas deben esperar un tiempo variable (indicado por una pista sonora que han sido entrenadas para reconocer) para obtener un alimento determinado, que puede ser su preferido o algo de menor calidad. De esta forma, al ingresar en una zona las ratas saben qué alimento hay allí y cuánto deben esperar, y pueden decidir esperar para obtenerlo o saltarse la espera para pasar a la zona siguiente. En este contexto, los experimentadores presentan al azar situaciones específicas en las que las ratas pueden mostrar conductualmente su arrepentimiento por una de las decisiones tomadas.

Primero, se les dispone una demora breve, menor al tiempo que conforma su umbral de espera para determinado alimento (tal como se ha estudiado con anterioridad). Si de todos modos se saltan esa espera, los experimentadores les ofrecen, en la zona siguiente, una espera muy prolongada, que supera en tiempo a su propio umbral de espera para el alimento presente allí. Es entonces cuando las ratas advierten que han cometido un error, pues deberían haber elegido la opción ofrecida en la zona anterior, que era de bajo costo. En esas situaciones, los experimentadores creen que existe evidencia conductual de que se han arrepentido, ante todo porque un número significativo de ratas hace una pausa y mira hacia atrás, hacia la zona donde deberían haber tomado la opción de bajo costo. A esto se le suma evidencia neurofisiológica, en la que la actividad neuronal es en ese momento similar a la humana cuando se reporta esa clase de estado mental.

Ahora bien, como indicaba von Savigny, toda atribución supone un terreno de contrastes. Si le atribuyo a una criatura la capacidad de arrepentirse, debo atribuirle la capacidad de expresar al menos una actitud contrastante. De hecho, en el experimento reseñado (Steiner y Redish 2014) se intenta establecer una diferencia entre arrepentirse y sentir una decepción que no es el producto de una mala decisión. Así, para que la conducta ofrezca evidencia de arrepentimiento se debe “controlar” la hipótesis de la decepción, es decir, descartarla como la mejor explicación de las situaciones analizadas. Con este fin, Sweis, Thomas y Redish 2018 diseñaron situaciones que inducen decepción, pero no arrepentimiento. En una de ellas, cuando las ratas esperaban para obtener una recompensa de bajo costo (no decidían saltarse la espera), se les ofrecía enseguida una recompensa de costo muy alto. Esto generaba decepción, pero no arrepentimiento por una mala elección. Y, de hecho, en esta clase de situaciones las ratas no hacían una pausa ni miraban hacia atrás, sino que se apuraban a proseguir con su rutina. La actividad neurofisiológica tampoco era compatible con la del estado de arrepentimiento.

Por último, en experimentos más finos que no tengo espacio para describir aquí, Sweis, Thomas y Redish 2018 intentaron mostrar que los ratones pueden aprender de las situaciones que los hacen arrepentirse y cambiar sus estrategias de alimentación para evitarlas en el futuro. El patrón de conducta incluye entonces una trama mucho más amplia que justifica las atribuciones. La conducta puntual de las criaturas cuando miran hacia atrás sólo es evidencia de un estado mental en la medida en que es parte de esa trama. La atribución a las ratas de estados como arrepentirse podría resultar infundada, pero el experimento muestra cómo funciona la práctica de atribución en el terreno de la investigación científica. Allí las hipótesis sobre las capacidades cognitivas, formuladas en un lenguaje mentalista, se sustentan en la conducta observable a lo largo de un tiempo determinado, de modo que el enfoque de las habilidades resulta ser un marco adecuado para entender cómo se desarrollan estas atribuciones.

En la zona de atribución 2 entramos en un terreno de habilidades mentales que guardan una dependencia respecto del entorno social. Pero esta dependencia no es conceptual, pues los conceptos mentales atribuidos no requieren que la criatura comprenda de algún modo los estados mentales de los otros y asumir responsabilidades frente a las expectativas generadas por su conducta, como es el caso de la simulación que expuse antes. No obstante, existe una dependencia fáctica en el sentido de que resulta cuando menos improbable que la criatura desarrolle las habilidades en cuestión si no se encuentra ubicada en un contexto social apropiado. La explicación preferida tendrá especialmente en cuenta las habilidades de criatura, tal como lo formula el correspondiente enfoque.

