Introducción
En el siglo XVII inglés en el que surge el grupo conocido como los “platónicos de Cambridge”, las convulsiones político-teológicas de la época se suman a los desarrollos filosóficos que se producen en esa modernidad temprana e impulsan a sus autores a reflexionar también sobre ciertas categorías que, con el paso del tiempo, se podrán denominar “historiográficas”. Una de ellas es la de “materialismo” que, para Ralph Cudworth (1617-1688), tiene una importancia crucial desde el inicio de su única obra publicada, The True Intellectual System of the Universe (1678; en adelante, TIS), por asociarse con el ateísmo y presentarse como el nombre de una de las corrientes más peligrosas en contra de la teología racional que este autor pretendía fundar.
De acuerdo con el trabajo de Olivier Bloch, una de las primeras apariciones del término “materialista” se registra, sin ir más lejos, en la obra Divine Dialogues (1668) del colega y amigo de Cudworth, también miembro destacado del grupo de los platónicos de Cambridge, Henry More (Bloch 1990, p. 15). El autor explica que la aparición del término en dicho texto es importante para la posteridad porque es el modelo que adopta George Berkeley para redactar sus Three Dialogues between Hylas and Philonous (1713), en los que no sólo se registra el término “materialismo”, sino también su opuesto, el “inmaterialismo”, a partir del cual se gestará en los años siguientes el término “idealismo”.
Por su parte, Falk Wunderlich explica que el hecho de que los opositores del materialismo se hayan concentrado tanto en definirlo contribuyó en parte al desarrollo de las teorías materialistas. Un caso paradigmático de esto es el propio Cudworth, quien se preocupó por reconstruir los argumentos materialistas en detalle (Wunderlich 2016, p. 802).
En este trabajo me propongo rastrear en TIS el concepto de “materialismo” y sus asociados, en especial el de “ateísmo”, términos que empiezan a utilizarse en esa época, y mostrar cuál es la deficiencia que encuentra el autor en este tipo de planteamiento, que describe como la inversión perfecta del orden del universo por entender que sólo hace uso de la causa material, sin contemplar la causa eficiente o final. De hecho, para este autor los distintos ateísmos materialistas fallan a tal punto que se destruyen entre sí. Para comprender mejor esta crítica, sugiero ver cuál es su propuesta superadora, que plantea una primacía de lo espiritual por sobre lo material y la incorporación del concepto de “naturaleza plástica” (Plastic Nature) correctamente comprendido de acuerdo con su metafísica platonizante.
1. La filosofía materialista y atea
TIS es una obra que ha generado interés en la historiografía filosófica porque Cudworth despliega allí una erudición inmensa. Su estrategia es utilizar las voces del pasado para discutir las doctrinas de su propio tiempo porque entiende que, al encontrar el origen de los errores, éstos pueden subsanarse. TIS se conoce por la multiplicidad de fuentes que utiliza y por ofrecer algunas interpretaciones sobre los textos presentados que no pasan inadvertidas (Levitin 2015, p. 87). Sin embargo, la obra es tan extensa y repetitiva que es entendible que muchas veces haya podido alejar a sus lectores: se trata de un extenso escrito de más de novecientas páginas in folio en cinco capítulos y, a pesar de su extensión, es apenas la primera parte de un proyecto cuyo autor nunca terminó de desarrollar. Las obras póstumas de Cudworth completan dicho plan, pero evidentemente sólo en parte ya que no fueron publicadas por su propio autor y son de una extensión mucho menor a la de TIS. Estas obras son Treatise Concerning Eternal and Immutable Morality (1731) y Treatise of Free Will (1838) (Hutton 1996, pp. ix-xvi).
