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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.64 n.237 Ciudad de México Sep./Dec. 2019  Epub Nov 07, 2019

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.237.67329 

Dossier

Repertorios de legitimación e impugnación moral de las desigualdades. Un estudio de las fronteras simbólicas de clase en Gran Córdoba, Argentina (2003-2015)

Repertoires of Legitimization and Moral Impeachment of Inequalities. A Study of Symbolic Class Boundaries in Gran Córdoba, Argentina (2003-2015)

Gonzalo Assusa* 

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Correo electrónico: <gon_assusa@hotmail.com>. Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (FONCYT); Universidad Nacional de Córdoba (UNC).


Resumen

Este artículo analiza los repertorios morales a partir de los cuales los agentes de diferentes posiciones de clase legitiman e impugnan las desigualdades sociales en Gran Córdoba, Argentina; para ello recupera tanto los relatos de las trayectorias de tales agentes como sus valoraciones en torno al acceso a recursos económicos y laborales, explorando la ambivalencia de sus lógicas y su síntesis en sentidos prácticos de distinción simbólica.

Los datos cuantitativos de esta investigación fueron producidos a partir de una combinatoria de metodologías de procesamiento estadístico multivariado, para la reconstrucción de la estructura social cordobesa y, por otra parte, con base en metodologías de corte cualitativo -entrevistas en profundidad y registro etnográfico entre 2012 y 2015.

Palabras clave: desigualdad; fronteras simbólicas; legitimación; clases sociales; moral

Abstract

This article aims to analyze the moral repertoires that agents of different class positions use to legitimize and challenge social inequality in Gran Córdoba, Argentina. To do so, it recovers both the stories of the agents trajectories and their valuations over access to economic and labor resources. It also explores the ambivalence of those logics and their translation into practical senses of symbolic distinction.

The data of this research were obtained using a combination of methodologies of multivariate statistical processing -for the reconstruction of the social structure of Cordoba and qualitative methodologies (in-depth interviews and ethnographic records between 2012 and 2015).

Keywords: Inequality; symbolic boundaries; legitimation; social classes; moral

Introducción

La desigualdad social vuelve a ocupar el centro de la escena política en América Latina en los últimos años. No se trata solamente de las elecciones teóricas sobre qué y cómo medirla e intervenir en consecuencia, sino de las relaciones entre desigualdad y justicia, legitimidad y percepción social de la realidad. Tal como lo señalara Bourdieu (1988), las relaciones de clase constituyen tanto relaciones objetivas o estructurales como relaciones percibidas o simbólicas, esquemas y representaciones sobre lo que es y no es “para uno”, sobre el valor de las personas y la legitimidad de sus bienes, sus ingresos y sus derechos. El objetivo de este artículo es el análisis y la comprensión de los repertorios morales a partir de los cuales los agentes de diferentes posiciones de clase legitiman e impugnan las desigualdades sociales en Gran Córdoba.

Los estudios sobre percepción y autoadscripción de clase (Grimson, 2015), sobre culturas de la desigualdad (Crutchfield y Pettinicchio, 2009), así como también aquellos orientados a analizar los principios de justicia distributiva (Kessler, 2007; Puga, 2011) e impositiva (Grimson y Roig, 2011) han realizado significativos aportes a la comprensión de los sentidos sobre la desigualdad en nuestra región. Sin embargo, la apuesta metodológica preponderante en estos estudios por indagar sobre situaciones hipotéticas, postuladas o por creencias explícitas o manifiestas1 deja un área inexplorada a la que este texto pretende aportar; presenta, como característica original, el foco sobre discursos que no explicitan adscripciones valorativas abstractas sobre la desigualdad, sino relatos sobre trayectorias y situaciones vividas, accesos, logros y carencias propias de los agentes en una estructura social desigual. Este abordaje permite explorar las ambivalencias valorativas y los sentidos prácticos de legitimación e impugnación de las desigualdades.

Los datos para este texto se produjeron a partir de una combinación de estrategias metodológicas de investigación. A partir del procesamiento estadístico de fuentes secundarias se reconstruyó la estructura social de Gran Córdoba y sus transformaciones en los últimos años, con el doble objetivo de identificar las principales tensiones que han configurado la desigualdad social y, de esta manera, establecer perfiles típico ideales para cada posición de clase definida en el análisis.

En primer lugar, recupero el procesamiento estadístico con técnicas multivariadas de las bases de datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) para el aglomerado Gran Córdoba, durante los años 2003 y 2013. La EPH-INDEC es el principal programa permanente de producción de indicadores sobre las características socioeconómicas de la población. Se realiza en Argentina desde 1974. Desde 2003 (EPH ) constituye una encuesta realizada con una periodicidad trimestral, representativa de los hogares de aglomerados urbanos del país con más de 50 000 habitantes. Se eligió esta fuente secundaria por ser, como ya mencioné, la de mayor trayectoria y cobertura nacional, su utilización para reconstruir la estructura social permite, además de la posibilidad de análisis históricos o longitudinales, ciertos parámetros de comparabilidad con otras investigaciones; algo distinto de lo que sucedería, por ejemplo, con la del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA), cuyas bases de microdatos no son públicas, o con la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (ENES) del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC), con mayor especificidad en el área temática de la estratificación social, pero publicada recién en 2017 y sin perspectiva de ser aplicada nuevamente.

Aun siendo pasible de muchas críticas y cuestionamientos, la EPH brinda información valiosa, en cantidad, con cobertura muestral, geográfica e histórica, pero también temática en torno a las necesidades de un análisis multidimensional de la desigualdad social. Esto da lugar a un primer acercamiento “objetivo” a las posiciones del espacio social y a la multiplicidad de relaciones que constituyen sus principales factores de desigualdad.

En segundo lugar, recupero el análisis cualitativo de 150 entrevistas en profundidad, realizadas entre 2012 y 2015. Parte de estas entrevistas se llevaron a cabo con referentes de hogar posicionados en las distintas clases y fracciones de clase del espacio social cordobés, siguiendo los perfiles construidos a partir del análisis estadístico, y corresponde a la fase cualitativa del proyecto colectivo de investigación. Un segundo grupo de entrevistas -acompañadas de un extenso trabajo de registro etnográfico- se realizó entre jóvenes de clases populares de Córdoba, Argentina, y con agentes estatales (docentes, capacitadores, referentes de la oficina de empleo) y empresariales (encargados, agentes de recursos humanos, empresarios) que interactúan cotidianamente con ellos.

El grupo final de entrevistas se realizó con operarios de la industria metalúrgica. El conjunto de los materiales cualitativos permite acceder a distintas dimensiones de las apuestas, modulaciones, trayectorias y sentidos vividos sobre las estrategias de reproducción social de agentes posicionados en distintos puntos del espacio social.

Orientada por esta primera aproximación de corte “estructural”, la investigación emprendió una etapa cualitativa en la que, a partir de entrevistas en profundidad, se produjeron datos en torno a las diversas formas en las que familias correspondientes a distintas posiciones de clase sostienen o mejoran sus capitales y, en el mismo proceso, sus posiciones y la estructura de relaciones como totalidad. En esta segunda fuente de materiales para el análisis están incluidos tanto las prácticas, inversiones y apuestas de las familias y sus agentes (en un sentido genérico, estrategias de reproducción social), como también los sentidos vividos, las significaciones y valoraciones sobre los propios recursos, posiciones y trayectorias en un sentido relacional, es decir, con respecto a otros.

Con estos objetivos trazados, adopto una perspectiva teórico-epistemológica relacional con eje en los repertorios simbólicos de legitimación de las desigualdades, colocando el foco sobre las representaciones de la vida y el mundo laboral de estas familias como clave de acceso a un ámbito mucho más amplio de relaciones, sentidos y disputas.