Ilustraré esta zona de atribución con el uso de herramientas en contextos sociales. En muchas especies, esta clase de destrezas puede ser resultado de mecanismos innatos típicos. En otras, se requiere un aprendizaje individual ulterior, como sucede con los córvidos, capaces de diseñar y de fabricar herramientas complejas que quizá requieran alguna clase de aprendizaje social (Rutz, Hunt y St Clair 2018). Por último, la transmisión social de las técnicas de uso de herramientas en diferentes grupos intraespecíficos está presente en primates como los orangutanes, monos capuchinos y, desde luego, en los chimpancés (pan troglodytes).

Sanz y Morgan 2013 sostienen con base en estudios previos que las diferencias en la diversidad y tipos de uso de herramientas en poblaciones de chimpancés no se explican completamente en términos de su entorno no social, de modo que debe incluirse esa última variable explicativa. Su hipótesis, que intentaron comprobar en poblaciones de chimpancés en el Congo, es que cuanto mayor es la tolerancia a la presencia de congéneres en el forrajeo, mayores probabilidades hay de que se difundan destrezas técnicas más complejas. Para confirmarla, establecieron correlaciones entre los tamaños de los subgrupos y las destrezas observadas, lo cual permite vislumbrar el modo en que se genera la transmisión de información y la protocultura técnica.

La hipótesis anterior no es trivial porque la misma especie también es capaz de desarrollar habilidades para usar herramientas de manera espontánea a partir de herramientas diseminadas en el lugar adecuado, como palitos termiteros abandonados junto a nidos de estos insectos. O, si se quiere ver en el ejemplo anterior un elemento social, se puede citar el caso del uso de hojas como esponjas, “inventado” por chimpancés en cautiverio cuando se les facilita el material y el contexto adecuados. En contraste con estas destrezas en las que el intercambio social no tiene mayor relevancia, se ha documentado la transmisión de información en un sentido vertical de la madre a sus crías, e incluso horizontal entre adultos. Esta difusión de información es por lo común pasiva en la medida en que quien aprende se encuentra simplemente expuesto a la destreza, y en ocasiones raras es activa, por ejemplo, cuando la madre deja una pieza usada como martillo cerca del yunque o le da a su cría una herramienta para cascar nueces (Sanz y Morgan 2013, p. 163).

Durante décadas, el uso de herramientas por parte de esta especie se entendió como una relación directa entre la herramienta y la meta, pero hoy se ha empezado a considerar que las poblaciones de chimpancés han desarrollado destrezas que involucran un uso jerárquico y estructurado de sus instrumentos, los cuales utilizan además para propósitos múltiples. La selección del material y la modificación del objetivo previo a su uso son dos aspectos de esa complejidad en tareas como la búsqueda de miel o la caza de insectos. El caso es que está claro que las destrezas más complejas requieren la presencia de un modelo del cual aprender (Sanz y Morgan 2013, pp. 164-165).

En suma, la evidencia parece indicar que algunas destrezas simples no dependen necesariamente del aprendizaje social, y que otras más complejas sí dependen de él. Respecto de estas últimas, las capacidades mentales requieren la presencia de un modelo de quien aprender, aunque sean capacidades instrumentales que prescinden de ese modelo una vez que logran aprender. El campo semántico que se utiliza para describirlas es el de la racionalidad instrumental en el que se da por sentado que la criatura tiene un propósito, lo cual a su vez supone que tiene un deseo relacionado con ese propósito y ciertas creencias sobre los medios que podrían conducirla a cumplirlo. En esa medida, los conceptos atribuidos para explicar la conducta no son conceptos sociales que generen expectativas y responsabilidades intersubjetivas, aunque las destrezas mismas requieran, para poder aprenderse, de un contexto social adecuado.10

Podemos pasar ahora a la tercera y última de las zonas de atribución, en la cual las habilidades sociales y comunicativas sí generan expectativas y responsabilidades sociales. En este sentido, la criatura a la que le atribuimos este tipo de capacidades no sólo debe estar objetivamente en un ambiente social, sino que debe comprenderlo. El enfoque de las habilidades sigue operando como marco general, pues la criatura debe poder manifestar las habilidades respectivas en sus acciones, pero el enfoque del contexto especifica el carácter social que éstas deben tener para cumplir con los requisitos correspondientes a los conceptos atribuidos. Si combinamos los dos enfoques, la atribución de conceptos en esta zona supone un repertorio expresivo adecuado en referencia a un contexto social que la criatura deber comprender.

