Introducción
La destrucción de la población armenia del Imperio otomano fue la culminación catastrófica de un proceso que buscó la aniquilación total de este grupo, a través de discontinuas pero recurrentes masacres que comenzaron en 1894-1896,1 siguieron en 1909 y culminaron con el proyecto genocida que inicia en 1915 y termina en 1918. Este genocidio cometido contra los cristianos otomanos ha tenido un amplio reconocimiento por parte de diversas asociaciones académicas, organismos internacionales y Estados, entre ellos los aliados del Imperio otomano durante la guerra; sin embargo, Turquía continúa negando que este crimen sea nombrado como genocidio.
En este artículo presentamos una síntesis de ese proceso genocida, así como una descripción de las implicaciones que ha tenido su negación por parte del gobierno turco. Para dimensionar y caracterizar el fenómeno, establecemos en primer lugar una serie de convergencias y divergencias entre el genocidio que nos ocupa y el Holocausto judío, pues ambos presentan características similares. Posteriormente, avanzamos en la descripción del proceso genocida, desde sus antecedentes con la revolución de 1908 y la llegada de los Jóvenes Turcos al poder, hasta la exposición de las tres etapas fundamentales en el proceso de exterminio de armenios en el marco de la Primera Guerra Mundial y la incitación a las masas musulmanas como mecanismo movilizador de la maquinaria genocida. Concluimos con un examen de las causas y repercusiones de la negativa por parte de Turquía a que este crimen sea nombrado como genocidio.
El genocidio armenio y el Holocausto judío: paralelismos
El exterminio planificado y ejecutado en los desfiladeros de Anatolia y los desiertos colindantes con Siria, entre 1915 y 1918, tuvo una técnica específica de premeditación y planificación parecida a la realizada por el gobierno nazi contra los judíos de Europa Central. La comparación entre ambos proyectos genocidas -el Holocausto judío (Shoá) y el genocidio armenio (Metz Yeghérn)- es posible en tanto que presentan características similares, tal como afirma Yves Ternon (1995: 201). En los dos casos, un Estado controlado por un partido único -el partido Ittihad ve Terakki Cemiyeti (Comité Unión y Progreso), popularmente conocido como Jóvenes Turcos, y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Partido Nazi)- disponiendo de poderes civiles y militares casi dictatoriales, llevaron a cabo la destrucción organizada de un grupo humano; en muchas ocasiones utilizaron para ello unidades especiales como la SS (Schutzstaffel) en el caso nazi, o los Hamidiye,2Çete,3 y sobre todo Teshkilati Mahsusa4 en el suceso ittihadista. La causa del asesinato, en ambos casos, se basa en un credo doctrinal que exacerba los sentimientos nacionalistas del grupo dominante con la finalidad de "limpiar" el territorio de elementos minoritarios indeseables. Es decir, se provoca hostilidad hacia el grupo víctima desencadenando esa causalidad diabólica encarnada en un chivo expiatorio, como explicaba León Poliakov (1982). También, en los dos ejemplos, existe un grupo minoritario central sobre el que se descarga la furia de su neurosis, pero hay también otros grupos minoritarios que de igual forma sufren el exterminio junto a la nación victimizada. Los gitanos, los testigos de Jehová y los comunistas en el caso nazi, asirios y griegos5 en el caso de los Jóvenes Turcos. Además, los dos exterminios se realizaron bajo el manto de conflagraciones mundiales y ninguno de los pueblos víctimas tenía el respaldo de un Estado que velara por su seguridad: la Primera República de Armenia se estableció al término de la Primera Guerra Mundial en 1918, y el Estado de Israel se creó en 1948, algunos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Hay, además, un punto de comparación muy importante relacionado con el concepto de "crímenes contra la humanidad". Dicha noción fue introducida por vez primera, de manera pública, explícita y formal en el derecho internacional por parte de los Aliados -Gran Bretaña, Francia y Rusia- durante la Primera Guerra Mundial. En efecto, el 24 de mayo de 1915, a un mes de iniciadas las deportaciones en contra de los armenios, las potencias de la Triple Entente condenaron "la connivencia y frecuente apoyo de las autoridades otomanas" de cara a los "nuevos delitos de Turquía contra la humanidad y la civilización" (Dadrian 2005: 6). En dicha resolución, los Aliados culparon públicamente a los responsables del gobierno otomano y a sus agentes de las masacres que acababan de iniciar en contra de la población armenia: era la primera vez que se usaba el concepto de "crímenes contra la humanidad". De igual forma, tras el Holocausto, el artículo 6c de la Carta de Núremberg, y luego el Preámbulo de la Convención sobre el Genocidio de Naciones Unidas, incorporaron el concepto de "crímenes contra la humanidad" como una nueva norma penal internacional.
Como argumenta Vahakn Dadrian, uno de los más importantes especialistas en el estudio del genocidio armenio, la cuestión del castigo tiene una estrecha relación con la idea de prevención, y ahí existe una interrelación profunda entre el genocidio armenio y el Holocausto: ambos ocurrieron debido a que ninguno de los dos pudo ser prevenido; si el primero hubiese sido castigado, quizá no se habría alentado al Partido Nazi a cometer el segundo.
El castigo es una función de la prevención negativa: se puede inferir que la falta de castigo a los autores del genocidio armenio coadyuvó al Holocausto judío. Sin embargo, a los perpetradores del Holocausto se les aplicó una dosis importante de justicia retributiva al finalizar la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, ambos genocidios convergen en cuanto a la ausencia de prevención pero divergen en lo que se refiere al castigo. Sin embargo, al examinar las circunstancias que enmarcan esta dicotomía resulta evidente que un elemento de la dicotomía condicionó el otro. La apatía que sucedió a la Primera Guerra Mundial alentó a los nazis a concretar su esquema genocida durante la Segunda Guerra Mundial: así es como falló la prevención. De la misma manera, sin embargo, la suma de devastación y pérdidas humanas resultante del legado de esta inacción, impulsó a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial a instituir el procesamiento penal de los nazis, con lo que el ciclo de impunidad quedó cerrado y se estableció un precedente para la justicia retributiva en las relaciones internacionales (Dadrian, 2005: 7).