De este cúmulo de relatos, centro el análisis del presente texto en las narraciones, valoraciones y percepciones de los entrevistados en torno al trabajo, a sus trayectorias laborales y a las de sus cónyuges, padres e hijos; pero también, de forma más general, al modo en que se proveen de todo tipo de recursos económicos -incluidos los ingresos no laborales-. La elección del tópico no es aleatoria. Se fundamenta en la centralidad de estas esferas (económica y laboral) en los debates actuales sobre la desigualdad, la legitimidad de los ingresos monetarios y los consumos, y en la construcción de problemas públicos afines como el de la llamada falta de “cultura del trabajo” en algunos sectores sociales (Assusa, 2018).

Este recorte, además, opera bajo el supuesto de que, en muchos sentidos, la vida social contemporánea asume la “moldura” del trabajo -que es, además, el principal medio de reproducción material y simbólico de la enorme mayoría de la población-, proveyendo la forma en la que las personas negocian y experimentan su valor moral. El trabajo, en este sentido, funciona como un lenguaje compartido para hablar de las diferencias culturales y los miedos sociales. Esto no significa dejar de lado otras dimensiones de sociabilidad -como la educación, la vida barrial, las políticas públicas, etc.- que, como mostraré en próximos apartados, serán incorporadas en el análisis multidimensional de la desigualdad social. Antes bien, significa pensar el modo en el que las esferas económica y laboral condensan elementos de retraducción simbólica de las desigualdades estructurales de una manera que ninguna de las otras dimensiones por separado lo hace.

La hipótesis que orienta el análisis de esta investigación es que la legitimación e impugnación de las desigualdades de clase se desarrollan con base en repertorios simbólicos comunes, aunque movilizados de manera diferencial por los agentes de las distintas posiciones de clase del espacio social cordobés.

La dimensión simbólica de la desigualdad social: miradas teóricas

Sentidos, legitimidades y justificaciones de la desigualdad

Existen al menos dos dimensiones fundamentales para la construcción de una perspectiva sociológica de la desigualdad. La primera implica dar cuenta de aquello que, con Dubet (2011), puede llamarse desigualdad de posiciones: aquellas configuraciones que resultan de procesos acumulados en redes de relaciones de apropiación, expropiación, explotación y acaparamiento (Pérez, 2016) o campos de poder (Tilly, 2000; Pérez, 2016), que constituye el espacio fundamental de indagación acerca del conjunto de relaciones objetivas y condiciones de vida que debemos conocer para dar cuenta de la desigual distribución de los recursos sociales (la estructura de la desigualdad).

Una segunda línea de indagación se construye, ya no en términos de su distribución estructural, sino en torno a la justificación moral de la desigualdad (Boltanski y Thévenot, 2006), a sus formas de legitimación y sus disputas de sentido (Grimson y Baeza, 2011). Distintos autores han explorado las múltiples formas en las que los agentes, desde diferentes posiciones sociales y etarias, retraducen las distribuciones estructurales en clasificaciones (Bourdieu, 1988), prestigios (Elias y Scotson, 2000), dignidades (Lamont, 2000) y méritos diferenciales de las personas (Chaves, Fuentes y Vecino, 2016). Estas investigaciones evidencian la relevancia de estudiar las interpretaciones nativas de la desigualdad y la estratificación, el lugar estratégico de poder que ocupan los agentes productores y las “elecciones” por la desigualdad a nivel individual (Dubet, 2015), pero también la dinámica contenciosa de impugnación de las posiciones (Grimson y Baeza, 2011), las distancias (Bourdieu, 2010) y las redistribuciones (Grimson y Roig, 2011).

Las nociones legitimantes movilizadas en los relatos sobre trayectorias funcionan, de este modo, como distinciones categoriales nativas y marcos interpretativos para la vida cotidiana y, por ello, resultan relevantes no sólo en su construcción, sino también en sus efectos como herramientas de regulación de la sociabilidad, las relaciones, los intercambios y los accesos a recursos y oportunidades, en la medida en que se objetivan e institucionalizan en diversos formatos (Saraví, 2015; Chaves, Fuentes y Vecino, 2016).

En los últimos tiempos y en diferentes puntos del globo (pero muy particularmente en América Latina) los procesos sociales y políticos han puesto en el centro de la escena el cuestionamiento de los modos en los que, en distintos contextos, se toleran, rechazan, padecen y procesan social -y subjetivamente- las desigualdades (Saraví, 2015). Desentramar esta pregunta resulta clave para comprender las modalidades que vienen adoptando los procesos políticos contemporáneos. Este campo de estudios ha puesto de manifiesto la necesidad de dar cuenta tanto de 1) las nociones y creencias compartidas sobre la justicia de la distribución de los recursos en la sociedad (Sachweh, 2012), y 2) las formas singulares de legitimación e impugnación moral de las desigualdades a partir de experiencias relativas a las posiciones desiguales del espacio social (Lamont, 2000; Saraví, 2015).

En esta línea de indagación en torno a los sentidos, las experiencias y las legitimidades de las desigualdades y las distancias sociales, una serie de estudios recientes en Estados Unidos (Lamont, 2000), Alemania (Sachweh, 2012), México (Saraví, 2015), Chile (Puga, 2011), Brasil (Damm, 2011) y también Argentina (Grimson y Roig, 2011; Grimson y Baeza, 2011; Grimson, 2015), además de algunos estudios comparativos entre distintas naciones (Lamont, 1992 y 2000; Crutchfield y Pettinicchio, 2009) han establecido un suelo común de interrogantes a la vez que un marco de comparación internacional en torno a las construcciones culturales de la desigualdad (Crutchfield y Pettinicchio, 2009); además de las investigaciones clásicas en Francia (Bourdieu, 1988) e Inglaterra (Elias y Scotson, 2000), y de textos pioneros sobre la le-gitimidad de las jerarquías sociales en Brasil (Da Matta, 1978) y Argentina (O´Donell, 1984).

¿Qué tipo de relatos y repertorios se ponen en juego para interpretar las relaciones en la estructura social? El estudio dirigido por Alejandro Grimson en Argentina pone de manifiesto cómo las explicaciones sobre la pobreza en nuestro país asumen narrativas meritocráticas, culturalistas o de “falta de oportunidades” de acuerdo a la posición de los encuestados en el espacio social (Grimson, 2015). Otros estudios han mostrado resultados homólogos, haciendo particular hincapié en los repertorios culturales disponibles para la construcción de las fronteras simbólicas y los mapas mentales del mundo social (Lamont, 1992). Lo mismo sucede con las justificaciones o impugnaciones de las situaciones de riqueza “excesiva”. Sin embargo, es importante señalar que la adscripción a principios de desigualdad abstractos (como la meritocracia) no inhabilita a las personas para criticar situaciones concretas de desigualdad (tanto de pobreza como de riqueza) consideradas como “extremas” por afectar los mecanismos comunitarios de integración social (Sachweh, 2012; Grimson y Roig, 2011). Esta ambivalencia en las lógicas de justificación de los agentes (Puga, 2011) indica hasta qué punto es necesario contar con una multiplicidad de fuentes, datos y materiales de análisis para dar cuenta del sentido práctico de las distinciones sociales y las adscripciones valorativas (Bourdieu 2007) así como de su articulación en sistemas generales de prácticas para producir y reproducir los recursos, las posiciones y la vida social en su totalidad. (Bourdieu, 2011). Como sostiene Dubet:

La “elección de la desigualdad” no es, pues, una elección ideológica reivindicada como tal; es un conjunto de prácticas que sería inútil condenar desde un punto de vista estrictamente moral, porque los individuos tienen a menudo “buenas razones” para actuar así y están atrapados en juegos sociales que apenas dominan (2015: 41).

