El libro de Annette Sell aborda el concepto de “concepto” en la filosofía de Hegel. El análisis que ofrece de tan importante elemento en la filosofía hegeliana se basa en el concepto de vida. Puede afirmarse que la problemática que Sell discute corresponde a la que Arturo Leyte delimitó con la pregunta: “¿Existiría idealismo, es decir, filosofía de lo absoluto, sin una comprensión original de la cuestión de la vida?”1 La respuesta de la autora a esta interrogante es negativa. De hecho, afirma sin concesiones que “sin el concepto y el movimiento de la vida la Lógica hegeliana sería impensable” (p. 11).
Sin embargo, que la cuestión de la vida sea una condición de posibilidad para la configuración de la proteica escuela que se conoce como idealismo, no equivale a afirmar que existe una única forma de tratar esa cuestión. Es pertinente señalar que entre el concepto de vida en la filosofía de Schelling y la vida en la filosofía hegeliana hay una distancia que, de ignorarse o subestimarse, puede provocar serios malentendidos. Por ello, Sell señala que la equiparación entre la vida natural y la vida lógica o la de la naturaleza y el espíritu debe evitarse (p. 22). En este orden de ideas, la autora precisa que el intento por comprender el “concepto” a partir del concepto de vida no debe entenderse como el intento por encontrar una coincidencia entre la naturaleza y el espíritu en la filosofía hegeliana.
Así pues, no es válido plantear como objeción a la tesis de Sell que ésta haga recaer en un concepto desligado del ámbito lógico el movimiento de la lógica misma. La categoría de vida se encuentra en la lógica hegeliana, hacia el final de la lógica subjetiva, nada menos que en la sección sobre la idea. Lo anterior confirma que el concepto de vida no se circunscribe a la esfera de la filosofía de la naturaleza, sino que se encuentra presente en el ámbito del pensar.
Sin embargo, que el concepto de vida sea una categoría del pensar (y no, al parecer, el pensar mismo) da pie a una verdadera objeción (verdadera en el sentido de que se refiere a la estructura interna de la filosofía hegeliana) que Stephen Houlgate formuló en los siguientes términos: ¿hacer de una de las múltiples categorías de la Lógica la clave de todo el movimiento de la ciencia no equivale a sobrestimar una parte de la Lógica e ignorar el desarrollo de la propia Idea?2 En otras palabras ¿no se corre el riesgo de proceder metonímicamente al tomar la parte (la categoría de vida) por el todo (la idea que es “concepto”)?
A la dificultad que plantea esta objeción y a la idea implícita en ella según la cual la pregunta por el concepto viviente en realidad carece de justificación, la autora contrapone las propias afirmaciones de Hegel respecto del carácter viviente del concepto. Si la vida fuese sólo una -entre más- categorías lógicas, ¿qué significan las constantes comparaciones, que el propio Hegel realizó a lo largo de toda su obra, entre el “concepto” y la vida? En otras palabras, ¿cómo interpretar al propio Hegel cuando afirma que la tarea de la doctrina del concepto es vivificar los desarrollos preliminares de las doctrinas anteriores (ser y esencia) y “encender en ese material muerto el concepto viviente nuevamente” (Gesamelte Werke [en adelante, GW] 12, 5, p. 109)?3
Éstas son justo las cuestiones que animan la obra de la autora. Para responderlas, Sell emplaza su investigación en la estela del significativo trabajo de Herbert Marcuse Hegels Ontologie und die Grundlegung einer Theorie der Geschichtlichkeit. Aunque, como advierte la autora, Marcuse sigue el planteamiento heideggeriano de la historicidad y el legado aristotélico que pervive en la caracterización de la vida como dínamis y energeia en Hegel (que ella no adopta), el texto de Marcuse es de un valor innegable pues analiza el movimiento lógico del pensamiento hegeliano en relación con el concepto de vida sin que este último se circunscriba al ámbito de la filosofía de la naturaleza (p. 149). Sin embargo, a diferencia de Marcuse,4 la propuesta de la autora es un proyecto más ambicioso y sistemático que se propone atacar la relación entre el concepto y la vida mediante el despliegue de cuatro ejes distintos. El primero es el eje histórico-sistemático, en el que Sell analiza la cuestión de la vida lógica de manera cronológica en la obra de Hegel. Además de mostrar el tratamiento particular del concepto de vida en las diversas etapas del pensamiento hegeliano, en esa sección la autora señala la presencia de una discusión propia de la naciente biología en la obra hegeliana y, en concreto, indica la presencia de temas que autores como Albrecht von Haller, Gottfried Reinhold Treviranus o Karl Friedrich Kielmeyer examinaron en la época en relación con la caracterización de lo orgánico (pp. 77, 78). Este primer capítulo también ayuda a comprender el cambio de nivel en el que se abordó el concepto de vida.5 Es en la Fenomenología del espíritu donde aparece por primera vez la idea de la vida en un plano ya distinto del de la naturaleza (de hecho, Hegel se refiere en el prólogo de esa obra a la vida del concepto; GW 9, 38; Sell, p. 195). No obstante, la autora advierte que no será sino hasta un año después, en la Lógica de Núremberg, donde se manifestará con claridad una doctrina de la idea y en donde la vida constituirá la propia estructura lógica del concepto (pp. 85, 89, 92). En dicho texto también se revela, de acuerdo con Sell, la importancia de lo orgánico en detrimento de la triada formada por el mecanicismo, el quimismo y la teleología de los textos anteriores de Jena, triada que la categoría de vida también deja atrás en la Ciencia de la lógica.
