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Investigación económica

Print version ISSN 0185-1667

Inv. Econ vol.65 n.257 Ciudad de México Jul./Sep. 2006

 

Articles

Tasa de desempleo y tasas de empleo: ¿categorías estadísticas o construcciones teóricas?

Rate of Unemployment and Employment Rates: Statistical Categories or Theoretical Constructs?

Alessandro Roncaglia* 

Traducción:

León Blanco**

*Profesor del Departamento de Ciencias Económicas, Universidad de Roma ‘La Sapienza’, Roma, Italia <alessandro.roncaglia@uniromal.it>.


Resumen:

Más allá de los problemas de especificación comunes a todas las categorías estadísticas, las nociones de tasa de desempleo y tasas de empleo están conectadas con enfoques teóricos alternativos: la primera, a la tradición marginalista y a la actual corriente principal; la segunda, a los clásicos y a la tradición keynesiana. La tasa de desempleo mide la distancia de la economía bajo consideración del equilibrio de pleno empleo, por tanto, señala la idea del mercado como un mecanismo equilibrador bajo el cual la competencia perfecta asegura el pleno empleo de la fuerza de trabajo disponible. Dentro del análisis clásico de la riqueza de las naciones, en cambio, el papel central lo ocupa la cuota de productividad de los trabajadores sobre la población total, mientras que la noción de desempleo voluntario sólo aparece en los debates concernientes a ayuda para la pobreza, y la noción de tasa de desempleo nunca es utilizada. Las fallas básicas de la teoría tradicional marginalista del empleo, basado en la relación inversa entre tasa de salario y demanda por trabajo, pueden inducirnos a atribuir mayor importancia a la noción de tasa de desempleo.

Abstract:

Beyond the specification issues common to all statistical categories, the notions of unemployment rate and employment rates are connected to alternative theoretical approaches: the first one to the marginalist tradition and to today's mainstream, the second to the Classical and Keynesian tradition. The unemployment rate measures the distance of the economy under consideration from the full employment equilibrium; hence it points to the idea of the market as an equilibrator mechanism which under perfect competition ensures full employment of the available labour force. Within the Classical analysis of the wealth of nations, instead, a central role is played by the share of productive workers on total population, while the notion of involuntary unemployment only appears in the debates concerning poor aid and the notion of unemployment rate is never utilised. The basic faults of the traditional marginalist theory of employment, based as it is on the inverse relationship between wage rate and demand for labour, should induce us to attribute greater importance to the notion of employment rates.

JEL Classification: B12, E12, E13, E24

La cuestión

Todos sabemos el significado de tasa de desempleo: la proporción de desempleados con respecto a la fuerza laboral total, que es el conjunto de personas que trabajan o buscan trabajo. Igualmente sabemos que cualquier noción de este tipo, cuando es convertida en un número concerniente a un país dado en un momento de tiempo dado, implica las dificultades de especificación habituales: ¿cuántas horas necesita uno haber trabajado en la semana, o mes, o año previos, para ser clasificado como un trabajador empleado? ¿Qué clase de respuestas necesita uno haber dado (a los responsables de la recolección de los datos estadísticos, respecto a las acciones de búsqueda de empleo) a fin de ser clasificado entre las personas que se encuentran buscando activamente un empleo, y por consiguiente ser incluido dentro de la fuerza laboral total? Obviamente, una definición más o menos restrictiva influye sobre el resultado real; además, con el tiempo, varias circunstancias (por ejemplo, una nueva ley que restrinja o incremente los subsidios al desempleo, o los beneficios suplementarios de los estudiantes universitarios), pueden inducir a nuevas participaciones en la fuerza de trabajo, o viceversa, sin un cambio real en la situación económica o en la actitud de la gente hacia el trabajo: lo que cambia es solamente la conveniencia de ser o no ser clasificado en la categoría oficial de desempleado.

Cuestiones de especificación análogas, aunque generalmente menos difíciles, surgen comúnmente en todos los intentos por traducir las categorías económicas a definiciones estadísticas. Hay, sin embargo, un aspecto diferente de la cuestión, el cual es a menudo confundido con el recién mencionado. Como en todas las categorías económicas, la noción de tasa de desempleo refleja una idea, o representación, del funcionamiento de la economía, en la cual enfocamos la atención sobre ciertos aspectos del mundo, dejando a un lado otros aspectos. Más allá de todas las dificultades de la especificación estadística, el valor heurístico de cualquier categoría económica -su utilidad para interpretar la realidad- está conectado a la suficiencia de la representación subyacente de la realidad económica.

