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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.64 n.236 Ciudad de México May./Aug. 2019

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.236.60778 

Artículos

La cuestión de Europa y el (re)surgimiento del antisemitismo o nuevo antisemitismo. Antecedentes y situación actual

The Question of Europe and the (Re)surgence of Antisemitism or New Antisemitism. Background and Current Situation

Tania María García Arévalo 
http://orcid.org/0000-0002-4100-445X

* Departamento de Estudios Semióticos, Área de Estudios Hebreos y Arameos, Universidad de Granada, España. Correo electrónico: taniagarcia@urg.es.


Resumen

Las nuevas realidades europeas son un factor clave para entender el antisemitismo, un concepto que ha adoptado nuevas formas en los siglos xx y xxi y que ha sido favorecido por la llegada de inmigrantes a Europa, la emergencia de los partidos de derecha y el antisionismo. El objetivo de este artículo es ofrecer un recorrido histórico mediante el que puedan observarse su naturaleza y transformaciones hasta llegar al nuevo antisemitismo que es al que asistimos hoy día. Partimos de la premisa de la existencia de este fenómeno actualmente, con la hipótesis de trabajo de que en los últimos años efectivamente ha habido un resurgimiento e incremento de éste, como lo revelan las cifras presentadas en distintos informes y en nuevos contextos, como las redes sociales. El principal hallazgo es que nos encontramos con un nuevo antisemitismo que deja a un lado la confrontación personal, sin eliminarla, para moverse en la esfera tecnológica amparada por el anonimato.

Palabras clave: neoantisemitismo; judeofobia; antisionismo; Europa; modernidad; medios

Abstract

The new European realities are a key factor in the understanding of anti-Semitism, a concept that has adopted new forms in the 20th and 21st centuries and which has been favoured by the arrival of immigrants to Europe, the emergence of right-wing parties and the anti-Zionism. The objective of this article is to offer a historical journey through in which can be observed its nature and transformations until it reaches the new anti-Semitism that we are attending today. We start from the premise of the existence of this phenomenon at present, being the working hypothesis that in recent years there has indeed been a resurgence and increase of this one through the figures presented of different reports and in new contexts, namely the social networks. The main finding is that there is a new anti-Semitism that leaves aside the personal confrontation, without eliminating it, to move in the technological sphere covered by anonymity.

Keywords: neo-antisemitism; Judeophobia; anti-Zionism; Europe; modern times; media

Introducción

Conocemos como lenguas y pueblos semitas a aquellos a los que se refiriera August Ludwig von Schlözer a finales del siglo xviii, en 1781, para hacer alusión a los descendientes de Sem, hijo de Noé, que se citaban en el texto bíblico, en Génesis 10. Tal y como él afirmaba, la semejanza de los pueblos semitas, árabes y hebreos se debe a su origen lingüístico y cultural, ya que no constituyen una sola raza (Schlözer, 1781: 113; Hertzon, 2013; Weninger, 2011; Goldenberg 2012). Con todo, el término semita dio lugar a otro, antisemita, y por ende, a la doctrina o tendencia ideológica del antisemitismo que, de manera generalizada se usa en referencia a aquellos que son enemigos de los judíos, de su cultura o influencia, definición que encontramos en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española cuyo término opuesto es el de “filosemitismo” (Karp y Sutcliffe 2011), con lo que se deja a un lado a otros pueblos, como los árabes, centrándose exclusivamente en el grupo judío.

No obstante, en la actualidad se ha acuñado el concepto neo-antisemitismo o nuevo antisemitismo, también llamado “antisemitismo ideológico” debido a su relación con el anti-sionismo, como veremos más delante. La utilización de este término resulta compleja porque depende de conceptos como los antes comentados, que se han formado y transformado a través de los siglos a partir de los matices que han adquirido en épocas y contextos diferentes y cuya fenomenología sólo puede entenderse si se consideran variables tales como la recurrencia, la permanencia y la antigüedad. Es muy importante hacer hincapié en las dimensiones políticas e ideológicas que acompañan a este concepto en su etapa más reciente y de las que hablaremos más adelante, en las que la creación del Estado de Israel, en 1948, el surgimiento del conflicto asociado con la Guerra de los Seis Días, de 1967 y, sobre todo, la resolución del 10 de noviembre de 1975 de Naciones Unidas bajo el epígrafe 3379-Eliminación de todas las formas de discriminación racial, juegan un papel fundamental en la consideración del sionismo al que se declara “como una amenaza a la paz y la seguridad mundiales y se exhortó a todos los países a que se opusieran a esa ideología racista e imperialista”. Esta afirmación, por tanto, argumenta la no justificación de la existencia del Estado de Israel al tiempo que lo caracteriza como un enemigo contra el que luchar.

Pese a que en la última década hemos asistido a diferentes muestras, exhibiciones o ataques de corte neo-antisemita a nivel mundial, en estas páginas fijaremos nuestra atención en aquellos producidos en algunos países europeos, como Francia, Alemania, Inglaterra y España. Es muy interesante observar la concepción de esta problemática en los informes elaborados por distintos organismos de gobierno, pero también la repercusión que estos incidentes han tenido en su prensa, esto es, si realmente han sido noticia o percibidos por ella como un problema o si, por el contrario, ésta no se ha hecho eco de ello. Junto con esto, con respecto al papel que juegan en la actualidad las redes sociales cuyos usuarios están amparados en su mayoría por el anonimato y el alcance a nivel global de estas nuevas formas de comunicación, es crucial ver si el nuevo antisemitismo ha experimentado un auge en los últimos tiempos. Sin embargo y en primer lugar, es necesaria una revisión de la evolución histórica de las ideas arriba comentadas con el objetivo de puntualizar los conceptos y las muestras de este neo-antisemitismo que acotaremos desde el año 2012 hasta la actualidad.

Anti-judaísmo y antisemitismo: ¿conceptos intercambiables?

A lo largo de los siglos y desde la Antigüedad, la hostilidad hacia los miembros de la comunidad judía ha adoptado diversas formas por su naturaleza, ya fuera ésta étnica, religiosa o racial, y ha sido estudiada desde múltiples perspectivas. Jerome A. Chanes ya apuntó al antisemitismo, conformándolo como un todo, aunque distinguiendo en su historia seis fases fundamentales: anti-judaísmo pre-cristiano en Grecia y Roma, con una clara tendencia basada en la religión; antisemitismo religioso, también llamado anti-judaísmo, proveniente del cristianismo desde la Antigüedad hasta la Edad Media cuyo componente principal es también la religión; antisemitismo tradicional musulmán; el antisemitismo surgido en el periodo de la Ilustración y tras ella, que sentará las bases del antisemitismo racial de los siglos xix y xx con el nazismo. Por último, el antisemitismo contemporáneo o neo-antisemitismo que es al que asistimos en la actualidad (Chanes, 2004: 5-6).

Cada uno de estos periodos ha guardado características particulares que han dado lugar y afectado a las otras etapas, y en los que los cambios históricos producidos, sobre todo en Europa, son fundamentales para entender el proceso del odio al judío, en general, y sus causas y consecuencias en toda su dimensión. La singularidad del antisemitismo, por tanto, está asociada, en primer lugar, a su recurrencia y permanencia histórica, de modo tal que ha precedido y rebasa históricamente al racismo; en segundo lugar, al hecho de que a la fundamentación racial de la discriminación le precedió la cultural y la religiosa y, en tercer lugar, a que éstas han interactuado con otras fuentes y móviles de índole social, económica y política (Bokser, 2001: 104, en relación con Ettinger, 1974, y Baron, 1976-1977). tanto, su continuidad, así como sus modelos cambiantes refuerzan tal singularidad (Laqueur, 2006; Jaspal, 2016; Bravo, 2012). Estos términos son de vital importancia, ya que no estamos ocupándonos de un fenómeno asociado a una franja temporal concreta, sino que se ha mantenido en el tiempo, con diversas fundamentaciones y, como resultado, con múltiples manifestaciones.

