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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.53 n.61 Ciudad de México Nov. 2008

 

Reseñas bibliográficas

 

Pablo Lazo Briones, La frágil frontera de las palabras. Ensayo sobre los (débiles) márgenes entre filosofía y literatura

 

Carlos Mendiola Mejía*

 

Universidad Iberoamericana/Siglo Veintiuno, México, 2007, 272 pp.

 

*Departamento de Filosofía, Universidad Iberoamericana. carlos.mendiola@uia.mx

 

Lo que Pablo Lazo hace en La frágil frontera de las palabras podría ser presentado por medio de su propia caracterización de la lectura de libros. En su obra caracteriza la lectura como una interpretación que no sólo recibe y reproduce lo que está en el texto, sino que inventa su conexión y genera su significado. Lazo predica con el ejemplo. Él emplea dos recursos hermenéuticos dinámicos: la adivinación y la comparación. El recurso de la adivinación lo dirige a la indagación de los elementos individuales del texto, mientras que el recurso de la comparación le sirve para identificar los términos generales. Con esta actividad heurística, los términos se conectan entre sí, se les inventa un significado, un nexo posible; aunque esta conexión e invención tienen un marco de acción siempre dentro de un cierto uso ya vigente entre ellos.

De su propuesta de la caracterización de la lectura de libros desprende la tesis de la obra que nos ocupa, y con base en esa caracterización (hacer la estructura de un texto, no partir de ella), pretende afirmar que se puede leer o hacer filosofía como se lee y se hace literatura. La práctica de la lectura es una y, ya sea literatura o filosofía, debe ser leída de esta manera.

Mientras leía su libro me preguntaba cómo lo clasificaría él. ¿Qué respondería si tuviera que contestar a qué otro libro se parece? En esa comparación entre términos generales —de la que habla y que practica—, ¿de qué obra pensaría él que su libro está más cerca? Esta inquietud me surgía porque Lazo crea su exposición transitando entre la lectura de los más diversos y heterodoxos pensadores. De esta forma, nos hace pasar de un pensador a otro, como si fueran personajes de una batalla que tiene que ganar: demoler esa zanja entre la filosofía y la literatura. Y con esa pregunta (qué libro aceptaría como más cercano al suyo) seguía la saga de esta batalla, enfrentándome a autores que, nos dice Lazo, caracterizan sus escritos como "ensayos de novela lógico psicoanalíticas". Y sentía curiosidad por saber si Lazo quería hacer algo así, hasta que me encontré con una cita enigmática, a la cual él califica de convincente. "Más de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me permitan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir" (p. 225). Entonces pensé que Lazo consideraría su obra cercana a El caballero inexistente de Italo Calvino, donde se nos cuenta la historia de Agilulfo, paladín de Carlomagno, quien sólo se manifiesta, habla y combate a través de su blanca armadura, sin la cual sencillamente no existe. Se trata de un personaje con el que Calvino quiere expresar lo que considera el problema del hombre: la falta de individualidad del hombre, que lo convierte en inexistente. Por eso Calvino dice:

del hombre primitivo que al ser todo uno con el universo, podía denominarse aún inexistente por indiferenciado de la materia orgánica, hemos llegado lentamente al hombre artificial que siendo todo uno con los productos y las situaciones, es inexistente porque ya no se roza con nada, ya no se relaciona (lucha, y a través de la lucha, armonía) con lo que (naturaleza e historia) está a su alrededor, sino que se limita a "funcionar" abstractamente.1

Me parece que, de manera análoga al Caballero Inexistente, Lazo quiere triunfar borrando las fronteras entre filosofía y literatura, quiere escribir sin caer en uno de esos géneros, como el Caballero Inexistente, que se limita a funcionar abstractamente sin relacionarse con lo que está a su alrededor, siendo uno con las situaciones. De nueva cuenta, Lazo predica con el ejemplo, propone que debe ignorarse dicha frontera, lucha para acabar con ella mientras escribe su libro.

A través de cada saga, enfrenta a la dicotomía filosofía y literatura para conservar la unidad. En el primer asalto muestra cómo no habría una definición que lograra abarcar lo que es la literatura ni la filosofía. En el segundo asalto sostiene que, antes que la distinción entre filosofía y literatura, habría una lectura creativa. En el tercer asalto muestra que la distinción entre literalidad y metáfora tiene como base la metáfora.

En lo que sigue, trataré de exponer muy brevemente el desarrollo de la tesis del libro. Por supuesto, mi exposición no puede más que elegir una línea argumental, la cual perderá mucho de las sutilezas desarrolladas en la obra. En esta exposición busco sugerir una pregunta para Lazo, la cual formularé al final.

