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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.52 no.210 Ciudad de México sep./dic. 2010

 

Reseñas

 

"De niñas, montoneros y gorilas"

 

Gilda Waldman Mitnick

 

Reseña del libro de Laura Alcoba, La casa de los conejos, trad. Leopoldo Brizuela, Barcelona, Editorial Edhasa, 2008, 136 pp.

 

Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Circuito Mario de la Cueva s/n, Av. Universidad 3000, col. Copilco–Universidad, del. Coyoacán, México, D.F., 04510. waldman99@yahoo.com

 

Casi a fines del año 2008, fueron encontrados –en lo que fuera uno de los centros clandestinos de detención que funcionaron durante el último régimen militar en la ciudad de La Plata, Argentina–, más de diez mil fragmentos de huesos calcinados. Los restos se encontraban en unas dependencias policiales utilizadas como centros clandestinos durante la última dictadura militar (1976–1983). En el sitio fue hallado, también, un paredón con cerca de doscientos impactos de bala, posiblemente utilizados para fusilamientos. A raíz de este macabro hallazgo, el pasado volvió a hacerse presente en la sociedad argentina, evidenciando que los crímenes cometidos durante el régimen militar no están aun cabalmente esclarecidos.

La historia reciente de Argentina, y en particular el período dictatorial, es una temática que sigue motivando decenas de investigaciones. Ciertamente, existe una abundante bibliografía al respecto, fundamentalmente de tipo testimonial y periodístico, a la cual se agrega una historiografía que ha introducido el empleo de la historia oral y la memoria. A lo anterior cabe añadir innumerables textos de análisis sobre la traumática experiencia dictatorial. Si bien gran parte de las reflexiones en torno a la historia de las décadas de los 60 y 70 tienen como ejes temáticos la movilización social, los movimientos político– armados, el terrorismo de Estado, la reestructuración económica o los cambios culturales, también han comenzado a publicarse desde hace ya un tiempo numerosos testimonios que narran las historias de vida y las experiencias militantes de quienes, comprometidos con la lucha armada y con la utopía de cambiar el mundo, fueron posteriormente víctimas del terrorismo de Estado.

No obstante que los libros publicados a partir de la segunda mitad de la década de los 90 se refieren, particularmente, a las experiencias de varones, también pueden mencionarse algunos trabajos realizados desde una perspectiva de género que realizan un aporte significativo. Entre estos últimos, cabe destacar los libros de Marta Diana, Mujeres guerrilleras (Buenos Aires, Planeta, 1996), Gabriela Saidon, La Montonera. Biografía de Norma Arrostito (Buenos Aires, Sudamericana, 2005) y Laura Giussani, Buscada. Lili Massaferro: de los dorados años cincuenta a la militancia montonera (Buenos Aires, Norma, 2005). A ellos puede agregarse la reciente publicación, en 2008, de La casa de los conejos, un libro en el que su autora, Laura Alcoba, una escritora argentina residente en París desde 1979, traza con una voz narrativa infantil su propia historia: la de la niña de siete años, hija de un militante montonero (preso durante el período que abarca el relato) que se va a vivir clandestinamente durante algunos meses de comienzos de 1976 con su madre, también militante de la misma organización, a la casa donde funcionaba la imprenta clandestina de Montoneros, en la ciudad de La Plata, encubierta bajo la fachada de un criadero de conejos. La madre y la niña abandonaron la casa a mediados de 1976 y, pocos días más tarde, la imprenta fue destruida en un impresionante operativo que dejó como resultado siete montoneros asesinados y una bebé secuestrada que hasta el día de hoy no ha sido posible localizar.

En verdad se trata de un libro de memoria. Laura Alcoba necesitó treinta años para poder plasmar en él sus recuerdos. Aunque señala al comienzo del texto que pensó que debía dejar pasar tiempo o esperar que ya no hubiera sobrevivientes, lo que la decidió a relatar esa experiencia fue un viaje a Argentina y la visita a la casa, hoy convertida en museo.