¿Cómo afectan, entonces, las disminuciones y las ampliaciones de las brechas de desigualdad al sentido de justicia sobre las distancias sociales? Las evidencias internacionales muestran una difundida preocupación por los procesos de redistribución del ingreso y el destino de las políticas de bienestar (Crutchfield y Pettinicchio, 2009). El peso del debate acerca de la distribución de la carga impositiva y los “planes sociales” en Argentina da cuenta de la relevancia política local de este proceso (Grimson y Roig, 2011) y de sus implicaciones para la erosión moral y el estigma simbólico de las clases populares en el país (Wilkis, 2014b).

Los aportes de la teoría de la práctica

Por este motivo, cuando hablo aquí de legitimación no lo hago en referencia a formulaciones discursivas explícitas y manifiestas (creencias en ciertos principios de legitimidad como la “racionalidad” o la “eficiencia”) necesariamente contenciosas, o a autoadscripciones identitarias por parte de los agentes. Propongo hablar de nociones legitimantes como la puesta en juego de esquemas de evaluación (Lamont, 2000) en un sentido práctico, lego, nativo (Bourdieu, 2007). Más específicamente, esquemas de evaluación sobre las personas que ocupan posiciones laborales con tareas, accesos a derechos, jerarquías, ejercicios de poder y recompensas económicas de gran diversidad, y que relatan su llegada y consolidación en dichas posiciones como resultado de distintos tipos de sacrificios y fundados en diferentes formas de mérito.

En este esquema teórico, la singularidad de las apropiaciones del repertorio simbólico común en formas concretas de entender el mérito y el desmérito económico es relativa a la particular incorporación de la estructura patrimonial y la posición estructural de cada agente en forma de disposiciones prácticas, perceptivas y discursivas: es decir, en forma de habitus (Bourdieu, 2007).

En otras palabras, entiendo los relatos de justificación y crítica como estrategias discursivas que sólo pueden comprenderse plenamente a partir de un conocimiento global del conjunto de prácticas y articulaciones en las que estas distinciones morales se insertan, así como de un conocimiento general de las principales distribuciones estructurales que configuran la desigualdad social en un espacio determinado; una desigualdad que estas prácticas y sentidos vienen a reproducir, reconfigurar, justificar y/o impugnar.

Así abordo el modo en el que estos agentes construyen sentidos sobre el valor propio y perciben las jerarquías sociales interpretando diferencias significativas entre “ellos mismos” y “otros” (Lamont, 2000; Saraví, 2015) también como apuesta o estrategia simbólica inserta en un sistema general de estrategias de reproducción social.

Por ello, sostengo que en los relatos de los entrevistados se pueden identificar distinciones construidas en torno al trabajo como repertorio de prácticas, acervo moral o “caja de herramientas” (Swidler, 1986; Auyero, 1999): categorías, clasificaciones, sentidos y recursos que permiten de modos diversos hablar de la desigualdad de clase -formando un lenguaje significativo-, darle un sentido práctico, justificarla e incluso impugnarla.

Elijo hablar de repertorios para poner el acento en el carácter común de toda una economía simbólica (Bourdieu, 1988, 2007 y 2011) que se pone de manifiesto en la apropiación del mérito y la acusación de “interés” desde distintas posiciones de clase, aunque movilizadas en narrativas, descripciones y estructuras argumentales diferentes, con cierta regularidad (sociológica) por regiones del espacio social.

De este modo pretendo abordar una configuración histórica y situacional específica de la economía de los bienes simbólicos, es decir, del sistema de clasificaciones que ordena, regula y articula las relaciones de clase, distribuyendo de manera desigual méritos, dignidades y valores sociales entre las personas.

El espacio social cordobés: estructura de relaciones, posiciones de clase y distancias objetivas

Recuperando la hipótesis de trabajo planteada en la introducción, comienzo por reconstruir la estructura social cordobesa y la estructura patrimonial de las familias asociadas a cada posición de clase como anclaje objetivo a partir del cual los entrevistados se apropian diferencialmente de un repertorio simbólico común para legitimar (o impugnar) la desigualdad laboral, de ingresos y de accesos.

En términos generales, en el período que va de 2003 a 2015 disminuyeron y se estabilizaron ciertas brechas de desigualdad social en un proceso histórico con relativa coherencia general. A continuación, describiré brevemente los principales elementos de la configuración de la estructura de distribución desigual de los recursos de poder en el espacio social cordobés durante dicho período.

Como plantearé con mayor profundidad en apartados siguientes, la selección de casos para el trabajo de campo cualitativo se basó en la construcción del espacio de las clases sociales emergente del procesamiento estadístico de la base EPH-INDEC para el año 2013. En distintos artículos hemos caracterizado con mayor detalle algunas de las transformaciones de la estructura social cordobesa en el período de la post-convertibilidad: 2003-2015 (Assusa y Freyre, 2014, Assusa, 2017; Gutiérrez y Mansilla, 2015).

Este procesamiento estadístico toma como eje el Análisis de Correspondencias Múltiples (ACM), una combinatoria de técnicas factoriales que funciona como herramienta para pensar estructuralmente. Así, el análisis resulta un modo de articulación teórico-metodológica en torno a la construcción de la estructura de clases sociales que evita un modelo de razonamiento muy común entre las corrientes que cierran su explicación en la “situación ocupacional” o los “ingresos”. En otras aproximaciones conceptuales los recursos educativos, de sociabilidad o simbólicos, aparecen como resultados o consecuencias (si no teórica, al menos metodológicamente), cuyo origen causal debe buscarse en la posición ocupacional.

Pensar estructuralmente implica asumir una postura epistemológica diferente respecto de las relaciones y las asociaciones estadísticas. El ACM no es una técnica de carácter demostrativo, sino que sirve para analizar relaciones de interdependencia (Baranger, 2004) de manera exploratoria, con el objetivo de crear tipologías (López-Roldán, 1996), plantear hipótesis y construir interpretaciones. Los datos así generados sólo podrán avanzar por medio de la complementariedad con otras técnicas (Gutiérrez y Mansilla, 2015).

Esta técnica permite actuar de manera simultánea un conjunto de variables activas -aquellas que participarán en la conformación de una nube de coordenadas que refleje las desigualdades en el espacio social- e identifica sus múltiples relaciones (los factores principales), contemplando el peso específico de cada una de ellas en términos de la desigualdad que adquiere su distribución en un conjunto de unidades de análisis determinadas (Baranger, 2004).

Se seleccionaron, fundamentalmente, aquellas variables que indicaban posesión de capitales económico (ingreso per cápita familiar e ingresos laborales totales del referente), de credenciales escolares como principal variante de capital cultural relevada (nivel educativo del referente), y de posicionamiento en las relaciones de producción, como indicador tanto de poder, autoridad o control sobre el proceso de producción, así como también de la posibilidad de obtener mayor rendimiento material por sus estrategias laborales (calificación, carácter y jerarquía ocupacional del referente de hogar y tamaño del establecimiento del referente). Por último, se incluyeron como variables activas aquellos datos que contribuían a caracterizar la configuración familiar del hogar y su tamaño (como la situación conyugal, la cantidad de miembros del hogar y la edad y sexo del referente).

Por la centralidad y peso de las variables laborales, se construyó el espacio filtrando de tal conformación a los hogares con referentes inactivos (dado que para estos últimos la EPH no releva la gran mayoría de estos datos). No obstante, estos últimos hogares fueron conservados y proyectados como ilustrativos en las regiones del espacio respecto a las que presentaban asociaciones en otras modalidades caracterizantes.