Como he dicho, Lazo sostiene que la distinción entre filosofía y literatura no tiene sustento, porque se pretende sostener en una dicotomía artificial, la cual quiere colocarlas en dos extremos excluyentes. Por eso, en lugar de tal distinción se propone analizar la unidad que la podría justificar y así evaluar las razones que pretenden mantener la dicotomía. La conclusión es que sólo tenemos esa unidad de la cual debemos partir y mantenernos en ella. "Un texto literario es a veces descripción de nuestro movimiento entre la identidad y la diferencia en donde un pendular entre una y otra cosa es la condena, y precisamente en ese estadio intermedio tiene su valor" (p. 204). En síntesis, Lazo concluye que es mejor mantener la unidad que la distinción.

Mi exposición pretende mostrar que la propuesta de Lazo se sostiene en una valoración que considera mejor mantener la unidad frente a la distinción.

Y, para revelar esa valoración, trataré de destacar cómo se la establece como preceptiva de lo que debe hacerse. Para mostrar esta preceptiva, me parece conveniente conservar la terminología que emplea Lazo en el libro: legitimación espuria y auténtica. El argumento de Lazo pretende sostenerse en estos preceptos: es mejor la unidad que la distinción. Y precisamente esto es lo que critica Lazo de los que pretenden mantener la distinción como dos géneros opuestos: quieren sostenerlo en un supuesto que es mera idealización, pues no se basan en un estudio de lo que de hecho son la filosofía y la literatura, sino en una preceptiva de lo que deberían ser.

Según Lazo, la separación entre los dos géneros pretende sostenerse en lo que se supone son cada uno; pero cuando revisamos en qué se basa esta suposición, encontramos generalidades que no permiten distinguirlos. Esta imposibilidad de definir a la literatura y a la filosofía hace que Lazo sospeche de los motivos de tal distinción, los cuales parecen buscar sólo una preceptiva de cómo deben escribirse sendos géneros. Así, concluye que estos preceptos surgen de idealizaciones de lo que debería ser cada uno de estos discursos, más que de la investigación empírica de lo que son realmente. En cambio, él considera que una investigación empírica de estos discursos no partiría de la distinción entre la literatura y lo que no es literatura, sino de la unidad del hecho de la "producción y recepción de dichos discursos".

Se trata de pensar el acto literario desde su originalidad fecunda, y no desde patrones aprendidos de un manual que ya lo ha dado por interpretado y definido [...]. Tanto desde el punto de vista de su confección como desde la óptica de su recepción, la obra literaria rebasa por completo la serie de rasgos que la tradición le dio. (p. 43)

De esta manera, pretende Lazo haber vencido en la primera batalla contra la distinción entre literatura y filosofía. Si esta distinción pretende basarse en las definiciones a priori de cada uno de los discursos, se vuelve una preceptiva de lo que deben ser y no una descripción de lo que son. Por eso, Lazo recoge la unidad olvidada, "la confección y la recepción de dichos discursos" para analizarla y evaluar si hay un sustento en ella que permita hacer la distinción. Pero, sorprendentemente, parece hacer lo que criticaba de la pretendida definición de filosofía y literatura; ahora él crea una preceptiva de estas actividades o, mejor dicho, de la unidad de "confección y recepción de los discursos". Lazo nos ofrece una preceptiva del acto de leer.

Si somos sólo un medio de una obra completa, absoluta, significa que estamos alienados por la literatura. En realidad no se lee, es decir, no se crea y se transforma un mundo, si sólo nos atenemos a la obra como un absoluto. Por esto el lector, así como el autor, deben tomar postura ya no sólo frente a la obra, sino incluso al mundo en donde esa obra nace, (p. 46)

Lazo reduce esta unidad a una normativa de la manera correcta de leer, ya que, según él, sobre la unidad, confección y recepción de discursos, podemos preguntar qué se exige de mí como lector. Considero que la pregunta y la respuesta son formuladas como una valoración sobre la mejor forma de leer y el lector tiene la decisión sobre cómo prefiere hacerlo. La respuesta de Lazo a esta pregunta consiste en describir una manera "conservadora" de leer que se conforma con el texto como algo acabado en sí mismo, mientras que una lectura arriesgada no se conforma con lo dicho en el texto.2 Describe la lectura conservadora en los siguientes términos: si la obra es considerada como una lección, entonces el relato no puede modificarse y el lector sólo recibe pasivamente todo de ella. Para el lector pasivo la obra no es un acontecimiento, sino sólo una simple lección, una anécdota. En este caso, el lector hace de la obra un objeto autónomo que lo contiene todo y lo más que logra es un proceso de reflexión sobre el lenguaje. En cambio, si el lector se considera creador de la obra, entonces hace algo con el texto: no sólo lo lee, también recompone su significación. Lazo se pregunta qué motiva esta lectura creativa y la respuesta es no conformarse con la obra misma. Esta recomposición de significado es producto de una insatisfacción que hace buscar algo interesante, relevante. Así, cuando el lector creativo tiene esa insatisfacción encuentra algo que está mal y debe modificarse no sólo en el texto, sino también en el mundo. Por lo tanto, me parece que Lazo considera que es mejor la lectura creativa que la pasiva, pues la primera no sólo lee, sino advierte su insatisfacción de aquello que está mal en el mundo.

