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Diánoia

versão impressa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.61 no.77 Ciudad de México Nov. 2016

 

Reseñas bibliográficas

Ramón del Castillo, Rorty y el giro pragmático

Nalliely Hernández Cornejo1 

1 Universidad de Guadalajara. nallie3112@hotmail.com

del Castillo, Ramón. Rorty y el giro pragmático. Bonalletra Alcompas, Barcelona: 2015. 143p.


La importancia en el contexto filosófico contemporáneo de un pensador tan polémico y prolífico como fue Richard Rorty es innegable. Su muy diversa obra provocó reacciones extremas en figuras intelectuales tan disímiles como Robert Brandom, quien describió sus contribuciones a la filosofía analítica de la década de los sesenta como "la primera respuesta realmente novedosa al tradicional problema mente-cuerpo que se hubiera visto en mucho tiempo"1 (Gascoigne 2007, p. 63) o el crítico literario Harold Bloom quien lo consideró "el filósofo más interesante en el mundo actual".2 Al mismo tiempo, Hilary Putnam lo acusó de relativista cultural y algunos otros, como Neal Kodozy, lo calificaron de cínico y nihilista. Incluso su amigo y colega, también pragmatista, Richard Bernstein, llegó a afirmar que aunque Rorty "ha contribuido a mantener la reflexión filosófica viva y a realizar lo que él alguna vez llamó la preocupación moral del filósofo -continuar la conversación de Occidente-" (Bernstein 1991, p. 291), su liberalismo no era mucho más que una "apología del status quo [... ] una versión anticuada del liberalismo de la Guerra Fría disfrazado de glamoroso 'discurso posmoderno'" (Bernstein, 1987, p. 556).

Así, el paso por la escena filosófica de un personaje al cual el New York Times describió como "el filósofo más comentado"3 no dejó indiferente al pensamiento contemporáneo. Ello resulta patente en la forma en que su atractiva prosa transitaba fácilmente por las distintas corrientes del pensamiento pasadas y presentes en un sinnúmero de escritos, debates y diálogos.4 Cornel West lo describe de una forma particularmente significativa:

Este estilo descansa sobre una erudición académica y un don literario que conjuga ingeniosamente un análisis expositivo crítico y una narrativa histórica esclarecedora. Pasa de la argumentación técnica al comentario cultural con destreza e ingenio. Nunca engañoso y siempre agudo, el estilo de Rorty ilumina y estimula al lector, pero también deja una curiosa sensación de que, en vez de usar la persuasión, ha seducido [... ] (West 2008, p. 302)

Con este estilo, Rorty abordó una gran variedad de problemas, algunos de tinte ontológico como el problema mente-cuerpo, otros de corte más epistemológico en torno a la verdad, la objetividad o la racionalidad, pero también cuestiones éticas, políticas, estéticas o literarias. De ahí el gran desafío que representa escribir un libro sobre un autor tan multifacético y reseñado. Sin embargo, y a pesar de que existen numerosos libros sobre su perspectiva filosófica, Ramón del Castillo consigue en Rorty y el giro pragmático un extraordinario trabajo que es, además, decididamente rortiano. Con ello sugiero que el autor usa las diversas estrategias que Rorty empleó durante su trayectoria para persuadirnos de las ventajas de su singular perspectiva sobre la epistemología, la política y la cultura en general.

En primer lugar, el libro plantea una genealogía y reconstrucción cronológica del pensamiento del filósofo norteamericano a partir de su idiosincrasia, temperamento, contexto personal y social, todo lo cual generó una amplia biografía intelectual que muestra una gran cohesión dentro de una perspectiva que estuvo siempre, al mismo tiempo, en evolución. El hilo conductor de todo el texto es, en definitiva, una motivación existencial que sólo un pensador de la talla y originalidad de Rorty podía convertir en un mapa interesantísimo sobre las cuestiones humanas, y que el libro logra tejer exitosamente. Así, del Castillo muestra cómo la perspectiva rortiana es también resultado de circunstancias históricas generales, particulares y personales, muchas de las cuales el propio norteamericano compartió en público en diversas ocasiones. Con ello sigue el mismo talante historicista de Rorty quien pensaba que "nuestros problemas y vocabularios filosóficos son intentos por lidiar con circunstancias históricas contingentes" (Rorty 2010a, p. 513) y que los filósofos, como otros intelectuales, "nos ofrecen siempre nuevas formas de concebir tanto nuestras esperanzas y temores como nuestras ambiciones y expectativas" (Rorty 2010b, p. 236).

