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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.65 n.84 Ciudad de México May. 2020  Epub Dec 09, 2020

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2020.84.1661 

Reseñas bibliográficas

Jorge Ornelas, Armando Cíntora y Paola Hernández (compiladores), Trabajando en el laboratorio de la mente. Naturaleza y alcance de los experimentos mentales, Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades-Universidad Autónoma de San Luis Potosí, San Luis Potosí, 2018, 254 pp.

Álvaro Andrés Sáenz Alfonso1 

1Universidad de los Andes, Colombia aa.saenz364@uniandes.edu.co


En el año 2018, la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí publicó la colección de ensayos Trabajando en el laboratorio de la mente. Naturaleza y alcance de los experimentos mentales. En esta colección, los compiladores, Jorge Ornelas, Armando Cíntora y Paola Hernández, reúnen por primera vez en un solo volumen en español los trabajos más relevantes que a lo largo del último siglo se han producido sobre estos artefactos argumentativos tan comunes en la filosofía y la ciencia. Además de las traducciones y la selección, este libro ofrece un texto sucinto pero importante de introducción en el que los compiladores presentan el tema de los experimentos mentales, explican su relevancia en la filosofía y señalan los principales problemas y retos que implican. Además, subrayan la importancia de los textos seleccionados, explican su organización en el volumen y, por último, expresan cuál es su postura frente a la naturaleza y el alcance de los experimentos mentales, tal como lo promete el título.

En esta reseña presentaré las principales ideas que exponen los compiladores en la introducción. Después resumiré las tesis más importantes que defienden los autores en cada uno de sus textos. Por último, ofreceré una evaluación crítica de la compilación y de su pertinencia para el contexto académico latinoamericano.

“La paradoja de la experimentación mental” es el título del texto introductorio que presentan los compiladores. Como ya mencioné, traza un panorama general del estado de la investigación filosófica sobre los experimentos mentales, así como las razones que justifican la selección y la organización de los trabajos incluidos. Como el título anuncia, los experimentos mentales ocupan una situación paradójica en el estado actual de la discusión porque, si bien se han empleado a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia de una manera efectiva, no hay un consenso sobre su naturaleza ni definición, así como tampoco sobre las razones por las que resultan (o si en realidad son) efectivos.

El primer problema que identifican los compiladores es la definición del concepto “experimento mental”, pues se ha empleado en varios contextos a lo largo del tiempo, y en especial durante el último siglo, sin que se hayan dilucidado con claridad las condiciones necesarias y suficientes para determinar cuándo un ejercicio mental puede considerarse un experimento. Parece que con este nombre se designa cualquier ejercicio de imaginación con un escenario contrafáctico que se utilice para probar o refutar una teoría en filosofía o en ciencia, e incluso para generar conocimiento nuevo a partir de lo que ya se sabe sobre el mundo empírico o sobre algún concepto. No obstante, esta definición general puede ser equívoca cuando presenta como características esenciales de un experimento mental aspectos que, en casos paradigmáticos de la historia, no parecen ser tan esenciales. Cito un ejemplo que se ofrece en el texto: el experimento mental de la caída de los objetos de Galileo ha sido recreado muchas veces en el mundo, por lo que su carácter contrafáctico “resulta ser superfluo” (p. 13) y más bien puede ser consecuencia de limitaciones tecnológicas o prácticas para realizar la experimentación empírica. Así, los compiladores señalan sobre los intentos por definir el concepto lo siguiente:

han caído en el siguiente dilema: por un lado se intentan establecer condiciones necesarias y suficientes que, a fin de cuentas, terminan siendo demasiado restrictivas, al grado que dejan fuera experimentos mentales bona fide; por el otro lado, se intenta una definición demasiado laxa en la que prácticamente cualquier escenario contrafáctico contaría como experimento mental. (p. 13; las cursivas son del original)

Ante este problema, los autores de la introducción prefieren apostar por una definición “deflacionista” que se limita a establecer que la noción de “experimento mental” es un concepto vago cuya definición es un conjunto de extensiones en las que caben distintos ejemplares que no comparten todos entre sí las mismas características. Esto privilegia el hecho de que hay casos de experimentos mentales paradigmáticos disímiles entre sí pero que tienen un “parecido de familia” que permite identificarlos con un mismo concepto. Esta definición deflacionista también les sirve para justificar su postura frente a este tipo de artefactos argumentativos y que, como se verá, es más bien de sospecha y escepticismo.

