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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.65 no.238 Ciudad de México ene./abr. 2020  Epub 05-Feb-2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.238.71982 

Dossier

La caída del Muro de Berlín y sus consecuencias en América Latina

The Fall of the Berlin Wall and its Consequences in Latin America

José María Calderón Rodríguez 

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <calderonjosema@hotmail.com>.


RESUMEN

La caída del Muro de Berlín tuvo consecuencias en el tiempo, inmediatas y mediatas y, en el espacio, más allá de su geografía próxima. Muchas expectativas se generaron a partir de su derrumbe. Se abrían posibilidades de un mundo sin conflictos provocados por la bipolaridad del mundo. Sin embargo, pronto estas aspiraciones se vieron canceladas por la emergencia de un mundo unipolar desenfrenado y poderosamente autoafirmado en la bondad de sus premisas económico-políticas y culturales. Desde su perspectiva se consolidaba una nueva era civilizatoria; empero, en su contra, nuevas y más radicales expresiones ideológicas se consolidaron en el mundo islámico y, asimismo, en los márgenes de la nueva centralidad capitalista, América Latina protagonizó una de sus expresiones más activas en busca de su autonomía. Para el mundo, empero, ha sido un trentenio que ha abierto nuevas y menos esperanzadoras contradicciones: nuevos y más numerosos muros por derribar. Queda aún en el horizonte un mundo capaz de combinar libertad con equidad.

Palabras clave: Muro de Berlín; globalización; neoliberalismo; Consenso de Washington; América Latina

ABSTRACT

The fall of the Berlin Wall had mediate and immediate consequences in time, as well as beyond its geographical proximity in space. Its collapse gave rise to many expectations. Possibilities of a world without the conflict generated by the bipolarity of the world arose. However, these aspirations were soon obliterated by the emergence of a unipolar, frenzied world that was powerfully self-affirmed in the wonders of its economic-political and cultural premises. From that perspective, a new civilizational era was consolidated; however, new and more radical ideological expressions were consolidated against it in the Islamic world and, likewise, in the margins of the new capitalist centrality. Latin America carried out one of its most active expressions in search of autonomy. For the world, however, the last thirty years have brought about new and disheartening contradictions: new and more numerous walls to tear down. A world capable of combining liberty and equity remains on the horizon.

Keywords: Berlin Wall; globalization; Washington Consensus; Latin America

El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos,

veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la

Cortina de Hierro... Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros

han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes

que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada.

[…]

¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos?

¿Será por los muros de la incomunicación que los medios de comunicación

construyen día a día?

Eduardo Galeano (2006).

Introducción

La caída del Muro de Berlín aconteció la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. Constituyó el fin de la Guerra Fría, pero también el nacimiento de un nuevo orden mundial: de bipolar a unipolar. Fue, asimismo, el símbolo de una constelación de eventos que habrían de transformar al mundo. Los gobiernos asociados a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) se derrumbaron uno tras otro. El 1 de julio de 1991 se formalizó en Praga la disolución del llamado Pacto de Varsovia, que poco a poco había perdido a sus adherentes: Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, la República Democrática Alemana, Rumania y la Unión Soviética.

Algunos meses más tarde, en febrero de 1992, se firmó el Tratado de Maastricht, con lo que comenzó a configurarse lo que actualmente es la Unión Europea, y donde uno de los cambios inmediatos con su instauración fue la libre circulación de los ciudadanos dentro de los países miembros (actualmente veintiocho).

La caída del Muro de Berlín y ¿el fin de la historia?

La caída del Muro no sólo representó el fin de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, sino también de una nueva era: el fin de la historia, según el estadounidense Francis Fukuyama (1992). De esta manera, se definió como una época marcada por el optimismo en los países de Occidente: el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. La liberación de Mandela y el fin del apartheid en Sudáfrica parecían las señales de que las barreras que impedían la expresión de la libertad caerían también irremediablemente.

En 1991, sin embargo, Estados Unidos lideró a 34 países aliados en la Operación Tormenta del Desierto, contra Irak. Esta fue la señal indiscutible de que éste se erigía como la nación con mayor poder, como la única superpotencia mundial. Ahora, el mundo dejaba de ser bipolar para erigirse en monopolar. La guerra expulsó a las tropas iraquíes de Kuwait y demostró el poderío militar de Estados Unidos (Bardají y Elía, 2016).

El derrumbe del socialismo real se afianzó con el colapso de la Unión Soviética. Tras un intento de golpe de Estado contra Mikhail Gorbachov, en diciembre de 1991, la URSS se desintegró. Rusia se independizó, con Boris Yeltsin a la cabeza, en un intento por transformar al país en una economía de mercado.

