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Cuicuilco

Print version ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.22 n.64 México Sep./Dec. 2015

 

Diversas temáticas desde las disciplinas antropológicas

 

Revueltas, Lombardo y la clase obrera

 

Gerardo Necoechea G.

 

Dirección de Estudios Históricos, INAH.

 

Recepción: 12 de agosto de 2014.
Aprobación: 5 de marzo de 2015.

 

Resumen

Este ensayo examina las ideas de José Revueltas y Vicente Lombardo Toledano, los dos más importantes marxistas mexicanos del siglo XX, acerca de la clase obrera. Ambos coinciden en adscribir a este sector el papel de sujeto revolucionario y considerar que los obreros mexicanos están lejos de tener una conciencia de clase madura. En tanto la conciencia de clase proviene de un agente externo a la clase, ninguno de los dos estimó importante la experiencia: para Revueltas el Partido Comunista es el que inyecta la conciencia de clase; para Lombardo, la legislación del Estado mexicano posrevolucionario creó la posición de sujeto social que los trabajadores deben ocupar. Revueltas, sin embargo, deja abierta una puerta hacia el examen de la experiencia histórica que forma a la clase.

Palabras clave: clase obrera, historiografía, marxismo, Revueltas, Lombardo Toledano.

 

Abstract

This essay discusses the ideas of José Revueltas and Vicente Lombardo Toledano, two of the most important Mexican Marxists, regarding the working class. As Marxists, both men agreed in ascribing the leading role in the revolution to the working class, and both considered Mexican workers to have exhibited a weak class consciousness. A mature class consciousness would not result from experience but would have to be injected from outside the subject: Revueltas thought workers needed the Communist Party to attain it, whereas Lombardo considered the State created, through legislation, the position workers were meant to occupy. For Lombardo Toledano, the weakness of the working class would be overcome by the leadership of the right-wing post-Revolutionary government, thus bringing about the independence of the labor movement. Revueltas, for his part, thought the dependent nature of the whole class could not be easily overcome, but his chronicles of workers' struggles opened up the possibility of examining experience in the process of class formation.

Keywords: working class, historiography, Marxism, Revueltas, Lombardo Toledano.

 

Introducción

José Revueltas y Vicente Lombardo Toledano fueron probablemente los dos más importantes marxistas mexicanos del siglo XX. Lombardo nació en 1894, y para cuando inició la revolución de 1910 era ya un joven preparatoriano. Revueltas nació 20 años después, cuando recrudecía la guerra civil. El impulso revolucionario los lanzó a la acción política, con el optimismo de quien ve acercarse el horizonte utópico. Los dos dejaron también una obra intelectual importante para configurar la cultura de la izquierda mexicana. De hecho, muchos han señalado que ambos pensadores constituyen los polos simbólicos que orientaron a la izquierda organizada incluso hasta el final del siglo XX. Por esa razón, aunque falta mucho por hacer, sus ideas y sus actos han sido el foco de numerosos estudios [Millon 1976; Illades 2008 y 2012; Carson 2012; Chassen 1977; Olea Franco 2010; Morúa 2001; Escobar 2012; Bartra 1982].

Los estudiosos han examinado su activismo y la naturaleza de su marxismo, particularmente en relación con sus ideas sobre el Estado, el partido político de vanguardia y la estrategia para lograr la transformación socialista en México. Además, claro, los críticos literarios han abordado la obra de ficción de Revueltas. La clase obrera ocupó un lugar central en las ideas que ambos tenían acerca de la política. Sin embargo, poco se ha analizado la visión que uno y otro tenían de este sujeto colectivo que debía ser responsable del cambio socialista. La omisión puede deberse a que, de manera impresionista, pareciera que no fueron más allá de aseverar que la oprimida clase obrera sería también la clase revolucionaria. Es por esa razón que examinamos algunos de sus escritos, inquiriendo si sus ideas sobre la clase obrera tenían mayor complejidad.