Aparte del problema de la naturaleza y definición de los experimentos mentales, Ornelas, Cíntora y Hernández destacan problemas relacionados con el aspecto histórico de estos artefactos y con su valor o utilidad epistémica. El problema histórico es que apenas hacia finales del siglo XIX, con el trabajo de Ernst Mach (que se incluye en el libro), se acuña el término “experimento mental”. No obstante, este tipo de experimentación puede encontrarse desde los inicios de la filosofía y de las ciencias mismas en el pensamiento griego antiguo. La identificación “tardía” del concepto de “experimento mental” puede ser una de las causas por las que es difícil de definir, pues las discusiones teóricas sobre el concepto apenas se comenzaron a desarrollar en el último siglo. De hecho, la manera en que los compiladores organizan los trabajos en el volumen refleja el paso de una posición teórica optimista sobre estos artilugios a una sospechosa o escéptica en el ámbito de las discusiones filosóficas, como veremos más adelante con la reconstrucción de los argumentos de cada uno de los artículos que aparecen en la colección.

El problema epistémico es el que más interesa a los compiladores y el que, en cierto sentido, explica la organización de los contenidos de la colección. Este problema muestra que no está claro cómo es que estos recursos de investigación nos sirven para la producción de conocimiento nuevo, si es que de hecho lo hacen. Las conclusiones a las que nos llevan estos experimentos ¿constituyen nuevo conocimiento? Si lo hacen, ¿a razón de qué? ¿Acaso sólo son una forma “pintoresca” de argumentar? O ¿hay algo en su forma que los distingue de una mera argumentación? ¿Cuál es el insumo de estos experimentos? ¿Son nuestras intuiciones, el conocimiento del mundo que tenemos o su relación con alguna ley universal de la naturaleza? Dado que estas cuestiones forman el centro del debate que los compiladores proponen con su libro, no presentan una postura definitiva frente al problema: los artículos exponen los principales argumentos que se han ofrecido para responder alguna de estas preguntas y que alimentan el debate en curso. No obstante, sí es fácil identificar cierta inclinación de los autores de la introducción, a saber, que hay que tomar con cuidado estos artefactos porque no parece haber una manera de defender o explicar de manera apropiada que son, de hecho, fiables. A continuación reconstruiré de manera sucinta el contenido de cada capítulo para mostrar lo anterior. No entraré en detalles porque considero que el resumen que se ofrece en la introducción del libro es bastante más preciso.

El primer texto de la colección es “Sobre los experimentos mentales” de Ernst Mach, que se publicó originalmente en 1897. Como señalan los compiladores, La importancia de este texto es que es el primero en el que se usa el concepto “experimento mental” (Gedankenexperiment) y, además, el primero en el que se identifica su funcionalidad en las ciencias y se problematiza su naturaleza epistémica. Mach utiliza como ejemplos varios experimentos mentales en la física para demostrar su frecuencia e importancia. Además, señala cómo el proceso de experimentación es algo natural en los seres humanos y cómo en particular la experimentación mental es necesaria incluso para la experimentación empírica. De hecho, Mach sostiene que los experimentos mentales cumplen una función cognitiva importante a la hora de conjeturar y hacer hipótesis en la investigación científica. Señala que su tarea consiste en tomar las cosas que hemos aprendido del mundo y, a partir de ellas, producir conocimientos acerca de lo que podría o debería pasar dado este conocimiento empírico. Sin embargo, concluye que los experimentos mentales no han sido suficientemente analizados por la filosofía y por la ciencia como para dilucidar su naturaleza, y que incluso no está clara su utilidad en las ciencias.

