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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.66 no.243 Ciudad de México sep./dic. 2021  Epub 31-Ene-2022

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2021.243.72383 

Dossier

Movilizaciones sociales de un cambio de época. El movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia

Social Mobilizations of a Changing Era. The Yellow Vests Movement in France

Maribel Núñez Cruz* 

Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, UNAM, México. Correo electrónico: <maribelnunez1@hotmail.com>.


RESUMEN

Las teorías de los movimientos sociales enfrentan hoy el reto de explicar una nueva modalidad de configuración, que rompe tanto con las lógicas de las sociedades industriales como con los llamados “nuevos movimientos sociales”. El caso de los Chalecos Amarillos en Francia se inscribe en los llamados movimientos en red por su uso intensivo de las redes sociales. Se caracterizan también por su distancia de actores políticos tradicionales como partidos y sindicatos. Otra de sus peculiaridades es la de no admitir o no edificar liderazgos reconocidos por sus participantes. Asimismo, no es raro que estas movilizaciones convoquen al mismo tiempo a personas cuyas ideas pueden identificarse con la extrema derecha o la extrema izquierda o con ninguna de éstas, por lo que algunos las califican de “posideológicos”. Estos movimientos en red suelen alejarse de un estilo de movilización que se considera “políticamente correcta” y, en ocasiones, justifican el uso de la violencia. Sus demandas suelen considerarse imprecisas y hasta contradictorias, pero constituyen movimientos que contribuyen al empoderamiento de sectores precarizados y marginados de las decisiones políticas y económicas y, al cuestionamiento de la hegemonía cultural de las clases superiores. El objetivo de este artículo es mirar el caso de los Chalecos Amarillos a la luz de estas nuevas formas de expresión de protesta social.

Palabras clave: chalecos amarillos; nuevos movimientos sociales; Movimientos en Red; violencia; movimientos transversales y sin líderes

ABSTRACT

Social Movement theories currently face the challenge of explaining a new kind of social movement, different from those of industrial societies and the so-called New Social Movements. Mobilizations like those of the Yellow Vests in France are network movements because of their intensive use of social networks. They are also characterized by their distancing from traditional political actors such as political parties and trade unions. Another particularity is that they do not admit or build leaderships that are recognized by all participants. They also bring together people whose ideas identify with the far right, the far left or neither, which is why these movements have been deemed post-ideological. They often move away from a mobilization style that is considered politically correct, and sometimes justify the use of violence. Lastly, their demands are considered unspecific and even contradictory, but they constitute movements that contribute to the empowerment of precarious sectors that are marginalized from political and economic decisions, as well as to the questioning of the cultural hegemony of the upper classes.

Keywords: yellow vests; new social movements; network movements; violence; transversal leaderless movements

Introducción

El análisis del movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia muestra las limitaciones de las principales aproximaciones que provienen de las teorías de los movimientos sociales que suelen encontrar cierta unidad al interior de los mismos en torno a una definición del campo de acción, así como de los medios y los fines de los actores colectivos organizados. Si bien teóricos como Touraine, Melucci o Boaventura de Sousa parten de que los movimientos sociales tienden a defender sus intereses por vías no institucionalizadas y que, por lo tanto, presionan o transgreden los límites del orden social y político frente al cual se inconforman, el caso de los Chalecos Amarillos plantea la necesidad de pensar teóricamente sus peculiaridades, las cuales parecieran anunciar una nueva época de movilizaciones posideológicas en la medida en que expresan conflictos que no pueden ser reducidos a la oposición binaria izquierda vs. derecha y dado su rechazo a los partidos políticos y los liderazgos. Los Chalecos Amarillos constituyen un movimiento sui generis que hace aparecer masivamente en la escena pública a diversos actores periféricos conformados por una clase media precarizada y clases populares que se sienten desplazadas en un amplio sentido (cultural, política, social, económica y hasta territorialmente) por los sectores privilegiados, a los que perciben como brutalmente insensibles y alejados de sus necesidades y aspiraciones.

En este artículo se hará una revisión de distintos aspectos del movimiento que surgió en Francia en 2018 y un breve recuento de algunos movimientos sociales que le antecedieron y que permitían anticipar algunos de sus rasgos más característicos. También se presenta aquí una reflexión acerca de las distintas posturas de actores colectivos e individuos frente a la presencia cada vez más común de un sector que tiende a la generación de violencia en las movilizaciones, como en el caso de las numerosas manifestaciones de los Chalecos Amarillos de las que dan cuenta de manera sucesiva con la denominación Act I, II, III, etcétera.

La importancia del movimiento de los Chalecos Amarillos va más allá de cómo su presencia en la escena púbica de Francia modificó el paisaje político francés. Dicho movimiento cristaliza las dificultades que tienen las élites políticas tradicionales para lidiar con una nueva clase de movilizaciones que rechazan la negociación y la representación política, y que constituyen un reclamo masivo de aquellos que han sido dejados de lado y que se sienten condenados a la precariedad y a la irrelevancia.

Movilizaciones contra el “consenso neoliberal”

“Se ha dicho que los ‘chalecos amarillos’ eran una suerte de Francia invisible.

En realidad era invisible sólo para los que no quisieron verla”.

Michel Wieviorka

En este apartado se hará una rápida mención de algunos movimientos sociales recientes que comparten con el movimiento de los Chalecos Amarillos el rechazo al orden que resulta de la globalización neoliberal, pese a la diversidad de sus agendas. Estas movilizaciones expresan un descontento que modifica el paisaje político en distintas regiones del mundo y permiten vislumbrar aspectos que apuntan a inaugurar una nueva etapa de movilizaciones sociales.

Las teorías de los movimientos sociales que solemos identificar con la obra de importantes sociólogos como Alain Touraine, Alberto Melucci, Michel Wieviorka, Manuel Castells o Charles Tilly enfrentan hoy el reto de explicar una nueva modalidad de movilizaciones sociales que rompe los moldes de las que tuvieron lugar en el marco de las llamadas sociedades industriales y de los llamados nuevos movimientos sociales, como se denominó a aquellos que surgieron en la década de 1970 y que se caracterizaban por tener una agenda distante de la del movimiento obrero y se organizaban en torno a demandas de las mujeres y los diferentes grupos de la diversidad sexual, ambientalistas, etc.