El espacio resultante habilitó un corte en cuatro posiciones de clase claramente diferenciables.2

  1. Precariado: una posición que concentra las familias más desposeídas del espacio social (aproximadamente 11 % del total de familias), asimilable a lo que otras investigaciones caracterizan como sectores marginales. Esta posición se asocia a familias con un solo referente adulto, particularmente mujeres empleadas en puestos no calificados, en el servicio doméstico, con ingresos bajos, sin registro formal del empleo, sin cobertura médica, con bajo nivel educativo (secundario incompleto o menos) y con recepción de ayudas económicas para su presupuesto familiar. Entre 2003 y 2013 la proporción de familias caracterizadas por esta posición se redujo casi a la mitad y concentra algunos indicadores (por ejemplo, la recepción de transferencias de ingresos por medio de políticas sociales).

  2. Clase trabajadora “tradicional”: esta posición de clase concentra 42 % del total de familias del espacio social cordobés. Puede asimilarse a lo que los estudios clásicos han denominado clase obrera o clase trabajadora en Argentina y, junto con la posición descrita previamente, constituyen el heterogéneo mundo de las clases populares. Esta clase se asocia a familias con presencia de ambos referentes y varios miembros (cuatro o más referentes adultos). Las inserciones de los referentes se definen fundamentalmente en puestos de calificación operativa en la construcción, la industria, el transporte y la logística. Presentan niveles educativos también bajos e ingresos monetarios medios y bajos. Entre 2003 y 2013, la informalidad laboral y las estrategias económicas extralaborales (como la venta de bienes para completar el presupuesto familiar del mes) pierden peso como elementos caracterizantes para esta posición en tanto indicadores de un particular impacto de la nueva dinámica del mercado de trabajo de la época en esta clase social. De alguna manera, ésta es una posición que tiende a estabilizarse y a acumular recursos en términos de seguridad social, cobertura médica y acceso a bienes en el período de referencia.

  3. Clase media “establecida”: esta clase concentra 39 % de las familias del espacio social y se caracteriza por su homología con lo que, en los estudios de estratificación clásicos en Argentina, se identificó como sectores medios y profesionales. Con asociación a hogares de pocos miembros (una o dos personas), sus referentes se insertan fundamentalmente en las áreas de gestión jurídico-administrativa, educación y salud, muy particularmente en el ámbito estatal, en empleos con calificación técnica y profesional (que se corresponden con su alto nivel educativo), registro formal, cobertura médica e ingresos medios-altos.3

  4. Elite: esta posición concentra cerca de 8 % del total de familias del espacio social y con todas las dificultades metodológicas que presentan las encuestas de hogares para captar la cima de los grupos de poder; representa la clase de familias que concentra el mayor patrimonio de capital en la estructura social local. Los referentes de estas familias aparecen asociados a la propiedad de empresas y a puestos de dirección, con alta calificación y altos ingresos.

La hipótesis de la que parte el análisis es que las condiciones sociales de cada clase habilitan distintas formas de apropiación (horizonte estratégico) de los recursos simbólicos que ponen en valor los capitales, la posición y la trayectoria de cada agente. El sentido metodológico de esta reconstrucción encuentra su razón en la posibilidad de conectar los movimientos y tendencias estructurales con los relatos en los que los agentes significan estas distancias objetivas.

Tal como lo indica la bibliografía, la frontera de mayor fricción en cuanto a transformaciones estructurales (aunque no la única) ha sido la que regula las distancias entre las posiciones intermedias: clase media y clase trabajadora (Assusa y Jiménez, 2017). Durante la post-convertibilidad, la reactivación de las ramas económicas de inserción de la clase trabajadora “tradicional” (construcción, industria y transporte), la revitalización de sus sindicatos y la recomposición del juego de negociación colectiva y paritarias periódicas, han disminuido particularmente esta brecha -fundamentalmente en términos del diferencial de ingresos laborales entre sus referentes- y han establecido una zona relativamente fluida entre sus posiciones “colindantes” (Palomino y Dalle, 2012; Dalle, 2016). Sin embargo, como veremos, la interpretación y justificación de estos diferenciales puede leerse en un sentido multidimensional.

Tomando el modelo teórico desarrollado por Lamont (2000), entiendo que las clases sociales (analíticamente) definidas por la desigual distribución de los recursos funcionan, a su vez, como clasificaciones sobre el valor simbólico de las personas a partir de la construcción de límites simbólicos o fronteras morales allí donde las distancias (“hacia abajo”) se perciben como insuficientes y “promiscuas” (Bourdieu, 2010). Por otra parte, las legitimidades sobre la desigualdad también se construyen impugnando aquellas distancias que se perciben como excesivas (“hacia arriba”) (Crutchfield y Pettinicchio, 2009; Grimson, 2015). En palabras de Dubet (2015), la fuerte profundización contemporánea de las distancias en la estructura social no se comprendería si no fuese por la activa participación de las mayorías en la producción y en la “elección” de las desigualdades.

En un nuevo contexto de rebrotes liberales, esta elección de las desigualdades puede manifestarse como revanchismo de clase o legitimismo de las grandes jerarquías sociales. Pero para una comprensión global de la época es necesario prestar atención a las disputas y construcciones cuya efectividad simbólica depende, en gran parte, de los consensos políticos en torno a la desigualdad en todas las regiones del espacio social (Puga, 2011) a los juicios e impugnaciones morales esbozados en situaciones de “cercanía”, en las regiones dominante y dominada de la estructura social.

Como ya sostuve, la estabilización de la posición y los recursos de la clase trabajadora “tradicional” -formalización, cobertura social y médica, mejoramiento de sus ingresos, empoderamiento de sus sindicatos, etc.- genera un proceso y una zona de negociación, acercamiento y resistencia con respecto a los sectores medios. Mientras tanto, desde las posiciones dominantes se reactualizan discursos característicos de distinción elitista que apuntan, casi por igual, a todo el espacio social “por debajo”, como es el caso del discurso meritocrático. Ahora bien, ¿cómo se apropia este discurso desde otras regiones del espacio social? ¿Cómo se reactualiza y se transmuta en el marco de distintas estructuras patrimoniales en familias de distintas clases sociales? ¿Cómo se reconfiguran los juicios meritocráticos esbozados desde condiciones de desposesión de capitales?

A continuación, planteo algunas claves metodológicas que operaron en la producción, procesamiento y análisis del material cualitativo de la investigación. Para finalizar, reconstruyo analíticamente repertorios de legitimación e impugnación de las distancias sociales (y sus trastocamientos en el último tiempo).

Definiciones metodológicas para el abordaje de los repertorios de legitimación e impugnación de las desigualdades

Como sostuve en un comienzo, el diseño del trabajo de campo cualitativo del estudio (entrevistas y registros etnográficos) tuvo en la construcción del espacio social cordobés su marco social estructural -a la vez que su marco sociológico de interpretación articulada con datos de diversa índole-. La realización del conjunto de entrevistas en profundidad dio acceso a una perspectiva global de la problemática en cada posición de clase y fracción de clase definidas a partir del análisis estadístico. Las entrevistas indagaron sobre una amplia gama de prácticas y estrategias con el objetivo de captar su carácter articulado, relacional y sistemático, tomando como punto de partida la perspectiva conceptual de las estrategias de reproducción social (Bourdieu, 2011).

Con un criterio de selección que articulaba disponibilidad de contactos entrevistables, representatividad del perfil definido por el procesamiento estadístico y variación y diversidad teórica, las entrevistas permitieron acceder a trayectorias diversas en cada una de las posiciones de clase de las familias.

Caracterización de los referentes por posición de clase

  1. Precariado: Los referentes entrevistados para esta posición presentan inserciones típicamente precarias y signadas por el cuentapropismo. Entre las mujeres referentes, inserciones ocupacionales en las áreas de cuidado de personas, empleo doméstico y costurería. Para los varones, empleos relacionados con la construcción (albañil, carpintero, pintor de obra) y ramas afines (como jardinero). Estas familias poseen presupuestos económicos muy limitados y sus trayectorias se ven signadas por cierta inestabilidad en los procesos de acumulación material. Las entrevistas de esta clase incluyen una importante cantidad de jóvenes que no ofician de jefes de hogar, y sobre cuya trayectoria y prácticas también se indagó.