En segundo lugar, y como el autor aclara desde el inicio, el libro es más narrativo que argumentativo, lo cual lo distingue de los textos que normalmente se escriben sobre la filosofía de Rorty. Algunas de las ideas centrales de su perspectiva se describen de nuevo de forma atractiva e interesante, a la vez que se clarifican algunos de los equívocos en que cayó al paso de las polémicas de las que formó parte. Con ello se hace eco también de la insistencia de Rorty en que es más la persuasión o el cambio de enfoque que la fuerza argumentativa la que nos hace cambiar de creencias. De esta forma, Del Castillo se convierte en el texto en una especie de sugerente portavoz o emisario de la imagen rortiana, dándole a ésta una dosis de aire fresco.

En tercer y último lugar, considero que el libro es plenamente rortiano porque realiza, de alguna forma, la misma tarea que Rorty en su trabajo filosófico y que es, en mi consideración, una de las cuestiones más interesantes del norteamericano, a saber, levantar "un poco la cabeza por encima de los debates" para valorar su pertinencia y sentido.

Del Castillo comienza con una contextualización y apreciación general del pensamiento de Rorty para luego estructurar su itinerario intelectual a partir de los distintos "giros" o cambios de enfoque de su propuesta filosófica. Aborda su temprana y "desorientada" incursión en la filosofía y sigue su exposición con su formación historicista y sus subsecuentes giros: lingüístico, analítico, hermenéutico, pragmático, político y ¿conversacional, estético? Por último, muestra un panorama del perfil versátil que mantuvo en sus últimos años. En resumen, el libro bosqueja la filosofía de Rorty a partir de sus inquietudes intelectuales, su contexto académico y social, y algunas de sus polémicas y diálogos más importantes, centrándose sobre todo en las cuestiones éticas y políticas. Aunque los debates son parte importante de la estructura del texto, éstos se utilizan como telón de fondo sobre el que se delinean y matizan las ideas rortianas de una forma que, si bien no agota los planteamientos y discusiones, sí es suficientemente penetrante y completa como para captar el pragmatismo antiesencialista que las caracteriza.

Asimismo, del Castillo nos muestra un personaje al que era muy complicado ponerle una etiqueta filosófica o asignarle siquiera un área del pensamiento, ya que su trabajo abarcó en distintas etapas todos los temas y estilos filosóficos. Aunque es bien sabido que Rorty dialogó con la filosofía analítica y la continental e intentó establecer puentes entre ellas, pocos o casi nadie en dichas corrientes aceptaron esos lazos sin reservas. De manera que, como el texto señala, el norteamericano no terminó de ser teórico de ninguna de esas tradiciones, ni en lo epistemológico ni en lo político ni en lo estético. Por el contrario, dado que la existencia para Rorty es decididamente contingente e histórica, lidiar mejor con ella significa aceptar plenamente ese carácter temporal y azaroso y sustituir el enfoque excesivamente teórico de la filosofía por uno más pragmático.

El texto refleja también su talante de filósofo "antifilósofo",5 como algunos lo han llamado, debido a su suspicacia ante la pertinencia de una parte de la problemática filosófica, su antifundacionismo y a que, sobre todo en su última etapa, señaló la prioridad de la política y la literatura sobre la filosofía. De igual forma, deja claro que Rorty no fue muy comprendido ni quizá muy aceptado, pues a pesar de los numerosos diálogos que entabló no parece haberse entendido con casi nadie. Para la vertiente profesionalizada de la filosofía, la científica y lógica, su propuesta de conversación era algo muy débil, por lo que sus ideas resultaban superficiales. Difería también con la filosofía continental, pues no consideraba a ésta una "visión privilegiada", sino una mera alternativa más para repensar los problemas como las que ofrecen la historia, la literatura o la sociología (pp. 11-12). Incluso discrepó con sus propios colegas pragmatistas como Putnam o Bernstein por no utilizar las tesis del pragmatismo clásico para elaborar una teoría epistemológica o política que proporcionara fundamentos a nuestras prácticas. Según del Castillo: "lo que diferencia a Rorty de ellos [de Putnam o Bernstein] es que él entendió el giro pragmático como un cuestionamiento mucho más radical de la utilidad de la propia filosofía" (p. 16). Más aún, señala el autor, incluso para los humanistas o para los sectores de la izquierda cultural no resultaba suficientemente teórico ni políticamente radical: "Para los vetustos hombres de letras, banalizaba la literatura, mientras que para los estudiosos de izquierdas, la despolitizaba" (p. 17).

