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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.65 no.238 Ciudad de México ene./abr. 2020  Epub 05-Feb-2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.238.68574 

Reseñas. Notas de investigación

¿Qué es lo que cambia cuando cambian los movimientos sociales?

What Changes when Social Movements Change?

Manuel Garza Zepeda 

*Instituto de Investigaciones Sociológicas, Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, México. Correo electrónico: <magaze@iisuabjo.edu.mx>.

Pleyers, Geoffrey. 2018. Movimientos sociales en el siglo XXI. Perspectivas y herramientas analíticas. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,


Las múltiples formas de acción colectiva en las que se expresan movimientos sociales de muy diverso carácter no constituyen un signo peculiar de nuestros tiempos. Tampoco lo es su extraordinaria dispersión, que prácticamente abarca regiones del mundo entero. Sí lo son, en cambio, los desafíos que los movimientos contemporáneos plantean a los enfoques teóricos existentes. Y también lo es la discusión generada en este ámbito particular de estudios, que ha llevado incluso a cuestionarse sobre la utilidad actual de la propia categoría de movimientos sociales.

En el medio, caracterizado por la renovación constante de los términos del debate, este libro contiene una compilación de trabajos escritos durante la última década por Geoffrey Pleyers, relacionados con diferentes cuestiones relativas a las luchas contemporáneas. El autor, investigador de la Universidad de Lovaina y activo participante en la Asociación Internacional de Sociología, ha dedicado prácticamente toda su carrera al estudio de los movimientos sociales desde una perspectiva que es tributaria del enfoque de Alain Touraine, aunque no duda en separarse de éste cuando el trabajo de campo que ha realizado por varios continentes lo ha llevado a cuestionar algunos de sus planteamientos.

A pesar de la diversidad de temáticas, los textos incluidos están articulados por la preocupación central del autor, no solamente por comprender los cambios que los movimientos sociales han experimentado en las últimas dos décadas, sino además por el propósito de encontrar respuestas a la que denomina la “eterna pregunta de los movimientos sociales: ¿cómo cambiar el mundo?” (Pleyers, 2018: 16). Y si bien la pregunta podría ser eterna, los diversos trabajos compilados en el libro reflejan los cambios evidentes que tanto la realidad como el campo de análisis de los movimientos sociales han experimentado en las últimas dos décadas. Es decir, si algo tienen en común las respuestas a esa pregunta es su dinámica permanente.

Aunque el libro se refiere en su título a los movimientos del siglo XXI y finca sus reflexiones en el análisis de experiencias diseminadas por distintos países, los casos de América Latina, y en particular de México, ocupan un lugar muy relevante en la discusión. Pese a que el libro también contiene una gran cantidad de cuestiones de la mayor relevancia para el estudioso de los movimientos sociales, voy a centrarme aquí solamente en dos de ellas: por una parte, en los cambios que el autor señala en relación con las prácticas activistas, que llegan a configurar una verdadera cultura; y por otra, en el problema de cómo entender la situación actual de retroceso en varios países, después de la oleada de luchas que los sacudió en la última década.

Los primeros cuatro capítulos del libro están dedicados al análisis de los movimientos sociales de la década de 2010. El argumento central al respecto afirma que es posible identificar en ellos una verdadera cultura activista que Pleyers denomina alter-activista, tanto para señalar el legado de los movimientos altermundialistas de fines del siglo XX como para referirse a formas de acción colectiva que son otras. Los rasgos que distinguen a la cultura alter-activista son, ante todo, la centralidad que adquiere la experiencia y la individualización del compromiso. De ambos se derivan las formas diversas en que los sujetos asumen ahora la lucha por un mundo nuevo.

La centralidad de la experiencia significa, por una parte, la importancia que conceden los sujetos al despliegue de formas de vida definidas por ellos mismos, en abierto rechazo a las formas hegemónicas, organizadas por el capital, que reducen los vínculos sociales al dinero. Contra la manipulación de las necesidades y de la información que realizan los poderes de todo tipo, los activistas intentan construir otros modos de relación que reivindican la defensa de su autonomía y de la experiencia vivida. Este propósito implica una separación respecto de las formas de acción orientadas a la formulación de demandas a las instituciones establecidas, en favor del llamado a la libertad personal en contra de las lógicas del poder, de la producción orientada a la reproducción del valor y de la operación de los medios de comunicación masiva. Una libertad personal que se expresa en la construcción de espacios al margen de las relaciones sociales capitalistas que Pleyers denomina espacios de experiencia (Pleyers, 2018: 38).