  2. Clase trabajadora “tradicional”: Los referentes entrevistados para esta posición de clase poseen cierta diversidad (propia de la composición numerosa e intermedia del grupo). Un conjunto de entrevistados representa el imaginario clásico de la clase obrera: operarios de fábrica de diversas ramas (automotriz, cerámica, autopartes, metalurgia) y choferes de camión o autobús, entre ellos. Otro conjunto de entrevistas fue realizado a trabajadores autónomos con oficio (como mecánicos, jardineros y pintores), taxistas o pequeños emprendedores (como el caso de una jubilada dueña de una panadería, o el joven dueño de una sandwichería). Más allá de sus actuales inserciones, todos ellos poseen en alguna medida trayectorias familiares relativamente modales y vinculadas a la fracción más “estabilizada” de las clases populares.

  3. Clase media “establecida”: Los entrevistados de esta clase concentran funciones típicamente asociadas a los sectores medios, como docentes de diversos niveles, médicos y funcionarios judiciales. Este grupo presenta un particular vínculo con el ámbito público como espacio privilegiado de inserción laboral (con todo lo que implica a nivel de mecanismos de selección y promoción en la dinámica del Estado) y, en muchas ocasiones, también de trayectoria educativa. Por otra parte, los entrevistados de esta posición también contemplan diversos cuadros técnicos y directivos del sector privado (analista de producción, empleado contable, empleado de ventas, técnico informático, gerente de pequeña empresa familiar). Si bien presentan ingresos acordes a su posición, no les permiten condiciones de estabilidad extraordinarias. Sus apuestas se concentran (con diversos formatos) en la acumulación y valorización de capital cultural.

  4. Elite: Para esta posición de clase se entrevistaron referentes en puestos de dirección (director de institución preuniversitaria y de un instituto de formación docente), cuadros jerárquicos (funcionarios judiciales) y puestos de alta calificación (docente-investigador universitario) del sector público. Como representativos del sector privado se entrevistaron puestos de alta calificación (asesora técnica en diseño de políticas públicas) y empresarios (transporte, logística y servicios empresariales).

En consonancia con la opción conceptual por la teoría de la práctica y el eje en las estrategias de reproducción social, este abordaje metodológico dejó de lado la indagación explícita por la formulación de fronteras o principios de justicia en situaciones postuladas o hipotéticas de desigualdad. En la medida en que discurren sobre sus propias trayectorias e inserciones ocupacionales, los entrevistados se ven en la necesidad de contrastar, contraponer, distinguir y justificar sus propias prácticas diferenciándose de pares y de agentes de diversas posiciones de clase.

Por otra parte, el análisis sociológico aquí propuesto no interpreta estos discursos como entidades desancladas; la lectura de los datos se da en la articulación metodológica de la perspectiva estructural apoyada en herramientas de corte estadístico -y por lo tanto en el conocimiento aproximativo de las tensiones distributivas y redistributivas que configuran la estructura social en Córdoba-, y del relevamiento del conjunto de prácticas fenomenalmente muy diferentes que constituyen el sistema estratégico a partir del cual estas familias producen y reproducen sus posiciones, sus recursos y su vida social. En este punto queda más claro 1) el estatus analítico que adquiere la identificación de estructuras patrimoniales asociadas estadísticamente a cada posición de clase (un conjunto de recursos que habilita y condiciona diferencialmente a trazar distintas formas de fronteras y a justificar de modo diferencial los recursos percibidos); y 2) el estatus epistemológico de los relatos de crítica y justificación (legitimación e impugnación) de los entrevistados, construidos aquí como una práctica social más (en la que se apuesta y se juega, muchas veces, la consecución de los recursos y la reproducción de las posiciones).

A continuación, describiré los repertorios de legitimación e impugnación de las desigualdades en torno a los cuales se definen y construyen fronteras de distinción y clasificación del mundo social y de las personas que lo habitan a partir de los relatos de los entrevistados y del análisis de situaciones de interacción social registradas etnográficamente.

Repertorios de legitimación: las formas del “mérito”

El discurso de las posiciones privilegiadas en la estructura social muy frecuentemente se caracteriza por el desconocimiento de ese privilegio. Esta operación narrativa describe la desigualdad como resultado de trayectos diferenciales que se insertan en mecanismos que tienen al mérito como principal criterio distributivo.

Cuando relatan sus propias trayectorias, los integrantes de familias posicionadas en la región dominante del espacio social (elite y clase media “establecida”) remiten a dichos mecanismos: el acceso y la promoción laboral por concurso en el caso de las inserciones en el sector público (en las áreas de salud, educación y justicia), y la valoración de la experiencia, la competencia, la confianza “profesional” y la “capacidad” entre las inserciones en el sector privado.

Como contracara dialéctica a las relaciones de afinidad de estos relatos, los agentes de la región dominante formulan críticas y juicios contra todas las posiciones “por debajo” en el espacio social (ajenidad), con acusaciones de micronepotismo cotidiano y uso de contactos personales e influencias para acceder a recursos materiales o ascender en puestos laborales. Estas críticas se formulan como parte de un diagnóstico culturalista sobre la falta de normas institucionales estables y un incumplimiento generalizado de los arreglos de interacción social en el país. Hablo de diagnósticos culturalistas como una forma típico-ideal de definiciones situacionales que tienden a encontrar el origen causal de todos los problemas públicos en el ámbito de los valores y la cultura (muy particularmente, en su “falta”). Esta tendencia en los diagnósticos sociales lego, disponible en un repertorio cultural relativamente “común”, suele ir acompañado de miradas, a la vez, etnocéntricas, europeístas y miserabilistas, condensadas en la frase “esto en Europa no sucede”.

Las familias de clase media “establecida” y elite, dotadas de rituales cotidianos, periódicos e institucionalizados de producción y reproducción de su capital social (Bourdieu, 2013) -particularmente relevante en sus estrategias familiares de reproducción- logran esgrimir el recurso al mérito para legitimar universalmente su trayectorias de ascenso como resultado de su propio esfuerzo y habilidad, a la vez que invisibilizan las condiciones de posibilidad que implican sus redes de sociabilidad y sus estrategias de clausura (Tilly, 2000) para sus posiciones de poder.

Los discursos de defensa abierta de los modelos institucionales universalistas y de los principios abstractos de la meritocracia en la consecución del éxito entre estos agentes apuntan a una operación de legitimación no sólo de sus patrimonios recursivos (carreras “ascendentes”, puestos de poder, titulaciones universitarias, certificaciones profesionales e ingresos monetarios superiores a los del resto del espacio social), sino también de los esquemas de evaluación que habilitan su valorización como capitales y la consecuente reproducción de sus posiciones (los concursos, las selecciones estandarizadas, los puntajes por certificaciones, etc.).

Se habla de capital simbólico en estas clases en tanto retraducción moral de estos mecanismos de evaluación y valorización, combinados con relatos que niegan los privilegios y el peso de la sociabilidad y exaltan los méritos, la transparencia y el funcionamiento de la competencia “justa”. Las trayectorias de los “exitosos” son narradas como carreras coherentes en sí mismas, con instancias de superación y saltos cualitativos más o menos planificados, en ascendencia constante y sostenida por la competencia y la habilidad.

Mientras tanto, en el mundo de las clases populares -y a falta de titulaciones académicamente reconocidas, propiedades económicas e ingresos monetarios plenamente consolidados, aunque con un trayecto de “mejora” de sus condiciones materiales en los últimos años- se esgrime una suerte de legitimación “en espejo” a la dominante -que refleja a la perfección la lógica práctica que Bourdieu (1998) denomina “hacer de la necesidad virtud” (Wilkis, 2014b)-. Estos patrones de legitimación ya no hacen referencia a los mecanismos de ingreso, sino a las tareas y al proceso cotidiano de trabajo.

