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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.66 no.242 Ciudad de México may./ago. 2021  Epub 25-Oct-2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2021.242.79333 

Editorial

Colisión. La Covid-19 como constelación de las crisis: a manera de editorial

Collision. Covid-19 as a Constellation of Crises: An Editorial

Judit Bokser Misses-Liwerant

Federico José Saracho López

Elizabeth Villanueva Jurado


¿Cómo abordar intelectualmente la inmensidad de aristas y transformaciones de lo social que la pandemia del coronavirus ha traído consigo? Mientras asistimos a la violenta aceleración de procesos desestructurantes del orden y a nuevos ordenamientos sociopolíticos, encontramos un reto real en el sólo ejercicio de comprender las dimensiones que la coyuntura trastoca. De fondo, observamos fuerzas contradictorias que mutuamente se cierran el paso: al tiempo que la ciencia se despliega en su carrera contra la enfermedad (con la esperanza de ofrecer certidumbres ante los desafíos emanados), vemos que la pandemia de la Covid-19 significa un evento que, por más que pudo ser prevenido, no encontró posibilidades de ser cabalmente combatido una vez desencadenado; no porque no existiera la técnica para hacerlo, sino por las formas fragmentarias de gestión y convivencia dentro de la estructura del sistema en el que vivimos, a<un en su interconexión global.

Lo anterior responde a que hemos construido una configuración sociohistórica mundial sostenida en desarrollos desiguales, en fragmentaciones políticas, y en contradicción con el medio que la sostiene (Foster y Holleman, 2014). Ya hacía tiempo, Ulrich Beck conceptualizaba a dicha configuración como “la sociedad mundial del riesgo”, en la que nuestro condicionamiento de lo social y nuestro avance sociotecnológico significaban la constitución y producción de riesgos globales y situaciones de inseguridad sanitaria, económica, política, social y ambiental (Beck, 2008). ¿No es entonces válido afirmar que la pandemia del coronavirus ha exhibido las distintas vulnerabilidades y violencias en las sociedades nacionales y en la sociedad internacional?

Quizá esta fragmentación sea más patente en las respuestas de los gobiernos, tanto en los tiempos como en las capacidades instaladas. El desafío global que ha significado la enfermedad sacó aún más a la luz las ineficiencias de los sistemas políticos, los estilos de gobernar, su eficacia o ineficacia, las condiciones estructurales, inequitativas, deficitarias y desarticuladas, la desigualdad de recursos de las economías nacionales y de la infraestructura. Los desempeños de los diferentes gobiernos arrojaron resultados disímiles, construyendo el escenario para la tragedia:

The long-term failure by governments and institutions to prepare for an infectious disease outbreak cannot be blamed on a lack of warning or an absence of concrete policy options. Nor should resources have been the constraint. After all, in the past two decades, the United States alone has spent countless billions on homeland security and counterterrorism to defend against human enemies, losing sight of the demonstrably far greater threat posed by microbial enemies; terrorists don’t have the capacity to bring Americans’ way of life to a screeching halt, something covid-19 accomplished handily in a matter of weeks. And then, in addition to the preparations that should have been started many years ago, there are the preparations that should have started several months ago, as soon as reports of an unknown communicable disease that could kill started coming out of China. (Osterholm y Olshaker, 2020)

¿Por qué en el marco de la globalización, de la creciente apertura e interdependencia, encontramos contradicciones tan evidentes y perniciosas ante un fenómeno eminentemente mundializado? Múltiples dimensiones, procesos y factores parecieron prender las alarmas hasta preguntarnos -como hace Michel Wieviorka en su colaboración en este número- sobre sus alcances o regresiones.

Los procesos de globalización y la producción de la esfera global conllevan cambios radicales que trastocan los referentes espaciales, temporales, geográficos y/o territoriales. La transformación de los medios de comunicación, que intensifican la densidad y rapidez de las conexiones transnacionales, reestructuran la forma en que se constituyen las relaciones e instituciones sociales. En el caso de la pandemia, este escenario se agudizó, como aquí analizan Tejedor, Cervi, Tusa Jumbo y Portalés. Ello ha implicado la desterritorialización de los arreglos económicos, sociales y políticos, y su reterritoralización en un diseño escalar mundial, lo que significa que dichos arreglos no dependen ni de la distancia, ni de las fronteras; éstas influyen en menor medida en la configuración final de las instituciones y de las relaciones socioculturales (Haesbaert, 2011; Bokser Liwerant y Salas Porras, 1999). Consecuentemente, la interacción social se organiza y estructura teniendo como horizonte la unidad del planeta (Agnew, 2005). La localización de los países se relativiza y las fronteras entre los Estados se tornan de esta manera más difusas, porosas y permeables. Las conexiones globales se acentúan en virtud de que pueden establecer comunicación de manera instantánea, permitiendo el tránsito inmediato de flujos esenciales para el sistema-mundo, como el caso del dinero.

Procesos y niveles se implican. Desde principios de la década de los 70 hasta la década del 2000, el número de democracias se ha incrementado de 35 a 110. Así también se ha cuadriplicado la producción de bienes y servicios, traduciéndose en el crecimiento de casi toda región en el planeta (Fukuyama, 2020). Todas estas tendencias están estrechamente relacionadas entre sí y subrayan aspectos del mismo fenómeno: el hecho de que el tiempo y el espacio transforman la manera en que son subjetivados. Somos sujetos globales.

Sin embargo, en un tiempo extremadamente corto -con un periodo de acción que inesperadamente continúa- la Covid-19 desató miedos, incertidumbres y riesgos a escala mundial que han puesto a prueba, en sus fundamentos, tanto la cohesión social como la globalización. Esta última se ha exhibido en su multidimensionalidad y en su carácter contradictorio. Hoy se ve confrontada por respuestas cerradas y nacionalistas, tanto de dirigentes como de la sociedad civil.

La pandemia opera como una fuerza magnificadora para todos los actores sociales, y como una lupa para el observador que los estudia; ha reforzado tendencias preocupantes, que venían desdoblándose dentro de los últimos cincuenta años, como el claro incremento de la desigualdad (Piketty, 2015). Aumentando las tensiones y fricciones entre Estados, regiones, organizaciones supranacionales e internacionales, así como entre grupos de estatus al interior de los países, dicha desigualdad hace evidente los complejos patrones sociales y sus contradicciones. Además, logra que la estructura de clases, los sistemas políticos y las condiciones geopolíticas se presenten más crudas y visibles (Therborn, 2020). La pandemia del coronavirus proyecta, en su singularidad, una sumatoria de fallas estructurales profundas.

No es la primera pandemia global a la que el mundo se enfrenta. La reflexión nos retrotrae a los SARS, MERS, H1N1 y Ébola, así como a recomendaciones previas tanto de organismos internacionales como de comités científicos y asesores en el ámbito nacional, sobre todo en economías centrales que, como cuervos de tormenta, nos avisaban de los riesgos y necesidades para hacer frente a crisis sanitarias transfronterizas y a nuevas pandemias futuras. Tampoco es la primera vez que hay un esfuerzo mundial para enfrentarse a una de ellas. Tras un llamamiento de la OMS en 1958, el mundo a través de la cooperación fue capaz de erradicar la viruela, gracias a que las dos potencias hegemónicas, Estados Unidos y la Unión Soviética, se comprometieron a la tarea (Osterholm y Olshaker, 2020). A pesar de que han transcurrido muchos años desde la Guerra Fría, actualmente las tensiones en el ámbito de la competencia interestatal hacen que la edificación de acuerdos se perciba como un escenario imposible de lograr. No sólo la magnitud de la pandemia -y las disrupciones y desequilibrios consecuentes que la revelan como crisis sistémica y global- sino también sus posibles soluciones dejan ver a la vez, y como nunca, la necesidad de colaboración y de gobernanza global. Sin ésta, existen pocas probabilidades para enfrentar un nuevo evento, el cual la ciencia apunta como inevitable:

La actual arquitectura sanitaria mundial dista mucho de ser suficiente. Tiene pocas esperanzas de contener un brote aún más amenazante. En cambio, será necesario algo similar a la OTAN: una organización de tratados orientada a la salud pública con suministros pre-posicionados, un plan de despliegue y un acuerdo entre los signatarios de que un brote epidémico en un país se encontrará con una respuesta coordinada e igualmente vigorosa. Por todos. Una organización de este tipo podría trabajar en conjunto con la OMS y otras instituciones existentes, pero actuar con mayor rapidez, eficiencia y recursos. (Osterholm y Olshaker, 2020)

El marco de esta coyuntura apunta también a las oportunidades posibles en la creciente interconexión entre países, economías y sociedades, la colaboración en la ciencia, la circulación de culturas y de bienes, de tecnología y de conocimiento y la movilidad humana misma, que se mantiene como horizonte cuya profundización es posible, más no plenamente presente.