Es importante considerar que Revueltas y Lombardo fueron intelectuales inmersos en la práctica política. Lo que escribieron pretendía resolver problemas de esa práctica, y no tuvieron la intención de realizar investigación primaria para trazar el origen y desarrollo de determinados procesos históricos. Lombardo Toledano se definió a sí mismo como un agitador, de manera que parte importante de su obra consistió en polémicas y arengas dirigidas a convencer y orientar la acción política. La escritura de Revueltas estuvo menos comprometida con situaciones dadas pero igualmente se acopló a la polémica que conduce a la agitación política.1 Para sus argumentos, ambos recurrieron a los escritos de Marx y Lenin; para su entramado conceptual y teórico y para la evidencia que respaldara sus planteamientos, al conocimiento generado por otros.

La noción teórica de la clase obrera que toma conciencia y realiza su misión histórica estuvo presente en sus preocupaciones. En cambio, su discusión sobre la experiencia de trabajadores de carne y hueso fue relativamente pobre, sin duda, reflejo del conocimiento que en general se tenía de la historia de los trabajadores en México. Aun así, dieron un giro a ese conocimiento asequible para trazar senderos por los que posteriormente caminó la investigación histórica acerca de los trabajadores.

Ambos autores plasman en parte la experiencia de los trabajadores pero descartan que fuera determinante en la constitución del sujeto social colectivo. Por lo mismo, la pregunta es qué conforma a los trabajadores como clase social. Trasluce en los textos de Lombardo la idea de que la ley constituye al sujeto y, en ese sentido, es el Estado que la emite e implementa el que crea la posición que el sujeto consciente ocupa. Revueltas postuló de manera clara que el partido del proletariado, porque es la conciencia organizada, genera la realización de la clase obrera en la historia. Ambos coincidieron en señalar que debido a las peculiaridades del desarrollo mexicano, la clase era débil y atrasada, y por esa razón estaba lejos de ser independiente. Revueltas y Lombardo creyeron, durante la década de los treinta, que la clase pronto alcanzaría conciencia e independencia; 30 años después, Lombardo pensaba que el movimiento obrero había perdido la independencia lograda pero la recuperaría en cuanto fuera conducido por buenos líderes. Revueltas, en cambio, pensaba que la clase obrera era dependiente. Esta última idea, que dirigía la atención a la clase, abrigaba la posibilidad de plantear nuevos cuestionamientos acerca de la experiencia y el desarrollo de la clase obrera en México.

 

Los optimistas años treinta

Revueltas analizó el proceso histórico de México en su ensayo de 1939 "La revolución mexicana y el proletariado" [Revueltas 1985: 83-108]. Su propósito fue localizar el origen de las clases sociales y trazar su devenir a lo largo del tiempo. Proceder de esta forma facilitaría comprender la revolución mexicana de 1910, pues, siguiendo a Lenin, Revueltas consideraba que cualquier revolución consistía en el paso del poder de las manos de una clase, o coalición de clases, a las de otra clase o clases. Abordó primero las relaciones agrarias que surgieron en el periodo de dominación española, siguiendo su desarrollo hasta fines del siglo XIX. Luego describió el surgimiento de la industria en el México independiente. Por último, examinó las acciones políticas de los grupos nacidos del desarrollo agrario e industrial en las primeras décadas del siglo XX.

Para entender el campo mexicano, Revueltas consideró necesario remontarse a la Conquista y subsecuente imposición del orden colonial. El repartimiento y la encomienda, las dos herramientas principales para establecer el dominio después de la Conquista, crearon la estructura básica en el campo que situó en un extremo a los conquistadores y señores de la tierra, y en el otro a los indígenas derrotados y desposeídos. Revueltas apuntó una distinción para los primeros, entre quienes simplemente usaron su dominio como rentistas ausentes y quienes lo ocuparon como agricultores, es decir, entre latifundistas señoriales y terratenientes productivos. Los segundos fueron criollos, y debido a su convivencia con la población indígena, la descendencia mestiza aumentó con el paso de las generaciones. Durante la Colonia, explicó Revueltas, la connotación racial se confundía con la connotación socioeconómica. En consecuencia, la lucha de clases enfrentó a los latifundistas señoriales y al alto clero contra los propietarios agricultores, el bajo clero, los mestizos y la masa indígena.