Aun cuando el mundo no pudo, o no quiso intervenir para rescatar a la población judía de Europa del mismo destino que tuvieron los armenios otomanos, decidió cambiar el rumbo al terminar la conflagración mundial y sustituir la impunidad con el castigo que se determinó en los Juicios de Núremberg. En el caso armenio de 1915, los Aliados victoriosos también ejercieron presión sobre la derrotada Turquía para procesar a los autores intelectuales del genocidio armenio, argumentando que si no lo hacían, los resultados de los acuerdos de paz serían muy severos. Finalmente, las cortes marciales establecidas en Constantinopla entre 1919 y 1922 resultaron ser un fiasco,6 lo que confirma que no puede esperarse que un Estado se acuse y condene a sí mismo. Sin embargo, lo que resultó ser relevante fue que en dicha corte marcial turca se declaró que algunos dirigentes e ideólogos del Partido Unión y Progreso fueron culpables de organizar un plan de exterminio en contra de la población armenia, condenando a dieciocho de las cabezas de este partido a la pena de muerte. De este número el tribunal solo pudo colgar a tres: Mehmet Kemal, Hafiz Abdullah Avni y Behramzade Nusret, ya que el resto de los declarados culpables, entre ellos Talaat, Enver y Djemal, las cabezas del triunvirato, se habían escapado y se encontraban en el exilio, lo que no impidió que fueran sentenciados in absentia. Posteriormente, estos personajes fueron localizados por miembros de un grupo clandestino de "justicieros" armenios7 quienes, al acribillarlos, cumplieron con la resolución del Tribunal Militar turco. De especial interés es el caso de Soghomon Tehlirian, asesino confeso de Talaat Pashá en Berlín (1921), quien fue absuelto por un tribunal alemán.8
El Juicio de Tehlirian fue seguido con mucho interés y preocupación por el judío polaco Rafael Lemkin, el creador del término "genocidio" en 1943, quien entonces era un estudiante de derecho en Berlín. Se dice que le preguntó a un profesor si Alemania hubiese podido enjuiciar a Talaat por sus crímenes, a lo que el profesor le respondió que no había ninguna ley internacional por la que Talaat hubiese podido ser juzgado.9 Para Lemkin esto no tenía sentido: "Es un crimen para Tehlirian matar a un hombre, pero no es un crimen para su opresor matar más de un millón. Esto es inconsistente" (Power, 2002). Ulteriormente, sería Lemkin quien, reflexionando sobre los procesos de exterminio de los armenios en el Imperio otomano y de los judíos en el Tercer Reich, calificaría estos actos aberrantes con la palabra que había acuñado para definir y juzgar estos crímenes: genocidio. De manera que la primera vez que se denominó genocidio a las masacres armenias, fue por parte del mismo inventor del término.
Una vez establecidas algunas de las convergencias y divergencias entre el Holocausto y el genocidio armenio, el interés de este artículo es, sin embargo, presentar una síntesis del proceso genocida en contra de los armenios, así como hacer una descripción del papel que ha tenido la negación del mismo por parte del gobierno turco.
La revolución de 1908 y la llegada de los Jóvenes Turcos
Desde la perspectiva de una mirada diacrónica, una de las transformaciones más inesperadas -y para los armenios por demás trágica- fue la metamorfosis que experimentó, de 1908 a 1914, el aparentemente liberal, igualitario y fraternal partido Ittihad ve Terakki Cemiyeti, popularmente conocido como los Jóvenes Turcos, hasta convertirse en un grupo chovinista y genocida, creando un nuevo orden y eliminando la Cuestión Armenia10 al exterminar al pueblo armenio (Hovannisian, 1986: 26). Dicho proceso inició con la Revolución de 1908, en la que un grupo de oficiales del ejército turco acuartelados en Salónica se rebelaron y forzaron al sultán Abdul-Hamid II a restaurar la Constitución de 1876, lo que implicó que el Imperio otomano se convirtiera en una monarquía constitucional en que las libertades individuales y los derechos étnico nacionales serían respetados, mismos que al principio fueron reconocidos y salvaguardados. De la noche a la mañana el regocijo de los turcos, armenios, griegos, judíos, árabes y kurdos era tan intenso que se llamaban hermanos; los cristianos -quizá la mitad de la población del Imperio en ese momento- dejaban de ser "gueavurs" (infieles asquerosos) y salían a las calles en manifestaciones multitudinarias. Bajo el grito de libertad, fraternidad, justicia, orden y diversos clichés de la modernidad, se abrazaban como recibiendo un nuevo mundo tanto tiempo esperado. "Una atmósfera de ternura general siguió al establecimiento del nuevo régimen, y escenas de reconciliación casi frenética en las cuales turcos y armenios se abrazaron en público, señalaron la aparente unión absoluta de dos pueblos antagónicos" (Morgenthau, 1919: 15).
En todo el Imperio se organizaron celebraciones públicas y manifestaciones en las que los combatientes sublevados conocidos como fedayínes bajaban de las montañas y eran aclamados en sus poblados como héroes que lucharon por la liberación de "todos los pueblos" otomanos. El partido armenio Tashnaksutiún, en una circular datada el 1 de septiembre de 1908, reconocía la independencia y la integridad territorial de la Turquía Constitucional y se asociaba a sí mismo con el concepto de "otomanismo"11 (Dasnabedian, 1988: 87). Ello nos permite asumir que en 1908 los armenios como un todo, y el partido Tashnaksutiún en particular, no eran vistos como una "amenaza mortal" hacia el Imperio otomano (Melson, 1986: 69). Las actividades partisanas/revolucionarias fueron disueltas y desbandadas, ya que no había razón de continuar en las montañas luchando por derechos de un grupo religioso nacional al tener una Constitución que los respetaba.
Pero muy pronto (marzo-abril de 1909), el sultán trató de instaurar el ancienne régime con la asistencia de algunos elementos reaccionarios. El ejército turco liderado por los Jóvenes Turcos reaccionó y logró destronar al sultán, además de suspender los derechos constitucionales y declarar un estado de emergencia. Los armenios se convirtieron en los más ardientes defensores del nouveau régime y, a pesar de la masacre de unos 30 000 armenios en Adaná en 1909, el Tashnaksutiún continuó con su política otomanista y no alteró su cooperación con el partido Ittihad.
