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Investigación económica

Print version ISSN 0185-1667

Inv. Econ vol.71 n.279 Ciudad de México Jan./Mar. 2012

 

El fin de la frontera agrícola y el acaparamiento de tierras en el mundo

 

The end of the agricultural frontier and land grab in the world

 

Yolanda Trápaga Delfín*

 

* Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Correo electrónico: <trapaga@.unam.mx>.

 

Manuscrito recibido en febrero de 2011.
Aceptado en octubre de 2011.

 

Resumen

Al iniciar el nuevo siglo la realidad vuelve a enfrentarnos a la necesidad práctica de repensar lo insostenible de un sistema económico que pueda crecer de manera ilimitada con base en una dotación finita de recursos, de hecho se observa en los mercados globales un rezago relativo en la oferta de ciertas materias primas y de recursos naturales renovables y no renovables, así como incrementos en sus precios, al mismo tiempo que se constatan procesos de concentración de las fuentes de abastecimiento correspondientes por parte de gobiernos y del capital privado, conscientes de que las existencias disponibles son muy pocas. Este fenómeno lo analizaremos en estas líneas, en especial en lo concerniente a las tierras para la producción de alimentos.

Palabras clave: acaparamiento de tierras, huella ecológica, crecimiento económico.

Clasificación JEL:* Q15, Q18.

 

Abstract

At the beginning of the new century we are confronted to the need of rethinking how unsustainable it is an economic system that pretends to grow indefinitely on a finite basis of natural resources. In the meantime we observe a lag in the offer of certain commodities and of some renewable and nonrenewable natural resources, as well of a rising in the prices. At the same time, some governments and private capital are concentrating the available resources, mainly in non-developed nations. In the paper we will explore this trend focusing on agricultural land.

Key words: land grab, ecological foot print, economic growth.

 

INTRODUCCIÓN

Más de dos siglos de expansión del capitalismo en el planeta han llevado a retomar en algunos ámbitos la idea de que los límites físicos al proceso de acumulación, que señalaban los economistas clásicos, es un elemento que cuestionará en algún momento ya no muy lejano la viabilidad del proceso de acumulación anclado en la idea del crecimiento infinito como única prueba de salud del sistema económico imperante.

Al iniciar el nuevo siglo, la realidad vuelve a enfrentarnos a la necesidad práctica de repensar lo insostenible de un sistema económico que pueda crecer de manera ilimitada con base en una dotación finita de recursos y el hecho de que se observa en los mercados globales un rezago relativo en la oferta de ciertas materias primas y de recursos naturales renovables y no renovables, al mismo tiempo que se constatan procesos de concentración de las fuentes de abastecimiento correspondientes por parte de gobiernos y del capital privado, conscientes de que las existencias disponibles son ya muy pocas. Este fenómeno lo analizaremos principalmente en lo concerniente a las tierras para la producción de alimentos.

 

EL CONTEXTO DE LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS

Distintas fuentes coinciden en predecir un escenario de escasez global de alimentos hacia el año 2020 si las temperaturas se elevan a niveles promedio de 2.3 grados por encima de las prevalecientes en la época preindustrial; y tal parece que la tendencia ha comenzado. La producción constante y suficiente de alimentos ha condicionado la viabilidad de muchas poblaciones en el mundo a lo largo de la historia; pero en el periodo más moderno no es sino a partir de la crisis de 1929-1933 que el gobierno de los Estados Unidos reconoce la necesidad estructural de controlar la producción de alimentos y de diseñar una canasta básica mínima sujeta a regulación gubernamental absoluta, acorde con las necesidades de estabilización de los salarios, de desarrollo regional y de protección de ciertas producciones dirigidas a fines estratégicos. A partir de entonces la producción agropecuaria se convierte en un sector fundamental para la seguridad nacional y pilar de su hegemonía en el mundo, entendiendo que un sector abastecedor de alimentos, fibras y otras materias primas para la industria no podía ser dejado libremente a las múltiples variables extraeconómicas que lo caracterizan, como el clima, la heterogeneidad de los suelos, de la disponibilidad de agua, de plagas y demás aspectos, amén de tratarse del sector de menor productividad relativa y generador de los ingresos más bajos de la economía, con el resultado de una oferta errática y una inestabilidad permanente en los precios de sus productos, poniendo en entredicho la generación de una oferta interna acorde con la dinámica del crecimiento manufacturero y la estabilidad macroeconómica, así como exponiendo a la economía a las fluctuaciones de los mercados internacionales.

En adelante, y a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial todas las economías que hoy son desarrolladas implantaron el mismo modelo de producción agropecuaria, que sigue vigente todavía y que produjo una tendencia de tres décadas de enormes excedentes y precios bajos de bienes agropecuarios que culminan a fines del siglo XX.

