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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.57 no.68 Ciudad de México may. 2012

 

Discusiones y notas

 

Qué es y qué puede ser la filosofía analítica

 

What Is Analityc Philosophy and What Can It Be

 

Guillermo Hurtado

 

Instituto de Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México. gmhp@servidor.unam.mx

 

Recibido el 3 de diciembre de 2011
Aceptado el 15 de marzo de 2012

 

Resumen

En este ensayo se examina de manera crítica el desarrollo de la filosofía analítica y, en particular, de la filosofía analítica latinoamericana. Se propone que esta última adopte un giro político y uno pedagógico con el fin de recuperar su espíritu original y reconectarse con la tradición intelectual latinoamericana.

Palabras clave: filosofía analítica latinoamericana, especialización, tradición, giro político, giro pedagógico.

 

Abstract

This essay is a critical examination of the development of analytic philosophy and, in particular, of Latin American analytic philosophy. It is argued that the latter ought to adopt a political and pedagogical turn in order to recover its original spirit and to be reconnected to Latin American intelectual tradition.

Key words: Latin American analytic philosophy, specialization, tradition, political turn, pedagogical turn.

 

1. La filosofía analítica nació hace un siglo como una filosofía revolucionaria y liberadora, pero con el paso del tiempo, a la vez que se expandía por el mundo entero, se fue convirtiendo en una filosofía domesticada y escolástica. La culpa de esta paradójica decadencia puede atribuirse a una serie de factores de todo tipo, aunque quizá el principal de ellos sea el desenfrenado proceso de profesionalización de la filosofía. Ya no podemos seguir callando acerca de los efectos perniciosos generados por la profesionalización. Los filósofos nos hemos convertido en empleados de instituciones de educación superior y, por ello, hemos quedado sujetos a las instrucciones —no pocas veces mezquinas y filisteas— de las autoridades de aquéllas. La profesionalización también es responsable de la especialización a ultranza. Muchos artículos de filosofía analítica son como una sofisticada herramienta de precisión que sólo sirve para ajustar un pequeño tornillo. Por eso no es sorprendente que los filósofos nos hayamos vuelto irrelevantes para el resto de la cultura. Esto ya lo preveía Husserl en su ensayo de 1911, La filosofía como ciencia estricta, donde afirmaba que una filosofía científica debía renunciar a dos antiguas aspiraciones: ofrecer una cosmovisión y dar una respuesta personal a las preguntas de la existencia.1 La mayoría de los filósofos analíticos aceptan estas consecuencias sin chistar; se ven a sí mismos como los matemáticos o los físicos y, por ello, piensan que es de esperar que los resultados de sus investigaciones no sean comprendidos por cualquiera. Ya los pitagóricos estaban convencidos de que sus estudios sobre los arcanos estaban fuera del alcance de los legos. Pero, a diferencia de los pitagóricos, los analíticos han renunciado a las grandes preguntas sobre la vida humana y sobre el cosmos. Esa tarea se la dejan a otros: a los sacerdotes, a los literatos e incluso a los científicos.

Sin embargo, hay otra concepción de la filosofía de no menor prosapia que la distingue del trabajo de los científicos. Esta concepción afirma que los filósofos hemos de ocuparnos de las preguntas concernientes a la existencia humana y que las respuestas que demos deben servir a las personas para transformar sus vidas por medio del ejercicio de la razón crítica. Me parece que la humanidad requiere hoy más que nunca que recobremos ese tipo de filosofar. Para salir de la crisis tenemos que cambiar nuestras formas de vida de manera radical, pero eso será imposible si no efectuamos al mismo tiempo una reforma profunda de nuestro pensamiento. Para ello, la filosofía —una nueva filosofía, distinta de la que ahora se cultiva dentro de las universidades— tendría que convertirse en una práctica que incidiera de alguna manera en la orientación que damos a nuestras vidas.

