SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.65 número238Tres días que conmovieron al mundo: panorama de las ciencias sociales (1989-2016)La violencia simbólica como forma de violencia contra las mujeres en la política: un análisis crítico índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.65 no.238 Ciudad de México ene./abr. 2020  Epub 05-Feb-2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.238.71991 

Dossier

Carta de las Américas1

Letter from the Americas

Jean Meyer* 

Traducción:

Ana Ortega Romeu

*Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C., División de Historia, México. Correo electrónico: <jean.meyer@ cide.edu>.


¡Ha caído!

¡Ha caído!

(según el Apocalipsis de san Juan)

Cayeron las murallas, cayó el Muro, cayó la Torre de Babel que debía subir hasta los cielos y los cristales de las naciones buscan precipitadas nuevas estructuras, todas las izquierdas del mundo se sienten huérfanas. Hay que desconfiar de los entierros clandestinos, del duelo no asumido, del cadáver escondido en el armario. La agonía del comunismo terminó, pero su enorme cuerpo hiede y envenena más de lo que queremos ver. La época actual se asemeja a una mesa de discusión televisada o un reportaje de ECO/CNN transmitido por la televisión privada mexicana: desorden, amnesia, irresponsabilidad, “y ahora el joven Murrieta nos contará sobre la plaza de toros esta tarde” (después de 30 segundos sobre Sarajevo). El caos no es únicamente maquiavélico, no está únicamente en la televisión: lo tiene en la cabeza cada uno de nosotros.

Con “nosotros” me refiero a todos aquéllos que más o menos adoptaron, combatieron o atravesaron la pasión del siglo, a su insania roja y negra y, tras la derrota del nazismo, roja nada más. A quienes no tuvieron otra estrella polar (roja, de cinco puntas) porque era de su tiempo y de su espacio, con un desfase de 20 años o de 30 para Latinoamérica y África. Yo vivo en México, donde la sangre de los estudiantes de 1968 engendró a los combatientes perdidos y otros “enfermos” de la guerrilla urbana de los 70, al que la suerte terrible de los hijos de Cadmo en toda Centroamérica no le es ajeno. Vivo en México, el extremo occidente, pero nací en Francia en 1942, cuando los dados de hierro del destino inclinaron la balanza hacia Stalingrado-Volgogrado-Tsaritsyn. El comunismo fue nuestro destino, tanto para aquellos que-como mis compañeros Michel F., François L., Régis D., Nathalie M., Nikos P. y Jean P.-ardieron por él como para quienes -como yo- lo combatieron.

Combatir es vivir con, vivir en función de. Justamente.

¿Cómo olvidar que a los 14 años me entusiasmé con Poznan, con Buda y Pest? ¿Que lloré de rabia y de desesperación cuando fusilaron o colgaron a Imre Nagy y a Maléter? ¿Que busqué escondites en las montañas provenzales para podernos preparar para la resistencia, ante la inevitable llegada del ejército soviético?

Como buen cristiano, leí; me pusieron a leer a Marx para aprender a refutarlo como a un hermano enemigo, “el último escolástico”, un tomista, un profeta del Antiguo Testamento, algún familiar que predicaba “una verdad cristiana vuelta loca”. Nadie más que nosotros se tomó en serio el comunismo, para bien y para mal. Y no me refiero a la Teología de la Liberación que nunca me tentó pero que ardió en mil llamas hasta ayer, en Latinoamérica, mi segunda patria. Es el cristianismo contaminado por la utopía, bella y monstruosa por su ingenuidad, herejía cristiana, una mistificación astuta y monstruosa, el segundo término en función del primero: Optimi corruptio pessima.

Después, leí a Alexander Blok y los cristianos rusos que vivieron el principio de la Revolución Rusa como Su venida, como la Parusía: “Maranatha, Señor, ¡ven ya!”. Un gran sudario rojo se extendió entonces sobre Rusia y más allá, dando fin al mito encarnado en el horror de la realidad, el “socialismo real”: ¡qué expresión más atroz! El despotismo asiático, el socialismo de cuartel, Iván o Tamerlán, el yugo mongol, Dan Tatar, el totalitarismo… ¡al diablo con los conceptos! Fue en Rusia donde se forjó entonces el refrán “el bolchevismo y el nacionalsocialismo son las dos caras del diablo en el siglo XX”.

