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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.64 no.237 Ciudad de México sep./dic. 2019  Epub 07-Nov-2019

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.237.65073 

Artículos

Javier Sicilia como celebridad trágica y los performances del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad1

Javier Sicilia as a Tragic Celebrity and the Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad’s Performances.

Ricardo Tirado Segura 

Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: <tirado@unam.mx>.


Resumen

Este artículo es la primera de dos partes de un trabajo comprensivo, en el que se describe y analiza la efectividad del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que lideró Javier Sicilia entre 2011 y 2012. El movimiento empezó con la repentina emergencia de una celebridad trágica quien, a la postre, resultó su indiscutible líder y que, además, se distinguió por desplegar un repertorio impresionante de novedosas acciones expresivas de sentido. El movimiento ganó amplia visibilidad, movilizó a miles de personas e incidió en la toma de decisiones públicas. Caló hondo en el imaginario social del país creando conciencia sobre los miles de víctimas, de la inseguridad pública y la violencia desbordada y, además, contribuyó a transformar a muchas víctimas pasivas en actores contra la situación general de violencia en el país.

Palabras clave: Javier Sicilia; Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD); movimiento social; celebridad trágica; performance social; drama estratégico; ritual comunitario

Abstract

This article is the first of two part describes and analyzes the effectiveness of the Movement for Peace with Justice and Dignity led by Javier Sicilia between 2011 and 2012. The movement began with the sudden emergence of a tragic celebrity who was his undisputed leader and distinguished himself by deploying an impressive repertoire of novel expressive actions of meaning. The movement gained a lot of visibility, mobilized thousands of people and influenced public decisions. It impacted the social imaginary of the country, raising awareness of the thousands of victims, public insecurity and overflowing violence and transformed passive victims into actors against the ominous situation.

Keywords: Javier Sicilia; Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD); social movement; tragic celebrity; social performance; strategic drama; communitarian ritual

En México, en el período 2006 a 2011, durante la denominada “guerra contra las drogas” que declaró el presidente Calderón enviando a las fuerzas armadas a detener o matar a los más destacados criminales y a sus huestes, casi 40 mil personas fueron asesinadas, 10 mil más desaparecieron2 y un número indefinido tuvo que desplazarse a otros lugares. Pero muchos de esos miles de muertos y desaparecidos fueron personas que nada tenían que ver con la delincuencia y el crimen. Una de estas muertes conllevó, contingentemente, al origen del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD)3 que lideró el poeta Javier Sicilia (padre de una de estas víctimas) en 2011 y conmovió a la nación de manera singular.4 El principal objetivo de este trabajo es describir y analizar, por un lado, las acciones de Sicilia como celebridad trágica y, por otro, la efectividad del movimiento, usando los conceptos de Alexander y Collins de performances ético-políticos y de ritual expresivo.

Emergencia de una celebridad trágica: Javier Sicilia

Se llama celebridad a gente famosa que destaca en los medios por su destreza, seducción, belleza, etc., que generalmente cultiva la fama para lucrar con ella y, aunque la atención del público da eficacia a sus opiniones, su veracidad y autenticidad es casi siempre cuestionable (Meyer y Gamson, 1995).

Sin embargo, hay otro tipo de celebridad muy distinto: la celebridad trágica, que suele dar lugar a un liderazgo contingente, basado en cualidades y capitales personales y con apoyo de los medios (Tirado, 2014). Emerge, algunas veces, cuando alguien sufre la pérdida criminal de un ser querido. La mayoría de las víctimas supérstites queda anonadada, pero en ocasiones hay personas con capacidad y recursos para protestar con firmeza y coherencia y, con ello, ganar la atención de las audiencias. De ese modo, unas cuantas víctimas se vuelven “noticia” y se hacen, repentinamente, “famosas”, debido a que externan su sufrimiento e ira de modo especial y efectivo. En la medida en que su caso gana la atención social, aumenta y alimenta la capacidad para hacer resonar su reclamo. Son las celebridades trágicas.

Para esa emergencia se necesita, además de la ocurrencia del evento trágico: 1) una víctima supérstite que asuma la “representación” de la víctima directa; 2) que sea una persona segura, decidida, expresiva y articulada; 3) que posea el capital cultural necesario para, improvisando5 y sin ser necesariamente un conocedor de los temas involucrados, urdir y exponer una narrativa coherente y creíble del evento y sus expectativas; 4) finalmente, se requiere que cuente con un capital social mínimo, es decir, una red de relaciones sociales basadas en la confianza: amigos, parientes, colegas, compañeros y conocidos, capaces y dispuestos a acompañarlo en su irrupción en la escena pública y a movilizarse con él/ella.6 Es claro que, en muchos casos aparentemente similares, las víctimas supérstites son ignoradas y permanecen en el anonimato. Sólo surge la celebridad trágica si las víctimas son buenas performadoras; si logran convocar e interesar a los medios y las audiencias.

El evento trágico que trastocó la vida de Javier Sicilia Zardain (Ciudad de México, 1956) fue el asesinato de su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega “Juanelo” y seis personas más el 28 de marzo de 2011 en Temixco, Morelos. Sicilia reunía las características para devenir en celebridad trágica: es de fuerte personalidad, muy articulado; decidido y expresivo; algunos dicen que es testarudo, mal hablado e irascible, pero capaz de entenderse con ricos y pobres, con gente de izquierda y de derecha, porque los conoce. “Su enojo, arropado por la gente, lo movió a la acción…”, dijo un activista (Romero, 2014). Sicilia contaba, además, con un gran capital cultural. Estudió literatura y se hizo escritor: poeta, novelista, ensayista y periodista sobre temas de literatura, política, filosofía, teología y arte; además de editor, guionista, traductor, tallerista y becario del Sistema Nacional de Creadores (Ruiz, s/f). Ha publicado más de veinte libros de poesía, ficción, ensayos, biografía y algunas traducciones, y dirigió tres revistas: El Telar, Ixtus y Conspiratio. Es un intelectual que tenía mucho que decir sobre sí mismo, el mundo y la vida… y mataron a su hijo. Otra característica que ha distinguido a este autor es el hecho de que es un católico público. Desertó de un seminario, pero vivió luego en una comunidad espiritual (Jiménez, 2009: 106). Es heterodoxo en sus concepciones religiosas: de su Iglesia ha dicho que “es una meretrix, una puta” (Sicilia, 2011: 193), “pero es mi madre” (Del Collado, 2011); fue seguidor de la teología de la liberación y se identifica con un humanismo anarco-cristiano influido por Illich (Sicilia y Robert, 2001) y los movimientos no violentos de Gandhi y Del Vasto; sin embargo, es fiel a ciertas tradiciones antiguas de la cristiandad. Es tan religioso que, según Jiménez (2009: 144 y 279), contempla su entorno como una hierofanía, y en círculos literarios es considerado como “un místico mexicano”. Leñero (2011) caracterizó a Sicilia diciendo que: “Su amistad cercanísima con Iván Illich, su fecunda labor como poeta y novelista, sus artículos en pro de la justicia social -en concordancia con la teología de la liberación- su empeño por fundar y sostener revistas […], su encarnizada fe que vive al cien por ciento y contagia y edifica, lo llevó -tras el asesinato de su hijo Juan- a volcarse en esa tarea profética y justiciera, doliente y cariñosa, que hoy ha sorprendido al país”. Sicilia tiene una marcada obsesión por ciertos temas y preocupaciones religioso-teológicas: la muerte, la sangre, el martirio y el sacrificio; la kénosis y la apófasis y también el profetismo, la salvación y la llegada del reino. Como se puede observar, poseía cualidades intrínsecas para convertirse en una celebridad trágica resonante.