En el capítulo tercero de TIS Cudworth revisa las distintas formas que ha adoptado el ateísmo en la historia de la filosofía. Se detiene en los primeros capítulos sobre todo en el ateísmo democríteo. Sin embargo, explica que no es el único tipo de ateísmo que se puede encontrar, pues ya habían empezado a tratarse otras formas, por lo cual el autor decide sistematizar las distintas posibilidades en los siguientes cuatro tipos:
Hemos descrito cuatro formas diferentes de ateísmo: primero, el hilopático o anaximándrico, que deriva todas las cosas de la materia inerte y desanimada, en el modo de cualidades y formas, como generables y corruptibles; segundo, el atómico o democríteo, que plantea lo mismo pero en el modo de átomos y figuras; tercero, el ateísmo cosmoplástico o estoico, que supone una naturaleza plástica y metódica pero sin sentido que preside todo el universo corporal; y, por último, el hilozoico o estratónico, que atribuye a toda la materia, en cuanto tal, cierta naturaleza vital y energética, pero desprovista de toda animación, sentido o conciencia. (Cudworth, TIS I, pp. 199-200)1
Las cuatro formas de ateísmo en este pasaje coinciden en considerar como origen de todo y única sustancia a la materia, aunque comprenden de manera diversa esa materia y qué es lo primero que produce. Algunos incluso llegan a proponer que está viva pero que carece de cualquier tipo de inteligencia. Ninguno concibe una sustancia incorpórea porque, si lo hicieran, explica Cudworth, se verían obligados a sostener la existencia de un dios. En contraste, la materia es el único “numen” para los ateos, algo que para Cudworth es en sí mismo difícil de sostener porque, de acuerdo con las cualidades que suelen atribuirse a esa materia, queda mucho por explicar en el nivel ontológico.
Ahora bien, el inglés ya había aclarado que no todo atomista debe considerarse ateo, porque bien podría sostener la existencia de la materia tal como lo hace, pero también la de una sustancia incorpórea e inmaterial, lo cual lo liberaría de la acusación en su contra. Es decir, si dejan de ser simplemente materialistas o corporealistas, de considerar como única sustancia a la materia. De hecho, Cudworth traza una diferencia entre los atomistas y los hilozoistas, porque el atomismo no tiene que ser pensado simplemente en la forma en la que lo presenta el ateo Demócrito, sino que podría aceptar otra sustancia incorpórea, mientras que el hilozoísmo parece permitir sólo la posibilidad de la sustancia corpórea, porque a cada partícula le da vida e inteligencia, lo cual para nuestro autor es una monstruosidad si no se concibe una deidad inmaterial que ordene la totalidad (Cudworth, TIS I, pp. 145-148). En su obra póstuma Treatise Concerning Eternal and Immutable Morality (en adelante, TEIM), Cudworth explica cuál es ese atomismo bien entendido que no cae en ateísmo (Cudworth, TEIM, libro II, cap. 6).2
De esta manera, puede advertirse que, para Cudworth, esos diversos tipos de materialismo que no implican necesariamente ateísmo sólo admiten esa posibilidad si aceptan algún otro tipo de sustancia inmaterial en su metafísica que, además, tenga prioridad respecto de la materia, es decir, si dejan de ser simplemente materialistas o corporealistas. Este último término manifiesta una carga despectiva más fuerte que el primero. Hay que destacar que, para Cudworth, resulta problemático que los hilozoístas se disfracen de teístas porque creen en una deidad (shegod), la naturaleza o la vida de la materia, lo cual es un sinsentido, una confusión, por la falta de una comprensión correcta del verdadero poder plástico (Cudworth, TIS I, p. 148).3
Luego de explicar que ateos existieron mucho antes de Demócrito y Leucipo, Cudworth adopta las palabras de Aristóteles en la Metafísica (libro I, cap. 3) para explicar que esos antiguos ateos sólo sostenían una causa material, y que esa materia no era generada ni corruptible, sino increada desde la eternidad. Allí Cudworth presenta a estos filósofos de los que lee en Aristóteles como los material philosophers (filósofos materialistas), y los critica porque, al contemplar esa única causa material, no tienen manera de encontrar la verdadera causa de lo bueno y lo armónico, y no pueden ver la estructura regular y ordenada de este sistema mundano. El movimiento tiene que ser fortuito y sin guía, de modo que suplen las causas final y eficiente con la fortuna.4 Esto tiene consecuencias inmediatas en el accionar de los seres humanos, un tema que preocupa sobremanera a nuestro autor.
Para Cudworth, lo que esos materialistas5 intentan sostener es contrario a su propio lema según el cual “nada proviene de nada”, pues tienen que derivar las cualidades que no son propias de la materia, como la inteligencia, a partir de nada, porque la materia es lo único que se mantiene estable e inalterable y a partir de lo cual se podría derivar lo demás, pero ella no tiene características a partir de las cuales pudiera derivarse algo como la inteligencia (Cudworth, TIS I, p. 166).