Entre los referentes de esta clase, y muy particularmente entre aquellos con inserciones ocupacionales paradigmáticas en la industria o en el transporte, una fuerte alza en sus ingresos durante el período de la post-convertibilidad los puso en la situación de justificar salarios relativamente altos a la vez que legitimar un considerable achicamiento de la brecha entre estos referentes y, por ejemplo, los de la clase media “establecida”.

La centralidad que adquiere la tematización del “tiempo” en sus relatos aparece como un indicio fundamental de la valorización de este recurso (el tiempo de trabajo) ante la ausencia de la mayoría de los capitales que definen verticalmente las relaciones de clase en el espacio social (como la propiedad de empresas, el poder institucional o las titulaciones): los horarios a contramano de las ocupaciones comunes, los turnos nocturnos, las jornadas que comienzan demasiado temprano, los fines de semana como jornadas de trabajo, los horarios discontinuos y rotativos, las jornadas extenuantemente largas, la demanda patronal de disponibilidad para la realización de horas extra, los viajes que obligan a pasar varios días fuera del hogar, la renuncia al tiempo de la intimidad familiar, a las fechas de festejo; la preocupación por la asistencia perfecta y la condena moral a los compañeros que “faltan” al trabajo; una sensación de pérdida de control sobre las propias condiciones y el propio tiempo vital; una preocupación latente por el futuro, por la falta de certezas, por el agotamiento de las fuerzas físicas (centrales en el tipo de tareas que desarrollan), por la inestabilidad de los cursos macroeconómicos y la dependencia de sus ramas de actividad; una preocupación por la exclusión de las instituciones de seguridad social; una generación de estrategias de “retiro laboral alternativo” en calidad de ahorros o construcción de emprendimientos propios (muchas veces informales), etc.

El tiempo “entregado” a sus ocupaciones, definidas como trabajos “duros” y sacrificales (“todo esto me costó mucho”, “empecé barriendo”) se articula en relatos estructurados en torno a la lógica del don/contradon. El tiempo sacrificial así entendido funda expectativa de recompensas (acceso y promoción laboral) o justificación de recompensas existentes (los altos ingresos monetarios, por ejemplo, en la rama de transporte).

La tematización del tiempo se extiende también a las trayectorias de autoempleo en las clases populares, que justifican sus apuestas y elecciones en la recuperación del control sobre su propia temporalidad, aunque asumiendo nuevas cargas sacrificiales: el mayor compromiso necesario con el emprendimiento (en contraposición al empleo en relación de dependencia), la falta de garantías sobre ingresos regulares, algunas veces la sensación de encierro por permanecer en el espacio doméstico que coincide con el espacio del negocio (en el caso de los pequeños emprendimientos comerciales gestionados mayormente por mujeres), etc.

También en espejo, la versión “desde abajo” del principio de mérito revierte la carga moral negativa asociada a las instancias no-universalistas de las relaciones laborales. Los discursos de estos referentes, antes que negar los “contactos” o las “influencias”, valoran la dimensión “personal” de los vínculos. La valoración del “compañerismo” y la “solidaridad” de los pares en grandes establecimientos resulta equivalente a la valoración del “conocimiento” y el “contacto permanente” con gente, propia de los oficios independientes de servicios no-calificados (como jardinería, la conducción de un taxi, etc.).

La frontera simbólica trazada en estos relatos legitima la posición consolidada del “éxito” en la región dominante del espacio social como resultado de mecanismos universalistas - las titulaciones, el mérito, los concursos, las selecciones estandarizadas-. Su versión en espejo, mientras tanto, legitima el achicamiento de las distancias sociales en las trayectorias (“ascendentes”) de clases populares bajo lógicas particularistas de valorización -las actitudes por sobre el conocimiento medible en títulos, lo práctico por sobre lo teórico, el cuerpo por sobre la mente, el contacto y el vínculo personal por sobre la autoridad institucional de la posición, etcétera.

Repertorios de impugnación: interés e inmoralidad

Las disputas y las fronteras simbólicas trazadas en la estructura social no se construyen exclusivamente en torno a la legitimidad de los recursos percibidos. Como señala Bourdieu (2010), los esfuerzos por erigir barreras con respecto a aquellas posiciones construidas como injustificadamente cercanas son tan o más relevantes que aquellos signos de distinción construidos sobre las grandes distancias sociales y disparan diversas formas de juicios, críticas e impugnaciones. En el material producido en las investigaciones en las que participo, este tipo de fronteras se configuran en torno a dos tópicos recurrentes en entrevistas y conversaciones cotidianas: los “planes sociales”4 y la acusación de “mercantilización” o de excesivo interés económico.

La cuestión de las políticas sociales ha sido abordada por distintas investigaciones, tanto en lo referente a su distribución estructural por clases sociales (Fachelli, 2013) como a las percepciones de la población sobre su necesidad, la justicia de los criterios de asignación y sus consecuencias culturales entre los beneficiarios (Crutchfield y Petinicchio, 2009; Grimson, 2015). Desde las ya clásicas discusiones sobre el “clientelismo”, el “asistencialismo” y la “cultura de la dependencia” (Fraser y Cordon, 1997; Auyero, 2001; Vommaro y Combes, 2016), las políticas sociales (“planes” en el lenguaje nativo) se han vuelto progresivamente un tópico “maldito” en el escenario político nacional: un repertorio común de descalificación simbólica de las clases populares, su moral y sus ingresos (Murard y Laé, 2013).

Si bien este tópico aparece prácticamente en todo el espacio social, su recurrencia y virulencia se manifiesta muy particularmente entre los referentes entrevistados de la clase trabajadora “tradicional”. Como mencioné en el apartado anterior, el mejoramiento de sus condiciones de vida en la última década es relatado y justificado por sus miembros como fruto indiscutible de su propio esfuerzo y resultado meritorio de su ética de trabajo y su entrega de tiempo vital (“a mí nadie me regaló nada”, “a mí todo me costó”). El discurso de hombres “hechos a sí mismos” que “no le deben nada a nadie” cobra potencia en familias sobre quienes pesa, por trayectoria y estética de clase, el estigma social, la expropiación simbólica (Beaud y Pialoux, 2015) y la acusación elitista de la inmoralidad de “vivir del Estado” y de las ayudas ajenas.

Sabemos bien que la indignidad de las clases populares suele medirse con la vara de su supuesto hedonismo, incluso con la moralidad que los miembros de las clases “respetables” le atribuyen; indignidad que, por consiguiente, es inmensa, insalvable. También es sabido que esta atribución se ejerce de arriba abajo a lo largo de toda la escala del prestigio y del poder. Pero no está sólidamente demostrado y documentado que esta estrategia de distinción sirva para establecer fronteras sociales en el interior de las clases populares, entre fracciones de clases, así como no están sólidamente demostradas y documentadas las reglas que autorizan a los miembros de los grupos delimitados por estas fronteras a liberarse de la regla ascética con miras a disfrutar de este o aquel placer. Contraestrategia obliga, los observadores y los estudiosos insistieron a veces en el ascetismo y en la preocupación de respetabilidad (Murard y Laé, 2013: 90).

Como señalan investigaciones de otras latitudes (Dubet, 2015), los discursos de crítica contra los planes sociales no asumen, en general, idearios liberales puros ni ideologías políticas conservadoras. Muchos de quienes sostienen estos relatos críticos perciben ellos mismos diversas formas de asistencia del Estado. El cuestionamiento se orienta a la veracidad de la “necesidad” de sus pares beneficiarios, la “honestidad” y la dignidad moral de estas familias, la “legitimidad” del uso de los recursos percibidos -si es utilizado para consumos superfluos de adultos o, en contraste, para necesidades básicas de los niños de las familias, por ejemplo (Grimson y Baeza, 2011)- y sus consecuencias a futuro: el sostenimiento en el tiempo de las ayudas o asistencias siempre implica en sus relatos el riesgo de crear un “vicio”.