Uno de los acontecimientos más relevantes y que supuso un giro fundamental en la historia del anti-judaísmo/antisemitismo fue la proclamación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano por parte del emperador Constantino i en el siglo iv. Gracias a la firma del llamado Edicto de Milán (313), entre Constantino y Licinio, que se hizo posible una alianza mediante el matrimonio de Constantina, hermana de Constantino, y Licinio, se acordó llevar a cabo una política común respecto de la agitación religiosa que había padecido el imperio en la última década, lo que implicó legalizar el cristianismo y restaurar las propiedades tomadas durante la primera persecución de Diocleciano, unos años antes (Drake, 2006: 121; Betten, 1922; Anastos, 1967; Herrmann-Otto, 2013; Neusner, 2007; Jones, 1978). Hemos de tener en cuenta, además, que dos años antes de ese acuerdo se había promulgado el Edicto de Tolerancia de Nicomedia, también llamado Edicto de Galerio (Knipfing, 1992; Fernández y Marcos, 2007), que cesaba la penalización del cristianismo por parte del Imperio Romano por Diocleciano, de mano del emperador Galerio. Todas estas circunstancias y simpatías, unidas a la celebración del Concilio de Nicea en 325, donde se trataba de legitimar el cristianismo y su unidad, hicieron posible que, a partir de este periodo, el Estado aplicara la política eclesiástica y, durante los siguientes doce siglos, la Iglesia católica prescribiera las medidas que se habrían de tomar con respecto a los judíos. Al contrario que los romanos pre-cristianos, que afirmaban no tener monopolio sobre la fe y la religión, la Iglesia cristiana sí insistía en la aceptación de la doctrina cristiana (Hilberg, 2005: 23; Marcos, 2004).

La legitimación del cristianismo supuso que, desde el Concilio de Nicea hasta la Primera Cruzada (1096-1099), con una diferencia de siete siglos entre ambos acontecimientos y los cambios y argumentos para justificar esta última -como la usura, por ejemplo-, aplicada a los judíos, parecen ambos momentos responder a una caracterización del antijudaísmo y no del antisemitismo (Langmuir, 1990: 8, 63), lo cual es muy interesante para la conceptualización, como se apunta en las siguientes palabras:

La neología anti-judía radical que se propagó entre las bandas populares de las cruzadas exigía la completa aniquilación de los judíos lo que suponía, no ya su incorporación bajo la nueva fe, sino su eliminación física. Esto suponía dos verdades alternativas: conversión o muerte […] el número de conversos fue mayor que el número de mártires (Suárez, 2014: 191).

Sin embargo, no siendo la conversión o la muerte suficiente, se dieron a partir del siglo xii, con las Cruzadas, acusaciones antijudías de crimen ritual en diferentes lugares de la Europa medieval, que no hacían sino alentar a este sentimiento entre las masas, popularizándolo (González, 2013). La aceptación del bautismo o la expulsión de los judíos allí donde éstos se encontraban fue otra opción que se fraguó con el tiempo. De esa manera, se dieron expulsiones escalonadas en Inglaterra, Francia, los Principados Alemanes y la Península Ibérica entre 1290 y 1492 (Blasco, 2005: 10 y ss.), alentadas por la imagen del judío con estereotipos exagerados que se plasma en cuatro argumentos para justificar el odio: el religioso -carácter de deicidio-; psicológico -carácter traicionero y cobarde-; económico -préstamos y usura- y físico -características propias- (Caro Baroja, 1975: vol. 1, 104; Cantera, 2000: 204 y ss.; Poliakov, 1968: 121-160).

Esto es a lo que se refiere Hanna Arendt (1951) cuando advierte que no hay que confundir antisemitismo -ideología racista que se desarrolla a finales del siglo xix- con antijudaísmo, que se gestó en el Occidente cristiano después de que el cristianismo pasó a ser la religión estatal, a finales del siglo iv. De hecho, esta concepción fue seguida hasta la época de la Ilustración en toda Europa, como ya apunté antes (Roudinesco, 2011; Bauer, 1992; Laham, 2016).

Pese a que son muchas las situaciones de tensión que han vivido las comunidades judías a lo largo del tiempo, siendo minorías integradas dentro de una mayoría de distinta confesión religiosa, hemos de puntualizar la existencia de periodos de coexistencia pacífica. A modo de ejemplo, podemos pensar que en Al-Ándalus (711-1492) las diferentes restricciones y disposiciones de la dimma podían dificultar sobremanera la vida de judíos y cristianos bajo el poder musulmán. De acuerdo con el concepto que tenían los musulmanes de judíos y cristianos como “gentes del Libro”, estos gozaron bajo su autoridad del estatus de dimmíes o “protegidos”, lo que les otorgaba ciertos beneficios, como la facultad de residir en territorio musulmán, la salvaguarda de su vida y sus bienes, la libertad de practicar su religión y la defensa contra el enemigo externo. Por su parte, el dimmí -varón, libre, púber y en su sano juicio- estaba obligado a pagar un impuesto por las tierras y una tasa fija de captación (Maíllo, 2005: 24). Ahora bien, aunque existía una clara diferencia entre el poder ostentado por los musulmanes, por un lado, y los grupos de judíos y cristianos que eran sus protegidos, por el otro, lo cierto es que realmente había una gran asimilación lingüística y social que facilitaba la convivencia entre unos y otros. Así, los judíos solían vivir en barrios separados dentro de las ciudades, las juderías, y poseían autonomía jurídica y fiscal, a excepción del impuesto que debían pagar a las autoridades. En otros casos, observamos a judíos en puestos de notable prestigio, como Ibn Shaprut (siglo X) quien fue el médico personal de Abderrahman III, califa de Córdoba, y al-Hakam II o Shamuel ibn Nagrella, secretario y jefe de los ejércitos de los gobernantes ziríes de Granada en el siglo xi. Otros muchos alcanzaron una gran relevancia social y política entre los musulmanes; de ahí que no podamos pensar el término dimmí como un concepto cerrado en el que no había permeabilidad en lo que, en concreto, a los judíos andalusíes se refiere (García y Cano, 2016: 345).

Asimismo, podemos hallar ecos de esta coexistencia pacífica en el siglo xv en los relatos de viajeros judíos. Uno de ellos, Rabí Obadiá de Bertinoro, procedente de Italia, emprende en 1488 una travesía desde Occidente a Oriente para visitar Tierra Santa y a su llegada a ésta describe la convivencia de los judíos con los musulmanes de la siguiente manera: “no hay ningún destierro para los judíos en este lugar, entre los ismaelitas. He ido por todo el país, a lo largo y a lo ancho, sin que nadie dijese esta boca es mía, y se compadecen mucho del hombre forastero y mucho más de quien no conoce la lengua, y aunque vean a muchos judíos juntos, no les acosan en absoluto” (Cano y García, 2015: 314; David y Magdalena, 2013: 99). Benjamín de Tudela, viajero del siglo xii, a su paso por Bagdad, expone un panorama muy similar al anterior: “Hay allí en Bagdad como unos cuarenta mil judíos israelitas y permanecen en calma, tranquilidad y honor bajo el poder del gran rey”, pero también en Adén:

[…] allí hay israelitas sobre quienes no pesa yugo de gentiles. Poseen ciudades y torres en las cumbres de las montañas, bajan a la tierra de la llanura que llaman Nubia, dominio de cristianos […] los judíos hacen guerras contra ellos y toman presa y botín […] nadie puede guerrear con ellos (Cano y García, 2015: 314-315; Magdalena, 1982: 194).