Ahora bien, la verdadera preocupación de Cudworth es que éste es el ateísmo que se puede percibir en su propio tiempo:
La propia doctrina de los ateos de estos días: que la sustancia de la materia o cuerpo extenso es la entidad real solamente, y por eso la única cosa no hecha, esto es, ni generable ni creada, sino necesariamente existente desde la eternidad; pero cualquier otra que esté en el mundo, como la vida y la animalidad, el alma y la mente, al ser todas accidentes y afecciones de esta materia (como si por eso no tuvieran en absoluto entidad real en ellas), son generables a partir de nada y corruptibles en nada, siempre y cuando la materia, en la que ellas son, permanezca aún la misma. (Cudworth, TIS I, p. 167)6
Para este tipo de ateísmo materialista, todo lo que no es materia es generado y en algún momento será corrompido. Por ello, los dioses pertenecen a esa categoría de generados y corruptibles, al igual que cualquier otra entidad que no sea la materia. Entre los ateístas famosos de su tiempo, Cudworth incluiría a Hobbes y a Spinoza; no obstante, no suele ser directo en sus críticas en TIS y, como explica Wunderlich, sus contrincantes podrían ser una construcción del propio autor (Wunderlich 2016, pp. 800-801). Sin embargo, en TEIM se critica a Hobbes de manera explícita como seguidor del atomismo mal entendido que desarrolló, en especial, Protágoras (Cudworth, TEIM, libro I, cap. 1).
A partir de las citas de la Metafísica de Aristóteles y del Teeteto de Platón, Cudworth define el materialismo como la forma más antigua de ateísmo, e incluye en este grupo a los antiguos poetas (Cudworth, TIS I, p. 173). Éstos explican la creación de la siguiente manera: “Y ésta es la creación atea del mundo, los dioses y todo, a partir de la materia insensible y estúpida, o el caos oscuro, como el único Numen original: el orden del universo perfectamente invertido” (Cudworth, TIS I, p. 175). De acuerdo con lo que explicó antes de esta cita, el problema central es ese orden que se invierte porque, al poner como principio de todo a la materia sin inteligencia, sin conciencia, sin razón, sin sentido, sin vida, no cabe otra forma para explicar la aparición de cosas tales como la inteligencia, la conciencia o la vida, por ejemplo, que no sea a partir de esa materia o directamente de la nada misma, porque no hay nada en esa materia que pudiera generar cosas semejantes. De ese modo, de acuerdo con nuestro autor, a partir de la menor perfección se genera la mayor perfección, y sólo así estos materialistas podrían explicar que los dioses se generaran a partir de la materia, algo que es inconcebible para Cudworth.
El inglés explica por qué reúne en esos cuatro tipos de ateísmo todas las posibilidades que pueden encontrarse. En primer lugar, porque todo ateo es, como ya se afirmó, corporealista o materialista, es decir, sólo acepta la existencia del cuerpo o la materia como única sustancia, y esto es así porque nadie que haya sostenido la existencia de una sustancia incorpórea ha negado la existencia de algún tipo de deidad. Para nuestro autor, quien niega la existencia de Dios se ve obligado a su vez a negar la existencia de la sustancia incorpórea. A partir de este argumento, resulta innegable la relación intrínseca que Cudworth atribuye a lo inmaterial con la divinidad y al mismo tiempo la oposición fuerte que establece entre la materia y los dioses. La descripción de estas asociaciones parte de la metáfora de la enfermedad que lleva a la locura porque, así como el hidrofóbico rechaza el agua, al ateo se le podría llamar “pneumatofóbico”, aquel que padece un tipo de locura que lo hace aborrecer irracionalmente a los espíritus o a las sustancias incorpóreas. Aquí se deja asentado que los ateos, sólo por ser irracionales, no conciben ningún tipo de sustancia incorpórea o espiritual.
Una segunda consideración que hay que tener en cuenta es que, si bien todo ateo es corporealista, no todo corporealista tiene que ser ateo: porque deben ser exceptuados de la acusación de ateísmo aquellos que, si bien piensan que todo es materia, suponen una naturaleza intelectual en esa materia que gobierna el universo corpóreo. Sin embargo, estos ateos corporealistas sostienen que Dios es materia dotada de inteligencia, algo que también es una barbaridad para el inglés, pero que puede encontrarse entre algunos cristianos, es decir, teístas, además de algunos paganos. Concluye: “Sin embargo, ni a estos heraclíteos y estoicos, ni a los otros antropomorfistas, los condenamos como completos ateos, sino más bien los consideramos una clase de teístas ignorantes, infantiles e incapaces” (Cudworth, TIS I, p. 202).7 No se trata del cristianismo que Cudworth profesa, sino de un teísmo heterodoxo, que nuestro autor rechaza, aunque no por ateo, sino por ignorante. Justamente, el ateo es quien sostiene que cualquier tipo de inteligencia, sensibilidad o razón surge como una característica secundaria y accidental a partir de la materia (Cudworth, TIS I, p. 203).