Esta combinación de singularidad en sus enfoques e interpretaciones y cierta incomprensión de la cultura intelectual que le tocó vivir muestra su independencia de casi cualquier tradición filosófica y una buena dosis de insubordinación en su actitud que finalmente lo alejaron de lo que el texto llama "los criterios establecidos que determinan qué es una contribución a la investigación", y lo fueron situando más en el camino de "ensanchar la imaginación" y leer libros "con el fin de modificar la percepción de sí mismo y la sociedad" (p. 17). Así, el uso de pensadores y temas de forma atrevida y controversial muestra a un intelectual novedoso que, no obstante, no se veía a sí mismo como tal. Del Castillo afirma que "Rorty dijo que él era más un bricoleur que un creador" (p. 8), y a continuación nos ofrece una cita de Rorty del año en que murió (2007): "la función de un sincretista no original como yo es fabricar narrativas que, fusionando horizontes logren unir productos de mentes originales. Mi especialidad son las narrativas que cuentan el ascenso y caída de los problemas filosóficos" (Rorty 2010c, p. 4).

Ahora bien, como dice del Castillo y como el mismo Rorty repitió a lo largo de sus textos y conferencias, este proyecto imaginativo que abarcó tantas áreas de la filosofía siempre insistió de una u otra forma en la idea de avanzar "hacia un mundo intelectual en el que los seres humanos tan solo sean responsables unos respecto de otros" (Rorty 2004, p. 4). En definitiva, Rorty siempre insistió en la búsqueda de una cultura en la que nuestras creencias y normas no requieran otra fundamentación que la de su éxito para alcanzar determinados fines.

De esta forma, el libro nos deja ver cómo el gran dilema del norteamericano consistió en buscar una perspectiva antiautoritaria de casi todo y, al mismo tiempo, renunciar a dicha autoridad. Para ello sugería nuevas formas de usar términos y vocabularios, a los que daba sentidos desafiantes que podrían ser ventajosos o atractivos, pero que a muchos, sobre todo a los más ortodoxos, no les gustaba. Este enfoque central permite al texto clarificar la relación de Rorty con otras áreas de la cultura como la literatura, la ciencia, la religión y la política, así como sus diversas influencias y su accidentado diálogo con la mayoría de sus colegas.

Así, el texto sintetiza de manera acertada y perceptiva desde el inicio su estilo filosófico:

Rorty tuvo un temperamento melancólico, un estilo sobrio y un tono irónico, rasgos que no cuadran exactamente con la prosa y la pose de muchos filósofos, pero que resultaron deliciosos e inspiradores para muchos de sus seguidores. Representó una mentalidad más defensiva que propositiva, más reactiva que constructiva, y su estrategia consistió más en tomar precauciones para llevar una vida menos terrible que en prescribir ideales con las que alcanzar una vida humana más perfecta. (p. 9)

De la misma manera, describe con acierto cómo la incursión de Rorty en la filosofía estuvo marcada por un gran conflicto personal, retratado en su propio relato titulado "Orquídeas silvestres y Trotski" (2002), entre la lucha contra la injusticia social que había afectado su vida familiar a través de unos padres activistas de izquierdas y sus intereses personales, como su gusto por las orquídeas. Esta tensión lo condujo a la filosofía de las cuestiones absolutas y, en particular, a un platonismo mediante el cual intentaba sintetizar "conocimiento y virtud". Sin embargo, como afirma Rorty en el mismo texto, eso no funcionó.

Del Castillo nos explica mediante este hilo conductor el acercamiento de Rorty a la filosofía analítica y su posterior convicción de que era mejor olvidar ciertos problemas filosóficos sobre los fundamentos epistemológicos. De esta forma, sus tesis pragmatistas en el contexto contemporáneo y sus críticas a la teoría del conocimiento y la verdad le permitieron construir un enfoque para replantear el papel de la filosofía como una ciencia y sus diversas concepciones en el conjunto de la cultura (pp. 48-50).