Así -parafraseando a Nietzsche-, el sistema-mundo que hemos observado durante ya largo tiempo, a través de la pandemia nos mira de regreso (Nietzsche, 2012). La pandemia del coronavirus no es una sola crisis, son varias, de naturaleza estructural, que se concatenan a lo largo del brote epidémico, dando como resultado una constelación de crisis. Todas ellas son previas a la pandemia y se han visto magnificadas por ella. Son económicas, políticas, sociales, identitarias, ecológicas, que llevan una gestación de largo aliento, y que eran controladas y atendidas, con mayor o menor éxito según se iban intensificando los factores que las constituían; la Covid-19 las ha revolucionado, aumentando sus ciclos y haciendo que la constelación gire sin posibilidad alguna de control. Así como en la astrofísica, cuando un grupo denso de estrellas empiezan a colisionar entre si durante un corto período de tiempo pueden conducir a la formación de un agujero negro; así las crisis estructurales del sistema mundo colisionan entre sí, borrando sus bordes, concatenándose y dando como resultado una gigantesca crisis civilizatoria. El concepto mismo de crisis sistémica se ve cuestionado, tal como lo plantean Preyer y Krausse en su ensayo.

Nuestras ciencias sociales deben asumir también que muchas categorías teóricas pierden hoy fundamento, mermando su capacidad explicativa y sentido heurístico. Los planos de manifestación de esta constelación someten a prueba las formas de organización social y política, así como las coordenadas de “lo público”. Las figuras centrales de las múltiples crisis: el Estado, la sociedad, el Mercado -y, ciertamente, la cultura y el individuo- ven redefinidos sus espacios y funciones.

La necesidad de hacer acopio de esfuerzos para entender nuestro momento, para intentar dar cierta hoja de ruta que ayude a comprender la totalidad de la coyuntura, y estudiar los escenarios posibles del mañana son un irrenunciable estímulo a nuestro quehacer.

Adentrándose en la constelación de las crisis

Tal como señalamos, estamos ante una constelación de múltiples crisis que se sobreponen y traslapan, y que parece anudar todas las dimensiones y los niveles que en ella pueden converger, se experimenta como planetaria, simultánea e intercomunicada. Sin embargo, su impacto es desigual.

Esta constelación, definida por los parámetros de la globalización, tiene un carácter multifacético, en la medida que convoca lo económico, lo político, lo social y lo cultural, así como las interdependencias e influencias entre estos planos de la realidad social. De esta manera, también es multidimensional, ya que se expresan tanto en redes de interacción entre instituciones y agentes trasnacionales, como en procesos de convergencia, armonización y estandarización organizacional, institucional, estratégica y cultural. A la par, es contradictoria, debido a que se constituye por procesos que pueden ser intencionales y reflexivos, a la vez que no intencionales, de alcance transescalar, que comprende lo internacional a la vez que regional, nacional o local. También, por su carácter diferencial en tiempo y espacio, estos procesos implican desigualdades territoriales y sectoriales (Bokser Liwerant, 2008).

Por un lado, está la propia crisis sanitaria. La nueva mutación de un virus poco conocido, provocada por el proceso de zoonosis debido al aumento de la deforestación y que, al inocularse en una población humana, se esparce rápidamente y atraviesa fronteras nacionales y regionales (Reina, 2020). A fecha de 11 de abril de 2021, casi tres millones de personas habían fallecido a nivel mundial a consecuencia de la Covid-19. Mientras en Asia -continente en el que se originó el brote, la cifra de muertes asciende a casi 404 000 personas- el epicentro actual del brote se ha mudado al continente americano, el cual se encuentra cercano a cumplir el millón y medio de decesos. En Europa, región fuertemente afectada, se han registrado alrededor de 999 410 muertes por el coronavirus (Orús, 2021).

Además, existe una dimensión etaria de la crisis sanitaria, ya que es claro un mayor índice de mortandad entre los individuos de edad avanzada. El impacto de la pandemia ha demostrado cómo los sistemas de salud han sido intrínsecamente disfuncionales para enfrentarla. La delegación del cuidado de los ancianos más frágiles a instituciones privadas y públicas insolventes, incompetentes y/o despreocupadas ha provocado una hecatombe de ancianos, más espectacularmente quizás, hasta ahora, en Bérgamo, Madrid y Estocolmo (Therborn, 2020). Esta dimensión etaria es analizada desde una perspectiva distinta por Tavera-Fenollosa y Martínez Carmona en el artículo que presentan en este número de la Revista.

Esta crisis se enmarca en una crisis bioclimática mayor, que ha fomentado la aparición de patógenos desconocidos. La urbanización acelerada, la pérdida de la biodiversidad y el calentamiento global son algunas de las características que pueden llevar a un aumento de la propagación de estas enfermedades, como consecuencia de la devastación ecológica y ambiental. De Luca y Lezama contribuyen a esta reflexión con su análisis de las alternativas existentes respecto a este problema.

Por otro lado, asistimos a una profunda crisis económica. Según datos del Banco Mundial (BM) (2021), la actividad global se contrajo 4.3 % en 2020 como resultado de la crisis por la Covid-19 (la cuarta recesión más fuerte en los últimos 150 años, sólo superada por la Gran Depresión y las dos guerras mundiales) y un crecimiento proyectado de 4 % y 3.8 % en 2021 y 2022, respectivamente. Esto significa que, para 2022, el Producto Interno Bruto (PIB) global se encontrará 4.4 % debajo de las proyecciones de prepandemia.

En el caso específico del comercio mundial, éste tuvo una contracción de 9.5 % en 2020 -comparable con el descenso en la recesión de 2009 pero afectando un porcentaje mayor de economías- y sólo crecerá un promedio de 5.1 % entre 2021 y 2022, debido al incremento moderado de inversiones y la lenta recuperación de los desplazamientos internacionales. Por su parte, los mercados financieros han visto profundizadas las tasas de deuda y la debilidad bancaria, sobre todo ante las ventas reducidas y la volatilidad creciente del capital, mientras que el petróleo sufrió una caída de 34 % de su precio (44 dólares por barril en promedio) comparado con los de 2019 -esta tendencia se prevé que continúe durante este año, con un aumento a 50 dólares por barril en 2022- y un recorte de 10 % en la producción global.

Para las grandes economías mundiales, se esperaba un repunte en la segunda mitad del 2020, el cual se vio frenado por las nuevas olas de contagios que vivieron estos países durante tal período, resultando en una contracción de 5.4 % en el PIB agregado de estas economías. Se espera un crecimiento de 3.3 % para 2021 y de 3.5 % para 2022 (Banco Mundial, 2021). En Estados Unidos, por ejemplo, durante la primera mitad del 2020 hubo una caída del 3.6 % (tres veces la que se dio durante la última crisis financiera global). Para 2021 y 2022 el crecimiento se prevé 3.5 y 3.3 %: 2.1 % por debajo de las tendencias proyectadas antes de la pandemia.