Entonces la afirmación "la filosofía puede ser leída como literatura y ésta como aquélla" debería formularse como una preceptiva, la filosofía debe ser leída como literatura y ésta como aquélla, porque en lo que quiere respaldar Lazo su afirmación es en la unidad de la lectura correcta, aquella lectura creativa que no sólo se ve motivada a construir el significado del texto, sino también del mundo.

Pero Lazo le da un segundo aire a la pretensión de distinguir entre filosofía y literatura; podría ser que el lector, en su necesidad de legitimar su comprensión del discurso, tuviera que recurrir a la distinción y, para hacer valer su creación del significado, diría que se trata de literatura o de filosofía. En este caso, Lazo continúa con la preceptiva de la lectura: hacer lo anterior, recurrir a la distinción para legitimar la comprensión, sería una "legitimación espuria", porque equivaldría a presuponer una distinción que no surgió de la comprensión, sino de un prejuicio que funciona de manera independiente a la articulación del significado en el interior del texto. Esta legitimación es producto del deseo de seguridad y control, el cual produce definiciones altamente sistemáticas. Por el contrario, una "legitimación auténtica" no remite a supuestos externos al texto, pues siempre es producto de la articulación interna de su significado. Esta legitimación está en constante riesgo de la indefinición, pero abierta a la riqueza de significaciones del texto, asumiendo la provisionalidad de sus afirmaciones.

La provisionalidad de las afirmaciones de la legitimación auténtica depende de los criterios de evaluación de las afirmaciones. La "legitimación espuria" supondría un modelo de verdad como correspondencia con algo que "está ahí afuera" del texto. En cambio, la "legitimidad auténtica" supone un criterio contingente que sólo depende del uso o desuso de ciertas formas de hablar. Quien asume una "legitimación auténtica", supone que los discursos no tienen un referente de necesidad, porque el lenguaje es contingente y, por consiguiente, la distinción entre filosofía y literatura no podría sostenerse en el criterio de verdad. Un discurso sólo es apropiado por el mero uso contingente de metáforas cada vez más útiles y no por la captación de una naturaleza independiente al discurso. El hecho de que el lenguaje sea metafórico no permite detener la historia de significación en algo que podamos llamar literal, porque a su vez sería una metáfora más.

Por lo tanto, la unidad ha sido todavía más reducida, debemos leer de manera creativa, evitando legitimar nuestra lectura con supuestos externos al texto. "Lo que he llamado legitimación auténtica' de un texto es el resultado de un proceso individual de lectura o de escritura, resultado que siempre presenta las aportaciones de cada intención y de cada precomprensión de ese individuo" (p. 100).

Para terminar quiero formular la pregunta que he tratado de sugerir en todo lo dicho antes. Lazo plantea que borremos la distinción entre filosofía y literatura, sosteniendo su propuesta en una valoración. Mantener la distinción es producto de una lectura equivocada, no porque no logre comprender el texto, sino porque se conforma con eso, con comprenderlo. La lectura conservadora parte de la distinción, mientras que la lectura creativa transforma el significado ignorando esa distinción. Me parece que Lazo considera que es mejor la lectura creativa. Entonces, el argumento de Lazo, por sostenerse en una prescripción, no aspira a demostrar que las fronteras no existan, ya que de hecho existen y es producto de esa posición conservadora que pretende mantenerse segura gracias a ella. Por el contrario, Lazo sólo busca decirnos que las cosas podrían ser mejores si dejamos de suponer tal frontera. Por lo tanto, combate con una idealización la distinción entre filosofía y literatura.

 

Notas

1 Italo Calvino, Nuestros antepasados. El vizconde demediado. El barón rampante. El caballero inexistente, trad. Esther Benítez, Alianza Tres, Madrid, 1977, pp. 402–403.        [ Links ]

2 Cfr. p. 45. Reduzco el criterio a dos opciones en beneficio del propósito de mi exposición, pero no quiero dejar de mencionar que Lazo propone tres posibilidades: un medio, un colaborador y un creador de la obra.

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