De estas notas puede desprenderse que, aunque estemos señalando aquellas circunstancias históricas que favorecen el surgimiento del antijudaísmo y antisemitismo, no hemos de olvidar aquellas otras en las que existió una coexistencia pacífica que igualmente debe ser reseñada.

Antisemitismo político y antisemitismo racial

La Ilustración europea cuya franja temporal se remite al siglo xviii, jugó un papel fundamental en la historia de lo que se ha denominado antisemitismo político, debido, entre otros, al proceso de integración de los judíos en la sociedad. Aquélla cuyos ideales propugnaban la racionalidad, la tolerancia y el Estado secular, poseía dos centros claramente identificados, Berlín y París, siendo el primero de ellos también el núcleo de lo que se llamó la Ilustración judía o Haskalah. Ésta, con su máximo exponente en la persona de Moisés Mendelssohn, fue el motor principal de la salida de los judíos de los guetos y de lo que se ha denominado el judío moderno, esto es, la figura del judío cuya religiosidad se adscribe al terreno puramente personal y que se inserta en su sociedad europea; ello posibilitó la apertura de estas comunidades y su eclosión en los círculos intelectuales europeos, literarios y educativos. Como consecuencia, la visibilización de estas comunidades fue un elemento clave para los cambios políticos y sociales que devendrían más tarde.

El proceso de integración de los judíos en la sociedad europea poseía, por tanto, un componente social, con la asimilación de nuevas formas de vida, pero también político, esto es, necesitaba afirmarse a través del reconocimiento de los derechos legales y civiles de todos los ciudadanos y que debía hacerse extensible también a aquellos de las comunidades judías, situándolos al mismo nivel al que estaban otros. En Francia y Alemania se da la lucha por la emancipación entre 1789-1846 y 1797-1815, respectivamente. En el caso francés, en contra de autores como Uri R. Kaufmann, que limitan el proceso hasta 1791 (2003: 81), nosotros lo ampliamos hasta 1846 por ser el año en el que se produjo la abolición del juramento more judaico por Adolphe Crémieux y, por tanto, quedaron anuladas las particularidades legales que diferenciaban al conjunto de la judería francesa. Adolphe Crémieux no solamente se ocupó de los judíos en Francia, sino también de aquellos que habitaban en las colonias galas, como Argelia, a los que nacionalizó en 1870 mediante un decreto que llevaría su nombre.

El itinerario hasta la emancipación completa no fue fácil dados los diferentes cambios políticos que acaecían en los gobiernos, así como por las demandas de la sociedad y aquellos grupos nacionalistas o conservadores que se oponían a ella y que fueron determinantes en sus reclamaciones. Tras conseguirla, la percepción que se tuvo entonces fue que los judíos obtenían mejor educación y mejor atención sanitaria y que su ascenso haría que conquistaran el mundo (Lindemann, 1991: 11 y ss. ; Nirenberg, 2013: cap. 10). Pese a toda esa lucha, en 1815, con el Congreso de Viena volvieron al gobierno de los estados europeos las fuerzas conservadoras, aquellas que habían mantenido una actitud negativa y contraria a este proceso de emancipación, limitando los derechos otorgados a los judíos por Napoléon y la Revolución francesa (Krell, 2014: 80), que fue el caldo de cultivo para que la cuestión judía se transformara en una cuestión de Estado y en una plataforma política, por ejemplo, en el movimiento boulangista y, más tarde, del Partido Nacional, que se oponía al parlamentarismo, que hizo del antisemitismo un elemento de unión nacional y una posibilidad de hacer un llamamiento electoral a las capas marginales de la población e inauguró un discurso en el que los judíos eran definidos no como miembros de una religión o de una cultura sino como un problema nacional (Jerade, 2015: 346).

Debemos considerar, por otra parte, que a mediados del siglo xix se produjo una situación preocupante en los mercados, casi todos los escándalos económicos y el mercado libre estaban unidos a nombres judíos cuyo número se incrementaba cada vez más, factores suficientes para aquellos que deseaban culpabilizarlos (Lindemann, 2000: 52 y ss. ; 1991: 26-29).

En estas circunstancias tienen un peso notable las teorías proclamadas en tiempos anteriores y que sientan la base de formulaciones posteriores. Joseph Arthur de Gobineau, considerado el padre teórico del racismo, publicó entre 1853 y 1855 una historia de las civilizaciones desde una perspectiva étnica, llamada Ensayo sobre la desigualdad de las razas humana (Gobineau, 1937). En éste concluye que hay una jerarquía de razas -la blanca, la amarilla y la negra, estas dos últimas como variedades inferiores- y sitúa a los arios en la cima de la raza blanca -en la que no se encuentran los judíos, a quienes consideraba inferiores (Cavero, 2011: 161). No obstante, Leon Pinsker, en 1882, en su obra Autoemancipation! se refirió al odio al judío de manera general a través de los tiempos como “judeofobia”, considerándola una aberración psíquica hereditaria y una enfermedad transmitida durante dos mil años, que es incurable y que califica también como una variedad de demonopatía, la cual no es propia de una raza particular sino común a toda la humanidad. Esto es, Pinsker sustenta el concepto de judeofobia en el principio de la universalidad, en que no se puede adscribir a un grupo concreto, sino a la población global y, más aún, apunta a su recurrencia histórica que es una caracterización a la que, sistemáticamente, estamos aludiendo en estas páginas.

Tres años después del escrito de Pinsker y siguiendo la estela de la influencia que Gobineau había ejercido en el pensamiento europeo central y occidental, surge la figura de Wilhelm Marr, quien en 1879 acuñó por primera vez el término antisemitismo. Éste rápidamente se popularizó y Marr fundó la Liga Antisemita, primera organización germana dedicada a luchar contra la amenaza que, según sus miembros, los judíos representaban para Alemania, razón por la cual promovía la expulsión de los judíos del país (Cavero, 2011: 162-163). Pese a todo ello y a la influencia que Marr ejerció, Moshe Zimmermann (1986: 8) arguye que éste no ocupó un lugar central en la historia del antisemitismo, como sí lo hicieron, por ser más conocidos, Adolf Stoecker, Heinrick von Treitschke o Houston Stewart Chamberlain, considerados los pivotes de la primera ola del antisemitismo moderno (Green, 2003; Telman, 1995; Kohber, 2010; Field, 1981; Williamson, 1973).

Con toda esta tensión y alentados por el uso de los medios de comunicación que jugaron un papel fundamental, saltaron a la luz tres casos judiciales cuyos protagonistas fueron acusados de cometer crímenes rituales o traición. Hablamos de los casos de Mendel Beilis (Leikin, 1993; Rogger, 1996; Lindemann, 2005: 63-64), Leo Frank (Johnston, 2005; Dinnerstein, 1968; MacLean, 1991) y Alfred Dreyfus (Byrnes, 1949; Venitta, 1995; Derfler, 2002), que tuvieron lugar entre 1898 y 1915. No obstante, antes que ellos ya encontramos antecedentes en los procesos de Damasco (1840) y de Tiszaeszlar (1882-1883), ambos basados en acusaciones de crímenes rituales contra una monja y una niña cristiana húngara, respectivamente, lo que nos proporciona la idea fundamental del ambiente vivido en el siglo xix con respecto a la comunidad judía (Lindemann, 1991: 34-35; Cohen, 2001; Véri, 2016; Vyleta, 2012: 178-179). Como consecuencia de toda esta situación, se produjeron numerosas emigraciones de judíos de Europa a Estados Unidos y América Latina (Avni, 1992; Navarro, 2007; Amaya, 2000; Grillo, 2013; Kranse, 1987, esp. caps. v y vii; Facal, 2006; Bokser, 2001: 112-123; Marrus, 1985), entre finales del xix y comienzos del xx, asistiendo a otro choque cultural, no únicamente por su traslado, sino por su intento de amoldarse a un contexto muy diferente del que, hasta el momento, habían vivido.