El rompimiento se hizo total en 1912, cuando Ittihad asumió una política chovinista y de opresión a las pocas minorías nacional religiosas que quedaban en el imperio: la armenia, griega y asiria. Al independizarse los pueblos cristianos de la parte europea del imperio -griegos, búlgaros y serbios-, el otomanismo perdió su raison d'être dando lugar a dos orientaciones que competían entre ellas: el panislamismo y el nacionalismo turco (Melson, 1986: 74). Inspirado este último por el movimiento panturanio -un nacionalismo racial turco que buscaba la unión de todos los pueblos turcos en una patria conocida como Turán-.12
La secularización -y su impacto sobre la laicización- ya era parte del proyecto de la dirigencia de los Jóvenes Turcos, y sus líderes ultranacionalistas tomarían el poder en un nuevo coup en 1913. Un triunvirato gobernado por Mehmed Talaat, ministro de Asuntos Internos y posteriormente Gran Visir; Ismail Enver, ministro de Guerra; y Ahmed Djemal, gobernador militar de Constantinopla, posteriormente comandante de la IV Armada y luego ministro de Marina, fueron quienes contemplaban la transformación del multinacional y anacrónico Imperio otomano en un homogéneo y secular Estado turco, cuyo lema sería "Turquía para los turcos".13 Como ha mostrado Vahakn Dadrian (1993), para 1914 el plan de exterminio ya había sido pensado y redactado en un importante documento conocido como "Los diez mandamientos del Comité Unión y Progreso".14
El inicio de la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914 alarmó profundamente a la dirigencia armenia, ya que si el Imperio otomano entraba a la conflagración del lado de Alemania, la planicie armenia se transformaría nuevamente en un teatro de guerra ruso/turco, algo que siempre fue altamente problemático para los armenios al ser súbditos de ambos imperios y encontrarse en la línea misma de la conflagración. Por ello, la dirigencia armenia imploraba que los Jóvenes Turcos permanecieran neutrales, sin embargo tanto Talaat como Enver, dos de los máximos líderes del Partido Ittihad, ya habían posibilitado la firma de una alianza secreta entre Alemania y el Imperio otomano.
La admiración que tenía el triunvirato Joven Turco no era exclusivamente por la poderosa maquinaria bélica germana. La noción de Völkisch desarrollada en Alemania -un populismo romántico y nacionalista- también tenía una firme aceptación por el grupo. De este modo, los líderes del Ittihad plantearon su nueva concepción del Turquismo -inspirados sobre todo por el escritor nacionalista Ziya Gökalp-, suprimiendo el otomanismo fraternal esbozado en la Constitución otomana por un nacionalismo que buscaba trasformar al heterogéneo imperio, en un Estado homogéneo basado en los conceptos de nación y pueblo. Si la nación turca no existía, habría que inventarla. La tarea sería terminada por Mustafá Kemal años más tarde, pero es innegable que los cimientos de la Turquía moderna se fraguaron en las cabezas del triunvirato de los Jóvenes Turcos: quienes esbozaron un nacionalismo a ultranza en el que la creación de la diferencia se hace con la finalidad de construir una unidad, y en donde el millet15 deja de ser concebido como parte del Estado, convirtiéndose en una figura extraña y dañina. Se construye así un nacionalismo excluyente en el que el "otro" es un traidor y merece desaparecer. La guerra, como señala Helen Fein, es un medio idóneo en la búsqueda de ese deseado nuevo orden social:
Las víctimas de los genocidios premeditados del siglo XX -judíos, gitanos, armenios- fueron asesinados en aras de cumplir con el diseño de un nuevo orden por parte del Estado [...] La Guerra fue usada en ambos casos [...] para transformar a la nación de acuerdo a la fórmula de la élite gobernante y eliminando a los grupos concebidos como extranjeros, enemigos por definición (Fein Accounting for Genocide citado en Hovannisian, 1986: 28-29).
La guerra funciona como una "estructura de la oportunidad" (Dadrian, 2005: 30; 1993: 173; Melson, 1986: 80), lo que los estudiosos de la criminalidad concuerdan en señalar que existe en las vísperas de un crimen, porque la guerra se presenta en el momento oportuno y funge como lazo que conecta el estado embrionario con las fases de implementación en la evolución de un genocidio. Como en cualquier delito premeditado, si no se presenta la oportunidad adecuada, los delincuentes se ven imposibilitados para actuar. Más aún, es durante los conflictos bélicos que la autoridad legislativa, si no desaparece, cuando menos se contiene y minimiza su eficacia de acción; en estas circunstancias, el que más se beneficia de estos poderes de emergencia es la rama ejecutiva.
El Imperio otomano entraría en la guerra y los aliados desembarcarían en Galípoli, una de las campañas más costosas y trágicas de la Primera Guerra Mundial en la que participaron ingleses, australianos, neozelandeses y franceses. Pero el comando aliado sería un fracaso y la resistencia turca -bajo el caudillaje de Mustafá Kemal- se alzaría con una heroica victoria. Galípoli fue una guerra de trincheras que sería un icono durante el imaginario bélico posterior, los aliados abandonarían la plaza entre diciembre de 1915 y enero de 1916. El desembarco aliado en Galípoli fue el 25 de abril de 1915, un día antes el "chivo expiatorio" estaba siendo llevado a su martirio.
El proceso genocida de 1915
Al abordar la descripción de las tres etapas fundamentales en el proceso de exterminio de la nación armenia por parte del gobierno de los Jóvenes Turcos a mediados de 1915, es importante tener en cuenta que el gobierno ya había disuelto las labores del Congreso otomano, volviéndolo a convocar recién cuando el genocidio ya estaba casi consumado. Sin oposición del órgano legislativo, el partido ittihadista se vio en la posibilidad de emitir una serie de Leyes Temporarias (como la Ley Temporaria de Deportación o Tehcir Kanunu) que tenían como principio agilizar el exterminio de los armenios, bajo el manto de la guerra y apoyándose en las leyes para actuar acorde al "principio de la legalidad".
La primera etapa del proceso genocida armenio fue la decapitación de la intelectualidad.16 Desde el atardecer del 23 hasta el amanecer del 24 de abril,17 en la capital del Imperio -Constantinopla-Estambul- cientos de intelectuales, políticos y eclesiásticos fueron arrestados y posteriormente llevados al interior de Anatolia, donde se les asesinó. Este primer golpe contra la cabeza del pueblo armenio tenía como finalidad eliminar a la cúpula pensante, aquella que tenía la posibilidad de condenar de manera más efectiva el plan de exterminio.