Por eso descorché la champaña con mi amigo Juan Semo, mexicano hijo o nieto de un judío húngaro o rumano, hijo de un comunista, con estudios realizados en Berlín Oriental; la descorchamos la noche que cayó el Muro. No me avergüenza nuestro entusiasmo, no renuncio a él, no sólo porque vi realizarse mis deseos (no mis esperanzas, pues confieso que, víctima de la ilusión de invencibilidad de la fortaleza, nunca pensé que vería caer solas las murallas), sino porque creo que ahora, sólo ahora, podremos comenzar a pensar libremente sobre nuestros verdaderos problemas. Una vez liberados del comunismo, henos ahora libres del anticomunismo.

Durante más de 70 años, el régimen más conservador del mundo, enemigo de todo lo que se mueve, piensa y respira, sirvió de coartada a todos los opresores del resto del mundo. Se acabó. Eso nos ha liberado, y con “nos” me refiero a los intelectuales denunciados como fascistas o lacayos del imperialismo yanqui cuando denunciamos la tiranía castrista, la locura polpotiana o la del Sendero Luminoso; o cuando nos atrevimos a escribir que en El Salvador a Roque Dalton lo habían asesinado los “comandantes”, sus hermanos, no la policía; a nosotros, los intelectuales que ahora podemos tranquilamente volver a leer a Marx, viéndolo ya no como el padre de todos los demonios sino como el autor de una doctrina inspirada por el odio y el resentimiento, el gran pensador y luchador. Podemos leerlo entre Tocqueville y Nietzsche.

Y es doble el motivo de mi alegría: no sólo se cayó la Torre de Babel, sino que se cayó por sí sola. Babel se suicidó. No fue vencida, no resistió paso a paso como una fiera entre los escombros de la capital, no: fue liquidada por Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, comunistas, hijos de Lenin y de Stalin, sin derramar una gota de sangre. Una victoria intelectual, moral, un milagro de la transfiguración celebrado en agosto de 1991 en las iglesias rusas.

Sin caer en el pesimismo, desde luego, debe decirse que el desastre ha sido mayor. El cadáver del comunismo lo envenena todo. El comunismo dejó todo hecho una monstruosa carroña descompuesta, por dentro y por fuera. Por fuera, no asusta el triunfo de Estados Unidos, no controlan nada; además, según la profecía de Jean-Baptiste Duroselle (1975) “todo imperio perecerá”, y el próximo imperio condenado a la desaparición es precisamente el estadounidense. Por fuera, los espacios de todos los enfrentamientos históricos vuelven a nuestra memoria, del Cáucaso y del Danubio a los Balcanes. Una Europa extraña, sobre todo vista desde América, una Europa extraña en la que o todo cambia o nada se mueve. Nuestros abuelos se perdieron en 1914, cuando quisieron resolver la cuestión nacional en la Guerra Mundial tras la Guerra de los Balcanes en 1913. Y así se engendraron 1917, 1933 y 1939, prolongándose hasta 1991. Y en 1992 empezó otra vez la Guerra de los Balcanes.

No sigo con este ímpetu, no elijo entre serbios y croatas, entre húngaros y eslovacos, entre rumanos y húngaros, entre polacos y lituanos, entre rusos y moldavos, entre chechenos y cosacos, entre ingusetios y osetios, entre judíos y goys. Todos son hijos de Dios con una vocación que cumplir, indispensables como dirían Herder, Vico, Soloviev y Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn.

La muerte del comunismo dejó muchos huérfanos. ¿Qué hacer con la generosidad agresiva y sacrificial de la juventud (y de las otras edades)? ¿Qué hacer con el romanticismo y la exaltación noblemente egoísta de la juventud que se entrega al desfile como a la guerra, al trabajo como a la pena? Los cristianos se reconocieron en el llamado a la emancipación de la humanidad, en el llamado al sacrificio, a entregarse hasta la ignominia, hasta el misterio de la iniquidad, hasta la abominación de la desolación. Entiendo y puedo amar a la joven guardia (roja) y los cadetes del Alcázar, las Brigadas internacionales y el viejo Millán Astray. No estoy de acuerdo con ellos, pero ésa es otra historia.