En el examen de este segundo aspecto del problema, el recurso a la historia del pensamiento económico constituye una ayuda decisiva. Comenzamos con una breve discusión de las nociones de desempleado, desempleo involuntario y tasa de desempleo; con ello recordaremos el rol del empleo en el análisis clásico de la Riqueza de las Naciones;1 posteriormente, hacemos alusión al uso de estas nociones en la teoría de Keynes y en la tradición marginalista; finalmente, concluiremos que la noción de tasa de empleo es adecuada para el análisis de niveles de ingreso y desarrollo económico, mientras que las nociones de desempleo y tasa de desempleo deberían ser reducidas, al menos parcialmente, a un papel más modesto y diferente, como elementos concurrentes en la determinación de la fuerza contractual de los trabajadores y por consiguiente en la dinámica de los salarios nominales, y como indicadores del malestar social relacionado a una situación de depresión de la economía.

El punto principal del artículo es que la noción de tasa de desempleo no es neutral, pero depende de la visión marginalista, por lo que comparte los defectos de la teoría del empleo de dicha escuela; es preferible una noción diferente, más cercana al enfoque clásico: la tasa de empleo. Por tanto, el artículo no tiene la intención de ser una contribución a la historia del pensamiento económico, (sólo indirectamente, una crítica a los historiadores que han atribuido nociones tales como la del desempleo tecnológico a economistas clásicos como Ricardo), sino como una tentativa de aludir a la historia del pensamiento para hacer una crítica a la tendencia de la economía dominante de utilizar nociones basadas en teorías particulares, como si ellas fueran neutrales y estuvieran dotadas de validez universal.

Tasa de desempleo y desempleo involuntario

La noción de tasa de desempleo, como tradicionalmente se la define, constituye una medida de la distancia del sistema económico considerado del equilibrio de pleno empleo. Tal noción recuerda (aunque sin implicar necesariamente una conexión), la idea de que la economía básicamente depende de los mecanismos de ajuste de mercado entre oferta y demanda.

Consideremos éste punto más detalladamente. Antes que nada se debe distinguir la noción de no empleo de aquellas más específicas de desempleo y desempleo involuntario. Conjuntamente, se debe distinguir esta última de la que, siendo todavía más específica, señala que el conjunto de personas involuntariamente desempleadas constituye una categoría central para el análisis del mercado de trabajo.

La primera de esas nociones es muy genérica y, definida como está, negativa: el no empleado es simplemente la persona que no está trabajando. Precisamente porque está definida de manera negativa, tal noción no constituye una categoría general con la cual se pueda contar para la construcción teórica. En realidad, la categoría del no empleado constituye simplemente el complemento, con respecto a la población como un todo, del grupo de los empleados, y es indiferente a la razón de por qué uno es no empleado: razones de edad (muy joven o muy viejo), elección individual (desempleo voluntario), ausencia de oportunidades de trabajo (el verdadero desempleado), o cualquier otra (por ejemplo, el discapacitado). Lo que constituye una cuestión teórica no es tanto la magnitud de esta categoría, sino más bien las causas que dan lugar a entradas y salidas con respecto a ella (correspondiéndose ipso facto a salidas y entradas en la categoría de empleado). Así, por ejemplo, dentro de la teoría clásica de la compensación,2 el progreso técnico, bajo la forma de introducción de maquinaria en una actividad económica dada, implica una salida de trabajadores de dicha actividad; los empleos así destruidos son, sin embargo, subsecuentemente compensados mediante la creación de nuevos empleos en otras actividades favorecidas por el crecimiento económico total inducido por el incremento en el poder adquisitivo debido a la disminución de costos y precios en la actividad en la cual originariamente tuvo lugar el progreso técnico. En cambio, en las descripciones de las consecuencias sociales de los encercamientos (enclosures) de los siglos XVI-XVII, aquellos que fueron arrojados de las tierras destinadas a la ganadería, comúnmente entraban a las filas de los pobres o los bandoleros, así como también a nuevos empleos.

Para atribuir a la noción de desempleado un significado diferente de aquél genérico de no empleado, se ha hecho un intento en las colecciones estadísticas al excluir de la noción de no empleable a los jóvenes y los viejos, los estudiantes y las amas de casa, los discapacitados, etcétera. Sin embargo, aquí se encuentra uno con la dificultad obvia de utilizar al mismo tiempo motivaciones objetivas y subjetivas para la exclusión de la categoría del empleable, con una arbitrariedad en la delimitación de las primeras (por ejemplo, en las fronteras de edad que se ponen entre el joven, el empleable y el viejo), y con la dependencia de las otras en el estado de la economía (efectos de desaliento), de modo que la oferta de trabajo resulta no ser independiente de la demanda.3 Deberíamos reconocer, en otros términos, que no puede considerarse que las nociones de empleo y desempleo tengan el mismo grado de generalidad.