En las distintas lecciones sobre la lógica del periodo de Berlín (las cuales, por lo demás, Sell editó en el marco del más reciente proyecto editorial de las obras completas de Hegel impulsado por el Archivo Hegel en Bochum) la idea de una vida lógica se hizo cada vez más clara. Para Hegel, ésta se diferencia de la vida del espíritu (que es, para el filósofo alemán, según Sell, más concreta, p. 103) y adquiere determinaciones propias como los movimientos de devenir6 y la contradicción. La contradicción constituye, por cierto, “la sangre” y el automovimiento (p. 107) del concepto.
En el segundo capítulo, Sell analiza la influencia precisa de Aristóteles, Kant y Schelling en la constitución del concepto de vida, entendido éste como un tipo de movimiento. Insiste en una diferencia fundamental para entender el concepto de vida en Hegel y distinguirlo de otros movimientos similares. A diferencia de Kant, para Hegel la vida se produce a sí misma, sin impulso exterior. Sell afirma al respecto que debe mantenerse la diferencia entre la causalidad, incluso la causa sui de Spinoza, y la autoproducción de la vida, equiparada con lo orgánico (p. 157).
En el tercer capítulo, la autora aborda la distinción entre la filosofía de la naturaleza y la del espíritu. Advierte que, si bien al final de la filosofía de la naturaleza aparece una especie de placa giratoria que hace comprender la vida como un movimiento que cambiará de algo movido irreflexivamente hacia algo movido reflexivamente, ello no debe interpretarse en el sentido de que la naturaleza “crea” al espíritu. Al contrario, Sell indica que es el espíritu el que debe considerarse en la filosofía hegeliana el absoluto primero que pone la naturaleza (p. 175). Ésta es una clave de lectura importante pues, debido a ella, la objeción sobre la primacía de lo natural sobre lo lógico queda descartada, y se pone de relieve la primacía de lo espiritual sobre lo natural en la filosofía hegeliana. En otras palabras, la precisión sobre la relación entre la naturaleza y el espíritu pone al descubierto que la “vida” no es un concepto exclusivo de la filosofía de la naturaleza. Asimismo pone al descubierto que su emplazamiento en la filosofía del espíritu no se “deriva” del primer ámbito y, por lo tanto, Sell define la idea de que, si bien puede caracterizarse a partir de la vida natural, la vida lógica tiene, además, otros elementos de los que carece la primera, lo cual se ve de manera más clara en el siguiente capítulo.
En el cuarto capítulo, Sell analiza la vida lógica en el marco de la doctrina de la idea. Afirma que el uso del concepto de vida en el ámbito lógico no es hiperbólico ni es una metáfora en el sentido más común del término,7 pues no remite a un significado primero, sino que constituye un significado en sí mismo, el cual depende de la relación con otros conceptos del sistema hegeliano. El concepto de vida en la lógica responde a la propia caracterización de la lógica como un movimiento propio del pensar (p. 197). La lógica, si no es una lógica muerta, es decir, del entendimiento, debe indicar cómo se determina su propia vida.
La autora sigue de manera rigurosa los niveles que Hegel mismo establece cuando examina la idea. Al seguir el orden hegeliano es necesario referirse a las formas de ser de la idea como principio (en el que se habla de la inmediatez de la idea como vida), como método (en el que se habla de la idea como proceso de conocimiento, lo cual también corresponde a la vida) y como sistema (donde se trata finalmente de la idea absoluta como unificación).
Si bien es cierto que Hegel afirma que la vida (como categoría) es la inmediatez de la idea (GW 13, 101; GW 19, 169; GW 20, 219; Sell, p. 182) Sell afirma, apoyándose en Karl Hegel, que el ser inmediato, la idea, es la vida porque se trata de la naturaleza. Sin embargo, la autora agrega que esta inmediatez relacionada con la naturaleza es tal porque no hay conocimiento: “El género no es aún para sí, pero es ya un salir de la unidad hacia la universalidad [. . .] la idea está implicada en este pasaje en la medida en que es la naturaleza en cuanto que su otro” (p. 185). La idea inmediata y la vida (como concepto en sí) son aquí asimilables a la idea de lo “elemental”. Lo que Sell rescata de esta primera caracterización es que la idea presupone la vida para poder desarrollarse (p. 188). Esto no quiere decir que la idea sea material, sino que es proceso y que ella misma tiende a su autoproducción. La vida en la Lógica es la primera etapa de la idea porque explica que la idea es automovimiento (p. 224). La vida orgánica es un momento cognitivo y ontológico que tiene como característica principal la de poseer un automovimiento y una finalidad inmanente (p. 224).
Lo anterior marca el camino para la formulación de la respuesta a la objeción planteada por Houlgate, pues indica que la categoría de vida, si bien es sólo una de las categorías de la Lógica, es la que permite comprender la capacidad autoproductiva y autocongnitiva de la idea (p. 191). Esta posibilidad de conocerse de la idea en cuanto vida (vida lógica) conduce al siguiente nivel, a saber, el de la idea como proceso dialéctico (p. 215) animado por un impulso [Trieb].8 Ahora bien, dicho impulso no puede tener lugar sin la contradicción. Al respecto, Sell advierte que ésta no es exclusiva de las relaciones lógicas, sino que es un elemento de todas las cosas (p. 107). Esta afirmación es un pilar de la argumentación de la autora, para quien la Lógica no es sólo una parte del sistema hegeliano, sino una ontología (p. 209). La vida es lo que caracteriza el movimiento de la efectividad.9
El proceso de la idea en cuanto vida tiende justo a la unificación de lo subjetivo o conceptual con la realidad u objetividad. Tal es la unidad de ambos extremos que Hegel llama “concepto” (p. 186).