¿Volveremos a caer de la idea universal, sea fraternal o no, a la idea tribal? ¿Tendremos que elegir entre los ustachas y los chetniks, la ss y las tropas de la milicia, la Stasi y la kgb nacionales y étnicas? ¿No sabremos conciliar el personalismo del grupo (“ese sabor inimitable que no hay más que en uno mismo”, si cito correctamente de memoria a ese hijo de un advenedizo, Paul Valéry) con esa hospitalidad que el Dios bíblico nos exige? El extranjero es otro, y como tal merece respeto; es el anfitrión, el enviado de Dios, el ángel, el mensajero, Dios mismo que aparece en el ícono, la Trinidad de Andréi Rubliov, esos tres ángeles bajo el roble de Mamre, esos ángeles que defiende Abraham de los habitantes de Sodoma que pretenden sodomizarlos hasta matarlos. He ahí la disyuntiva: abusar del otro hasta el extremo de matarlo o acogerlo hasta el extremo de amarlo. Así es entre naciones, entre razas, entre mundos: norte y sur, Europa, Francia y sus lacayos, Estados Unidos y los “latinos”, todos con todos o todos contra todos, dentro de las fronteras del imperio soviético; ¿y qué decir de África, que arde de un extremo a otro? ¿Blancos y negros podrán vivir juntos y construir una verdadera África del Sur multirracial y multicultural? En todos lados es momento de la simplificación, de la “limpieza étnica”, en Europa, en Asia, en África. En América quizá tengan algo qué demostrarle al mundo en ese tema, especialmente México, que sin ser un paraíso, posiblemente sea el país más integrado y por ende con la personalidad más original o al menos más fuerte de todo el continente. Pero su mestizaje fue primero biológico, eso toma tiempo. Esa fusión corporal es sin duda la condición sine qua non… amor corporal, amor a secas.

Sólo queda decir que la democracia que quiero, que exijo para todos, para Cuba y para Guatemala, para el Tíbet y para Timor, para Irak y para Somalia, no es una religión secular capaz de exaltar a la juventud del mundo. No tiene -y qué bueno, aunque es más difícil así-la fuerza simbólica que tuvo el mito revolucionario. Se dijo que el hombre es un “soñador definitivo” que no se mueve más que cuando sueña. Ese sueño puede ser el delirio religioso, jacobino o bolchevique, o aun nacionalista; acaba al despertar en una pesadilla terriblemente real. El sueño puede ser esa simple y constante incitación, esa obsesión que orilla a la acción. La utopía política está ya muerta y enterrada. Es mejor así. Habrá que soñar con los ojos abiertos. La utopía de la sociedad sin clases está muerta y enterrada, como murió antes que ella la utopía de la Ciudad de Dios en la tierra. Todas ellas engendraron las Cruzadas, la Inquisición y la kgb. Régis Debray recordaba, el año pasado si no me equivoco, este célebre grafiti:

“Dios ha muerto. Atte. Marx

Marx ha muerto. Atte. Dios”

El círculo se ha cerrado, y ojalá no tome la forma del escorpión que se suicida -el enigma permanece entero, o más bien nuestro futuro inmediato de un día para otro se transformó en un enigma. Por ahora, bajo el signo del milenio agonizante, no tenemos respuesta. Isaiah Berlin decía hace poco que se alegraba de ser tan viejo porque no vería lo que viene. Soy tan pesimista como él, razonablemente, y por ello digo alegremente:

Le vent se lève…2

Post scriptum

No es cierto que la historia no enseña nada. Pero ofrece sus enseñanzas solamente

a los que quieren aprovechar las experiencias del pasado. Para Europa,

la lección es clara: su peor enemigo, inscrito, como un virus, en su patrimonio

genético y, como un virus, capaz de las más extrañas mutaciones, es el particularismo

nacional, estatal, ideológico: opción autárquica o aspiración al papel

hegemónico, sean cuales sean las justificaciones. No hay prueba de que sea

ahora inofensivo. Más bien todo indica que se durmió, antes de recobrar su virulencia.

Sólo si se elabora una vacuna contra sus formas futuras, todavía no

previsibles, se puede esperar que tenga éxito la unificación europea.

Palabras de Krzysztof Pomian, en 1989, 42. pocos días después de la caída del Muro de Berlín.

“Formas futuras, todavía no previsibles”… Ya las conocemos, son las “democracias iliberales” del momento populista en Europa y en el mundo. Quedó olvidado el momento de la euforia provocada por la desaparición sin violencia de la “cortina de hierro”, a la hora de la generosa perestroika del estimable Mijaíl Gorbachov. El virus diagnosticado por Pomian despertó y se ha propagado por todos lados; creo que en Europa sólo Portugal se salva. La Polonia que fue el actor decisivo en el desmantelamiento del Muro, la Polonia de solidarnosc y de Lech Walesa, ratificó el domingo 13 de octubre del 2019 con 43.6% de los votos la cruzada ideológica del ultra Jaroslaw Kaczynski y de su partido Ley y Justicia; sin embargo, perdió el control del Senado, lo que es una buena noticia. Los partidos hermanos, cuando no están en el poder como en Hungría y Chequia, pesan demasiado en la vida política como en Italia y Francia.