El caso de la zona euro fue aún más dramático, con una contracción de 7.4 % el año pasado y un crecimiento esperado de 3.6 % en 2021 y 4 % en 2022, 3.8 % caso singular, con una desaceleración económica de 2 % en el último año (la mayor desde 1976), pero con una proyección de crecimiento de 7.9 % en 2021 debido a la demanda acumulada, y un más moderado 5.2 % en 2022. Estos números, a pesar de ser mucho mejores comparativamente, continúan 2 % debajo de las proyecciones antes de la crisis sanitaria, aunado a la profundización de vulnerabilidades y desigualdades preexistentes dentro de la sociedad china. Es importante aclarar, sin embargo, que estos casos se prevén pensando que los esfuerzos de vacunación serán efectivos y disminuirán las muertes de manera significativa en la primera mitad de este año. En caso de que no se logren disminuir, el crecimiento global sería de un mínimo de 1.6 % en 2021 y 2.5 % en 2022, y en casos más extremos, se llegaría incluso a un decrecimiento, como lo analizan Ortiz, Cabello Rosales y Sosa Castro.

Debemos enfatizar que la brecha entre las grandes economías y las economías emergentes ha sido históricamente profunda, y se ha agudizado en esta crisis: mientras que las economías avanzadas tuvieron una contracción ligeramente menor de la esperada, las economías en desarrollo sufrieron contracciones peores de las estimadas. Si a inicios de la pandemia datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estimaban una caída del PIB de América Latina y el Caribe de 5.3 %; ahora sabemos que la contracción fue en realidad de 6.9 %, con una recuperación proyectada de 3.7 % en 2021 y posteriormente una baja del crecimiento a sólo 2.8% en 2022 (Banco Mundial, 2021).

La situación regional para Latinoamérica es crítica. Desde una mirada regional, la pandemia llega a América Latina en una coyuntura económica y social difícil. Sus modalidades de incorporación en el escenario internacional en los tiempos de la globalización han sido inconsistentes, esperanzadas y contradictorias, demarcando de un modo diferenciado sus ciclos de oportunidades políticas y conflictos sociales, de democratizaciones y crisis económicas.

A pesar de que en la región vive menos de 10 % de la población mundial, en ella se encuentran casi 20 % de los casos confirmados, y 5 de las 10 economías emergentes con mayores tasas de muertes per cápita por la Covid-19 son latinoamericanas (Argentina, Brasil, Chile, México, Perú) (Banco Mundial, 2021). En términos económicos, uno de los mayores riesgos para la región es la disminución de la inversión y la pérdida de capacidad crediticia. La deuda gubernamental promedio ha crecido de 53 % del PIB en 2019 a 69 % en 2020.

La capacidad de respuesta, clave en la interacción entre naturaleza y agencia, ha sido diferencial. El Observatorio de la Covid-19 en América Latina y el Caribe de la CEPAL sistematizó las acciones gubernamentales realizadas por cada país de la región para el combate a la pandemia, en materia de restricciones a desplazamientos, economía, educación, empleo, género, protección social y salud. A la cabeza se encuentra Chile, con 323 acciones en total, seguido de Brasil, con 255, y Argentina, con 205. Muy alejado de esas cifras se encuentra México, con sólo 75 acciones en total, de las cuales 11 han sido enfocadas en el área de salud, 3 en protección social, 18 en cuestiones de género, 4 en empleo, 3 en educación, 28 en economía, 2 en desplazamiento entre países y dentro del territorio nacional, y 6 para la vacunación (CEPAL, 2021a).

En México se preveía una caída del PIB de 6.5 % para el 2020, pero la realidad fue de una caída de 8.5 %, con un estimado de recuperación de 4 % para 2021, lo que no logra alcanzar las cifras prepandemia. Las más afectadas fueron las actividades secundarias y terciarias, que descendieron 10.2 y 7.9 % respecto a 2019, mientras que las actividades primarias aumentaron 2 % (INEGI, 2021). Este escenario no significó una mejora o apoyo al campo, como analizan Vilaboa-Arroniz, Platas-Rosado y Zetina-Córdoba en su contribución para este número. En el ramo de las exportaciones, hubo una caída de 9.3 %, y en el de las importaciones, 15.8 % (Téllez, 2021).

Otro de los sectores mayormente afectados fue el de turismo, que registró una caída de 46 % en comparación con 2019 en el número de turistas, la peor en la historia del país, y llevó a una consiguiente disminución de las divisas generadas por viajeros (-55 %) (Rodríguez, Valadez y Guzmán, 2021).

La constelación de crisis es un gran “desigualador social” que remarca las inequidades de la estructura de clases. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) habla de una “crisis sistémica del desarrollo humano” y prevé la primera caída en sus índices desde 1990 (PNUD, 2020). Esto se traduce en una posible caída masiva de la educación y el acceso a la Internet. También puede trastocar nuestra experiencia de la cotidianeidad, por la falta de servicios básicos, como la luz, en las zonas más vulnerables.

Si bien, de 1998 a 2008, el número de personas que vivían en extrema pobreza cayó en 42 % global (Fukuyama, 2020), al crear desigualdad los efectos socioeconómicos de la crisis refuerzan la exclusión y estrechan las capacidades de respuesta frente a ésta. Si atendemos al hecho de que las contradicciones desencadenadas por la pandemia pueden ser vistas en las diferentes respuestas de los gobiernos para minimizar el impacto del binomio crisis sanitaria/crisis económica-social y en el binomio dilemático “prevención sanitaria-economía”, el panorama resulta más preocupante. Por un lado, en efecto, se da el confinamiento para minimizar los riesgos de muerte y también adaptarse a los déficits de infraestructuras; por el otro, se busca evitar la parálisis de la vida económica y social. Aunque el dilema ha sido -y es- global y tal vez insuperable, las limitantes a los requerimientos sanitarios nacionales no pueden dejar de ponderarse a la luz de la estructura ocupacional y social de un país o de su región: la pobreza, los porcentajes de economía informal o sus hacinamientos urbanos. Todo ello termina exhibiendo sistemas de salud pública debilitados y marginaciones.

Debemos reconocer también la profunda crisis política, tanto en su dimensión nacional como en la internacional. La pandemia ha acentuado el repunte de ultranacionalismos, y en ocasiones autoritarismos.

Ante las vicisitudes sanitarias, los diferentes gobiernos tratan de responder a corto plazo y con un perfil propio -cuando no aislado- al tiempo que cuentan con muy poca legitimidad en el seno de sus sociedades. Con este panorama, las decisiones gubernamentales se han volcado hacia adentro, hacia el control de exportaciones, el ocultamiento de información, la presentación de realidades mediatizadas y la marginalización de los organismos de salud internacionales cuando presentan datos que contradicen los discursos del régimen en cuestión.

Destacan entre estas expresiones de nacionalismo exacerbado, particularmente, el caso de los Estados Unidos en la presidencia de Donald Trump, el de Brasil con Jair Bolsonaro y el de la India con Nerendra Modi; llaman la atención al correlacionar su existencia con el alto número de contagios y muertes hacia el interior de sus fronteras (Eflein, 2021).

Las consecuencias han sido la siembra de dudas, tanteos, ineficacia y descrédito de información científica, las cuales se vinculan con la tentación autoritaria. De acuerdo con Larry Diamond:

Authoritarian regimes in Bangladesh, Belarus, Cambodia, China, Egypt, El Salvador, Syria, Thailand, Turkey, Uganda, and Vietnam have all detained critics, health workers, journalists, and opposition members during the pandemic. Democracies that have lately come under assault, meanwhile, such as Brazil, India, and Poland, have seen populist leaders or ruling parties seize on the crisis to remove checks on their power or weaken the opposition. (Diamond, 2020)

Según lo expresado por Göran Therborn (2020), la verdadera amenaza para el orden liberal no son principalmente los autoritarismos populistas, sino las expresiones débiles de política social, leídas en clave Este-Oeste; estas políticas sociales constituyen un gran desafío para el liberalismo occidental dado su éxito en el manejo de la pandemia y en la recuperación económica. El desafío de Estados como China, Taiwan, Corea del Sur, Japón, Vietnam o Singapur radica en el éxito de sociedades en las que la cohesión y la responsabilidad social colectiva se manifiestan con fuerza en tiempos de crisis. Con diferentes regímenes políticos y diversos grados de desigualdad económica, los sostenes de colectivos se perfilaron con renovada capacidad.