Tal dificultad resulta relevante cuando nos proponemos analizar un fenómeno caracterizado como mercado de trabajo mediante la construcción de teorías basadas en la noción del equilibrio por desatascamiento del mercado (market clearing). De hecho, tales teorías contraponen la demanda por trabajo y la oferta de trabajo como nociones directamente comparables, por así decirlo, en el mismo nivel analítico, y más precisamente como funciones del salario real (y posiblemente de alguna otra variable) bien definidas e independientes.4

Los economistas clásicos, en cambio, no dependían para su análisis de mecanismos de desatascamiento del mercado, y eran, en consecuencia, capaces de referirse con mayor generalidad a una comparación entre población y dinámica de empleo. Petty utiliza el término supernumerarios para designar a los trabajadores que exceden a aquellos que son estrictamente necesarios para alcanzar los niveles de producción corrientes, dadas las técnicas productivas, incluyendo así tanto al desempleo manifiesto, como al que ahora se llama desempleo disfrazado (u oculto).5 Otras expresiones usadas por autores del siglo XVIII son ociosidad y falta de empleo, las cuales pueden ser consideradas como referencias elípticas al asunto del desempleo, pero que ciertamente no corresponden a él, en lo que se refiere a una magnitud bien especificada y medible. De hecho, dentro de la teoría clásica las nociones de desempleo, o más aún, de tasa de desempleo, están sustancialmente ausentes. Indirectamente, podemos notar que el término desempleo no aparece en el índice analítico de La Riqueza de las Naciones de Smith (1776), ni en muchos otros escritos del período clásico, mientras que en el índice monumental preparado por Sraffa para los Trabajos y Correspondencias de Ricardo (1873), hay sólo un artículo de trabajadores desempleados (en relación a una carta de Malthus a Ricardo, del 12 de octubre de 1817, la cual hace referencia al destino de los nuevos trabajadores que llegan al mercado de trabajo cuando la demanda por trabajo es estacionaria), junto con la conexión a otro artículo, “Empleo del trabajo”, el cual resulta un poco más rico en referencias, aunque en ninguno de ellos podemos identificar una noción rigurosa, claramente definida, de desempleo, o cualquiera parecida a la tasa de desempleo.6

Incluso en lo referente al impacto de la demanda de trabajo sobre los salarios, los autores clásicos, (por ejemplo, Malthus, 1836, pp. 218-223) no utilizan el desempleo para medir la distancia entre oferta y demanda de trabajo, y están lejos de establecer una relación funcional entre dos variables bien definidas, la tasa salarial y el desempleo (como subsecuentemente lo hará la teoría neoclásica, por considerar a la demanda y oferta de trabajo como funciones decreciente y creciente, respectivamente, de la tasa salarial real).

Una excepción parcial, la cual confirma la regla, es Giammaria Ortes, (1713-1790). En su Della economia nazionale (1774), Ortes discute extensamente la estructura del empleo de un país imaginario, con una población de tres millones; su idea básica es que las necesidades de consumo determinan el producto nacional y la estructura de la producción y, por tanto, el empleo y la estructura del mismo. La categoría de desempleo es, en consecuencia, de carácter residual e igual a la población menos el empleo; Ortes distingue entonces, dentro de los desempleados, a los incapaces de aquellos capaces para el trabajo. Estos últimos no estarán, de alguna manera, totalmente desempleados, debido a la necesidad de lograr su subsistencia -a este respecto, dentro de otras ideas, Ortes se refiere a algo similar a la noción moderna de desempleo oculto (overmanning)-. Ortes ilustra así una economía sustancialmente estacionaria, donde la categoría estadística de desempleo juega un importante rol en la descripción de la situación, pero un papel puramente pasivo en su interpretación.