En un contexto signado por una crisis social aún latente, con un cuarto de la población activa en situación de desempleo y con más de la mitad del total de la población por debajo de la línea de la pobreza, Jorge Casaretto, presidente de Cáritas Argentina, removió el avispero político en el año 2003, cuando en declaraciones para medios de comunicación sostuvo que existía un continuo “uso político de los planes sociales”. El religioso afirmaba que, de no controlarse y regularse seriamente las “contraprestaciones laborales” exigidas a cambio de la asignación monetaria, este tipo de medidas fomentarían la “vagancia”. Independientemente de las aclaraciones posteriores acerca de los matices de sus opiniones y el reconocimiento de la “necesidad” situacional de medidas que funcionaran como paliativos de las diversas problemáticas sociales que habían emergido durante el fin de la convertibilidad, la frase “los planes sociales fomentan la vagancia” tuvo -y tiene aún hoy- en el discurso social una caja de resonancia que activó y recrudeció enfrentamientos entre sensibilidades sociales históricamente instaladas.

Como sostiene Dubet (2015), esta economía moral meritocrática de la pobreza se despliega en toda la sociedad, por lo que los sectores populares no se muestran indulgentes para juzgar a los situados “por debajo”: de este modo las víctimas “pasan a ser chivos expiatorios”.

La construcción de esta ajenidad en los discursos de integrantes de familias de la clase trabajadora “tradicional” -y que tienen como objeto privilegiado a las familias en condiciones más precarias dentro del mundo popular- se complementa con una exacerbación de los propios méritos y recursos acumulados. La negación sistemática de la percepción de “asistencia social” presenta cierta homología con el patrón de mérito esgrimido en términos de sacrificio de tiempo vital: como están “todo el día trabajando” declaran no disponer de tiempo alguno para los trámites y las gestiones necesarias para el acceso a los planes sociales.

En aquellas entrevistas en las que quedaba en evidencia que la familia percibía alguna forma de asistencia o programa, dicha percepción se asignaba a una persona excluida de la red familiar más íntima y cercana (una exmujer o un familiar con el que se había perdido contacto). Los entrevistados varones de esta clase suelen hablar de la “asignación”5 como algo ajeno, vinculado con sus “exmujeres” a cargo de los hijos del “primer matrimonio”, o bien, a sus actuales cónyuges, aunque desprendiéndose ellos mismos de las decisiones y la administración de gastos (“ella lo maneja, no sabría decirte para qué la usa”).

Estos relatos toman distancia también de la percepción de “subsidios” (término negativamente vinculado al mundo de la asistencia, aun cuando esté distribuido, a partir de servicios públicos, educación y salud, a lo largo y a lo ancho de todo el espacio social). La interpretación de los propios trayectos familiares en estos relatos tiende a economizar la caracterización del acceso a todo tipo de ofertas estatales: “esto lo construí sin ningún tipo de ayuda” o “sí, recibí, pero era un crédito [no un subsidio] y lo tuve que pagar entero”.

En el fondo, los repertorios de impugnación moral de la clase trabajadora “tradicional” a las familias “por debajo” en el mundo popular reeditan “en negativo” los patrones de mérito descriptos en el apartado anterior: el recurrente tópico de los “planes sociales” sirve para señalar permanentemente las faltas morales de aquellos “vagos” que “duermen hasta el mediodía” y no saben o no quieren trabajar.

En un sentido homólogo, los discursos de los entrevistados de la clase media “establecida” construyen una barrera simbólica entre ellos y las personas con mayor “éxito económico” en torno a la categoría moralmente descalificante de “mercantilización”. Las tareas del tipo de inserción laboral típica de los referentes en esta clase (funcionarios públicos, particularmente en el área de salud y educación) se asocian a sentidos de realización personal, crecimiento intelectual, al compromiso político intrínseco de la ocupación, a la valoración del sentido de lo público y a la encarnación de valores asociados a la idea de “vocación”. Acotamos que para esta parte del argumento hemos dejado en parte de lado el peso de la fracción de emprendedores y cuadros del sector privado en esta clase. Sin embargo, buena parte de sus apuestas continúan presentando líneas de continuidad.

La centralidad de la vida cultural y moral de estos sectores como basamento de su repertorio identitario (Lamont, 1992) disputa los criterios legítimos de dignidad y construcción de la estima social en contraposición a los parámetros puramente económicos de valoración de las personas, sin duda, centrales para la vida social en el capitalismo, y vitales para la construcción de las relaciones de poder hacia el interior de la región dominante del espacio social.

Entre los entrevistados en las ramas de salud y educación aparecen permanentemente críticas al desarrollo de sus profesiones en el ámbito “privado”, en donde muchos de ellos sostienen que podrían conseguir ingresos monetarios considerablemente más elevados. Su opción por insertarse en el sector público se justifica en la posibilidad de mayor y mejor desarrollo y aprendizaje profesional. Fundamentalmente en el área de medicina, los pacientes con mayor complejidad (“vulnerabilidad social”) que acceden a los centros de salud estatales se definen como pacientes “más interesantes” que aquellos que acceden al sector privado. En paralelo, no impide una búsqueda permanente por distinguirse de la imagen culturalmente construida en torno a los “empleados públicos” (chivo expiatorio predilecto de los “males sociales” para el discurso neoliberal emergente en la actualidad).

Esta distinción, además, se sostiene en una narrativa que rompe con la clásica separación entre vida doméstica o privada y ámbito laboral o público: “para mí el trabajo es mi vida”.

La dimensión del “público” (pacientes, estudiantes, etc.) con el que se vinculan los entrevistados en el ámbito estatal (casi siempre representado como parte del mundo popular) constituye un fuerte componente de legitimación de sus tareas -y de distinción respecto de las ocupaciones en el sector privado-: habla de la “utilidad” de su trabajo y de los vínculos personales que allí se construyen.

La valoración de las tareas laborales “fascinantes”, “interesantes”, que les permiten “aprender” en la misma medida que hacer algo que les “gusta”, que coincide con sus “estudios” y de las que pueden “vivir”, se articula con un ocultamiento sistemático de la dimensión económica en sus apuestas ocupacionales. Como se señaló en el apartado estadístico, esto no implica la percepción de ingresos monetarios bajos, sino todo lo contrario.

En relación a la composición estructural del espacio social y a la desigualdad de los recursos de familias de distintas clases sociales, resulta coherente la encarnación de discursos del “desinterés material” (Bourdieu, 2007) en el marco de estructuras patrimoniales con dominancia de las apuestas culturales, en trayectorias que se distinguen por un fuerte arreglo entre sus itinerarios educativos, su inversión concentrada en las titulaciones (capital cultural institucionalizado) y sus carreras laborales caracterizadas por mecanismos de selección y promoción estandarizados, predecibles y planificados.

Las fronteras simbólicas en la región dominante y en el mundo popular, construidas a partir de impugnaciones o críticas (de la clase media “establecida” hacia la elite, y de la clase trabajadora “tradicional” hacia el precariado) definen como abyectas las orientaciones de sentido puramente instrumentales de la acción. Estas fronteras se fundan, en gran parte, en la asignación a los “otros” móviles de acción interesados y espurios (excluidos de las redes de comunalidad propias), “excesivamente económicos” y “moralmente deficitarios”. Contra ellos, los relatos erigen una construcción de sus propias acciones movidas por la moralidad del trabajo y el esfuerzo (en el mundo popular) y del compromiso, la creatividad y el gusto por la actividad (en la región dominante).