Esta actitud, junto con lo que el texto describe como su "desvío a la hermenéutica" a través de la lectura de filósofos europeos como Derrida y Heidegger, tuvo como resultado su primer y polémico libro, La filosofía y el espejo de la naturaleza. El autor describe esta obra como una transición donde Rorty abandona definitivamente la idea del conocimiento como representación de la realidad, así como la idea de que ésta requiere de una teoría filosófica. En resumen, lo que West 2008 (p. 312) ha denominado el espíritu emersoniano de Rorty relega la autoridad de la ciencia al desmitologizar la tradición que la ubicó en un lugar culturalmente privilegiado, inspirado en historiadores como Kuhn o Feyerabend y en figuras clave dentro de la tradición analítica, hermenéutica y pragmatista.

Sin embargo, lo más interesante de esta sección es la interpretación que ofrece del Castillo de La filosofía y el espejo de la naturaleza como una primera respuesta al dilema de juventud de Rorty entre la conciliación de "los deberes públicos con la fantasía", ya que en él se concluye que no es necesario conciliar la investigación con la conversación, que corresponden respectivamente con lo que Rorty clasifica como filosofía sistemática y edificante, contrastadas con lucidez en el texto. Además, del Castillo sitúa ya en este libro el proyecto propiamente rortiano de evitar toda fuente de autoridad encarnada en el racionalismo o en cualquier otro fundamento último.

El libro ubica la trayectoria de Rorty de la década de los ochenta en el giro lingüístico y el hermenéutico, filtrados a partir de su pragmatismo historicista y que lo llevarán a sugerir un cambio de talante "de asertivo a interpretativo". De esta forma, el autor llega al libro que ofrece la respuesta definitiva a su motivo inicial de reflexión: Contingencia, ironía y solidaridad. En él, Rorty propone la posibilidad de que las esferas pública y privada del ser humano no requieran fusionarse o siquiera ser compatibles. El autor interpreta esta posición como una liberación definitiva del filósofo de la preocupación que le acosó toda la vida, dejando atrás la promesa que el platonismo parece haberle hecho en su juventud. El texto intenta hacer viable esta distinción y coexistencia entre lo público y lo privado, una postura que le valió muchas críticas y polémicas al filósofo norteamericano (véase, por ejemplo, Fraser 1988).

Además, del Castillo matiza la difícil posición de ese libro en el contexto intelectual. Si bien en lo político la obra estaba muy cerca de posturas habermasianas y socialdemócratas, en el nivel teórico la distancia era irreconciliable, pues no había en su propuesta una naturaleza humana o racionalidad que sirvieran de fundamento para justificar las instituciones liberales. De manera que su crítica filosófica de los fundamentos parecía más cercana a la izquierda posmoderna que, sin embargo, le parecía políticamente insensata o peligrosa. De igual forma, el libro que reseño nos ofrece un acertado mapa del difícil equilibrio que Rorty intentó alcanzar al tejer una concepción etnocéntrica de la configuración del espacio público y navegar al mismo tiempo entre Rawls y el historicismo de Hegel, entre liberales y comunitaristas, con la tesis de que "No somos más solidarios cuando descubrimos qué es ser verdaderamente humano, sino que parecemos más humanos conforme somos más solidarios" (p. 80).

Ahora bien, y como explica el texto, para Rorty la solidaridad es una cuestión de aumentar la sensibilidad hacia la crueldad, por lo que nuestro autor profundiza en cómo entender e identificar esa crueldad y de qué forma la literatura es el medio ideal para alcanzar tal fin. Al mismo tiempo, conecta la coexistencia, posiblemente incompatible, de la vida pública y el progreso moral con la esfera privada de un yo contingente; una trama de creencias y deseos, cuya principal capacidad, según la interpretación que hace el norteamericano de Freud, es su posibilidad narrativa.

