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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.53 no.61 Ciudad de México nov. 2008

 

Reseñas bibliográficas

 

Esther Cohen, Los narradores de Auschwitz

 

Mateo Navia Hoyos*

 

Fineo, México, 2006, 140 pp.

 

*Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia. ultimaletra@gmail.com

 

vistos de cerca no tenemos peso,
no tenemos influencia sobre las cosas*

 

Las producciones de la industria editorial y cinematográfica reflejan el incremento en las investigaciones sobre el holocausto. La abundancia de perspectivas y opiniones enmaraña lo correcto de lo incorrecto, incluso en cuanto a documentación histórica se refiere. Con ello, la confianza del lector se confunde entre los testimonios de los cautivos y de los captores. En palabras de Primo Levi refiriéndose a sus captores luego de su liberación: "la gente dirá que los hechos que contáis son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada y nos creerá a nosotros, que lo negaremos todo, no a vosotros. La historia del Lager,1 seremos nosotros quien la escriba" (p. 52). Sin embargo, un paso en el proceso de esclarecimiento puede darse cuando preguntamos: ¿cómo logra la voz de la víctima transmitir en su escritura la experiencia vivida, si al pasado lo habitan fantasmas, y la imaginación puede colarse de modos diversos?, ¿cómo comunicar las monstruosidades que parecen propiedad de la imaginación? El reto de la escritura se traslada al lector que desconfía. Así, si las vivencias son narradas de maneras diferentes, con alegría o con espanto, desde la evidencia de haber permanecido en cautiverio, o como la intuición de futuros despliegues asesinos, la última palabra no ha sido pronunciada, y la desconfianza del lector puede continuar en aumento.

Creer o no creer sólo puede derivar de un conocimiento de la situación, el cual podrá acrecentarse con la lectura de Los narradores de Auschwitz. La compleja investigación realizada por Esther Cohen retoma desde diversos narradores el fenómeno del holocausto, delimitando varias cuestiones importantes que deben ser analizadas. Las problemáticas intervenciones de la imaginación para la memoria y el recuerdo, la desaparición del nombre y la marca numérica en el antebrazo, la tristeza, el espanto y el horror como motores de escritura, pero también la sonrisa y la inocencia. De este modo, presentar Los narradores de Auschwitz implica inclinarnos e ingresar en un sinnúmero de contenidos interesantes aunque espeluznantes, pues en la experiencia concentracionista,2 habitar, por ejemplo, es sumamente problemático.

Si bien el libro contiene diez apartados, cada uno de los cuales podría abordarse de manera aislada, el título y algunos puntos de contacto logra reunirlos con un buen grado de consistencia. Más allá del simple contacto que puede insinuarse con narradores de Auschwitz —alusión que incluso resultaría imprecisa si se tienen en cuenta las relevantes anotaciones sobre Walter Benjamin y Franz Kafka como avisadores—, la investigación está enriquecida por la toma de posición, de parte de la autora, ante diversas posturas filosóficas e históricas. Las abundantes referencias bibliográficas, antes que entorpecer el complejo fenómeno del holocausto —o el Hecho, como diría Elie Wiesel—, se articulan de manera sustanciosa en beneficio de la presentación de dicho acontecimiento.

Con respecto a los autores en los cuales Cohen pone énfasis, pueden mencionarse a Kafka y Benjamin como los vaticinadores del horror que se extendería por toda Europa;3 Primo Levi como el intrépido químico que, con fuerza e inmediatez, plasmó la experiencia de los campos cuando muchos ansiaban callarlos; el filólogo judío Victor Klemperer, quien, desde su vivencia fuera de los campos de concentración, además de relatar el progresivo arrinconamiento al que fueron conducidos los judíos en su cotidianidad, realiza estudios sobre las transformaciones del lenguaje implementadas por los conductores del nacionalsocialismo;4 Hans Mayer alias Jean Amèry, el intelectual que, luego de atravesar los campos de la muerte, emerge con un resentimiento motor de expiación y expresión; Imre Kertész, el adolescente que sale de los campos para relatar, de manera asombrosa con una sonrisa en los labios, la experiencia de quien sobrevive, de quien le dice sí a la vida; Etty Hillesun, quien, en principio desde una candidez especial vive los campos de un modo natural y hasta feliz, pero luego, al ofrecérsele el cargo como colaboradora de los Judenräte (Consejos Judíos) se niega a participar en el tráfico y negociación del número de judíos que eran transportados hacia las cámaras de aniquilación; y el Albert Camus de La peste (1947), quien, desde una simulada situación de peste filtra las atrocidades llevadas a cabo por la barbarie que ha herido y lacerado a Europa.