Ahora bien, si la causa y origen de todo es la materia, carente de animación, sentido o conciencia, Cudworth entiende que ella tiene que ser totalmente inerte, estéril y sin vida, a menos que se le agregue a esa materia un tipo de vida, que algunos denominan plástica, espermática o vegetativa, y otros llaman la vida de la naturaleza o la percepción natural. Así, los ateos que derivan todo a partir de la materia tienen que agregarle algo, ya sea a través de cualidades y formas, como los anaximándricos, o con átomos y figuras, como los democríteos. En ambos casos, Cudworth advierte sobre la necesidad de un tipo de organización para la materia. Sin embargo, quienes dotan a la materia de una vida plástica la suponen o bien como una única vida espermática y plástica a lo largo de toda la materia o universo corpóreo, como los ateos estoicos, o bien como toda materia dotada de vida y con una naturaleza energética propia y, en consecuencia, todas las partes particulares y cada unidad como una vida plástica propia, como los estratónicos. Aquí reúne entonces los cuatro tipos de ateísmo que antes nombró. Que se denominen “ateos” se sigue estrictamente de que hacen depender todo de la materia, la cual sólo puede concebirse como inerte y estéril para Cudworth, y sus diferencias estriban en lo que sigue lógicamente a esa materia primigenia, ya sea organización, ya sea vida.
En este punto, el profesor de Cambridge dedica unas líneas a quienes propusieron una materia sensitiva o racional y que establecen distintos tipos de materia, pero que no llegan ni siquiera a ser verdaderos ateos, sino que se quedan en un mal intento de serlo.8 El problema es que la materia de los ateos no puede tener las características que les atribuyen a sus materias, porque se presentan como accidentes secundarios. También menciona a unos supuestos ateos astrológicos que hacen derivar todo de las estrellas pero que, como no explican qué son las estrellas, terminan por ubicarse en las categorías antes mencionadas, por lo cual no vale la pena, en opinión de Cudworth, detenerse en ellos.9
A continuación, Cudworth traza otra diferencia entre los cuatro tipos de ateísmos materialistas, esta vez con base en la idea que más interesa a nuestro autor: la imposibilidad de sostener la libertad de la voluntad humana en sus teorías. Para los pensadores que se analizan, las cosas son de una manera o de otra necesariamente y, por más que hayan tratado de incorporar la libertad contingente, como en el caso de Epicuro, no hacen más que sostener un sistema necesario. Ahora bien, la necesidad que sostienen puede ser de dos tipos diferentes. Unos proponen una necesidad material y otros una necesidad hipotética, términos que Cudworth dice que toma de Aristóteles. Los anaximándricos y los democríteos se inclinan por una necesidad material y absoluta para todas las cosas, mientras que los estratónicos y los estoicos optan por una necesidad hipotética. Los primeros piensan que todo está determinado aunque fortuitamente, sin que haya inconsistencia en ello. Para explicar esto, Cudworth cita el libro X de las Leyes de Platón (Cudworth, TIS I, p. 206). Sin embargo, los ateos plásticos o hipotéticos postulan una necesidad que no es fortuita, sino regular, ordenada y metódica; unos excluyen universalmente lo fortuito, mientras que los otros lo hacen de forma parcial, al derivar todo de una mezcla de suerte y naturaleza plástica al mismo tiempo. En resumen:
Ahora, de acuerdo con estas dos nociones diferentes de naturaleza, las cuatro formas de ateísmo nombradas pueden ser nuevamente divididas de esta manera: entre aquella que deriva todas las cosas a partir de una naturaleza simplemente fortuita y temeraria, desprovista de todo orden y método, y aquella que deduce el origen de las cosas a partir de cierta naturaleza ordenada, regular y artificial, pero sin sentido, en la materia. A la primera pertenecen los ateos anaximándricos y democríteos, a la segunda los estratónicos y los estoicos. (Cudworth, TIS I, p. 207)10
Cudworth encuentra consecuencias diferentes para estos dos grupos de ateos. Los anaximádricos y democríteos sostienen que el mundo se genera y se corrompe a partir de una materia que es eterna, pero no sostienen la eternidad del mundo, aunque sí -subraya el inglés- creen que hay una multiplicidad de mundos, no sólo sucesivos, sino simultáneos (Cudworth, TIS I, p. 208). Los estoicos entienden que el mundo es eterno y, en esa eternidad, todas las cosas tienen un curso invariable y constante, aunque alguno haya sostenido múltiples mundos sucesivos, separados por conflagraciones universales, pero en el que todo es siempre idéntico (Cudworth, TIS I, pp. 211-212).
