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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.57 n.68 Ciudad de México May. 2012

 

Reseñas bibliográficas

 

Raffaella De Rosa, Descartes and the Puzzle of Sensory Representation

 

Carmen Silva

 

Oxford University Press, Oxford, 2010, 190 pp.

 

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México carmensilva55@gmail.com

 

Al abrir este libro lo primero que encontré fueron los agradecimientos. En esta reseña haré un breve comentario, antes de entrar en materia, sobre lo que nos aportan los agradecimientos de los autores de lengua inglesa y sus implicaciones, para luego pasar a analizar el tema principal del libro, es decir, la representación sensorial en Descartes. En esto último seguiremos a la autora, y abordaremos tanto el impacto, el alcance y la relevancia de la discusión propia de la historia de la filosofía, como los debates y las reflexiones filosóficas contemporáneas.

Respecto del primer punto he de decir que cuando leo una obra en inglés aparece un elemento que me encanta y me llama mucho la atención. Antes de iniciar, el autor o autora agradece a quienes han ayudado, de una manera u otra, a la producción de su libro. Esta característica la comparten tanto ingleses como norteamericanos. Los agradecimientos pueden ser cortos o muy extensos y descriptivos, y a través de ellos nos damos cuenta de que, por ejemplo, en el caso del libro que nos ocupa, es resultado de un conjunto de cursos y conferencias impartidas por la autora en diferentes universidades, congresos y seminarios de posgrado, y que, además, tales presentaciones previas enriquecieron y mejoraron el trabajo al atender los comentarios de los estudiantes y colegas que participaron en ellas.

Hay un interés manifiesto en los agradecimientos largos en incluir por igual tanto a un reconocido especialista como a la persona de las fotocopias y a los bibliotecarios, lo cual me parece muy justo, pues en realidad todos ellos contribuyeron en la elaboración de la obra. Me llama la atención que, en contraste con nuestra cultura, nuestros colegas anglohablantes adscritos a universidades inglesas o norteamericanas dedican varias páginas a nombrar a todas las personas que los apoyaron. En muchos casos, además del gran número de nombres enlistados, también agradecen a las diferentes instituciones que les proporcionaron alguna beca o un año sabático.

Creo que esta actitud de gratitud y reconocimiento a las personas e instituciones que están detrás de un libro expresa la verdadera gestación del mismo, pues si bien concluir una tarea de esta magnitud sólo es posible gracias a la perseverancia y dedicación del autor, también sabemos que esto sucede en gran medida por la colaboración de muchas personas que aportan individualmente algo en todo este proceso, hasta llegar finalmente al objeto denominado libro.

Señalo esto porque creo que a nuestros libros les falta esa parte de agradecimiento y que es algo que deberíamos practicar con más frecuencia. No es mi intención afirmar que la mayoría de los volúmenes publicados en nuestra lengua y país carezcan de agradecimientos. Lo que quiero decir es que, en nuestro medio, los agradecimientos responden más bien a un formalismo social, ya que generalmente se agradece del mismo modo a los colegas que a las instituciones a las cuales estamos obligados a dar los créditos, y esto sucede incluso entre las mismas instituciones.

En cuanto al estilo anglosajón y el hispano, advierto que nosotros agradecemos de manera mecánica y formal; pareciera que en nuestra cultura hay un temor a que nuestra autoría se diluya si citamos muchos nombres en los agradecimientos. Además, es más común que un libro lo dediquemos a una persona en particular, absteniéndonos de reconocer la deuda que tenemos con otros, aunque a veces se mencionan a algunos colegas muy escogidos y muy rara vez a alumnos. Y, para colmo, nuestra gratitud a las instituciones cumple más con una cuestión legal que moral.

En nuestro medio, rara vez queda claro que un libro es el logro de un largo proceso en el cual participan varias personas en sus diferentes momentos. La alternativa que ofrecen los anglosajones es muy positiva, pues refleja muy bien la gestación de la obra y, a pesar de que un libro puede ser de uno o más autores, los agradecimientos nos permiten conocer también sus vicisitudes, sobre todo cuando se ha puesto a prueba el trabajo con lecturas de los colegas y ha habido intercambio de ideas a partir de sus comentarios o en los debates de diversos congresos.