Sin embargo, la fractura en la representatividad de los ordenamientos políticos es altamente preocupante, profundizando tendencias y contradicciones que ya se venían manifestando de manera aguda dentro de los sistemas políticos nacionales. El debilitamiento de la política encuentra así expresión en la preocupación por los destinos de la democracia. Enunciada ya sea como su desencanto, desconsolidación, regresión, desdemocratización o como muerte de la democracia liberal, como liberalismo no democrático, acentúa dimensiones diversas y complementarias. La reciente literatura al respecto constata esta última afirmación (Harari, 2018; Levitsky y Ziblatt, 2018; James, 2016; Nussbaum, 2018; Runciman, 2018; Snyder, 2017; Mounk, 2018).

No sólo se ha puesto en cuestión la pertinencia de la democracia como idea política, sino de las mismas instituciones -como los sistemas representativos o los partidos políticos-, las que, en los ojos de un número creciente de ciudadanos alrededor del mundo, están deslegitimadas y se han convertido en sostén de un sistema que no da respuesta a sus necesidades e intereses. El porcentaje de personas que respondieron que “un líder fuerte que no considere al parlamento ni a las elecciones” es una “buena” forma de “gobernar este país” aumentó de forma considerable en casi todos los casos, comparando las respuestas de 1995-97 a 2010-14 (Foa y Mounk, 2017).

Así, la crisis y la creciente desigualdad social han puesto en evidencia un entorno que demanda el desarrollo y la ampliación del núcleo de los derechos básicos -empleo, salud, educación, seguridad- notablemente estrechados, al tiempo que ha aprovechado la coyuntura sanitaria para el debilitamiento de la institucionalidad democrática, el asalto al Estado de Derecho, y la aceleración de procesos de autocratización. Dentro de América Latina, vemos una clara oscilación y tensión entre las estructuras democráticas que se consolidan, y la promoción abierta de estrategias de desdemocratización. Los riesgos tienen hoy su raíz en la amenaza interna de las democracias, en la paradoja de su debilidad, por la cual se puede acceder al poder por medios democráticos y desde él mismo minar sus mecanismos y espacios (Popper, 1995). En estas democracias, se instauran nuevas formas de representación directa líder-pueblo, no mediadas por instancias tradicionales de la democracia, como son las que caracterizan a los populismos (Finchelstein, 2019; Urbinati, 2019). Esta complejidad la destacan Avaro y Sánchez y Sánchez, así como Valdés Ugalde y de la Peña en sus respectivas contribuciones.

Sin embargo, el fenómeno no es exclusivo del llamado Sur Global, sino que parece exhibirse precisamente como una tendencia general. La desconsolidación ha sido tan fuerte en países del centro del sistema-mundo como en países de la periferia, aunque las consecuencias han sido más evidentes en estos últimos en vista de su histórica fragilidad institucional. Aun así, los cuestionamientos para los países del centro no son menos agudos, y la pandemia ha agudizado la propensión al autoritarismo y los problemas que, en muchos casos, las debilidades institucionales no han podido resolver.

Las visiones corporativas y unitarias de la ciudadanía que promueven los gobiernos populistas son una amenaza para la democracia y sus instituciones, que ponen en riesgo la pluralidad y el disenso que son el centro de la política moderna. No obstante, la viabilidad de la democracia también dependerá en un corto plazo de su capacidad de dar respuesta a las necesidades y demandas de la ciudadanía, a su habilidad para formar agentes comprometidos con el juego democrático y a la defensa que estos agentes individuales e institucionales construyan para dicha democracia.

La complejidad del panorama mundial se deriva, junto a la capacidad estatal diferencial del entramado social marcado por carencias sociales, desigualdad en la cohesión y la confianza social, de la solidez del ordenamiento democrático y la capacidad de los liderazgos (Lowy Institute, 2021). Aspectos de estas dimensiones son analizados por Jiménez Díaz, Ruiloba-Núñez y Collado Campaña en su artículo.

En la constelación internacional, los Estados demuestran una búsqueda activa para la transformación de las reglas del juego global y de sus diseños institucionales. Resultan vitales los cuestionamientos frente a las respuestas de organismos internacionales claves y necesarios -como la propia OMS o el PNUD- que han sido débiles y han estado condicionadas por los desacuerdos entre los países, tal como ha sido estudiado y advertido ampliamente en el Programa de Ayuda para Combatir Enfermedades Transfronterizas del Banco Mundial de 2018. La prácticamente inexistente desarticulación entre liderazgos globales, como China y los Estados Unidos, y la ineficacia objetiva de foros de coordinación intergubernamental como el G-7, el G-20 y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Diamond, 2020). Si bien algunos gobiernos han declarado esta condición como una clara ineficacia de los Organismos Internacionales, más bien podemos observar el grave daño que las decisiones unilaterales han traído para el manejo de un evento que por su propia naturaleza se construía global. Éste es el argumento central del artículo de Heller.

En diversas claves nacionales o regionales podemos identificar claramente, en el entramado de la pandemia, la reafirmación de diferentes aristas de la crisis social que se desarrollaba, al exhibir las desigualdades de su recepción, impacto, percepción y posibles consecuencias, en lo que compete a las certezas de pertenencia e identidades colectivas (Alexander, 2020). Como argumentan Herrera Galeano y Rico Malacara, la identificación de los grupos sociales representados “de mayor riesgo” y “de riesgo para los demás”, acompañada de chivos expiatorios, culpabilización de las víctimas, estigmatización, marginación y negligencia es parte integral del discurso de la crisis, particularmente en el marco del alza del nacionalismo. Estos grupos han diferido entre las crisis de salud mismas, pero también han cambiado con el tiempo para cada crisis de salud (Lupton, 2021).

En términos generales, los impactos de la pandemia se han visto reflejados en un aumento de los índices de pobreza, que alcanzaron en América Latina los niveles más altos en 20 años. En 2020, 12.5 % de la población latinoamericana (es decir, 78 millones de personas) se encontraron en pobreza extrema, 8 millones más que en 2019. La tasa de pobreza total se situó en 33.7 %, el mayor nivel en 12 años, con 209 millones de personas a finales de 2020. En términos de desocupación, ésta aumentó 2.6 puntos porcentuales, mientras que las tasas de ocupación y participación se redujeron 10 y 9.5 puntos porcentuales (CEPAL, 2021).1

Muchos sectores vulnerables, como mujeres y niños, se encontraban mayormente empleados en algunas de las industrias en las que la pandemia tuvo un mayor impacto negativo: turismo, restaurantes o servicios personales, por lo que han sufrido también de forma desproporcionada la pérdida de empleos. Además, las crisis climáticas, el alta de la inflación y la precarización de los salarios han contribuido al aumento de la inseguridad alimentaria, especialmente en países que ya se encontraban en condiciones precarizadas. Es el caso de Venezuela, analizado por Mazuera-Arias, Albornoz-Arias y Briceño-León en este número. Esto, aunado al endeudamiento de los hogares, la creciente desigualdad, el deterioro de la legitimidad gubernamental y la desconfianza en las instituciones democráticas, crea un ambiente de inestabilidad política y social basado en la sensación de vulnerabilidad y la preocupación por el bienestar individual y colectivo.