Para el filósofo inglés, estos cuatro tipos de ateísmo tienen divisiones semejantes entre ellos que a la larga pueden destruirlos sin necesidad de otra intervención externa. La oposición es tan fuerte entre las distintas formas como lo es hacia el teísmo. Justo el punto crucial es la diferencia que se percibe en cuanto a la constitución del mundo: para unos corruptible y generable, para otros eterno e inmodificable, posiciones que se derivan de cómo entienden esa materia primigenia a partir de la cual todo surge. A su vez, dentro de cada grupo también existen oposiciones, porque los anaximádricos encuentran incomprensible los átomos de los democríteos y estos últimos no encuentran fundamento para la generación de las formas y cualidades de los primeros. Y lo mismo ocurre en el caso de los estoicos y los estratónicos, pues los primeros consideran que la vida plástica se encuentra en la totalidad y no entienden cómo puede concebirse en cada parte como lo hacen los segundos y, a la inversa, los hilozoístas no pueden aceptar una única vida de la materia en su totalidad sin que cada parte tenga su propia vida. Concluye Cudworth: “De todo lo cual se puede concluir que el ateísmo es un tipo extraño de monstruo, con cuatro cabezas, que están todas perpetuamente mordiéndose, rasgándose y devorándose unas a otras” (Cudworth, TIS I, p. 213).11
De entre estas cuatro formas de ateísmo, Cudworth sostiene que el atomismo democríteo y el hilozoísmo son las principales. El primero se destaca porque, en opinión de nuestro autor, es el que comprende en forma adecuada la constitución del cuerpo como esa materia inerte desprovista de todo tipo de vida, como lo comprendían correctamente los atomistas antiguos, y que se organiza en átomos para generar vida. Esto último es lo que carece de una explicación cabal en dicha hipótesis y donde parece adecuado atacar. El segundo tipo de ateísmo, el hilozoico, comprende correctamente que la vida, el pensamiento y el entendimiento son entidades distintas al movimiento local y mecánico, y por ello no pueden ser generados por la materia estéril; sin embargo, como conciben como única sustancia a la materia, caen inmediatamente en el ateísmo. Si bien Cudworth no los menciona, puede afirmarse que los blancos de sus críticas son Hobbes, por una parte, y Spinoza, por otra. Sin embargo, esta omisión puede ocasionar malinterpretaciones y ha llevado, de hecho, a algunos intérpretes a entender a nuestro autor erróneamente como un anticuario.12
Al trazar esa distinción entre estos dos tipos de ateísmo, Cudworth quiere mostrar que es necesario concentrarse en ellos para refutar toda clase de ateísmo. Si se combaten de manera correcta los errores que plantean, se destruiría totalmente al ateísmo. Explica: “No hay más requisitos para una refutación meticulosa del ateísmo que proveer estas dos cosas: primero, que la vida y el entendimiento no son esenciales a la materia como tal; y segundo, que ellos no pueden nunca originarse de ninguna mezcla o modificación de la materia muerta y estúpida cualquiera que fuera” (Cudworth, TIS I, p. 215).13
Así se combaten los dos posibles errores: que la única sustancia es la materia y que la vida es ingenerable e incorruptible en ella, o que la materia sin vida puede generar esta última a partir de cierta organización.14 Este problema del corporealismo o materialismo sólo podría encontrar remedio si se atiende al verdadero orden del universo, el cual incluye entidades inmateriales que los materialistas son incapaces de concebir. A partir de esas reflexiones, no quedan dudas sobre qué entiende Cudworth por “materia”, sustancia que él no rechaza porque no plantea un monismo, pero su hipótesis presta atención a un orden ontológico determinado, como veremos a continuación, que explica el lugar correcto para esa materia.