¿Acaso la filosofía analítica podría convertirse en esa nueva filosofía? Me gustaría pensar que de la semilla de lo que alguna vez conocimos como filosofía analítica pueda nacer una nueva filosofía que nos dé una nueva concepción del mundo y un nuevo sentido para nuestras vidas. Esta esperanza está fundada en el recuerdo de cómo fue en sus orígenes la filosofía analítica. Ante la crisis de la civilización europea que llevó a las dos guerras mundiales, la filosofía analítica buscó un método riguroso que permitiera a los seres humanos liberar su pensamiento de pseudoproblemas y vicios conceptuales; pensemos, por ejemplo, en la obra de Moore, de Russell, de Wittgenstein y del Círculo de Viena, y en la filosofía del lenguaje ordinario. No obstante, en la primera mitad del siglo XX la filosofía analítica no había alcanzado aún la importancia que hoy tiene en el mundo y eran otras las filosofías preponderantes en Europa y América, como el marxismo, el existencialismo o el pragmatismo, que ofrecían respuestas a las preguntas acerca del sentido de la vida, el propósito de la historia humana, los intríngulis del universo. La filosofía analítica se hizo dominante sólo hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se adoptó en el sistema universitario estadounidense. Fue allí y entonces que perdió su espíritu revolucionario y liberador y se transformó en una práctica intelectual diferente.2 En esto tuvo mucho que ver el clima cultural de Estados Unidos durante la posguerra, que propiciaba la eliminación de cualquier tipo de orientación marxista en la filosofía o en las ciencias sociales, que manifestaba un repelús a la metafísica especulativa y al irracionalismo germanos asociados con la ideología nazi, y que impulsaba una filosofía ligada al pensamiento científico y tecnológico. Para este proceso de reforma cultural fue crucial la figura de W.VO. Quine, quien, además de ser uno de los grandes filósofos del siglo XX, desempeñó un papel importante en los servicios de inteligencia de su país durante la Segunda Guerra Mundial (y probablemente después de ella). Bajo la tutela de Quine, la filosofía analítica se convirtió en la corriente hegemónica de los departamentos de filosofía en las universidades más poderosas de Estados Unidos y del Reino Unido. Si Hegel tenía razón en aquello de que una filosofía es la expresión de una época, podríamos decir que la filosofía analítica de la segunda mitad del siglo expresó muchas de las aspiraciones de la cultura occidental de esa época. Pero lo que no está claro es si lo que hoy en día se entiende como filosofía analítica responde a los intereses y apremios de la civilización contemporánea. A pesar de haber fagocitado la totalidad de las doctrinas de la filosofía occidental, es una filosofía que carece de sentido de la historicidad; no obstante haberse extendido por todos los campos de la filosofía, sigue teniendo un registro limitado de recursos estilísticos, dialécticos y retóricos, y aunque son innegables sus contribuciones, es una filosofía que ya no dice nada a la gente común. La filosofía analítica sigue siendo la dominante en Estados Unidos y esto no cambiará pronto a menos que su sistema universitario colapse por causas políticas o económicas. La influencia de la analítica en Europa sigue siendo de peso, aunque no parece que en un futuro se vuelva dominante. De todas maneras, la filosofía europea pasa por un periodo de crisis en el que no se vislumbra por ningún lado una escuela de pensamiento o algún pensador que puedan devolverle la gloria del pasado.3

El panorama que he dado puede resultar sombrío, pero no pretende ser pesimista. Como ya dije, podemos esperar que de las grietas de la filosofía occidental brotarán nuevas formas de pensamiento.

 

2. ¿Qué lugar tiene la filosofía analítica latinoamericana en este escenario? ¿Qué podemos hacer desde América Latina para rescatar a la filosofía analítica de su extraña decadencia?

Como sabemos, la analítica latinoamericana tiene escasa repercusión a nivel global. A pesar de que hay más filósofos analíticos en América Latina que nunca antes y que la corriente ha crecido en países como Brasil, Perú, Colombia y Chile, seguimos siendo muy pocos en términos globales, nuestros recursos materiales son escasos y aunque los contactos con la metrópoli son cada vez más frecuentes, nuestra posición sigue siendo marginal. Estoy convencido de que la discusión acerca de cómo es y cómo debería ser la filosofía analítica latinoamericana tendría que estar en el primer plano de nuestra reflexión. Sin embargo, el tema carece de interés entre la mayoría de los filósofos analíticos latinoamericanos. Esta situación me inquieta sobremanera. ¿Cómo es posible que los filósofos analíticos latinoamericanos no llevemos a cabo un ejercicio sincero de autorreflexión y, sobre todo, de autocrítica? No tenemos por qué adoptar los modos en que la filosofía analítica se practica en la metrópoli y podríamos reorientar nuestra labor a partir de otros valores y fines. ¿Por qué no lo hemos hecho?