Ese antagonismo marcó el proceso histórico del siglo XIX. Fueron los propietarios agricultores, junto con obrajeros y mineros, los que condujeron la insurgencia independentista con el apoyo de las masas. Esa misma clase de propietarios, compuesta por criollos liberales, encabezó la lucha contra la gran propiedad de la Iglesia durante el periodo de la Reforma. El despojo indígena que acompañó a la desamortización benefició sobre todo a los mestizos, quienes ocuparon el lugar de pequeños y medianos propietarios —rancheros— en la estructura agraria; criollos y mestizos impulsaron el desarrollo del capitalismo agrario. Al mismo tiempo, los obrajes y las minas de la Colonia fueron el embrión de las relaciones capitalistas, y los esfuerzos por fomentarlos durante el primer medio siglo de vida independiente constituyeron "los deseos y aspiraciones de la incipiente burguesía mexicana" [Revueltas 1985: 96], representada por Lucas Alamán.

Revueltas calificó de semifeudal a la sociedad que transitó del periodo de reformas hacia los 30 años de dictadura de Porfirio Díaz. En el último cuarto del siglo XIX y la primera década del XX tuvieron lugar tres evoluciones paralelas: la hacienda se orientó hacia el desarrollo capitalista de la agricultura; el imperialismo, en particular el estadounidense, penetró en la producción para el mercado externo y la acumulación de tierras; y el mercado interno permitió el desarrollo de una industria de bienes de consumo y el crecimiento de una burguesía industrial. Las contradicciones y conflictos sociales que acompañaron estos procesos prepararon el terreno para el estallido revolucionario de 1910. La revolución fue el enfrentamiento "entre dos grandes grupos de clases sociales": en un bando figuraron "la burguesía industrial, los terratenientes liberales, los rancheros, los campesinos medios y pobres, y el proletariado", mientras que en el otro estaban "los grandes terratenientes feudales, la burguesía compradora y el imperialismo" [Revueltas 1985: 106]. Revueltas consideró que la conflagración culminó un ciclo de lucha emprendido por la burguesía para liberarse de las limitaciones semifeudales heredadas del régimen colonial.

Pero se trataba de una burguesía con características particulares. Nacida tardíamente, estuvo subordinada a las burguesías nacionales de los países desarrollados, de manera que tuvo un limitado espacio de acción en la producción de bienes para el mercado doméstico. Débil y atrasada, requería de alianzas y aun así vacilaba ante sus enemigos. Por eso, durante la revolución, unida a los terratenientes liberales, promovió la reforma agraria y la pequeña propiedad, medidas entonces de "carácter burgués revolucionario" [Revueltas 1985: 101].

Es una sorpresa que no obstante el título, el ensayo dedica poca atención a la clase obrera. Es evidente que Revueltas pensaba que para entender a la clase obrera era necesario comprender el proceso global de desarrollo del país, y en particular el de la industria y de la burguesía. La clase obrera aparece como la contraparte de la burguesía: una clase igualmente atrasada y, en su caso, todavía estrechamente ligada al artesanado.

Revueltas examinó el papel conservador del artesanado cuando se opuso a los esfuerzos por promover la industrialización en la primera mitad del siglo XIX. El autor consideró que por su postura, los artesanos estaban sumados al campo de "las fuerzas tradicionalmente enemigas [del progreso]: las de la feudalidad" [Revueltas 1985: 99]. Aunque no lo explicitó, asumió la continuidad entre estos artesanos del XIX y aquellos a los que se encontraba ligada la clase obrera de principios del siglo XX. Por esa razón encontramos a la clase obrera, durante la revolución, sin un partido que pugnara por sus intereses y con una conciencia centrada en la necesidad económica y el sindicalismo. No obstante, afirmó Revueltas, su presencia impulsó el carácter avanzado y progresista que adquirió la revolución.