2. La naturaleza plástica y el verdadero orden del universo
Para Cudworth, en oposición al calvinismo,15 la marca distintiva de la deidad puede ser el amor, siempre y cuando se entienda del modo adecuado. En sus propias palabras:
Que el amor es la Deidad suprema y el origen de todas las cosas, es decir, si por ello se significa el Amor eterno, autooriginado, intelectual, o la bondad esencial y sustancial, que al tener una plenitud y fecundidad infinitamente rebosante se ofrece a sí misma sin envidia, de acuerdo con el mejor conocimiento, gobierna todo dulcemente, sin ninguna fuerza o violencia (al estar todas las cosas sujetas a su autoridad y obedeciendo sus leyes inmediatamente) y concilia la totalidad del mundo en armonía. (Cudworth, TIS I, p. 179)16
Nuestro autor admite que algo de esto puede encontrarse en Platón, pero considera que la verdadera fuente de esta afirmación son las Sagradas Escrituras. Sin lugar a dudas, la referencia a la “bondad sin envidia” es platónica,17 pero también lo es la de esa “fecundidad rebosante”.18 Ahora bien, lo que interesa de esta cita es una de las características que Cudworth atribuye a Dios, a saber, la de ser intelectual y gobernar de acuerdo con el mejor conocimiento.19 Ese Dios, que es amor, es también un principio intelectual que aplica su conocimiento a la creación para ordenar la totalidad y generar una armonía intelectual.
Dicho esto sobre Dios, Cudworth introduce otra entidad en su esquema metafísico que resulta ser ni más ni menos que la causa eficiente en el mundo material del propio Dios, y es la naturaleza plástica o, simplemente, la naturaleza. Dios debe ser principio, medio y fin de todo. Pero, para el inglés, Dios no actúa de manera directa de modo milagroso en todo, sino que utiliza este instrumento, un intermediario, para dispensar su ley intelectual, entendida como providencia -sin caer en el ocasionalismo o en el voluntarismo-. Sin embargo, Cudworth deja bien en claro que se trata de una causa subordinada a Dios. Así la describe en una primera presentación:
Por lo cual, dado que ni todas las cosas son producidas fortuitamente, o por un mecanismo sin guía de la materia, ni puede pensarse razonablemente que Dios mismo hace todas las cosas inmediata y milagrosamente, debe concluirse que hay una naturaleza plástica bajo Él, como un instrumento inferior y subordinado, que ejecuta como esclava esa parte de su providencia que consiste en el movimiento regular y ordenado de la materia, de modo tal que haya también, además de ésta, una providencia superior que debe ser reconocida, la cual, al presidir sobre todo, muchas veces suple los defectos de ella, y a veces prevalece ante ella, ya que esta naturaleza plástica no puede actuar por elección, ni con criterio. (Cudworth, TIS I, pp. 223-224)20
Se trata del instrumento subordinado que ejecuta su providencia en el mundo natural, sin actuar por elección o con criterio alguno, sino ciegamente pero con arreglo a fines.21 De hecho, hay una providencia superior que incluso puede suplir los errores que ella pueda cometer, errores que, por supuesto, son involuntarios.
Lo siguiente que establece Cudworth sobre la naturaleza es que no se trata de una cualidad oculta en la materia, del tipo que utilizan los ateos (hilopáticos) para explicar las causas de los fenómenos -esto sería, para él, como aceptar de manera directa la ignorancia sobre las causas de las cosas-, sino que la naturaleza es una causa determinada y propia, aunque, por supuesto, no la causa suprema intelectual (Cudworth, TIS I, p. 234).22 Y explica “que es arte en sí misma, que actúa inmediatamente sobre la materia como un principio interno” (Cudworth, TIS I, p. 235).23 Actúa en forma interna, no de modo mecánico, sino vital y mágicamente. Se trata de una especie de ley o de alma viviente que, como Dios, se encuentra dentro de todo (Cudworth, TIS I, p. 236).24 Tras afinar su caracterización, compara a la naturaleza con el sello o la impresión del arte omnisciente de Dios, del divino entendimiento, que es la verdadera ley de todo.