Desde la subjetividad más íntima, la mirada de una niña reconstruye una historia personal y generacional. Por una parte, el clima de violencia, angustia, miedo, desapariciones y secuestros de bebés, propio de los años 70 en el marco del horror dictatorial, así como la vida cotidiana de un grupo de militantes agobiados por las presiones y peligros de su inminente derrota. Por la otra, el desamparo y la vulnerabilidad de una pequeña de siete años, obligada por las circunstancias a vivir en la clandestinidad (mudándose de domicilios, utilizando documentación falsa, perdiendo su apellido, viajando en la parte trasera de un coche sin comprender cabalmente por qué, visitando de vez en cuando en la cárcel a su padre o encontrándose a escondidas en una plaza con sus abuelos). La voz infantil habla no sólo desde la clandestinidad, sino fundamentalmente desde el miedo, la incertidumbre, el terror y, también, desde la inocencia y la perplejidad de una niña que, sin saber cómo hacerlo, debe asumir responsabilidades adultas y comportarse casi como una militante comprometida (mantener el secreto de lo que verdaderamente es el lugar, pasar desapercibida en la escuela, conocer las reglas de seguridad, manejar el secreto, etcétera), cometiendo, sin embargo, algunos errores que agudizaban el peligro que corría la organización y que le valieron serios regaños.

Si bien el material del libro es autobiográfico, no se trata de un testimonio, aunque las fronteras entre ambos se confundan. La casa de los conejos es, más bien, una reconstrucción ficcional, en la que las estrategias narrativas le dan una densidad particular a lo testimonial–autobiográfico. Para Laura Alcoba, reconstruir la mirada de la niña sólo se puede hacer a través de la ficción, pues ésta es el único lugar posible para recrear la atmósfera de angustia y miedo de la época. La brutalidad de los hechos se vuelve aun más intensa desde la mirada infantil, penetrante y a la vez ingenua, construida desde lo íntimo y lo privado. La toma de distancia a partir de la ficción impide que la narración adquiera un carácter ideológico, explicativo o moral. El lector queda librado a su propia interpretación y valoración de lo acontecido. La estrategia narrativa está construida a través de pequeños capítulos–fragmentos muy pequeños, que parecen ser instantáneas de un álbum de fotos. Pero ninguna fotografía calca la realidad tal cual es, sino que está siempre mediada en un encuadre, desde un ángulo y una luminosidad específica. El álbum de La casa de los conejos comienza con la fotografía nítida de la voz en primera persona de la autora–narradora ya adulta, dirigiéndose a Diana Terrugi –la militante de montoneros responsable de la imprenta y cuya hija desapareciera en el ataque a la casa–, y finaliza con otra fotografía igualmente nítida en la que la misma autora–narradora resume de manera escueta el destino de los personajes. Entre ambas fotografías, el álbum se desgrana en una alud de escenas borrosas y casi inconexas (como la memoria misma: fragmentaria, selectiva, carente de un orden cronológico lineal), estructuradas ficcionalmente al tiempo que la mirada fotográfica tampoco es fija; la narradora mira en un permanente movimiento entre el "afuera" y el "adentro", el "nosotros" y el "ellos", lo visible y lo invisible, el silencio y la palabra.

Lo que fuera "la casa de los conejos" está convertida actualmente en un museo de la memoria. La única persona que puede contar la historia de esa casa, por lo menos durante los meses que vivió allí, es Laura Alcoba. Todos, salvo ella, su madre y quien los delató, están muertos. Relatada desde su particular punto de vista, y tomando en consideración que nadie más sobrevivió, la interrogante que atraviesa todo el texto es: "¿Por qué algunos han muerto y yo no?" La respuesta cae como pesado granito dispuesto a disolver el entender: "el azar", palabra ideada en un juego de crucigramas y que resulta ser "la más adecuada ya que se había formada sola, por azar". Sin embargo, es un "azar" críptico, escrito inicialmente con faltas de ortografía ("asar"), incluso su corrección ("Izabel") se entreteje con los otros vocablos del crucigrama: "Videla", "dar", "muerte", "arte". Una metáfora pertinente para el azar de la sobrevivencia, la denuncia del horror y la oportuna escritura de este libro.

 

Información sobre la autora

Gilda Waldman Mitnick Socióloga. Doctora en Sociología por la FCPyS–UNAM, de donde es profesora de tiempo completo. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT, nivel II. Sus principales líneas de investigación son: historia y memoria, literatura y sociedad. Es autora de numerosos capítulos en libros así como de artículos publicados en revistas especializadas, entre ellos: "Imaginaciones autobiográficas. Voces, tiempos y espejos en dos autobiografías de mujeres" (2010); "Mujeres por mujeres. Miradas femeninas en la novela histórica contemporánea chilena. Primeras aproximaciones" (2010); "El rostro en la frontera" (2009); "¿Dónde está el hogar? Apuntes para una reflexión" (2009) y "Violence and Silence in Dictatorial and Postdictatorial Chile" (2009).

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