En las décadas de 1980 y 1990 se experimentó la sensación de vivir en una época de creciente despolitización y de un individualismo abismal. Las posturas posmodernas hablaban del fin de los grandes relatos o narrativas de la sociedad y se temía que la ausencia de las mismas y el proceso de desintegración social deliberada que va de la mano del ascenso del neoliberalismo (crisis del sindicalismo, flexibilidad laboral) condujeran incluso a la desaparición de los movimientos sociales.

No obstante, las reacciones al llamado “horror económico” que resultó del capitalismo salvaje y que provocó una precarización acelerada que afectó a amplias capas de la población no se hizo esperar. En México tuvo lugar el levantamiento del EZLN en 1994, que anunciaba una primera gran reacción a la globalización de corte neoliberal. En cuanto a Europa, el primero que expresó un rechazo masivo contra el neoliberalismo fue el movimiento de 1995 en Francia, que hizo estallar una huelga contra la reforma de la seguridad social. Desde entonces se darían muchas manifestaciones más del llamado “movimiento altermundista”, cuya acción más emblemática fue la contracumbre de Seattle en 1999, a la que siguieron las de Davos, Washington, Praga, Génova y Hamburgo.

Ya instalado el siglo XXI, surgieron el Movimiento de los Indignados o 15-M en España y el movimiento Occupy Wall Street (#OWS) en muchas plazas de ciudades estadounidenses, ambos en 2011, así como la llamada Primavera Árabe (2010-2012). Indignados y #OWS surgieron también de un fuerte cuestionamiento de las consecuencias humanas, sociales ambientales y políticas de la globalización neoliberal, incluyendo la precarización de millones de personas, un proyecto civilizatorio que causa destrucción ambiental y un modelo económico que combate la solidaridad y promueve el individualismo. Pese a coincidir grosso modo en el diagnóstico de los males que aquejan a la humanidad y al medio ambiente, cada uno de los movimientos sociales citados enfatizó temas específicos. Al interior, por ejemplo, de la protesta de la Puerta del Sol, surgieron distintos colectivos temáticos que se llamaban “mareas” y se especializaban en denunciar la migración forzada de españoles en busca de oportunidades laborales, combatir la privatización de la sanidad, la marea azul por la defensa de la red de agua pública, la marea verde por la educación, contra los desahucios y por la vivienda, etc.

Por su parte, #OWS se centró en el cuestionamiento del poder fáctico de las corporaciones y los bancos que debilitaban el sistema democrático. Además cuestionaron la enorme concentración de la riqueza del 1 % de la población y se planteaban modos de empoderamiento para contrarrestar a la escasa minoría que concentra los ingresos, con la consigna “Somos el 99 %”.

La llamada Primavera Árabe (2010-2012) tiene en común con el 15-M y con #OWS que sus plantones, acampadas, asambleas y movilizaciones fueron posibles gracias al uso de las redes sociales. Además, fue la expresión de un reclamo contra gobiernos autoritarios por la falta de libertades, la represión, el desempleo y la falta de derechos sociales, que comenzó en Túnez y que se extendería a Egipto, Libia, Yemen y Siria. Más recientemente podemos mencionar también el estallido social que algunos denominan “la primavera de Chile”, que inició en Santiago y se propagó al resto del país después del anuncio de incremento al precio del metro, cuyo rechazo provocó movilizaciones desde octubre de 2019 hasta marzo de 2020 y que, entre otras cosas, logró que se acordara que el país tendrá incluso una nueva Constitución.

Expresiones de la política de lo imposible: ¿apocalipsis vs. utopías? Una nueva modalidad de movimientos sociales: los Chalecos Amarillos en Francia

Haremos una revisión de distintos aspectos del movimiento de los Chalecos Amarillos que surgiera en Francia en noviembre de 2018 y que se mantuvo activo hasta finales de 2020, cuando reinició protestas en medio de rebrotes de la pandemia de Covid-19. Pese a que el movimiento ha entrado en un proceso de declive, entre otras cosas debido a la crisis sanitaria, no se descarta que en 2021 se produzca un tercer año de movilizaciones.

Lo que parecía ser una protesta más en contra de una medida del gobierno de Emmanuel Macron -quien propuso incrementar el impuesto a la gasolina para atender a sus compromisos de reducir las emisiones que causan el cambio climático-, pronto dejó entrever características que llamaban la atención de propios y extraños. Los manifestantes se quejaban de ser ellos los que tendrían que pagar la “transición energética” y estaban en desacuerdo con el anuncio del gobierno de elevar el costo de los energéticos. Señalaron que “las élites están hablando del fin del mundo, mientras nosotros hablamos de fin de mes” (Bock, 2018).

El movimiento de los Chalecos Amarillos y las violentas manifestaciones que detonó consiguieron que Macron anunciara, después de un mes de que éstas habían comenzado, que echaba atrás el incremento al precio de los combustibles. No obstante, los manifestantes respondieron que lo que ofrecía el gobierno era “muy poco, muy tarde” (Nossiter, 2018). Conforme los días transcurrían, crecía la lista de demandas: aumento salarial, mejoras al sistema de salud pública, menos impuestos a los ingresos y reintroducción del impuesto sobre las grandes fortunas. A estas peticiones se sumó una de las más compartidas en Twitter por parte de los que simpatizan con los Chalecos Amarillos: la propuesta de un referéndum de Iniciativa Ciudadana que permitiría imponer y cambiar leyes por votación popular.

El contexto general de estas movilizaciones podríamos resumirlo en el avance considerable que lograron las políticas neoliberales desde el inicio de la década de 1980 y que pretendieron imponerse de la mano de un “pensamiento único”, el cual preconizaba que sólo había una vía posible para tener estabilidad macroeconómica y crecimiento.1 La receta neoliberal exigía el desmantelamiento de derechos económicos y sociales y el achicamiento del Estado para “dejar hacer, dejar pasar” a las grandes corporaciones. La ubicua inconformidad de los damnificados de la globalización neoliberal hizo que las protestas de los Chalecos Amarillos que comenzaron en Francia fueran replicadas en el Reino Unido, Portugal, Bélgica, Polonia y Alemania, aunque con menor presencia de manifestantes y, en cada caso, con sus particularidades nacionales.