Los ejemplos que ofreceré pertenecen al ámbito del engaño y la simulación. Como hemos visto, si le atribuimos a un perro la capacidad de simular, entonces le atribuimos expectativas con respecto a las reacciones que su conducta genera y quizá expectativas y responsabilidades de cierto tipo. En el ejemplo de Wittgenstein, si bien la criatura posee una habilidad expresiva similar a la de quien simula dolor, no podemos hablar de una auténtica simulación porque falta el entorno social que le daría sentido a esa atribución, en el sentido de que el perro no comprende las consecuencias sociales de una acción como la de simular.

Ahora bien, no hay nada en las restricciones de von Savigny que impida aceptar que criaturas sin lenguaje puedan tener una comprensión de su entorno social y expresarlo con su conducta. Por ello, averiguar si existen animales no humanos capaces de cumplir con los requerimientos de conceptos sociales relativos a capacidades como la de engañar es una cuestión empírica. La presencia de esta capacidad en criaturas no humanas es, de hecho, un tema actual de debate. La conducta de engaño (behavioural deception) ha sido entendida como el uso de señales falsas para modificar la conducta del receptor, de manera que el emisor obtenga un beneficio y el receptor pague un costo (Semple y McComb 1996), y dado que el beneficio y el costo se miden en relación con tareas de cooperación y competencia, entramos aquí de lleno en una dimensión social.

Sin embargo, la expectativa de generar un efecto que se manifiesta en la conducta no es necesariamente la expectativa de generar un efecto por medio del engaño, y ésta es una segunda nota que deseo destacar. En efecto, la primera nota sólo atañe a la expectativa de generar un efecto determinado y es algo relativamente fácil de observar en distintas especies. La segunda nota destaca el propósito de engañar y completa la caracterización de este concepto tal como lo entendemos. Es por ello que los etólogos distinguen entre el engaño funcional, que sólo cumple con la primera de las condiciones, y el engaño intencional, que cumple con ambas (Hauser 1997).

Veamos primero un ejemplo alejado de los primates sociales. La mosca escorpión macho (Panorpa spp) sólo puede copular si le lleva a la hembra un insecto muerto. Algunas moscas macho se acercan a otros machos que han obtenido ya este regalo nupcial y adoptan la conducta de las hembras para arrebatárselo (Cheney y Seyfarth 1990, p. 186). Algunos aspectos de esta acción compleja parecen manifestar una intencionalidad en la medida en que la mosca macho se acerca a otra mosca macho y adopta ciertas conductas frente a ella que equivalen a “la expresión natural de una intención” (Wittgenstein 2017 [1953], § 647). La manifestación de esta expectativa equivale a una destreza social más compleja que la del ejemplo de Wittgenstein, en el cual el perro sólo es entrenado para gemir incluso cuando no siente dolor, pero no utiliza su grito para causar un efecto en quienes lo escuchan. Sin embargo, en el caso de la mosca es difícil suponer la presencia de la segunda de las notas mencionadas, esto es, el propósito específico de engañar.

Este propósito puede entenderse en un sentido intelectualista: para poder hablar de engaño, el individuo debe comprender de manera explícita las creencias de aquellos a quienes ha decidido manipular. Por fortuna, esto conduce a un debate que incluye explicaciones menos intelectualistas. Así, en lugar de atribuir la capacidad de comprender de manera explícita o implícita estados mentales ajenos tales como las creencias o los deseos, algunos autores creen que basta la atribución de la capacidad de comprender los patrones de conducta de los demás (por ejemplo, para manipularlos; cfr. la reseña del debate sobre la “teoría de la mente” en Heyes 2015 y Andrews 2020a, pp. 173 y ss.). Para lo que sigue, haré lugar para este último tipo de explicaciones con la salvedad de que, como veremos luego, los patrones de conducta deben entenderse en un sentido normativo.