Todo esto apunta hacia un aspecto medular de la transmisión del conocimiento, pues esta formalidad nuestra nos priva de ejercer el poder de desarrollar y mejorar nuestra comunidad académica. Existe una diferencia palpable, excepto algunas honrosas excepciones, entre los estudiosos anglosajones y nosotros, y es que ellos trabajan más en conjunto, en equipo; entre los académicos se acostumbra leer las versiones previas de los trabajos de otros o se escuchan en congresos o seminarios; tienen interés en aprender y compartir el conocimiento con sus colegas y, en este sentido, están comprometidos de manera respetuosa y responsable consigo mismos y con los demás. Nosotros, en cambio, hacemos todo eso poco y mal, y esto es muy grave pues no tenemos interlocutores, y sin ese diálogo o discusión el saber se empobrece y la vocación de aprender y enseñar pierde sentido, pues se trabaja en vano ya que no hay un receptor beneficiado ni un productor de conocimiento escuchado o comprendido.

Pienso que el trasfondo de la diferencia entre una y otra actitud es la forma de trabajar. La mayoría de nuestros libros son en general producto de un trabajo individual, solitario e incluso obsesivo. Es decir, no son generados por un proceso largo, laborioso y contagioso entre varios colegas y estudiantes interesados en el mismo tema o temas afines. En pocas palabras, los libros escritos en inglés provienen de una fermentación intelectual que es colectiva, de un contagio (en el sentido positivo del término) y de un entusiasmo compartido.

Y hasta aquí esta consideración. Quise aprovechar este asunto de los agradecimientos de los autores anglohablantes con el afán de meditar y reconsiderar nuestra forma de trabajar, pues siempre se pueden adoptar nuevos caminos para ejercer nuestra facultad de pensamiento de manera que cumpla con la finalidad de difundir el conocimiento y beneficiar a todos.

 

La representación sensorial en Descartes

Como la propia autora señala, este libro no es un libro más sobre Descartes, pues si bien el tema que aborda es un clásico cartesiano, la forma como lo desarrolla no lo es. Raffaella De Rosa pretende en este trabajo dar una respuesta o solución definitiva al problema de la representación sensorial, a pesar de ser consciente de lo ambicioso de su empresa. Una ventaja de la autora es que es capaz de moverse de forma muy fluida entre la historia de la filosofía y la filosofía de la mente, al grado de hacer una lectura de Descartes utilizando conceptos contemporáneos. Su argumento es que el uso de herramientas actuales puede iluminar los asuntos que discute el filósofo francés y, además, le permite redireccionar la cuestión de la representación sensorial dentro de los debates contemporáneos; es de tal forma como consigue que se reconsideren las ideas de Descartes.

De Rosa analiza la representación sensorial haciendo referencia tanto a la teoría cartesiana de las ideas como a la teoría contemporánea de la mente, y mostrando un incuestionable dominio de ambas disciplinas filosóficas. Sostiene en la introducción que su lectura de Descartes es una lectura más completa y justa que la que se puede encontrar en otros estudios, pues en ella encontraremos una solución al rompecabezas cartesiano de la representación sensorial al conjuntar varias teorías y proponer en su lugar una teoría o interpretación híbrida (en palabras de la autora) en la que convergen por lo menos una versión del internismo racionalista y una concepción causal de la percepción, entre otras cuestiones. Una de las cualidades de esta teoría es que dentro de la arquitectura cognitiva de la mente cartesiana se atribuye un papel positivo a los sentidos, desde luego como parte del engranaje de la filosofía racionalista en su totalidad.

Aquí valdría la pena detenernos a explicar el asunto epistemológico que De Rosa se propone dilucidar. El problema de la representación sensorial planteado por Descartes consiste en el descubrimiento (por parte del filósofo francés) de que algunas de nuestras ideas de sensación no representan las cosas que se supone que representan. Esta cuestión tiene relación con un conjunto de distinciones. La primera estriba en diferenciar las ideas y las cosas conforme al dualismo sustancial, ya que las ideas pertenecen a la sustancia mental y las cosas u objetos físicos a la sustancia material. En este punto de partida encontramos ya el primer dilema, a saber: ¿cómo algo mental (una idea) puede representar algo físico (un objeto)? La segunda distinción se refiere a la que existe entre cualidades primarias y secundarias. Las primarias son las que corresponden a la figura (geométrica), el movimiento, el reposo y el peso; en una palabra, a características cuantificables. Las secundarias, en cambio, conciernen a los olores, sabores, colores, etc., y pueden cambiar de sujeto a sujeto. Por ejemplo, a un sujeto A le puede parecer dulce un alimento B, pero a un sujeto C, no; además, las cualidades secundarias pueden variar respecto del mismo sujeto en diferentes momentos o circunstancias. La tercera distinción trata de resolver la duda de saber cuándo son o no confiables los sentidos, y la cuarta distinción acarrea el problema de distinguir entre verdad material y verdad objetiva. La suma de todas estas distinciones son el caldo de cultivo del problema de la representación sensorial expuesto en el libro.