En 2006 inicia en los mercados globales una clara tendencia al alza de precios de los alimentos. Según el índice de precios de productos alimentarios de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO en adelante), estos aumentaron 12% entre 2005 y 2006, 24% en 2007 y cerca de 50% entre enero y julio de 2008. Las cifras del Banco Mundial confirman esta alza, durante 2006-2008 los precios de los alimentos básicos (maíz, trigo, arroz, soya, aceites vegetales), que constituyen la comida de amplios sectores de la población (en especial del Sur), sufrieron las mayores alzas. El costo del trigo creció en 130%, el de la soya 87%, del arroz 74% y del maíz 31%; con un impacto alarmante en el incremento de la población que padece hambre en el mundo en los últimos dos años, hasta alcanzar la cifra de mil veinte millones de personas (Holt-Giménez y Peabody, 2009). Aunque, hay que subrayar, el problema no es de rezago en la producción, como bien explica FAO (2009a), ya que a pesar de ser favorables las previsiones de producción los precios permanecerían altos durante los próximos años y en consecuencia la mayoría de los países pobres (y los pobres de los países ricos, agregaríamos) seguirán sufriendo los efectos de la crisis alimentaria.

Entre los elementos involucrados, tanto estructurales como coyunturales, que explican esta situación podemos mencionar:

• Los procesos de urbanización y construcción de infraestructura que compiten por el suelo agrícola.

• La degradación de los suelos y la pérdida de fertilidad.

• Fenómenos naturales extremos (sequías en unas zonas, inundaciones en otras).

• Políticas de contracción de los inventarios en el conjunto de las economías desde la década de los noventas.

• Desviación de las producciones de granos, de fines alimentarios a producción de agrocombustibles.

• Demanda creciente de tierra por parte de inversionistas internacionales.

• Especulación en los mercados de futuros y materias primas.

• Preferencia en los mercados por materias primas blandas en lugar de materias primas duras.

En la práctica estamos frente a un cambio en las tendencias de uso de los suelos agrícolas que presionan la disponibilidad para la producción alimentaria, sin que necesariamente haya escasez en la producción agregada, pero que han llevado a las economías más ricas a abastecerse del mayor inventario posible de recursos para la producción de alimentos, en especial aquéllas naciones con importantes restricciones en su dotación de recursos naturales para la agricultura, con el fin de mantener la disponibilidad interna de alimentos a tasas óptimas y con procesos bajo su total control dentro y fuera de sus fronteras nacionales. En este caso se encuentran países ricos importadores netos de alimentos y con pocos recursos naturales como Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Japón, entre otros; y economías emergentes cuya restricción de tierras es notoria, por ejemplo la República Popular China (China en adelante) e India. Pero de la misma manera actúan los Estados Unidos, con abundancia de recursos para la agricultura y primera potencia agrícola desde hace más de medio siglo.

Mientras las economías deficitarias en recursos buscan reducir su exposición a una oferta internacional que en tiempos recientes se ha rezagado —pues por un lado esto les impide controlar el abasto y los precios internos, pero por el otro se vuelven vulnerables en todos los frentes en donde el arma alimentaria pueda ser utilizada por las potencias exportadoras netas—, las economías más ricas y con mejores recursos buscan mantener el mayor control posible sobre los suelos agrícolas en todo el planeta. Sin embargo, y en la otra cara de la moneda, las economías subdesarrolladas, en su casi absoluta mayoría pobres e importadoras netas de alimentos, siguen funcionando con el supuesto de que la autosuficiencia alimentaria es cuestión del pasado y el abasto en ese renglón puede provenir del exterior sin más problema que conseguir las divisas o los créditos para comprarlos. Pero ante la creciente alza de los precios se ha puesto en evidencia que a diferencia de lo que la teoría dominante plantea, ni la tecnología ha logrado crear abundantes suelos de alta productividad ni se han desarrollado sustitutos perfectos para bienes tan modestos como los alimentos, lo que explica la tendencia reciente a aumentar los inventarios de tierras donde quiera que las haya. Para las economías industrializadas, y para China también, el capítulo alimentario se considera un tema estratégico, en cambio las economías subdesarrolladas lo dejan al mercado.

 

EL SUELO NO ES INFINITO

Recordemos que el suelo es un recurso que no existe en cantidades infinitas, existe en cantidades preestablecidas y no podemos reproducirlo a voluntad, cuando menos no en los tiempos ni escalas pertinentes para el proceso económico; lo que sí ha logrado la mano del hombre es ir disminuyendo la provisión inicial en cantidad y en calidad, asunto de primer orden pues se considera que la frontera agrícola se ha terminado en el planeta, por lo que habrá que producir para satisfacer una demanda creciente con los suelos que existen en la actualidad, y con nada más.