El siguiente texto se titula “Por qué los experimentos mentales trascienden el empirismo”, un artículo de 2004 de James Robert Brown. Este autor defiende la tesis de que los experimentos mentales son ejercicios que nos permiten dilucidar las leyes que rigen el universo y que en eso estriba su funcionalidad epistémica. Los experimentos mentales son ejercicios del razonamiento que nos permiten llegar a conclusiones o resultados fiables sin necesidad de la experimentación empírica porque nos ofrecen un conocimiento a priori sobre las leyes detrás de la experiencia empírica. Esta tesis armoniza con una suerte de platonismo que implica no pocos problemas (en especial en esta etapa de la historia de la filosofía en la que el empirismo es la orientación epistemológica por defecto). Para defender su perspectiva, Brown recurre al conocimiento matemático que, según él, se encarga de conocer objetos reales independientes del mundo empírico (los objetos matemáticos) por medio de la llamada “intuición matemática”. Según esto, hay un mecanismo general detrás del conocimiento que proveen los experimentos mentales: la intuición que despierta el experimento mental nos permite acceder a las leyes de la naturaleza de manera a priori. Por último, Brown intenta refutar a su principal teoría rival, la de Norton, expuesta en el siguiente capítulo de la colección.

El trabajo de Norton, también de 2004, se titula “Por qué los experimentos mentales no trascienden el empirismo”. Con ello hace evidente su relación con el capítulo anterior y por ello tiene sentido leer ambos ensayos de manera consecutiva. En su texto, Norton busca responder en forma directa la pregunta sobre el poder epistémico de los experimentos mentales. Si consideramos que el conocimiento viene de la experiencia, ¿cómo podemos conocer a partir de ejercicios no empíricos y sólo “mentales”? El autor responde que los experimentos mentales no son sino argumentos disfrazados de formas pintorescas, de modo que son consistentes con una concepción empirista del conocimiento. Si bien no tiene los problemas metafísicos que la anterior, esta postura reduce la importancia de los experimentos mentales a su argumento subyacente. Esto implica que las características de estos experimentos (la narración con que se presentan, los detalles de las situaciones contrafácticas) pierden importancia desde esta perspectiva. No obstante, otros pensadores han encontrado una función específica para estos detalles, ya sea una función heurística, retórica o incluso cognitiva que el enfoque de Norton desconoce por completo.

Justo el siguiente trabajo de Michael Bishop, “Por qué los experimentos mentales no son argumentos”, publicado originalmente en 1999, destaca que los filósofos y científicos pueden interpretar un mismo experimento mental de distintas maneras según la teoría desde la cual lo enfoquen, y que esto mostraría que la forma de los experimentos mentales no se puede reducir con tanta facilidad a un solo argumento, como supone Norton. Bishop se vale de la historia de la ciencia y de la filosofía para esgrimir ejemplos en los que un mismo experimento mental se interpreta con argumentos distintos. Esto basta a Bishop para mostrar que los experimentos mentales no pueden reducirse a sólo un argumento y que, por ende, deben ser algo más. En la introducción, los compiladores muestran que, no obstante, Norton puede defender su postura desde un reduccionismo débil que no asocia los experimentos mentales con un solo argumento sino, más bien, con un tipo de argumentos (lo que permite varios casos distintos).

También en el tenor antirreduccionista de los experimentos mentales está el trabajo “¿Qué hay de experimental en los experimentos mentales?” de David Gooding, publicado por primera vez en 1992. Este ensayo compara los experimentos mentales con los “reales” o “empíricos” para señalar aspectos esenciales de la experimentación mental que escapan de una visión reduccionista como la de Norton. Gooding señala que los experimentos mentales funcionan en el razonamiento experimental que tiene como objetivo refutar o probar una idea. Esto lo logran mediante un orden especial, propio de un procedimiento específico, que responde al conocimiento de unas leyes o de una teoría particular. Por lo tanto, la narrativa del experimento es parte esencial de este razonamiento experimental, y es gracias a ella que se puede producir un conocimiento nuevo. Además, Gooding otorga un valor al sujeto experimentador a la hora de obtener los resultados en el experimento mental. Hace énfasis en que la preparación, el conocimiento, los prejuicios y demás características del experimentador pueden llevar a resultados distintos en el razonamiento experimental, ya sea en experimentos mentales o en experimentos empíricos. Todo lo anterior aporta una visión experimentalista de estos recursos que resalta que su naturaleza va más allá de la sola argumentación.