Por otra parte, el autor atribuye a dicha centralidad de la experiencia la experimentación. Los alteractivistas ponen en juego su subjetividad y creatividad para experimentar de manera espontánea con formas de relaciones distintas a aquellas centradas en la reproducción del valor. Se exploran las posibilidades de construir formas de relaciones basadas en la solidaridad, la reciprocidad y la horizontalidad.

Formas que son experimentales en virtud de que los sujetos no actúan con base en programas previamente definidos. Reconocen que los modos de relaciones existentes incluso en las organizaciones sociales creadas por los movimientos sociales reproducen formas jerárquicas y antidemocráticas.

Por ello, su búsqueda es necesariamente experimental: intentan crear, sobre la marcha, procesos democráticos y buscan relacionarse de maneras distintas a las formas existentes. Precisamente por ello, los espacios de experiencia, considera el autor, son no solamente lugares de lucha sino “antecámaras de un mundo nuevo” (Pleyers, 2018: 57). Son el espacio donde se está cocinando ese otro mundo y no meramente el de elaboración de demandas.

Vinculado con centralidad de la experiencia aparece el otro rasgo que caracteriza a la cultura alteractivista: la individualización del compromiso. En este sentido -señala el autor- para los sujetos de estas luchas el compromiso se convierte en una exigencia de carácter personal. Atrás ha quedado la noción del compromiso como entrega absoluta a la causa, el partido o de la organización en el sentido del sacrificio personal. En la cultura alteractivista el compromiso implica ante todo una “ética personal”, entendida como la búsqueda de una congruencia entre los principios sustentados y las prácticas de los sujetos. Estos consideran que la democracia, la justicia social y la dignidad no se reducen a exigencias formuladas a las élites políticas pues son, ante todo, “prácticas y exigencias personales” (Pleyers, 2018: 39). De aquí deriva el carácter prefigurativo que el autor atribuye al alteractivismo: los sujetos no solamente actúan en busca de reducir la brecha entre sus principios y sus prácticas, sino que, en el despliegue cotidiano de otras formas de relación y de acción, se anticipa la fisonomía de un mundo nuevo.

El mundo nuevo al que aspiran los alteractivistas implica entonces la exigencia de la participación personal directa, en lugar de delegar las responsabilidades en los representantes de los movimientos o en la organización partidista. La visión instrumentalista de las organizaciones y los movimientos es cuestionada en nombre de la consideración de la lucha como “proceso de experimentación creativa, por medio del cual se ponen en práctica los valores de un ‘mundo mejor’” (Pleyers, 2018: 50). Lo que implica, precisamente, que ese mundo mejor no sólo puede ser construido mediante la creación de otro tipo de relaciones sociales sino con la construcción del propio sujeto como parte del proceso de lucha mismo. Ahí el cambio en la concepción del compromiso individual.

El otro eje de análisis que recorre una gran parte del libro, y relacionado íntimamente con el primero, es la pregunta respecto del por qué la ola de luchas que había despertado un gran entusiasmo, no solamente entre los activistas sino además en los estudiosos de los movimientos sociales, terminó con la llegada al poder en muchos países de fuerzas conservadoras y nacionalistas, con el ascenso del racismo y el autoritarismo. Para responder a esta cuestión, el autor vuelve a la discusión teórica, en la que expresa una postura crítica frente a los enfoques hegemónicos en el estudio de los movimientos sociales. Para ello nos recuerda que Alan Touraine considera a los movimientos sociales como protagonistas centrales en la transformación de la sociedad. Aunque ese argumento podría ser cuestionado firmemente a la luz del fracaso de la oleada de movimientos de la década de 2010, Pleyers considera que hay una serie de sesgos epistemológicos y problemas en el proceso de análisis que permitirían entender por qué razones los estudios de movimientos no pueden explicar adecuadamente el fracaso sin desechar el enfoque de Touraine o incluso la categoría misma de movimientos sociales.

Los sesgos epistemológicos se encuentran principalmente en la reducción instrumentalista de los movimientos sociales que se limita a indagar sus efectos sobre la estructura o la política institucional, así como centrarse exclusivamente en la observación de los episodios concretos de protesta. El primero de ellos resulta especialmente problemático, en especial cuando muchos de los movimientos sociales contemporáneos expresan de manera explícita su rechazo a la política institucional y se pronuncian por una concepción de la democracia que la trascienda. En el caso de la limitación consistente en observar los episodios de protesta, el autor considera que ellos son apenas la punta del iceberg, ya que los movimientos de la década de 2010 dedicaban mayores esfuerzos y energía a la construcción de nuevas formas de organización y relaciones interpersonales que a la formulación de demandas o a la protesta.

