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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.63 no.234 Ciudad de México sep./dic. 2018

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2018.234.65865 

Testimonios, conversaciones y entrevistas

1968, del activismo estudiantil a la visión de la cultura

1968, from Student Activism to a Vision of Culture

Gerardo Estrada Rodríguez1 

Paola Vázquez Almanza2 

1Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <gerardoestrada5@hotmail.com>.

2Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <paovaal@gmail.com>.


Paola Vázquez Almanza (PV): En la tarde del 26 de julio de 1968, usted y otros alumnos de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales se dirigieron hacia el Hemiciclo a Juárez para realizar un mitin para conmemorar el inicio de la Revolución cubana. Ha contado usted que, esa tarde, a la Alameda llegó corriendo un grupo de jóvenes advirtiendo que los granaderos estaban reprimiendo a los estudiantes que protestaban contra la respuesta violenta de la policía en los sucesos desatados días antes en la Ciudadela. Este fue el día en el que usted lanzó por primera vez una piedra contra un camión de policía.

¿Cómo fue evolucionando su papel en el movimiento estudiantil? ¿Cómo pasó de ser un estudiante más en el mitin del 26 de julio a ser el responsable del “Manifiesto 2 de Octubre”?

Gerardo Estrada Rodríguez (GE): Yo me definiría como un testigo permanente, sobre todo durante las primeras etapas del movimiento. Ciertamente, estuve en el mitin del 26 de julio, en Tlatelolco, y viví el día de la toma de la Rectoría de la UNAM. Estuve siempre alrededor del movimiento y tuve la suerte de no ser detenido, quizá porque no tenía ningún antecedente de militancia en el Partido Comunista u otra organización de izquierda. Además, era de los pocos que tenía automóvil en ese entonces, así que también tuve el papel de chofer durante el movimiento estudiantil. Llevaba y traía las pancartas y también a algunos compañeros.

Fue a partir de la toma de Ciudad Universitaria cuando creció mi papel dentro del movimiento. Yo era muy cercano al Director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, Enrique Gónzalez Pedrero, y a Víctor Flores Olea, quien en ese entonces era el Director del Centro de Estudios Latinoamericanos. Estos dos personajes fungieron como intermediarios entre los estudiantes, las autoridades de la UNAM y algunos miembros del gobierno. Otro mediador importante fue el profesor Enrique González Casanova, quien trabajaba en la Secretaría de la Presidencia, pero su intervención era de corte oficioso, no tanto oficial. También, en esa época, cuando tenía 22 años y estudiaba Sociología, era muy amigo de Javier Barrios Velero, hijo del rector de la UNAM, el ingeniero Javier Barrios Sierra. En ocasiones comía en su casa y sosteníamos largas pláticas en las que también participaba su padre.

Después de la represión del 2 de octubre, el movimiento se redujo a su mínima expresión. Muchos compañeros terminaron en la cárcel y otros se ocultaron, porque en ese momento era muy difícil ser joven, la policía te molestaba e interrogaba. Muchos otros jóvenes se dedicaron a ver las Olimpiadas. Y bueno, yo comencé a participar en las pláticas con los representantes del gobierno, con Andrés Caso y Jorge de la Vega. Fui cada vez más activo; tanto, que en diciembre de 1968 formé parte del grupo que propuso el retorno a clases, cuando ya era necesario, dando fin al movimiento estudiantil. Ciertamente, firmé como responsable del documento con el que cerró el movimiento, el “Manifiesto 2 de Octubre”. Mi participación fue de menos a más, e incluso después de que acabara el movimiento, tuve algunas entrevistas con el rector Barrios Sierra, quien ya había retomado su posición.

PV: ¿Hubo un cambio sustancial entre el Gerardo Estrada que lanzó su primera piedra contra la policía el 26 de julio del 68 al de la disolución del Consejo Nacional de Huelga? ¿Cómo lo cambió el movimiento? ¿Cuál fue su aprendizaje político?