Oportunidades políticas y recursos organizacionales

Las teorías de los movimientos sociales sostienen que las posibilidades y la dinámica de un movimiento social precisan de la coyuntura política propicia. Deben existir las condiciones políticas adecuadas: un clima de opinión, una crisis, una falla; un vacío en el entramado político que permita la emergencia (McAdam, McCarthy y Zald, 1996). Al respecto debe decirse que las cuestiones de la inseguridad, los muertos y los desaparecidos ya estaban en la agenda pública. En 2004 y 2008 se habían realizado manifestaciones con una gran cantidad de personas en contra del ascenso de la delincuencia y del notorio fracaso del Estado para brindar seguridad pública y justicia. Esos fueron movimientos y acciones inspirados, entre otros, por María Elena Moreira, Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí; a este último también podemos considerarlo como una celebridad trágica y que se movilizó y fundó México SOS (Hernández, 2012).

Sin embargo, las autoridades ignoraron los reclamos, no investigaron los asesinatos y desapariciones y adujeron que tantos muertos y desaparecidos se explicaban por ejecuciones y “ajustes de cuentas” entre delincuentes, insinuando que las víctimas eran forajidos y que, a consecuencia de esto, hasta la sociedad se libraba así de esos “indeseables”. Sólo cuando la presión por parte de la sociedad era tal, fue que admitieron que hubo “víctimas colaterales” atrapadas en el fuego cruzado de las bandas y las fuerzas armadas y ya en 2011 tuvieron que reconocer que había un gran problema nacional de inseguridad y de violencia.

Los medios de comunicación jugaron un papel central. La teoría al respecto nos explica que los medios fijan, en gran medida, la agenda pública (McCombs y Valenzuela, 2007). Es de considerar que ya previo al asesinato de Juanelo, los medios daban amplia cobertura a la guerra contra los cárteles, los crímenes, la inseguridad y la tasa ascendente de muertos y desaparecidos y las protestas que la ciudadanía hacía.

De manera que cuando sucedió el asesinato de Juanelo Sicilia, y sumidos en un clima de desafección pública hacia los gobernantes y las instituciones (López, en prensa), las autoridades ofrecieron resolver el crimen y hacer justicia pronto. Dichas autoridades llegaron a poner a disposición de Sicilia un cuerpo de policías para su seguridad personal. De ese modo, Javier Sicilia se volvió un “intocable”; no podía victimizársele una vez más. La ventana de oportunidad política para el movimiento, puede decirse, era muy amplia.

Las teorías de los movimientos sociales también han destacado que, para lanzar un movimiento, es central contar con recursos organizacionales y movilizadores (McAdam, McCarthy y Zald, 1996). En este sentido, los capitales cultural, social y simbólico (Bourdieu, 1986) de Sicilia eran activos que éste trasladó de modo natural al naciente movimiento. De igual manera, figuraron en su círculo cercano, personajes como Pietro Ameglio (académico, activista y seguidor de Gandhi); Jean Robert (experto en el pensamiento de Iván Illich); el poeta, académico y diplomático Tomás Calvillo; los escritores Fabio Morabito y Francisco Rebolledo; y el expresidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDH-DF) y director de la organización socialcristiana Cencos Emilio Álvarez Icaza. Además, como autor de ensayos y crítica política, social, religiosa y cultural que publicaba en revistas y suplementos culturales, muchos periodistas expresaron su solidaridad con el colega y su movimiento, ampliando, con ello, la atención que le concedían en radio, televisión y en los grandes periódicos como El Universal y Reforma. Los directores de Proceso y Letras Libres apoyaron de inmediato a su colaborador. Además, como intelectual católico (aunque controvertido), recibió también importantes apoyos de clérigos e interesados en asuntos religiosos, como el obispo Raúl Vera, los sacerdotes Solalinde, Concha y Athie, y muchos(as) otros menos conocidos (Siscar, 2012; Arriagada y Lajous, 2011).

Cuando ocurrió la tragedia, Javier Sicilia era poseedor del reconocimiento de la intelectualidad en diferentes ámbitos e, igualmente, sostenía relaciones con muchos poetas, escritores, intelectuales, periodistas, artistas, cineastas, actores y académicos, de izquierda y de derecha, religiosos, agnósticos y ateos. Su presencia era visible en el espacio público de México.7 Incluso tenía conexión con el presidente Felipe Calderón, vía amistad con la familia de su esposa y con el finado mentor de aquél: Carlos Castillo Peraza (Ruiz, 2012). Tal vez por eso Calderón telefoneó a Sicilia hasta Filipinas, donde estaba al momento del asesinato, para darle su condolencia y prometerle la rápida resolución del caso. Días después volvieron a hablar telefónicamente y se entrevistaron en privado.

Sicilia era también un activista, aunque menor. Apoyó la insurgencia indígena de 1994 y se afilió a la organización latinoamericana proderechos humanos “Servicio Paz y Justicia” liderada por el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Cuando ocurrió la trágica muerte de su hijo, Javier Sicilia participaba en un movimiento para preservar un edificio histórico; sin embargo, en términos estrictos, no era un político. Esas redes sociales de Cuernavaca, integradas sobre todo por jóvenes, fueron la primera estructura organizativa del movimiento y se activaron inmediata e intensamente después del asesinato de Juanelo y sus amigos.

Pronto, el joven movimiento contó así con un líder culto y muy relacionado con gran atención mediática y poder de convocatoria. Como celebridad trágica en el centro de la acción, Sicilia fue el representante genuino, líder indiscutible y voz del movimiento y, por ello, resultó siendo el principal hacedor de los marcos, la textura y la composición de sentido del movimiento.

Construcción de marcos de sentido: los performances sociales

Durante el siglo XX, la filosofía efectuó el llamado “giro lingüístico” o, más radicalmente, “giro ontológico”, que derivó en un amplio consenso acerca de que la subjetividad humana es siempre intersubjetiva y que interpretar es parte central de nuestra condición de seres humanos (Bech y Lince, 2013). Por su parte, sociólogos importantes como Norbert Elias, Pierre Bourdieu, Anthony Giddens y Jeffrey Alexander, cada quien desde su perspectiva, han reconocido la importancia fundamental de la dimensión cultural y la interpretación en la constitución y en la intelección de lo social: se trata, entonces, de un “giro cultural” que tiene afinidades con el giro filosófico (Núñez, 2008). Hay consenso académico en que no existe acción humana nuda de sentido, porque todo lo humano está socialmente constituido y tiene significación.

Estos giros han fortalecido el enfoque de la construcción de marcos de sentido de las teorías de los movimientos sociales. Según este enfoque, dar y potenciar significado al movimiento es fundamental de sus posibilidades, pues el significado que los movilizados dan al mundo, a sí mismos y a la acción colectiva que emprenden, es central para sus posibles desarrollos y su legitimidad (Zald, 1996). El interés por lo simbólico se ha extendido de manera importante y, por ello, en el debate organizacional, se proponen definiciones como esta: las organizaciones “son realidades socialmente construidas en las que las redes de sentido crean lazos de emoción y de conexión simbólica entre los miembros” (Hatch y Cunliffe, 2013), lo cual vale también para los movimientos sociales y otras formas de acción colectiva.