La mayoría de los filósofos analíticos latinoamericanos, no sólo los más jóvenes, carecen de memoria histórica. No recuerdan que la filosofía analítica latinoamericana surgió también como un movimiento que respondía a necesidades y aspiraciones de nuestra cultura. Hombres como Eduardo García Máynez, Fernando Salmerón y Luis Villoro en México; Francisco Miró Quesada y Augusto Salazar Bondy en Perú; Gregorio Klimovsky, Carlos Nino y Eduardo Rabossi en Argentina, por mencionar sólo algunos ejemplos, fueron intelectuales que confiaban en el poder de la razón para transformar nuestras vidas para bien. Estos analíticos latinoamericanos adoptaron la tradición de pedagogía social de la filosofía iberoamericana —que se remonta al magisterio de Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento y Justo Sierra— y la fortalecieron con las nuevas herramientas del pensamiento analítico. Todos ellos eran pensadores ilustrados y moralistas, es decir, todos ellos coincidían en su rechazo a la mentira, la demagogia, la superficialidad, la falta de rigor lógico, la confusión conceptual, la pereza mental, el dogmatismo, la ignorancia, la intolerancia. Entendida así, la filosofía analítica es subversiva en países atrasados, fanáticos y autoritarios como los nuestros. Y fue ese carácter subversivo lo que percibieron los golpistas argentinos que la expulsaron de la universidad. Nada más peligroso para una dictadura que una disciplina de pensamiento rigurosa, insobornable, orientada a la verdad. Pero también nada debería ser más peligroso para una democracia de cartón, es decir, para una democracia superficial y corrupta, que una disciplina como ésa. Sin embargo, poco queda del espíritu originario de la filosofía analítica latinoamericana. Los analíticos nos hemos recluido en el espacio de nuestras salas de seminarios, viajamos por el mundo dando conferencias en inglés y publicamos en revistas y editoriales de postín; pero ya no tenemos el mismo destello de nuestros maestros. Me pregunto: ¿qué podríamos hacer para que renaciera el espíritu originario de la filosofía analítica latinoamericana?

Ofreceré dos recomendaciones muy generales a aquellos filósofos que simpaticen con el proyecto de reconstruir la filosofía analítica latinoamericana:

(1) Rompan la relación de dependencia o subordinación con la filosofía analítica de la metrópoli; atrévanse a pensar por su cuenta, en su idioma, recuperando a los autores y los temas de su tradición intelectual.

(2) No se recluyan en la academia; ocúpense de los asuntos públicos, de la agenda de la discusión democrática, y, en particular, traten de incidir en la orientación de la educación pública.

Con base en estas recomendaciones expresaré algunas opiniones acerca de dos temas relevantes de la filosofía analítica latinoamericana: el primero es el idioma en el que ésta debe expresarse, y el segundo, su relación con los asuntos públicos.