Un aspecto fundamental de este antisemitismo racial es la aparición del concepto de raza como una forma de política pública que aumentó en las últimas décadas del siglo xix, debido a la ansiedad generalizada sobre lo que la industrialización y la urbanización estaban causando a las poblaciones europeas. Una palabra de moda de la época era “degeneración” y los síntomas de ello eran, supuestamente, el crecimiento de la tuberculosis, del alcoholismo y de las enfermedades venéreas que se daban junto con las condiciones pobres en núcleos urbanos atestados, que se suponía eran brutos e ineducados, junto con la rápida proliferación de las clases trabajadoras. En este clima, el apoyo a las ideas para incrementar el stock humano de mejora selectiva aumentó rápidamente (Hayes, 2017: cap. 1).

Junto con todo ello, hemos de hablar del ascenso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler, que gobernó Alemania de 1930 a 1945. De acuerdo con Pier Paolo Poggio (2006), aunque histórica y conceptualmente racismo y antisemitismo no son equivalentes, una distinción tal no tiene sentido para Hitler, para quien el antisemitismo es la cima del racismo y la construcción de la raza judía debe coincidir con su destrucción. Desde el principio hasta el final, Hitler se propone el mismo objetivo: eliminar a los judíos de la faz de la tierra, empezando por Alemania. Para él toda raza debe poder expresarse de acuerdo con su naturaleza y, en particular, los alemanes, el pueblo en el que se manifiesta la raza superior, tienen derecho a un “espacio vital” que deben conquistar a expensas de los esclavos. Los judíos, por el contrario, deben ser eliminados, porque, más que una raza inferior, constituyen una anti-raza (Gegenrasse) cuya finalidad es destruir el orden natural de las razas para llegar a una mezcla general, a una unificación imposible y catastrófica del género humano (Poggio, 2006: 54-55). El nazismo proclamó que atacar a los judíos era una forma necesaria de autodefensa preventiva, porque se decía que cada uno de ellos era un enemigo declarado de los alemanes y, por tanto, merecía ser tratado así; pero, además, estas ideas no nacían de una sociedad atrasada, sino una que estaba relativamente bien educada y organizada; intelectual, cultural y técnicamente avanzada, dotada de instituciones civiles de vanguardia (Hayes, 2016: 174, 179).

Una vez llegado al poder, Hitler dio el impulso más fuerte a la “racialización” de los judíos; hizo de todo por “construir” la raza judía, por encerrar a los judíos dentro de una dimensión étnica a fin de eliminarles más fácilmente. Uno de sus resultados fue el afianzamiento del vínculo de pertenencia, de la ideología nacional o comunitaria, también entre quienes eran ajenos al judaísmo u hostiles al sionismo. En suma, hubo en efecto una racialización de los judíos, aunque la construcción de una “raza” tal, pese al realzado propagandístico de sus características físicas y de sus taras genético-biológicas, se produjo únicamente en función de la pertenencia familiar a la religión judía (Poggio, 2006: 55-56).

De esta manera, el Holocausto confrontó a la conciencia occidental con las paradojas de su modernidad: razón y ciencia no constituían, necesariamente, las vías de liberación que la Ilustración había soñado ni podían evitar las vertientes más sombrías de la barbarie; la idea y el mito de la historia como progreso convivieron con la más perfecta planificación científica del asesinato masivo, de modo tal que las esperanzas más promisorias de la humanidad llegaron a límites de inhumanidad jamás contemplados hasta entonces (Bokser, 2001: 110).

Antisemitismo ideológico, neo-antisemitismo o nuevo antisemitismo: las formas contemporáneas del odio al judío

Las nuevas formas del odio al judío tampoco han sucumbido en la época contemporánea y responden, sobre todo, a las nuevas realidades europeas. La llegada de refugiados, la creación del Estado de Israel, la radicalización de la izquierda en relación con su discurso frente al conflicto palestino-israelí, la reconfiguración política de las derechas europeas y la emergencia del Islam radical son factores clave que hemos de tener en cuenta a la hora de reformular su existencia desde mediados del siglo xx hasta el siglo xxi y que marcan, al día de hoy, su continuidad, jugando un papel fundamental en lo que se ha denominado antisemitismo ideológico, nuevo antisemitismo o neo-antisemitismo.

La llegada de refugiados procedentes del Magreb, sobre todo marroquíes, tunecinos y argelinos, con anterioridad y posterioridad a las descolonizaciones del siglo xx, a diferentes países europeos, como Francia y Gran Bretaña, es un punto que se ha de tener en cuenta para comprender este neo-antisemitismo. Tras ellos, un conjunto de cerca de 250 mil judíos llegó a Francia, siendo el destino al que emigró el número mayor de ellos. Desde 1960, el tamaño de la judería francesa al parecer no mostró cambios significativos (Della Pergola, 1993: 36), hasta hace relativamente pocos años, cuando la emigración a Israel supuso una variable en ella. Otros enclaves importantes dentro de la emigración de estos judíos del norte de África y su inserción en Europa fue Alemania, y su barrio Scheunenviertel en Berlin -cuyos judíos habían sido expulsados y en 1941 llevados a campos de concentración en el Este (Sass, 2017: 205) e Inglaterra y, en concreto, Londres, con los barrios de Stamford Hill y Golders Green, cuyos habitantes procedían de otro, Whitechapel, que los nazis anteriormente ya habían bombardeado (Laguerre, 2008: 3). En Manchester, donde había una población judía considerable, ésta desaparece en 1950 y, a comienzos del siglo xxi, un tercio de aquélla ya vivía en los distritos norte de Whitefield y Prestwich (Endelman, 2002: 230). No obstante, el gran cambio se produjo desde 1948 hasta finales del siglo xx cuando, entre 40 mil y 50 mil judíos emigraron a Israel (Endelman, 2002: 235).

Como referimos en párrafos anteriores, la creación del Estado de Israel es otro de los factores que ha contribuido a este neo-antisemitismo y posee, además, un componente eminentemente ideológico. Pierre A. Taguieff prefiere referirse a él con el nombre de nueva judeofobia (2002a; 2002b; 2015). Este autor quiso establecer una clara distinción, teórica y conceptual, entre lo que se llamó antisemitismo en el siglo xix y la nueva variante de hostilidad a los judíos, desarrollada con posterioridad a la creación del Estado de Israel. Pero, además, ha querido protegerse de dos de las objeciones que suelen hacerse al uso del término antisemitismo para referirse a lo que estaría ocurriendo en el presente: la de que también los árabes son semitas -lo que supuestamente impediría hablar de un antisemitismo árabe- y la de que este término nació estrechamente ligado a la cuestión de la diferencia entre las “razas” semita y aria, en tanto que ahora, en contraste con lo que ocurrió en la Europa del siglo xix, no se trataría de una cuestión racial, sino política e ideológica, es decir, antisionista (Wahnón, 2005: 79; Wistrich, 1990; Herf, 2007; Torrens i Llambrich, 2016; Berenbaum, 2008).