Una especificidad del MPJD fue el rico repertorio de dispositivos movilizadores que desplegó. En lo que sigue se desagregan, para su análisis, las acciones expresivas de sentido del movimiento y de su líder, a partir del siguiente postulado tomado de la pragmática cultural de Alexander (2004: 527): el análisis de las intervenciones públicas (como los movimientos sociales), puede enfocarse holísticamente con el concepto de performance social, que se define como “el proceso social por el cual, ciertos actores, individual o concertadamente, despliegan para otros el sentido de su situación social.” Los actores sociales pueden eventualmente no estar de acuerdo con el sentido que las audiencias dan a sus performances, pero ese es el significado que se percibe que emiten, consciente o inconscientemente, y en la medida en que tienen éxito generan una fusión de la audiencia en el “texto cultural” que despliegan. Otro importante elemento es que la interacción con la audiencia es constitutiva de la pieza performativa misma. No se realiza un performance frente a una audiencia, sino con ella.

El amplio concepto de performance social incluye acciones que en las intervenciones sociales adoptan la forma de discursos lingüísticos, ya sean simples o complejos; incluye, también, acciones no lingüísticas y evocaciones a través de símbolos, emblemas y mitos que activan o potencian significaciones adicionales. Por otra parte, la separación entre unos y otros elementos comunicativos es sólo un recurso analítico, pues en el performance algunos elementos se imbrican con otros, se conectan, se superponen en diversos grados y se potencian, se neutralizan recíprocamente o se cruzan en paralelo.

Al considerar histórica y analíticamente el performance social, Alexander (2004: 527) hace una distinción fundamental de dos especies: a) el ritual social característico de las agrupaciones sociales poco complejas, y b) el drama social afín a las agrupaciones sociales complejas. Siguiendo a Alexander (pero remontándose a Tönnies y a Weber), se exponen aquí los modelos ideales de ambos performances.

La característica principal del performance ritual es que se funda en la homogeneidad de una agrupación de tipo comunitario, en la que predominan el sentido de pertenencia a un todo y fuertes lazos tradicionales e identitarios de lealtad, afectos y emociones, que la literatura actual llama “vínculos sociales” o “lazos sociales” que cohesionan (bonding social ties), cuyos performances aparecen como rituales totalizadores, recreativos y reafirmadores de la fusión del grupo. Rasgos de esos rituales pueden reconocerse en las fiestas tradicionales de los pueblos, los carnavales, las celebraciones de resonantes triunfos deportivos, eventos artísticos en los que el público emocionado ovaciona con enjundia; los funerales de personas entrañables; las conmemoraciones de masacres o catástrofes que costaron muchas vidas; o, como se vio en México en los sismos de 2017, el ritual de los jóvenes rescatistas centrados en torno a un emotivo y potente foco común: salvar las vidas de los atrapados en las ruinas.

Dice Collins (2005: 108 y ss.) en páginas muy logradas, siguiendo a Durkheim y Goffman, que el ritual se produce a partir de la copresencia física de personas en una situación desencadenante de un estímulo emocional que, “sincronizando y coreografiando” las acciones del colectivo, genera un foco de atención y “un contagio emocional”. Tal estado de efervescencia emocional galvaniza la atención y consciencia de los participantes en el mismo objeto focal y hace experimentar tanta empatía y solidaridad que evoca y puede crear nuevos símbolos. Los rituales fortalecen las congregaciones porque fijan el sentido de un “nosotros” que se desmarca de unos “otros” y, al mismo tiempo que genera alegría y entusiasmo, puede inducir rechazo contra aquellos que transgreden sus pautas.

El drama social, en cambio, se funda en la heterogeneidad del tipo societario que implica complejidad de “vínculos sociales que puentean” (bridging social ties) por la diversidad de intereses, preferencias, fines y valores de quienes componen la audiencia. De ahí la necesidad, para Alexander (2004), que en este tipo de performance, dice, el actor social urda y despliegue una estrategia que, sometida al influjo de los poderes sociales y las audiencias presentes, sea capaz de realizar una “mise-en-scène” (puesta en escena), usando un guion que prevea sus partes y fines y que, aludiendo a representaciones mentales vigentes, produzca con autenticidad (como la de un expositor brillante) un “texto cultural” que se proyecta hacia el futuro. Cuando estos performances tienen éxito, logran fusionar aquello que estaba separado, aunque sea pasajera y circunstancialmente. Esta fusión se consigue en grandes reuniones y debates de connotados líderes, políticos, gobernantes y otros, en los que se plantean grandes ideas y son exitosos. Si estos performances dramáticos derivan en actos de solidaridad eufórica hacia los líderes, es porque se han convertido en rituales.

Los productos de los performances son “textos culturales”, dice Alexander, si logran identificaciones psicológicas que se nutren de representaciones insertas en el bagaje cultural, sobre las cuales actúan los sujetos sociales (en interacción con otros actores externos que inciden directa o indirectamente en los performances) y dan por resultado nuevas representaciones culturales que vienen a añadirse a, y por tanto incidir en, el agregado cultural (Alexander, 2004).

El MPJD fue rico en marchas, plantones, concentraciones y reuniones diversas en las que se produjeron muchas expresiones de sentido. Estos actos pueden ser pensados como performances; algunos se acercan al tipo del drama social y otros al del ritual y en otras ocasiones es difícil decir cuál de los tipos prevaleció en ellos.

Los performances del tipo drama social estratégico

Apenas corrió la noticia del asesinato de Juanelo, las redes sociales de su padre se movilizaron y realizaron una gran manifestación (Romero, 2014) e instalaron “un plantón” con muchas fotos de muertos y desaparecidos, grandes cruces con nombres escritos, veladoras encendidas y flores en la plaza de armas de Cuernavaca, frente al palacio de gobierno y ahí esperaron a Sicilia. Apenas llegó, publicó “Carta abierta a políticos y criminales” (Sicilia, 2016a) en el que expresa el hartazgo de la gente usando repetidamente la frase “Estamos hasta la madre”, lema muy efectivo y que se haría identitario del movimiento. Añade en la Carta que el asesinato de su hijo pone de manifiesto “el pudrimiento del corazón” de las clases “política” y “criminal”, y por ende se “ha levantado la solidaridad y el grito de indignación […] de la ciudadanía y de los medios”. Sicilia se declaró no partidista y criticó la incompetencia y corrupción del gobierno y la crueldad de las bandas criminales. “Estamos hasta la madre de ustedes” les dijo a los políticos, porque “han desgarrado el tejido de la nación”, y el país vive en “estado de emergencia”, sin “plan de gobierno” y con un Estado “fracasado”. La razón de lo anterior radica en “esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida” y a que han sido incapaces “de crear los consensos que la nación necesita” “a causa de su lucha por el poder”. Que “la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en su ejército”, por “sus omisiones, sus pleitos y sus actos”. También, dice, “estamos hasta la madre” de los criminales, “de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido”, y les reclama haber abandonado los “códigos de honor” que respetaban a la gente ajena a sus actividades delictivas. Sicilia proclamó enérgicamente que las víctimas no eran “daños colaterales”, sino personas que morían o desaparecían y que eran victimizadas triplemente: las matan, las criminalizan y las olvidan; exigió al gobierno que hiciera visibles a las víctimas directas publicando sus nombres, rostros e historias y se asistiera inmediatamente a las víctimas supérstites; pidió el fin de la guerra contra los cárteles de la droga debido a su ineficacia y a la enorme cantidad de víctimas causadas por ella; reclamó también a los políticos y gobernantes su ineptitud, su corrupción y su aislamiento egoísta; afirmó que el asesinato “ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y a los medios; debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar” e invitó a una marcha nacional por la justicia y la paz, y por la unidad nacional que rompa “el miedo y el aislamiento” en que “nos han sumido” los políticos y los criminales.