GE: Aprendí muchas cosas en términos políticos, morales, existenciales… realmente el movimiento estudiantil cambió mi vida. Yo tenía muchas ilusiones de hacer política desde una trinchera intelectual, pero me frustró mucho la solución tan brutal del gobierno durante el 2 de octubre. Vivir el 2 de octubre de cerca, el hecho de que no se supiera cuántos muertos había, me ocasionó mucha desconfianza hacia la política en sí y hacia la posibilidad de que desde la trinchera intelectual se pudieran hacer cosas. Casi nadie pensaba que el movimiento iba a acabar así, en buena medida por el espíritu “clasemediero” que nos hacía sentir invulnerables. Aparentemente, éramos los consentidos del régimen; en esa época la retórica oficial hablaba constantemente de los jóvenes.

Quizá lo que más me frustró fue la reacción de la sociedad mexicana ante el 2 de octubre. La mayoría pasó del “¡México, México, libertad!” al “¡México, México, ra ra ra!” de las Olimpiadas. Así entendí que, para bien y para mal, la sociedad cambia muy despacio y que es refractaria al dolor, se niega a reconocer las tragedias. Y, como consecuencia, me dediqué a la enseñanza y, después, acabé en la difusión cultural como última trinchera. Terminé con cierto cinismo, cierto escepticismo.

PV: En 1968, ¿cuál era la principal inspiración para el movimiento estudiantil? ¿La Primavera de Praga, el Mayo francés?

GE: Principalmente, nos inspiró el movimiento estudiantil en París, porque la Primavera de Praga resultaría incomoda para la izquierda que simpatizaba con la Unión Soviética y que se decepcionaría al ver entrar los tanques soviéticos a Checoslovaquia. Pero lo de Praga para mí no fue sorpresa; yo recuerdo que cuando estaba estudiando la primaria circularon en las noticias las imágenes de los tanques soviéticos invadiendo las calles de Budapest, Hungría, en 1956. Pero, el Mayo francés era lo más explícito; la imagen romántica de esa chica que aparece en los hombros de un compañero durante una manifestación en París nos contagió de entusiasmo, al igual que algunos eslóganes como: “Hágase el amor no la guerra” o “Prohibido prohibir.”

Pero, bueno, siempre he pensado que detrás de este fenómeno, de esa inspiración que llegaba de otros países, había dos hechos específicos que fueron primordiales. El primero sería la revolución sexual, que cambió totalmente las relaciones en toda la humanidad. Esa sí fue una revolución que, inconscientemente, nos urgía a demandar más libertad. Gracias a ella, la noción del cuerpo cambió en la danza, en las artes plásticas, en el teatro y en el cine como evidenciaba la Nueva Ola Francesa o el Nuevo Cine Brasileño. Dentro de la revolución sexual se incluiría el feminismo y la comercialización de la píldora.

El segundo elemento que fue esencial para el movimiento estudiantil fue la globalización y los medios de comunicación, pues gracias a ellos nos enterábamos de lo que sucedía en el mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, la gente desde su casa miraba en vivo cómo mataban a sus hijos durante la guerra de Vietnam, gracias a la televisión. Y en México veíamos lo que sucedía en América Latina, Europa y el resto del mundo. Estos dos fenómenos se reflejarían principalmente en una transformación de la cultura y, en consecuencia, permearían la vida cotidiana.

PV: A cincuenta años del 68, ¿está usted de acuerdo con las narrativas dominantes que existen sobre el movimiento estudiantil? Porque existe una visión del 68 que resulta en extremo mistificadora y, en el otro polo, hay quien observa el 68 con una mirada desencantada y pesimista.

GE: Yo soy muy optimista y pienso que el 68 cambió al país radicalmente. Quizá el cambio se dio lentamente, pero después del movimiento hay dos señales de que poco a poco se fue liberando la sociedad. Los jóvenes de ahora, por ejemplo, no tienen ni idea de lo que era vivir en un mundo de censura, represión y falta de libertad de expresión. Por ejemplo, muchas películas estaban prohibidas y algunas sólo se podían ver en los cine-clubes universitarios. Pero nosotros éramos privilegiados; la mayoría de la población no tenía acceso a estas películas, ya que se prohibían por sus contenidos políticos o eróticos. Pero eso ha cambiado radicalmente, hoy vivimos en una absoluta libertad de los medios de comunicación y la libertad de expresión.