El suelo agrícola ha sido fuente de abastecimiento de cualquier obra de infraestructura y urbanización; en el mismo proceso también han sido incorporados como agrícolas suelos no aptos para la producción, afectando las existencias de otros ecosistemas como los manglares, los pantanos, los bosques y las selvas. Pero en cualquier caso, el resultado es el deterioro en el volumen inicial de recursos, con el correspondiente impacto en la elevación de los costos de producción por unidad de capital incorporado y, finalmente, un alto en el crecimiento de la productividad del trabajo por unidad de suelo con la tecnología vigente en virtud de que existe un máximo físico en los rendimientos por unidad de suelo, haciendo evidente el límite que la naturaleza impone a la inversión de capital, o al sistema socioeconómico en última instancia, bajo la forma de capacidad de carga o de biocapacidad.

Se observa, por tanto, que el incremento en la productividad total de los factores de la producción se aceleró en todo el mundo desde la década de los setenta, pero veinte años más tarde inicia un descenso sostenido en los países industrializados y un poco menos fuerte en los subdesarrollados, con la excepción de China y Brasil que mantienen un dinamismo ininterrumpido a lo largo de tres décadas. Y respecto al ritmo de crecimiento de todos los insumos para la agricultura, la tendencia es claramente a disminuir de manera constante en los industrializados, mientras que en los subdesarrollados la tendencia se vuelve completamente negativa desde fines de los años setenta, sin recuperarse hasta la fecha (Fuglie, 2010).

Todo ello no nos permite suscribir plenamente el escenario de rendimientos decrecientes presente en el pensamiento de Malthus y Ricardo, pues se da en el marco de una tecnología dada, pero mientras eso no se modifique se ha dado efectivamente un cambio en el caso de los granos más importantes de la agricultura. Entre 1961 y 2007 la tasa de crecimiento en los rendimientos de los principales cereales y la soya cayó 50% (Lele, 2010). En el mismo lapso, la productividad agrícola global creció a una tasa anualizada de sólo 2.2%, basada únicamente en el aumento de la utilización de insumos. Lo que no sería aceptable en otros sectores bajo los criterios convencionales de inversión del capital, pues señala el fin de una línea ascendente de productividad basada en la incorporación de recursos naturales que está muy cercana a su fin en el marco de la tecnología vigente.

En principio, este es un proceso que explica la teoría desde el siglo XIX y cuya comprensión en la práctica ha llevado a los gobiernos de los países desarrollados a entender que debe existir disponibilidad permanente de suelo para uso agrícola pues nadie vive sin comer, ni los salarios pueden fijarse adecuadamente sin controlar los precios de los alimentos y sus procesos de producción y circulación. Lo que ha generado dos principios de política económica para el éxito macroeconómico:

• Los alimentos deben ser producidos internamente para alcanzar la autosuficiencia o más.

• El sistema económico debe estar dispuesto a pagar el costo de producir los alimentos internamente, cualquiera que éste sea.

Estos principios tienen una implicación económica diferente en cada país, dependiendo de la dotación de recursos agrícolas con que se cuente. En primer lugar explican la existencia de subsidios estructurales en el agro para estabilizar el sector y, en segundo lugar, el monto de la compensación que está en función directa de la menor disponibilidad de recursos para la agricultura de corte industrial basada en la tecnología de la revolución verde. Lo que nos explica que las naciones con mejores y más abundantes recursos tengan costos menores y subsidios también inferiores a las de condiciones inversas (Rello y Trápaga, 2001).

En este contexto arranca en 2008 un proceso que el Banco Mundial denominó adquisición de tierras a gran escala (Deininger, 2008), pero que la mayor parte de la literatura reconoce como acaparamiento de tierras (Shepard y Mittal, 2009), donde los países desarrollados están saliendo expresamente de sus fronteras a conseguir de manera directa suelo agrícola, mientras los subdesarrollados lo están proporcionando a los precios más bajos o hasta gratuitamente, con una oferta de mano de obra abundante y de bajos costos, así como con políticas de acompañamiento favorables a su instalación, tales como exenciones de impuestos, eliminación de aranceles para la importación de insumos, entre otros. Los primeros compran o toman en alquiler grandes extensiones de tierra, ya sea por sus gobiernos o por privados, con el fin de producir directamente:

a) Alimentos vegetales y animales.

b) Plantaciones forestales.

c) Cultivos para exportación.

d) Agrocombustibles.

En este proceso de acaparamiento de tierras participan los gobiernos y de manera muy importante el capital privado, incluyendo bancos de Wall Street y, con fines meramente especulativos, corporaciones tan importantes como Goldman Sachs, quien en septiembre de 2008 compró 10 granjas productoras de aves, puercos y carne en China (incluyendo los derechos sobre el suelo de las mismas), y Morgan Stanley, quien compró recientemente 40 000 hectáreas de tierra agrícola en Ucrania.