Este componente político e ideológico antisionista está estrechamente relacionado con las políticas israelíes y a la consideración de éstas en torno al conflicto palestino-israelí sobre las que cae el peso de la deslegitimación y su caracterizador como amenaza de la paz mundial. Judit Bokser, a este respecto, arguye que:

[…] en las últimas décadas, sin embargo, se ha desarrollado un nuevo modelo y nuevas dinámicas de las manifestaciones antisemitas, cuyos referentes están asociados a la existencia del Estado de Israel así como al difícil conflicto en el Medio Oriente. Sus orígenes pueden ser rastreados al periodo posterior a la Guerra de los Seis Días, se intensifican en el marco de la bipolaridad y su expresión en la región y encuentran su cabal manifestación en la ecuación sionismo-racismo en el seno de las Naciones Unidas, en noviembre de 1975. Esta resolución tuvo un impacto severo sobre la deslegitimación de la existencia judía contemporánea. Hablar de deslegitimación del sionismo significa aludir a dimensiones y mecanismos ideológicos y simbólicos que condujeron a que los fundamentos y fines del sionismo fuesen vistos como incompatibles con el sistema de creencias y valores de la comunidad internacional y, simultáneamente, el Estado de Israel fuese cuestionado como entidad política con derecho a la existencia. Este proceso, a su vez, rebasó ambas dimensiones y se proyectó de un modo difícil y complejo sobre la vida de las comunidades judías de la diáspora. En su radicalización, el anti-sionismo, a la vez que generó nuevos enunciados, estableció una compleja dialéctica de recuperación de viejos referentes antisemitas, ya que proveyó un sustrato profundo en cuyo seno se conjuntaron núcleos duros de prejuicio y motivaciones y funciones variantes. Ciertamente, las relaciones entre anti-sionismo y antisemitismo son multifacéticas y refuerzan la tesis de los modelos cambiantes de este último. El nuevo modo como se construye la violencia simbólica, ámbito destacado de discriminación e incitación al odio se entreteje con las difíciles coordenadas de lo nacional y lo extranjero, el Otro y sus diferencias (Bokser, 2001: 126; sobre los cambios y recurrencias en México y Latinoamérica, Bokser y Siman, 2016).

Así, este neo-antisemitismo o neo-judeofobia se encuentran ligados a la acusación de colonialismo sionista, junto con la denuncia de las supuestas tendencias genocidas de Israel con respecto a la población árabe de los territorios ocupados. Tales consignas pronto se convirtieron en ingredientes clave de la propaganda del antisemitismo mundial. No sólo fueron adoptados por otros países de la cortina de hierro y por voceros de los distintos países árabes y pro-árabes, sino también por una variedad de grupos izquierdistas en los países occidentales, incluyendo a miembros judíos de la intelectualidad radical (Baron, 1976-1977; Balboa y Herzog, 2016). Taguieff considera que el despertar de las convicciones antijudías en la izquierda no es un fenómeno nuevo, sino que tiene un carácter periódico desde el último tercio del siglo xix que puede ser interpretado como un perpetuo retorno a los orígenes (Taguieff, 2002a: 72; Wahnón, 2005: 85) y a éste hemos de unir la oposición de los grupos de derecha europeos. A este respecto, en los últimos años estamos viendo cómo ganan terreno en las elecciones celebradas en países como Holanda, Francia, Grecia, Croacia, Austria, Hungría, Suecia, Italia, Alemania, Finlandia o Dinamarca; la mayoría de ellos posee una ideología que se apoya en su rechazo a los inmigrantes, la xenofobia, sobre todo a raíz de las políticas de acogimiento de refugiados procedentes de Oriente producto de los diferentes conflictos, pero también en el antisemitismo. Teniendo en cuenta que, cada vez más, sus simpatizantes crecen y que los partidos que los representan ganan votantes, esto rebelaría que gran parte de la población de estos países se mueve en esta línea de pensamiento.

Si hablamos de la emergencia del islam radical, Sultana Wahnón afirma que para ellos:

[…] con sus hábitos y formas de vida plenamente occidentales, tanto los israelíes en Palestina como los judíos en el mundo serían culpables, al igual que Occidente en su conjunto, de contaminar la pureza del mundo islámico, haciendo imposible la empresa de restaurar la unidad de los creyentes y de extender la verdad islámica por todo el orbe (Wahnón, 2005: 82).

Por tanto, no exculparía a los palestinos del conflicto palestino-israelí, sino que, para ellos, la amenaza es global porque todos son enemigos del islam si no acompañan a su doctrina.

Como puede verse, este neo-antisemitismo ideológico está asociado a las nuevas realidades que experimentan los diferentes países, sus posiciones con respecto a las políticas de Israel, pero también como respuesta a las nuevas situaciones variantes.

La situación actual: el neo-antisemitismo en distintos medios

En los últimos años y, más aun, en la era tecnológica en la que nos encontramos, no es infrecuente que los medios de diversa índole se hagan eco de las noticias relacionadas con actos antisemitas. De ahí que la tarea de buscar referencias e informes concernientes a ellos no sea difícil y en un sondeo rápido podamos acceder a un catálogo de múltiples acontecimientos. Para facilitar la lectura y el modo en que los datos son expuestos, en estas páginas haremos una distinción fundamental entre todos ellos. Por un lado, informes globales por diferentes organizaciones y entidades que ofrecen datos duros sobre estos actos. Por otro, repercusión en redes sociales. Acompañaré ambos con noticias en prensa nacional e internacional, pues creo que es fundamental plasmar su aparición en éstas. Esta distinción responde puramente a criterios en la naturaleza de los actos antisemitas. Los primeros están basados, en su mayor parte, en ataques físicos contra judíos o sus instituciones, en tanto que los segundos se encuentran en un contexto tecnológico en el que el anonimato favorece las distintas expresiones y, por ende, las manifestaciones de éste y otros tipos.

Si nos atenemos a las cifras en relación con el punto anterior, es necesario comprobar las que lanza uno de los organismos que, anualmente, se esfuerza por recoger las dinámicas del antisemitismo a través de un informe global: el Kantor Center for the Study of Contemporary Jewry de la Universidad de Tel-Aviv. Haciendo un barrido sistemático entre los informes que recoge, desde el año 2009 hasta la actualidad, encontramos los siguientes datos generales: en 2012 sube el nivel en la escalada de actos violentos y vandalismo contra judíos, sus lugares y su propiedad privada, aumentando 30% con respecto al año 2011 (686 frente a 523). Es importante destacar que, en este año, ya se incluyen referencias a Internet en su página 4, lo que añade otro foco de estudio del que nos ocuparemos más adelante. Este incremento entre 2011 y 2012 se explica mediante el alarmante incremento de estos actos en Francia (177 casos en 2011, contra 315 en 2012), sobre todo, tras el ataque a la escuela judía Otsar ha-Torah, en Toulousse. Además, el impacto de la creciente actividad y fuerza política en muchos países europeos derivados de la crisis económica, la preocupación por el desempleo, la desconfianza en la clase política, que dieron lugar a una creciente propaganda anti-sionista y anti-israelí. Éstas últimas, por otra parte, están estrechamente relacionadas con la Operación Pilar Defensivo, en el que Fuerzas de Defensa Israelíes en la Franja de Gaza acabaron con un dirigente de Hamás, en noviembre de 2012. Como apunta el informe, pese a que ésta no se mantuvo mucho tiempo, pues apenas duró una semana -del 14 al 21 de noviembre-, sí tuvo cierta repercusión en relación con el antisemitismo, por las respuestas a este conflicto palestino-israelí.

Ya en 2013 el panorama cambia porque las manifestaciones antisemitas no son esporádicas, sino diarias, en una atmósfera antijudía en la que el antisemitismo se mueve en una cifra de 554 actos registrados -con arma, sin ella, incendios, vandalismo o amenazas- cayendo 19% con respecto al año anterior. Sin embargo, entra en juego un nuevo crecimiento, esta vez, en Internet. Es decir, el antisemitismo dejaría a un lado, aunque sin eliminarla, la naturaleza de los actos en confrontación para trasladarse, en mayor número, a la esfera de lo digital, señalándose un crecimiento. Pero lo verdaderamente importante del informe de este año es la acuñación del término net-antisemitism per se, que podría traducirse por “antisemitismo neto per se”, que me parece particularmente relevante apuntar. Esto es, el antisionismo en Occidente no explica el nivel de antisemitismo de las cifras de este año ni tampoco el auge de los partidos de derecha y tampoco hubo acontecimientos reseñables en el conflicto palestino-israelí, pero el sentimiento que tienen los judíos acerca de la situación es que está empeorando. Por tanto y aunque, efectivamente, no haya ningún factor que explique los porcentajes, considero que este net-antisemitism per se se explica por una resaca de los sucesos anteriores, a una memoria en la que todavía se sienten los ecos de los factores de 2012 y que, finalmente, explicarían las cifras de 2013. Efectivamente, aunque nada nuevo pase, permanecen en la memoria colectiva los rescoldos de las postulaciones anteriores.