Un tipo de evidencia puede encontrarse en las criaturas que comprenden cuándo están ante conductas sancionables por los miembros del grupo. Su acción para eludir la sanción puede entenderse si se les atribuye el propósito de engañar. A partir de un experimento realizado en el hábitat natural de un grupo de macacos Rhesus (Macaca mulatta) en Cayo Santiago, Marc Hauser ha propuesto la hipótesis de que estos primates manifiestan conductas de engaño y de castigo a quienes han engañado (Hauser 1992). En el experimento, los investigadores dejaban alimento a individuos que forrajeaban alejados de la vista de su grupo con el fin de observar tanto la conducta de estos individuos como la del grupo. Por lo común, los macacos emiten una vocalización cuando hallan alimento que atrae de inmediato a sus congéneres al área del descubrimiento. Esto no evita conductas de agresión y la formación de coaliciones para arrebatar el botín, dependiendo de la jerarquía del descubridor. El caso es que, en algunas ocasiones, los macacos inhiben, o no realizan, estas vocalizaciones.

La hipótesis de Hauser es que la vocalización de los macacos que descubren la comida es el elemento que predice mejor el nivel de agresividad que manifiesta el grupo. En particular, los macacos que habían vocalizado al menos una vez eran objeto de una menor cantidad de agresiones que quienes no lo habían hecho ni una sola vez, a pesar de que quienes vocalizaban convocaban de inmediato a una mayor cantidad de congéneres a la zona del hallazgo que quienes permanecían en silencio. Un modo de interpretar las conductas en este experimento es que los macacos detectan y castigan físicamente a quienes encuentran alimento y no vocalizan para anunciarlo, es decir, a quienes los engañan con este tipo de acción. Esto lo comprenden los miembros del grupo que, al hallar alimento, prefieren en muchos casos vocalizar, pudiendo no hacerlo y quedarse con el alimento. En el caso de las hembras, las que vocalizaban accedían además en promedio a una mayor porción del alimento hallado. En términos del enfoque del contexto, se podría afirmar que la criatura comprende las potenciales consecuencias prácticas de su acción de engañar. Le Roux, Snyder-Mackler, Roberts, Beehner y Bergman 2013 realizaron un estudio similar, aunque en este caso, el de un grupo de monos gelada (Theropithecus gelada) en Etiopía, la inhibición de la vocalización se producía en copulaciones fuera de la pareja y a escondidas del grupo, y estaba asociada también a una conducta de agresión, compatible con un castigo, por parte de los monos engañados.

Una objeción a este modo de interpretar la evidencia es que la conducta de los primates, tanto de los que engañan como de los que en apariencia castigan el engaño, no supone la comprensión de una regla de conducta cooperativa, sino que debe entenderse en términos de la búsqueda de efectos inmediatos; y, sin reglas, comprendidas por las propias criaturas, no podemos atribuir capacidades mentales que supongan alguna suerte de responsabilidad por los efectos de las propias acciones.

Aquí se abre una serie de cuestiones cuyo foco es el problema de la atribución de capacidades normativas a los animales no humanos. En primer lugar, está el problema de si el enfoque del contexto requiere atribuir tales competencias y, si se responde afirmativamente, surge la pregunta acerca de si es razonable atribuirlas a algunos animales no humanos. Esto último requiere contar con una teoría sobre las competencias normativas para tales criaturas, sustentada a su vez en evidencia empírica. Si bien este abanico de problemas excede este trabajo, esbozaré, en pocas palabras y de manera provisional, una mirada positiva sobre el tema.

Según el enfoque del contexto, la atribución de ciertos predicados psicológicos supone que la criatura comprende los efectos prácticos de sus acciones, que se pueden entender a partir de la idea de las expectativas generadas. El contenido de estas expectativas posee una naturaleza normativa porque atañe a lo que es adecuado hacer (o no hacer) en una situación típica. Así, la capacidad de engañar a otros supone comprender expectativas compartidas acerca de determinadas acciones en situaciones típicas, y estas expectativas se pueden cumplir o transgredir. Cuando los macacos que hemos visto inhiben vocalizar cuando hallan alimento, transgredirían con ello una expectativa compartida por su grupo social (la de vocalizar al hallar alimento) y se exponen a ser castigados por ello.