Junto a ello, la estrategia de confinamiento y de distanciamiento físico que se requiere para enfrentar el brote de la Covid-19 ha significado la pérdida de millones de empleos en la mayor parte del mudo (Lupton, 2021). En el caso mexicano, según el Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2020 (CONEVAL, 2021), el porcentaje de población en pobreza laboral en el primer trimestre de 2020 era de 35.7 %, mientras que en el tercer trimestre aumentó a 44.5 %. La desocupación creció de 3.4 % de la población laboralmente activa a 5.2 % (1.8 % de aumento). Aunque la tasa de informalidad laboral disminuyó en 1.9 puntos porcentuales, la tasa de subocupación se incrementó en 8.5 puntos porcentuales y la tasa de desocupación abierta en 1.7 puntos porcentuales. Consecuentemente, se dio un aumento de 65.9 % en los retiros por desempleo de Afore (Rodríguez, Valadez y Guzmán, 2021). El número de personas aseguradas en el Instituto Mexicano del Seguro Social en marzo de 2020 era de 20 482 943, y para diciembre de 2020 disminuyó a 19 773 732. Esto es, una pérdida de 709 211 derechohabientes. Esto ha llevado a calcular un aumento de entre 8.9 y 9.8 millones de personas con ingresos inferiores a la línea de pobreza, y de entre 6.1 y 10.7 millones de personas en pobreza extrema (CONEVAL, 2021). Las desigualdades dentro del mercado de trabajo las analizan en su artículo del presente número Escoto Castillo, Padrón Innamorato y Román Reyes.

En términos demográficos, la pandemia ha visibilizado de forma atroz las brechas de desigualdad existentes en el país. El perfil de aquellos que han fallecido víctimas de Covid-19 así lo muestra, de acuerdo con los datos del Subsistema Epidemiológico y Estadístico de Defunciones recogidos por Animal Político (Raziel, 2021): 66.8 % tenía escolaridad básica terminada o no tenía estudios de ningún tipo, y más de la mitad desempeñaban oficios como trabajadores manuales (choferes, productores agrícolas, obreros, etc.), prestadores de servicios (comerciantes, meseros, repartidores) o trabajo no remunerado. Es fundamental resaltar esta última ocupación, pues casi un cuarto del total de las muertes (24.6 %) han sido de amas de casa. A la vez, 22 % de las víctimas no tenía afiliación a ningún servicio de salud pública, porcentaje del cual el 75.8 % corresponde a trabajadores manuales, prestadores de servicios, amas de casa y desempleados. Sólo el 3.3 % de los fallecidos fue atendido en hospitales privados.2

En el entendido de que las desigualdades de clase, exclusiones y marginación se han traducido históricamente en una red compleja de limitaciones en la vida diaria de los individuos, es evidente que la experiencia de la pandemia y el confinamiento reproducen estas lógicas, las cuales se ven reflejadas en el acceso a servicios básicos e infraestructura como agua potable, drenaje o incluso espacios públicos al aire libre. Trastornos como la ansiedad, la depresión o el insomnio han aumentado tras los largos confinamientos, especialmente para las comunidades precarizadas que viven condiciones de hacinamiento y con espacios de esparcimiento que son focos de inseguridad y violencia (Cortinez-O’Ryan, Ruchama, Rios, Anza-Ramírez y Dorothée, 2020). Las recomendaciones sanitarias para frenar el contagio del virus (lavado constante de manos, contacto interpersonal mínimo, uso de espacios al aire libre) se conciben imposibles en condiciones de precariedad.

Sin embargo, las desigualdades de clase no han sido las únicas que han resaltado en esta coyuntura: las desigualdades de género también han tomado un papel central en ella. Aunque a nivel mundial la mortalidad del virus es mayor entre varones, un gran número de profesiones feminizadas (como la enfermería y la limpieza) se encuentran en la lucha de primera línea, aunado a que en general las mujeres son las encargadas del cuidado y la organización de la familia, lo que incrementa en momentos de crisis en los cuales se necesita un cuidado médico constante. Como hemos visto, en el caso de México 1 de cada 4 muertes han sido de amas de casa; este trabajo no remunerado se concibe como un mandato de género basado en la supuesta naturaleza maternal de las mujeres y es la base de nuestro sistema socioeconómico.

En este sentido, INMUJERES (2020) calculó que el confinamiento podría aumentar en dos o hasta tres veces el trabajo doméstico y de cuidados para las mujeres en el país. Del mismo modo, la violencia escaló rápidamente durante la cuarentena, llegando a un número récord de 220 041 presuntos delitos de violencia intrafamiliar en 2020 (siendo los dos meses más críticos marzo y octubre, con 20 505 y 20 589 casos respectivamente), mientras que el período de enero a febrero de 2021 tuvo un aumento de 5.8 % en comparación con el mismo período de 2020 (SSPC, 2021). La Red Nacional de Refugios, de septiembre 2020 a febrero 2021, atendió a 11 132 mujeres con sus hijas e hijos, de las cuales el 75 % fueron agredidas por sus parejas o exparejas (Razo, 2021).

Las múltiples aristas de los procesos que enmarcan el contexto actual permiten grandes logros y nos alertan sobre los riesgos. Ciertamente los medios de comunicación -que intensifican la densidad y rapidez de las conexiones transfronterizas gracias a las múltiples y diversas combinaciones entre las telecomunicaciones, las computadoras digitales, los medios audiovisuales y los satélites- han ampliado los horizontes espaciales y temporales de la humanidad. Lo mismo ocurre con los márgenes de respuestas a la crisis en la simultaneidad de la información y en los medios para darle respuestas innovativas. A su vez, el vasto e imprevisible mundo de la revolución digital que caracteriza la globalización se enfrenta a la propia incógnita de tecnologías en la radicalidad de sus potencialidades. Lo es en el resguardo y seguimiento, y en los riesgos implicados. Lo es también en el modo como los medios de comunicación se enfrentan a los riesgos de su capacidad de replicar, no sólo informando, sino también desinformando, malinformando y falseando la información dirigida a una ciudadanía para quien es sustancial la vida democrática. Ello es analizado en su colaboración por López Veneroni.

También la digitalización de la vida cotidiana, para aquellos que tienen esa posibilidad, ha creado transformaciones en la manera en que entendemos nuestro espacio y nuestro tiempo, diluyendo las divisiones entre la vida personal y el trabajo al fusionar los espacios públicos y privados. Por ello, observamos una crisis de subjetividad, al imponerse como experiencia directa en las normas de aislamiento en las que, sin el Otro, buscamos la seguridad en la erosión de la privacidad. Al disolverse las barreras entre lo público y lo privado mediante la posible vigilancia que nuestros aparatos habilitan (Snowden, 2019), ¿estamos también ante posibles pérdidas de derechos y libertades? Y ¿qué significa esta dimensión a la par del claro aumento de las tendencias autoritarias dentro del panorama mundial? Waldman retoma estas problemáticas centrales.

Varias expresiones de inteligencia artificial se alimentan a través de nuestro confinamiento y con ello reconfiguran aristas de nuestro futuro. Por ejemplo, la aceleración de las nuevas formas de educación y sus metodologías y espacios, modificados por la innovación y el reforzamiento de los entornos digitales nos llevan a preguntarnos: ¿Cuáles serán los espacios de estudio del futuro? ¿Cuál el lugar de la escuela? Hoy vivimos un cambio en la simultaneidad del mundo online y el offline; la distancia de este último, en su virtualidad, frente a la prevalencia del primero nos debe llevar a estudiar el mañana de la educación.

Así también los cambios que se vislumbran en la estructura del empleo. ¿Cómo afectarán la distancia y desigualdad entre el trabajo manual y las ocupaciones que pueden enmarcarse en el recurso del home office y qué representa la contradicción espacio/tiempo que se concentra en éste? Nos encontramos en un nuevo punto 0, en que nuestra auto explotación laboral se exacerba por el miedo a la pérdida del empleo en un entorno de crisis económica, y permite nuevas formas de rearticulación del trabajo en detrimento del individuo mismo (Han, 2020).