Por otra parte, el entusiasmo por las potencialidades transformadoras de los movimientos sociales generalmente conduce a subestimar las capacidades de reproducción de la sociedad por el peso de las estructuras y los procesos sociales cotidianos. En este punto nos recuerda Pleyers que esas estructuras y procesos de reproducción tienen también agentes concretos que contribuyen a frenar el cambio social. Esos actores habían sido ya previstos en la concepción de Touraine sobre los movimientos sociales, precisamente al definir a estos en términos de interacciones entre actores. Por ello, para entender el fracaso de los movimientos progresistas es preciso considerar también a los actores de arriba como movimientos sociales. Es decir, a quienes defienden y promueven el capitalismo global y a los actores conservadores que se mostraron con ímpetu en la segunda mitad de la década de 2010 (Pleyers, 2018: 100). Actores que difícilmente entran en los análisis que se centran exclusivamente en los movimientos progresistas.

En las otras dos secciones del libro el autor profundiza en el análisis de los movimientos sociales en América Latina, y en especial en México, desde la perspectiva que ha ido construyendo no sólo en el libro sino en su propio trabajo de investigación. La última sección está dedicada al análisis de las aportaciones de Alain Touraine y Francois Houtart al problema de la emancipación.

El libro aporta ideas muy relevantes para pensar en los problemas de las luchas contemporáneas y la transformación del orden social, desde una posición que cuestiona los enfoques analíticos dominantes. Sin embargo, en una consideración crítica de la obra es posible observar una tensión que atraviesa gran parte del libro: aquella relacionada con la necesidad de renovar los enfoques teóricos y las herramientas analíticas para el estudio de los movimientos sociales. Aunque Pleyers se manifiesta por la necesidad de esa renovación, su valoración de las luchas en cierta medida no escapa a los criterios con los cuales generalmente se piensan los efectos de las luchas.

Así, por ejemplo, su constatación de que los movimientos de la última década no lograron transformar las sociedades ni las relaciones con la política institucional no abandona el marco de referencia con el cual se han hecho estas valoraciones. Es un problema de gran relevancia dado que, si los movimientos apuntan a transformaciones que no es posible observar en la estructura o los procesos de la política institucional, ¿cómo puede valorarse el avance en esa dirección? Es preciso reconocer que no contamos con las herramientas analíticas para aprehender tales transformaciones. En una parte del libro, Pleyers reconoce esta necesidad de nuevas herramientas. Sin embargo, su reflexión se basa en la idea de que los movimientos de la década de 2010 no lograron sus propósitos.

Ciertamente, se requieren nuevas herramientas de análisis para el estudio de los movimientos sociales. Las existentes, o bien se centran en la observación de los ámbitos institucionales o bien se basan en una consideración de cambios de carácter incremental. ¿Cómo eludir ambos riesgos? ¿Es posible aprehender cambios que impliquen avances en la transformación social, fuera de los ámbitos institucionales? Sin duda, aunque este libro no da respuestas a la problemática, una parte de su valor se centra en promover las preguntas y en su posición crítica frente a los enfoques hegemónicos. Sin dejar de reconocer, por otra parte, la extraordinaria riqueza que aporta a sus reflexiones la enorme experiencia de trabajo de campo que ha realizado Pleyers por las más diversas latitudes del mundo.

Referencias bibliográficas

Pleyers, Geoffrey (2018) Movimientos sociales en el siglo XXI. Perspectivas y herramientas analíticas. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. [ Links ]

Manuel Garza Zepeda es doctor en sociología por la BUAP; investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Sociológicas (IIS) de la UABJO; sus líneas de investigación son: luchas anticapitalistas y la crítica de los movimientos sociales; entre sus últimas publicaciones se encuentran: (con Eduardo Bautista Martínez) Política y alternativas frente a la crisis capitalista (2017) Ciudad de México/Oaxaca: Juan Pablos/IIS, UABJO; (con Eduardo Bautista Martínez) Políticas y estrategias de resistencia (2018) Ciudad de México/Oaxaca: Editorial Itaca/ IIS, UABJO; Luchas y autodeterminación social en Oaxaca. Dos experiencias de movilización por la tierra urbana (1974-1977) (2018) Ciudad de México/Oaxaca: Juan Pablos/ IIS, UABJO.

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