Dentro de los discursos críticos del neoliberalismo es común encontrar un tono similar que anuncia catástrofes para la humanidad. Algunos de sus críticos califican a esta fase del capitalismo como “salvaje”, “funerario”, “gore” o como una “necropolítica neoliberal”, entre otros. Salta a la vista el uso de términos que remiten a la muerte y al uso de la violencia como elementos inherentes a la implementación de un modelo económico. Tales términos pretenden evidenciar que existe una violencia estructural que, cada vez con menos éxito, intenta pasar inadvertida. La precarización, la flexibilidad laboral, la incertidumbre provocada por los contratos temporales, la privatización de los servicios públicos y la imposición de los llamados “proyectos de muerte” (como las minas a cielo abierto) se denuncian como actos de violencia contra grandes capas de la población que los sufren. La escritora española Clara Valverde considera que el rasgo más distintivo del neoliberalismo es que éste implementa sistemáticamente la necropolítica. En la introducción a su libro De la necropolítica neoliberal a la empatía radical, Valverde (2017) señala que ésta consiste en dejar morir a las personas que no son rentables y alude a una pinta que vio en una pared en Argentina que decía: “Con la dictadura nos mataban. Ahora nos dejan morir”.

Lo anterior nos permite comprender las razones por las que los franceses participan en y/o aprueban y simpatizan con las movilizaciones masivas que se promueven a través de las redes sociales, pese a que cada uno como individuo esté tentado a reprobar la violencia. Alrededor de 80 % de la población en Francia respondía en las primeras semanas que concordaba con lo expuesto en las protestas. Aunque el apoyo iba descendiendo (hacia el Act XXX, en junio de 2019), se mantuvo en un nivel importante debido a que las políticas neoliberales fracasaron en su intento de legitimar y naturalizar un contexto en el que las personas tendrían que estar conformes con convertirse de facto en sujetos despojados de derechos. De igual forma, los discursos que interpelan a los sujetos más por su condición de consumidores que como ciudadanos mostraron sus debilidades al encontrarse con una realidad en que las personas han visto mermado seriamente su poder adquisitivo. Si se instala en la opinión pública la idea de que la ciudadanía tiene derecho a defenderse, incluso violentamente, de los actos de punitivos “invisibles” que se cometen contra ella, dejará de ser efectivo acusar a los manifestantes de violentos para lograr que pierdan automáticamente simpatías o adeptos. La violencia podría estar justificada como una acción defensiva frente a una gran diversidad de ataques a la estabilidad laboral, a los derechos y a otras necesidades sociales.

Por otra parte, es importante destacar que amplios sectores de la población francesa no dudaron en respaldar las movilizaciones de rechazo a los efectos del neoliberalismo y a una élite política y empresarial a la que percibían como severamente contrapuesta a las preocupaciones de los otros grupos sociales. Una expresión de este rechazo se llevó a cabo el día en que miembros de los Chalecos Amarillos abandonaron un estudio de televisión porque durante un debate en el que participaba una diputada dejó claro que desconocía el monto del salario mínimo. Igualmente, llama la atención que observadores acuciosos de varios movimientos sociales recientes dudan en manifestar su apoyo a los Chalecos Amarillos, a los que ven como una turba anárquica o demasiado difusa: “Hay una especie de tendencia en estos movimientos a no contar con demandas claras o específicas, o hacer tantas demandas que se vuelve una organización vacua. No hay una metanarrativa clara que una estas demandas” (Boix, 2019). El hecho de que las protestas de los Chalecos Amarillos incluyan amenazas de muerte a los diputados, como la quema de la prefectura de Le Puy-en-Velay, en Haute-Loire, con un grupo de funcionarios dentro a los que se tardaron en dejar salir, hace pensar a analistas como Bernard-Henri Lévy (2018) que los Chalecos Amarillos comparten una “ideología mortífera” y que “no se trata de un llamamiento a otra sociedad sino a su ausencia”.

En las protestas que se suscitaron cada sábado desde el 17 de noviembre de 2018 (Act I), que reunieron a 280 000 manifestantes, hubo presencia de grupos violentos como el que destruyó la puerta principal del Ministerio de Relaciones con el Parlamento. También se presentó un tiroteo con escopetas de caza en la fachada de la casa de un diputado, además de constantes ataques a la prensa que cubre las movilizaciones, y “cuando se les reprocha haber dado pie a la violencia desatada en París u otras ciudades responden que es la única manera de hacerse oír” (Rivas, 2019). Merecen también una mención aparte las constantes agresiones a los periodistas que han resultado golpeados o perseguidos durante las manifestaciones y a los que se les reclama airadamente su línea editorial o por “distorsionar” la información para favorecer al gobierno.

Por su parte, el gobierno francés también reacciona con violencia frente a los manifestantes. Ha habido varios muertos y más de una decena de personas han perdido un ojo debido al uso de balas de goma de parte de la policía, que acusa a los Chalecos Amarillos de ser los causantes de la crisis que no pocos comentaristas califican de “revuelta”. Macron expresó: Los culpables de esta violencia no quieren ninguna reforma, sólo quieren el caos” (Zegarra, 2018). Un antecedente cercano de este tipo de caos fueron los disturbios de jóvenes en los suburbios de París en 2005, a los que en un primer momento el entonces presidente francés Nicolás Sarkozy calificó como “escoria”.2 Las críticas a esas violentas expresiones de inconformidad no provienen sólo de quienes suelen acusar a todos los que reaccionan contra el statu quo de ser promotores de la anarquía. Desde los acontecimientos de 1995, el filósofo esloveno Slavov Žižek ha mostrado preocupación respecto a las acciones colectivas que no persiguen demandas concretas:

En Francia [...] donde hubo rebeldes quemando coches en París. Fue una cosa muy misteriosa. No fue ningún movimiento islámico conservador, ni había ninguna ideología de por medio. La primera cosa que los jóvenes de los suburbios quemaron fueron sus propias mezquitas y centros culturales. Fue una especie de pura protesta sin programa [...] No fue ningún mensaje positivo que demandara más justicia o más dignidad. Fue una gran explosión de violencia. Pero el mensaje era básicamente “Eh, estamos aquí”. El que los jóvenes sólo tengan este descontento abstracto supone una situación peligrosa [...] No formularon ninguna demanda. (Žižek, 2014: 125)

No muy lejos de esta interpretación están los dichos del mismo Žižek, quien en entrevista sobre los Chalecos Amarillos indicó que dicho movimiento “es señal de que nos acercamos a un ‘punto muerto’ (deadlock) debido a que las demandas del mismo simplemente no pueden ser satisfechas sin cambiar todo el sistema” (RT, 2018).

Los Chalecos Amarillos, a diferencia de las revueltas de los jóvenes de los suburbios de París, sí han conseguido expresar sus demandas. No obstante, éstas son tan excesivamente radicales que convierten cualquier respuesta automáticamente en “muy poco, muy tarde”. Continúa Žižek:

Lo primero (a observar) es la naturaleza contradictoria de las demandas del movimiento: Quieren más cuidado del ambiente pero impuestos más bajos a la gasolina. Menos impuestos sobre sus ingresos y mejor sistema de salud pública. Hay una auténtica furia, pero literalmente ellos no saben lo que quieren, sus demandas son imposibles de satisfacer. Por eso es tan importante. Se requiere cambiar gradualmente el sistema completo y el estilo de vida. El choque entre las demandas imposibles y lo que el sistema puede ofrecer es signo de que nos acercamos a un punto muerto. (RT, 2018)

Este filósofo marxista-lacaniano considera que es necesario evitar que se extienda una suerte de guerra civil permanente de baja intensidad entre los jóvenes que padecen mayor marginación y que tienden a provocar explosiones de violencia que son “pura protesta sin programa”. Por ello plantea que:

La principal tarea del siglo XXI es politizar y disciplinar a las masas desestructuradas de habitantes de las zonas hiperdegradadas [...] La nueva política emancipatoria ya no será el acto de un agente social particular, sino una explosiva combinación de diferentes agentes. El desafío ético-político es reconocernos a nosotros mismos en esta figura; en cierto modo todos estamos excluidos, de la naturaleza y de nuestra sustancia simbólica. Actualmente, todos somos potencialmente Homo Sacer, y la única manera de evitar convertirnos en uno es actuar preventivamente. (Žižek, 2014: 116)

La noción de homo sacer que Giorgio Agamben postuló en el libro del mismo nombre hace referencia a un tipo de vida donde la intervención del poder político despoja a la vida de cualquier forma de ley, creando lo que este filósofo italiano denomina como nuda vida. Agamben, bajo la influencia de la obra de Foucault, se propuso desarrollar las características específicas de la biopolítica moderna, dando cuenta de que el poder puede llegar a despojar a cualquier ser humano de todas sus características y dejarlo en la pura nuda vida, definida como “el simple hecho de vivir”: “El Homo Sacer se encuentra excluido de la protección que brinda la ley civil y religiosa pero ambas al excluirlo […], determinando que cualquiera puede tomar su vida sin cometer delito alguno” (Rodríguez, 2011: 59). Žižek hace referencia a esta figura debido a que no debemos caer en la radicalización de nuestra politización o perderíamos todo arraigo a la ley, y señala que los riesgos de que proliferen las manifestaciones violentas de inconformidad que carecen de un programa de transformación política nos harían caer en una situación de homo sacer. Por otro lado, critica las acciones de la “izquierda políticamente correcta” cuyas reivindicaciones y acciones no logran desestabilizar el capitalismo sino que favorecen su reproducción ideológica: “Considera que el énfasis casi exclusivo en los derechos étnicos o sexuales en las luchas particulares de los subalternos, conlleva un ejercicio de despolitización en la medida en que impide la articulación universal de intereses, la creación política de la voluntad colectiva” (Castro-Gómez, 2015: 162).

Parece ser que nuestra única salida a las condiciones desiguales en las que vivimos es pertenecer a la sociedad de consumo, no importando cuán marginados o desplazados seamos. Para no permitirnos caer en la nuda vida, esta sociedad nos exige llenar de contenido nuestra individualidad a partir del acceso a bienes. Así lo plantea el filósofo francés Gilles Lipovetsky, uno de los que han puesto el fenómeno del hiperconsumismo en el centro del análisis de las sociedades despolitizadas e individualistas contemporáneas. Lipovetsky advierte que hoy en día el acto de consumir se ha vuelto un problema, a diferencia de cómo se experimentaba en los años cincuenta cuando incluso se le percibía como liberador: “La gente no llega a fin de mes. No es una liberación. En una sociedad de hiperconsumo hay muchos cargos nuevos, desde Netflix al móvil” (Barranco, 2019). Este filósofo francés considera que el problema es que el consumo se ha convertido en un fin. Cualquier tipo de derroche -de alimentos, de viajes, de tecnología- produce ansiedad, temores y culpa. “El consumo nos manipula y nos hace soñar con cosas que no podemos comprar. La gente entonces se frustra y vive desdichada” (Laboulayealinstante.com, 2019).