Dado que el enfoque del contexto requiere contar con alguna noción de normatividad, lo siguiente sería hallar una perspectiva teórica adecuada sobre esta noción en animales sin lenguaje. Andrews 2020a ha advertido que existen dos enfoques filosóficos de la normatividad social en este terreno: una de ellas busca revelar la existencia de reglas o principios de acción aceptados por una comunidad y la otra considera las normas sociales actitudes compartidas hacia ciertas acciones (Andrews 2020a, p. 217).11 La primera opción requiere que la criatura comprenda las reglas o principios de manera explícita o implícita (en las versiones más intelectualistas esto requiere reflexividad, pensamiento sobre pensamiento, la capacidad de captar las normas qua normas y otras habilidades difíciles de suponer en ausencia de un lenguaje).

La segunda opción, que se enfoca en las actitudes, resulta más afín a las explicaciones menos demandantes de las capacidades cognitivas involucradas y es, en tal medida, preferible para entender el fenómeno de la normatividad en animales no humanos. Este enfoque supone la capacidad para advertir lo apropiado de una reacción en un contexto determinado, sin que esto dependa de la conformidad a una norma previamente reconocida. Para algunos autores, esto incluye la habilidad (no necesariamente reflexiva) de representarse situaciones no actuales referidas a cómo deberían ser las cosas, y de guiar a partir de ellas la acción (Danón 2019).

Sin entrar en el debate acerca de cuál teoría no intelectualista de la normatividad es la más viable, me basta con hacer constar que existen explicaciones razonables, aplicables a casos empíricos, que le brindan sustento a la tesis de que las atribuciones en la zona en cuestión poseen legitimidad. En pocas palabras, el enfoque del contexto, que rige la tercera zona de atribución, se enfoca justo en las capacidades que una criatura debe poseer para que la atribución de ciertos estados mentales resulte legítima. Estas capacidades tienen una naturaleza normativa porque están ligadas con expectativas sobre las acciones apropiadas en contextos específicos, y existen explicaciones aceptables sobre estas capacidades normativas que sirven para entender los ejemplos reseñados.

6. Consideraciones finales

En este trabajo he discutido dos interpretaciones de la posición de Wittgenstein sobre la mente animal, en particular sobre el modo en que podemos legitimar nuestras atribuciones de predicados psicológicos a animales que carecen de lenguaje. Para el enfoque de las habilidades que defiende Hans Glock, esta legitimidad depende esencialmente de las capacidades que una criatura pueda expresar con su conducta. Para el contextualismo social de von Savigny, sin un entorno social adecuado y que la propia criatura comprenda, las atribuciones pierden rápidamente sentido.

Mi trabajo ha evitado profundizar en cuestiones exegéticas por dos razones. Primero, porque las consideraciones wittgensteinianas son tentativas en este terreno, de modo que es difícil que se pueda llegar a resultados concluyentes. Segundo, porque me ha parecido más provechoso utilizar los dos enfoques analizados para entender las prácticas de atribución en ámbitos recientes de investigación.

He sostenido y desarrollado la idea de que ambas interpretaciones se pueden complementar a partir de una generalización del enfoque de las habilidades. Con este trasfondo, el enfoque de von Savigny especifica habilidades sociales que la criatura debe poseer para que la atribución de determinados conceptos sea admisible. Apliqué este enfoque general a tres zonas diferentes de atribución, ilustradas con la investigación en cognición animal de los últimos decenios. En la primera de ellas, la atribución se legitima por capacidades no sociales de la criatura. En la segunda, las habilidades no dependen conceptualmente pero sí fácticamente del entorno social. Por último, en la tercera zona encontramos conceptos sociales que dependen esencialmente de la inmersión subjetiva de la criatura en un entorno social y que requieren competencias normativas.

