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Investigación económica

versión impresa ISSN 0185-1667

Inv. Econ vol.64 no.251 Ciudad de México ene./mar. 2005

 

En homenaje a Víctor L. Urquidi

Víctor Urquidi, dos vocaciones y un objetivo*

Lorenzo Meyer** 

** Centro de Estudios Internacionales, El Colegio de México. México.


Poco común pero no imposible

El mundo académico y el de la alta burocracia especializada o tecnocracia tienen un origen común -el universitario-, comparten algunos valores importantes -la búsqueda y dominio de un conocimiento especializado-, suelen coincidir en ciertos círculos sociales y no pocas veces intercambian sus uniformes. Aunque cercanos y parecidos, no son lo mismo. La diferencia estriba, fundamentalmente, en su orientación. En principio, el tecnócrata depende y trabaja directamente para el poder político y busca enfrentar los problemas desde esa óptica. El académico, en principio también, tiene como obligación servir a la creación y difusión del conocimiento, tiende a ser más teórico y debe ser más crítico. Por ello y por otras razones, no es fácil combinar en una persona ambas esferas. Este artículo aborda el caso de alguien que sí pudo hacerlo.

Significado

Cuando se cierra el ciclo de una vida que tuvo significado más allá de su círculo íntimo y de la que, en algunos momentos, se fue incluso testigo interesado, se abre la oportunidad -también la necesidad- de intentar una evaluación y sacar conclusiones. A sus 85 años y en la institución que dirigió por 19 años, El Colegio de México, Víctor Urquidi recibió de un grupo de académicos un reconocimiento público, justo cuando se sabía que una enfermedad sólo le permitiría vivir un breve tiempo más. Ahora que ha muerto, lo que importa es identificar para nosotros el signi-ficado de sus empeños como hombre de ideas y acciones relacionadas con la acción gubernamental y la academia.

La academia y su dependencia

En un trabajo que pronto se publicará, y usando como ejemplo el caso de Manuel Gamio y su papel en la construcción de instituciones de investigación en el caótico México de inicios del siglo XX, José Luis Reyna señala que la ciencia social moderna mexicana, su institucionalización, surgió estrechamente ligada a las necesidades de la Revolución Mexicana, más específicamente, a la búsqueda del entonces nuevo régimen por encontrar las mejores fórmulas para elaborar el discurso que le facilitara consolidar la amplia base social que buscaba y que necesitaba. De ahí la importancia inicial de la arqueología, la historia y la antropología, del indigenismo y del discurso nacionalista, todo ello manejado por un personaje con la mejor preparación académica del momento, pues Gamio fue discípulo de Franz Boas en la Universidad de Columbia. Con el correr del tiempo y la madurez del régimen, los temas y los personajes serían otros, pero la dependencia institucional casi no se modificaría. Y como el caso de Gamio lo demuestra, es de lo más difícil esa especie de “paso de la muerte” que es cabalgar entre las demandas o fidelidades de lo político y lo académico.

Es dentro de esta relación entre las exigencias del Estado y las de la ciencia social institucional, que la carrera de Víctor L. Urquidi ejemplifican la posibilidad, y dificultad, de combinar lo mejor de la formación y experiencia de una carrera hecha inicialmente en los círculos de la alta burocracia económica con las necesidades de recursos e independencia de una institución académica pública -El Colegio de México- en el contexto de un régimen político autoritario.

El personaje

Víctor L. Urquidi Bingham fue un mexicano con vocación por lo universal. Nació en 1919, pero no en el México donde aún no se apagaban del todo las llamas de su revolución y su familia tenía raíces, sino en una Francia donde apenas la víspera se había librado la Gran Guerra de 1914-1918. Como resultado de su entorno familiar primero y después por vocación, casi por necesidad, el personaje nunca dejó de recorrer el mundo, pero siempre con un propósito: descubrir y mantenerse al día sobre la naturaleza y los efectos de los grandes procesos sociales contemporáneos en las regiones subdesarrolladas. Su padre, el ingeniero Juan F. Urquidi, había optado por la oposición al régimen porfirista y durante la revolución prestó sus servicios en la agencia confidencial del constitucionalismo en Washington. Cuando las aguas se asentaron, el nuevo régimen le dio un lugar en el servicio exterior y su hijo fue educado en ese ambiente. Su madre, inglesa y enfermera, fue muy activa, entre otros lugares, en la España de la guerra civil.