La noción de desempleado involuntario aparece dentro del ancestral debate sobre la ayuda a los pobres, aunque no necesariamente designada con el término moderno. Contrastando con la tesis de acuerdo a la cual los pobres sanos pueden ganarse la vida por sí mismos, de tal modo que los subsidios deben ser otorgados solamente a huérfanos y discapacitados, algunos autores más caritativos hacen hincapié en el hecho de que el no empleado no es necesariamente una persona indolente: el estar sin trabajo puede depender de la ausencia de oportunidades, no de la culpa.7 En este caso también la noción es rica en matices: ¿podemos considerar como voluntariamente desempleada a una persona joven que rehúsa un trabajo que no le ofrece un salario suficiente para su supervivencia independiente fuera de la familia de origen?, ¿o a una persona la cual, habiendo seguido a la familia a una nueva residencia, abandona un trabajo o rechaza, en la nueva locación, otro empleo que no corresponde a su calificación de antemano obtenida? Una vez más, la noción tiene un significado no por que éste sea por sí mismo evidente, sino sólo en la medida en que es útil para clarificar un problema bajo escrutinio: en el caso bajo consideración, si es o no oportuno subsidiar a los pobres sin empleo aunque estos estén físicamente aptos para el trabajo. Nótese que en este contexto las razones por las cuales los pobres no encuentran trabajo no son comúnmente discutidas: en los escritos de los siglos XVI, XVII, XVIII, y XIX, el problema de la pobreza se considera de manera separada de aquél de construir una teoría del empleo.

Este es, por ejemplo, el caso de Mandeville. Hutchison (1988, p. 121) recuerda su distinción entre desempleo voluntario e involuntario, pero sin capturar la diferencia sustantiva entre éste y la distinción comúnmente utilizada en el debate actual sobre el desempleo. Mandeville (1924, p. 242), dice: “no deberíamos confundir a aquellos que permanecen desempleados por carecer de una oportunidad de aplicarse al máximo, de aquellos que, por un deseo del espíritu se envuelven en su pereza, y preferirán pasar hambre antes que moverse.” Sin embargo, el contexto de este pasaje no es un análisis del desempleo o del ingreso nacional: es un cuestionamiento acerca de las motivaciones de las acciones humanas; siguiendo lo que Mandeville señala, no deberemos considerar como ociosa a una persona que deja de trabajar después de haber recibido una herencia suficientemente grande (“deberá ser llamado un hombre honesto y tranquilo”), así que él puede concluir que la distinción relevante, (obviamente desde su posición ventajosa) es aquella entre la persona que está satisfecha con sus condiciones y la persona industriosa que quiere mejorarlas. La noción de tasa de desempleo es claramente ajena a argumentos de este tipo.

Llegamos finalmente a la noción del total de los involuntariamente desempleados como una categoría analítica. Esta se obtiene por la diferencia entre empleable y empleado, después de haber recurrido a todas las motivaciones, objetivas o subjetivas, de exclusión del número de los empleados. Como veremos más adelante, la categoría de desempleo involuntario adquiere relevancia sólo con el desarrollo de la teoría marginalista tradicional y subsecuentemente dentro del marco del conflicto entre ésta y la teoría keynesiana.

Las categorías referentes al empleo dentro del enfoque clásico

Los economistas clásicos, por tanto, no utilizan la categoría de desempleo involuntario, aún cuando ocasionalmente hablan de los desempleados en el sentido genérico del término, e incluso si algunos de ellos se refieren a los involuntariamente desempleados en el contexto de debates específicos sobre la ayuda a los pobres. La cuestión central para los economistas clásicos era la de explicar la sustentabilidad y el desarrollo en el tiempo de una economía basada en la división del trabajo: las condiciones bajo las cuales cada unidad productiva es capaz de reponer su stock inicial de medios de producción y subsistencia, y es inducida a continuar la actividad, la distribución del ingreso y su relación con la acumulación, el rol del progreso técnico. En consecuencia, la atención se centra en el empleo, y más precisamente en aquellos empleados en los núcleos modernos (capitalistas) de la economía.

Así, para Adam Smith, (1776) la categoría central en la teoría de la Riqueza de las Naciones, es aquella del trabajo productivo. Cuando identificamos la riqueza de las naciones con el ingreso per cápita más que con el ingreso total, si indicamos al producto nacional con Y, a la población con N, a la productividad por trabajador con q, y al número de trabajadores productivos con L, dado que por definición q=Y/L, multiplicando esta identidad por L, y dividiendo entre N obtenemos:

Es decir, encontramos que la riqueza de las naciones depende de dos elementos, la productividad del trabajo y la parte de trabajadores productivos sobre la población total.8 Sobre esta base podría parecer como si los trabajadores no productivos y los desempleados estuvieran igualmente clasificados por lo que respecta a su contribución a la riqueza de las naciones, con una contribución aparentemente nula en la ecuación anterior. Sin embargo, Smith, mediante la distinción entre trabajadores improductivos útiles e inútiles (aunque con algo de escepticismo sobre la posibilidad de encontrar límites precisos entre las dos categorías), recuerda que el buen funcionamiento de la economía, y por ende un buen nivel de productividad del trabajo, depende entre otras cosas de una serie de servicios, tales como aquellos que los doctores proveen al mantener a los trabajadores saludables, o aquellos proporcionados por los maestros, que mejoran la calidad de la fuerza de trabajo. Detrás de la productividad del trabajo y de la proporción de trabajadores productivos sobre la población, Smith enfoca su atención hacia dos elementos: la división del trabajo, la cual favorece el crecimiento de la productividad, y la acumulación, cuyo ritmo, al ser más rápido o lento que aquel del crecimiento de la población, lleva a un incremento o decremento de la parte de los trabajadores productivos sobre la población total.