Así, como expone del Castillo, hay dos tipos diferentes de ironía en Contingencia, ironía y solidaridad: la de la vida colectiva y la de la vida privada. La primera permite a las personas ser más tolerantes con las creencias de los otros porque tienen un sentido historicista de éstas. Este tipo de ironista -o de sociedad irónica- sería alguien que está convencido de que debemos evitar la crueldad y, al mismo tiempo, que tal deber es producto de circunstancias históricas y no de una verdad profunda y universal (p. 106). La segunda ironía se restringe a la esfera privada o íntima, que no debe tener importancia para la esfera pública. Ésta se parece a la autocreación nietzscheana pero, aclara del Castillo, no es grandiosa y se mantiene acotada (p. 109). El individuo puede desarrollar diversos vocabularios privados para reinventarse, siempre que se tome con ironía su propio asombro.

Al mismo tiempo, el texto aclara de manera convincente que esta posición no tenía que ver con los calificativos de cínico, irracionalista o chovinista que le endilgan a Rorty, sino con una posición que considera que tomarnos con menos profundidad nuestros temas filosóficos facilita un escenario de "desencanto del mundo" que ayuda a aumentar la tolerancia. Así, muestra al filósofo norteamericano en una posición clara contra la profundidad como un instrumento del progreso moral. La sección finaliza con análisis del papel central de la literatura para realizar estos proyectos: la defensa rortiana de la cultura literaria.

Por último, el texto señala los dos frentes del debate que Rorty mantuvo al final de su vida: el de las cuestiones epistemológicas que nunca abandonó y el de los temas morales y políticos. Además, expone su posición radicalmente secularizada frente al papel de la religión en la vida pública, que en el ámbito norteamericano y alguno europeo le valió también ciertos debates (con Vattimo, por ejemplo).

El libro representa sin duda una aproximación novedosa y fresca a la filosofía rortiana. Difiere de la mayoría de los textos que se han escrito en torno a la figura o la filosofía de Rorty. Por ejemplo, Kai Nielsen (Nielsen 1991) parte de la filosofía rortiana "para dejar la tradición atrás", pero propone convertirla en una teoría crítica en continuidad con la literatura. Tampoco se encuentran similitudes con la biografía de Neil Gross (Gross 2010) quien, a pesar de ahondar en su vida personal e intelectual, se concentra más en un estudio sociológico de Rorty y de la vida académica.

Sin embargo, el texto de Alan Malachowski (Malachowski 2002) sobre Rorty tiene cierto aire de familia con el trabajo de del Castillo, por lo menos en su actitud. Malachowski, como del Castillo, piensa que Rorty fue hasta cierto punto malinterpretado, que muchos lo consideraron "un iconoclasta algo descuidado y con cierto espíritu antifilosófico" (Malachowski 2002, p. 1). Su texto intenta proponer una interpretación que ayude a apreciar con mayor claridad lo que Rorty intentaba hacer y motivar en el trabajo filosófico (Malachowski 2002, p. 4). Sin embargo, termina por ser un texto más bien argumentativo.

Por el contrario, Rorty y el giro pragmático no es, como ya señalé, un libro demasiado técnico. En este sentido, del Castillo adopta la actitud jamesiana que Rorty promovió de manera enfática en contra de la profesionalización de la filosofía, además de que sigue su mismo estilo cuando este último afirma que "son imágenes más que proposiciones, y metáforas más que afirmaciones, lo que determina la mayor parte de nuestras convicciones filosóficas" (Rorty 2001, p. 20). A través de imágenes, conexiones y algunas metáforas, el texto es suficientemente claro y penetrante como para dar con el meollo de cada cuestión y trazar las relaciones del pensamiento rortiano con la complicada escena filosófica internacional. Del Castillo muestra la agudeza con la que ha descifrado la filosofía rortiana, además de que logra colocar sus ideas centrales en el transcurrir de la vida común y concreta.

Finalmente, el libro tiene el mérito adicional de ser uno de los pocos (o el único) texto escrito originalmente en castellano que cubre de forma completa y profunda el pensamiento de Rorty.6 Por lo tanto, representa una oportunidad para acercarse desde el mundo iberoamericano a esta perspectiva que puede ser fértil para abordar un conjunto de problemáticas contemporáneas tanto generales como locales.