Una última perspectiva que analizaremos aquí es la del sociólogo francés Michel Wieviorka. Este analista de los movimientos sociales rechaza los estudios simplistas y ha escrito sobre lo que considera que son “las dos caras de los Chalecos Amarillos”. Por un lado, señala que existe una cara defensiva del movimiento que se muestra “cuando denuncian la precariedad y los ingresos insuficientes para una vida digna y piden que no se les excluya del cambio y las reformas” (Wieviorka, 2018). Por otro lado, analiza su cara violenta u ofensiva. Afirma que:

la violencia es lo contrario del movimiento social. Surge cuando un movimiento no consigue existir y traducirse en una acción concreta y convierte en ruptura lo que en un conflicto tiene que ver con la relación, el debate y tal vez la negociación. El conflicto confronta adversarios allí donde la violencia enfrenta enemigos. Pero la violencia también puede ser un elemento del movimiento social, un componente estratégico y al mismo tiempo expresivo. (Wieviorka, 2018)

Desde esta perspectiva, la violencia ofensiva de vandalizar edificios públicos o escaparates de restaurantes y tiendas ostentosas no sería atribuible sólo a sus carencias ideológicas y discursivas o a la búsqueda de catarsis a través de la destrucción. Tiene también un carácter estratégico para ocupar las primeras planas. Esta estrategia también se implementó en términos espaciales a partir de la decisión de generar violencia en las zonas más céntricas de París por considerar que tal hecho no podría ser ignorado por la prensa.

Más allá de considerar que la violencia puede ser un componente estratégico y expresivo, no puede dejarse de lado de que es una pequeña facción de los grupos la que se encarga de multiplicar la violencia. Como señala José Javier Esparza (2018), los que causan destrozos en las marchas son los denominados “casseurs” (casser quiere decir cortar, romper, interrumpir) o los también denominados black block o grupos anarquistas antisistema. Cuando hay trastocamientos del orden llegan los “casseurs” y luego los “racaille” (como se conoce despectivamente a los jóvenes de los barrios marginados) a saquear y aprovecharse del caos.

Si bien la violencia la desatan principalmente estos grupos radicales de clase media y marginales, el resto de los manifestantes mantienen una posición ambigua frente a los hechos de violencia, lo que provoca que los críticos acérrimos de la revuelta amarilla la consideren algo cercano a una “insurgencia distópica”.

Nuevos actores globales y características de las movilizaciones sin líderes

Tanto el 15-M como #OWS y los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos) pertenecen al tipo de movimientos emergentes que Manuel Castells califica como movimientos en red, mismos que:

Están conectados en red de numerosas formas. El uso de internet y de las redes de comunicación móviles es fundamental, pero la forma de conexión en red es multimodal. Esta conexión incluye redes sociales online y offline, así como redes sociales ya existentes y otras formadas durante las acciones del movimiento. Las redes están dentro del movimiento, con otros movimientos del mundo, en la blogósfera, en los medios de comunicación y en la sociedad en general. (Castells, 2015: 242)

Por un lado, pese a que su actuación en principio se produce en un espacio nacional, su potencial para replicarse o adquirir una dimensión global es inédita debido a su capacidad para conectarse con redes internacionales. Por otro, se presentan como movimientos carentes de una ideología clara. Si bien parten del rechazo a los efectos devastadores del neoliberalismo, carecen de un proyecto alternativo que unifique a todos sus miembros. Michel Wieviorka (2009: 32) señala que estos actores globales “dan la imagen de una nebulosa oponiéndose a un adversario difuso”.

Otra de las características de estas movilizaciones es que se nutren de sujetos que deciden individualmente convertirse en actores. No se trata, según Wieviorka, de sujetos tradicionales como los sujetos políticos que actúan identificados con su condición de ciudadanos, ni sujetos sociales que pertenecen y se movilizan desde sus identificación con colectivos como en el caso de los sindicalistas, ni sujetos culturales como los que se movilizaban en defensa de identidades étnicas, de diversidad sexual o ambientalistas. En los movimientos globales se dan cita “sujetos virtuales” que eligen construirse como actores globales. Michel Wieviorka desarrolla el planteamiento -ya presente en la obra de Alain Touraine- en el cual el modelo de individualización dominante en las sociedades occidentales actuales y la amplia difusión del discurso de derechos humanos, producen sujetos que rechazan cualquier límite impuesto al ejercicio de los derechos que han internalizado, y a sus posibilidades de desarrollar plenamente sus capacidades:

En la actualidad se deja un campo ancho a la subjetividad de los individuos que se involucran con los actores globales. Esta subjetividad es ‘personal’, no es reductible a cualquier anclaje. Ella funciona hacia arriba, ella hace que una persona se involucre y de hecho también se separe. Cada quien escoge su lucha, su identidad colectiva, pero también administra su participación en la acción a su manera, a su ritmo, o la interrumpe si lo desea. En el pasado, la participación en la lucha podía estar dictada o modulada por la situación, en la actualidad es una decisión personal. (Wieviorka, 2009: 33)

Si la participación en movilizaciones colectivas es materia de elección y cálculo individual, cabe preguntarse ¿cuáles son los incentivos para participar de manera sostenida? En primer lugar, las acciones colectivas pueden satisfacer una necesidad expresiva. La gente acude a poner de manifiesto su inconformidad contra el statu quo, su indignación o su ira. La participación se verá recompensada por el hecho de sentir que son muchos los que comparten dicho estado de ánimo, ya que encontrarse con un elevado número de participantes suele resultar reconfortante y provocar un sentimiento de empoderamiento que frecuentemente se ve coronado con algún tipo de triunfo, como el de no permitir alguna medida que generó la tensión inicial, o el de satisfacer alguna demanda, como la del incremento salarial. Un miembro de los Chalecos Amarillos comentó: “Hasta ahora estábamos desesperados en soledad. Ahora estamos desesperados pero unidos” (Bock, 2018).

Como es sabido, una vez transcurridos los días, aparecen los signos de desgaste o de cansancio en el participante. En el caso de las protestas callejeras de los Chalecos Amarillos, cuando éstas alcanzaron las treinta semanas consecutivas de marchas sabatinas, se observó un descenso en el número de asistentes a las manifestaciones. No obstante, los organizadores de este movimiento siempre pueden contar con que si Emmanuel Macron pronuncia otra de sus “frasecitas” -como él mismo ha calificado algunas de sus expresiones que al generar amplio rechazo- volverán a tomar las calles, debido a que se tiene la imagen de él como un presidente elitista y carente de empatía. Entre sus frases encontramos “Los vagos no frenarán las reformas” y “Te encuentro un trabajo cruzando la calle” (Rivas, 2018). De igual forma, el sábado 23 de marzo de 2019, se realizó una manifestación no autorizada en Niza en la cual una mujer de 73 años resultó con lesiones graves en la cabeza después de la intervención de la policía, y Macron declaró que esperaba su pronta recuperación pero que también deseaba que fuera más inteligente para no asistir a manifestaciones prohibidas, siendo ella vulnerable.

