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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.64 n.236 Ciudad de México May./Aug. 2019

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.236.63484 

Notas de investigación y reseñas

La irracionalidad del votante y sus efectos en el control político

Voter’s Irrationality and its Impact on Political Control

Ignacio García Marín 

*Profesor titular en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Correo electrónico: <nachogarciamarin@tec.mx>.

Achen, Christopher H.; Bartels, Larry M.. 2017. Democracy for realists. Why Elections Do Not Produce Responsive Government. Princeton: Princeton University Press,


Democracy for realists. Why Elections Do Not Produce Responsive Governmento, es una obra escrita por Christopher Achen, profesor en la Universidad de Princeton y experto en política estadounidense y por Larry Bartels, profesor de la Universidad de Vanderbilt y especializado en comportamiento electoral y representación.

En términos generales, esta obra es una crítica al desempeño actual de la democracia y de la mayoría de las aproximaciones académicas que la analizan, lo que incluye el aspecto conceptual, desde la poliarquía de Robert Dahl o los recientes estudios en torno al estado o calidad de la democracia en el mundo, hasta considerar como no siempre precisas las aproximaciones en torno a la presunta racionalidad del votante como actor en los procesos electorales.

Es decir, ¿sobrevaloramos la racionalidad del votante a la hora de elegir sus preferencias políticas en un entorno institucional más alejado del ideal democrático que de lo realmente existente? Ésta es una pregunta implícita en el estudio que revela una postura crítica que los autores denominan realista en contraposición a la visión folclórica (o popular) que exponen en la primera parte del libro y que, asumen, es la dominante en la academia.

El fundamento de esta crítica reside principalmente en lo que ellos interpretan como la idea aspiracional que la democracia contiene en sí misma. Es decir, en ningún sistema político la democracia liberal ha alcanzado un nivel pleno y riguroso que permita llamarla una democracia auténtica; por tanto, es un ideal por alcanzar pero no un hecho si se le compara con las definiciones dominantes. La desigualdad en cuanto a poder de incidencia, interés e información entre los ciudadanos en la arena política son sólo algunas de las respuestas que Achen y Bartels presentan para hacer tal advertencia. Sin embargo, pueden añadirse las filiaciones partidistas, identitarias o la propia irracionalidad a la hora de valorar el desempeño de los cargos públicos.

En efecto, uno de los argumentos que los autores toman para realizar esta serie de afirmaciones en torno al estado actual de la democracia es la identificación partidista -pero no ideológica- de gran parte de los ciudadanos de cara a los procesos electorales. Comparando el comportamiento electoral en municipios y estados estadounidenses a largo plazo, se hacen evidentes patrones de conducta que desviarían cualquier supuesto voto racional de los electores, dada la uniformidad de sus acciones. A este respecto, Achen y Bartels consideran que se producen dos efectos negativos: por un lado, las políticas públicas no reflejan necesariamente los deseos de los ciudadanos o, al menos, no hay una elevada necesidad de los dirigentes políticos por llevarlo a cabo dada la fidelidad del votante, así como de las bajas tasas de participación electoral. Muchos ciudadanos pues, no estarían representados de manera efectiva; por otro lado, hay una limitada efectividad de estos en cuanto a exigir responsabilidades políticas a las élites dominantes. Esto sucede en dos vertientes: tanto en lo referente al castigo electoral de no renovar a los cargos públicos mediante el sufragio, como de sancionar irracionalmente a los dirigentes por hechos que difícilmente se les pueden imputar. De manera directa y clara lo ejemplifican con el análisis de impacto del caso en el que diversos ataques de tiburones en la costa este estadounidense en los años 10 del siglo pasado se reflejó en el resultado electoral ya que se penalizó al Jefe de Estado hasta con 10 puntos porcentuales entre los municipios afectados.

Lo mismo sucedió con desastres naturales en el pasado, aunque aquí es posible que la posterior gestión pública al evento tenga mayores efectos de lo considerado por los autores. En todo caso, estos ejemplos son empleados para exponer que dos de los grandes beneficios potenciales que ofrecen los ciclos electorales tienen un efecto notablemente más limitado de lo que idealmente se tiende a considerar, cuando no potencialmente perverso.

¿Por qué sucede esto? Principalmente, por la gran desinformación y desinterés de la mayoría de los ciudadanos por la política, lo que incluso lleva a los autores a considerar un efecto pernicioso implícito en los referendos y consultas públicas como herramientas al servicio de las minorías y más activos en política.

Efectivamente, para los autores la falta de información e interés por parte de los votantes respecto a las políticas públicas llevadas a cabo por los gobernantes evidencia la imposibilidad de considerar a los procesos electorales como herramientas de rendición de cuentas y exigencia de recompensas o sanciones a los funcionarios. Además, esto agrava la importancia de la coyuntura económica como determinante del voto en procesos electorales poco polarizados, lo que refuerza su crítica en torno a la limitada penalización que sufren los malos gobernantes. Las identidades grupales y partidistas complementarían esta carencia de voto poco informado y escasamente crítico del votante prototípico.

Es decir, su crítica sobre la rendición de cuentas y fiscalización de los poderes públicos se sostiene en gran parte por lo que ellos entienden como “comportamiento irracional e injusto de los votantes” (p. 270), al presentar numerosos ejemplos de malos gobernantes premiados con la reelección o culpabilizados por desastres naturales imprevisibles. A ello se suma el comportamiento partidista de los votantes por encima de su ideología, lo que desnaturaliza uno de los principios básicos de las elecciones, y limita la importancia del programa electoral de las organizaciones partidistas.