Los temas desarrollados por Esther Cohen son tantos que una breve presentación no puede abarcarlos; sin embargo, considero que la enunciación de algunas temáticas sobresalientes puede dar una idea de esta investigación en la que han sido utilizados diarios, testimonios, relatos, cuentos y novelas, y también textos filosóficos, estéticos, históricos, antropológicos, e incluso, lingüísticos y filológicos.

Cuando se invocan los narradores, y particularmente los "sobrevivientes"5 de Auschwitz, surge la cuestión ya presentada sobre el valor de los testimonios. Sobre los textos escritos por testigos de Auschwitz, del holocausto, o inclusive, del gulag, Cohen alude a diversas posiciones que se han pronunciado frente a la construcción del testimonio o la escritura como tal del relato. Si bien el acto de memoria y recuerdo no está exento de la imaginación que se filtra, la escritura para volverse literaria requiere, en la traducción de las emociones y vivencias, de cierto artificio. Esta posición, tomada de Jorge Semprún, alude al requerimiento estético que el arte le impone al testigo que ha de relatar su historia. En el mismo contexto, mientras existe el riesgo del abuso en la escritura, y la emergencia, para algunos desenfrenada, de publicaciones de testigos, autores como Hayim Yerushalmi proclaman mayor terror por olvidar que por tener demasiado que recordar (cfr. p. 18).

Para los narradores que soportaron un determinado periodo en los campos del exterminio y la desintegración de la dignidad, la cuestión sobre el nombre propio sufrió importantes transformaciones con la liberación. A los reclusos se les asignaba un número que les era marcado, como a las reses, en sus antebrazos, y estas marcas acentuaban la desaparición del nombre propio. Así, después de la liberación, los "sobrevivientes" más que preocuparse por el retorno a sus casas, debían retornar a sí mismos. Retorno sobre sí que difiere de la identidad que se conforma con el crecimiento o la educación, vuelta sobre sí pero dislocada y culpable. La culpa y la vergüenza de permanecer en un mundo habitado por fantasmas, por recuerdos que se cuelan en la memoria y los sueños. Temor de la noche y del día, de la luna y del sol. Miedo de la vida que ya no promete nada para el plano social.

La decisión por escribir se encuentra en una encrucijada. Pues, ¿cómo describir con la escritura aquello que no se puede decir? ¿Cómo decir lo imposible con palabras? ¿Cómo decir lo indecible? Pues la vivencia de los campos de concentración, la experiencia del horror y de la absoluta negación de la vida humana, había abolido cualquier posibilidad de lenguaje, había asesinado la posibilidad del diálogo, de la palabra. Con todo, la proeza consistiría en levantar una escritura desde el lodo al cual habían sido arrojados, avivando las palabras con calor humano para narrar con ellas lo imposible, hasta asegurarle a la posterioridad una escritura que emerge de los campos de concentración, y confiesa lo inenarrable.

En el tratamiento de cada uno de los hombres y mujeres aludidos en la investigación, Cohen despliega sus análisis con destacados filósofos e intérpretes del holocausto nazi. Hannah Arendt, Jacques Derrida, Roland Barthes, Vladimir Jankélévitch, Martin Heidegger, Tzvetan Todorov, Yehuda Bauer, Paul Celan, Ian Kershaw, Raul Hilberg. Incluso referencias pictóricas como George Grosz, o fílmicas como Claude Lanzmann, encuadran esta investigación que parece dirigirse a todos aquellos que llegaron en silencio, carentes de peso, fantasmas y ya no hombres que regresaban a casa. ¿Sobrevivieron, o simplemente se les aplazó el tiempo de su muerte? Tal vez sólo les quedaban algunas letras sueltas porque incluso el nombre había sido descoyuntado. Una letra o un signo, sus cuerpos ausentes de presencia, señalaban la nulidad de no tener relación ni con las cosas que los rodeaban. La investigación de Esther Cohen tributa a todos ellos, los nombra por sus nombres, les confía el descubrimiento y el padecimiento de la barbarie que desde aquel terrible acontecimiento habita el mundo, les otorga la palabra que dice: ¡Alerta, hombres del mundo, el germen de la barbarie ya es parte de nosotros!6

