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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.64 no.82 Ciudad de México may. 2019  Epub 12-Mayo-2020

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2019.82.1641 

Reseñas bibliográficas

Laura Benítez Grobet, La filosofía natural del teólogo Samuel Clarke, Instituto de Investigaciones Filosóficas-Universidad Nacional Autónomade México (Cuadernos, 76), México, 2017, 105 pp.

Josué Alexis Cisneros Arciga* 

* Universidad Nacional Autónoma de México, ja.cisneros@outlook.com

Benítez Grobet, Laura. La filosofía natural del teólogo Samuel Clarke. Instituto de Investigaciones Filosóficas-Universidad Nacional Autónoma de México, Cuadernos, 76, México: 2017. 105p.


La compilación de artículos de Laura Benítez que se publicó recientemente bajo el título La filosofía natural del teólogo Samuel Clarke representa un esfuerzo valioso por comprender la génesis de la ciencia moderna desde el corazón mismo de las discusiones científicas y filosóficas que le dieron origen, en específico, durante el periodo que va de finales del siglo XVII a comienzos del siglo XVIII. Se trata de artículos publicados antes por la autora (a excepción del séptimo) que pueden leerse de forma independiente o en conjunto, aunque esta última es, a mi juicio, la única manera de hacerse una idea completa del pensamiento de Benítez.

Mediante una argumentación compleja, pero precisa y rigurosa, la autora ofrece a lo largo de los siete capítulos que integran el libro un panorama muy completo de los cambios que experimentaron durante la época algunas de las nociones centrales del pensamiento científico tales como el espacio, el tiempo, la fuerza y la materia de la mano de autores tan diversos como Descartes, Newton, Leibniz, Rohault y, por supuesto, Clarke.

Ya desde la introducción se anticipan de forma puntual y sintética algunas de las tesis que encontraremos a lo largo de la obra, al mismo tiempo que se deja ver la propuesta interpretativa que se utiliza. También en la introducción Benítez advierte que los tres primeros capítulos deben leerse como un solo bloque, cuyo objetivo es mostrar “el interés de Samuel Clarke por la ciencia nueva y la necesidad de conciliarla con sus preocupaciones teológicas”. En los siguientes cuatro capítulos, que corresponden a la segunda parte o segundo bloque del libro, se trata de “comentar con cierto detalle la estructura y fundamentación de la nueva ciencia como la conciben Newton y Clarke” (p. 8).

En el primer capítulo, “Clarke y la física de Rohault”, Benítez se ocupa de la recepción crítica del Sistema de filosofía natural del cartesiano Jacques Rohault por parte del newtoniano Clarke. Más que un prurito historiográfico, la delimitación de las respectivas influencias interesa porque permite ubicar la discusión como parte de los esfuerzos modernos por explicar el mundo natural prescindiendo de los supuestos escolásticos, en lo que la autora ha tenido a bien llamar la “controversia entre newtonianismo y cartesianismo”. Esta controversia volverá a aparecer en varios momentos del libro. Particularmente significativo en este capítulo es el señalamiento de las limitaciones de la teoría cartesiana de los vórtices para dar cuenta de la acción entre los cuerpos, lo cual de algún modo explica el rápido ascenso de la teoría de la gravitación universal de Newton.

En el segundo capítulo, “El argumento de la simplicidad y los conceptos de espacio y tiempo en Samuel Clarke”, la autora desarrolla uno de los argumentos centrales de su propuesta interpretativa del pensamiento de Clarke y del pensamiento moderno en general: el “argumento de la simplicidad”. Se refiere básicamente al hecho de que, para Clarke, la idea de Dios está presente en nuestra mente como una idea “primaria y simple”, esto es, independiente de toda causa externa y de toda composición, y es anterior a todas nuestras explicaciones del universo. Lo interesante es que, al ser definidos como “propiedad o consecuencia” de la existencia de Dios y, por lo tanto, simples, el espacio y el tiempo adquieren un estatus ontológico sui generis. Así, el espacio se considera “una entidad [. . .] que no está ni en el reino de lo contingente material (como todo lo creado) ni en el de lo necesario divino, pero que sirvió de base a ciertos desarrollos de la ciencia físico-matemática” (p. 35). Lo mismo vale, desde luego, para el caso del tiempo. De este capítulo destaca asimismo la exposición de motivos con que abre:

Así, en mi opinión, la filosofía de Clarke es importante no sólo en función de su decidido apoyo y difusión de las ideas de Newton, sino porque su compromiso científico, con una propuesta de vanguardia en torno a la materia, se vincula a tres interesantes y no necesariamente ortodoxas propuestas metafísicas, a saber: 1) La simplicidad del espacio y el tiempo; Un matizado y peculiar dualismo materia-espíritu, y 3) Una interesante concepción de la libertad del espíritu. (p. 29)

Sin duda habría sido excelente que Benítez ahondara de igual manera en todos los puntos.