El 2014 se caracterizó, según las cifras emitidas por este mismo centro de investigación, por un incremento de 38% en comparación con aquellas de 2013 (766 frente a 554). El mayor número de casos fue en Francia (164 frente a 141), pero ciertamente fue mayor en casi todos los países excepto en aquellos del este de Europa, en los que muestra un ligero descenso. Las razones vuelven a ser las operaciones militares en Palestina, las promesas de seguridad de los países europeos tras la llamada de Benjamin Netanyahu a los judíos para que emigraran a Israel y, además, arguye un retorno del antisemitismo clásico, basado en estereotipos, que coexiste con el antisionismo y lo anti-israelí, no sustituyéndolos sino conviviendo. Al contrario que en este año, en 2015 se observa una fuerte bajada de casi 46% (410 actos en 2015 frente a 766 en 2014). Hemos de recordar que en ese momento oleadas de inmigrantes de Oriente Medio huyen a Europa, lo que supone un efecto del incremento de los partidos de derecha. También debemos tener en cuenta que, como cuestión general y debido a los ataques terroristas que algunos países de Europa han sufrido, la seguridad nacional se ha visto reforzada, originando una sensación de protección mayor. De esta manera, en 2016, los actos antisemitas cayeron 12% y apuntamos la cifra de Francia, con un descenso de 61%, por ser uno de los países donde el incremento durante la última década había sido notable.

En relación con los informes, no únicamente los gobiernos de los diferentes países muestran interés por analizar las cifras, sino que los medios igualmente se hacen eco de los actos antisemitas. La cadena cnn el 14 de marzo de 2008 ya publicaba un artículo titulado Report: Anti-Semitism on the rise globally, en el que señalaba que el Departamento de Estado de Estados Unidos reportaba el crecimiento del antisemitismo, en su Contemporary Global Anti-Semitism (United States Department of State, 2017), apuntando que aquél no era solo un hecho en la historia, sino que era historia actual. En él se describían actos antisemitas físicos, tales como ataques, daños a la propiedad o profanación de cementerios. En sucesivos años, esta cadena siguió informando acerca del antisemitismo, con varias entradas (Ellis, 2017; Oren, 2016; Michael B. Oren, 2016; Criss y Hassan, 2017).

A fin de ofrecer muestras concretas de cómo este neo-antisemitismo se está gestionando y las repercusiones en los diferentes países europeos, he escogido varios casos, como los de Reino Unido, Francia, Alemania y España. Los dos primeros han sido elegidos porque, sobre todo Francia, han sido los lugares clave donde más han crecido durante los últimos años estas manifestaciones y, aunque hayan disminuido por momentos, parecen mantener una línea constante. Alemania lo ha sido ya que, si bien históricamente se le supone un antisemitismo heredado, con mayor fuerza, desde el siglo xix y xx, quería mostrar si este hecho efectivamente se mantenía o si había un cambio. En el caso de España, un país que no ha destacado en las últimas décadas en este aspecto, era interesante ver la situación a raíz de las nuevas realidades europeas cambiantes.

El informe más reciente es el de Reino Unido (House of Commons, House Affairs Committee, 2017), el cual, pese a que a la fecha ya no forma parte de Europa por el conocido proceso del Brexit, cuando el informe estaba en vías de preparación, aún lo era, y se recogen los datos de 2016-2017. Aunque en su capítulo tercero es donde aparecen las cifras específicas del estudio en los que se muestran las estadísticas y comparativos con años anteriores y con otros países -como Francia, Alemania o Rusia-, lo cierto es que su capítulo 2, titulado “Defining antisemitism”, resulta clave para entender todo el informe. En él se exponen los diferentes enunciados del término, incluso lo que el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbin, entendía por antisemitismo y que generó noticias en diferentes medios, por ejemplo, en la cadena bbc en octubre de 2016, con la entrada “Jeremy Corbyn’s response to anti-Semitism in Labour criticised by MPs”. Entre las que recoge, observamos la de Macpherson (1999), la del International Holocaust Remembrance Alliace (International Holocaust Remembrance Alliance, 2016, IHRA, adoptada el 26 de mayo de 2016) y, junto con ella, la del European Monitoring Centre on Racism and Xenophobia (House of Commons, House Affairs Committee, 2017: 9-15). Reino Unido estudia cada una de ellas, pero, finalmente, adopta la del IHRA que es la que se expone a continuación y de la que se hizo eco el periódico The Guardian en febrero (Feldman, 2016):

Antisemitism is a certain perception of Jews, which may be expressed as hatred toward Jews. Rhetorical and physical manifestations of antisemitism are directed toward Jewish or non-Jewish individuals and/or their property, toward Jewish community institutions and religious facilities (House of Commons, 2017: 9).

Sin embargo, decide incluir dos argumentaciones para garantizar la libertad de expresión en el contexto del discurso sobre Israel y Palestina, sin permitir que el antisemitismo se infiltre en ningún debate:

We broadly accept the IHRA definition, but propose two additional clarifications to ensure that freedom of speech is maintained in the context of discourse about Israel and Palestine, without allowing antisemitism to permeate any debate. The definition should include the following statements: It is not antisemitic to criticise the Government of Israel, without additional evidence to suggest antisemitic intent. It is not antisemitic to hold the Israeli Government to the same standards as other liberal democracies, or to take a particular interest in the Israeli Government’s policies or actions, without additional evidence to suggest antisemitic intent. We recommend that the IHRA definition, with our additional caveats, should be formally adopted by the UK Government, law enforcement agencies and all political parties, to assist them in determining whether or not an incident or discourse can be regarded as antisemitic (Feldman, 2016: 12).

Como conclusión del análisis, el Reino Unido confirma efectivamente los alarmantes sucesos “claramente antisemitas” -a tenor de la definición antes convenida-, con un incremento entre los años 2014 y 2015 -no hemos de olvidar que este informe atañe a los años 2016-2017-, lo que hace que el país se mueva en dirección del antisemitismo, a diferencia de otros países del oeste de Europa:

Although the UK remains one of the least antisemitic countries in Europe, it is alarming that recent surveys show that as many as one in 20 adults in the uk could be characterised as “clearly antisemitic”. The stark increase in potentially antisemitic views between 2014 and 2015 is a trend that will concern many. There is a real risk that the uk is moving in the wrong direction on antisemitism, in contrast to many other countries in Western Europe. The fact that it seems to have entered political discourse is a particular concern. This should be a real wake up call for those who value the uk’s proud, multi-cultural democracy. The Government, police and prosecuting authorities must monitor this situation carefully and pursue a robust, zero tolerance approach to this problem (Feldman, 2016: 21).