Para muchos, el antiguo poderío económico de los soviéticos se hundía precipitadamente; a su vez, el mismo año de la caída del Muro, 1991, China ingresaba a la Organización Mundial del Comercio (OMC), experimentaba un crecimiento económico sin paralelo y paulatinamente se convertía en motor de la economía mundial junto con otros países de Asia. Baste como ejemplo señalar que en los últimos doce años el crecimiento promedio de estos países ha sido: en China de 8.6 %, India de 7.3 %, Vietnam de 6.3 % y de Indonesia y Filipinas de 5.7 %, a diferencia de las tasas de crecimiento de las principales naciones de Occidente, durante el mismo período: Estados Unidos, 1.5 %, Alemania 1.3 %, Gran Bretaña 1.1 %, Francia, 0.6 % e Italia 0.3 % (Gershenson, 2019).

América Latina: de la caída del Muro de Berlín al Consenso de Washington

Tras el derrumbe del Muro, el libre mercado fue acentuadamente promovido como el modelo único, universal. En América Latina, en 1989, la mayoría de los países de la región adoptaron las reformas guiadas por el llamado Consenso de Washington (Stiglitz, 2002) que propugnaba especialmente por la liberalización de los mercados, la apertura comercial y las privatizaciones. Además, contra la experiencia de los 30 años precedentes, promovía una reducción del papel del Estado.

En realidad, la moderna orientación de la política económica inició desde los años setenta y ochenta, y se aceleró a partir de los noventa de tal manera que apresuró la destrucción de la arquitectura trabajosamente construida durante la segunda posguerra, dirigida a alcanzar el pleno empleo como objetivo prioritario de los países económica y socialmente más avanzados. Se procedió, así, a la liberalización casi total de los movimientos internacionales de capitales, mercancías y personas; se desreguló el mercado de trabajo a través de sindicatos debilitados, flexibilidad salarial y había un desequilibrio entre la falta de aumentos en los salarios reales con respecto al aumento de la productividad del trabajo; las empresas públicas -industriales, de servicios y bancarias- se privatizaron; la banca central se autonomizó del gobierno y asumió como objetivo exclusivo la lucha contra la inflación; se redimensionó, a la baja, el Estado social; los sistemas impositivos perdieron su carácter progresivo, privilegiando a los grandes capitales (hecho que, a poco andar, fomentó a la cleptocracia) (Villamil, 2018); los presupuestos del Estado debieron permitir surplus y no déficit; la política industrial degeneró en una genérica asistencia financiera a las empresas.

Me parece importante recordar que los pilares que sostienen el edificio de la política económica son los mismos que regulan las relaciones de una nación con el resto del mundo, por medio de la definición del grado de movilidad internacional de los capitales, las mercancías y el trabajo, y también a través del régimen de intercambio; los que regulan las relaciones entre el Estado y el mercado a través de las políticas monetaria y presupuestaria y la acción de la empresa pública, así como los reguladores de las relaciones entre capitalistas y trabajadores bajo lógicas de las instituciones del mercado de trabajo. Este conjunto de relaciones están íntimamente articuladas e interrelacionadas. Un cambio en alguna de estas variables tiene precisas implicaciones en el comportamiento de las demás. Es necesario no olvidar, también, que la presencia de la Unión Soviética actuaba como una poderosa contraparte frente a las potencias capitalistas de Occidente y, sobre todo, frente a la nación que las lideraba, Estados Unidos. El derrumbe soviético implicó una derrota de amplio espectro sobre el frente internacional de los trabajadores asalariados y sus formas de organización: sindicatos y partidos, y sus derivaciones en términos del trastocamiento de las condiciones de distribución del ingreso, aumento de la desocupación y de la exclusión social y, en no menor medida, de la desaceleración del proceso de acumulación (Barba y Pivetti, 2016: 29-36).

En este contexto, a partir de 1994, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, entre México, Estados Unidos y Canadá) comenzó a marcar de manera drástica la pauta en la economía mexicana (Flores y Mariña, 1999: 534 y ss.) y se expuso como modelo para el resto de América Latina.

El resurgir de las ideologías, el ataque a las Torres Gemelas y el progresismo posneoliberal en América Latina

Sin embargo, a pesar del aparente optimismo que generó el derrumbe del Muro de Berlín, comenzó a surgir el rostro de esta nueva era que parecía diferente. La guerra de Bosnia fue una muestra del resurgimiento de conflictos opacados o contenidos por la Guerra Fría.