Revueltas quedó en deuda con el lector que esperaba entender cómo la presencia de una clase obrera atrasada confirió a la revolución un carácter avanzado. Probablemente su juicio estuvo influido por los sucesos vividos en los años anteriores a escribir el ensayo. El movimiento obrero, particularmente después de 1935, entró en ebullición no sólo en cuanto a la organización de sindicatos sino también a las luchas sociales, especialmente el enfrentamiento entre los trabajadores petroleros y las compañías estadounidenses e inglesas que dominaban la extracción y exportación de petróleo. Revueltas consideró que gracias a que en el momento que recrudeció la guerra civil en México estalló la guerra mundial de 1914, la revolución pudo proseguir su camino "anti feudal y de liberación nacional" [Revueltas 1985: 106]. Fue precisamente este camino el que la clase obrera ayudó a trazar y avanzar durante la década de los treinta. Revueltas se sentía confidente de que la revolución seguiría una radicalización progresiva gracias a la participación política de la clase obrera, con mayor organización y una "conciencia de clase cada vez más acusada" [Revueltas 1985: 107]. La revolución democrático-burguesa sería llevada a una fase superior:

Observamos en la historia contemporánea de México un desarrollo desigual y dinámico de la revolución, por caminos muy propios, mexicanos, que conducen a aquélla hacia vías superiores y ameritan por sí mismos un estudio especial. El análisis de la revolución se presenta, hoy como nunca, pleno de perspectivas inmejorables [Revueltas 1985: 107].

Vicente Lombardo Toledano expresó ese mismo espíritu optimista en los textos que analizo a continuación. Tres de ellos fueron discursos: "La situación del proletariado en México", pronunciado en febrero de 1936 durante la sesión previa a la inauguración del Congreso de Unificación Proletaria [Toledano 1996: 65-79]; "El pueblo de México y las compañías petroleras" y "La Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) ante la amenaza fascista", pronunciados en enero y febrero de 1938, respectivamente, en torno al conflicto petrolero que entonces se desenvolvía, y que semanas más adelante terminaría en el decreto de expropiación emitido por el presidente Lázaro Cárdenas [Toledano 1977: 9-21 y 23-37]. Las versiones publicadas de estos discursos, si bien distantes de una teorización sobre la clase obrera, sí dejan ver la concepción que de ella tenía Lombardo Toledano.

Casi una década después, Lombardo escribió un ensayo que no fue producto de la urgencia política sino que pretendió sintetizar la historia de México siguiendo el hilo de la cultura popular. La cualidad reflexiva de "Contenido y trascendencia del pensamiento popular mexicano" ofrece un útil telón de fondo para los discursos pronunciados 10 años antes [Toledano 1977: 95-140]. Ahí, Lombardo afirmó que la historia del país podía escribirse rastreando dos ejes que la atravesaban en el tiempo: el sufrimiento del pueblo y la lucha contra la miseria y la opresión. El autor declaraba, sin consideración del tiempo histórico, que el pensamiento mexicano siempre había tenido los objetivos de progreso e independencia. Éstos, a su parecer, no habían existido en la época anterior a la conquista española, de manera que "la raza mexicana" entonces, incluyendo a las castas superiores, llevaba una existencia triste, sufriendo a diario y sin esperanza de una vida mejor [Toledano 1977: 101-102]. Mucho tiempo después, ya lograda incluso la independencia respecto del imperio español, el pueblo vivía con un sentimiento de mutilación debido a la guerra de 1847 con Estados Unidos, en la que el país perdió casi la mitad de su territorio. No obstante esta amargura arrastrada por siglos, el pueblo exhibía también su carácter indomable; gracias a ello encontró caudillos que lo guiaran para emprender la guerra de Independencia, después la reforma liberal, y en el inicio del siglo XX, la revolución. Incluso, mientras padecía la dictadura de Porfirio Díaz en las últimas décadas del siglo XIX, el pueblo cantaba loas a los bandidos que proliferaban en el territorio, y los consideraba vengadores y símbolos de una resistencia en marcha. Por ello, cuando la revolución estalló en 1910 llevó por delante las "demandas populares no satisfechas aún, las viejas demandas de Hidalgo, de Morelos, de Juárez; las exigencias substanciales de su historia" [Toledano 1977: 128]. La revolución, después de triunfar en la guerra, prosiguió su camino para satisfacer las demandas populares, desde Madero, primer presidente revolucionario, hasta Miguel Alemán, estrenando el cargo cuando Lombardo Toledano estaba escribiendo.