Un dato que resulta especialmente destacable del informe es que apunte, en su página 21, que en Londres los incidentes antisemitas declarados hubieran crecido particularmente, de 227 a 379. Si atendemos a los medios, vemos que The New York Times, el 22 de abril de 2016, meses antes de que se hicieran públicos los datos, exponía el siguiente titular: “London becomes a leading destination for French Jews after attacks” (Freytas-Tamura 2016). Esta noticia responde a los diferentes actos antisemitas que ya se daban en Francia y, particularmente, al ocurrido en el supermercado de comida kosher, en enero de 2015, en el que murieron varias personas, pero, más aún, en los primeros meses de 2017 se observa un incremento del antisemitismo en Reino Unido, que ya venía del año anterior, cuando en la primera mitad del 2016 se vio un incremento de 11% en sus primeros meses, si lo comparamos con la anualidad anterior. Titulares como “Report of antisemitic incidents increase to record levels in UK” (Sherwood, 2017) en The Guardian; “Jews flee fear: One in three British Jews thinking about leaving uk as antisemitism soras leaving one in six ‘feeling unwelcome” (Wooding, 2017) en The Sun, o “Labour faces new antisemitism row after speaker at conference fringe calls for freedom of speech to cover Holocaust denial” (Smith, 2017) en Mirror, señalan que los factores principales de este incremento serían el papel que está jugando el Partido Laborista, pero también la xenofobia a raíz del Brexit.

Las crónicas ofrecidas por los medios en Francia no han dejado de ser desalentadoras y, si hacemos un barrido de las mismas, podemos seguir el continuo devenir de esta comunidad desde el año 2012, en el mes de marzo de ese año se produjo un tiroteo en una escuela judía en Toulouse (Albertini, 2015). Éste fue un factor que marcó las cifras en los años posteriores consecutivamente, pues la cifra subió de 114 actos antisemitas en 2011 a 200 en 2012, y bajó ligeramente a 116 en 2013. En 2014 este número subió hasta 164, siendo el país que más incremento mostró en toda Europa hasta el año 2015, cuando la cifra baja hasta 61% en 2016, con un pico en los meses de mayo y julio en los que se detectaron 30 actos antisemitas. A partir de esos primeros años, la prensa de otros países no ha cesado de verter noticias en torno al miedo de los judíos franceses y a su huida de Francia. El 22 de mayo de 2014 el periódico El Confidencial publicaba el titular “Los judíos huyen de Francia. Diáspora de judíos franceses hacia Israel por la crisis, el auge del Frente Nacional, la radicalización de los musulmanes y la hostilidad de la izquierda antisemita” (Rivas, 2014); el The New Yorker se refería a la sombra del antisemitismo en este país (Remnick, 2015), mientras que otros medios destacaban el miedo de Israel a más ataques contra centros judíos en Europa (Emergui, 2015), haciendo referencia a los ataques yihadistas. A partir de 2015 y 2016, las noticias que encontramos reportan la salida masiva de judíos de Francia que marchan a otras ciudades, como Londres, como vimos anteriormente, o a Israel, alentados, entre otros sucesos, por hechos como la profanación de 300 tumbas en un cementerio judío de Alsacia, en febrero de 2015 (Hernández, 2015; Altares, 2015; Lieberman, 2016; Poch, 2015). La última noticia se produce en la ciudad de Luther, donde hay una disputa por un bajo relieve antisemita que siembra la discordia (MacDougall, 2017).

En Alemania, por el contrario, parece que las estadísticas en torno a ataques o delitos antisemitas no únicamente no crecen sino que son inferiores actualmente con respecto a años anteriores, pese a que sean percibidos como una de las mayores amenazas para los miembros de la comunidad judía en este país. En el informe Antisemitism WorldWide 2016. General Analysis Draft, del European Jewish Congress del Kantor Center (2016), se cita textualmente lo siguiente:

The official statistics published by the German government, which show a certain decline, antisemitism is still perceived as a major threat by many members of the Jewish communities in Germany. Germany has at least 250,000 Jews living within its borders, but there are estimates that the number could be closer to 500,000. In 2016 the Pew Research Center found that in Germany perception of Jews changed in a positive direction. In 1991, 53 % of Germans had favorable views of Jews. In spring 2016, that number increased to 88% (Kantor Center, 2016: 29).

Según se expone, los incidentes registrados -entendiendo por éstos, delitos o ataques antisemitas- pasaron de 740 en el año 2015 a 644 en 2016, aunque hay un incremento del antisemitismo abierto por el crecimiento de la extrema derecha y movimientos populistas como Pegida (Kantor Center, 2016: 30). Pese a que la cifra haya bajado, no podemos pasar por alto lo que señalan los medios al respecto, ya que la mayoría de ellos proponen titulares en los que el miedo y amenaza que sienten los judíos alemanes son los protagonistas (Chase, 2017; Weissbarth, 2017). De hecho, en este último se apunta que el Department for Research and Information on Anti-Semitism (RIAS) señala un incremento de incidentes antisemitas en Berlín que habrían crecido 16% en comparación a los del año anterior. También llama la atención, por ejemplo, que en un artículo del Jerusalem Post titulado “German data suggests decline in Antisemitism in 2016, contrary to report” y publicado el 1 de febrero de 2017, se apuntara que, efectivamente, el antisemitismo en Alemania parecía haber caído en el año 2016, contrariamente a lo que reportaba la Diaspora Affairs Ministry en su informe que vio la luz una semana antes y que tuvo que rectificar por haber concretado mal las cifras (Zieve, 2017).

En cuanto a España, se pusieron en marcha este tipo de informes en el año 2012, promovidos por el Ministerio del Interior, siendo el último disponible el correspondiente a 2015, con el título Informe sobre incidentes relacionados con los delitos de odio en España. De esta manera, define los “delitos de odio” como todas aquellas infracciones penales y administrativas cometidas contra las personas o la propiedad por cuestiones de “raza”, etnia, religión o práctica religiosa, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, por razones de género, situación de pobreza y exclusión social o cualquier otro factor similar, como las diferencias ideológicas (Ministerio del Interior de España, 2015: 3). El discurso del odio o hate speech, uno de sus apartados, es definido por el Comité de Ministros del Consejo de Europa como “toda forma de expresión que difunda, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia” (5), entendiendo por antisemitismo cualquier acto de odio, violencia, discriminación, fobia y rechazo, practicados contra los judíos o nacionales del Estado de Israel (62). Si nos atenemos a las cifras que recoge, en 2014 en España se produjeron 24 hechos antisemitas, número que en 2015 fue menor (9), aunque únicamente la mitad de ellos (5) fueron completamente esclarecidos. De esos cinco, cuatro se correspondían con delitos de discurso del odio que comentamos previamente. En 2016 parece que la cifra es algo menor que en la anualidad anterior, con siete actos antisemitas registrados, pero en 2017 y a falta de un informe que está por llegar, observamos un repunte en esta actividad en los meses de junio-agosto, según apuntan las noticias recogidas por el Observatorio de Antisemitismo de España, en forma de pintadas en lugares como Madrid, Zaragoza, Murcia, Barcelona, Asturias e, incluso, una detenida por animar a matar judíos.

Pese a que los informes y noticias antes presentados hacen referencia a que los ataques antisemitas registrados en los países citados, normalmente en forma de incidentes verbales, vandalismo o ataques físicos contra judíos, sus instituciones, instalaciones o negocios, encontramos otro frente abierto en el mundo de las redes sociales que, por sus características particulares, hace que el anonimato y la proliferación de mensajes de todo tipo crezca sin apenas ningún control, siendo éste un elemento clave en el neo-antisemitismo que, como vemos, adopta nuevas formas que van en consonancia con los tiempos. Sobre este hecho ya se pronunció el Kantor Center en su informe de 2013, en el que recogía que estos ataques en Internet subían en comparación con aquéllos del año anterior. En el último de ellos, el de 2016, sostiene que ciertamente se observa que los ataques físicos bajan, pero, por el contrario, el odio on-line sube. Así, un post antisemita es subido a las redes sociales cada 83 segundos, según apunta el World Jewish Congress el 24 de marzo de 2017, con un total de 382 mil durante 2016. Las plataformas Facebook y Twitter serían aquellas donde hay mayor incidencia, siendo la segunda la que obtiene mayor visualización y proyección, dado el anonimato que pueden mantener sus usuarios. Esto se apuntó en el Quartz Media (Kozlovoska, 2017). en un artículo en el que se indicaba que los posts antisemitas de Twitter eran más numerosos que los subidos en Facebook, Instagram y YouTube juntos.