En este sentido, la categoría del no empleado está situada muy cerca de aquella de los trabajadores improductivos, que son básicamente trabajadores que pertenecen a los sectores no capitalistas de la economía. A este respecto, la visión de Smith parece análoga (aunque ciertamente no del todo coincidente) a aquella propuesta por Marx con la noción del ejército industrial de reserva, la cual, como es bien sabido, incluye también junto con los desempleados a aquellos que con un término moderno podríamos llamar desempleados ocultos, y que se encuentran en la agricultura y en trabajos artesanales tradicionales.9

Dentro de este análisis, la categoría de desempleado involuntario no juega un rol particular. De hecho, el análisis clásico no está construido sobre los cimientos de la noción de equilibrio entre oferta y demanda, tanto para el caso del trabajo como para el de cualquier otra mercancía.10

La noción de desempleo involuntario en Keynes y en la tradición marginalista

La noción de desempleo involuntario juega un papel relevante en el análisis de Keynes (1936); sin embargo, deberíamos agregar que éste es esencialmente negativo. Lo que Keynes quiere mostrar es que los mecanismos reequilibrantes de una economía de mercado pueden resultar incapaces para reabsorber el desempleo, lo que puede llegar a constituirse en un problema persistente, (como ha sido enfatizado, por ejemplo, por Tonveronachi, 1983, a mi juicio uno de los mejores intérpretes de Keynes). En consecuencia, cuando se enfrenta una situación de crisis o depresión, la intervención pública en la economía se vuelve una necesidad. Este es el punto central de la conexión entre Keynes y el autodenominado Enfoque del Ministerio de Hacienda (Treasury View).

Con el fin de darle soporte a este argumento, en la Teoría General Keynes utiliza un modelo específico para la determinación del nivel de empleo: el marshalliano (de Alfred Marshall) de equilibrio de corto plazo (como el desarrollado por Kahn [1929], 1989), el cual presupone a los empresarios en una situación cercana a la competencia, pero no coincidente con ella.11 Tal modelo permite a Keynes, por un lado, expresarse en un lenguaje que esperaba fuera fácil de entender para los economistas formados dentro de la tradición marshalliana, dominante en su propio medio, pero también generalizada fuera de Inglaterra (por ejemplo, en Viner Chicago o Pantaleoni, Italia), y por otro, dejar de lado -gracias al contexto de corto plazo escogido- cuestiones tales como el cambio técnico y el nacimiento de nuevas firmas, para así poder enfocar su atención en la problemática de la existencia o no existencia de mecanismos automáticos de mercado que reabsorban el desempleo. Su respuesta a ello, y no el modelo específico dentro del cual sus ideas están incrustadas en la Teoría General, constituye la contribución con la que Keynes intenta oponerse a la teoría económica (como él mismo repetidamente lo hace notar, Keynes, 1937). De cualquier manera, el principio de la demanda efectiva nos permite, dentro de ese modelo, la determinación del nivel de ingreso de equilibrio y, en consecuencia, del nivel de empleo de equilibrio; el monto del desempleo involuntario y la tasa de desempleo son simplemente corolarios, definibles si y sólo si la fuerza de trabajo disponible (oferta de trabajo), es considerada como una magnitud dada, y no constituye el objetivo directo de análisis para Keynes.

Por el contrario, el desempleo y la tasa de desempleo tienen un rol teórico directo en el contexto de teorías -las desarrolladas dentro de la tradición marginalista- las cuales pretenden explicar el funcionamiento de la economía en términos de mecanismos de equilibrio de oferta y demanda activos en el mercado de trabajo (en analogía a lo que se asume que funciona para cualquier otro mercado), así que tienen que atribuir un papel central a un exceso en la función de oferta de trabajo. En síntesis, de acuerdo a esta teoría, en la presencia de desempleo involuntario (el cual corresponde a un exceso en la oferta de trabajo), la competencia entre los desempleados en busca de empleo induce una caída en los salarios reales; el supuesto de una curva de demanda de trabajo ascendente cuando los salarios caen, debido a la sustitución capital-trabajo, sirve de soporte a la idea de que ello provoca un incremento en el empleo. Los salarios y la relación capital-trabajo se mantienen decreciendo hasta que la competencia entre los trabajadores en busca de empleo cese; es decir, -en un sistema donde el mercado de trabajo está caracterizado por la competencia perfecta- hasta que el desempleo involuntario haya desaparecido. El desempleo involuntario puede ser por tanto explicado o como un fenómeno (desequilibrio) temporal, o como debido a elementos no competitivos (tales como los sindicatos) que impiden el funcionamiento de los mecanismos automáticos de desatascamiento del mercado; por consiguiente, los remedios de política para el desempleo consisten en llevar a la economía real a ajustarse a los requerimientos teóricos de la competencia perfecta.12