Incluso en el ámbito religioso se puede observar esta tensión. En un entorno tan firmemente arraigado a la tradición y a la transmisión de rituales y memorias colectivas, ¿cuál es el impacto que tiene la transformación radical de las dinámicas sociales? Hervieu-Léger (2000) argumentó que la religión se compenetraba con las dinámicas fragmentadas de la modernidad; la incertidumbre de los cambios subjetivos y colectivos en muchos sentidos anclan la necesidad de creer en una verdad trascendental para gran parte de la población. En el caso de la pandemia, el auge de la religión digital evidencia por un lado la ruptura y por otro la continuidad de las prácticas religiosas. Es un reto organizativo que también pone sobre la mesa fenómenos como la sacerdotización de los ritos, en donde la figura del líder religioso es indispensable para la vida de la comunidad religiosa (Elsner, 2020); las comunidades digitales cuestionan en muchos sentidos las estructuras tradicionales jerárquicas. Una nueva subjetividad que se redefine y nos redefine surge en el marco de la experiencia compartida, quizá presentándonos una nueva generación, cuyos contornos aún no nos son plenamente aprendidos. Por generación, nos referimos a una sección de la población cuya memoria colectiva y sentido de identidad está definido por un evento compartido que cambió su mundo. Como señala Turner: “In modern history, we have the generation of the Great Depression, the ‘disobedient generation’ of the 1960s, and the generation of 9/11. What will characterize the mentality and imagination of the Covid-19 generation?” (Turner, 2020). Lo que tenemos claro es que será una imagen desigual, mediada por las mismas diferencias de clase, raza y género, que han influido claramente en la distribución de las muertes.

La constelación de las crisis es un momento único, que lamentablemente se alimenta de contradicciones de larga duración. Bajo la luz de la historia es un instante que no permite ser ignorado; un tiempo que constituye un desafío a la humanidad, a la vida social, a la democracia, y a las ciencias sociales.

Como toda crisis, esta pandemia por el coronavirus moviliza y cuestiona la relevancia de los temas que han venido ocupando a las ciencias sociales y a las humanidades, y la necesidad y oportunidad de abrirse a otros horizontes de observación. Sin embargo, esta colisión de diferentes crisis fuerza a que los conocimientos emanados de nuestro quehacer sean centrales, tanto para la comprensión de la naturaleza de la constelación, como para los posibles caminos de resiliencia ante esta coyuntura.

Éste es el hacer de las ciencias sociales en diálogo entre las teorías y con la realidad. Las primeras proveen el sustrato necesario para acercarse a la vida social, y la segunda es representada para que podamos obtener certeza en nuestra acción. Hoy ambas exigen repensarse en sus prioridades cambiantes. Así, deben asumir también que muchas categorías teóricas pierden hoy fundamento, mermando su capacidad explicativa y sentido heurístico. Ellas habrán de confrontar permanencias y transformaciones en lo que hoy se manifiesta de modo contundente. En sociedades crecientemente desiguales y fragmentadas; la necesidad y el resguardo de la cotidianeidad, hoy severamente alterada y amenazada; la configuración de mentalidades y racionalidades prácticas de los individuos sobre y frente a la autoridad, al Estado y a la vida misma, y que se expresan diferencialmente en reconocimiento, en distancia o en extrañamiento.

Hoy las ciencias sociales miran el riesgoso desafío de los liderazgos autocráticos frente a las democracias, en su pugna por los atributos de eficacia en el manejo de las crisis. La coyuntura de la gestión de la emergencia se muestra campo fértil para la centralización y concentración del poder, las restricciones a las libertades cívicas y los a derechos humanos. Su estudio se despliega en ejes conceptuales de continuidad y ruptura.

Observamos con preocupación el ascenso del autoritarismo y el nacionalismo a nivel global. ¿Llevará a eclipsar o a agudizar las manifestaciones de xenofobia, racismo y antisemitismo que la han precedido y se han incrementado, tal como los índices y análisis más serios lo indican? Las teorías conspiratorias, la paranoia y los fake news se han disparado. Ello apunta hoy a la necesidad de preguntarnos sobre las instancias y procesos que conduzcan a reconstituir credibilidad y confianza, ¿cómo pueden fortalecerse o debilitarse en los escenarios post-crisis?, ¿qué principios y rumbos primarán en la reconfiguración mundial? El estudio de la supervivencia de prejuicios, discursos de odio y las dinámicas de discriminación como fenómenos de larga duración nos presenta posibilidades para comprender los nuevos escenarios que atiendan su transnacionalidad, al ser parte de paquetes ideológicos de transmisión.

Ciertamente el debate entre individualismo y comunitarismo que atraviesa a la filosofía política, al pensamiento social y a la conversación pública buscará nuevos horizontes culturales y conceptuales de síntesis. ¿Nuevas solidaridades? ¿Cómo habrán de codificarse en sociedades de creciente diferenciación las demandas sectoriales incrementales frente al Estado? ¿Será en clave de mutua exclusión y consecuente polarización, o de complementariedad? Es necesario plantearnos escenarios en donde la construcción de “otras modernidades” tenga viabilidad, para imaginar una salida posible a cada una de las diferentes crisis que construyen esta madeja de incertidumbre.

Ahora más que nunca, los enfoques de totalidad, que hagan esfuerzos en desarrollar abstracciones que permitan elaborar planteamientos complejos ante la inmensidad de la constelación, deben de ser plenamente reintegrados a nuestro quehacer. Es imposible volver a un pensamiento social parcial y fragmentario. Esta pandemia global ha confirmado no solamente la pertinencia de nuestras ciencias, sino también el caro precio de su relegamiento a formas instrumentales y utilitarias.

Quienes que nos dedicamos a investigar y pensar el mundo social -en su diversidad-material y conceptual, en las convergencias y divergencias disciplinarias- en estos momentos debemos explicar, comprender, interpretar y orientar también cursos de acción en un mundo cuya complejidad, variabilidad, contradicciones y ambivalencias, requieren del saber científico. Se reafirma, entonces, la necesidad por hallar nexos entre explicación y previsión, aunque ambos momentos puedan responder a lógicas y propósitos diversos.

El coronavirus, mediante su rápida capacidad de contagio, su impacto social desigual al interior de los países y entre ellos -y las muertes que lo acompañan-, ha hecho visible la necesidad de repensar los aciertos y límites civilizatorios, y la capacidad de construir y materializar el bien común. Es una exigencia de este evento epocal.

Por ello, las ciencias sociales, más que nunca, deben de revelarse como lo que son: ciencias, sociales y humanistas. La emergencia, las posibilidades de acción, las oportunidades perdidas para evitar o mitigar el impacto de la pandemia, al estar en el centro de nuestra reflexión, deben de ser abordadas a partir de la lamentable pérdida de millones de vidas humanas. Debe, por tanto, ser la pulsión de vida lo que guie nuestra producción de conocimiento

Ante ello, debemos negarnos a caer en derrotismos y, sobre todo, debemos evitar ser presas del miedo que recorre nuestras vidas. Éste es parte central de esta pandemia, lo que es comprensible, pues nuestra vida misma es la que puede estar en juego. Cuando nos inmovilizamos por la emergencia, bien puede ser que estemos permitiendo la puesta en marcha de procesos que en determinado momento limiten nuestros derechos o nuestras libertades. La herramienta más poderosa contra el miedo es el conocimiento: el ejercicio de la comprensión de lo que se vive, más allá de nuestra capacidad de agencia individual. Negarnos a inmovilizarnos -aunque nos mantengamos por seguridad dentro de nuestros hogares- es un logro que sólo puede ser alcanzado mediante la reflexión, no sólo en torno a los mecanismos de la enfermedad, sino del mundo en la que ésta se desarrolla. Es tomar el conocimiento del mundo. En esta lógica, el esfuerzo colectivo que presentamos en este número da cuenta de abordajes disciplinarios y téoricos diversos que elaboran un encuadre de la constelación en diferentes niveles conceptuales y analíticos. Los acercamientos teóricos y las investigaciones empíricas arrojan luces e interrogantes frente a los desafíos radicales que vivimos.

Como hemos mencionado, las respuestas a la pandemia por Covid-19 han presentado procesos contradictorios, entre los que destacan los reforzamientos nacionalistas ante problemáticas transnacionales y la diversidad de posturas epistémicas para su análisis. En su artículo, “¿Sigue vigente el pensar global?, Michel Wieviorka teoriza sobre la posibilidad de que nos encontremos en tiempos de ralentización de la globalización, e incluso en un nuevo período histórico, de desglobalización, y cuáles son las implicaciones de ello para las ciencias humanas y sociales. Si el pensar global se encuentra amenazado a corto plazo por la situación crítica que vivimos, también existe la posibilidad de que la catástrofe resulte en el progreso o la emancipación a mediano o a largo plazo. Para las ciencias sociales, este dilema es fundamental.

En este sentido, Gerhard Preyer y Reuss-Markus Krausse, en su artículo “Covid-19 as an Immune Event. Multiple Irritation Scenarios beyond Western Modernizations”, retoman desde la investigación sociológica los diferentes niveles de análisis sobre la observación y el combate de la Covid-19, planteando cinco tesis que incorporan la autoirritación de la comunicación social y los eventos inmunes de los sistemas de membresía como elementos fundamentales para el estudio de la crisis. Su artículo, retoma los planteamientos de la teoría de Múltiples Modernidades de Eisenstadt para analizar elementos como el papel de los medios de comunicación masivos, el Estado de bienestar, el control de recursos libres o la función de la comunicación de protesta, e incluso temas tan concretos como el populismo y su conceptualización. En este sentido, la lógica de inclusión atribuida a la modernización occidental, tan preponderante en el pensamiento sociológico, deviene engañosa y no debe frenar el desarrollo de nuevos ordenes de entendimiento de la organización social.

La debilidad institucional en muchos lugares del mundo tambaleó algunos de los pilares más importantes de la modernidad misma: el Estado-nación, como unidad de gobernanza, se vio rebasado.

El artículo “La Covid-19 y el vacío de la postpolítica. Hacia un Estado más allá de la nación”, de Francisco Valdés Ugalde, cuestiona la soberanía obsoleta a la cual se aferran los gobiernos para afirmar su esfera de poder en este mundo profundamente globalizado, revindicando el análisis de las estructuras políticas nacionales e internacionales en un marco de profundos procesos de globalización. El espacio postnacional, concluye, debe incluir la presencia de acciones colectivas ciudadanas, llenando el vacío de autoridad legítima de los estados nacionales ante problemas que escapan de su poder.

Estas mismas dinámicas dentro de un marco de globalización ponen en entredicho la fortaleza de los sistemas políticos alrededor del mundo y mantienen el foco dentro de los liderazgos políticos nacionales e internacionales. Los estilos de liderazgo se convierten en cualidades fundamentales para el manejo de las crisis, en donde la rendición de cuentas ante la ciudadanía desborda los límites de la política nacional y la gestión de desastres depende de la cooperación, la cual está profundamente influida por los líderes políticos nacionales. Éste es el análisis realizado por José Francisco Jiménez Díaz, Juana María Ruiloba-Núñez y Francisco Collado-Campaña, titulado “Liderazgo político para un mundo nuevo: cambios globales y pandemia de la Covid-19”, que hace énfasis en la necesidad de líderes democráticos y transaccionales con capacidad de llegar a acuerdos sobre los objetivos a desarrollar en las nuevas redes de gobernanza; liderazgos cautelosos y cooperativos que puedan dar respuesta a las necesidades de una sociedad globalizada.

En caso de que no se creen estas redes de gobernanza, las consecuencias pueden ser fatales para la democracia alrededor del mundo. Ricardo de la Peña analiza la construcción de un estado de excepción en muchos países, el cual ha limitado las libertades individuales y ha otorgado poderes extraordinarios a los gobiernos con el objetivo de contener la pandemia, la cual ha tenido un impacto directo para las condiciones de la democracia alrededor del mundo. En su artículo, “Las repercusiones políticas de una pandemia”, el autor retoma los datos del proyecto Varieties of Democracy, el cual recoge decenas de indicadores sobre la calidad de la democracia en todos los países alrededor del mundo anualmente y que, en este año, creó tanto un índice de violaciones de los estándares democráticos por la pandemia como un índice de retroceso democrático por la misma. Resalta en el análisis una relación entre el carácter autocrático de los regímenes nacionales y la propensión a violentar los estándares democráticos en pos del control de la pandemia.

Del mismo modo, la crisis sanitaria ha evidenciado los retos que han encontrado históricamente los regímenes democráticos para ejercer una política transparente y eficaz de rendición de cuentas. Dante Avaro y Carlos Luis Sánchez y Sánchez retoman en su artículo “Nuevos desafíos para la rendición de cuentas en tiempos de pandemia: populismo y algoritmocracia” tres preocupaciones principales (la vinculación entre la inteligencia artificial y la intimidad, datos y comportamientos ciudadanos; la relación entre coacción estatal y la restricción de las libertades individuales; y las evidencias sobre las cuales se basa la creación e implementación de políticas públicas) y las confrontan ante los contextos de gobiernos populistas, profundizando en las complicaciones que trae la inteligencia artificial para el funcionamiento de la red institucional de rendición de cuentas.

En términos de impactos supranacionales, la pandemia por la Covid-19 puso de manifiesto una crisis del sistema internacional cuyas raíces se encuentran en el siglo pasado. Claude Heller, en su artículo “El impacto de la pandemia en una era de conflictos”, explica cómo esta crisis limitó la capacidad de acción de las instituciones internacionales encargadas de encontrarse en la primera línea de la lucha contra la crisis, profundizando la desigualdad en las relaciones de poder entre estados y organismos, así como las dificultades para alcanzar los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Los Estados alrededor del mundo han participado de forma fragmentada y desigual en la lucha, lo que exige la renovación del multilateralismo como propuesta política y organizativa, que permita impulsar reformas dentro de órganos tan importantes como el Consejo de Seguridad.

Por su parte, en el entendido del carácter multidimensional de la pandemia, Ana María Herrera Galeano y Alan Yosafat Rico Malacara presentan su artículo “La construcción social del riesgo. Claves analíticas para comprender la pandemia de Covid-19 en México: el caso de la Jornada Nacional de Sana Distancia”, en donde argumentan que la pandemia debe ser también comprendida como una construcción social, en cuyo centro se encuentra el concepto de riesgo como una serie de procesos de producción de sentido y de condiciones que configuran representaciones y prácticas específicas. La experiencia del riesgo durante la presente crisis se ha cristalizado en instancias institucionales, colectivas o cotidianas con temporalidades y dimensiones diversas. Para dicho artículo los autores realizan un análisis de la Jornada Nacional de Sana Distancia, la cual permite poner en perspectiva la construcción social del riesgo de contagio y propagación del virus, y evidenciar la tensión en su regulación discursiva: lo que implica la producción del riesgo, sus consecuencias y las resistencias a ello. Uno de los papeles fundamentales del manejo del riesgo lo han tenido los medios de comunicación, que han fungido como fuentes masivas sobre la información referente a la pandemia y la propagación del virus.

En ese sentido, el artículo “La información de la pandemia de la Covid-19 en las portadas de los diarios. Estudio comparativo de Italia, Reino Unido, España, Francia, Portugal, Estados Unidos, Rusia y Alemania”, de Santiago Tejedor, Laura Cervi, Fernanda Tusa Jumbo, Marta Portalés, a partir de un estudio de 288 portadas de las ediciones en papel de los principales diarios (a criterio de los autores) de Italia, Francia, Reino Unido, Portugal, España, Estados Unidos, Alemania y Rusia, concluye una serie de inercias en la cobertura informativa a partir de enclaves socio-demográficos y destacan el rol protagónico de las figuras políticas, de lo cual se infiere un alto grado de politización de la crisis sanitaria.

Sin embargo, el impacto de los medios de comunicación en muchos casos se ve opacado por la capacidad de la información (verdadera o no) para replicarse a partir del uso de las tecnologías de la información. Felipe López Veneroni analiza este fenómeno en su artículo “De la pandemia a la infodemia: el virus de la infoxicación”; en él argumenta que el rápido y en muchos casos sencillo acceso a la información, condición necesaria para el desarrollo de una vida democrática activa, se convierte en un arma de doble filo ante la preponderancia de información desactualizada, ignorante o deliberadamente perniciosa. Esta experiencia lleva a un estado permanente de posverdad, que disminuye la calidad informativa y debilita la confianza de la ciudadanía en las instituciones y la información que de ella provienen.

Otra forma de análisis de la pandemia como hecho sociológico la realizan Ligia Tavera-Fenollosa y Carlos Arturo Martínez Carmona en su artículo “Jóvenes universitarios y la Covid-19: una mirada desde la categoría de acontecimiento”. Recogiendo la reflexión realizada por la filosofía y la sociología francesas contemporáneas, los autores utilizan al acontecimiento como categoría analítica y conceptual para conocer la experiencia de la pandemia que han tenido las y los estudiantes universitarios en la Universidad Nacional Autónoma de México. En tanto sujetos del acontecimiento, los universitarios dan cuenta de las rupturas y aperturas que han experimentado, así como su posicionamiento en torno a las disposiciones gubernamentales y algunas narrativas circuladas en redes sociales respecto al coronavirus. Para ello, se realizó una metodología mixta (un cuestionario y un grupo focal), que permite explorar los planos personal-psicológico, educativo-cognitivo y familiar.

En términos económicos, Edgar Ortiz, Alejandra Cabello Rosales y Miriam Sosa Castro presentan el artículo Financiarización y consumismo: multipolarismos y crisis Covid-19”, en el que profundizan en una de las consecuencias más importantes de esta situación crítica, más allá de la crisis sanitaria: la volatilidad en los mercados bursátiles y el colapso de la economía global. A partir de un análisis de los retos que enfrentan las instituciones de gobernanza local a internacional al encontrarse subordinadas a los intereses de las corporaciones transnacionales y multinacionales en un mercado poco regulado y con estructura y funciones poco coherentes, los autores resaltan la creación de una multipolaridad del capitalismo global (es decir, su desenvolvimiento en megacentros económico-financieros). A su vez, identifican un patrón de acumulación basado en la financiarización y el consumismo que permite complejizar el análisis de la crisis actual.

Otra de las afectaciones más directas de la crisis sanitaria y su consecuente crisis económica ha sido en el empleo. Ante una contracción de la economía, millones de individuos han perdido sus trabajos o, en muchos casos, han visto sus sueldos y prestaciones disminuidas. Estos impactos, sin embargo, no se han presentado de forma igualitaria: distintos sectores y grupos poblacionales han resentido estos hechos más que otros; entre ellos, el caso de las mujeres ha sido de los grupos más afectados tanto en sus trayectorias como en sus condiciones laborales. Ante dicho escenario, Ana Ruth Escoto Castillo, Mauricio Padrón Innamorato y Rosa Patricia Román Reyes, en su artículo “La complejidad de la crisis por la Covid-19 y la fragilidad del mercado de trabajo mexicano. Un panorama desde la ocupación, la desocupación y la disponibilidad para trabajar”, plantean la necesidad de identificar las condiciones tanto individuales como del hogar que influyen en la ocupación y la desocupación en el mercado de trabajo en México. Destacan, por ejemplo, la presencia de niños menores de 5 años, las cargas domésticas no remuneradas y la residencia en zonas rurales, como elementos que avivan las brechas de género en la incorporación al mercado de trabajo.

Uno de los sectores más precarizados ha sido, históricamente, el rural. El impacto de la crisis económica derivada de la pandemia ha profundizado esta precarización, a pesar de las acciones gubernamentales implementadas. A lo largo de su artículo “El sector rural de México ante la Covid-19” Julio Vilaboa-Arroniz, Diego Esteban Platas-Rosado y Pedro Zetina-Córdoba hacen énfasis en la profundidad de la crisis para el campo mexicano, lo que requiere una nueva orientación de las políticas públicas para combatir la atomización, la burocracia, la desarticulación social y el clientelismo que preponderan en este sector, en lugar de sólo agilizar los programas ya existentes. En tanto se requieren de programas para la inversión y el financiamiento a la producción, también se hace necesario el apoyo a esquemas de comercialización destinados al consumo interno, particularmente en momentos en el que el comercio internacional se encuentra ralentizado.

En el caso de Venezuela, la pandemia tuvo impactos dentro de una crisis alimentaria que ya existía debido a la situación política y económica del país. Rina Mazuera-Arias, Neida Albornoz-Arias y Roberto Briceño-León analizan, en su artículo “Seguridad alimentaria, Covid-19 y crisis: una aplicación del modelo de regresión logística binomial para su estudio”, cómo en un contexto en donde no existe disponibilidad, acceso y utilización de alimentos, así como gran precariedad económica, las consecuencias de las políticas de aislamiento y reducción de movilidad en la fuerza laboral, los sistemas de producción y de transporte, así como las cadenas de distribución públicas y privadas han sido difíciles de calcular a mediano plazo. A través de una serie de encuestas y su análisis con un modelo de Regresión Logística Binaria, se deja en evidencia la presencia no sólo de una inseguridad alimentaria sino también de una inseguridad nutritiva, que el Estado y las iniciativas privadas deben atacar a partir de políticas estructurales y no sólo paliativas.

Para concluir, Ana de Luca y José Luis Lezama realizan una reflexión alrededor de la pandemia como una consecuencia de los valores de la modernidad y su proyecto económico, político y ético, resaltando el sometimiento de lo no humano en favor del desarrollo del capital. La crisis debe ser analizada, argumentan en su artículo “La crisis del sistema de la vida. Reflexiones para una ecología política de la esperanza”, como un momento de complejidad ontológica y epistemológica que demanda su estudio más allá de la crisis ambiental, su expresión fenomenológica, sino como una crisis en sí misma civilizatoria. Sin embargo, al mismo tiempo esta pandemia deviene oportunidad para pensar nuevos proyectos que reconozcan y combatan el poder del capital y propongan la reapropiación del mundo a través de vínculos de afecto y cuidado. Uno de estos proyectos es la Ecología Política de la Esperanza, la cual propone tomar a la crisis como una pedagogía para entender las condiciones de cambio que son urgentes pero posibles, con el objetivo de materializar otras realidades.

En la última sección de nuestro número, Gilda Waldman presenta una nota de investigación titulada “¿Crisis epocal? Apuntes para una reflexión”, en ella ahonda sobre el momento de inflexión histórica que vivimos, el cual implica una transformación radical de la configuración del mundo y sus certezas. A lo largo del ensayo, realiza una dilucidación sobre el cuestionamiento contemporáneo a la herencia iluminista moderna que sostiene el paradigma civilizatorio occidental -el cual ha llevado al descrédito de algunos de sus principios como la razón científica y la esfera pública como lugar de debate y encuentro- a partir de la preminencia de la tecnología digital y las redes sociales. Esto plantea una fractura en los significados que nos han permitido aproximarnos a la realidad, derivando en incertidumbre dentro del pensamiento social.

Además, contamos con tres reseñas de libros que retoman algunos de los enfoques resaltados a lo largo del número. La primera, “La explosión de lo social en la sociedad contemporánea”, de Octavio Spíndola Zago, quien dilucida alrededor del libro de Ligia Tavera Fenollosa y Nelson Arteaga Botello (2020); la segunda, “Meritocracia y daños sociales”, de Johnny Antonio Dávila, retoma el libro de Michael Sandel (2020); y la última, de Emilio Crenzel, “Las teorías conspirativas en América Latina: entre la historia y la política”, sobre la obra de Leonardo Senkman y Luis Roniger (2019).

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1“El aumento del desempleo fue inferior al que podría esperarse dada la magnitud de la contracción de la actividad, debido a que muchas personas en edad de trabajar salieron de la fuerza de trabajo” (CEPAL, 2021b).

2Los hospitales privados solicitaban depósitos de entre 300 mil y 1 millón de pesos como condicionante para aceptar al paciente Soto, 2021)

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