Debido a que gran parte de la información que obtenían los armenios acerca del trato a sus conciudadanos provenía de la prensa que se producía en Constantinopla, fueron los periodistas y escritores los primeros en la fila de la deportación. Destaquemos que la prensa ya había sido considerada como instigadora y peligrosa desde el siglo XIX; de hecho, señala Hadjian (2001: 25), durante el régimen del Sultán Abdul Hamid II estaban prohibidas las palabras "Armenia", "patria", "libertad", etcétera, ya que podrían significar y simbolizar ideas revolucionarias. Por ello, no fue fortuito que el yatagán haya tenido como primeros en la fila a muchos de los periodistas y poetas de Constantinopla: "Los gendarmes demostraban interés particular por aniquilar a los más cultos e influyentes", decía el embajador estadounidense Henry Morgenthau en sus memorias (1919: 38), esto es, a quienes tenían la pluma para escribir, para condenar. Eran los que tenían facilidad de hablar lenguas europeas y podían transmitir, de manera coherente y clara, las atrocidades vividas en ese lugar al que consideraban "patria". Este interés en eliminar a la intelectualidad es, de hecho, una de las primeras acciones utilizadas por todo régimen autoritario para eliminar a sus opositores, o a sus minorías indeseables.18
Esta primera etapa tenía también como finalidad eliminar a los dirigentes, sobre todo a los miembros de los partidos políticos, para lo cual se instrumentó una fase de propaganda -que sería ampliamente divulgada en todo el Imperio- en la que los armenios se representaban como traidores y conspiradores. El ejemplo más claro de esta instrumentación fue la inculpación de todos los miembros del partido Hunchak de la filial de Constantinopla de querer asesinar a Talaat Pashá y sus "compinches". De especial interés es el hecho de que el complot fue descubierto en 1913, pero esperaron casi diez meses para arrestar a los conspiradores y casi dos años para condenarlos a muerte, justo un mes después del 24 de abril en que las condiciones para realizar el premeditado plan era oportuno. Es decir, el supuesto "complot" fue anterior a la entrada de Turquía en la guerra, pero el arresto, la condena, el ahorcamiento y la propaganda de todo ello se realizó bajo una cortina de corte marcial cuya finalidad era inculpar a los sediciosos de "criminales de guerra": en los términos del gobierno turco, unos "traidores armenios" querían asesinar a Talaat y ayudar a las potencias extranjeras. Esta estrategia fue funcional para degradar y envilecer a los armenios ante los ojos de todo musulmán y también como ejemplo para perseguir a distintos conspiradores en otras ciudades del imperio. Estos miembros del partido hunchak, conocidos como "los veinte ahorcados", fueron colgados el 15 de junio de 1915. Pocos días después, el 22 de junio, alrededor de 120 miembros de la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnaksutiún), que no habían mostrado deslealtad hacia el régimen ittihadista, también fueron detenidos, acusados de traición y sometidos a una muerte grupal, tal como escribió en uno de sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, el pastor protestante Johannes Lepsius.
El reconocido historiador inglés Arnold Toynbee, autor junto con el vizconde Bryce del libro The Treatment of Armenians in the Ottoman Empire 1915-1916 y publicado en el temprano 1916, desestimó las acusaciones de traición que los turcos habían hecho contra los armenios diciendo que "no resistirían ningún examen", son "fácilmente refutables" y "se asientan en los más frívolos basamentos" (Dadrian, 2005: 11). El interés primordial del gobierno ittihadista fue el de inculpar a todo un pueblo por las supuestas acciones de complot que algunos miembros de distintos partidos políticos realizaron, así como por las poquísimas sublevaciones armadas que bien podrían recibir el calificativo de "desesperadas".
Fueron cinco poblados -de los 2 900 asentamientos armenios existentes entre pueblos, vecindarios y ciudades de Anatolia- los que se sublevaron en contra del plan de deportación, entre ellos Zeitún -entre agosto y diciembre de 1914-; Musa Dagh -entre agosto y septiembre de 1915 y cuya gesta fue novelada por Franz Werfel-;19 la ciudad de Van -20 de abril al 17 de mayo de 1915-; Shabin Karahisar -6 junio al 4 de julio 4 de 1915-; y Urfá -29 de septiembre al 23 de octubre de 1915-, además de algunos grupos guerrilleros aislados que se sublevaron y mantuvieron una resistencia momentánea al ejército turco. En realidad, la gran mayoría de los poblados armenios no presentaron ningún tipo de resistencia, por lo que resulta paradójico sino imposible culpar a toda una nación de traición -como gusta decir el gobierno turco actual al referirse a las causas de la deportación durante el genocidio-. Desde una óptica comparativa, sería como culpar de sedición a todos los judíos europeos por los sublevados en el gueto de Varsovia.
La segunda etapa fue la eliminación de los hombres aptos físicamente y en edad de combatir, aquellos entre 18 y 40 años, que responden al llamado otomano de movilización general. Al estallar la guerra en julio de 1914 y entrar Turquía en ella en el mes de noviembre, los jóvenes armenios -como cualquier ciudadano otomano- tuvieron que cumplir con el deber cívico en defensa de la patria otomana. Sin embargo, los conscriptos armenios fueron transformados en soldados/obreros (amele taburi) destinados a construir caminos y vías férreas para luego ser aniquilados en puestos de retaguardia como "carne de cañón", al tiempo que otros fueron fusilados en trincheras construidas por ellos mismos. Fueron pocos los que sobrevivieron a las ejecuciones sumarias por parte de sus propios compañeros, los soldados y oficiales turcos. Esta información es corroborada por Arnold Toynbee (1915)20 y el Embajador estadounidense Henry Morgenthau, quien afirmó que los soldados armenios fueron obligados "a cavar sus tumbas antes de ser fusilados" (1919: 31). De esta manera, muchos de los que hubieran tenido capacidad para sublevarse, resistir las deportaciones o combatir en contra del gobierno otomano, fueron masacrados con anticipación.