Keynes en cambio mantiene dichos mecanismos de mercado sin actuar de modo que reabsorban el desempleo involuntario; los equilibrios caracterizados por el desempleo constituyen por el contrario el caso general, ya que no hay razón para que las decisiones de inversión de los empresarios, determinadas por sus expectativas sobre el futuro en un mundo caracterizado por la incertidumbre, deban equilibrarse con sus decisiones de ahorro, conectadas principalmente con el ingreso al nivel de ingreso de pleno empleo más que a cualquier otro nivel de ingreso.

La tesis del equilibrio de pleno empleo es común a la teoría marginalista prekeynesiana, (por ejemplo, Pigou), y a las lecturas de la teoría keynesiana provistas por la síntesis neoclásica (de acuerdo a las cuales los mecanismos de mercado, aunque activos en el largo plazo, como se indica líneas arriba, en el corto plazo son incapaces de asegurar una eliminación suficientemente rápida del desempleo, dejando así el espacio para la intervención pública en la economía, con un papel sustancialmente limitado para estabilizar las fluctuaciones cíclicas).13 El mismo esquema domina el subsecuente debate macroeconómico, por ejemplo, con los teóricos de las expectativas racionales, que mantienen la validez general de los principios marginalistas tradicionales, mediante el rechazo de la posibilidad, incluso en el corto plazo, de desviaciones del equilibrio por desatascamiento del mercado. El corolario de política económica de esta última postura es que, bajo condiciones de competencia imperfecta, el desempleo no friccional no puede sino ser voluntario, conectado a la preferencia por no trabajar cuando el trabajo no es más una cuestión de vida o muerte, sino simplemente una cuestión de un mayor o menor ingreso (la diferencia entre salario y subsidio al desempleo), confrontado con la desutilidad atribuida al trabajo. Es esta una tesis que es mantenida en oposición a la ampliación del estado de bienestar, el cual asegura también el apoyo a los pobres sanos; y esa tesis, por tanto, regresa a los ancestrales y tradicionales enfoques conservadores.

Valor heurístico de las tasas de empleo y de la tasa de desempleo

Como es -o mejor dicho, como debería de ser- ampliamente conocido, el enfoque marginalista tradicional sufre serias fallas en cuanto a la teoría del empleo se refiere. Aún cuando el modelo de Keynes en la Teoría General se limita al corto plazo, el análisis basado en éste constituye por sí mismo una crítica radical a la teoría tradicional; para el largo plazo se encuentra la crítica sraffiana a la relación inversa entre tasa salarial y demanda de trabajo, implícita en la crítica a la noción de capital como un factor de la producción. Dejaremos aquí este aspecto de lado, refiriéndonos a otras contribuciones.14

Las críticas de Keynes y Sraffa a la teoría tradicional abren la puerta al reconocimiento de la importancia del análisis de la acumulación y el desarrollo por el lado de la demanda; en particular, dentro de las teorías poskeynesianas los elementos monetarios y financieros asumen, junto con las instituciones, un rol central. Hay de manera paralela una pérdida de importancia de las limitantes al crecimiento representadas por la disponibilidad de recursos, el primero de todos los cuales es la oferta de trabajo, que junto con la tecnología determina la tasa natural de crecimiento, la cual dentro de los modelos de crecimiento neoclásicos -y contrario a la tesis original de Harrod- se torna también en la tasa de crecimiento de equilibrio.