En el capítulo sexto de la colección se encuentra el trabajo de Nancy Nersessian “En el laboratorio teórico: experimentos mentales como construcciones mentales” de 1993. La estrategia de la autora consiste en argumentar que los experimentos mentales son un tipo de razonamiento distinto a la argumentación inductiva o deductiva, a la manera de Norton. Para ella, los experimentos mentales más bien modelan escenarios empíricos por medio del uso de capacidades cognitivas cotidianas (como la imaginación, la memoria, la visualización, etc.). Para ella también es importante la narrativa del experimento, pues ésta ofrece los elementos a partir de los cuales los sujetos modelan los escenarios empíricos en sus mentes para realizar los experimentos. Asimismo, supone que muchos de los contenidos con los cuales se construyen estos modelos no son proposicionales; en este sentido, su planteamiento se aleja del de Norton. Según los compiladores, en este trabajo ya aparece una postura “no excepcionalista” de los experimentos mentales que supone que estas herramientas no son algo especialmente distinto del uso de las capacidades cognitivas cotidianas de los seres humanos cuando razonan.

El siguiente capítulo, el séptimo de la colección, presenta el trabajo de Tamar Gendler titulado “Experimentos mentales filosóficos: intuiciones y equilibrio cognitivo”, publicado en 2007. Al igual que a Nersessian, a Gendler le interesa explorar las capacidades cognitivas que hay detrás de los experimentos mentales y que nos llevan a pensar que son capaces de producir conocimientos empíricos nuevos. Su trabajo resulta innovador en las discusiones sobre los experimentos mentales por dos razones. Primero, para probar qué cognitivas posibilitan el uso de la experimentación mental, apela a experimentos reales en psicología para concluir que los experimentos mentales persuaden según la cantidad de información que se presenta a los sujetos y de cómo se presenta. En segundo lugar, se basa en la teoría del razonamiento dual (que postula que hay dos vías de razonamiento en el cerebro: una intuitiva y rápida, y otra más lenta y analítica) para sostener que los experimentos mentales se computan en el cerebro mediante la vía cognitiva más intuitiva y rápida y que, por ello, sus resultados son menos fiables. De ahí que el éxito en el uso de los experimentos mentales dependa en gran medida de la información que se proporciona a los sujetos y de cómo esta información se les presenta. Para los compiladores, esta conclusión sirve para empezar a formular una posición escéptica frente a la experimentación mental pues, si como dice Gendler, el éxito epistémico de estos experimentos es tan poco fiable, entonces deberíamos desconfiar de su uso en las ciencias y en la filosofía.

El trabajo siguiente es el de Timothy Williamson titulado “Sobre los experimentos mentales”, de 2007. Este artículo coincide con los anteriores al analizar la argumentación con experimentos mentales a partir de las capacidades cognitivas que subyacen en ellos. Para Williamson, la experimentación mental no es sino un ejemplo de pensamiento contrafáctico en el que un sujeto reflexiona sobre las posibles consecuencias de un suceso en un mundo posible determinado. Para esto, se vale de la imaginación como una capacidad cognitiva producto de la evolución. Así, de la misma manera que ciertos animales se imaginan y calculan el resultado de sus acciones para decidir, por ejemplo, si deben saltar de un árbol a otro o no, también los seres humanos nos imaginamos el resultado de un suceso con un experimento mental de acuerdo con las condiciones en las que consideramos que tiene lugar ese suceso. El éxito de la experimentación mental depende de la fiabilidad de la imaginación como capacidad cognitiva que, para Williamson, se justifica por ser una característica adaptativa de la evolución que nos ha permitido sobrevivir como especie al proveernos una gran cantidad de creencias verdaderas para actuar. Para Ornelas, Cíntora y Hernández, esta última parte del argumento de Williamson necesita una explicación empírica para poder atribuir plenamente fiabilidad a la experimentación mental.