En 1996, el Talibán asumió el poder en Afganistán y, con ello, se evidenció que el fin de las ideologías no había traído el fin de los conflictos o de los fundamentalismos de pensamiento único. El Talibán representó el ejemplo más potente del fundamentalismo islámico en ascenso. Al mismo tiempo, se fortalecieron otros grupos integristas de todo el mundo islámico que, aunque con diferentes proyectos, compartían el rechazo a los valores de Occidente.

Mientras tanto, en América Latina, desde los inicios de los años noventa. comenzaban a haber expresiones de descontento y abierta oposición contra las reformas económicas. En 1998, Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela y desde los inicios de su campaña abogó por un frente latinoamericano en oposición a las políticas promovidas por Washington en el subcontinente.

El ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, impactó al mundo y abrió paso a los intentos por generar una nueva transición: de la era del mercado a la era de la seguridad; pero, esta vez -desde la perspectiva de Washington-, no era el comunismo soviético sino el fundamentalismo islámico. Estados Unidos respondió a estos ataques promoviendo la guerra contra el terrorismo e invadiendo a Afganistán para deponer al Talibán.

En el marco de la guerra contra el terror, la superpotencia norteamericana invadió Irak en 2003. La guerra de Estados Unidos y sus aliados fue criticada, ya que nunca se localizaron las armas de destrucción masiva que sirvieron de justificación para la ocupación del país asiático en cuestión. En 2006, el presidente Barack Obama inició un plan de repliegue de sus tropas.

En América Latina, en la década de 2000, se fortaleció un eje de izquierda, también definido como reformista o progresista (Gudynas, 2016) con la presunción de superar al proyecto neoliberal del Consenso de Washington, principalmente en las naciones de Centroamérica (Nicaragua y El Salvador), en las de la región Andina (Bolivia, Ecuador y Venezuela) y en las de Sudamérica (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay), en oposición a la política estadounidense. Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, los presidentes Hugo Chávez de Venezuela, Evo Morales de Bolivia y Daniel Ortega de Nicaragua propugnaron por un nuevo socialismo: el Socialismo del Siglo XXI. Posiciones cercanas a este grupo serían enarboladas posteriormente por los presidentes Lula da Silva de Brasil, Néstor Kirchner de Argentina, Michelle Bachelet de Chile, y Tavaré Vázquez y José Mújica de Uruguay. Todos encontrarán un punto de convergencia en la idea de llevar adelante una nueva integración latinoamericana a través de la ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos) y la creación de instituciones latinoamericanas a favor del desarrollo, tales como la Banca del Sur y el Fondo del Sur. Estas políticas serán el resultado del aumento de los precios de las materias primas (2000-2013) en el mercado mundial como consecuencia de la expansión económica de China y su demanda de productos agroindustriales, minerales industriales e hidrocarburos, mismas que, gracias al aumento de los ingresos públicos, hicieron posible un mejoramiento en la distribución de los ingresos. A partir de 2013, se constata una reducción de los precios de las commodities en el mercado mundial, produciendo una flexión hacia abajo de las desigualdades sociales en la región y un reagrupamiento de las posiciones conservadoras y proneoliberales en Argentina, Brasil y Ecuador. Por el contrario, México -que había mantenido posiciones claramente neoliberales y los recursos obtenidos gracias al aumento de los precios de los hidrocarburos se dispersaron en el gasto corriente de la administración pública y entre los sectores privilegiados del sector público y de la iniciativa privada- en una decisión electoral inédita apostó, a partir de julio de 2018, por una gestión distinta de la economía con una clara reorientación social, en un país caracterizado por, quizá, los más grandes desequilibrios sociales de la región.

Treinta años son nada

A treinta años de la caída del Muro de Berlín el mundo no es el arquetipo del fin de la historia, ni la conclusión de la extinción de las ideologías. Tampoco las ilusiones de un mundo globalizado dominado por un pensamiento único, lineal y fatalmente marcado por el eterno progreso de un capitalismo envolvente y, al límite abarcador, aunque no incluyente, de todos. No había caído el último ladrillo del Muro cuando ya se habían abierto paso las desilusiones primero, a favor de un universo monocromático y, poco después, resquebrajado por las hendiduras de las desigualdades de riqueza y oportunidades y la exclusión. En América Latina, pronto cayeron las ilusiones de un mundo con un desarrollo inclusivo, ilusorio y comprensivo de todas las clases. Y ante ello, no faltaron las rebeliones y expresiones capaces de urdir nuevas alternativas impulsadas por la historia bisecular de nuestras independencias que nunca han pasado al olvido. Se resquebrajó la historia colonial y también se produjeron resquebrajaduras en la historia imperialista marcada por el monroísmo, actualizado con el Consenso de Washington que no fue capaz de enjaular a nuestra América en torno al pensamiento único neoliberal.