 

EL SUELO AGRÍCOLA

El suelo para la producción agrícola es un medio de producción fundamental que, pese a ello, tiene que competir para mantener su vocación primaria, pues la expansión de las ciudades demanda tierra para la construcción, para transitar, depositar desechos y demás aspectos, y los terrenos involucrados no se asignan con criterios de productividad agrícola, sino con criterios de rentabilidad donde la mayor parte de las veces la agricultura sale mal parada. En la actualidad, el planeta cuenta con una superficie global de tierra de 13.5 mil millones de hectáreas, de las cuales 8.3 mil millones corresponden a praderas y bosques, mientras que sólo 1.6 mil millones (12% del total) son de tierra arable. Excluyendo bosques y áreas protegidas, quedan entre 250 y 800 millones (entre 2 y 6 por ciento) aparentemente disponibles para expandir la producción agrícola. Sin embargo, la mayor parte de esta tierra disponible se considera marginal y en lo fundamental es explotada para una sobrevivencia elemental por los más pobres del campo, en especial mujeres y pastores. Asimismo, alrededor de 14 millones de hectáreas en el mundo (1 a 2 por ciento de la tierra agrícola) han sido excluidas de la producción de alimentos para dedicarlas a la producción de agrocombustibles, es decir para alimentar coches, y las tendencias vigentes apuntan en el sentido de verse incrementadas hasta 4% en 2030 y 20% hacia 2050 (Liversage, 2010); sin embargo, sólo la mención de estas cifras no da cuenta de la abundancia o la escasez de esos recursos.

Durante el siglo XX el desarrollo de la tecnología permitió ignorar el problema de los límites, pero hoy la intensidad en los procesos de producción basados en la misma tecnología diseñada para aumentar la productividad de manera permanente ha vuelto a poner en entredicho la disponibilidad de espacios naturales para la producción. En la historia de los últimos trescientos años, el capital ha tenido un comportamiento depredador de la naturaleza con una máxima externalización de costos en las actividades primarias, en un contexto de alta siniestrabilidad y corta vida útil del suelo cuando es explotado con el fin de obtener ganancias cada vez más altas. Históricamente, y a diferencia de lo que pasa en otros sectores, la explotación de la tierra en el capitalismo no ha exigido ni siquiera tener la propiedad del recurso y, por el contrario, ha resultado mejor evadir los altos niveles de obsolescencia con esquemas como la agricultura por contrato o la integración vertical, siempre y cuando el capital garantice el control total sobre el suelo productivo y sobre los agentes que la operan y que pueden ser sus dueños legales. Igualmente, en la actualidad se busca también la propiedad de la tierra o el arrendamiento de largo plazo por las posibilidades de incremento en su rentabilidad.

Desde luego que las inversiones se dirigen a los lugares de menores costos y mayores ganancias en un escenario en que el precio de la tierra se ha elevado considerablemente en los países desarrollados, lo que exige que los inversionistas sean de países ricos y los destinos de inversión sean del mundo subdesarrollado donde hay mejores condiciones para la valorización del capital, pues la tierra y la fuerza de trabajo son más baratos y el cumplimiento de la ley es muy laxo. Según el Banco Mundial, entre octubre de 2008 y junio de 2009 se tuvieron 463 proyectos que involucraron cuando menos 46.6 millones de hectáreas, en su mayoría en África Subsahariana (Banco Mundial, 2010). Estas inversiones las llevan a cabo mayoritariamente países con restricción de recursos para la agricultura buscando garantizar alternativas para el abasto alimentario de largo plazo, entre los cuales sobresalen Qatar,1 los Emiratos Árabes,2 China,3 Japón y Corea del Sur.4

En el enfoque dominante, enarbolado por los organismos internacionales como el Banco Mundial y la FAO, este proceso se reivindica como una oportunidad para los países receptores, una situación de ganar-ganar donde se recibiría tecnología y aumentaría la productividad agrícola, al mismo tiempo que se abrirían fuentes de empleo y se obtendrían ingresos por los contratos y por las exportaciones. No obstante, también reconocen que de manera predominante todo lo anterior está sucediendo en el mejor estilo depredador posible, generando desempleo entre trabajadores agrícolas del lugar pues en la mayoría de los casos la fuerza de trabajo es traída del mismo país inversionista para garantizar que el proceso sea como se espera en todos sus aspectos (Deininger, 2008). Sin lugar a dudas los efectos de este proceso no favorecen de manera fundamental a los países que ponen a disposición sus recursos, en un proceso cuyos efectos se han manifestado desde el inicio. Este proceso global en curso desde 2008 podemos sintetizarlos en los siguientes aspectos:

• Incremento en las inversiones en países con tierras disponibles para la agricultura.5

• Los acuerdos se centran en acceso a recursos, no a mercados.