En esta etapa es importante llamar la atención sobre el papel de los oficiales turcos, ya que en los genocidios, tanto en el judío como en el armenio, la importancia de planificar y manejar la logística requiere de cuadros comprometidos en el marco de la estructura de mandos y control que debe asegurar, además de una operación fluida, una secrecía especial. Dichos oficiales, sean nazis o ittihadistas, tenían un compromiso total con la ideología de sus respectivos partidos, más que con el Estado. Además, como hemos mencionado, la guerra apareció como una oportunidad única para convertir a ese poder político en una maquinaria militar capaz de planear, generar y orquestar un proceso genocida. Es por ello que al estudiar los genocidios, más que tratar de entender al Estado, el interés debe concentrarse en tratar de entender a los partidos políticos nacionalistas, esas cofradías que han sido capaces de movilizar y reemplazar al poder estatal.
La tercera etapa fue, consecuentemente, la más fácil. Con el pretexto de trasladar a los armenios desde las zonas de combate en el frente de guerra hacia lugares más seguros, inculpándolos de cooperar con el enemigo y de que estaban en una inminente rebelión a escala nacional, comenzó la deportación y exterminio de la masa popular con destino final a los desiertos de Siria y Mesopotamia. Las deportaciones iniciaron el 25 de mayo de 1915 y se componían predominantemente de mujeres, ancianos y niños, quienes eran sometidos a situaciones extremas para provocar su muerte por inanición o enfermedad, o exponiéndolos a que fueran atacados por bandas de Hamidiye, Çetes o de la Organización Especial; además muchas mujeres y niñas eran raptadas para ser islamizadas. Como señala Morgenthau, las deportaciones constituían un nuevo método de matanza -utilizado posteriormente por los nazis en contra de gitanos y judíos-, ya que el destierro hacia esas zonas desérticas tenía como finalidad el robo y la destrucción (1919: 36). Algunos no llegarían a los desiertos ya que serían masacrados in situ, como señala en sus memorias Mardirós Chitjian, un sobreviviente que, además de hacer una descripción etnográfica muy detallada de su aldea antes de 1915, también narra las atrocidades vividas:
A medio camino, en Mahlahin Tsor (un barranco del poblado de Perri, en la provincia de Jarpert) entré en shock al encontrarme con una escena horrible -la cosa más horrible que un ser humano podría imaginar-. Cientos de cuerpos armenios asesinados, desfigurados de las maneras más atroces que es dado imaginar; hombres, mujeres, ancianos y jóvenes, niños y bebés. Nadie se salvó. Sus cuerpos habían sido esparcidos o amontonados unos encima de otros. [...] Poco a poco comencé a percibir el olor pútrido que emanaban los cuerpos en descomposición. Era un acto de saña relativamente reciente. Mi mente comenzó a bloquearse. No podía terminar de comprender lo que estaba viendo. [...] Me había quedado petrificado, quería vomitar. Tenía apenas 14 años. Mi inocente cerebro se negaba a aceptar la profunda crueldad de los actos bárbaros que los seres humanos son capaces de infligir en otros (Memorias de Hampartzoum Mardiros Chitjian, 2014: 156).
Hubo también otros métodos de exterminio escondidos bajo el término "deportación", como el utilizado por el llamado "verdugo" de Trebizonda, Djemal Azmi, uno de los fundadores de la Organización Especial (Teshkilat Mahsusa), quien al terminar la guerra escapó hacia Alemania. Azmi tenía una especial afición por ahogar a las caravanas que le correspondían, como fue confirmado en el Veredicto de Trebizonda durante los Juicios de Estambul: "Las mujeres y niños eran cargados en lotes hacia barcazas y barcos, ostensiblemente con el propósito de ser transportados de manera normal, sin embargo, una vez que estaban fuera del alcance de la vista, fueron sumariamente ahogados y destruidos" (Dadrian y Akçam, 2011: 111). Djemal Azmi fue encontrado culpable por el tribunal militar turco, el cual lo sentenció a muerte in absentia, como sucedió con Talaat Pashá, quien fue acribillado en Berlín por la operación Némesis. Sus crímenes fueron descritos tanto por el cónsul estadounidense de Trebizonda, Oscar S. Heizer, como por el periódico The New York Times en la página tercera de la edición del 7 de octubre de 1915.21
El oasis/aldea de Deir ez-Zor, en el desierto sirio, se convirtió en símbolo de tumba y destino final en el imaginario armenio durante y después del genocidio. Las deportaciones también llegaron a otros lugares que funcionaban como campos de tránsito o de concentración,22 todos improvisados en zonas desérticas y en las inmediaciones de pequeños pueblos y aldeas que fueron la antesala en donde los sobrevivientes se arrebataban la poca comida existente y deambulaban casi al borde de la locura, algunos quizá cometieron actos de antropofagia23 antes de llegar a sus fosas, su destino final.
Mientras, en sus "abandonadas" propiedades y casas, "los 'mohadjirs' mahometanos, inmigrantes de otras partes de Turquía, eran ubicados en los barrios armenios" (Morgenthau, 1919: 37). Y sus efectos personales eran destruidos o malbaratados en los mercados de sus antiguas ciudades (El-Ghusein, 1918: 26). Sabemos, asimismo, que las propiedades confiscadas sirvieron tanto para financiar la guerra como para posteriormente crear una burguesía musulmana que reemplazaría a la clase media armenia que estaba siendo eliminada (Akçam, 2006: 10). Así como sucedió con la ley de deportación, también hubo un interés por parte del régimen genocida de mostrar cierta legalidad en la confiscación, y para ello emitió el 10 de junio de 1915 una ley suplementaria que contenía instrucciones sobre la manera de registrar los bienes de los deportados, cómo salvaguardarlos y cómo disponer de ellos a través de subastas públicas.
Uno de los argumentos esbozados por el actual Estado turco para tratar de justificar las deportaciones, es que las mismas se realizaron con la intención de alejar a la población armenia del frente de guerra, lo que no explica que también haya habido deportaciones en zonas alejadas del frente, como en la costa mediterránea. Es paradójico que justamente esas caravanas hayan sido conducidas a zonas en donde había guerra, muy cerca de la Sexta Armada otomana en Deir ez-Zor, o detrás de la Cuarta Armada en Houran (Akçam, 2006: 11). Además, a estas caravanas no se les brindó ningún tipo de ayuda básica para el trayecto e, inclusive, se rechazó toda ayuda ofrecida tanto por la aliada Alemania como por el entonces neutral Estados Unidos, así como por diversas organizaciones humanitarias.