Comienzo con la manida cuestión del idioma en el que hemos de publicar. Este asunto no puede dirimirse con el argumento fácil de que usar el inglés garantiza que más personas lean nuestro trabajo. Esta opinión pasa muy de prisa por las preguntas de quién queremos que lea nuestros escritos, y de cómo y por qué deseamos que los lea. Me parece que la defensa del inglés como la lengua franca de la filosofía analítica se basa en una analogía muy discutible entre cierto tipo de investigación científica muy especializada que normalmente se publica en revistas en inglés y la investigación filosófica analítica. Pero si ampliamos nuestra concepción de la filosofía analítica en el sentido que he sugerido anteriormente, la analogía se queda corta. Podríamos, por supuesto, seguir publicando en inglés o en chino mandarín, pero habría que pensar con mayor amplitud y altura de miras si convendría y si sería correcto abandonar el español —¡una lengua hablada por quinientos millones de personas!— como un idioma creativo de la filosofía analítica. Por otra parte, el argumento en favor del inglés recoge el viejo prejuicio de que la filosofía es algo que se realiza de manera cabal únicamente fuera de nuestras fronteras. Desde esta visión de las cosas, toca al filósofo latinoamericano aprender lo que se hace en las metrópolis y divulgarlo entre sus compatriotas. En el mejor de los casos, los maestros extranjeros reconocen en el filósofo latinoamericano uno de sus interlocutores, pero el diálogo con ellos se hace siempre en su idioma y sobre los temas planteados por ellos. Desde esta perspectiva, lo que más le conviene al filósofo de nuestros países es emigrar a una universidad de la metrópoli para que, una vez allí, sea aceptado como parte del selecto grupo que dicta las tendencias de la filosofía mundial. No se me malinterprete. No niego que haya filósofos mejores que otros y universidades mejores que otras; pero lo que no me queda claro es que los criterios para determinar qué se entiende por un buen trabajo de filosofía sean unívocos y estén determinados por un grupo reducido de árbitros. Por eso, en vez de preocuparnos por estar al día en lo que se refiere a las modas que vienen del norte, deberíamos ocuparnos en formar y consolidar comunidades filosóficas propias donde discutamos acerca de los temas que nosotros escojamos, de la manera que nosotros consideremos la más adecuada y donde guardemos memoria de las discusiones pretéritas; de esa forma podremos construir tradiciones de investigación. Insisto, para evitar malentendidos, en que el proyecto de una comunidad analítica latinoamericana no propone la majadería de que nos aislemos del resto del mundo o de que despreciemos el trabajo de calidad que se hace en el extranjero; no, por el contrario, la filosofía analítica es una disciplina global y estandarizada y hay que participar en ella en esas condiciones, pero pienso que debemos hacerlo con una voz propia y desde un espacio que responda a nuestros intereses.

Una de las corrientes más robustas de la filosofía latinoamericana del siglo anterior fue aquella que nos convocaba a salir de los cubículos para participar en la transformación de la realidad. En el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi decía que, con relación a la filosofía, América realizaba lo que Europa pensaba; pero en el siglo XX hubo un importante movimiento intelectual y político que sostuvo que América debía realizar lo que ella libremente pensara por su cuenta. En el siglo XXI, esa corriente de pensamiento se encuentra de capa caída. Creo que se le deberían infundir nuevos bríos y que, por extraño que parezca, éstos podrían provenir de cierta rama de la filosofía analítica.4 Para llevar a cabo esta síntesis habría que dejar atrás algunos prejuicios; uno de ellos es que los filósofos analíticos tienen que estar enclaustrados en sus universidades, sin poder participar de manera directa en los asuntos públicos. El mayor reto de la política en Occidente es renovar el sistema democrático; es evidente que el modelo de la democracia representativa liberal está agotado y eso lo ven con toda claridad los millones de jóvenes que expresan su indignación en las principales ciudades de Europa y América. La filosofía no puede ser ajena a este reto de nuestro tiempo y estoy convencido de que, de todas las corrientes filosóficas, la analítica es la que mejor podría nutrir una democracia más deliberativa, más participativa, por varias razones: por su énfasis en el rigor conceptual, por su cultivo de la argumentación virtuosa, por su defensa de la congruencia, por su insistencia en la claridad del discurso, por su énfasis en la búsqueda de la verdad, por su respeto al juego limpio. Propongo, por lo tanto, un giro político de la filosofía analítica. No se trata de abandonar la filosofía profesional para dedicarse a la política profesional, mucho menos de poner la filosofía al servicio de la política, sino de contribuir a la política desde la filosofía. Bertrand Russell es el ejemplo clásico de cómo se puede combinar la analítica con la política, pero la tradición de pedagogía social de la filosofía latinoamericana también nos muestra un camino para lograrlo. El filósofo comprometido con la reconstrucción de la democracia puede colaborar en ese proceso desde distintos foros: la prensa, el internet, las asociaciones civiles e incluso los partidos políticos. Sin embargo, considero que, por ahora, la escuela es el mejor sitio para que la filosofía colabore en el proceso colectivo de reconstrucción social. Si bien antes me he quejado de que los filósofos nos hemos convertido en ganapanes de las universidades, no veo ningún desdoro en que seamos maestros en el mejor sentido de la palabra, es decir, maestros de la vida individual y social. No se trata, insisto, de ser maestro de cualquier escuela, sino de aquellas que sean genuinos talleres del conocimiento y la libertad, y no meros repositorios de dogmas y mandatos. Y cuando hablo de escuelas, ¡ojo!, no me refiero sólo a las universidades, sino principalmente a los bachilleratos y colegios secundarios. Por lo tanto, también propondría un giro pedagógico de la filosofía analítica.5 Tengo la convicción de que si los modos de razonar y argumentar desarrollados por la filosofía analítica llegaran a las escuelas, formaríamos ciudadanos mejor capacitados para reconstruir la democracia y, por añadidura, a la sociedad. De nuevo, Bertrand Russell es un ejemplo de esta preocupación desde la filosofía por la enseñanza; recordemos la escuela que fundó en 1927 con Dora Russell. Pensemos en las clases de ética o de lógica que en algunos países todavía se imparten en el bachillerato. Si esas asignaturas fuesen obligatorias y se impartiesen con un sesgo analítico —y se impartiesen bien, por supuesto— podríamos esperar que en un futuro la calidad de los debates públicos y de la toma de decisiones colectivas será mejor. Por supuesto que la renovación de la democracia requiere muchas otras cosas, pero creo que los filósofos analíticos podríamos colaborar en este proceso con nuestro granito de arena. Y quizá peque de optimista, pero pienso que la filosofía analítica de América Latina, precisamente porque tiene una posición marginal por estar lejos de los centros de poder, podría contribuir a esa reforma cultural y política.