• La principal forma de inversión es la compra de tierra o en su defecto el alquiler de largo plazo.

• Principales regiones objetivo: África y América Latina.

• Los principales inversionistas son privados, pero los gobiernos están involucrados en la mayoría de los acuerdos.

• Los principales inversionistas: Estados del Golfo Árabe, China y Corea del Sur.

• Los socios en países receptores de inversión son principalmente gobiernos.

• Producción más importante: alimentos básicos y alimentación animal (FAO, 2009b).

• Inversiones en los países con menores costos de recursos para la agricultura y en su caso de mano de obra.

• Marco institucional favorable a las inversiones foráneas (exenciones de impuestos, poca supervisión gubernamental, pocas exigencias de cumplimiento de normas sociales ni ambientales).

• Importación de mano de obra del país inversionista.

• Exclusión de la mano de obra y de los productores locales en la mayoría de los casos.

• La producción sale del país y entra en el rubro de exportaciones.

• Competencia por los recursos para la producción interna con el capital extranjero que exportará el producto.

• Disminución de los recursos para la producción alimentaria interna.

• Fraccionamiento del territorio pues las inversiones extranjeras operan como enclaves.

• Revierte o cancela la reforma agraria.

• Se instala la agricultura industrial desplazando semillas nativas y conocimientos locales.

• No se garantiza la creación de empleos.

• Desplazamiento de la mano de obra por utilización intensiva de capital. Desplazamiento de los pequeños agricultores estimulando el desempleo y la emigración.

• Externalización local de los procesos de producción con tecnologías convencionales depredadoras del medio ambiente.

• Degradación y agotamiento de suelos, agua y biodiversidad.

• Beneficios nulos de la exportación de los productos pues son retornos para la inversión foránea.

• Los acuerdos comerciales disfrazan la invasión territorial.

• Especulación de corto plazo con la tierra.

• Una amenaza para la seguridad alimentaria y los derechos de propiedad de los pobres y la gente del campo más vulnerable.

No es una coincidencia que entre los países receptores de estas inversiones se encuentren algunos de los 32 que requieren ayuda alimentaria6 y que son más vulnerables en todos los aspectos, como Kenia, Zimbabue, Congo y Costa de Marfil (Shepard y Mittal, 2009). Pero en cualquier caso la lista la integran fundamentalmente países subdesarrollados de todos los niveles, incluyendo también a los de más prestigio como economías emergentes, entre ellas Argentina, Brasil y la misma China, lo cual apunta en el sentido de un fenómeno más inherente al funcionamiento asimétrico del sistema económico capitalista que a un comportamiento coyuntural de los mercados.

Un ejemplo a considerar en este contexto es el de México, donde existen 24.5 millones de hectáreas de tierra arable, y la frontera agrícola ya se terminó sin que se produzcan los alimentos básicos indispensables para el país. No obstante, la reforma del artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos sitúa a nuestro país en las mismas condiciones como demandante de inversión extranjera directa, independientemente de los efectos indeseables del proceso y abre la puerta para que se dé un acaparamiento de tierras en ese sentido, aun cuando el caso mexicano tiene características suigeneris que no discutiremos en este texto y que no hacen expedita la adopción de la inversión foránea en el campo, sin embargo primero deberían estar correctamente definidos los derechos de propiedad de los recursos.