Años después llegará el movimiento de Cuauhtémoc Cárdenas, los movimientos en Chihuahua y todo eso irá abriendo el camino a un proceso de democratización. Quizá el primero de ellos fue la apertura democrática de Echeverría, cuando llamó a muchos jóvenes a participar. En el caso de los líderes del 68, ellos no fueron cooptados, pero otros, como Juan José Bremer, que estaba en la Facultad de Derecho, o Javier Alejo, de Economía, se acercarán en este momento al poder. Este fue un primer paso y el segundo sería la Reforma Política de Jesús Reyes Heroles.

En síntesis, el 68 sí abrió una brecha que tardó en engrosarse, tardó más de tres décadas, pero nos llevó a las elecciones presidenciales del año 2000, que significaron la alternancia en el poder en México. También surgió un órgano electoral ciudadano, se descentralizó el Estado y se creó un sistema electoral libre. Y, bueno, todas estas ganancias sociales se deben al movimiento estudiantil de 1968. Pero, lo que debemos recordar es que todas estas libertades políticas están siempre en riesgo y podemos retroceder como sociedad. Pasó en Chile y en otros países que parecían tener una tradición democrática establecida. Así que debemos estar siempre alertas y proteger esas libertades políticas que se ganaron con el movimiento.

No estoy de acuerdo con la visión trágica del 68, no se puede reducir todo a la represión del 2 de octubre. La cultura jugó un papel importante y el movimiento también fue algo muy lúdico, nos divertíamos mucho y la pasábamos muy bien. No fue sino hasta la toma de cu [Ciudad Universitaria] cuando nos dimos cuenta de que el movimiento podía terminar mal. Así que, bueno, antes del 2 de octubre, México, aunque no era París, era una fiesta.

PV: ¿Qué piensa que han hecho las generaciones posteriores con las libertades heredadas por el 68?

G.E: Pienso que estas generaciones las han seguido ampliando de distintas maneras. Mucha gente, después del 68, siguió el camino de la ecología, la vida sindical y otros llegaron al extremo de irse a las guerrillas, algo que desde mi punto de vista fue un sacrificio inútil, porque no llevó a nada. En cambio, el feminismo se desarrolló y adquirió una gran fortaleza.

Parece ser que los jóvenes de generaciones posteriores, sin el ruido y estruendo que nosotros hicimos en el 68, siguieron luchando por la libertad. No han sido generaciones inconscientes y los jóvenes siguen trabajando para ampliar las libertades, especialmente porque en México lo que sí no ha cambiado es la desigualdad social, a pesar de que el autoritarismo se ha ido venciendo con el paso de los años.

PV: Pensando en que el 68 fue un punto cumbre para los movimientos de izquierda, ¿qué opina del devenir de la izquierda después del 68? ¿Qué pasó con la ideología?

GE: Como los movimientos estudiantiles del 68 eran una afrenta contra todas las instituciones, como la estructura sindical o partidista, las mismas instituciones de izquierda fueron cuestionadas y surgen así los movimientos sociales. La camisa de fuerza que implicaba la ideología de izquierda se rompió en el 68 y se abandonó la izquierda tradicional u ortodoxa. Y aunque sigue habiendo ideologías políticas, ya no están claramente definidas.

PV: ¿Considera posible que surja un movimiento social amplio sin necesidad de las directrices que otorgaban antes las ideologías políticas? ¿Qué opina de las nuevas formas de hacer política?

GE: Claro, es posible; tal es el caso de los movimientos sociales en Túnez y Egipto, que comenzaron en las redes sociales. Evidentemente, al ser las redes algo tan vulnerable, no se sostuvieron los movimientos y fueron más bien una especie de explosión social que desapareció al poco tiempo.

El tema de la ecología, por ejemplo, me parece un asunto que puede provocar una revuelta masiva en todo el mundo. La escasez del agua es una preocupación compartida y diversos lugares han comenzado a padecer una serie de graves problemas ecológicos. Estos movimientos que se pueden dar en el futuro representarían una lucha por la subsistencia elemental, quizá ésta sería una nueva etapa de lucha social que nada tenga que ver con la izquierda o las ideologías y que realmente podría unificar a todo el mundo.