Ahora bien, no hay que pasar por alto que se trata de un sello, porque no es la ley divina en sí misma, sino la naturaleza que actúa ciegamente de acuerdo con esa ley divina. Si la ley divina es el arte arquetípico, la naturaleza es el arte ectípico o representativo que, aunque actúe exactamente de acuerdo con ese arquetipo, no comprende ni entiende la razón por la cual actúa (Cudworth, TIS I, p. 238).25 Para explicar esto, compara la relación entre Dios y la naturaleza con la relación entre el arquitecto y el constructor: mientras que el primero es el que conoce las leyes y diseña el plano, el segundo materializa eso que diseñó el primero, sin entender demasiado la ciencia mediante la cual se hizo. Afirma: “La naturaleza no es maestra de esas arte y sabiduría, de acuerdo con las cuales actúa, sino sólo sirvienta de ellas, y una ejecutora esclava de los preceptos de ésas” (Cudowrth, TIS I, p. 239).26 Eso significa el estatus subordinado a Dios. Cudworth toma también el ejemplo de animales como las abejas, las arañas o los pájaros para explicar cómo es posible que actúe sin siquiera comprender lo que hace. Para el caso de la falta de conciencia,27 utiliza además los ejemplos de los sueños o del músico adormilado (Cudworth, TIS I, pp. 243 y ss.).28 Concluye así: “Por lo cual esta naturaleza plástica, al actuar no por conocimiento ni por imaginación animada, ni por elección ni por hormesis,29 debe concluirse que actúa de modo fatal, mágico y empático” (Cudworth, TIS I, p. 249).30
Después explica que actuar empática y mágicamente es actuar sin conocimiento ni imaginación, sin deseo o apetito, sino sólo de acuerdo con leyes de un modo fatal,31 pero de manera distinta de acuerdo con el caso (Cudworth, TIS I, p. 250).32 La apelación a lo mágico parece incorporarse aquí para mostrar una contraposición con el accionar mecánico y se presenta como aquello que no se explica ni se produce a partir de una deliberación; aunque, en todo caso, el cálculo y la inteligencia fundan el accionar mágico como la causa que origina ese tipo de movimiento. Se aprecia que esa magia se funda en la inteligencia divina porque está lejos de ser caótica; es todo lo contrario: se trata de la ley de la naturaleza, que nada tiene que ver con el mecanicismo que sostienen algunos pensadores de la época.33
En las críticas a la explicación mecanicista, Cudworth discute con Descartes, a quien no considera ateo porque sostiene la existencia de Dios, pero que resulta ser un teísta errado justo por la concepción que tiene de su Dios (Cudworth, TIS III, pp. 32-33). Una vez más se observa que la discusión que sostiene el inglés es sin duda con sus contemporáneos (Carter 2010, p. 113).
Ahora bien, no resulta poco importante aclarar que las acciones de los seres humanos no están gobernadas por dicha naturaleza y que eso se aprecia a simple vista porque nuestras acciones no tienen la uniformidad, la regularidad, ni la constancia de las acciones naturales. Las acciones humanas se realizan de acuerdo con el propio conocimiento del ser humano; somos amos y amas de esa sabiduría en la medida en que actuamos por elección e intención, con conciencia y autopercepción y, por eso, nuestra vida racional es superior a la de la naturaleza plástica. Cudworth explica que no debe confundirse la naturaleza plástica con las almas particulares de cada animal y ser vivo justo porque es un tipo de vida ontológicamente inferior, que depende en todo caso de un intelecto superior (Cudworth, TIS I, pp. 271-272).
Cabe destacar que las almas humanas no dejan de estar subordinadas a la deidad, ya que dependen también de esa Inteligencia Divina, como la luz lo hace respecto del sol: “como si hubiera algún tipo de resplandor, emanación o irradiación eternos a partir de un sol eterno” (Cudworth, TIS III, p. 87).34 Sin embargo, en su discusión con el ateísmo el inglés subraya que la mente siempre es anterior a la materia, pero también a la vida que no es racional ni consciente.