Lech Walesa, entrevistado por El País (13 de octubre del 2019), dice que la gente quiere cambios y por eso elige a gente que dice que va a hacerlos, como Trump en Estados Unidos, o como en Polonia. Lo primero que tenemos que preguntarnos es qué sistema económico tiene que haber y qué vamos a hacer con las demagogias, los populismos y las mentiras de los políticos a gran escala… Los populistas, incluido Trump, hacen un diagnóstico correcto, hay que cambiarlo todo, pero su solución a estos problemas no lo es. Busquemos una solución mejor (Chouza, 2019).

En efecto, la gente está harta de los partidos y de los dirigentes que le fallaron y por eso vota por un desconocido, algo que puede resultar positivo o fatal. Los franceses que votaron (muchos no lo hicieron, lo que es señal de alarma), escogieron a Macron, un desconocido hasta pocos meses antes; en Ucrania, las elecciones presidenciales de 2019 fueron una digna conmemoración del histórico 1989, cuando Gorbachov inauguró el nuevo Congreso de diputados del Pueblo y cuando Polonia llenó su Congreso con diputados contestatarios. En ese trigésimo aniversario de la primavera de 1989, los ucranianos eligieron libremente a su sexto presidente y confirmaron su preferencia por la democracia. Eligieron a un actor popular, sin partido, Volodymyr Zelensky. Armenia y Georgia habían vivido el año anterior un fenómeno semejante, contra los “oligarcas” y la “partidocracia”. Así que no todo está mal.

Sin embargo, la ofensiva tenaz del Kremlin, a partir de 2004, contra las aspiraciones democráticas de los ucranianos, que culmina desde 2014 con la anexión de Crimea y la guerra “híbrida” en el Oriente de Ucrania, es un acontecimiento mayor. Hay guerra en Europa.

Esto no impide que Vladimir Putin tenga muchos aliados, cómplices, partidarios en un populismo europeo que alienta y hasta apoya con dinero y electrónica. Me gustaría entrecomillar siempre las palabras “populismo” y “populistas”, porque de hecho son nacionalistas, como bien dice Pomian. No es el nacionalismo de 1914 ni el de 1939, no va dirigido esencialmente contra los vecinos ni tiene ambiciones territoriales, mucho menos hegemónicas (a diferencia del presidente Putin). Va contra la Unión Europea, odia a la Unión Europea y sus instituciones supranacionales; abomina de “las élites”, acusadas de alta traición a sus pueblos y naciones. Y su espanto es el inmigrante.

Lech Walesa tiene razón cuando dice que hay que escuchar a la gente para entender el éxito de los “populistas”. Los creadores, los partidarios de la Unión Europea olvidaron la historia de las naciones, de los nacionalismos, al ceder a la ilusión posnacional; creyeron en el “fin de la historia” y se equivocaron. El dicho reza que “hasta el lobo tiene sus buenas razones”. No se puede entender el éxito electoral de Víktor Orbán, a pesar de que desmantela, como sus colegas polacos, las instituciones democráticas, si uno ignora el profundo sentimiento de injusticia histórica que, desde 1918, sienten los húngaros. El tratado del Trianon, impuesto por los vencedores, dejó y, hasta la fecha, deja a millones de húngaros fuera de sus fronteras. Sin embargo, el domingo 13 de octubre 2019, Orbán y su partido ultraderechista Fidesz sufrieron su primera derrota en una década; las elecciones municipales dieron el control de Budapest y de diez grandes ciudades a una coalición de liberales, conservadores y socialistas. La ausencia anterior de tal coalición había permitido que Orbán arrasara en las elecciones europeas y controlara los dos tercios del Congreso.

En cuanto a los polacos, su temor obsesivo de Rusia contribuye a su preferencia por un poder fuerte y nacionalista. No se podrá inventar, construir, consolidar un verdadero patriotismo europeo sin tomar en cuenta los patriotismos nacionales. De Gaulle lo profetizó hace muchos años.