Más allá de la selección y el poder probatorio de los ejemplos que expuse, mi propósito fue mostrar que las reflexiones de Wittgenstein, elaboradas en el sentido de los dos enfoques, permiten comprender la práctica de la investigación reciente sobre la cognición animal. La investigación científica en psicología animal y comparada suele atribuir capacidades y estados mentales para entender la conducta, y el modo en que lo hace se puede explicar en forma adecuada en el marco de los dos enfoques wittgensteinianos que, en mi opinión, son complementarios.

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1 Agradezco los comentarios de los evaluadores anónimos de este trabajo que me ayudaron a mejorarlo. También a Carolina Scotto y a los integrantes del grupo de investigación sobre la mente de los animales de la Universidad Nacional de Mar del Plata: Gabriel Corda, Nahir Fernández, Ailin Durruty, Claudia Conti y Fernando Marte, con quienes he discutido versiones previas de este artículo.

2A lo largo de este trabajo usaré de manera indistinta las nociones de “conceptos psicológicos” y “conceptos mentales” para referirme al vocabulario en que se realiza la atribución, y “estados mentales”, “actitudes intencionales” (término técnico de la filosofía que resultará especialmente útil) y “capacidades cognitivas” (que me permitirá referirme a estudios empíricos) para referirme a los fenómenos atribuidos. Vale aclarar que estos fenómenos no se restringen a las capacidades conceptuales de los animales no humanos.

3Los pasajes que examino en este trabajo se encuentran en particular en las Investigaciones filosóficas (Wittgenstein 2003), pero también en algunos fragmentos y reflexiones sobre psicología de su última etapa publicados póstumamente (cfr. Wittgenstein 2021a [1984] y Wittgenstein 2021b [1984]).

4En este trabajo utilizo la traducción de J. Padilla Gálvez (citada como Wittgenstein 2017 [1953]). Más adelante acudo también a la de A. García Suárez y U. Moulines (citada como Wittgenstein 1988 [1953]) y propongo una traducción propia de una expresión particular. A mi juicio, las dos traducciones referidas son muy buenas y la elección de cualquiera de ellas no altera en lo esencial los argumentos en este trabajo. En todos los casos he tenido a la vista la edición original en alemán (Wittgenstein 2003 [1953]).

5Prefiero la traducción de “ehrlich” como “honesto” tal como aparece en Wittgenstein 1988 [1953] en lugar de “fiel”, como se traduce en la edición que uso con mayor frecuencia (Wittgenstein 2017 [1953]).

6Si bien Glock defiende el enfoque del contexto como la mejor interpretación de las reflexiones de Wittgenstein, su propia filosofía sobre la mente animal, heredera del pensador austríaco, refleja una contraposición semejante a la de los dos enfoques discutidos en este trabajo. En efecto, el enfoque de las habilidades se encuentra representado por su perspectiva de los conceptos como habilidades (o capacidades) mentales que se manifiestan en patrones de conducta (Glock 2000; Glock 2010). Y el enfoque del contexto se encuentra presente, a mi modo de ver, en algunas de las conclusiones que Glock extrae de su discusión sobre Quine y Davidson sobre la interpretación radical (Glock 2003). Este autor sostiene que el éxito para entender e interpretar el lenguaje hablado en una comunidad extraña depende ante todo de supuestos antropológicos compartidos, y transforma de manera original esta “antropología hermenéutica” en una “etología hermenéutica” centrada en la mente animal. Según esta propuesta, nuestro conocimiento de la forma de vida de una especie, que incluye patrones de interacción social, constituye la base que nos permite interpretar sus estados mentales (Glock 2020).

7Como se puede advertir a partir de esta objeción de García Rodríguez, se suele pasar de manera inadvertida desde cuestiones que tienen que ver con la legitimidad de nuestras atribuciones a cuestiones que se refieren a cómo entender la mente animal y humana y que, en tal medida, poseen una naturaleza metafísica. Una de las razones de esta oscilación es que el problema de la atribución no puede desligarse de la pregunta sobre las condiciones de una atribución “legítima”. Y entre las condiciones de una atribución legítima se suele incluir, de modo implícito, pero con total naturalidad, la existencia de los estados mentales que se atribuyen. En todo caso, el problema de la atribución se relaciona fuertemente con el problema del realismo (o antirrealismo) de la mente animal. Dicho esto, en este trabajo intento mantenerme más cerca de los problemas de la atribución misma, sin entrar en los de orden metafísico.

