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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.59 no.73 Ciudad de México nov. 2014

 

Reseñas bibliográficas

 

Zygmunt Bauman, La cultura en el mundo de la modernidad líquida

 

Fernando Sancén Contreras

 

trad. Lilia Mosconi, Fondo de Cultura Económica, México, 2013, 101 pp.

 

Departamento de Política y Cultura, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco. fsancen@correo.xoc.uam.mx

 

Este pequeño libro de Bauman aborda el tema de la cultura y en su título anuncia que lo hace desde el concepto original de "modernidad líquida". Sin embargo, la liquidez no ocupa el eje del libro, sino que a lo largo de él el autor presenta el tema de la cultura desde diferentes perspectivas: la moda, la globalización cultural, la multiculturalidad, el Estado, la Unión Europea, el arte o el mercado, y vincula el cambio con el término de "modernidad líquida".

Sirviéndose de su concepto de "modernidad líquida", el autor señala al inicio que la realidad actual se encuentra en permanente cambio. El paso hacia la liquidez lo atribuye, sin prestar atención a los cambios radicales ocurridos en la humanidad a lo largo de toda su historia, a la época moderna. En ella ve el paso de formas sociales que considera sólidas y estables hacia otras que ya no lo son:

[L]a "disolución de todo lo sólido" ha sido la característica innata y definitoria de la forma moderna de vida desde el comienzo, pero hoy, a diferencia de ayer, las formas disueltas no han de ser remplazadas —ni son remplazadas— por otras sólidas a las que se juzgue "mejoradas", en el sentido de ser más sólidas y "permanentes" que las anteriores, y en consecuencia aún más resistentes a su disolución. (p. 17)

Bauman no se preocupa por señalar la causa de este cambio, ni por qué unas formas de vida son más resistentes a dicha disolución; menos aún por otorgar un estatus de permanencia a la liquidez o al cambio. Aplicando su concepto de liquidez a la cultura, señala simplemente que ésta, en su etapa "líquida", ha dejado de ser patrimonio de una élite porque ahora pertenece al "populacho", por lo que ha pasado a ser mercancía que seduce a los clientes sin necesidad de ilustrarlos o "ennoblecerlos".

Bauman encuentra el estado de fluidez de la cultura moderna en la moda, porque ésta nunca se limita a ser, sino que constituye un estado permanente de devenir que nunca pierde ímpetu, que parece incrementarse porque contrasta el deseo de pertenecer a un grupo con la búsqueda de individualidad y originalidad: "el sueño de pertenecer y el sueño de la independencia; la necesidad de respaldo social y la demanda de autonomía; el deseo de ser como los demás y la búsqueda de singularidad" (p. 24). Con esto afirma que la moda siempre ha sido el factor principal del cambio en la vida humana, aunque varíe con el tiempo. La moda de hoy no es "progreso" porque no toma en cuenta los deseos, porque considera el progreso una fuerza arrolladora que demanda nuestra sumisión (p. 27). Más adelante, el autor precisa el concepto de progreso deslindándolo del auténtico desarrollo y vinculándolo con la ganancia en una sociedad de mercado. En consecuencia, afirma que ni la moda ni el progreso mejoran la vida, porque sólo dan al individuo elementos para evitar su fracaso demostrando la capacidad para ser otra persona. Aquí aparece ya el contraste entre Estado y sociedad a partir de la cultura.

En relación con la historia del Estado Nación, el autor destaca que, para su formación, permanencia y fortalecimiento se sirvió de la cultura, que desde entonces ha desempeñado un papel central. Bauman ve en ello la fase sólida del Estado moderno protagonizada por académicos y expertos del mismo Estado Nación, quienes promovieron una cultura acorde con dicha institución. Sin embargo, la "funcionalidad" del fomento de las aspiraciones del individuo trajo consigo progresivamente el abandono de las prácticas estabilizadoras del Estado (p. 33), especialmente bajo la presión globalizadora.

Con respecto a la globalización, Bauman señala que la migración constituye un elemento central de la cultura en el mundo "líquido". Destaca que la creación del orden y del crecimiento económico en la modernidad ha generado la expulsión de numerosos grupos humanos de su tierra de origen: primero de Europa hacia América, Asia y África en diferentes épocas; luego el flujo de las colonias hacia los centros imperiales y, finalmente, de cualquier punto del planeta hacia lugares donde el individuo busca asegurar para él y los suyos una sobrevivencia digna. Las fuerzas del mercado son un factor determinante que contribuye a la movilidad creciente de migrantes que adoptan el papel de factor económico antes que de factor cultural. Eso lo determina el surgimiento de una nueva cultura que mantiene ciertos rasgos ancestrales y que, al mismo tiempo, adquiere rostros nuevos provenientes no sólo de las características propias de las culturas locales, sino de la comunicación global de formas diversas de vida, lo cual cuestiona la identidad del individuo con su hábitat, dando paso al "arte de vivir con la diferencia" (p. 36).