Tres días después, el 6 de abril de 2011, 20 mil personas realizaron “la mayor marcha en la historia” de Cuernavaca. “Indignación, empatía y gozo eran tres emociones discordantes y encendidas en esa multitud diversa, formada tanto por jóvenes clasemedieros como por campesinos y viejos luchadores sociales de Morelos” (Ruiz, 2012). La marcha concluyó con un plantón de Sicilia ante el Palacio de Gobierno, donde repitió su “Estamos hasta la madre”, exigió justicia para Juanelo y sus amigos, y demandó al presidente Calderón y al gobernador Adame frenar la inseguridad para que vuelvan la paz, la justicia y la dignidad a México. Ese día hubo sendas manifestaciones solidarias en 24 ciudades mexicanas, estadounidenses y europeas.8 En la movilización de la Ciudad de México, al llegar el contingente al Zócalo se leyó la “Carta abierta…” de Sicilia e intervinieron poetas, actores y escritores como David Huerta, Daniel Giménez Cacho y Paco Ignacio Taibo II. En el acto se oyeron gritos de “Estamos hasta la madre” y “Los asesinos están en los Pinos”.

La Carta del 3 de abril había bosquejado un planteamiento, pero la emergencia del movimiento hacía necesario que Sicilia y sus seguidores produjeran un discurso más claro y consistente, más aún cuando ya se habían producido algunas escisiones. Sicilia había pedido perdón a los delincuentes porque, dijo, todos contribuimos a que ellos sean como son: “Tenemos una inmensa deuda con los inocentes y con los culpables, porque los culpables no nacieron criminales: algo no les dimos como sociedad, algo no les dimos como Estado para convertirlos en asesinos. Para no odiar a los asesinos de mi hijo, trato de imaginarlos cuando eran niños; debieron haber padecido una inmensa violencia para convertirlos en monstruos” (Sabau, Domínguez y Quintana, 2013). Descontentos con esa solicitud, conocidos luchadores contra la inseguridad, como Alejandro Martí e Isabel Miranda de Wallace abandonaron el movimiento diciendo que nunca pedirían perdón a los criminales (Romero, 2014).

Se formó así una gran audiencia -física, mediática y virtual-, nacional e internacional, muy heterogénea, que, conmovida, seguía el desarrollo del movimiento de la nueva celebridad trágica, pero que también se preguntaba qué proposiciones y soluciones tenían y cómo podrían implementarse. La necesidad de un discurso claro, consistente e incluyente indujo, en la primera etapa del movimiento, un performance de tipo drama social (que precisa de estrategia, perspectiva, efectos, etc., puestos en un guion). Pero desde el principio se observaron también tendencias ritualistas propiciadas por la particular calidez personal de Sicilia y por su capacidad para convocar a los dolientes del país, mediante un emotivo lenguaje críptico-poético.

Un mes después, Sicilia convocó a una marcha silenciosa que caminaría por la Paz con Justicia y Dignidad desde Cuernavaca hasta el Zócalo de la Ciudad de México en tres días a partir del 5 de mayo. Pocos respondieron a la convocatoria (Pacheco, 2014b); aunque acudieron el obispo Vera de Saltillo, Julián LeBarón (víctima activista mormón de Chihuahua), el caricaturista Rius y Eduardo Gallo, aguerrido padre de una muchacha asesinada. Sin embargo, la recepción de los pueblos de Coajomulco y Topilejo fue cálida y luego, ya en la Ciudad de México, impresionó la gran solidaridad de la gente al entrar por Insurgentes Sur en Tlalpan. Después de pernoctar en Ciudad Universitaria, durante el tramo final al Zócalo el 8 de mayo, la ciudad se volcó en su apoyo. Abundaron muestras elocuentes de solidaridad de todo tipo: transeúntes, automovilistas, vendedores, meseras que les regalaban frutas y agua, comensales que saludaban con sus servilletas, aplaudían y vitoreaban al dolido poeta y a sus acompañantes. A esto se agrega que, conforme avanza la multitud, más gente se unía; entre ellos, un sinnúmero de artistas a los que el trágico llamado del poeta les había llegado: “actores y bailarinas, […] narradoras y cronistas, historiadores, músicos y pintores, artistas callejeros, payasos y performanceros, escultoras y artistas conceptuales y mimos […] (además de poetas), todos de una enorme variedad de estratos sociales y con una altura y dignidad de contenidos que nunca se había visto en México”, tuvo el efecto de cargar de un gran talento expresivo al movimiento (González de León, 2016: 252).

De mil maneras se retomó la tragedia que Sicilia encarnaba y la temática de los asesinatos, la muerte, la sangre, la tortura, el dolor, el llanto y la furia de los dolientes se expresó en instalaciones, performances y actuaciones teatrales itinerantes; en fotografías, pinturas, dibujos y carteles; en danzas, poesía y música, y, al paso del movimiento, se enrojeció el agua de muchas fuentes, simulando sangre. De esas expresiones significantes surgieron los artefactos portadores de sentido potenciado, que acompañarán al movimiento en sus recorridos y actos: gotas rojas que imitan sangre en las frentes; ropas manchadas de “sangre”; mascaras blancas con salpicaduras de “sangre”; múltiples carteles de “NO + y una mancha de rojo-sangre, algunos eran grandes toldos pintados, simulaciones de cuerpos muertos recortados en papel y cartón, en pancartas, colgados de pasacalles o pintados en el piso como en las “escenas del crimen”; instalaciones y representaciones teatrales que se van moviendo, con los mismos temas recurrentes: la sangre, los asesinatos y los cuerpos torturados, desmembrados, decapitados. Se vio, por ejemplo, un cuerpo envuelto en sábanas ensangrentadas que recordaba “el descenso del Señor” que pintaron tantos grandes artistas. También se desplegaron banderas enlutadas, rotas y ensangrentadas; flores y veladoras encendidas. Este arte producido por el movimiento dio a la travesía por la ciudad características de performance ritual y contribuyó a conformar su dolorosa y sufriente identidad. Los magníficos y abundantes documentos audio visuales que se hicieron, dan testimonio de ello.9

En el Zócalo se reunieron aproximadamente 120 mil personas. Los medios estuvieron atentos al momento performativo conspicuo en el que el carismático líder subió y, ante los micrófonos, dio el discurso de las definiciones básicas. Por eso este artículo busca ahí, en el performance, y en la “Carta abierta…”, el sentido de las señales más directas y unívocas; los discursos lingüísticos que se refieren a narrativas, ideas, agravios y demandas, de las expresiones de sentido más claras, las hechas de manera meridiana; sin valerse tanto de símbolos, emblemas y mitos que son potentes pero equívocos.

Sicilia (2016b) inició su discurso del Zócalo celebrando que “hemos llegado, caminando en silencio, a donde los antiguos mexicanos contemplaron el lago, el águila, el nopal y la serpiente del emblema fundador de nuestra nación”. Es interesante que, usando la primera persona del plural, Sicilia se atribuye la representación de un colectivo indefinido al que alude con palabras como: “nosotros” “nos”, “decimos”, “creemos”, “escuchamos”, etcétera. También se enviste de autoridad para decir: “no aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas”, y se “penalizar(á)” a quienes traicionen el pacto fundamental al que convoca.