8Tal como señaló con acierto un evaluador o evaluadora anónima de este trabajo, y como me indicaron en presentaciones donde discutí partes de su contenido, el propio Wittgenstein (en la etapa que nos ocupa) no parece que se interesara en ofrecer una aportación a la investigación científica sobre la cognición animal. Sus reflexiones giran más bien en torno a la justificación de la aplicación de conceptos mentales elaborados en el seno de comunidades humanas. Resulta imposible evaluar si esta interpretación sobre el pensador austríaco es correcta en un espacio tan acotado, pero me parece pertinente esbozar algunas consideraciones que la maticen. Para ello debe tenerse en cuenta el contexto de la investigación de la psicología científica en relación con la cognición animal durante la primera mitad del siglo xx, que ha sido en su mayor parte conductista (cfr. Andrews 2020a, cap. 3.3). Como se conoce, la relación de Wittgenstein con el conductismo en general, tanto el científico como el filosófico, es compleja y objeto de diferentes interpretaciones, pero es posible proponer algunas afirmaciones relativas al tema que nos ocupa. Primero, la perspectiva wittgensteiniana de la tercera persona no equivale a un “conductismo lógico”, porque la atribución de pensamiento tiene como base la conducta, pero no es reductible a disposiciones conductuales (Glock 2017, p. 161). Segundo, las reflexiones que incluyen a animales no humanos evitan el vocabulario conductista de “estímulo y respuesta”, y en cambio utilizan el lenguaje mentalista que aplicamos de manera cotidiana a los humanos. Tercero, Wittgenstein manifestó interés por la psicología de la Gestalt de su contemporáneo Wolfgang Köhler, cuyas explicaciones, muchas de ellas relacionadas con experimentos con chimpancés, justo toman distancia del conductismo (Wittgenstein 2021a, pp. 111, 261-262) . Si tomamos en cuenta este complejo panorama, sería más adecuado decir que Wittgenstein mantuvo una mirada crítica sobre la psicología de su tiempo, incluso en relación con la cognición no humana. Quizá pueda afirmarse que, irónicamente, el distanciamiento de la práctica científica “normal” (el conductismo) significó “adelantarse” a la etología y a la psicología de su época, teniendo en cuenta que estas disciplinas poseen ahora menos escrúpulos a la hora de entender la cognición no humana mediante conceptos mentalistas (cfr. la nota al pie siguiente).

9Una defensa general de este consenso mentalista y gradualista, que se encuentra más allá de este trabajo, se puede hallar en Carruthers 2019, cap. 2. Este autor sostiene que los humanos y otros animales comparten capacidades mentales y, para mostrarlo, reseña evidencia científica reciente sobre capacidades relacionadas con la memoria, la planificación, el autocontrol, la metacognición y las capacidades comunicativas en animales no humanos. Las líneas de investigación a las que hago referencia en este trabajo se insertan naturalmente en este marco mentalista de investigación.

10En este trabajo evito proponer una definición de “conceptos sociales” para no tratar de manera directa la cuestión acerca de si las capacidades conceptuales en general se ubican en una dimensión social y generan allí compromisos normativos (como suponen autores como Brandom 1998). Supongo que esto no es así, pero mi estrategia argumentativa, en especial en esta sección, es ponerlo en evidencia a partir de ejemplos concretos en un espíritu, por decirlo así, más wittgensteiniano (aunque con ejemplos provenientes de la investigación empírica).

11También resulta posible adoptar una mirada “operativa” que evite referirse tanto a reglas de conducta como a actitudes psicológicas y se centre en el análisis de patrones de conducta entendidos como regularidades (Andrews 2020a; Andrews 2020b). Desde mi perspectiva, esta alternativa no es adecuada para acercarnos al enfoque del contexto, que requiere la atribución de actitudes psicológicas de carácter normativo.

Recibido: 27 de Julio de 2021; Revisado: 03 de Febrero de 2022; Aprobado: 09 de Febrero de 2022

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