Bauman afirma que esto "rompe la jerarquía de culturas heredada del pasado y desbarata el modelo de asimilación como evolución cultural naturalmente progresivo" (p. 37). Ya no hay superioridad de una cultura sobre otras. Hoy domina el factor económico, que trae cambios para la cultura que, en ocasiones, son violentos, pero que continúan modificando la estructura social ahora globalizada. Esto acarrea necesariamente presiones políticas; algunas tienden hacia la separación y el crecimiento de los inmigrantes, y otros a imponer barricadas que impidan el flujo de individuos. En este contexto, el sociólogo denuncia el interés de algunas estructuras políticas por mantener conflictos entre comunidades y por fomentar la desunión; critica especialmente la filosofía del "multiculturalismo" porque, a su parecer, "refuta precisamente el valor que profesa en la teoría: el de una convivencia armoniosa de culturas. [...] esta filosofía apoya las tendencias separatistas y en consecuencia antagónicas, dificultando así aún más cualquier intento de diálogo multicultural" (p. 43).

Bauman advierte en este diálogo multicultural —que él apoya— la fortaleza y la única posibilidad para efectuar el cambio social, esto es, el cambio que permite a los individuos alcanzar una sobrevivencia digna. De hecho, para él el "multiculturalismo" —al que se opone— lo que consigue es mantener la desigualdad social mostrándola como "diversidad cultural", y —congruente con la dimensión económica del surgimiento de la nueva cultura— sostiene que cualquier lucha por el reconocimiento requiere una redistribución de la riqueza. Esto, sin embargo, es asunto de cada individuo y de cada comunidad, porque a juicio suyo hoy no se busca una "sociedad perfecta" como resultado de la cultura. Cabe señalar que a las críticas mordaces y abundantes que Bauman dirige al multiculturalismo no corresponde una propuesta de su parte que apunte hacia una nueva cultura de la sociedad globalizada.

Nuestro autor destaca nuevamente que la cultura moderna ha estado vinculada con la construcción del Estado Nación; a los filósofos de la Ilustración, afirma, correspondió "ilustrar" y "cultivar" al "pueblo": tal fue su objetivo. Además, dentro del Estado, correspondió a esa clase instruida, ahora como legisladora, erigir las estructuras necesarias para el nuevo estilo de vida impulsado por el naciente Estado. Estamos, por lo tanto, ante un concepto de cultura vinculado —confundido— con una nueva estructura de poder, que hoy se cuestiona en múltiples aspectos. Según Bauman, el modelo de dominación establecido en y por el Estado moderno está "dando paso a la autosuperación y el autocontrol por parte de los objetos de dominación" (p. 52) que adoptan una forma de enjambre en la medida en que los "creadores de cultura" son hoy múltiples y ajenos al mecanismo de dominación, tal como lo señaló con motivo de la moda. Destaca aquí la importancia del individuo, característica propia de la "modernidad líquida" en oposición a la sociedad. Bauman cita a Peter Drucker al afirmar que "ya no habrá solución por la sociedad" (p. 54), entre otras cosas, porque sostiene que hoy la sociedad es indiferente al bien y al mal. En el origen de esto está el derecho señalado por Fred Constant (p. 55) a ser diferente, y el derecho a ser indiferente a la diferencia, lo cual anula toda posibilidad de diálogo que no sea a través de la agresión, generalmente armada. Sin embargo, el reconocimiento del pluralismo cultural se puede ver como el punto de partida para una posible convivencia: el "punto de partida de un largo proceso político cuyos resultados quizá no estén del todo claros, pero que puede ser útil e incluso beneficioso para todas las personas involucradas" (p. 56). Esto implica necesariamente la apertura y la aceptación de que no toda diferencia existente merece sobrevivir por la sola razón de la diferencia. A esto añade, siguiendo a Jürgen Habermas, la conveniencia de erigir como marco el régimen constitucional democrático (propio del Estado moderno) porque con ello se asegura la autodeterminación del individuo en libertad (p. 60). En consecuencia, Bauman destaca la universalidad de los derechos del ciudadano como precondición de cualquier política del reconocimiento; universalidad acorde con la pluralidad de formas de vida humana que mantiene la búsqueda constante del bienestar de cada individuo. Asegura, además, que esto podría también desterrar el sentimiento de amenaza e incertidumbre cuando entran en relación diversas culturas, dando paso al postulado del "multiculturalismo" ya propuesto por Alain Touraine (p. 62).