Javier Sicilia afirmó que la causa de la criminalidad debería enfocarse en la destrucción del tejido social. Más adelante, exigía a la clase política, a los poderes fácticos, a las jerarquías económicas y religiosas, a los gobiernos y las policías, que “se deben nombrar a todos nuestros muertos -a esos que la maldad del crimen ha asesinado de tres maneras: privándolos de la vida, criminalizándolos y enterrándolos en las fosas comunes de un silencio ominoso-” y condena la “guerra absurda” que ordenó el presidente Calderón al ejército y exige que es urgente detenerla. Reclama corrupción y complicidad de parte de los gobernantes, del Congreso y de la partidocracia quienes “está destruyendo la voluntad popular” y poco a poco van “perdiendo la representación de la nación”; finalmente, pide contener la guerra contra los cárteles de la droga y la militarización del país, por su ineficacia y la enorme cantidad de víctimas causadas por ella. Aunado a esto, quiere que se retiren las tropas y se impulse la formación de policías comunitarias y autodefensas.

Dedica un pasaje central al sufrimiento de las víctimas. Ahí nos dice que “estamos aquí para decirles y decirnos que este dolor del alma en los cuerpos no lo convertiremos en odio ni en más violencia, sino en una palanca que nos ayude a restaurar el amor, la paz, la justicia y la dignidad y la balbuciente democracia que estamos perdiendo…” (cursivas añadidas). Esta intervención da un giro político-religioso a los asesinatos de las víctimas inocentes, pues, como dice del mártir López Méndez (2017: 98): éste “es siempre un personaje político, tanto si elige morir, como si su muerte es recuperada por formas asociativas que reivindican una causa relacionada con ese sacrificio”. Pero, advierte Sicilia, que no se actuará violentamente contra los que son violentos, y dice que todos los hombres tienen la capacidad de “conversión” si se arrepienten de sus actos malvados.

Después, convocó a todos los gobiernos, partidos y a todas las categorías de mexicanos a que “hagamos un pacto, es decir, un compromiso fundamental de paz con justicia y dignidad, que le permita a la nación rehacer su suelo… en el que reconozcamos y asumamos nuestras diversas responsabilidades… [para] recuperar su presente y su futuro…” Las demandas centrales del movimiento se expresaron resumidas en los lemas: “Estamos hasta la madre”, “No más sangre”, “No más guerra”; “Justicia y dignidad para las muertos y desaparecidos”.

Se leyeron luego los seis puntos del Pacto Nacional por la Paz propuesto: 1) Esclarecimiento de los 50 mil asesinatos y desapariciones y nombramiento de las víctimas; 2) Poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana; 3) Combatir la corrupción y la impunidad; 4) Combatir la raíz económica y las ganancias del crimen; 5) Dar atención de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social; 6) Democracia participativa (véase MPJD, 2011). De repente, Sicilia pidió que, como señal de buena voluntad, sea destituido el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. La audiencia fue tomada por sorpresa, aplaudió y, así, se oyeron gritos: “Estamos hasta la madre de criminales y autoridades”, “Alto a la guerra” y “Los criminales están en Los Pinos”. Finalmente, ocurrió una de las partes más destacadas del acto: invitadas por Sicilia, más de 70 víctimas subieron al templete y narraron a la audiencia sus sobrecogedoras experiencias personales (Rocato, 2011b: 39; Romero, 2014).

La referida marcha de Cuernavaca a la Ciudad de México, entre el 5 y el 8 de mayo de 2011, fue una fase culminante del movimiento. Cuarenta y un días después del asesinato de Juanelo y sus amigos, Sicilia y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad llenaron el Zócalo y ganaron la atención de enormes audiencias en México y el extranjero. Sin embargo, en los días siguientes, poco a poco, el drama social con grandes discursos de ideas explícitas fue sustituido por rituales que se centraron mucho más en las emociones y otras formas expresivas de sentido.

Los performances del tipo ritual comunitario

Casi un mes después, entre el 4 y el 10 de junio, el movimiento emprende desde Cuernavaca la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad en una gira que se propone firmar el propuesto Pacto en Ciudad Juárez, Chihuahua, “el epicentro del dolor” y “el rostro más visible de la destrucción nacional” (Sicilia, 2016b). Alrededor de 450 personas (y 120 comunicadores), en autobuses y coches, recorrieron casi 3 mil kilómetros, realizando actos en México, Toluca, Morelia, Cherán, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Torreón, Monterrey, Chihuahua y Ciudad Juárez e, igualmente, en algunos puntos intermedios a lo largo del camino.

Los primeros actos tuvieron una alta carga política, debido que diferentes movimientos, organizaciones y activistas trataron de incorporar al movimiento sus propias demandas. En Toluca, por ejemplo, Sicilia atendió una solicitud para participar en una protesta por el derroche de recursos en las campañas políticas en curso.10 En otra desviación al pueblo indígena de Cherán apoyaron a la policía comunitaria que ha defendido la madera de sus bosques contra los ladrones y taladores. No coincide esta demanda con las del movimiento, pero Sicilia exalta ahí los valores de la vida comunitaria de ese pueblo. En Morelia se cruzaron distintas propuestas: un hombre disfrazado de Hidalgo porta un estandarte guadalupano, hay manifestantes en favor del Sindicato Mexicano de Electricistas, otros contra las compañías mineras, unos más son del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Se observaba a Sicilia incómodo; no quería declarar. Sin embargo, una madre gritó los nombres de sus hijos asesinados: “Hugo, Luis, Miguel. Justicia” y agradece a Sicilia. Algunos culpan a las autoridades y les “mientan la madre”, pero Sicilia los reconviene: “Las violencias empiezan por las mentadas de madre. ¡Por amor de Dios!”, “Estamos tratando de cambiar el corazón de las autoridades” con amor y no con odio (EmergenciaMx, 2011). Esto se repetiría en varias ocasiones en las que Sicilia contiene insultos a las autoridades, consignas radicales, demandas que no se relacionan con el movimiento; y objetó cantar el himno nacional porque, dice, es un “canto guerrero” y lo que queremos es “vida digna para cada hijo” (Becerra, 2011a: 103). Con lo anterior, mostramos que Sicilia se ha revestido de una autoridad moral que nadie se atreve a cuestionar, por lo menos públicamente.

En el avance hacia el norte por San Luis Potosí, Zacatecas, Torreón, Monterrey y la ciudad de Chihuahua, se fueron difuminando las banderas más políticas y postergando los discursos sobre la problemática del crimen y sus posibles soluciones. Sicilia se revistió cada vez más del tópico del consuelo: “Cargamos el dolor de nuestros muertos” y hay que estar “acuerpados consolándonos”, porque el “consuelo es unir las soledades” (EmergenciaMx, 2011). Este cambio puede explicarse porque se va imponiendo la presencia de los que buscan a sus desaparecidos,11 que en su gran mayoría son mujeres que quieren saber el paradero de sus hijos e hijas, sus maridos y sus hermanos. Los testigos coinciden en que el dolor que expresaban las víctimas los conmocionó como nunca en sus vidas.12

En San Luis Potosí Sicilia derrochó, con gran autenticidad, besos en las mejillas, las cabezas y las manos (Rocato, 2011b: 37). Arriagada y Lajous (2011) dicen que se va convirtiendo en “un agente del consuelo”. De modo que Sicilia y el movimiento fueron intensificando los consuelos y soslayando las demandas; y es que después de todo Sicilia, como toda celebridad trágica, es un improvisado, no es un investigador social; ni un experto en problemas de violencia e inseguridad pública, ni un experimentado activista; mucho menos un político. Así que al animar al movimiento se enfrentó a problemas sociales muy complejos que no conoce bien y sobre los cuales expresa ideas que no parecen sólidas, que cambia de opinión y corrige: lo corroe la duda de cómo terminar la guerra: si los militares regresan a sus cuarteles ¿quiénes controlarán las calles? La consolación, en cambio, se le da muy bien; es afín al estilo y la visión del líder formado en las tesis de la compasión y el amor al prójimo y consistente con las obsesiones religioso-teológicas del poeta católico sobre el sufrimiento, la muerte, el martirio y el sacrificio. Seguramente, como está muy fresca la tragedia del hijo muerto, cuando consuela a otros, éstos también lo consuelan a él. Sabe acercarse a la gente y escucharla; capta bien el dolor y el sufrimiento, y expresa su compasión, seguramente con palabras inspiradas y sentidas que dice al oído.