El mundo pronto dejó de ser unipolar y a un multipolarismo ideal, aunque inexistente, sucedió un tripolarismo (Sogliani, 1975) que hoy parece ser el heredero genuino del derrumbe del Muro de Berlín y que, a final de cuentas, sólo comprendió en sus inicios a un Occidente euroamericano y dejó fuera a un Oriente que hoy se erige, bajo el liderazgo militar de Rusia y tecnológico-industrial y comercial de China, como un espacio con una capacidad inédita de gravitación universal. Adam Smith resurge entre el Hoang Go y el Yang Te Kiang (Arrighi, 2007) e impone su impetuosa dinámica en las áreas periféricas del pretérito reciente: Asia, África y América Latina proyectándose hacia horizontes hasta ahora impredecibles. Las periferias del ayer pueden ser los centros del futuro.

Estamos en medio de un cambio de era. Después del crash de 2008, el capitalismo hoy, entendido como un orgánico sistema cultural y de poder, cada vez deja más en claro que pone en entredicho la existencia de la vida en la Tierra. Se despliegan ideologías de extrema derecha junto a nacionalismos estrechos que niegan los efectos desastrosos del capitaloceno (Moore, 2019: 25-31) y el racismo aumenta incontroladamente en aquellos países y áreas que se sienten privilegiadas y asediadas por una migración imparable proveniente de los subterráneos olvidados del Progreso. En esta última década se amplificaron las señales de alarma por la expansión y profundización de las desigualdades, por la debilidad del crecimiento de la productividad y por una crisis financiera que corroe las articulaciones que sostienen a las sociedades y las naciones. Al aceptar el Premio Nobel en 2017 el novelista Kazuo Ishiguro afirmó: “Mirando hacia el pasado, el tiempo desde la caída del Muro de Berlín parece una oportunidad perdida” (García, 2019).

Occidente recorrió un probable -ahora afirmable- sendero dominado por el binomio del individualismo y el mercado hasta el punto de imponerse sobre la naturaleza y el hombre mismo transformándolos en mercancía (Zuboff, 2019); Oriente, parece recorrer un sendero dominado por el autoritarismo estatal. Empero, no es el sendero de América Latina, cuyos imperativos históricos parecen más bien definidos por ¿su “clave barroca” como modernidad alternativa? (Echeverría, 2002: 1-11). Sin embargo, la historia no está escrita y menos tajantemente determinada. Se construye a través de un permanente e interminable conjunto de opciones en el tiempo y la capacidad de los hombres para generar utopías como hicieron en su momento Platón, Netzahualcóyotl, Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam o Vasco Vázquez de Quiroga.

Conclusión

La caída del Muro de Berlín es un hito histórico que define la historia de los últimos treinta años e impacta nuestra imaginación por ser el punto de división entre los dos grandes sistemas económico-políticos que definen al siglo XX. No es, sin embargo, el único muro. Hay muchos más.

A la caída de la llamada Cortina de Hierro se contaban en el mundo 15 muros. Sin embargo, hoy, por las diferentes guerras y conflictos que han aumentado los fenómenos migratorios, las fronteras se han llenado de muros y no sólo de concreto o de alambre de púas, sino tecnológicos con videocámaras y drones que vigilan todos los límites geográficos. México y Estados Unidos quizá compartan la frontera más grande del mundo y es allí donde Donald Trump pretende construir un muro de más de tres mil kilómetros; en realidad ya existen mil kilómetros, y Trump pretende agregar 1 600 kilómetros añadiendo un foso paralelo lleno de caimanes, cocodrilos y víboras. No es, empero, el único. Igualmente, encontramos el caso del Sahara Occidental, que cuenta con un muro de más de 2 720 kilómetros, que empezó a construir Marruecos en 1980 con el fin de prevenir acciones militares y proteger sus riquezas pesqueras y yacimientos de fosfato.

Entre India y Bangladesh hay otro muro con consecuencias fatales. Las cifras más conservadoras dicen que al menos cada año mueren mil personas que intentan pasar ilegalmente. Pero lo mismo sucede entre Botswana y Zimbabwe, Hungría y Croacia y el Mediterráneo que se alza como un muro de agua entre Europa y África.