De esta manera, Cudworth ubica a la naturaleza en el lugar más bajo en términos ontológicos, aunque por encima de la materia, a la que gobierna (Cudworth, TIS I, p. 251).35 Así, la metafísica en TIS tiene en cuenta a un Dios, principio intelectual, que imprime su sabiduría en la naturaleza, la cual gobierna a la materia, pero que ocupa el nivel más bajo en la escala de los seres vivos, mientras que el lugar más alto lo ocupa la vida racional de los seres humanos y, por encima de ella, la mente perfecta de Dios. De todos modos, la naturaleza, por ser un tipo de vida, aunque el más bajo, es incorpórea, a diferencia de la materia.36
De hecho, los cuerpos de los animales son formados por la naturaleza, que ordena justamente a la materia. Pero si cada cuerpo es una especie de microcosmos, Cudworth sostiene que existe una naturaleza plástica general que ordena todo el cosmos, de modo que genera armonía (Cudworth, TIS I, p. 260).37
Dicho esto, volvamos a mi punto de partida, que era la crítica a los distintos ateísmos que no aceptan sustancias incorpóreas y trastocan el orden ontológico. Hacia el final del pequeño tratado o digresión sobre la naturaleza plástica, Cudworth explica los cuatro errores que se encuentran en los dos tipos de ateísmo que sí contemplan alguna especie de naturaleza plástica o poder plástico, aunque mal comprendida: los cosmoplásticos o estoicos y los hilozoicos. Los errores son, en primer lugar, que hacen de la naturaleza plástica el principio primero, la cosa más importante del universo, cuando es el tipo la vida más bajo (Cudworth, TIS I, p. 272).38 El segundo error, que se deriva del primero, es sostener que a partir de esa naturaleza plástica surgen las demás formas de vida, es decir, la racionalidad, la inteligencia, la vida sensitiva o animal. Para Cudworth, esto es totalmente irracional, como lo que suelen hacer lo ateos, es decir, “invertir la imagen del universo” (Cudworth, TIS I, p. 273), ya que la inteligencia es anterior a esa naturaleza. En tercer lugar, los hilozoistas confunden la naturaleza plástica con la sabiduría y el entendimiento y, a pesar de no atribuirle ni sentido ni percepción, le asignan sabiduría para que cada átomo en el universo sea consciente de sus capacidades. El cuarto y último error es que hacen de esta naturaleza una cosa material, cuando la materia no puede moverse a sí misma. La naturaleza debe ser incorpórea.
En síntesis, la crítica general a estos tipos de materialismo que contemplan algún tipo de poder plástico es una y otra vez la de que invierten el orden de prioridades y otorgan un poder inexplicable a la materia y, con ello, trastocan la escala ontológica.
Conclusión
Como puede apreciarse, Cudworth utiliza el término “filosofía materialista” o “filósofo materialista” en su obra principal y lo asocia con términos como “corporealista” y “ateo”. Ahora bien, nuestro autor no presenta una cruzada especial contra la materia en sí misma39 ni contra todo tipo de materialismo, porque acepta que no todo materialismo es ateo. Sin embargo, como todo ateísmo es materialista, tiene la necesidad de explicar en qué consiste esta categoría y cuáles son sus errores. Ofrece ejemplos de filósofos antiguos para cada caso, pero poco dice sobre los contemporáneos en TIS, aunque sí hace referencias a resurgimientos en su propia época, que podemos asociar con Hobbes y Spinoza.
El problema del materialismo en general es que altera el orden ontológico y el orden de las causas. La materia para Cudworth es cuerpo inerte, sin conciencia, sin sentido, sin razón, sin inteligencia, sin animación y estéril. Las que se reconocen en esta enumeración como formas de “vida” existen y todas ellas son incorpóreas. Para el inglés, son superiores a la materia y no podrían producirse a partir de ella, como sostienen los materialistas. En todo caso, esa materia estéril ocupa el último lugar en el orden ontológico, nunca podría ser la primera. Así, los argumentos de Cudworth subrayan el desconocimiento de la causa y la falta de explicación que presentan los autores materialistas.
Además, nuestro autor lucha a la vez en otro frente, que es el de la concepción de un Dios que actúa directamente en su creación y que parece alejarse de cualquier sistema de ley intelectual porque todo depende de su voluntad más que de un plan intelectual providente. Por eso, Cudworth propone un instrumento ciego y esclavo de la inteligencia divina para actuar sobre la materia, la causa eficiente de Dios, con las características que acabo de describir, y ella es la naturaleza plástica, la forma más baja de vida aunque incorpórea, justamente por ser vida y gobernadora de la materia de los materialistas. Así, sí se sigue un verdadero plan para el mundo material, regido por una naturaleza que realiza de manera mágica los designios divinos en forma de providencia. Ése es el orden correcto del universo, que destruye de una vez por todas las cuatro cabezas del monstruo ateo.