PV: Como sociólogo, ¿no considera que sería oportuno pensar los movimientos estudiantiles de 1968, no tanto como el punto de quiebre de transformación social de finales del siglo xx, sino como el síntoma más visible de un cambio social profundo que comienza a principios de la década de 1960, como lo sugieren autores como Ronald Inglehart o Tony Judt? Me parece que pensar el 68 como síntoma haría más sencillo establecer similitudes concretas y específicas entre los distintos movimientos estudiantiles de 1968. De igual manera, sería más sencillo explicar el devenir del movimiento y las turbulentas expresiones políticas de izquierda que se manifestaran posteriormente en la década de 1970.

GE: Creo que las precisiones históricas están bien. Es cierto que el movimiento del 68 no surgió de la nada, surgió con la liberalización femenina y sexual, y también gracias a la vida cultural en México, que comenzó a cambiar a finales de la década de 1950. El periodo de la posguerra permitió que en todo el mundo comenzaran a verse las cosas de manera distinta. El movimiento estudiantil nació de una conciencia mayor de lo que significa la vida y esa conciencia en buena medida vino de la cultura. En México se rebelaron los jóvenes de la llamada “Ruptura” frente a la tradición y la cultura nacionalista; se enfrentaron al muralismo y a un Siqueiros que afirmaba: “No hay más ruta que la nuestra.” En la década de 1960, José Luis Cuevas y Juan Soriano rechazan la postura de Siqueiros e intentan derribar la “cortina de nopal”.

PV: Usted parece ver en la cultura un importante factor para el cambio social, ¿es por este potencial de la cultura que usted abandonó la política y se dedicó a la difusión cultural?

GE: Sí, poco a poco fui cayendo en cuenta de que yo no tenía cabida dentro de las formas tradicionales de hacer política en México. A pesar de que yo fui cercano al PRI y a Jesús Reyes Heroles, quien formó parte del mejor PRI que ha habido, no me gustaban los modos de hacer política de los priistas. Y aunque al dedicarme a la cultura fungí como funcionario del PRI, porque ser director del Instituto Nacional de Bellas Artes es un puesto político, descubrí que la cultura es un terreno más neutral que conserva los valores que me habían animado en el 68. Pienso especialmente en el derecho a la disidencia y la tolerancia, porque no se crea arte si no es en libertad, con tolerancia o en la búsqueda permanente del cambio.

PV: Una de las cosas que se ensalzan del 68, en particular del Mayo francés, es la confluencia de las demandas de los jóvenes y la clase obrera. ¿Cree que esta relación existió o es más bien un mito que se ha creado alrededor del 68?

GE: Yo no creo que haya habido una liga con el movimiento obrero en ningún lugar del mundo. Este es otro de los mitos, al igual que es un mito que el movimiento estudiantil en México se reduce al 2 de octubre. En México no nos acercamos a los obreros y en Francia los obreros terminaron rechazando a los estudiantes. Hay un tema que parece olvidárseles a quienes hablan del 68… la diferencia de clase. Los estudiantes han sido y son parte de la clase media. Puede que la Universidad haya cambiado mucho, pero quienes llegan a ella forman parte de una clase media muy grande. Hay una gran diferencia entre ser obrero y ser estudiante; no es lo mismo pasar ocho horas encerrado en una fábrica que ir a clases.

Esas afinidades las buscaron los estudiantes con los obreros en todo el mundo, pero esa alianza de la que se habla entre estudiantes y obreros es pura retórica.

PV: ¿Incluso en Francia, donde se dice que gracias a la alianza entre estudiantes y obreros se lograron los acuerdos de Grenelle y el aumento de 30% al salario mínimo, de la noche a la mañana?

GE: Sobre todo en Francia. Al principio parecía que era posible, pero a fin de cuentas los obreros se alejaron de los estudiantes. Y en cuanto al tema de que se aumentó 30% el salario, puede ser, pero tiene más que ver con que el Estado buscaba protegerse y ante la amenaza de que pudiese contagiar la molestia a sectores como el obrero, decidió aumentar los salarios. Si acaso hubo una identificación práctica entre estudiantes y obreros, fue una consecuencia no esperada. Para los obreros en todo el mundo los estudiantes que participamos en los movimientos no dejábamos de ser “niñitos de papá” o “hijos de familia”.