La filosofía actual es como una flor de invernadero académico —la frase es de Emilio Uranga—. Depende de nosotros que sea como esas flores humildes y resistentes que cubren las laderas y brotan de las grietas del pavimento. Para ello, debemos transformar la práctica filosófica y las instituciones ligadas a ella con la convicción de que una nueva manera de hacer filosofía es posible. La tesis central de este ensayo es que podemos hacer eso sin dejar de ser filósofos analíticos o, mejor dicho, volviendo a ser filósofos analíticos.

 

BIBLIOGRAFÍA

Hurtado, Guillermo, El búho y la serpiente: ensayos sobre la filosofía en México en el siglo XX, Coordinación de Humanidades-UNAM, México, 2007.         [ Links ]

----------, México sin sentido, UNAM/Siglo XXI, México, 2011.         [ Links ]

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Mosterín, Jesús, "Grandeza y miseria de la filosofía analítica", en León Olivé y Luis Villoro (comps.), Filosofía moral, educación e historia. Homenaje a Fernando Salmerón, Instituto de Investigaciones Filosóficas-UNAM/Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, México, 1996, pp. 689-700.         [ Links ]

Rabossi, Eduardo, En el comienzo Dios creó el canon: Biblia Berolinensis. Ensayos sobre la condición de la filosofía, Gedisa, Buenos Aires, 2008.         [ Links ]

Reisch, George A., How Cold War Transformed Philosophy of Science: To the Icy Slopes of Logic, Cambridge, Cambridge University Press, 2005.         [ Links ]

Tomasini, Alejandro, "¿Qué fue la filosofía analítica?", Analogía, año 13, no. 2, 1992,pp. 35-58.         [ Links ]

 

NOTAS

1 Edmund Husserl, La filosofía como ciencia estricta.

2 Cfr. George A. Reisch, How the Cold War Transformed Philosophy of Science: To the Icy Slopes of Logic.

3 El diagnóstico de la filosofía analítica que he esbozado aquí coincide en algunos puntos con los que han ofrecido otros filósofos analíticos hispanohablantes; véanse, por ejemplo, Jesús Mosterín, "Grandeza y miseria de la filosofía analítica"; Alejandro Tomasini, "¿Qué fue la filosofía analítica?", y Eduardo Rabossi, En el comienzo Dios creó el canon: Biblia Berolinensis. Ensayos sobre la condición de la filosofía.

4 Me he ocupado con anterioridad de la síntesis de corrientes de la filosofía latinoamericana en el primer capítulo de mi libro El búho y la serpiente: ensayos sobre la filosofía en México en el siglo XX.

5 Me he ocupado con mayor amplitud de este tema en el capítulo tres de mi libro México sin sentido.

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