El movimiento de los Chalecos Amarillos siguió la línea de 15-M y #OWS sobre no presentar, desde el inicio, liderazgos reconocidos por aquellos que integraban las movilizaciones, a pesar de que paulatinamente se han ido perfilado algunos líderes o voceros que dejan ver la existencia de “corrientes” al interior del enorme colectivo, algunos más radicales que otros. Este elemento de liderazgo añade una dificultad evidente. Ninguno de sus miembros está autorizado por el colectivo -también difuso- a hablar en nombre de las miles de hombres y mujeres que nutren las movilizaciones, que viven en las ciudades o en zonas alejadas de las metrópolis y que, después del desmantelamiento de la red ferroviaria, se ven obligados a desplazarse grandes distancias en automóvil para realizar trámites o para acceder a servicios de salud. De ahí que se identifiquen por portar chalecos amarillos, dado que en Francia todo automovilista debe llevar uno por si hay algún percance que lo obligue a descender en la carretera.

Además del rechazo a contar con líderes que señalaran la dirección del movimiento o los lineamientos a seguir, los Indignados, Occupy Wall Street y los Chalecos Amarillos tienen en común su aversión por partidos políticos -sin importart que sean de derecha o de izquierda- que aprovechan la oportunidad coyuntural y tratan de capitalizar las inconformidades explicitadas en las movilizaciones. No obstante, no se descarta que, a la larga, parte de los “insurrectos” opten por la institucionalización, como hicieron muchos exparticipantes del 15-M en España, quienes posteriormente fundaron Podemos bajo la lógica de realmente “disputar la democracia”, como dice el título de un libro de Pablo Iglesias, uno de sus dirigentes de ese movimiento.

Los movimientos globales que operan a través de redes de distintos tipos solamente admiten una suerte de liderazgo para cubrir necesidades organizativas, sin que estén autorizados para negociar o fungir como interlocutores del gobierno al que confrontan. Estos “dirigentes espontáneos”, que no cuentan con la prerrogativa de orientar políticamente al movimiento, son algo parecido a lo que en ámbitos empresariales se conoce como soft leaders, por el hecho de que rompen con el estilo tradicional de liderazgo en el que el seguidor no cuestiona los mandatos del dirigente. La existencia de esta nueva modalidad de liderazgo obedece al predominio de la cultura capitalista neoliberal que enfatiza los valores de la autoafirmación, la búsqueda de la felicidad y la “gestión del yo”. A dicha cultura se adhieren individuos que no buscan ser representados y que en consecuencia no se identifican con líderes que funjan como dirigentes o ideólogos. De esta manera, dichos líderes no pueden tomar decisiones de gran alcance ni imponer un programa de acción, ya que, aunado a la creciente individualización, existe un claro desencanto, sobre todo entre los más jóvenes, respecto de la clase política, a la que acusan de traicionar a las clases populares y de servir a los poderes fácticos.

La apuesta de crear movimientos sociales sin necesidad de construir o reconocer liderazgos ha dado lugar a críticas que provienen principalmente de líderes de izquierda y derecha que consideran que las movilizaciones sin líderes no prosperan. Algunos señalan que el rechazo a la figura de la representación política parte de la fantasía de que podemos transitar hacia formas de democracia directa o de autogestión desde posiciones ingenuas y sin que los que las promueven se quieran hacer cargo de pensar en la complejidad del manejo de la economía y la política real. Las personas que nutren estos movimientos sociales y que desconfían de la representación política fundan su desconfianza en la crisis de la misma que deviene del divorcio profundo entre los representantes y sus supuestos representados, que la política partidista ha generado. No confían en lo que se ha dado en llamar realpolitik, término alemán que remite a la política apegada a la realidad y que no siempre antepone los principios. Esta realpolitik no duda en hacer alianzas y compromisos con otras fuerzas o actores políticos cuando sirve a la consecución de los objetivos de los dirigentes políticos y no siempre coincide con la defensa de los intereses de quienes los eligieron.

A todo esto hay que agregar que nunca antes los individuos tuvieron acceso a la información con tanta facilidad. Los individuos hiperinformados de las sociedades actuales quieren representarse a sí mismos, producir su propio contenido y dejar de ser “dócilmente” gobernados por otros. Como lo expresó el articulista de El País Antonio Navalón (2016): “¿Quién pensó que se podía tener todo en un celular y no ejercer el poder?” A propósito del surgimiento de una nueva modalidad de liderazgo mucho más desdibujado, si lo comparamos con liderazgos tradicionales que suelen surgir de ámbitos intelectuales o que emergen de la práctica de la militancia o el activismo desde el cual algunos logran ascender a posiciones de dirigencia, los liderazgos visibles del movimiento de los Chalecos Amarillos surgen principalmente del espacio de las redes sociales. Facebook, WhatsApp y Telegram son las plataformas más famosas entre los Chalecos Amarillos y los influencers que van surgiendo rebasan con mucho en número de seguidores a los políticos tradicionales.

El primero fue Eric Drouet, camionero que organizó la primera protesta contra el aumento al combustible a través de un video que grabó con su celular. Rápidamente llamó la atención que este hombre llevara el mismo apellido que un héroe de la Revolución Francesa, “Jean Baptiste Drouet, jefe local de correos que pasó a la historia en 1791 por reconocer al Rey Luis XVI oculto en la carroza en la que había huido de París. El monarca fue capturado y un año y medio después, guillotinado” (Val, 2019). Eric Drouet representa al ciudadano promedio. No es un líder político y su discurso es ambiguo en temas como la inmigración o la pertenencia a la Unión Europea y fue sometido a juicio por comportamientos violentos en las manifestaciones y por portar una porra de madera que la policía considera un arma de categoría D.