Tan pronto como la economía deja de ser leída en términos de una tendencia al equilibrio entre oferta y demanda de trabajo, podemos ver que la barrera del pleno empleo, aunque no es negada en principio, pierde mucha de su relevancia: en las economías abiertas, la posibilidad de largas fases de crecimiento a una tasa mayor que la natural, está garantizada por la inmigración (como lo muestra, por ejemplo, el milagro económico de Alemania Occidental en las dos décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial); en las economías cerradas, un amplio margen de flexibilidad en la oferta de trabajo queda garantizado por el incremento en las tasas de actividad femenina en respuesta a las nuevas oportunidades de empleo (como lo muestra, por ejemplo, el caso de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial).15

Todo esto significa que la noción de desempleo involuntario, si bien es un pilar fundamental para la tradición marginalista y en consecuencia para su crítica, no resulta ya relevante cuando se construye una teoría de los niveles de empleo y producción y se dirige sobre las líneas clásicas-keynesianas.16 Por lo demás esto es válido para la tasa de desempleo, la cual puede ser utilizada como un indicador (aunque parcial) del poder de negociación de los trabajadores en el contexto del análisis de la dinámica de las tasas salariales nominales, pero es inútil como medida de la distancia de un equilibrio, el cual resulta muy difícil de definir, debido a la vaguedad de las fronteras de la noción de pleno empleo, y sobre todo porque ese equilibrio no puede ser considerado como un centro de gravitación para el mercado de trabajo, una vez que la teoría marginalista tradicional es abandonada. En lugar de tales nociones, la atención debería centrarse en las tasas de empleo -tanto a las generales, que se refieren a la sociedad como un todo, como a aquellas específicas para región, sexo, edad, grupos- y en las razones que explican las diferencias de tales tasas en las comparaciones internacionales: efectos de composición debidos a la religión, edad y sexo, y sobre todo componentes debidos a la situación económica específica del país en estudio.17

Nótese que la naturaleza objetiva de la tasa de empleo rinde comparaciones más significativas para país y tiempo que las comparaciones de la tasa de desempleo. Hay que agregar que ello no implica una negación de la existencia de diferencias culturales que tienen un impacto sobre la actitud hacia el trabajo, y en consecuencia sobre las diferencias en las tasas de empleo; sin embargo, deberíamos reconocer que tales aspectos, aunque afectan la oferta de trabajo, pueden ser influenciados a través del tiempo por la dinámica de la demanda de trabajo. Finalmente, esto no implica que no pueda serle atribuido ningún significado a la tasa de desempleo: por ejemplo, puede ser interpretada -como se ha ya sugerido líneas arriba- como un indicador del malestar social conectado a una difícil situación en el mercado laboral; en este sentido, el manifiesto voluntario de tener un empleo constituye, si no es satisfecho, una razón inmediata y directa de anomia.

Las categorías estadísticas no son neutrales, sino son un vehículo de diferentes enfoques sobre la forma en que funciona la economía. Una discusión explícita sobre este aspecto es esencial para una evaluación crítica del poder explicativo real de dichas categorías.

Referencias

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*Gracias, sin implicaciones, a Mario Tonveronachi por las incontables discusiones sobre los temas de este trabajo, a Andrea Ginzburg por sus observaciones críticas a una versión previa del mismo, y a Alighero Erba por llamarme la atención hacia Giammaria Ortes. Gracias también a los participantes de la primera conferencia nacional de la Asociación Italiana para la Historia de la Economía Política (Belgirate, 2-4 de junio de 2004), donde se presentó una versión previa de este artículo, así como a dos dictaminadores anónimos por sus perceptivos comentarios, y a MIUR por financiar una investigación sobre “El fundamento de una macroeconomía sraffiana-keynesiana”.

**Traducción del inglés de León Blanco.

1Se refiere al libro Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, escrita por el filósofo escocés Adam Smith, y publicado por primera vez en 1776, el cual es mejor conocido como La Riqueza de las Naciones. (N. del T.)

2Para una breve ilustración de ésta teoría, así como para algunas otras referencias bibliográficas véase, Roncaglia (2001, pp. 218-221).

3Esta dependencia es muy fuerte, como lo muestra la abundante evidencia empírica, en particular en lo que respecta a las tasas de actividad femenina. La distribución del ingreso y la riqueza juegan también un rol importante, en la medida en que afectan –junto con las costumbres e instituciones– el tamaño de la llamada clase ociosa, de la que Veblen habló tan elocuentemente: aquellos que tienen la posibilidad de no trabajar, y deciden no hacerlo, son comúnmente clasificados en parte entre los no empleables o los voluntariamente desempleados. Véase, más adelante, la referencia hecha por Mandeville a este grupo.

4La noción de histéresis representa un intento por reconocer la influencia de la demanda de trabajo sobre la oferta, dentro del marco de la teoría tradicional: la noción de desatascamiento de mercado y la tesis de la gravitación hacia ella se preservan, mientras se reconoce que el equilibrio se mueve por sí mismo en el tiempo. Sin embargo, esta forma de representar el funcionamiento de la economía sería justificable sólo si la gravitación hacia el equilibrio fuera más robusta (más rápida y sistemática) que la influencia de la demanda sobre la oferta determinando un cambio en el equilibrio; por el contrario, las críticas sraffianas a la relación inversa entre la tasa del salario real y la demanda de trabajo privan de sus fundamentos precisamente a la teoría de la gravitación hacia el equilibrio de pleno empleo.