Llamó mucho la atención, comenzando por los medios, que Sicilia, en público y en privado, daba numerosos y largos abrazos, besaba a mujeres y a hombres y lloraba, a veces con lágrimas muy visibles, con ellos en los brazos. El propio Sicilia explicó así sus besos: se trata, dijo, de “conspirar” con los demás, pues “conspirar quiere decir respirar con otro […], compartir su […] aliento. Mis besos van en ese sentido...” Y, además de “conspirar”, Sicilia se vale de otros recursos corporales para acercarse y apoyar: al abrazar a los dolientes, toma sus cabezas por arriba de la nuca y las jala para que reposen en su hombro y las descansen ahí. La condolencia, explica, es el dolor compartido, los condolidos asumen y portan parte del dolor del deudo, descargándolo. “El Movimiento por la Paz ha tenido también eso -dice Sicilia-. Los besos a todos, incluso a los hombres y mujeres del poder, el ir a abrazar a las víctimas, el caminar con ellas, el hacerlas sentir el consuelo y la dignidad, el darles voz, el cambiar el tono de los discursos, eso también es poesía”. Se detecta en Sicilia la demanda, nacida seguramente de su propia experiencia de víctima adolorida: hay que reivindicar a las víctimas primarias (muertos y desaparecidos) en contra de la criminalización y el olvido y consolar y empoderar a las víctimas supérstites. Esta dinámica hace que hasta la marcha cambie de nombre; salió de Cuernavaca como Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad pero en el camino Sicilia la renombró Caravana del Consuelo (Rocato, 2011b: 133).

En el camino, la presencia femenina aumentó. Una de ellas dijo que está ahí porque respondió al llamado del “poeta de Cuernavaca que transformó en movimiento su dolor”, y cuenta emocionada los sentimientos desbordados y encontrados que la atraviesan: alegría, miedo, dolor y coraje y la decisión que ahí toma de incorporarse a la caravana (Zavala, 2011: 101). Otro testimonio relató que “lo más conmovedor” sucedió entre Durango y Chihuahua, porque la movilización se vuelve más sentida. Pequeños grupos aguardaron a los viajeros en la carretera y se desarrollaron escenas conmovedoras; como la del niño que, cargando un gran retrato de su padre desaparecido, llora abrazado a Sicilia quien también lloró con él (Patrón, 2017).

El performance se transforma por la presencia que ganan las víctimas supérstites dando voz a sus pesares. Son ellas quienes se han sentido convocadas por el líder cuando les dio el espacio para que contaran las experiencias padecidas. Así fue desde el acto del Zócalo, cuando muchas víctimas refirieron las historias de sus asesinados y sus desparecidos. Durante la marcha, los dolientes que relataban sus terribles historias se hacen de la escena e imponen con su emotividad el carácter ritualista de los actos. Dijo el poeta viajero González de León (Naveau y Pleyers, 2012): “La gente que entra en contacto con el movimiento y que se queda es porque se conmueve, más que por razones racionales”.

Estos rituales se encadenan unos con otros dándole al movimiento continuidad en sus desplazamientos. Un núcleo de personas se mueve y se encuentra cara a cara, con gente diferente en cada lugar y recrea un ritual similar, sincronizando los movimientos de todos con el foco común de atención que son los testimonios vivos de las víctimas que siempre generan gran efervescencia emocional y sentimientos de solidaridad y activación de símbolos (Collins, 2005: 71 y ss.). Se va notando que son los desaparecidos, que no se sabe si todavía viven, los más evocados por las supérstites en sus narraciones y las fotografías que portan. El dolor de las víctimas, su sufrimiento, la ira y repulsión al asesinato y a la sangre son vitoreados por la audiencia con las principales frases emblemáticas del movimiento: “Estamos hasta la madre”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “No más sangre, justicia”, “Basta ya de violencia”, “Mayor seguridad”; “Si no pueden, renuncien” (Rocato, 2011b: 134).

La pieza performativa13 se va construyendo en la cadena de actos rituales que en cada ocasión atienden unas 500 personas y alguna vez 5 mil, no más; y asume esta forma: comienza por efusivos saludos, presentaciones de los viajeros y explicaciones de sus objetivos y lectura de poemas. Sin embargo, el núcleo del acto es el ascenso al estrado de las víctimas locales para contar, sin libretos, sus historias; diferentes, aunque muchas veces similares. La gran mayoría son mujeres que buscan a sus desparecidos y les es extraño hablar en público; pero lo hacen, aunque con tropiezos, con voz trémula y palabras entrecortadas por el llanto y la tristeza, denuncian a los criminales, pero también la pasividad y hasta la complicidad de policías, funcionarios y políticos, y la frecuente criminalización de las víctimas: encima de todo se les acusa de estar involucradas en actividades criminales; así que, se insinúa, “se lo merecían”. Sollozaron en medio de un respetuoso silencio solidario, interrumpido por aplausos y gritos de “no estás sola” que ayudan a superar un quiebre de la voz. Siguieron luego fuertes aplausos y más gritos solidarios y el consuelo personal que con largos abrazos y besos húmedos de lágrimas, Sicilia y otros daban a los dolientes. Tañe también una gran campana que lleva la caravana y en la que están fundidas las palabras: “Justicia. Ni un muerto más”. Un buen ejemplo de estas intervenciones sucedió en el acto en Monterrey. Becerra (2011b: 106) la relata: tomó la palabra Julia, una señora acapulqueña que enarbola el retrato de su hijo y habla de su desgracia con voz entrecortada: “Mi hijo José Alberto López de 27 años, vino de vacaciones a Monterrey en abril de 2008. Desapareció […] No hemos podido encontrarlo[…] Ni vivo ni muerto[…] Como madre te cortan la vida[…] Dejas de vivir[…] Sólo respiras ya[…]”. Y ya. No puede hablar más. Se le corta la voz y llora. Llora mucho. Se hace un silencio en la plaza. Se abraza a Sicilia. Lloran ambos. Abrazados. Desconsolados. Lloran y se consuelan por sus amputaciones filiales.