Este acaparamiento de tierras en el mundo subdesarrollado no es un asunto menor, pues es en la tierra donde se producen los alimentos y por tanto la vida. Pero la tierra no es el suelo y éste está sujeto a procesos de explotación intensivos que generan distintos tipos de erosión que lo degradan y lo agotan; la erosión por la exposición constante al viento y al agua, por el uso de tecnologías sobradas frente a la capacidad de recuperación de los ecosistemas, por los monocultivos, por el uso inadecuado de agroquímicos, por cultivar tierras marginales, por sobrepastoreo de las praderas, entre otros aspectos. Cuatro ejemplos en la historia son útiles para ilustrar procesos de degradación: el tazón de polvo en los años treinta en las grandes planicies de los Estados Unidos por sobreexplotación agrícola; por la misma razón, el tazón de polvo en un área de praderas de la Unión Soviética en la década de los cincuenta, equivalente a la superficie cultivada con trigo de Australia y Canadá juntas; la masiva erosión que está sucediendo actualmente en el Amazonas brasileño y en la sabana del Cerrado por la instalación de ranchos ganaderos y cultivos para la exportación. Pero el más impresionante por su velocidad es el avance cotidiano del desierto en el norte de China, probablemente el peor proceso puntual de desertificación en el mundo, con el sobrepastoreo de las provincias del norte y el occidente como uno de los factores más importantes (Deininger, 2008). Recordemos que cuando no hay suelo, no hay vida, pero la lógica del capital es apoderarse siempre de los recursos no para preservar la vida, sino para generar ganancias, aunque por sus características de obsolescencia rápida y alta siniestrabilidad la tierra no es destino privilegiado de inversión privada sino hasta que la rentabilidad es muy alta o se vuelve escasa en términos absolutos. Lo que sucede ya en la actualidad a nivel global y en lo que debemos poner atención, ya que esto que reza para la tierra se puede aplicar para otros recursos naturales. En el caso de los bosques, por ejemplo, el Banco Mundial calcula que la expansión de China en busca de madera y celulosa, en montos que alcanzan los 3.4 millones de hectáreas por año, la orienta hacia los trópicos presionando los bosques naturales, pues existen ventajas comparativas en esas latitudes, con una rentabilidad basada en los altos rendimientos de las zonas tropicales. Por ejemplo, en Brasil se cosechan 40m3 de madera por hectárea al año, en comparación con Finlandia con sólo 4m3/ha/año. Lo que se suma a bajos costos de mano de obra y plantaciones de gran escala superiores a 250 mil hectáreas, con efectos devastadores en términos de deforestación y competencia con los productores locales por los apoyos públicos (Deininger, 2008).

En el sistema capitalista el eje de la reproducción es el crecimiento económico y los recursos se asignan de acuerdo a las leyes del mercado que no están diseñadas para la conservación de la naturaleza, pues los ritmos de recuperación de ésta tienen límites muy inmediatos que el capital no puede respetar pues es contrario a la acumulación y a su propia existencia. Así, todos los países creen a ciegas que deben crecer al máximo para resolver sus problemas, lo que implica un crecimiento permanentemente al alza en la demanda de recursos. Sin embargo, los recursos renovables no pueden crecer al ritmo que el capital demanda y éstos se acaban de manera definitiva, las existencias están dadas y los conflictos por acapararlos comienzan una vez que existen signos de escasez; aunque su control dependa de la disponibilidad de capital y son los países solventes los que pueden y están dispuestos a ir hasta la culminación del proceso para dominar los suelos disponibles.

Entre los ejemplos interesantes del fenómeno de apropiación de tierras está el sudafricano, cuyo gobierno firmó un acuerdo para utilizar 10 millones de hectáreas —más de dos veces el tamaño de Suiza- con la República Democrática del Congo, para cultivar maíz y soya e instalar granjas lecheras y avícolas. Sudáfrica tiene una de las agriculturas más desarrolladas en el continente africano, siendo el principal productor de maíz y el tercero de trigo, pero sólo tiene seis millones de hectáreas de tierra arable dentro de sus fronteras. El acuerdo firmado en mayo de 2009 incluye una concesión gratuita por 99 años, libre de impuestos por los primeros cinco años y con cero arancel a las importaciones de insumos y maquinaria agrícola (Reuters, 2009). Por su parte, y en el mismo país, China adquirió 2.8 millones de hectáreas para crear la plantación más grande del mundo para obtener aceite de palma, un insumo de bajo costo para la industria alimentaria (New Zealand Herald, 2009).

 

LA EXPRESIÓN ECOLÓGICA DEL ACAPARAMIENTO DE TIERRAS

A partir de estos datos debemos preguntarnos dónde están las mayores posibilidades de acaparamiento, no sólo de tierras, sino de recursos para la agricultura, la pesca, los bosques, las praderas, sin hablar de yacimientos de todo tipo, germoplasma, entre otros. En este caso hemos encontrado útil evaluar el caso a la luz del enfoque de la huella ecológica7 que nos permite saber la cantidad física de recursos que tiene el mundo, cuánto utiliza cada país dentro y fuera de sus fronteras en términos generales, así como cuántos han excedido sus inventarios nacionales y quiénes cuentan todavía con posibilidades de abastecerse internamente. De manera muy breve, esta metodología compara lo que la población del mundo demanda de los ecosistemas terrestres y marinos del planeta para satisfacer sus necesidades y su capacidad de regeneración, expresado en hectáreas (véase Rees y Wackernagel, 1996). Los datos más recientes indican que de 178 países registrados en la evaluación que hace Global Footprint Network sólo 44 tienen todavía reservas disponibles dentro de sus fronteras para ampliar sus actividades agropecuarias y económicas en general, es decir tienen biocapacidad8 positiva.