El capítulo III, “El universo físico y la vía de la reflexión crítica en la correspondencia Leibniz-Clarke”, es sin duda uno de los más interesantes y propositivos. La autora aborda la correspondencia entre Leibniz y Clarke con la intención de confrontar a estos dos colosos del pensamiento en lo que respecta a la fundamentación del conocimiento del mundo natural. Sin embargo, lo que obtiene de esta confrontación es mucho más que un cuadro de teorías antitéticas: identifica a Leibniz con el cartesianismo, entre otras cosas por su defensa del espacio como un pleno, y a Clarke, como ya sabemos, con el newtonianismo; logra poner a prueba su propuesta de las vías del conocimiento (especulativa y apriorística para el caso de Leibniz, empírica y crítica para el caso de Clarke); desarrolla la idea de la pujanza por una nueva ontología en la base de la filosofía natural de Clarke, lo cual sitúa a éste en un lugar privilegiado respecto de la tradición (en contraste con Leibniz, todavía preso de la metafísica); por último, logra hacer ver la insuficiencia del cartesianismo para explicar los fenómenos naturales, mientras que, por otro lado, demuestra la potencia del esquema newtoniano.

Lo que en capítulos anteriores se anuncia como el proyecto de una nueva ontología a la base de la filosofía natural de Clarke, logra por fin cristalizar en el capítulo IV, “La nueva ontología tras la filosofía natural de Newton-Clarke”. Se trata, según Benítez, de “principios ontológico fuertes” (p. 65) que Clarke toma de Newton, si bien se sirve de ellos en un contexto mucho más amplio que abarca la filosofía natural y la teología. En primera instancia está el principio de simplicidad -al cual ya me referí-, por medio del cual se busca explicar la existencia necesaria de Dios, de la que depende la existencia necesaria, pero limitada, del espacio (y también del tiempo). Cabe considerar además a la materia como una entidad “compuesta y corruptible, por ende, contingente” (p. 67). La paradoja surge al tratar de estipular hasta qué punto “Newton espacializa a Dios o diviniza el espacio [puesto que ha concedido al espacio el atributo de la necesidad]” (p. 67). Lo cierto es que se trata de una falsa paradoja, puesto que lo que Newton y sus seguidores defienden no es ninguna identificación entre Dios y el espacio (o tiempo), sino, como segundo principio, una gradación ontológica en función de la mayor necesidad o contingencia. Así, “lo que marca la absoluta novedad ontológica que introdujeron los newtonianos es el nivel intermedio de las entidades que no son ni sustancias ni accidentes, pero que son más cercanas a la sustancia necesaria que a los entes contingentes, aunque no compartan la necesidad estricta del ser divino” (p. 71). Esto se traduce en el siguiente párrafo, que resulta una lección magistral de ontología:

[E]n el universo coexisten espacio, tiempo y fuerzas simples, más necesarios que los entes contingentes y anteriores ontológicamente a éstos, como sus condiciones de posibilidad. Espacio infinito y tiempo eterno son el telón de fondo común a todos los cuerpos materiales que no son sino extensiones impenetrables, definidas, a las que Dios asocia fuerzas y las cuales sólo pueden estar en un tiempo y en un lugar a la vez. (p. 72)

En el capítulo V, “Samuel Clarke: espacio infinito e infinita duración y su relación con las ideas newtonianas”, se abunda en la influencia de Newton sobre Clarke. Benítez demuestra cómo Clarke se sirve del argumento teológico de la simplicidad de Dios para la fundamentación de la filosofía natural o, más bien, cómo de la demostración de la existencia necesaria de Dios se sigue su extensión al infinito y su omnipresencia. Luego, la infinitud no es un atributo exclusivo de Dios, sino que se relaciona también y sobre todo con el orden de lo espacial y lo temporal. Es un uso peculiar del argumento de la simplicidad que permite explicar por qué el espacio (infinito) y el tiempo (eterno) son condición de posibilidad de los cuerpos materiales, y tiene la ventaja de evitar identificar a Dios con el espacio (y con el tiempo).

El capítulo VI, “El argumento de la simplicidad y los conceptos de espacio y tiempo en la filosofía de Clarke y los textos científicos no publicados de Newton”, puede leerse como una ampliación del capítulo II, si bien con la interesante variación de que en él la autora se detiene a considerar la influencia de Newton en el pensamiento de Clarke.

Por último, en el capítulo VII, “Balance final de la filosofía natural del teólogo Samuel Clarke”, texto inédito que se concibió especialmente para la presente compilación, la autora aprovecha para redondear algunas de las ideas que por alguna u otra razón no quedaron plasmadas en su momento. Pero se atreve a dar un paso más y propone que Clarke se sirve de demostraciones a priori en sentido ontológico y epistemológico para probar la existencia de Dios, con lo cual se adelanta a algunos de los postulados básicos del criticismo kantiano. Una tesis ciertamente polémica pero verosímil.

La lectura que he hecho por capítulos no busca sugerir que, de hecho, así debe leerse el libro (lo cual, no obstante, ciertamente es factible y hasta provechoso). Como ya sugerí, la obra alcanza cierta unidad y equilibrio interno que es igualmente valioso atender. Este último acercamiento es, en definitiva, el único modo de hacerse una idea cabal de la propuesta interpretativa de Benítez.

El lector especializado puede estar seguro de que se encuentra frente a una obra seria y concienzuda, oportunidad de un diálogo fecundo; por su parte, el lector menos avezado aprenderá mucho del camino que desde hace más de dos décadas recorre con inigualable maestría la doctora Benítez en torno a este periodo de la historia del pensamiento occidental, tan intrincado y apasionante como necesario para comprender el presente y futuro de nuestras ciencias.

Referencias bibliográficas:

Benítez Grobet, Laura, La filosofía natural del teólogo Samuel Clarke, Instituto de Investigaciones Filosóficas-Universidad Nacional Autónoma de México (Cuadernos, 76), México, 2017, 105 pp. [ Links ]

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