Israel y Cisjordania también se encuentran divididos por 723 km de un muro que separa a la comunidad palestina y que se hizo con fines de seguridad según Israel. 85 % de la ruta del muro corre a través de Cisjordania, incluyendo Jerusalén del Este. En su mayor parte, está compuesto por una valla electrónica, cercas de púas y alambres y, además, cuenta con un régimen complejo de obstáculos administrativos, físicos y legales.

En Corea, por ejemplo, existe la “frontera intercoreana” que protege el límite territorial entre la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y la República de Corea (Corea del Sur) creada en 1953; tiene una longitud de 238 km y 4 km de ancho. La zona estuvo considerada un sitio neutral hasta “el incidente del asesinato con el hacha” en 1976, cuando dos soldados estadounidenses que acompañaban a unos obreros encargados de talar un árbol en la zona desmilitarizada (DMZ) fueron abatidos por militares norcoreanos. Las dos Coreas siguen, técnicamente, en guerra, ya que no se ha firmado oficialmente ningún tratado de paz.

Grecia inauguró en 2012 un muro para frenar la inmigración. Este muro, de sólo 12 km en la unión al territorio turco, se agrega a los otros 194 km divididos naturalmente por el río Evros. A raíz de esto, Bulgaria empezó a recibir a migrantes y refugiados, por lo que las autoridades decidieron levantar alrededor de 33 km de valla de tres metros de altura en la frontera con Turquía.

Elisabeth Vallet (2014), docente de Geografía en la Universidad de Quebec, Canadá, dirigió un amplio estudio sobre la multiplicación de los muros, las razones por las que se han construido y su eficacia. Según esta investigadora, en la actualidad hay 70 muros fronterizos y siete en construcción, pero no todos tienen la misma finalidad.

La mayoría se encuentra entre países vecinos con diferencias políticas, económicas, sociales o por la crisis que genera la migración por su tránsito de un lado a otro, donde los líderes pretenden frenar este tipo de problemas de manera radical con los levantamientos de diques artificiales.

En Sudamérica, hay muros para dividir a las clases sociales o a los barrios, como en Brasil, donde una estructura de 11 kilómetros, colocada en el sur de Río de Janeiro, se erigió so pretexto de detener la deforestación de los bosques atlánticos que cubrían los cerros cariocas y que el crecimiento de las favelas amenazaba con su extinción. En Lima, Perú, por su parte, se encuentra el “muro de la vergüenza”, que tiene 10 km de largo y separa una de las urbanizaciones más ricas de la ciudad de las zonas más pobres. No es distinto el caso del muro que divide las mansiones y campos de golf de Huixquilucan de las barriadas de Santa Fe, en México.

Los muros representan una fractura importante entre ricos y pobres, una fractura norte-sur. Un muro cuesta muy caro para las finanzas públicas, por ejemplo, se calcula que el “beautiful wall” de Trump costará, por lo menos, alrededor de 12 000 millones de dólares, lo cual, sin duda, podría invertirse en las áreas deprimidas y más vulnerables al cambio climático de Centroamérica y darle un giro a la migración de hombres, mujeres, jóvenes y niños que buscan opciones que no encuentran en sus naciones.

Sin embargo, hay muros más ignominiosos que la xenofobia del presidente estadounidense Donald Trump y que sus congéneres erigen entre naciones. Esos son los muros invisibles que bloquean la movilidad de las mujeres, los indígenas, los pobres, los migrantes. Son los muros que impone la pobreza, la falta de oportunidades, la desigualdad socioeconómica, la ignorancia y la desesperación por no saber y no poder escapar jamás, generación tras generación, de su condición.

Referencias bibliográficas

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Recibido: 08 de Octubre de 2019; Aprobado: 22 de Octubre de 2019

José María Calderón es doctor en Economía por la UNAM y maestro en Ciencia Política por la Universidad de Turín. Es profesor titular de tiempo completo del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sus líneas de investigación son: democracia, cultura y política, enfoques y contenidos en América Latina, sujetos y actores políticos y sociales, partidos políticos, movimientos sociales y fuerzas sociales emergentes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “Prólogo” (2019) en Jorge Turner, Sin autodeterminación no hay democracia. Ciudad de México: Editorial Electrónica/Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM; “El presidencialismo, la división de poderes y la fiscalidad en México” (2017) en José María Calderón R. y Alfonso Vadillo B., Estructura de clases, hegemonía y sistema impositivo. Ciudad de México: Fomento Editorial, UNAM; “El presidencialismo en México y las limitaciones de un Estado bloqueado” (2017) en José Ma. Calderón R. y Alfonso Vadillo B., Capitalismo financiero, instituciones y tendencias en curso. Ciudad de México: Fomento Editorial, UNAM.

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