Sin embargo, el resto compensa su déficit interno con las áreas superavitarias del planeta que se encuentran fuera de sus fronteras, dentro de otros países, con lo cual la ampliación de las actividades exigida por el crecimiento económico encuentra un límite inmediato en las economías que usan completamente sus recursos y en la escasa reserva ubicada en los países que no han utilizado el total de sus inventarios. Además, en términos globales la distribución de recursos no es la misma para cada país, ni en cantidad ni en calidad, ni tampoco está en concordancia con el tamaño de su población. No se puede desarrollar la misma lógica de crecimiento de manera universal en tanto se generan contradicciones muy importantes, por ejemplo en el caso de las economías emergentes como China y México, que aún sin haber logrado niveles de desarrollo importantes para toda su población han excedido ya lo que su territorio ofrece y demandan más recursos de fuera a través del comercio, además las expectativas son en el sentido de seguir demandando recursos de manera indefinida como condición lógica del "buen desempeño económico" implicado en el mantra del crecimiento económico.

De las 44 naciones con recursos disponibles internamente, sólo cinco son desarrolladas y se caracterizan por tener territorios enormes en relación con su población, no obstante tener huellas ecológicas muy altas en función justamente de su éxito económico. Es decir por arriba de cinco; una utilización de más de nueve hectáreas por persona, cuando la huella sustentable debía ser ligeramente inferior a uno, equivalente a la utilización de 1.8 ha/per cápita. En el continente asiático todos han agotado su frontera, en América del Norte sólo uno tiene excedentes (Canadá con una huella de 7.0), en Europa dos (Finlandia con 6.2 y Suecia con 5.9) y en Oceanía dos (Australia con 6.8 y Nueva Zelanda con 4.9). El resto de las economías más ricas tienen todas huellas superiores a tres, pudiendo alcanzar 10.7 como en el caso de los Emiratos Árabes, lo que significa que el estilo de vida que conocemos como "desarrollado" se basa en un consumo creciente imposible de satisfacer sólo con los recursos naturales propios, dándole al capital su vocación de mundial buscando recursos y rentabilidad fuera de sus territorios matrices. Asimismo, el comercio internacional —como un mecanismo ciego frente a la ecología— trata de posibilitar ese proceso y legitimarlo.

Por su parte, las economías que están recibiendo fondos a cambio de recursos agrícolas tienen una huella inferior a la de los industrializados, pero que no necesariamente indica biocapacidad positiva, como en los casos de Indonesia o Filipinas que han sufrido saqueos de recursos y siguen comprometiéndolos seriamente.

Los cuadros siguientes son una muestra de la tendencia de los países más ricos a adquirir tierra fuera de sus fronteras con objetivos de producción agrícola fundamentalmente.

Podemos constatar que los países inversionistas son en su absoluta mayoría economías que han excedido la capacidad de sus territorios para sostener su forma de vida en el largo plazo, pues algunos son autosuficientes en alguna medida y además tienen los ingresos para obtener una parte mayor de la naturaleza planetaria en otras latitudes. Japón, por ejemplo, es excedentario en arroz, su grano principal; Corea del sur es autosuficiente en arroz, soya, huevos; China es autosuficiente en maíz, trigo y arroz, y los Estados Unidos, la potencia agrícola por excelencia con una autosuficiencia de 125% en una canasta amplia de granos, productos de la ganadería y otros bienes agrícolas.

Cuadro 4. Inversiones en tierra para asegurar abasto de alimentos, 2006-2009

Lo anterior se explica, principalmente por dos razones: abasto y control de recursos primarios. En primer lugar, para garantizar en el tiempo los suministros alimentarios en la cantidad y la calidad que demandan sus mercados, tanto aquéllos que no lo necesitan ahora, pero con mayor urgencia los que son importadores netos. Es necesario señalar, con relación a la demanda creciente de recursos por parte de China en el renglón de la agricultura, que como todas las economías que se modernizan la adopción del patrón alimentario occidental basado en proteínas de origen animal vuelve totalmente ineficiente cualquier sistema que pretenda competir con un patrón centrado en vegetales, pues se necesitan muchísimos más recursos para satisfacer el mismo nivel de necesidades calóricas con el sistema moderno. En segundo lugar, pero no menos importante, para controlar la mayor cantidad de recursos para la producción de alimentos, rubro donde no sólo ciertos gobiernos están interesados sino que también el capital privado participa directamente, influyendo de manera muy importante en la determinación de los precios finales de la tierra y de los alimentos por su capacidad para especular con ellos.

 

CONCLUSIONES

El alza de precios de los alimentos iniciada hace pocos años no es un acontecimiento coyuntural, y aunque tiene un componente especulativo, es expresión de una tendencia nueva en las estrategias de abastecimiento de recursos naturales y materias primas por parte de las economías más ricas, poniendo en evidencia la imposibilidad real de pretender un crecimiento económico global permanente cuando la base material que lo sustenta es finita y además ha sido excedida en sus capacidades de recuperación de manera muy importante. Es necesario reconocer que el éxito económico de las naciones industrializadas y su imitación por las economías emergentes no es una vía generalizable a todo el planeta, pues los recursos disponibles tendrían que multiplicarse por nueve si todo el mundo pretendiera alcanzar el nivel de vida de un estadounidense promedio.