Por otro lado, Priscila Ludovsky, vendedora de cosméticos, también ganó notoriedad después de lanzar una petición para que bajara el precio de los carburantes. Jacline Mouraud compone y toca el acordeón, representa a la gente “de a pie” y grabó un video en el que exponía su inconformidad con el gobierno y en el que cuestionó qué hace Macron con los impuestos. Se le considera una figura divisiva dentro del movimiento y parte de un sector moderado que en enero de 2019 creó el partido político Les émergents (Los emergentes), que no se identifica con la derecha o con la izquierda. Maxime Niccole, bajo el seudónimo Fly Rider, concentra miles de seguidores en Facebook y comparte información sobre las manifestaciones y llama la atención sobre cómo cuidarse, por ejemplo, de los gases lacrimógenos.

Con el paso de las semanas han surgido nuevos liderazgos: en las elecciones para el Parlamento Europeo de mayo de 2019, los Chalecos Amarillos, quienes rechazan ser representados, criticaron, por ejemplo, al cantante Francis Lalanne por liderar una propuesta de crear la lista de la Alianza Amarilla. Por otro lado, otro miembro, Christophe Chalençon, encabezó al Partido Evolución Ciudadana, que también presentó listas para eurodiputados. Ninguno de los dos partidos que pretendían representar a los Chalecos Amarillos consiguió más de 1 % de la votación. A seis meses de su aparición, el movimiento de los Chalecos Amarillos parecía conservar, cuando menos, la simpatía de 40 % de los franceses. No obstante, tal aprobación no se tradujo en un apoyo en las urnas a supuestos líderes que ellos consideran autodesignados para contender en elecciones. Fieles a sí mismos y a su rechazo a ser representados, no acuden a votar por aquellos con quienes comparten las movilizaciones callejeras. Mientras avanza la ultraderecha en Francia -y en Europa en general-, los partidos tradicionales pierden presencia y no entienden cómo lidiar con estos fenómenos emergentes que tienden a adquirir alcances globales.

Conclusiones

La importancia del movimiento de los Chalecos Amarillos va más allá de comprender su papel en el ámbito de la política francesa al exigir la dimisión del presidente de Francia y rechazar el neoliberalismo. Emmanuel Macron ha mostrado perplejidad frente a la persistencia de la revuelta amarilla en las calles francesas; anunció nuevas medidas luego de reunirse con académicos expertos en “chalecoamarillología” y llevar a cabo el “gran debate nacional” para recoger el sentir de la población y tomar decisiones que pudieran aliviar la tensión.

Los Chalecos Amarillos ponen en evidencia las características de los movimientos sociales que, pese a expresar reivindicaciones sociales y políticas, se mueven en espacios de indefinición ideológica, por lo que podrían inaugurar una época de movimientos posideológicos. Por la naturaleza de sus demandas a veces contradictorias o hasta imposibles, a muchos les parecen movilizaciones más “en contra” de algo que en favor de otro proyecto de sociedad.

La revuelta amarilla también deja ver que en las “democracias realmente existentes” (Pierre Bourdieu dixit) pueden observarse mermas en el compromiso democrático de sometimiento a la ley por parte de amplios sectores de la población. En la medida en que experimentan la exclusión, estos sectores perciben su situación como injusta y sienten que no pueden influir tanto como otros individuos o grupos en las decisiones que afectan al conjunto. Al respecto, Peter Singer (1985) explica que las personas que perciben su situación como injusta no tienen la razón básica de la obediencia que podrían tener en una democracia modelo, y este sector puede reaccionar de diversas maneras, hasta creer que están en un régimen altamente autoritario.

El movimiento de los Chalecos Amarillos resulta transversal en este contexto, ya que considera que la distinción izquierda-derecha es obsoleta (de ahí que pueda ser un colectivo que resulte “altamente abarcativo” en lo que referente a las distintas expresiones de inconformidad presentes en la sociedad francesa). Esta supuesta transversalidad -que torna borrosa la distinción en el desacuerdo contra izquierda y derecha- tiende a sustituir dicho par de opuestos por el llamado hacia “los de abajo” para combatir a “los de arriba”, es decir, es horizontal, porque no reconoce liderazgos y, a diferencia de 15-M y #OWS, mantiene una posición ambigua respecto al uso tanto de la violencia ofensiva como de la defensiva en las manifestaciones.

La creciente presencia del tipo de manifestantes “sin programa” que hemos descrito es motivo de preocupación en todo el mundo. Los Chalecos Amarillos, quienes se han convertido ya en un signo de resistencia, nos obligan ciertamente a pensar a este sector numeroso de la clase media francesa como temeroso a perder su posición social, con grandes dosis de ansiedad y temor sobre su futuro económico y laboral. Sin embargo, es necesario entender qué es lo que su presencia revela respecto a la sociedad global.

Desde que Alain Touraine (1986) planteara su famoso Método de la Intervención Sociológica, los académicos de los movimientos sociales se han ocupado de comprender las formas y los alcances de la acción colectiva organizada. Una gran cantidad de pensadores asumieron -como Touraine y su sociología accionalista- que el objetivo del sociólogo consistía en plantear hipótesis sobre la organización que permitiera que ésta pudiera acercarse a propósitos sociopolíticos más elevados que no siempre están a la vista de los actores sociales, lo cual permitiría disputar el control de la “hacer histórico”, es decir, el control de las principales orientaciones socioculturales que conforman una sociedad. Se trataba, pues, de entender la perspectiva de los miembros de un movimiento o de un colectivo y, después, de realizar un análisis complejo que incorporara una reconstrucción de los elementos contextuales, en el cual el sociólogo fuera capaz de proponer a los actores una hipótesis en la que ellos eventualmente pudieran reconocer sus capacidades y potenciarlas.