La incitación de los musulmanes
A estas tres etapas hay que agregar un importante recurso que sirvió como móvil y que es mencionado en los Mandamientos del Comité Unión y Progreso que hemos citado: la incitación de las masas musulmanas. Este es un tema que ha sido ampliamente trabajado por Dadrian (2008, 2005, 1993) y también narrado por un testigo musulmán de las masacres: Fa'iz El-Ghusein24 (1918), pero sobretodo, es una parte muy importante de los testimonios que proporcionaron los sobrevivientes de las masacres.
El fervor mostrado por los musulmanes al cometer las atrocidades en nombre del Islam fue una de las experiencias que más impresionaron a los sobrevivientes, y a partir de la cual crearon diversas historias y narraciones posteriores.25 Esta narración es un elemento fundamental en la construcción de la identidad armenia posterior al trauma. Además, muestra cómo la religiosidad era todavía un instrumento fundamental para la consecución del genocidio. Quizá en las mentes de los ideólogos el proceso genocida era un proyecto modernista para construir un Estado, pero en las masas se trataba más bien de ese mundo anacrónico, mediado por una religiosidad totalizante.
En este sentido, uno de los artículos más siniestros de los Mandamientos del Comité de Unión y Progreso fue el tercero: "Se debe preparar a la opinión pública musulmana a través de los medios apropiados, por lo cual se deben organizar algunos incidentes planeados [...]". El propósito de la incitación era que se pudiera hablar de "enfrentamientos intercomunitarios" que habrían llevado a mutuas atrocidades, lejos del control del Estado. El llamado religioso buscaba inflamar las pasiones en contra de los grupos cristianos minoritarios, algo que ya se había utilizado durante las matanzas del Sultán Abdul Hamid II en 1894-1896. Y es que un principio central del derecho otomano, el cual se regía por el Akdi Zimmet (contrato con la nación sometida), estipulaba que no debía haber hostilidades contra los no musulmanes, una vez que estos habían sido vencidos y sometidos, lo que les daba el derecho a la protección (dehalet).26 Pero como los armenios habrían traicionado al imperio y buscado el apoyo de Europa, habían violado dicha disposición y perdido el derecho a la clemencia (berat), por lo que era posible argumentar que matar a los infieles armenios, traidores, estaba permitido dentro de la Sharia.
Para llevar la incitación religiosa a sus extremos, el Imperio otomano declaró la guerra santa (yihad) en noviembre de 1914; los cristianos del Imperio vieron que su seguridad era totalmente vulnerable. En este sentido, es importante comparar que tanto los judíos como los armenios tuvieron en común el estatus de minorías menospreciadas, relegadas y oprimidas durante siglos por los grupos dominantes operantes en sus respectivos Estados. Dicha diferenciación y victimización implicó el surgimiento y desarrollo de los etnocentrismos judío y armenio: "Con el fin de complacer y, a veces, aplacar el carácter abusivo de los grupos dominantes, judíos y armenios aprendieron a mostrarse sumisos mientras desarrollaban una fortaleza interior que, aunque sutil, alcanzó niveles de agresividad étnica" (Dadrian, 2005: 28). Este combate a la asimilación y tanto desarrollo de una identidad étnica/religiosa acendrada -sobre todo en períodos de crisis graves- hacía que los grupos de dominantes se irritaran y generaran discursos negativos y políticas antisemitas o antiarmenias.
Las pasiones exacerbadas de la sociedad musulmana en el Imperio otomano implicaban que sus víctimas también vieran su adhesión a una religión como motivo de su persecución.27 Las más terribles masacres del siglo XIX coincidieron varias veces con arengas al yihad hechas por los mollahs en la obligatoria oración semanal de los viernes en la mezquita. La declaración de la guerra santa de 1915 fue hecha por el Comité de Unión y Progreso con el fin específico de hacer inflamar las pasiones del pueblo musulmán, 28 a pesar de que los Jóvenes Turcos no eran religiosos en lo absoluto. Aun cuando el titiritero fuera un nacionalista turco, los hilos que utilizaba todavía se regían por fidelidades de sepa no nacional, siguiendo una lógica parecida a las persecuciones que se habían presentado en Anatolia durante el siglo XIX. Señalemos que el Islam practicado en el Imperio otomano era "tolerante" para con la gente del libro (Biblia), pero ésta estaba basada en la sumisión y el mantenimiento de un perfil subyugado y de segunda clase; en este marco, el nacionalismo armenio -así como el árabe, griego y búlgaro- representaba una traición ante el statu quo, y esta traición debía pagarse con la muerte. Dicha severidad en el castigo necesitó de un plan premeditado, con un trabajo preparatorio y una ardua labor para incitar al pueblo creando una representación del cristiano/armenio como provocador, traidor, ingrato, sedicioso y rebelde. La creación de un clima de opinión pública que aplaudía el castigo y que, además, ayudara a su consecución, fue algo que se fraguó desde el ensayo general de 1909, se instauró en el poder con la llegada del ala chovinista de los Jóvenes Turcos29 en 1913, y se llevó a cabo bajo el manto de la guerra entre 1915 y 1918, con secuelas hasta 1923. Fue un plan modernista estatal en la cabeza del gobierno, pero con una articulación religiosa en la base social.
El populacho kurdo y turco que mató a los armenios estaba indudablemente motivado por razones religiosas, pero los que verdaderamente concibieron el crimen no tenían tal móvil. Casi todos eran ateos sin ningún respeto por el mahometanismo o el cristianismo; para ellos el único móvil era el Estado, frío y calculador (Memorias del embajador estadounidense Henry Morgenthau, 1919: 47-48).
Sus víctimas también lo entendieron así: mientras que para el campesino armenio aislado -el grupo mayoritario de los masacrados- se trataba de una lucha en defensa de la religión, para los líderes que habitaban en Constantinopla o en las comunidades (gaghut) de la dispersión, ya habían sido interpretadas como luchas nacionalistas seculares. El plan de agitación se movía en dos niveles, el primero iba dirigido a los educados notables turcos y funcionarios de alto rango, el segundo buscaba al pueblo -en su mayor parte analfabeto-, inflamando pasiones xenófobas con mucha violencia (Dadrian, 1993: 192). Esta construcción emotiva de odio, fraguada desde Constantinopla, tuvo en la violencia hacia el cristiano su vehículo de expresión y en diversos musulmanes,30 no solo turcos, su mano criminal. La función de la incitación como iniciador de un genocidio, nos dice Dadrian, está directamente relacionada con la disparidad entre las actitudes y las acciones de los grupos incitados con la de los arquitectos del genocidio. La inocencia, candidez y excitabilidad de los primeros contrasta con el cinismo persuasivo de los segundos.