La estrategia argumental de De Rosa consiste en estudiar en primer lugar las diferentes interpretaciones relevantes que se han elaborado sobre el tema. Ella considera que son principalmente dos: 1) la internista, relacionada con una no representación entre las ideas sensoriales y los objetos, y 2) la externista, que supone lo contrario. Ninguna de las dos resulta satisfactoria (en su forma original) para la autora, por lo que termina proponiendo la suya propia.

Veamos en forma sucinta el contenido de los capítulos de esta obra. En el primero, la autora hace una exposición descriptivista de Descartes con cierto detalle y explica por qué el punto de vista del autor de las Meditaciones constituye un rompecabezas en relación con la representación sensorial. En el segundo refuta la lectura muy extendida que de la filosofía cartesiana se hace sobre las sensaciones, pues mina y debilita la posibilidad de resolver el rompecabezas cartesiano. Este capítulo es esencial para comprender la postura de la autora, pues allí afirma que Descartes sostiene que las sensaciones son representativas. Los capítulos 3 y 4 se abocan a la tarea de criticar los intentos de la perspectiva externista para lidiar con el problema de la no representación de las sensaciones. En el cuarto capítulo, De Rosa critica la perspectiva telefuncionalista de las sensaciones cartesianas. En el quinto, discute únicamente el punto de vista internista y hace una defensa de su explicación descriptivista-causal de las sensaciones cartesianas junto con la solución del rompecabezas relacionado con la no representación sensorial. En el sexto y último, polemiza con algunas objeciones a su propuesta descriptivista-causal y termina con una pequeña conclusión.

Invito al lector a juzgar por sí mismo, después de la lectura del libro, si la propuesta de De Rosa cumple con su cometido (el cual plantea desde el inicio) y que reflexione si la teoría híbrida resuelve de manera definitiva el problema de la representación sensorial de Descartes.

Mi conclusión es que este libro es realmente una aportación importante para los estudios contemporáneos sobre Descartes y representa un apoyo para las investigaciones historiográficas, a la vez que revive el papel del filósofo francés en las discusiones y debates contemporáneos relacionados con la filosofía de la mente.

La obra de Raffaella de Rosa es una propuesta novedosa sobre la representación sensorial cartesiana que ofrece una visión panorámica y una crítica a la literatura académica sobre el tema; la autora logra colocar este aspecto en el lugar central que le corresponde en el campo de las investigaciones filosóficas y científicas sobre la mente humana, con lo cual satisface uno de los objetivos primordiales de su trabajo.

Debido a los atributos antes mencionados, la lectura de este libro es muy recomendable para los estudiosos de la filosofía cartesiana, tanto especialistas como legos, pues está muy bien escrito, es muy claro y, gracias a ello, puede ser una buena introducción a la filosofía de Descartes. Además, la representación sensorial es muy importante para comprender su pensamiento y, por ello, puede fungir como un estudio preliminar a su teoría filosófica.

Ahora bien, también es un libro que puede resultar de interés para el conocimiento de la filosofía del siglo XVII o del pensamiento moderno, pues este tema, y muchos otros que Descartes planteó, se convirtieron en materia de reflexión de su época. Su contenido es vigente tanto para los especialistas en la filosofía de Descartes como para aquellos que se dedican a una rama específica de la filosofía contemporánea, que es la filosofía de la mente.

Como afirma Stephen Toulmin en Cosmópolis: "Descartes estableció la agenda de la modernidad", y en este sentido esta lectura implica ser fieles a tal espíritu en correspondencia con nuestro momento actual.

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