PV: Pasando al legado cultural del 68, ¿qué productos culturales de esa época lo marcaron o cambiaron su mentalidad?

GE: El cine fue fundamental, porque éste comenzó a ser más libre y hubo muchas películas determinantes para mi generación, como La batalla en Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, las películas de Costa-Gavras, o el Cinema Novo brasileño, que nos mostró los contrastes y la pobreza de un país que pensábamos rico. El cine afectó directamente a la conciencia y nos conmovió.

La literatura también fue clave; recuerdo la obra de Jean-Paul Sartre que se llama Los caminos de la libertad (1949), que idealizaba la Resistencia francesa contra la invasión nazi. En México, la literatura de Gustavo Sainz y José Agustín le dio voz a los jóvenes. Carlos Fuentes, con La región más transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1962), ocupó un lugar muy importante en mi generación. Con este tipo de textos se iba gestando un espíritu libertario en contra de toda dictadura.

Era un ambiente, el teatro universitario era irreverente, se alejaba del formalismo y la frivolidad de la cartelera más comercial que circulaba en la Ciudad de México. Juan José Gurrola y Héctor Mendoza, todos ellos fueron abriendo espacios muy interesantes y todo era provocación, desde el sexo hasta la política. En las artes plásticas se hizo pintura abstracta para distanciarse de “lo mexicano”. Fue una época de experimentación también en la danza, que tuvo expresiones como el Zapata (1953), de Guillermo Arriaga, cuya coreografía presentaba a la Patria pariendo al “Caudillo del Sur”. Todas estas cosas como conjunto impactaron a mi generación, pero quizá el influjo de más amplio espectro fue el cine.

PV: ¿Diría usted que, al igual que el movimiento estudiantil, este cambio en la cultura también fue exclusivo de la clase media?

GE: Por supuesto, el movimiento estudiantil fue de la clase media y fue urbano, se dio en la Ciudad de México. Hubo algunos ecos en otros estados de la República, pero fueron muy pequeños.

PV: ¿El ambiente cultural de 1968 era entonces parecido al que se retrata en la película Los caifanes (1967)? Esa película en la que Julissa, Óscar Chávez e incluso Carlos Monsiváis nos llevan a conocer una cara experimental e irreverente de México. Ahí queda evidenciada esa gran diferencia entre la cultura de los jóvenes del Pedregal y la cultura de los sectores sociales más populares.

GE: Exacto, era un ambiente lúdico y de relajo. En Los caifanes le ponen calzones a la escultura de la Diana Cazadora y eso era un acto inconcebible para el momento. La película de Juan Ibáñez refleja esa burla hacia todos los símbolos que antes parecían sagrados. En la televisión también hubo una expresión parecida, cuando el cómico “El Loco” Valdés contó un chiste sobre el expresidente Benito Juárez y lo llamó “Bomberito Juárez”. Expresiones de este tipo hablaban de que ya teníamos otra mentalidad, que ya habíamos cambiado.

Este fue el ambiente cultural de finales de la década de 1960, el espíritu de época que impulsó el movimiento estudiantil de 1968.

Gerardo Estrada Rodríguez es sociólogo egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la que es profesor titular. Es maestro y doctor en Ciencias Sociales por la École d’Hautes Etudes en Sciencies Sociales, de la Universidad de París. Se ha desempeñado como director de Radio Educación, de la Casa de México en París, del Instituto Mexicano de la Radio, del Instituto Nacional de Bellas Artes, y de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre otros importantes cargos. Es autor del libro 1968: Estado y universidad. Orígenes de la transición política en México (2004) y de “Apuntes para una historia de la cultura mexicana en el siglo XX” (Los grandes problemas de México, 2010).

Paola Vázquez Almanza es candidata a Doctora en Ciencias Sociales y Políticas con especialización en Sociología, por la UNAM. Sus líneas de investigación: son: sociología cultural, historia reciente de México e identidad nacional. Artículos publicados: “Las botas de Stalin. Imaginario político de la izquierda contemporánea” (El Machete. Revista Mensual de Cultura Política, 2017) y “Justicieros, espías y héroes patrios: lo político del cine y sus ficciones” (Folios, 2016).

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