También para esa mayoritaria "masa" armenia -entre 70 y 80% de los armenios eran campesinos apolíticos dedicados a tareas agrícolas en sus territorios ancestrales- que estaba siendo deportada hacia el desértico sur por bandas de soldados turcos, circasianos, chechenos y kurdos, y pillada por éstos, constantemente castigada con adjetivos de infidelidad y, en algunos casos, forzada a la conversión, las masacres se presentaban más bien como una motivación de tipo religioso. La conversión al Islam -aunque no siempre existía dicha posibilidad- 31 para un armenio en el Imperio otomano de 1915 implicaba devenir turco y, quizá, salvarse, especialmente para las mujeres y niños, como refiere Toynbee:
Solo un tercio de los dos millones de armenios de Turquía ha sobrevivido, y éstos a costa de su apostasía hacia el Islam o dejando cuanto poseían y huyendo a través de la frontera. Los refugiados vieron morir a sus mujeres y niños en los caminos y, para las mujeres, la apostasía significó la muerte en vida por el casamiento con un turco y la internación en su harem (Arnold Toynbee The murderous Tyranny of the Turks, Londres, 1917:15. apudOhanian, 1986: 578).
En este sentido, como señala Ümit Üngör (2015: 76-77), Talaat emitió varios decretos nacionales en los que se definía a quienes se perseguiría, y en junio de 1915 excluyó a los conversos armenios al Islam de las deportaciones. Sin embargo, dos semanas después, Talaat reincorporó a los conversos porque se dieron cuenta que varios de ellos se habían convertido "de dientes para afuera" y que en realidad, en secreto, seguían practicando el cristianismo. En los años siguientes se mantuvo un férreo control sobre los armenios y asirios conversos; de hecho muchos vivieron como criptocristianos o silenciando su identidad armenia para vivir como musulmanes. Debemos apuntar que en todo el oriente de Turquía, incluso hoy día, hay diversas familias que saben que sus ancestros, en especial sus abuelas, eran en realidad armenias.32 Ümit Üngör estima entre 30 y 40 mil los criptoarmenios que viven hoy en Turquía, pero otros investigadores elevan este número hasta setecientos mil (Khanlarian, 2005: 104 citado en Melkonyan, 2008: 98).
Entre los grupos de sobrevivientes debemos contar, también, a las mujeres que se dedicaron a la prostitución. El elevado número de viudas cuyos familiares habían sido exterminados, así como el creciente número de mujeres que eran cabezas de familia generó que muchas de ellas tuvieran que recurrir a la prostitución para sobrevivir y sostener a sus familias; según un estudio, en el año 1919 de las 140 prostitutas en Mosul 100 eran armenias (Tachjian, 2009 citado en Ümit Üngör, 2015: 84). El estigma social que estas mujeres cargaban era imposible de superar, aunado a que sus clientes habían sido, de hecho, los asesinos de sus familias. En ocasiones, algunas de las mujeres que habían sido raptadas durante la deportación fueron rescatadas de los harenes en que se encontraban,33 y al ser reintegradas a los campos de refugiados armenios en Siria o Líbano, recibían un nuevo rechazo, ahora por venir tatuadas con los símbolos de sus raptores.
El último grupo de estos habitantes del limbo eran los huérfanos, un tema que ha sido estudiado en detalle en los últimos años, y que arroja luz sobre cómo fue la lucha para apropiárselos por parte de los Jóvenes Turcos, así como por parte de organizaciones tanto armenias como de misioneros protestantes. Para los nacionalistas del Ittihad los niños constituían una valiosa forma de propiedad y era necesario dotarles de ideas nacionalistas y de una identidad turca. También como parte del proyecto genocida, y nuevamente apoyándose en leyes para actuar bajo el "principio de la legalidad", Talaat emitió un decreto el 12 de julio de 1915 que decía "los niños que pudieran quedarse huérfanos durante la transportación de los armenios serán internados en orfanatos administrados por el gobierno cuanto antes". Esto es sin duda una forma de intención, "una grieta en el cerrado velo de secrecía que rodeó la organización del genocidio" nos dice Ümit Üngör (2015: 69), ya que los Jóvenes Turcos estaban conscientes que de las deportaciones resultarían un gran número de huérfanos. La destrucción de los armenios no era accidental, existía una clara conciencia de los resultados que se obtendrían, por tanto había una intencionalidad. Durante los siguientes años, las políticas contra los huérfanos armenios siguieron siendo las mismas, la orden era "criar y asimilar" (terbiye ve temsil) a los niños de acuerdo a la tradición musulmana.
Pero también los armenios buscaron "salvar y educar" a sus huérfanos. De especial mención es el Comité Americano para la Asistencia de Siria y Armenia que después sería conocido como Near East Relief (NER), organización fundada en 1915 que dio cobijo, vivienda y alimento a unos 132 000 huérfanos armenios y asirios. Muchos de los orfanatos estaban en los protectorados de Siria y Líbano, algunos en Chipre y Grecia; especialmente importante por el papel que jugó en la reconstrucción de la Primera República de Armenia, fue el complejo de orfanatos instalados en Alexandropol/Leninakan -hoy Gyumri- conocido como City of Orphans, y que en el año de 1919 tenía unos 50 000 huérfanos sobrevivientes del genocidio armenio.34
Los orfanatos imprimieron un sentido de comunidad entre los sobrevivientes; en ellos, además de volver a aprender la lengua ancestral -que quizá algunos nunca habían hablado-, aprendieron a escribir y tuvieron un rencuentro con su identidad armenia (Miller, 1993: 51). En esos mangabardez orientales -jardín de infantes- se les enseñaba a leer y escribir, pero el aprendizaje que los modificaría para el resto de su vida fueron los oficios. Allí, los huérfanos aprendieron a ser zapateros, sastres, mecánicos, etcétera, profesiones que serán la piedra angular para rehacer su vida en los nuevos contextos del desplazamiento, en esas comunidades que empezarían a crear alrededor del mundo. Y es que estaban imposibilitados de regresar a su patria ancestral que se había quedado en el centro de Anatolia, ahora llamada Turquía. Es en esas comunidades de la diáspora en donde también llevan a cabo conmemoraciones por el millón y medio de mártires que desaparecieron durante el proceso genocida, y donde comenzaron a pedir que su infortunio, el crimen que vivieron, fuera reconocido no solo por el Estado que los recibió como refugiados, sino en especial por el heredero del gobierno otomano que mantiene un velo oscuro sobre su pasado. La negación, argumentan, es la última fase de un genocidio.