A los 17 años, el joven Urquidi ingresó a la London School of Economics and Political Sciencie, que era entonces -y es- uno de los centros del pensamiento social de corte liberal más importantes del mundo y donde la economía se aborda desde una perspectiva amplia. Desde ahí, Urquidi vio cómo Europa empezaba a arder de nuevo en 1940; concluyó entonces su licenciatura en economía y, a los 21 años, se embarcó hacia México y puso punto final a su educación formal, aunque nunca dejó la otra, la que es resultado de su avidez intelectual. Urquidi desem-barcó en un México donde acababa de concluir el cardenismo y cuya clase dirigente se disponía a aprovechar al máximo las oportunidades que le abría el gran conflicto mundial para cerrar el capítulo de la revolución social y abrir el de una acelerada transformación económica capitalista.

El estado mexicano de la década de los cuarente estaba empeñado en jugar a fondo su papel de gran fuerza interventora en la esfera del proceso económico, y de inmediato absorbió a Urquidi y a Josué Sáenz -los dos primeros economistas profesionales en México, ambos formados en una atmósfera dominada por las ideas de John Maynard Keynes- en su aparato técnico, cuyas dos instituciones centrales habían sido dominadas por abogados: el Banco de México y la Secretaría de Hacienda. Un profesional de la economía que podía hablarse de tú a tú y en su idioma con los responsables de diseñar y poner en marcha las políticas económicas de las grandes potencias, especialmente Estados Unidos, era simplemente invaluable. Así pues, el joven Urquidi asumió muy pronto posiciones de responsabilidad y siguió recorriendo el mundo al servicio del proyecto de desarrollo mexicano. En ese papel asistió a la histórica conferencia que en 1944 en Bretton Woods estructuró el marco económico de la posguerra, a la conferencia de Bogotá de 1948 donde se dio forma a la OEA o viajó al Asia en un intento por reanimar el mercado para la plata mexicana. Sin dejar nunca su plaza en el Banco de México, Urquidi trabajó en el Banco Mundial, en la Secretaría de Hacienda y en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), justo cuando esta institución -cuyo espíritu animador era el economista argentino Raúl Prebisch- estaba dando forma a un modelo económico que proponía la protección del mercado interno y la sustitución de importaciones como la vía para que la región latinoamericana diera un gran salto histórico; uno que la hiciera pasar de exportadora de materias primas a industrial y desarrollada.

Como tecnócrata, Urquidi no sólo se contento con servir a los proyectos de un gobierno que había hecho del crecimiento una realidad (era la época del famoso 6 por ciento promedio anual de crecimiento) sino que, cuando pudo, buscó y logró que los responsables políticos asumieran como propias sus ideas. Tal fue, por ejemplo, el caso con la decisión de incorporar a México a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio; esa adhesión mexicana a la ALALC fue, en buena medida, producto de la presión de Urquidi y de otros “técnicos” sobre Adolfo López Mateos (ver a Philippe Schmitter y Ernst Haas, Mexico and Latin American Economic Integration, Berkeley, 1964, p. 11).

Una batalla más importante fue la que Urquidi dio también a inicios de los años sesenta en torno a la posibilidad de poner en marcha una verdadera reforma fiscal: una que fuera progresiva, redistributiva y que le diera al Estado más recursos para llevar adelante sus políticas de inversión y social. Sin embargo, aquí el temor de los políticos a tocar los intereses de las grandes concentraciones de la riqueza, dieron al traste con la propuesta sostenida entonces por Urquidi. Hoy, 40 años más tarde, México sigue sin tener una verdadera reforma fiscal. Mejor suerte corrió la propuesta, hecha ya desde El Colegio de México, para provocar un cambio sustantivo en la política demográfica. En efecto, Urquidi logró que sus argumentos convencieran al presidente Luis Echeverría de la conveniencia de empezar a tomar medidas para disminuir la tasa de crecimiento de la población, lo que efectivamente ocurrió.