Parecería que con esta posición Bauman se abre a una cultura global, hacia la que impulsa la globalización económica y mediática. Pero no es así. En el capítulo V de su libro propone a la Unión Europea como paladín de la identidad cultural de los países que la integran en oposición a la tendencia que pretende separar a la nación del Estado y del territorio. Siguiendo a Georg Steiner, sostiene que hoy la principal tarea de Europa es de índole espiritual e intelectual (p. 74) para transmitir —citando también a Hans Georg Gadamer— al mundo el arte de que todos aprendan de todos para lograr con ello el destino de Europa. Sin embargo, la cita de Gadamer no se refiere a la organización política, sino a la tarea fundamental del hombre que consiste en "vivir con el Otro, vivir como el Otro del Otro" (p. 75). Bauman visualiza una Europa dispuesta a ofrecer a los demás la experiencia que ella vive integrando diversos Estados nación. Pretende ofrecer una fusión de horizontes culturales, étnicos y lingüísticos en vistas a construir un futuro común: "La Unión Europea es nuestra oportunidad para lograr una fusión como ésa" (p. 76). Este eurocentrismo rampante de Bauman se matiza más adelante cuando lo visualiza a futuro y cuando señala la limitante representada por las 23 lenguas que existen en la Unión Europea y que, a su juicio, no reciben de los Estados miembro la atención que merecen.

Un espacio considerable del libro se refiere específicamente a Francia. El autor destaca el papel que desempeñaron para la formación de la cultura primero los reyes y luego los gobiernos republicanos. Ellos determinaron, difundieron y fomentaron una cultura que inicialmente poseían sólo algunas personas. Esto trajo consigo la imposición de modelos y gustos elaborados por las autoridades políticas y culturales. Fue, a juicio de Bauman, hasta el siglo xx tardío cuando Malraux consideró la cultura el ámbito donde era posible crear oportunidades (p. 88), lo cual trajo consigo el reconocimiento y la adopción del pluralismo cultural promovido en el seno de la cultura francesa. Sin embargo, nuestro autor señala que este pluralismo trae consigo conflictos, especialmente en el caso de las Bellas Artes, conflictos que ponen en oposición a la administración con el artista, quien tiende a superar, ignorar, negar o rechazar lo establecido y cuidado por la administración. Señala que el artista no tiene derecho a la elección porque sus obras se apartarían de la sociedad. Aquí Bauman ignora el papel socialmente creativo del arte y el dinamismo de la cultura impulsado, entre otras cosas, por la innovación y las rupturas que el arte —aunque reducido a las Bellas Artes— aporta incesantemente. En contraste con esta visión parcial y limitada del arte, cita a Hanna Arendt (p. 93) y afirma que la cultura trasciende y supera las realidades presentes más allá de los límites que le impone "la problemática actual" sometiendo la cultura a la belleza, la cual, sin embargo, carece de finalidad. En este punto retoma su idea inicial de consumo que se vincula necesariamente con el arte y, en consecuencia, con la cultura, tal como sucede con los eventos que se realizan en galerías, auditorios y estadios. Esto es, para Bauman, una característica de la modernidad líquida y se pregunta si la cultura se beneficiará del paso de una administración supuestamente clara y ordenada a una nueva "gerencia" en la que las obras artísticas son fugaces y dependen de la fama. Concluye su librito señalando que "el Estado cultural", un Estado dedicado a la promoción de las artes, debe enfocarse en asegurar y atender el encuentro continuo entre los artistas y su "público" (p. 101).

 

Comentario

A lo largo del libro subyace el análisis de la relación entre la cultura y el Estado. Se aborda el tema de la cultura desde diversas perspectivas, y la modernidad líquida, que aparece en su título, no es el eje de esa diversidad. En ocasiones acerca la cultura a la moda, luego al arte, luego al multiculturalismo, la vincula con el Estado Nación moderno, etc., sin aportar algo que congregue significativamente a todas esas vertientes de la cultura y que le dé el nuevo sentido que insinúa en el título. Sin embargo, en ocasiones proporciona frases e ideas incuestionables y que apuntan hacia una nueva idea de cultura, pero que no desarrolla, sino que permanece en una multiplicidad cercana a la superficialidad en el trato de un asunto que es crucial para comprender la sociedad actual y especialmente para visualizar algunos rasgos de ésta en el futuro, el futuro que necesariamente encierra la cultura, el arte y los aportes tecnológicos que constituyen un capítulo determinante en la conformación de la sociedad actual y de su cultura.

El lector de esta obra echará de menos una reflexión ordenada acerca del concepto de "modernidad líquida" aplicado a la cultura, pues el autor sólo menciona en ella algunos cambios que hoy vemos en nuestras vidas sin hacer referencia a la historia y a los factores que han sido la causa de dichos cambios.

A pesar de ciertas divagaciones, en el pensamiento de Bauman en esta obra prevalece una idea de cultura propia de la Modernidad, desde donde se la considera un patrimonio de grupos privilegiados que la cultivan, la desarrollan y la transmiten al pueblo. La lectura de este libro de Bauman —accesible a un amplio sector de la sociedad— constituye, sin embargo, una ocasión para reflexionar sobre temas actuales y vibrantes que expresan nuestra realidad.

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