La política de negar lo evidente
A pesar de la gran cantidad de evidencia disponible tanto en fuentes turcas como en la de los aliados del Imperio otomano (Alemania y Austria), fuentes neutrales o del Vaticano,35 así como una enorme cantidad de testimonios, no solo de armenios sino también de la población turca o kurda que actualmente vive en la zona que antes de 1915 estaba habitada por armenios, Turquía insiste en negar este genocidio.
Quizá, nos dice el historiador turco Taner Akçam, Turquía tiene temor por las posibles repercusiones en términos de compensación por territorio y propiedad. Si dejamos a un lado el asunto de los reclamos territoriales, que más que del derecho internacional depende de principios éticos y honorables, el asunto de la compensación financiera es muy real, sobre todo en relación con las propiedades que tenía la Iglesia o las que tenían los armenios masacrados, y en este sentido, hay una serie de demandas específicas que pueden y deben ser resueltas.36 Además, para muchos armenios, el valor que tiene la compensación monetaria por un pedazo de tierra es insignificante en relación con el valor que tiene el pedir perdón, sincero, por el crimen cometido.
El factor moral es otra de las razones de peso y guarda conexión con lo que mencionábamos al principio. Algunos miembros del Comité Unión y Progreso, escapando de los juicios realizados por el Tribunal Militar en Constantinopla/Estambul, lograron incorporarse al Movimiento Nacionalista Turco de Mustafá Kemal, incluso convirtiéndose en figuras centrales del gobierno de la naciente república. Dado que no se les hizo responsables de los crímenes cometidos, dicha violencia se volvió el modus operandi en su futuro actuar político, excluyendo a todo aquel que no se considerara un buen ciudadano turco (Goçek, 2015: 198), lo que explica la masacre de los kurdos en el Dersim, en 1938. Otros personajes del genocida Partido ittihadista fueron ensalzados posteriormente por el gobierno turco, entre los que merecen especial mención los casos de Talaat y Enver Pashá, responsables del exterminio de más de un millón de personas, condenados a muerte por dichos crímenes y asesinados por "justicieros" armenios. En 1926 los dos fueron enaltecidos por el parlamento turco como héroes de guerra y sus familias recibieron pensiones estatales, inclusive sus cuerpos fueron repatriados y se erigieron mausoleos enfrente del Ministerio de Defensa. Como menciona Akçam, declarar que algunos de los padres de la actual república son criminales de guerra, sería cuestionar la identidad misma del Estado turco (2002: 11). Hay de igual modo un componente que impide que la sociedad turca se enfrente con su pasado, no solo en el caso del genocidio armenio, sino que gran parte de la historia actual también es constantemente silenciada por el gobierno,37 como la cuestión kurda y el papel de los militares en su represión.
Al negar los hechos, los genocidas evitan que las víctimas realicen el proceso de duelo por la pérdida de sus familias y de su patria, por lo que viven encerradas en ese universo de violencia que padecieron, incapaces de generar un proceso de sanación. Pero la sociedad que cometió el genocidio también sufre, nos dice Müge Göçek, ya que el "no aceptar la responsabilidad por la violencia cometida en el pasado conduce a la institucionalización y normalización de la violencia en la sociedad, lo que imposibilita que dicha sociedad alcance una verdadera democracia" (2015: 189).
Ya son 29 países -desde que Uruguay lo hiciera en 1965- que reconocen que las masacres de armenios en el Imperio otomano, según la definición creada por Lemkin, son un genocidio. Además de la importante Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio, otros reconocidos académicos y estudiosos del Holocausto han alzado su voz para instar a Turquía a reconocer este crimen de Estado, entre ellos varios de origen judío: Elie Wiesel, Yehuda Bauer, Israel Charny,38 Deborah E. Lipstad o Susan Sontag, entre otros. En distintos brochures distribuidos por embajadas turcas alrededor del mundo se menciona que solo 20 de los 200 parlamentos en todo el mundo han reconocido que las masacres de armenios en 1915 son un genocidio. Efectivamente, países como Malawi, Tonga o Nauru no se han pronunciado sobre este tema, pero Austria (en 2015) y Alemania (en 2005, 2015 y 2016), países que estuvieron al lado de Turquía y apoyaron con armamento y con militares al Imperio otomano, ya lo han hecho. Alemania, además, ha ido aún más lejos -como señala Hilmar Kayser en una reciente entrevista- a raíz de la resolución del Parlamento alemán reconociendo el genocidio armenio (2016). En dicha entrevista afirmó que la Alemania moderna, como sucesora del Imperio alemán (1871-1918), heredó la responsabilidad legal y política de los actos de su predecesor:
Y aunque el gobierno alemán como tal no participó ni apoyó el asesinato de los armenios, lo que hizo fue mirar hacia otro lado y dejar que el genocidio pasara ya que pensaba que con eso beneficiaría los intereses de Alemania. Ahora, en 2016, el Bundestag se refiere a esta página negra en la historia alemana y se disculpa. La resolución no es una condena contra Turquía, es Alemania enfrentando su propia historia (Entrevista a Hilmar Kaiser en Diler, 2016).
Recientemente el mismo Bundestag inició un procedimiento para también encarar su pasado colonial en África, buscando reconocer el genocidio de los hereros en Namibia (The Times of Israel, 2016). Esta actitud de Alemania debe ser un ejemplo para todos los países cuyos gobiernos han cometido crímenes de Estado. Esperamos que en un futuro próximo la República Turca imite al gobierno alemán y enfrente su propio pasado.