Palabras finales: sobre cómo hacer de la desigualdad una virtud

En un momento en el que toda la región latinoamericana experimenta un rebrote de los discursos liberales de exaltación de la desigualdad, la relevancia de la empresa por aprehender la dimensión simbólica de las distancias sociales resulta fundamental en aras de comprender la configuración contemporánea de los procesos políticos en América Latina.

Al mismo tiempo, la exploración de importantes vías de explicación sociológica como la relación entre la desigualdad de clase y la fragmentación social (hipótesis central del estudio de Saraví: 2015) encuentra en la movilización de nociones legitimadoras de la desigualdad un importante basamento empírico y conceptual para la comprensión de las dinámicas sociales en un sentido global.

Los análisis desarrollados en este artículo pueden condensar sus hallazgos en tres ejes que habilitan indagaciones a futuro: 1) la dimensión metodológica, 2) la dimensión de los repertorios comunes de legitimación de las desigualdades y 3) la dimensión de las apropiaciones diferenciales de dichos repertorios.

La búsqueda metodológica orientada a los sentidos prácticos de legitimación e impugnación de las desigualdades sociales, además de proponer nuevos elementos analíticos basados en una diversidad de fuentes y tipos de datos -la articulación aquí puesta en juego de procesamientos estadísticos multidimensionales y análisis cualitativo de entrevistas en profundidad y registros etnográficos, aporta algunos elementos para suturar un problema metodológico fundamental en el estudio de las fronteras sociales inter e intraclase-. Tal como sostienen Murard y Laé (2013), los contextos de precariedad económica vuelven aún más fuerte la exigencia de justificación en los relatos autobiográficos. Podemos pensar que los procesos históricos de achicamiento de las brechas sociales también azuzan esas exigencias. Lo que muchas veces queda fuera de foco en las investigaciones sobre trayectorias es la diferencia entre el problema lego del relato coherente y el problema analítico del relato como práctica. Son, justamente, estos relatos preocupados por la coherencia narrativa -como si las biografías debieran tramarse enrolladas alrededor de la identidad como los palitos de algodón de los parques de diversiones (Murard y Laé, 2013: 107)- los que abren una nueva puerta metodológica de acceso a los sentidos prácticos de legitimación e impugnación de las desigualdades.

Los patrones de legitimidad esgrimidos desde distintas posiciones de clase -fundamentalmente, las diferencias entre el mundo popular y la región dominante del espacio social- ponen de manifiesto una tensión simbólica transversal, ya señalada por algunas investigaciones clásicas en torno a la cultura popular (Hoggart, 2013; Willis, 1988), que articula la puesta en valor de recursos anclados en estructuras patrimoniales diferenciales por parte de las familias posicionadas en distintos puntos del espacio social: entre la personalización y la institucionalización de las relaciones y las jerarquías; entre el particularismo y la pretensión de universalidad abstracta; entre las competencias mentales, teóricas y certificadas y los saberes prácticos, incorporados y físicos; entre la habilidad, la creatividad y la realización personal y el trabajo duro, el sacrificio y la entrega de tiempo familiar. En este sentido, las disputas situadas en distintas escenas sociales por imponer los patrones de valor pertinentes, marcan el ritmo y la dirección de la reproducción simbólica de las desigualdades en cada uno de estos ámbitos.

Por último, resulta un hallazgo de peso en este estudio un suelo común de repertorios y, por lo tanto, un acervo moral compartido entre las distintas posiciones de clase para la re-traducción simbólica de la desigualdad social. El recurso al mérito en los relatos de distintas posiciones de clase (aún con formatos y modalidades adaptadas a las estructuras patrimoniales desiguales de cada posición) pone en jaque el prejuicio progresista que califica de elitista -con poca evidencia empírica- al discurso meritocrático. En este punto, vuelve a surgir la necesidad metodológica de una diversidad de datos y técnicas que permitan dar cuenta tanto de las creencias explícitas y las adscripciones morales así como de las opciones y las apuestas prácticas de los agentes sociales.

Si el discurso liberal en auge en América Latina ha hecho una clara opción por el ideario y las prácticas meritocráticas como mecanismo principal de distribución de los recursos sociales, sólo podremos comprender la efectividad simbólica de esta ideología en la medida en que conozcamos en profundidad su difundida pregnancia en las disposiciones prácticas de los más diversos puntos de la estructura social, y por lo tanto, su carácter estratégico en los consensos políticos contemporáneos en torno a la relación entre justicia y desigualdad.

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1Los trabajos de Kessler (2007) y Grimson (2015) están basados en datos sobre situaciones hipotéticas de asignación de recursos (bajo qué criterio se seleccionarían personas para un aumento de salario si…) o creencias explicitas sobre las causas de la riqueza o de la pobreza así como sobre la clase social en la que se ubicarían los entrevistados.

2El arsenal teórico adoptado (apto para pensar la estructura de relaciones de clases analíticamente construidas), no encuentra correlato o traductibilidad pura en otro esquema de estratificación: no hay “clases equivalentes” de igual manera a que no hay grupos ocupacionales que “necesariamente” deban estar en una u otra posición del espacio social construido. Teniendo esto en cuenta, el planteamiento de parámetros comparativos de nominaciones “tradicionales” en los estudios de estratificación se funda en una voluntad de diálogo con todas las perspectivas conceptuales posibles. Para el presente artículo adopto la nominación de algunas de las clases que propone Savage et al. (2013) en su estudio. Para ver un análisis con detalle empírico y metodológico sobre las siete fracciones de clase identificables en el espacio social cordobés ver Gutiérrez y Mansilla (2015).

3Es importante señalar que la región media del espacio social se caracteriza por una alta heterogeneidad. En esta clase se identifica una fracción de autónomos de alta calificación en el sector privado y una fracción de asalariados de alta calificación en el ámbito estatal. Aquí optaré por centrarme en las características comunes a estas posiciones antes de que en sus diferencias internas, aun cuando es sabido que en análisis más específicos pueden encontrarse disposiciones, repertorios y apuestas distintivas entre ambas fracciones.

4La noción de “plan social” o “plan” a secas en Argentina remite a las distintas políticas y programas de transferencia y sostenimiento de ingresos dirigidos a sectores “vulnerables”. Las discusiones sobre esta temática han estado atadas a la categoría analítica y moral de “clientelismo político” y ha sido uno de los elementos simbólicos estructurantes de la disputa política contemporánea.

5La Asignación Universal por Hijo para la Protección Social es la política de transferencia de ingresos más importante (y con mayor visibilidad mediática y política) en Argentina. Fundamentalmente porque implica una fuerte masificación de las asignaciones familiares que, previo a su existencia, sólo eran percibidos por los trabajadores en relación de dependencia en el sector formal.

Recibido: 28 de Septiembre de 2018; Aprobado: 11 de Junio de 2019

Gonzalo Assusa es doctor en ciencias antropológicas por la Universidad Nacional de Córdoba; sus líneas de investigación son: la dimensión simbólica de la desigualdad social, la desigualdad social en relación con el trabajo y el consumo, la cultura del trabajo; entre sus publicaciones más recientes se encuentran: De la escuela al trabajo y del trabajo a la escuela. Una economía simbólica de la vida escolar, barrial y laboral de jóvenes de clases populares (2018) Buenos Aires: Noveduc; “Ni jóvenes, ni desempleados, ni peligrosos, ni novedosos. Una crítica sociológica del concepto de ‘jóvenes nini’ en torno los casos de España, México y Argentina” (2019) Cuadernos de Relaciones Laborales, 37(1); “Desigualdad, políticas sociales y simbolismo del trabajo en Argentina. Estructuración, apropiaciones y sentidos vividos en el Espacio Social en Córdoba, Argentina” (2018) Ciudadanías (3).

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