Sin embargo, han de hacerse ciertas puntualizaciones a estos posicionamientos que sustentan las bases del estudio. En primer lugar, no debe entenderse a la democracia como una mera idea en la que ciudadanos e instituciones creen o una simple aspiración romántica difícil de alcanzar. En efecto, no han de olvidarse tanto los avances empíricos a la hora de medir la calidad democrática de manera global -véanse las obras de Lijphart, Sartori o de Barreda- como los índices de carácter específico que tienden a enriquecer el debate sobre la democracia. En los últimos años se ha avanzado en gran parte de Occidente en la fiscalización de las cuentas públicas, de las elecciones internas de los partidos políticos o en una cada vez menor indulgencia ante la corrupción pública. En segundo lugar, puede considerarse ciertamente cínica la infravaloración de los avances en materia de reconocimiento de derechos a las minorías, e incluso de avance de la calidad de vida en gran parte de las sociedades que han vivido una transición a la democracia en las recientes décadas. La democracia, con sus imperfecciones, ha mejorado tanto en calidad como en cantidad en las últimas décadas y lo ha hecho en parte por demandas provenientes desde la sociedad civil.

Estas dos críticas subrayan necesariamente uno de los grandes defectos del estudio: la debilidad de extender unas conclusiones cuya argumentación reside fundamentalmente en Estados Unidos como objeto de estudio. En efecto, Achen y Bartels basan su investigación en la nación norteamericana, cometiendo a menudo el error de entender que sus conclusiones puedan ser extrapolables a otros sistemas políticos. Sin embargo, además de carecer de sustento metodológico, se infravaloran las diferencias en cuanto a los sistemas de partidos y clivajes existentes más allá de dicho país o de la racionalidad del votante. Valga como ejemplo la ausencia de un profundo estudio del sistema electoral y sus implicaciones para las relaciones entre electos y electores más allá de Estados Unidos, aun reconociéndose que un análisis de la democracia ha de ir mucho más allá de la vertiente electoral.

Es igualmente llamativa la ausencia de una referencia centrada en el rol de los medios de comunicación en el debate político, dada su cada vez mayor trascendencia en la interpretación de los hechos, así como del efecto de las campañas electorales y el cambio social.

Sin embargo, sí es acertada la crítica implícita a la pobreza y desigualdad socioeconómica existentes en la sociedad estadounidense, lo que limita la capacidad de incidir y participar en la política por parte de los afectados, del mismo modo que el desempeño económico tiene efectos en los resultados electorales, aunque en ocasiones sea difícil determinar hasta qué punto los votantes son conscientes de la influencia de los políticos en la situación económica.

Una nueva pregunta surge de aquí: ¿pueden los votantes ser capaces de elegir gobiernos económicamente responsables? Los autores se inclinan por considerar que gran parte de la ciudadanía no tiene una verdadera destreza para seleccionar buenos gobiernos en materia económica, dada la visión cortoplacista y poco fundamentada de estos electores. En consecuencia, muchos ciudadanos deciden su voto por la coyuntura económica en el proceso electoral; ejemplifican el caso con un estudio longitudinal para Estados Unidos durante gran parte del siglo pasado que evidencia miopía y visión cortoplacista en el sufragio.

De igual modo, se agradece la referencia continuada de ejemplos históricos, abundando incluso desde el siglo xix, aunque podría criticarse la amplia transformación de la arena política desde entonces, así como cierta tendencia a seleccionar estudios de casos convenientes para sus conclusiones, lo que resulta en un posible cherry picking. En esta misma línea, los riesgos apuntados con respecto a lo que pueden producir el desinterés y descuido ciudadanos de cara a la política son ciertos, como demuestran las regresiones a la democracia en Europa y América Latina en el pasado, o incluso en el presente de Estados Unidos. Ciertamente, una sociedad informada, crítica y culta siempre será conveniente, especialmente para reforzar la fiscalización y rendición de cuentas sobre el poder político.

Para finalizar, la principal conclusión del estudio, y por la que se recomienda la lectura de éste, es la sugerencia de que la democracia liberal tiene más riesgos asociados al comportamiento de los votantes que por su diseño institucional, y que por ello hemos de prestar más atención, y de manera más crítica, a los votantes; es decir, hay abundantes ejemplos en el pasado de las actuales democracias liberales con respecto a la apatía de la sociedad y sus peligros, o su radicalización fundamentada en parte por la ignorancia o la perspectiva apasionada de ciertos temas políticos. Por tanto, hemos de enfocarnos más en los protagonistas de la democracia que en las reglas de juego.

Referencias bibliográficas

Barreda, Mikel (2011) “La calidad de la democracia: Un análisis comparado de América Latina”. Política y gobierno, 18 (2). [ Links ]

Christopher H. Achen y Larry M. Bartels (2017) Democracy for realists. Why Elections Do Not Produce Responsive Government. Princeton: Princeton University Press. [ Links ]

Lijphart, Arendt (2003) Modelos de democracia. Barcelona: Editorial Ariel. [ Links ]

Sartori, Giovanni (2012) ¿Qué es la democracia? Barcelona: Taurus. [ Links ]

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