Una noticia preocupante en relación con esto es que vemos que se están reproduciendo viejos modelos en nuevos moldes. Con esto me refiero a la identificación de miembros de la comunidad judía mediante marcas que los distingan frente a los demás. En Mic.com, una página web sobre blogs, foros en línea y Twitter, a mediados de 2016 saltó el siguiente titular “Los ecos de Twitter, el código secreto antisemita de los neonazis, ya tienen buscador propio” (Santos, 2016). Parece ser que la noticia no sorprendía, ya que su origen se remontaba a un podcast en 2014, llamado The Daily Shoah, que pretendía burlarse de nombres judíos añadiéndoles un efecto sonoro de eco. Su repercusión en Twitter fue la inclusión de tres paréntesis antes y después del nombre para su rápida identificación. Para combatirlo, se creó el Echo Location, una herramienta similar al Coincidence Detector, que sirvió para que Google retirara una extensión de Chrome por antisemita, ya que más de 2 500 usuarios alimentaban una base de datos con 8 800 nombres. El caso de Facebook es similar, pues se han ideado nuevas herramientas para detectar tópicos antisemitas en perfiles (Ingram, 2017). Éstos, como si estuviéramos tratando de un círculo al igual que en el caso de los ecos, no únicamente manejan informaciones antisionistas, sino que, en su mayoría, hablan de los judíos como aquellos que manejan la economía mundial, que tienen el poder, a lo que se une la acusación colonialista anti-israelí.

Si bien es cierto que se están activando instrumentos para atajar estos comentarios y manifestaciones en las redes sociales, hemos de tener en cuenta que una gran responsabilidad recae en lo que denominamos el cibercivismo o civismo digital, esto es, que no solamente la responsabilidad depende de la persona que origina el post, sino que los demás usuarios de la red, al tener noticia, han de informar y denunciar estos discursos de odio para que no se extiendan. Este punto es uno de los más importantes, porque todo mensaje que se difunde en una red social tiene un alcance real mucho mayor del que podamos imaginar. Por tanto, si encuentra una adhesión por parte de otros, se distribuye sin control.

Conclusiones

Podríamos definir el concepto general de antisemitismo como un fenómeno, como una manifestación que se hace presente a la consciencia de un sujeto y aparece como objeto de su percepción. Sin embargo, su dificultad misma estriba en las mutaciones que ha experimentado a lo largo de su recorrido histórico. Éste se moldea, se transforma, adopta nuevos significados e implicaciones que se adaptan a las circunstancias cambiantes de los tiempos en los que pervive. De esta manera, ha conseguido sobrevivir hasta nuestros días, pues, si bien pudiéramos pensar que es un fenómeno aislado o circunscrito a pensamientos de siglos anteriores, lo cierto es que se encuentra también en el siglo xxi. De hecho, nunca ha dejado de estar presente. En el caso de Europa, el que nos ha ocupado en estas páginas, se ha acogido o, mejor dicho, se ha ayudado de las nuevas realidades europeas que han sido factores atenuantes en su existencia. Como en un efecto en cadena, la llegada y recepción de inmigrantes ha dado lugar a la emergencia de políticas de partidos de la derecha, muchos radicales, no siendo éste un hecho nuevo, sino que viene acuciado también por los periodos de crisis en distintos países europeos en la segunda década del siglo xxi. Más importante todavía en su dimensión política y en la consideración de antisionismo, son las acusaciones de organismos internacionales que se le hacen al Estado de Israel de “amenaza para la paz mundial”. Todo ello, junto con una propaganda anti-israelí, refuerzan la identidad del antisemitismo. De hecho, el mismo título del artículo presentado “La cuestión de Europa y el (re)surgimiento del antisemitismo o nuevo antisemitismo. Antecedentes y situación actual”, considero que ya llama a una problemática actual dentro de Europa, pues, si bien en algunos de sus países, sobre todo los del Este, las cifras han mostrado picos que han reforzado su presencia entre los años 2012 y 2014, el gran foco siempre ha estado en tres potencias en las que parece resurgir, emerger con más fuerzas en los últimos años, a saber, Francia, Reino Unido y Alemania. Las razones para ello son, en primer lugar, su misma historia, pues han sido puntos clave de la emigración de las comunidades judías desde mediados del siglo xx. Por otro lado, que los partidos de derechas hayan ganado adeptos. A esto debemos añadir los ataques terroristas sufridos desde 2012, que han provocado una situación de miedo con emigraciones a Israel alentadas por los mismos dirigentes israelíes bajo la negativa de los homólogos europeos. Pero, además, la sensación de inseguridad que experimentan los judíos ha sido constatada por las cifras emitidas por los informes de los diferentes gobiernos.

Si hemos de reconsiderar el título de estas páginas “La cuestión de Europa y el (re)surgimiento del antisemitismo o nuevo antisemitismo. Antecedentes y situación actual” con miras a responder a la pregunta: ¿ha habido verdaderamente un (re)surgimiento del antisemitismo en Europa?, la respuesta que doy es afirmativa. Debemos pensar, sobre todo, que nos movemos en dos esferas. La primera son los informes sobre actos antisemitas en los que se observan números cambiantes, pero constantes, no desaparecen; sin embargo, la esfera en verdad más importante en la que se desarrolla es en las redes sociales. Como hemos puntualizado en líneas anteriores, este fenómeno se transforma, se adapta, y las nuevas tecnologías han servido como un catalizador de las mismas, movido, sobre todo, por el anonimato del que se valen. Además, se escudan en la comodidad pues, pese a que han disminuido los actos antisemitas de manera personal, cuerpo a cuerpo, a través de amenazas o vandalismo, lo cierto es que en las redes sociales han incrementado. En mi opinión, estas herramientas e instrumentos sociales que buscarían crear lazos entre los internautas, se usan también para identificar temas en común de odio que juegan a favor de la dispersión de mensajes de esta naturaleza, pero en contra de los distintos gobiernos que son conocedores de ello.

Las nuevas líneas de investigación deben ser orientadas de acuerdo con esta perspectiva de trabajo: barridos sistemáticos de las redes sociales para conocer la naturaleza de los mensajes de contenido antisemita, los países de los que emergen, su número, influencia y extensión, pero también el perfil de los usuarios para poder llevar a cabo un estudio sociológico acerca de sus nuevos portavoces y seguidores. En el terreno legislativo y pese a que parece que ya empiezan a despuntar regulaciones al respecto, se debería llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre cómo atajar estos mensajes, si deben tener las mismas repercusiones legales que los demás delitos de odio, como insultos, amenazas, vandalismo a instituciones o propiedad privada, o deberían ser condenados bajo otros criterios. Sería muy interesante, además, poder construir una caracterización de este neo-antisemitismo en las redes, la naturaleza de sus mensajes; si, como vimos, recogen viejas ideas en nuevos moldes o éstos van cambiando más allá del anti-sionismo al que nos referimos antes. Por último, si los medios se hacen eco de las noticias en torno a este antisemitismo del siglo xxi, comprobar el modo en que éstos repercuten en los actos antisemitas, si el número de informaciones es directamente proporcional al número de actos o si, por el contrario, se observa un descenso en ellos cada vez que una noticia los recoge y es leída.

Referencias bibiográficas

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Recibido: 20 de Junio de 2017; Aprobado: 26 de Julio de 2018

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