El potente foco que concentra la atención y conecta, son estas víctimas narrando sus historias a la audiencia que sigue con sincronía emotiva las imprecaciones, el llanto y los gritos de afecto y exaltación que generan un sentido de identificación, de cooperación y de pertenencia. Son actos rituales porque fusionan a los presentes en un todo solidario de los sufrientes y las audiencias, identificado en un “nosotros”, que se contrapone a un “los otros”, que integran los repudiados delincuentes y los malos gobernantes. Es central que esos rituales lleguen a derivar en catarsis de los participantes, experiencia liberadora de emociones, sentimientos e ideas que afligen a las personas. Desde la época griega, la catarsis se consideró un proceso purificador de los sentimientos, liberador de las pasiones y generador de solidaridad, sentido de pertenencia, respeto y fortaleza. Ésta permite transitar de la tristeza y el dolor al amor; y del llanto a la alegría, los poemas, a la música y a un ambiente de esperanza y de fiesta que embriaga a los mismos participantes sorprendidos de sus propios sentimientos. Una niña de la caravana habló de la mezcla de cantos y llantos. Rocato (2011b: 38) dijo que se juntan el dolor y la alegría. Carmona (2011: 136), una viajera culta que llevaba el retrato de su joven hijo muerto, dijo que en la caravana

nos salen al encuentro la solidaridad, la dimensión real de la tragedia, catarsis, sufrimiento indecible, purificando corazones, transformándose en combustible para la nobleza, para la capacidad de actuar en beneficio ‘del otro’, de ‘los otros’ de nuestro querido México tan desvalido… Conjuramos la bondad, la paz, el compromiso intachable y vamos descubriendo el poder que tiene cada uno de nosotros y que da paso a un sentimiento inesperado, que los griegos llamaron ‘eudaimonia’ y que se traduce como una alegría que proviene de la verdad.

Estos actos los hacen manifestar la esperanza de que las cosas puedan cambiar. Si mucha gente rompe el silencio y expresa su dolor, su indignación y su exigencia de justicia, y se une y actúa, dicen, es posible que las cosas cambien (Becerra, 2011a: 106). Es decir, se produce un empoderamiento de las víctimas, cuando las personas vejadas, apocadas, casi invisibles, tienden a convertirse en actores políticos que se emplazan en el espacio público como interlocutores y demandantes de justicia al estado (Romero, 2014; Hernández, 2016; Pacheco, 2014a, 2014b).

Por otro lado, permanece la iconografía de la caravana que invoca los símbolos de la sangre derramada y la muerte, para repudiarlas. La experiencia inmediata les refrenda la persistencia de los horrores: fue saqueado un centro de derechos humanos en Ciudad Juárez mientras hacían la reunión de San Luis Potosí; en Torreón se detuvieron sólo un rato: el día anterior habían matado a trece personas. En un monte se ve pintada una gran letra Zeta y ven que los criminales están muy cerca; pese a que llevan custodios, vehículos sospechosos siguen o rebasan al convoy y gente extraña se presenta en algunos de los actos. “Nos andan halconeando”, comentó alguien (Patrón 2011: 139). Sienten miedo; de hecho aunque no durante la caravana, tres activistas fueron asesinados y dos más desaparecieron; otros recibieron amenazas (Romero, 2012).

En Monterrey continuaron los testimonios: el papá de una estudiante de psicología se queja de su triste suerte; una madre narra que hace cinco meses secuestraron a su hijo, estudiante de 18 años; un joven al que se le quiebra la voz, cuenta que mataron a su prima y a su empleada; un padre dice que por fin supo que le dispararon 40 tiros a su hijo: cuatro en la cara; Olga Reyes Salazar de Ciudad Juárez relata que le han matado a seis familiares (Rocato, 2011b: 27).

El espectro social trastocado en el acto de Monterrey fue amplio; estuvo presente doña Rosario Ibarra, la veterana luchadora por los desaparecidos. Esta variedad parece incidir en el carácter del performance; además del ritual consolador se necesitan intervenciones que apelen más a las soluciones del problema. Congruentemente, muy tarde en la noche, con una bandera blanca en las manos, Sicilia dijo que los muertos claman justicia y llama a acudir en ese momento a la procuraduría de justicia del estado para pedir información. Pero, en el mismo acto, regaña a los que insultan a las autoridades, pues “nosotros no somos así”. Aquí se manifiesta de nuevo la autoridad moral que se ha ganado Sicilia. “Queremos cambiarle el corazón a la gente que ha decidido vivir en la violencia, vivir del crimen, vivir del odio y queremos apoyar a aquellos que han sido víctimas de este dolor y darles justicia”. Acude el procurador de justicia del estado, quien luego de horas hace promesas que Sicilia aprueba. Una mujer agradeció a Sicilia y dice que, gracias a su intervención, la resolución de los casos ha avanzado ahora mucho más que en mucho tiempo.

Ya en Chihuahua se realizó un emotivo acto en memoria de Marisela Escobedo Ortiz. Aquel quien la mató, se dice, es la misma persona que asesinó a su hija Rubí; el motivo de la muerte de Marisela fue que descubrió a dicho asesino… las autoridades no han hecho nada al respecto. LeBarón y Sicilia colocaron una placa conmemorativa en el lugar exacto en el que la mataron, frente al palacio de gobierno y conminaron al gobernador a no quitarla, como ha hecho con placas colocadas anteriormente.

Finalmente, el 9 de junio llegó la Caravana del Consuelo a Ciudad Juárez. Fueron recibidos con gran alegría y Sicilia mencionó que eso es un consuelo para tanto dolor. Pero pronto se manifiesta un gran desacuerdo: los juarenses no quieren dialogar más con el gobierno y exigen la retirada inmediata del ejército de sus calles; Sicilia y sus cercanos piensan que esa demanda es demasiado radical y peligrosa, pues quedarían las calles a merced de la delincuencia. Además dentro del amplio y abigarrado conjunto de demandas que se acumularon a los seis puntos originales del Pacto Nacional por la Paz anunciado en el 8 de mayo, hubo un problema: eran demandas que, en opinión de Sicilia, deformaban el sentido del movimiento.

Las diferencias se exacerbaron en las largas y complicadas mesas de trabajo que elaboraron la versión final del Pacto. Finalmente, ahí se mostró que además de la corriente hegemónica de Sicilia que preconizaba retrasar la retirada de las fuerzas armadas para no dejar las calles a la delincuencia también había, aunque era poco visible, la corriente de la “solución ciudadana” que rechazaba la militarización del país, pedía el retiro inmediato de las fuerzas armadas y abogaba por policías comunitarias y autodefensas ciudadanas (Romero, 2014). Esta corriente tampoco aceptaba la solicitud de perdón a los delincuentes y los abrazos y besos al presidente y otros políticos a los que Sicilia pretendía “convertir” “tocando sus corazones”. Sicilia y sus más cercanos firmaron a regañadientes el documento, pero al día siguiente se retractaron del Pacto. Grupos de izquierda, diría Sicilia, “trataron de secuestrar el movimiento para sus propias causas” (Padgett, 2011), forzando la inclusión de muchas demandas radicales y extrañas al movimiento.

Después de esta caravana, el movimiento continuó, realizó otras caravanas por México, una que recorrió Estados Unidos y tuvo varios encuentros con altas autoridades del país (el presidente Calderón y su gabinete, los líderes de las cámaras) y con los candidatos de 2012 a la presidencia de la República. Además, tuvo algunos logros en el campo mismo de su principal interés: la reivindicación de las victimas muertas y desaparecidas y de las víctimas supérstites, impactando muy ampliamente, pues de muy diversos lugares nacionales y extranjeros se le expresó solidaridad.14

Conclusiones

A partir de su propia tragedia y valiéndose de sus cualidades personales y de su capital cultural y social, Javier Sicilia emergió como una celebridad trágica con gran capacidad de convocatoria. El concepto de celebridad trágica ayuda a pensar ciertos procesos atípicos de emergencia de líderes sociales, a veces muy notables.

De la misma forma, fue productivo el uso de los conceptos performance social de Alexander y ritual de Collins para analizar el desempeño de Sicilia y el movimiento. Sus performances dramático-estratégicos no fueron tan efectivos, pues estos requieren de discursos más elaborados que logren fusionar a públicos heterogéneos que necesitan ser convencidos, sobre todo con ideas. En ese aspecto, el discurso directo de Sicilia mostró las falencias propias de las celebridades trágicas, que se ven compelidas a improvisar discursos. Podemos referir algunas de las inconsistencias: titubeos sobre la inmediata retirada de los militares; pedir perdón a los criminales; abrazar y besar a los políticos y funcionarios; celebrar un pacto entre “todos los mexicanos” cuyo desacato sería penalizado.

Sí, en cambio, fueron muy efectivos los performances de tipo ritual comunitario. Esto se dio gracias al talento performativo que reveló Sicilia en la movilización. Dicho talento se explica por la tragedia personal que vivió, pero también por la personalidad, el bagaje cultural y la sensibilidad de este poeta católico heterodoxo; sus ideas y obsesiones personales, que lo deslizaron a antiguos símbolos, emblemas y mitos alusivos al sufrimiento, la muerte y la sangre; el martirio y el sacrificio; el profetismo, la salvación y la comunidad, que se analizan en otro lugar (Tirado, 2019). Se creyó en la autenticidad del dolor de Sicilia, tanto por su hijo como por los otros miles de muertos y desaparecidos y se le reconoció autoridad moral. Impresionó, de igual forma, su capacidad de consolación a los dolientes. Se consideraron verdaderas sus lágrimas, su desesperación, su hartazgo y su compasión. Se desempeñó convincentemente; aún para muchos que pensaron que sus propuestas eran inviables y hasta descabelladas.

Tomando en cuenta todo lo anterior, pudo movilizar a muchas víctimas supérstites de todo el país, las cuales fueron el foco común de los rituales al relatar sus terribles experiencias y siendo consoladas en emotivas sesiones que produjeron estados catárticos liberadores de alegría, solidaridad y decisión de actuar en el campo político social. Debe decirse, además, que Sicilia, aunque ejerció un liderazgo de rasgos carismáticos, nunca se presentó como un predicador, ni quiso imponer sus creencias religiosas.

En la primera fase del movimiento, aunque siempre estuvieron activas las expresiones no directas de sentido, prevaleció el performance dramático estratégico, tratando de convencer con ideas claras a audiencias numerosas y heterogéneas. En la segunda etapa se impuso el ritual comunitario con las víctimas en el centro de reuniones más íntimas que resultaron en consolación catártica del dolor y la activación político social. En la tercera fase, la audiencia se complejizó de nuevo, y se hizo visible el conflicto entre diferentes visiones e ideas, y aunque se volvió al performance dramático estratégico, fue imposible llegar a un acuerdo y evitar la ruptura.

A pesar de estas limitaciones, el movimiento modificó el panorama social, incidió en amplios y decisivos sectores; logró reconocimiento nacional y puso en cuestionamiento la política del gobierno; preparó el camino de la reivindicación de las víctimas y la asunción de los supérstites como actores político-sociales. Incluso ganó, ya que se creó la Ley General de Víctimas en enero de 2013. Sin embargo, pese a este logro, el mismo Sicilia reconoció que ni el gobierno de Felipe Calderón ni el de Enrique Peña Nieto dieron la respuesta necesaria al gran problema de inseguridad pública, de violencia y ninguneo de las víctimas (Padgett, 201; Brito, 2017). Con estas fallas y aciertos, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que fue liderado por Sicilia, generó un fuerte impacto y gran solidaridad nacional e internacional. Sus acciones incidieron en el imaginario mexicano de manera notable; aunque difícil de precisar, pero es probable que haya contribuido, significativa pero indirectamente, al tsunami electoral que barrió a los partidos tradicionales en 2018.

En otro lugar (Tirado, 2019) se investigan los significados de los símbolos, emblemas, emociones y mitos evocados por el movimiento y articulados a grandes configuraciones socio culturales que los hicieron tan eficaces. Finalmente, se considera que este tipo de análisis y los conceptos usados son útiles para explorar y entender otros aspectos de la acción colectiva organizada y de la actividad política en general.

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Entrevistas:

Entrevista a Alejandro Aguilar (2016) [estudiante participante en el MPJD, 3 de octubre]. [ Links ]

Entrevista a Juan Hernández Rodríguez (2016) [participante en el MPJD y miembro del equipo EmergenciaMx que realizó el audiovisual La caravana del consuelo, 18 agosto]. [ Links ]

Entrevista a Paola Pacheco (2014b) [estudiante participante en el MPJD, 20 junio]. [ Links ]

Entrevista a Mauricio Patrón (2017) [periodista y participante en el MPJD, 17 diciembre]. [ Links ]

Entrevista a Raúl Romero (2014) [dirigente del MPJD, 24 junio]. [ Links ]

1Agradezco la ayuda de la Lic. Paola Pacheco Ruiz.

2Estas cifras las dio el propio MPJD (véase Sicilia, 2016).

3Sobre el MPJD, véanse su sitio web, sus documentos citados en las referencias y Sicilia y Vázquez (2016).

4Así opinan estudiosos de esos movimientos como Pleyers (Naveau y Pleyers, 2012) y López Leyva (en prensa).

5“Nunca lo imaginó”, dice Rea (2011: 23), sobre el descarrilamiento de la vida de Sicilia el 28 de marzo de 2011.

6“Celebridad trágica” es una noción propuesta por el autor de este artículo.

7Dijo una periodista: trataron de darle “carpetazo” al caso, “pero uno de los muertos tenía apellido: Sicilia” (Rea 2011:24).

8 La Jornada del 7 de abril de 2011 informó “Miles de personas participaron en 24 entidades en marchas de repudio a la estrategia oficial anticrimen y la creciente violencia en el país”.

10“Critica Sicilia derroche de recursos en campañas mexiquenses” (Informador.mx, 2011).

11En la caravana al norte, el MPJD recibió 291 testimonios: 53 % fueron de desapariciones o secuestros y 45 % de homicidios; en la del sur fueron 221, de los cuales 52 % fueron desapariciones y 13.6 % homicidios (Azaola, 2012).

12Enfatizaron esto los entrevistados Romero (2014) y Hernández (2016), y Álvarez Icaza dijo a Azaola (2012): “nunca había llorado tanto en mi vida”.

13Alexander hablaría más conceptualmente de “texto cultural”.

14Hubo decenas de movilizaciones en México y en el mundo; apoyos de gente ilustrada de todo el espectro ideológico político; simpatía de organizaciones tan diversas como el EZLN, Serapaz o la revista Time.

Recibido: 30 de Mayo de 2018; Aprobado: 22 de Julio de 2019

Sobre el autor

Ricardo Tirado es doctor en ciencias políticas y sociales por la UNAM; investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM; sus líneas de investigación son: empresarios, política y sociedad, la acción política de las élites, la acción colectiva a través de organizaciones, movimientos sociales; entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “La política del sacrificio: símbolos y mitos en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad de Javier Sicilia” (2019) Cultura y Representaciones Sociales, 13(26); “Los poderes fácticos mediáticos y la democracia mexicana” (en prensa) en Jorge Cadena Roa y Miguel A. López Leyva, El malestar de la representación en México. Ciudad de México: CEIICH/IIS-UNAM.

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