Podemos constatar que las movilizaciones sociales han dado un giro hacia un tipo de movimiento que no puede entenderse a partir de marcos teóricos tradicionales. Algunos estudiosos de las ciencias sociales afirman que una vez que el énfasis analítico dejó de ponerse en las estructuras ha ocurrido un “giro constructivista” que coloca el acento en los actores sociales y sus aspectos subjetivos. Los elementos que hemos puesto de manifiesto en este artículo nos dejan dudas sobre la capacidad que tendrían hoy los estudiosos de los movimientos sociales para intentar una “intervención sociológica”, dirigida a colectivos conformados por sujetos que, si bien buscan identificarse con los problemas y temores de otros, también tienen cuestionamientos cuando se trata de que otros los representen, orienten o dirijan. Estos nuevos actores no parecen muy preocupados por la eficacia de sus acciones colectivas, ya que entre ellos no coinciden plenamente ni siquiera en los fines. No parecen tampoco muy dispuestos a trascender la ira, si eso significa entrar al juego de la política tradicional de la que desconfían profundamente. Se asumen como actores apolíticos y buscan “empoderarse para no acceder al poder” sino para mejorar sus condiciones de vida.

Sería un error pensar que los individuos que conforman los Chalecos Amarillos son incapaces de transitar a formas de actividad política más complejas y eficaces. ¿No será más bien que la negativa a institucionalizarse o a negociar con los actores políticos tradicionales surge de una intención de poner a prueba los límites del sistema y dejar en evidencia precisamente que sus demandas no pueden ser satisfechas? Lo paradójico de este escenario de declaración simbólica de guerra a los poderes constituidos y que cuestionan todas sus prácticas es que, pese a que muchos pongan en duda su eficacia dada su naturaleza deliberadamente caótica y evasiva, hoy constituye un desafío mayúsculo para los encargados de garantizar la reproducción del statu quo.

Si quisiéramos, por último, hacer una breve reflexión sobre otras movilizaciones sociales ocurridas en México en los últimos años, encontraríamos que las acciones colectivas emprendidas por parte de jóvenes universitarios del movimiento #YoSoy132 en 2012 y de la Asamblea de Estudiantes Universitarios contra la presencia de porros en la UNAM y por la democratización de la institución en 2018, tienen características compartidas con los movimientos a los que hemos hecho alusión aquí: Indignados, #OWS y los Chalecos Amarillos.

El movimiento #YoSoy132 estuvo conformado por estudiantes de educación superior que cuestionaban la candidatura de Enrique Peña Nieto y pugnaban por la democratización de los medios de comunicación. Mientras sumaban integrantes a sus enormes movilizaciones, la lista de peticiones se volvía cada vez más larga hasta que incluyó la demanda de abandonar el modelo económico neoliberal, el modelo educativo científico y tecnológico y el modelo de instituciones de salud. En este evento también se apostó por la organización horizontal y los liderazgos rotativos.

En cuanto a la organización de estudiantes universitarios que se constituyeron en la Asamblea de Estudiantes de la UNAM, ésta también se caracterizó por la horizontalidad y el rechazo a construir liderazgos, así como por la incorporación de demandas que rebasaban ampliamente a las que motivaron las primeras movilizaciones, en particular las de la expulsión de “porros” de la UNAM y democratización de la universidad. Pronto se sumaron las demandas del magisterio contra la Reforma Educativa y las protestas de los habitantes de Atenco contra el nuevo aeropuerto que se pretendía construir a pesar de que causaría graves afectaciones ambientales y sociales.

Estos movimientos de estudiantes de educación superior en México -que rechazan la negociación y la intervención de los partidos políticos como también lo hacen los Chalecos Amarillos- han sido cuestionados por los expertos en movimientos sociales y por líderes políticos de izquierda por su “ineficacia”. No obstante, es mejor evitar el apresuramiento. Pese a que el movimiento #YoSoy132 no cumplió con su cometido de descarrilar la candidatura presidencial de Peña Nieto, sí constituyó un antecedente importantísimo en la evaluación de la legitimidad de su gobierno. Indiscutiblemente, #YoSoy132 consiguió acrecentar la demanda por la democratización y acceso de una pluralidad de voces en los medios de comunicación.

Los Chalecos Amarillos consiguieron que se cancelara el impuesto a los energéticos y que se anunciara un incremento al salario mínimo. Pero sus alcances han sido mucho mayores en términos sociales: han conseguido poner en crisis a los partidos políticos tradicionales, han logrado que un gobierno neoliberal como el de Emmanuel Macron se vea en la necesidad de responder a un sector que, aunque le niega interlocución, no sólo cuestiona a los líderes políticos sino que pone en duda todo el discurso de la legalidad y la racionalidad tecnocrática a los que acusa de inmorales e insensibles frente a las necesidades del ciudadano común. Esa vía es la que hay que seguir.

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1“Si el índice de pobreza sólo describe una dimensión de la precarización, la evolución del número de pobres, sobre todo en los países en que la redistribución es fuerte, como en Francia, es un indicador de regresión social […] Francia contaría con entre 5 y 8.9 millones de pobres. De 2005 a 2015 su número ha aumentado en 600 000 (quienes perciben menos de 50 % de los ingresos medios) y de cerca de un millón (menos de 60 %)” (Guilluy, 2019).

2Cabe señalar que “en la actualidad, la movilidad de los jóvenes salidos de entornos populares es menor en la Francia periférica que en las grandes ciudades. Fuentes gubernamentales confirmaban en 2015 que las oportunidades de promoción social de las personas de origen popular (los hijos de obreros y de asalariados) variaban y podían doblarse en función del lugar de nacimiento. También revelaba que en Île-de- France, es decir, en la metrópolis parisiense, el ascenso social de las clases populares es más pronunciado (en Seine Saint-Denis, la movilidad social es superior a 40 %, mientras que en la Indre o la Creuse no llega a 25 %)” (Guilluy, 2019).

Recibido: 05 de Diciembre de 2019; Aprobado: 19 de Junio de 2021

MARIBEL NÚÑEZ CRUZ es doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de investigación son: los movimientos sociales, la Responsabilidad Social Universitaria, hermenéutica y epistemología de las Ciencias Sociales. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “La sociología de Bauman y su rechazo a la política de cerrar puertas y hacer muros” (2017) Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 63(230); Richard Sennett. Cuerpo, trabajo artesanal y crítica del nuevo capitalismo (2016) Ciudad de México: FES-Acatlán/JP.

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