Por último, la crisis de los refugiados de 2015 dio un impulso formidable al “populismo”. El 7 de noviembre de 2015, en la apertura del Foro Mundial sobre Ciencia, Víktor Orbán dijo: “Es una las mayores mareas humanas de la historia […] un proceso incontrolado y no reglamentado […] La palabra ‘invasión’ da la mejor definición de esa migración de masa mundial” (Orbán, 2015). Los franceses no temen por la existencia de su nación, pero los países de Europa central y oriental están inmersos en una espectacular crisis demográfica (en 2011, la tasa de fecundidad checa es de 1.43 niño por mujer; la polaca es de 1.33 y la húngara de 1.25) (Krastev y Holmes, 2019). La política natalista de los gobiernos “populistas”, además de ser lógica, les ha cosechado grandes éxitos electorales.

La Unión Europea ha sido incapaz de definir una política frente al fenómeno migratorio, lo que le permite a Víktor Orbán denunciar la hipocresía de las democracias “liberales”, incapaces de defender la cultura europea, fundada en el cristianismo. Si nos dejamos guiar por ellas, argumenta Orbán, “nuestra cultura, nuestra identidad, nuestras naciones dejarán de existir. Nuestras peores pesadillas se realizarán” (Orbán, 2018).

Queda entera la cuestión de la “identidad” europea, mencionada por el húngaro. Un solo ejemplo basta para ver que la tarea no será fácil. Hace años, en un debate nada positivo, Francia logró que se eliminará la mención de “las raíces cristianas de Europa”. Despertó el viejo conflicto entre “Las Luces” y el cristianismo. Pan bendito para los “populismos”. Lech Walesa tiene razón cuando dice que para derrotarlos hay que escucharlos. ¿Cómo negar el papel del cristianismo en la historia de Europa y cómo negar el papel de la Ilustración? ¿Cómo negar la existencia de una Ilustración cristiana?

Referencias bibliográficas

Chouza, Paula (2019) “Lech Walesa: ‘Los populistas dan con el diagnóstico, no con la solución’” El País [en línea]. 13 de octubre. Disponible en: <Disponible en: https://elpais.com/internacional/2019/10/12/actualidad/1570898002_552435.html > [Consultado en octubre de 2019]. [ Links ]

Duroselle, Jean-Baptiste (1975) L’Europe de 1815 a nos jours. París: Presses Universitaires de France. [ Links ]

Krastev, Ivan y Stephen Holmes (2019) “Populismes a l’Est : une angoisse démographique” Le Débat, 2(204): 161-169. [ Links ]

Meyer, Jean (1993) “Lettre des Amériques” Césure (4): 149-155. [ Links ]

Orbán, Viktor (2015) “Viktor Orbán’s Speech at the Opening of the World Science Forum” Website of the Hungarian Government. 7 de noviembre. Disponible en: <Disponible en: https://www.kormany.hu/en/the-prime-minister/the-prime-minister-s-speeches/viktor-orban-sspeech-at-the-opening-of-the-world-science-forum > [Consultado en octubre de 2019]. [ Links ]

Orbán, Viktor (2018) “Viktor Orbán’s “State of the Nation” Address” Website of the Hungarian Government. 19 de febrero. Disponible en: <Disponible en: https://www.kormany.hu/en/the-prime-minister/the-prime-minister-s-speeches/viktor-orban-s-state-of-the-nation-address > [Consultado en octubre de 2019]. [ Links ]

Valéry, Paul (2016) [1920] El cementerio marino, trad. Natalie Montoto. California: CreateSpace. [ Links ]

1 Este artículo fue publicado originalmente bajo el título “Lettre des Amériques”. En esta su primera traducción al español, el autor realiza un post scriptum en donde confronta las esperanzas que se divisaban hace 30 años con la realidad política de la actualidad. Traducción de Ana Ortega Romeu, tomado de Meyer, Jean (1993) “Lettre des Amériques” Césure (4): 149-155.

2N. de T. “El viento se eleva…”, verso de El cementerio marino de Paul Valéry (2016) [1920].

Jean Meyer es un historiador mexicano de origen francés. Doctor por la Universidad de La Sorbona. Es profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), donde fundó y dirigió la División de Historia. Además, es miembro de la Academia Mexicana de Historia desde el año 2000. Igualmente, es director de la revista internacional de historia ISTOR. Entre sus publicaciones más relevantes se encuentran la trilogía de La Cristiada; La Gran Controversia. Las iglesias católicas y ortodoxas de los orígenes a nuestros días (2001) Ciudad de México: Tusquets; El sinarquismo, el cardenismo y la Iglesia: 1910-1947 (2003) Ciudad de México: Tusquets; La Revolución Mexicana (2016) Ciudad de México: Tusquets.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons