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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.53 no.61 Ciudad de México nov. 2008

 

Reseñas bibliográficas

 

Héctor Zagal (ed.), Tópicos y Marcelo Boeri (ed. invitado) Tópicos

 

Ricardo Salles*

 

Revista de Filosofía, no. 30 (2006) y Revista de Filosofía, no. 30 bis (2006).

 

*Instituto de Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México. rsalles@servidor.unam.mx

 

Con este número 30, acompañado del número monográfico 30 bis, Tópicos celebra quince años de existencia. Es una ocasión digna de celebrarse porque se trata, sin duda, de una de las revistas de filosofía más importantes en lengua hispana. Lo primero que salta a la vista, después de una comparación inicial entre estos dos números y los primeros de la revista, son cambios formales notorios. El diseño de la portada es nuevo y más elegante; la caja de la página cambió, ahora se parece más a la de un libro y le da un aspecto más profesional. Asimismo, la tipografía está mucho más cuidada. Por sí solo, este hecho torna más agradable la lectura de la revista. Todos estos cambios son positivos.

También son positivos, por supuesto, los cambios de fondo, los cuales son numerosos y sustantivos. El índice general de la revista (pp. 249–271 del número 30) es prueba de que Tópicos se ha convertido, según lo apunté al principio, en una de las mejores revistas de filosofía de Iberoamérica. Uno de sus rasgos constantes ha sido la calidad individual de sus artículos. Se puede apreciar en cada número que, como debe ser, el proceso de dictamen por el que atravesaron fue estricto. Se buscó, en todos los casos, la claridad expositiva y la precisión conceptual. Se trata, pues, en su mayoría, de textos que sirven de modelos de trabajo académico de investigación. Otro rasgo positivo y constante de Tópicos complementa al anterior; se trata de la alta calidad del trabajo editorial, a cargo de Héctor Zagal. Para que una revista académica sea buena, no basta que publique buenos artículos; es necesario, además, que el editor sepa combinarlos entre sí para armar cada número. Los números no monográficos de la revista, que son la mayoría, revelan, en este sentido, una labor editorial ejemplar. En ellos se nota un equilibrio frecuente entre el número de autores que ya ocupan un lugar destacado en su especialidad y el de autores más jóvenes, pero no por ello menos valiosos. Esta muy sana heterogeneidad se manifiesta asimismo en el plano temático y metodológico. Los trabajos rara vez provienen todos de una misma tradición, línea o escuela. Esto, claro, va de la mano con el carácter internacional de Tópicos. Este rasgo se ha venido acentuando con los años, lo cual a mi modo de ver es algo bueno, pues en la actualidad las mejores ideas filosóficas circulan internacionalmente. Suelen ser intelectualmente muy pobres aquellas comunidades filosóficas que en términos geográficos se encierran sobre sí mismas, sin ni siquiera desear enterarse de lo que se investiga en otros países o lugares. Es evidente que éste no es el caso de Tópicos y un buen ejemplo de ello son los dos números a los que se refiere esta reseña.

Sobre los números monográficos que ha publicado Tópicos, quiero observar que, cuando su edición ha recaído sobre el propio Zagal, el resultado ha sido bueno. Sin embargo, al menos parte del mérito también es suyo cuando ha dejado la labor editorial en manos de un editor invitado; siempre ha sabido escoger a la persona adecuada y una indiscutible muestra de ello es justamente el número 30 bis, editado por Marcelo Boeri y dedicado a la Física de Aristóteles.

A mi juicio es una lástima que, por presiones de las fuentes de financiamiento con que se puede contar en este país, las revistas académicas mexicanas en general, no sólo Tópicos, se vean prácticamente obligadas a no publicar números monográficos o, en todo caso, a disfrazarlos de números no monográficos. Es una lástima porque los números monográficos suelen marcar hitos en la historia de una revista. Piénsese, por ejemplo, en la prestigiosa revista Mind, que en 2005 dedicó su número 456 a celebrar los cien años de "On Denoting" de Bertrand Russell. Se trata del artículo famoso en que Russell presenta su teoría de las descripciones. Es una de las teorías clave de la filosofía del lenguaje del siglo XX. Nadie en su sano juicio se atravería a decir que, por ser monográfico, hubiera sido mejor que Mind no dedicara el número 456 a celebrar el artículo de Russell. Espero que, a pesar de esta limitación que ha sido impuesta a las revistas académicas mexicanas, Tópicos siga publicando números monográficos.

Tengo comentarios de detalle sobre el contenido de ambos números. Empezaré con el 30. Algunos de sus artículos son versiones revisadas de ponencias que se dictaron en el Coloquio Internacional "Verdad y Praxis", celebrado en septiembre de 2005 en la Universidad Panamericana. De los seis artículos, cinco se restringen al estudio de un tema en un autor particular. El primero, de Gil Martín, versa sobre Habermas; el segundo, de Alejandro Llano, sobre Aristóteles; el tercero, de Ordóñez Díaz, sobre Anaximandro; el quinto, de Alejandro Vigo, sobre Gadamer, y el sexto, de Franco Volpi, sobre Wittgenstein y Heidegger. En lo que sigue, me centraré en este último.

El trabajo de Volpi —"La maravilla de las maravillas: que el ente es"— es impactante. Además de satisfacer estándares muy altos de claridad expositiva y de minucia en la investigación de fuentes, arroja luz sobre un aspecto conocido, pero poco ventilado, de Wittgenstein. Se trata de la cercanía que el propio Wittgenstein percibió entre la mística de su ética y la mística del existencialismo de Heidegger. Es bien sabido que, para el Wittgenstein de la Conferencia sobre la ética y del Tractatus, los enunciados éticos, metafísicos y religiosos pretenden expresar lo inexpresable y, por ello, son sinsentidos que "arremeten contra los límites del lenguaje". Sin embargo, lejos de intentar erradicar del discurso humano este uso sinsentido del lenguaje, Wittgenstein le reconoce un lugar ineliminable y valioso en nuestras vidas. Según él: "[l]o que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría".1 Pues bien, la semejanza que el propio Wittgenstein habría percibido entre esta teoría suya y el existencialismo de Heidegger estriba en la tesis que éste desarrolla de que es imposible articular discursivamente el sentido del mundo en su totalidad, el cual sólo puede expresarse emocionalmente mediante el sentimiento de angustia. Wittgenstein, según señala Volpi (pp. 213–214), se refiere de manera explícita a esta semejanza en una conversación que tuvo con Moritz Schlick en 1929, recogida por escrito por Friedrich Waissman. Pero, como también lo recuerda Volpi, los albaceas de Wittgenstein eliminaron esta referencia al nombre de Heidegger en la primera edición del texto de Waissman, que sólo se publicó tardíamente, en 1965, en el número 74 de la revista Philosophical Review. En otras palabras, los albaceas de Wittgenstein intentaron manipular su obra para que ésta se ajustara mejor a los prejuicios que ellos mismos tenían contra Heidegger. Ahora bien, nada de esto es realmente nuevo y la originalidad del artículo de Volpi no radica en mencionar estos hechos, sino estriba, más bien, en el espíritu con que fue escrito. Uno de sus principales propósitos es denunciar el sectarismo filosófico a través de argumentos minuciosos y del estudio bien documentado de un caso particular: un incidente ocurrido, en 1965, en el propio seno de la filosofía analítica. Por esta razón, textos como el de Volpi son muy valiosos.

Pasemos ahora al número 30 bis, una excelente monografía sobre la Física de Aristóteles. El editor invitado, Marcelo Boeri, gran conocedor de esta obra, es el autor de varios trabajos anteriores sobre ella y, en particular, de traducciones anotadas de sus libros I, II, VII y VIII.2 Este conocimiento especializado de la Física le permitió elegir para este número monográfico de Tópicos un equipo de colaboradores de primera categoría en el mundo de habla hispana.

El número empieza con una presentación breve pero sustantiva de su contenido, la cual nos ayuda a situar este número monográfico dentro de los estudios aristotélicos contemporáneos sobre la Física. Quisiera citar las palabras del propio Boeri:

Como resultará obvio para cualquier lector atento, este volumen no pretende ser exhaustivo: dado el altísimo grado de especialización a que ha llegado la investigación aristotélica de las últimas décadas, sería difícilmente posible pretender abarcar la totalidad de los temas de la Física en un solo volumen. Sin embargo, creo que este número de Tópicos presenta un tratamiento más o menos detallado de los temas que discute cada artículo, y que los temas son lo suficientemente abarcadores como para dar una idea de algunos de los tópicos clave de la física aristotélica. (p. 14)

Los temas de los trabajos ocupan, en efecto, lugares clave dentro de la Física. El de Paloma Baño y el de Alejandro Vigo abordan el problema del tiempo en su relación con el cambio. Los artículos de Fabián Mié y del propio Marcelo Boeri versan sobre la naturaleza del cambio y la aparente paradoja que conlleva su explicación: para que tenga sentido afirmar que algo cambia es preciso que haya en él algo que no cambia. Explicar el cambio es el desiderátum principal de teorías aristotélicas tan fundamentales como la del acto y la potencia, la cual es tratada por Jorge Mittelman. Para concluir, me referiré un poco más largamente a los trabajos de Alberto Ross y Gabriela Rossi.

Ross y Rossi estudian el alcance de la teleología aristotélica, y en ambos artículos se aborda el tema ya clásico de cuál es, dada la teleología, el lugar que ocupa el azar dentro del mundo sublunar. En ambos casos se nos recuerda que, para Aristóteles, son azarosos aquellos sucesos que, no siendo la finalidad de nada, sólo pueden darse en el marco de procesos que tienen una finalidad. Pensemos en el hombre que va al ágora y encuentra a su deudor. Según la conocida versión del libro II de la Física esto fue una coincidencia, porque el hombre no fue al ágora para buscar al deudor, sino por otro motivo. Si hubiera ido con ese fin en mente, el encuentro no hubiera sido, por sí solo, una coincidencia. Por lo tanto, esto establece una condición necesaria para que un suceso sea azaroso: si es azaroso, no puede ser parte de la finalidad por la cual se realizó el suceso que lo causó. Pero en el capítulo 4 del libro II y, sobre todo, en el capítulo 9 de ese libro, Aristóteles también sugiere una segunda condición, a saber: los sucesos azarosos, a pesar de carecer ellos mismos de una finalidad, ocurren necesariamente en el marco de sucesos más amplios que sí están dotados de finalidad. Regresando al ejemplo anterior, si el deudor no hubiera ido al ágora por algún motivo no habría encontrado a su deudor. Esto es, no habría ocurrido el suceso azaroso en que consiste el encuentro. En general, el azar presupone la teleología: en un mundo donde no hubiera fines que explican por qué suceden ciertas cosas, tampoco habría sucesos azarosos.

Con ello, Aristóteles reduce hasta cierto punto el azar a la teleología. No obstante, pese a ser reduccionista, la tesis de Aristóteles es sumamente débil, y esto es algo que ni Ross ni Rossi parecen recalcar. La tesis de que no habría sucesos azarosos en un mundo sin fines no es, en sí misma, un paso significativo en la demostración de que el mundo natural en su conjunto está regido por la teleología. La razón es que esta tesis no implica, por sí sola, que la mayor parte de los sucesos que ocurren en el mundo tengan una finalidad. Lo único que implica es que, si hay sucesos azarosos, existe al menos un suceso dotado de finalidad. Pero ese suceso puede ser único. Por ejemplo, un físico antiguo podría sostener que el agua del mar se evapora para alimentar al sol, pero que todos los demás sucesos que ocurren en el mundo sublunar carecen de finalidad porque son meros efectos concomitantes de ese proceso básico. Ésta es una teoría reduccionista, como la de Aristóteles, pero, a diferencia de la de él, teleológicamente muy pobre. Para establecer que el mundo natural en su conjunto, o en gran parte, obedece a fines —lo cual se identifica con lo que Aristóteles quiere defender— se necesitan otros argumentos complementarios. Por lo tanto, su teoría reduccionista del azar no es, ni puede ser, una parte fundamental de esa argumentación teleológica. En el número 30 bis de Tópicos se tratan varios temas que, como éste, son materia de discusión, tanto filosófica como filológica. Pero, justamente, no hay nada más gratificante para un estudioso de la filosofía antigua que la lectura de interpretaciones que estimulan la imaginación y la polémica. En consecuencia, me permito felicitar de nuevo a Héctor Zagal y a Marcelo Boeri por su trabajo editorial en este número de Tópicos.

 

Notas

1 "Lecture on Ethics", Philosophical Review, vol. 34 (1965), p. 12, traducción de Volpi, citado en la p. 224 de su artículo.        [ Links ]

2 Aristóteles, Física. Libros I–II, trad., introd. y notas de Marcelo Boeri, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1993,         [ Links ]y Aristóteles, Física. Libros I–II, trad., introd. y notas de Marcelo Boeri, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2003.

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