Con todo, un aspecto que se echa en falta en el texto fue una crítica a las lecturas culturales, políticas e históricas de Rorty que, desde mi perspectiva, muestran cierta estrechez y complacencia en su postura respecto a las consecuencias de su planteamiento filosófico. En este sentido, el mejor crítico de Rorty que conozco es Cornel West. Si bien es cierto que las ideas rortianas recuperan y hacen eco de críticas posestructuralistas como las de Foucault, Derrida o Heidegger, la versión de Rorty, como afirma West, "domestica" estas críticas y las diluye cuando evita una crítica cultural y política más fuerte, más compleja (West 2008, p. 314). Esta actitud parece llevar a Rorty a una narrativa políticamente complaciente y, en términos de West, con "consecuencias éticas mansas" de la propia historia, y en particular de la estadounidense, sustentada en el patriotismo que desarrolla en su libro Forjar nuestro país.

Si Rorty es defensor de una perspectiva más bien deflacionista sobre los fundamentos en la esfera pública y promueve una sociedad historicista y menos "arrebatada"; si además desestima tanto la noción de los comunitaristas sobre la política de la diferencia señalando que la identidad es una cuestión de elección individual y no de nuestra relación con una determinada cultura; entonces, ¿por qué insiste tanto en la necesidad del orgullo nacional? (Rorty 1999, p. 19) ¿No genera este patriotismo el mismo temor de reificación que se tiene cuando Fraser o Honneth defienden el reconocimiento como categoría necesaria para generar sociedades más justas? ¿No se trataba de llegar a percibir las diferencias como irrelevantes más que encontrar un terreno común como la nacionalidad? ¿No genera este nacionalismo sujetos más "energúmenos" con aquel que es "extranjero"? Pareciera que es justo este nacionalismo lo que lo hace ser tan complaciente con los actos de crueldad y coerción de la libertad que su país cometió durante el siglo XX cuando afirma que

El tipo de orgullo que Whitman y Dewey animaron a sentir a los estadounidenses es compatible con el recuerdo de que los estadounidenses extendimos nuestras fronteras masacrando tribus que nos estorbaban, que incumplimos la palabra que habíamos dado en el Tratado de Guadalupe Hidalgo y que provocamos la muerte de un millón de vietnamitas en una de nuestras más arrogantes machadas. (Rorty 1999, p. 41)

O cuando afirma que

la gente en Europa del Este parece agradecida con Estados Unidos por haber mantenido la presión sobre la Unión Soviética durante todas esas décadas (las de la Guerra Fría), y esto hace a los americanos sentir que su país estaba teniendo entre 1949 y 1989 alguna función redentora, a pesar de la tragedia de Vietnam y de la culpa que sintieron por la sustitución de Allende por Pinochet. (Rorty 2010a, p. 514)

En resumen, a del Castillo le faltó un tono más irónico hacia Rorty en relación con estos aspectos. No obstante, conociendo la agudeza política y la trayectoria de del Castillo, traductor de Forjar nuestro país,7 esta omisión apunta a una actitud más bien generosa con el filósofo norteamericano, aunque no sé si hacía falta tanta generosidad.

En definitiva, Rorty y el giro pragmático es imprescindible tanto para quien quiera acercarse por primera vez a la filosofía rortiana como para quien busca profundizar en las cuestiones clave de ese pensamiento. En la magnífica escritura que lo caracteriza, del Castillo nos muestra de manera atrevida, y en un vocabulario novedoso y atractivo, el pensamiento de Rorty, sus peculiares influencias y su relación con la filosofía de su tiempo y, con ello, acaso, se posiciona él mismo respecto a la escena filosófica contemporánea.

BIBLIOGRAFÍA

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1 Todas las traducciones del inglés son mías.

2 La afirmación de Bloom aparece en la contraportada de Contingency, Irony and Solidarity.

3 Gottlieb 1991, p. 30.

4 Como señala Ch.J. Voparil en la introducción general de The Rorty Reader, en cerca de cinco décadas de escritura Rorty acumuló tres libros, dos colecciones de ensayos, cuatro volúmenes de "escritos filosóficos", un libro en coautoría y numerosos ensayos y reseñas en revistas académicas, periódicos, revistas y publicaciones populares (Voparil 2010, p. 3).

5 Del Castillo desarrolló varias ideas sobre Rorty y su "espíritu antifilosófico" en su texto "¿Adiós a la filosofía? Recuerdos de Rorty" (Del Castillo 2010).

6 También el texto de Kalpocas 2005 se escribió en castellano, aunque se centra más en temas de corte epistemológico.

7 Del Castillo tradujo y editó Forjar nuestro país con un glosario especial sobre hechos históricos y personajes de los Estados Unidos.

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