Grandes temas

Para la segunda mitad del siglo XX, la ideología económica dominante en la tecnocracia de México empezó a ser la elaborada en Estados Unidos (sobre el tema ver a Sarah Babb, Managing Mexico, Princeton University, 2001). Urquidi no pertenecía a ese grupo de los americanizados, y aunque algunos de ellos le vieron con cierta condescendencia, resulta que hasta hoy, Urquidi es el economista mexicano más citado en las revistas profesionales internacionales. Como sea, de los dos centenares y medio de artículos publicados por Urquidi entre 1940 y 1982 -los economistas prefieren los artículos a los libros-, el grueso esta dedicado a los temas del desarrollo económico mexicano y a los de población y recursos humanos, le siguen los asuntos económicos latinoamericanos e internacionales y luego los de teoría, ciencia y tecnología y educación (véase “Bibliografía completa de Víctor L. Urquidi” en M. Carrillo Huerta, (comp.), Teoría y política económica en el proceso de desarrollo, Universidad Veracruzana, 1984, PP. 447-480). Aún hay que determinar si en los 200 artículos que publicó entre 1982 y este año, el foco de interés se modificó mucho a no, pues fue entonces cuando él se introdujo con empeño en temas de medio ambiente y desarrollo sustentable.

El tecnócrata como académico

Desde muy temprano y a través de Daniel Cosío Villegas, Urquidi estuvo asociado a El Colegio de México, pero fue en 1964, justo cuando su esfuerzo por la reforma fiscal estrelló con la falta de voluntad de los políticos, cuando se integró más a esa institución al punto que en 1966 fue nombrado su presidente, puesto en el que permaneció a lo largo de los 19 años siguientes.

Hasta cumplir sus 45 años, Urquidi no podía haber sido considerado un académico, pero entonces, y “desde arriba”, se transformó en uno, aunque sin perder del todo sus formas de alto funcionario público. Como presidente del Colmex, Urquidi supo usar sus contactos establecidos para conseguir recursos materiales y humanos para dar nuevas instalaciones a la institución, sostener adecuadamente los trabajos existentes y, sobre todo, para dar vida a nuevos centros y programas de estudio -demografía y urbanismo, sociología, Asia y África, estudios de la mujer, energéticos, ciencia y tecnología y otros-. Para lograrlo tuvo también que enfrentarse a las inercias y a los intereses creados dentro del mundo académico. Su estilo fue siempre autoritario -herencia, supongo de su socialización como tecnócrata- y no pudo adaptarse al estilo no jerárquico de la auténtica vida universitaria. Pero a cambio mantuvo siempre uno de los grandes valores académicos: el de procurar el máximo de independencia y autonomía de la actividad intelectual dentro de un sistema de gobierno donde esa independencia relativa no era muy apreciada y a veces era castigada -un ejemplo fue la agresión simbólica pero directa contra la sede del Colmex en 1968-. El otro gran valor que Urquidi defendió y simbolizó personalmente, fue el de la honradez total en el uso de recursos públicos a su disposición, conducta notable en un sistema que con razón ha sido definido como una cleptocracia. Sus escrúpulos llegaron al punto de pagar por su correspondencia privada y no recibir sueldo alguno del Colmex mientras lo estuviera percibiendo del Banco de México.

Al morir, Víctor L. Urquidi dejó como herencia en el mundo académico, además de sus escritos: su honradez y su defensa de la libertad de cátedra e investigación, su desvelo por desentrañar la naturaleza cambiante del proceso mundial, su obsesión por encontrar los cambios que pudieran llevar al desarrollo latinoamericano y su ética de trabajo pues, literalmente, hasta el final se mantuvo absorbiendo y procesando información, reflexionando y escribiendo. Fue Urquidi, en fin, un mexicano a la altura de su tiempo y con un agudo sentido de responsabilidad social. Vale la pena guardar su recuerdo y, sobre todo, ponerlo a buen uso.

* Artículo publicado en Investigación Económica, vol. 3, núm. 2, Facultad de Economía, UNAM, 1943, pp. 117-138.

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