5Petty escribe en el siglo XVII, cuando el capitalismo mercantil no había dado paso aún al capitalismo industrial y a la mecanización. Pero las amplias brechas productivas entre las técnicas modernas y tradicionales eran ya aparentes. La distinción de Petty entre un precio político, correspondiente a la dificultad productiva bajo la tecnología prevaleciente, y un precio natural, correspondiente a la dificultad de la producción bajo la mejor técnica conocida (c.f.Roncaglia, 2001, pp. 75-76) pueden volverse útiles en relación al análisis de todas las situaciones bajo las cuales coexistan técnicas ampliamente diferentes. Este es el caso, por ejemplo, de los países en proceso de industrialización, donde un sector moderno coexiste con uno tradicional. La distinción entre sectores tradicional y moderno no coincide, pero se relaciona, con la de economía legal e informal. Ese fenómeno ayuda en la explicación del relativamente bajo nivel de la tasa oficial de desempleo en algunos países en vías de desarrollo, donde el nivel de empleo en el sector moderno de la economía es bajo, pero en el sector tradicional/informal es alto; también aquí, con el fin de evaluar la situación económica, las tasas de empleo específicas van más al punto que la tasa de desempleo.

6El lector escéptico, que no conozca la meticulosidad del índice de Sraffa, puede revisar en su totalidad los diez volúmenes de los Trabajos y Correspondencias de Ricardo o, al menos el famoso capítulo sobre maquinaria en los Principios: en contra de lo que parece ser creencia común, éste no contiene ni un solo ejemplo del término –de hecho ni siquiera la noción– de desempleo.

7Esta también la categoría de los pobres los cuales, aunque estén trabajando, reciben un salario insuficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias. Sobre esta cuestión véase, Roncaglia (2001, pp. 185-189), así como las referencias bibliográficas allí provistas.

8Sobre la noción de trabajo productivo de Smith véase, Roncaglia (2001, pp. 145-146).

9La noción de supernumerarios de Petty, y la distinción entre precios políticos y naturales, discutida líneas arriba (nota 5), son relevantes aquí, especialmente desde la perspectiva de las economías en desarrollo contemporáneas con un amplio sector tradicional (además, desde una perspectiva diferente, pero relacionada, de un extenso sector informal).

10Sobre este punto véase, Roncaglia (2001).

11Aunque escrito en lenguaje marshalliano, el modelo de Keynes está mucho más allá del análisis del empleo de la tradición marginalista (donde la demanda y oferta de trabajo determinan un equilibrio del mercado de trabajo con un mecanismo de despeje de mercado perfectamente análogo al prevaleciente en cualquier otro mercado), que el propio análisis de Marshall, con su énfasis sobre la demanda de trabajo como una demanda derivada de la demanda de bienes. En Keynes, la demanda de trabajo de los empresarios se deriva de sus propias expectativas sobre la demanda por sus productos, en consecuencia deriva de su visión acerca de las perspectivas de la economía, más que sobre la demanda corriente que se pueda percibir en el mercado real.

12Para una ilustración crítica de la noción neoclásica de flexibilidad del mercado laboral véase, Corsi y Roncaglia (2002).

13Véase, por ejemplo, Roncaglia y Tonveronachi (1985).

14Por ejemplo, Harcut (1972) y Roncaglia y Tonveronachi (1985).

15Permítasenos recordar también que, dentro del debate sobre la sustentabilidad del sistema de pensiones frente al incremento de la esperanza de vida al nacer, un incremento en la edad de retiro es ampliamente apoyado; esta propuesta está obstaculizada por la débil demanda por trabajo (que en muchas ocasiones lleva a pensiones anticipadas), más que por la oposición de los trabajadores a posponer su retiro (una extendida, pero lejos de una actitud generalizada: mucho depende de la naturaleza específica de los diferentes trabajos, y de los incentivos y desincentivos presentes en los diferentes marcos institucionales.

16Para más sobre este punto véase, Roncaglia (2004).

17Surge aquí una cuestión más amplia, referente a la pertinencia de los elementos recién mencionados en el análisis de países en diferentes estadios de desarrollo. No obstante, aparte de unas pocas alusiones (notas 5 y 9), resulta claro que tal cuestión no puede ser adecuadamente considerada en este trabajo, mereciendo trato aparte.

Recibido: Junio de 2005; Aprobado: Agosto de 2005

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