La posición manifestada por Esther Cohen logra instalarse en una respetable e importante ecuanimidad por su tratamiento de los hechos. Por ejemplo, si bien el contexto del holocausto está relacionado, como guerra, con las guerras que se habían producido en la Antigüedad —en las cuales el horizonte consistía en retornar para narrar sus aventuras—, a los hombres que retornan de los campos sólo los espera el silencio y la vergüenza, la culpa, incluso, de haber sobrevivido. Del mismo modo, aun con la apreciación de la inhumana conducta de los nazis, Cohen le da relevancia al papel desempeñado por aquellos judíos que estuvieron detrás de los crímenes,7 propiciando que acontezca en el lector una disminución en la emotividad intrínseca a los testimonios, permitiéndole, a su vez, que construya su propio criterio. Así, con el libro Los narradores de Auschwitz de Esther Cohen, estamos ante una investigación que plasma un análisis imparcial del fatídico acontecimiento del holocausto nazi, y que aporta a las discusiones sobre este fenómeno entrelazamientos relevantes que deben ser atendidos.

 

Notas

* Robert Antelme, La especie humana, trad. Trinidad Richelet, Arena Libros, Madrid, 2001, p. 77.        [ Links ]

1 La palabra alemana Lager alude como sustantivo al "campo", y como verbo lagern a "almacenar" (concentración).

2 Término acuñado para aquellos y aquellas que vivieron y experimentaron los campos de concentración.

3 "Ya no habrá más lenguaje capaz de dar cuenta de estos muertos despojados de su propia muerte. Y Benjamin parece haberlo vislumbrado en el mutismo de los soldados que vuelven, desde 1918, sin experiencias que relatar, sin historias que contar" (p. 46).

4 "El terror absoluto del totalitarismo nazi, pues, no sólo se dio a través de la mutilación y la muerte físicas, sino de manera singular, por medio del control de todo un alambrado lingüístico que vino a amputar cualquier ejercicio de pensamiento y, por supuesto, de crítica" (p. 77).

5 "Aprender a habitar es, para el filósofo, el imperativo de todo ser en el mundo. Y habitar quiere decir, para Heidegger, construir, hacer habitable, edificar un lugar a partir de la reunión de espacios. Pero, ¿cómo construir cualquier cosa, incluso una palabra, cuando los campos, y en este sentido el filósofo alemán guardó silencio, habían sido edificados para cancelar cualquier expresión de humanidad?" (pp. 31–32). Estas palabras sobre el "habitar" interfieren de manera directa con cualquier acercamiento a la comprensión sobre el, la o los "sobrevivientes". Pues, ¿quedaron los sobrevivientes en capacidad de construir, de edificar o hacer habitable algún otro espacio, luego de que se les había aniquilado cualquier expresión de humanidad? El sobreviviente, en esta perspectiva, tendrá que conformarse o dedicarse a intentar habitar lo inhabitable, a construir lo imposible de construir. Ya lejano, ya perdido, su voz se golpea con el pasado que se interpone en su presente y su futuro.

6 Las dos citas siguientes tejen la red de la presencia de la barbarie: por un lado, "Quien carece de la dimensión de la memoria queda excluido de la capacidad de olvidar y quien no olvida está condenado a vivir siempre la misma historia en una especie de espiral eterna" (p. 30); y por el otro, las palabras literales al final del libro dicen: "habrá que estar alertas a la barbarie de la peste que desde ya nos habita" (p. 131).

7 En este punto puede mencionarse que Esther Cohen no evade aquella famosa discusión, ya memorable, sobre la banalidad del mal, provocada por Hannah Arendt y el caso de Adolf Eichmann.

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