La compilación cierra con el ensayo de Edouard Machery titulado “Experimentos mentales y conocimiento filosófico”, publicado en 2011. Este trabajo se sitúa en la corriente de filosofía experimental que busca comprobar o refutar las llamadas intuiciones por medio de estudios empíricos. En su caso, Machery intenta probar que las supuestas intuiciones que hay detrás de algunos experimentos mentales no son las mismas para todas las personas y que varían según el contexto social, género y nivel educativo, entre muchas otras variables. Esto lo prueba por medio de los resultados de encuestas a distintos sujetos en las que se les pide que deduzcan el resultado de un mismo experimento mental. La conclusión de que las intuiciones varían según el contexto de la persona respalda la idea de que el poder epistémico de los experimentos mentales debe tomarse con sospecha y escepticismo, pues no parecen ser realmente fiables si sus resultados dependen del sujeto.

De esta manera concluye la compilación Trabajando en el laboratorio de la mente: naturaleza y alcance de los experimentos mentales. Como es evidente a partir de este resumen, la selección de los trabajos y el orden en que se presentan contribuyen a perfilar una postura escéptica ante los experimentos mentales. Esta orientación es la clave de lectura que proponen los compiladores del volumen y que se puede formular de la siguiente manera. Primero, comienza con una definición vaga y deflacionista de los experimentos mentales según la cual este concepto cobija varias expresiones argumentativas distintas pero que comparten el hecho de ser escenarios contrafácticos que se emplean en la ciencia y la filosofía para probar la efectividad de alguna teoría. Segundo, se apoya en una reconstrucción de la discusión que empezó a finales del siglo XIX y que ha tenido mucho eco al inicio de nuestro siglo. Esta reconstrucción arranca con posturas optimistas que aceptan una función epistémica efectiva de los experimentos mentales y se ocupan de mostrar cómo estos artefactos producen conocimientos; sigue con análisis que buscan develar las capacidades cognitivas tras este tipo de argumentos y revelan que son mecanismos no excepcionales y, quizá, no tan fiables como las posturas optimistas parecen suponer; y cierra con enfoques de la filosofía experimental que arrojan serias dudas sobre su fiabilidad a partir de la experiencia empírica. Por último, los compiladores cierran su introducción señalando las paradojas que aún quedan por resolver en el estado actual de las discusiones y los pormenores que les permiten mirar con sospecha este tipo de artilugios argumentativos tan comunes y tan controvertidos en la historia de la ciencia y la filosofía.

Como se puede apreciar a partir de la reconstrucción anterior, el trabajo de Ornelas, Cíntora y Hernández brinda una colección bien pensada y organizada que constituye por sí misma una aportación a la discusión filosófica de la epistemología de los experimentos mentales. Más aún, llena un vacío bibliográfico para los hispanohablantes, pues todos los trabajos, a excepción del de Williamson,1 se traducen por primera vez al castellano en este volumen. Esto representa una ventaja para los estudiantes e investigadores en Latinoamérica porque posibilita un acceso claro y fiable a las fuentes primarias de la discusión. No obstante, esta primera edición incluye una serie de errores tipográficos leves (por ejemplo, en la página 11 dice “extremismo” cuando debería decir “externismo”) que, si bien no son del todo graves, pueden confundir a los lectores inexpertos en el tema, aunque pueden corregirse con facilidad en una segunda edición. Asimismo, la bibliografía de la introducción sirve como una fuente valiosa para ampliar la discusión porque hace referencia a otros estudios sobre el tema y que no se incluyen en la compilación. Para concluir, este libro está disponible para descarga libre desde la página de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, lo que facilita su acceso y difusión.2

Por todo lo anterior, es menester celebrar la publicación de este volumen por parte de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí e impulsar su uso en los cursos de epistemología y filosofía de las ciencias en nuestras universidades latinoamericanas. De esta forma podemos contribuir a la discusión actual sobre las estrategias que como filósofos solemos usar y que poco reparamos en analizar.

Referencias bibliográficas

Williamson, Timothy, 2016, La filosofía de la filosofía, trad. Miguel Ángel Fernández Vargas, Instituto de Investigaciones Filosóficas-UNAM, México. [ Links ]

1 La versión al castellano se toma de Williamson 2016, en el que aparece como el capítulo 6.

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