Los procesos actuales han excedido la ruta del acceso a los mercados como vía de expansión del capital, para incluir el acceso directo a los recursos naturales para la alimentación, la energía, y demás aspectos; y el marco del libre comercio lo garantiza y lo legitima, al mismo tiempo que los países poderosos cierran sus fronteras y las expanden por todas las vías posibles: el comercio asimétrico, la deuda de los gobiernos o el acaparamiento directo de recursos como en el siglo XVI. En este contexto, la comida se confirma como un arma de negociación al mismo tiempo que de dominación, y no puede entenderse ninguna política sectorial inteligente que no procure la autosuficiencia de ciertos productos definidos de acuerdo a la capacidad de sus ecosistemas y su cultura agrícola y hasta gastronómica, que en lo fundamental tendrá que abandonar el patrón de consumo alimentario occidental y que deberá tener un enfoque de seguridad nacional.

 

REFERENCIAS

Banco Mundial, 2010. Rising global interest in farmland: can it yield sustainable and equitable benefits? [en línea] Disponible en: <http://www.donorplatform.org/component/option,com_docman/task,doc_view/gid,1505> [Consultado el 7 de septiembre de 2010]         [ Links ].

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NOTAS

* JEL: Journal of Economic Literature-Econlit.

La autora agradece los comentarios realizados por dos dictaminadores anónimos.

1 Con solo 1% de su tierra apta para la agricultura, Qatar compró 40 mil hectáreas en Kenia para producción agrícola, así como empresas en Vietnam y Camboya para producción de arroz, y en Sudán para aceites, trigo y maíz.

2 Los Emiratos Árabes importan 85% de sus alimentos y en junio de 2008 compraron 324 000 hectáreas de tierra agrícola en Punjab y Sindh, provincias de Pakistán.

3 China busca incrementar su producción de arroz, de 100 000 a 500 000 toneladas en los siguientes cinco años, principalmente en las regiones asiática y africana, habiendo comprado 101 171 hectáreas en Zimbabue en junio de 2008 e invirtiendo 800 millones de dólares en Mozambique para modernizar la agricultura para la exportación de arroz.

4 Los gobiernos de Japón y Corea del Sur importan normalmente alrededor de 60% de sus alimentos, pero Corea se lanzó a la compra de tierras en el exterior a través de su sector privado —Daewoo Logistics Corporation— que propuso tomar en arriendo 1.3 millones de hectáreas —la superficie de Qatar— en Madagascar por seis mil millones de dólares, plan que abortó generando incluso un levantamiento popular importante. La idea era que siendo el tercer importador mundial de maíz produjera la mitad del grano en ese país africano. Aunque por otros acuerdos Corea adquirió más de un millón de hectáreas en Sudán, Mongolia, Indonesia y Argentina.

5 Por disponibilidad de tierras no nos referimos exclusivamente a terrenos que exceden la demanda para la producción, sino a terrenos que pueden ser comprados o alquilados por los inversionistas extranjeros excluyendo a los agricultores domésticos que no pueden acceder a ellas por sus bajos ingresos, por lo que quedan excluidos. Así, en aras de la obtención de ingresos monetarios, los gobiernos de los países más pobres desplazan a los productores domésticos por los extranjeros, contrayendo por la misma vía la oferta interna de alimentos y registrando el producto agrícola en esos suelos como exportaciones.

6 Entre las economías que reciben ayuda alimentaria internacional y al mismo tiempo participan como receptores de inversión extranjera directa de este tipo tenemos en África a: Burundi, Congo, Costa de Marfil, Chad, Eritrea, Etiopía, Guinea, Guinea-Bissau, Kenia, Lesotho, Liberia, Mauritania, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sierra Leona, Somalia, Suazilandia, Sudán, Uganda y Zimbabue. En Medio Oriente y Asia: Nepal, Myanmar, Sri Lanka, Tayikistán y Timor Oriental.

7 Hectáreas globales per cápita, cuando 1 = 1.8 ha/per cápita en 2007. Esta cifra desde luego es dinámica y disminuye permanentemente en función del crecimiento de la población del mundo (Global Footprint Network, 2010).

8 La biocapacidad se refiere a la disponibilidad de recursos globales per cápita medida en hectáreas. Lo que es un indicador muy dinámico, pues el crecimiento constante de la población modifica a la baja la disponibilidad de recursos por habitante, aunque en la práctica su apropiación se dé en función del poder adquisitivo de los individuos y de las naciones.

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