Lombardo habló del pueblo en ese ensayo pero en ningún momento se refirió a la clase obrera. Los discursos de los años treinta, en cambio, destacaron a los trabajadores como sujeto central. Pero si sufrimiento y lucha marcaron a la masa indiferenciada del pueblo a través de la historia mexicana, entonces los trabajadores llevaban consigo ese germen de amargura. En el discurso "La CTM ante la amenaza fascista", Lombardo aseveró que los trabajadores compartían con el pueblo las vivencias de "largos años de opresión, de ignorancia, de sacrificio constante...". Esa historia fue responsable de que el proletariado, al igual que el resto del pueblo, caminara pausadamente hacia satisfacer su misión histórica [Toledano 1977: 25].

El discurso de 1936, notable por su lógica y claridad, ocurrió en la víspera de la inauguración del congreso que culminaría con la fundación de la nueva central obrera, la CTM, y la elección de Lombardo Toledano al cargo de secretario general. El discurso tuvo, sin duda, el propósito de asentar el tono y el ánimo adecuado para convertir intenciones en hechos.

Lombardo dedicó su alocución a detallar cuáles eran las condiciones de opresión para la clase obrera. Explicó a sus oyentes la doble importancia de conocer estas condiciones: así sabrían cómo es en realidad la nación mexicana y, teniendo una visión de conjunto, pondrían la lucha de todos por encima de "conseguir solamente soluciones a sus problemas inmediatos" [Toledano 1996: 66]. Describió la inequitativa distribución geográfica de la población y la preponderancia de la población rural que poseía poca y mala tierra y, en consecuencia, se hallaba a merced de unos cuantos grandes propietarios que poseían las mejores tierras. Difícilmente podía decirse que la población urbana corría con mejor suerte.

Lombardo refirió que en una ocasión, de visita en la ciudad de Monterrey, observó a los trabajadores en una fundición de hierro y acero en su descanso para almorzar: "Se sentaban sobre la tierra, sin tener alientos para ir fuera de la fábrica a comer, y apenas satisfacían un poco, o engañaban su hambre con unos cuantos tacos, dos o tres, hechos con tortilla y con chile, y una botella pequeña llena de té". Luego ofreció una andanada de datos duros que demostraban que en México "el gasto en alimentación, en proporción al total del salario, está entre los más altos del mundo". A continuación, citando cifras referidas a la Ciudad de México, afirmó que una tercera parte del salario estaba destinada a pagar renta y poder residir en el área urbana "en donde surgen todas las epidemias, de donde la ambulancia recoge el mayor número de cadáveres de niños, de donde se entrega mayor contingente para los hospitales y lugares en donde se hacinan los tuberculosos" [Toledano 1996: 77]. Estas condiciones de vida estaban enmarcadas en una estructura económica dominada por el capital extranjero y "con una enorme dependencia económica respecto del imperialismo de los Estados Unidos" [Toledano 1996: 73]. Expuesto lo anterior, su audiencia no podía menos que aplaudir y concurrir con su conclusión: "Un mexicano, si es asalariado, si vive de su esfuerzo material o intelectual, tiene que ser, necesariamente, un individuo nacionalista, antimperialista; de otro modo es traidor" [Toledano 1996: 78].

Tanto en el discurso de 1936 como en los dos de 1938, si bien apareció la contraposición entre el sufrimiento y el espíritu indomable, el acento recayó en lo segundo. Después de todo, los discursos de enero y febrero de 1938 ocurrieron en el transcurso de uno de los grandes logros del sindicalismo mexicano, aliado al nacionalismo revolucionario de Cárdenas: la nacionalización del petróleo. En ese momento Lombardo estaba a la cabeza de la CTM, de manera que sus palabras tenían el respaldo de su experiencia directa.

Apuntó, en enero, que los obreros estaban adquiriendo conciencia gracias a sus luchas, y lo ejemplificó con los trabajadores en las compañías petroleras. Ellos iniciaron su organización en un nivel primario, empresa por empresa, pero la lucha los llevó después a unificar las organizaciones aisladas en un gran sindicato industrial. Además, gracias a la experiencia y la conciencia, habían escogido las tácticas correctas en sus luchas. Refiere la huelga con que inició el conflicto petrolero, y que el Comité Nacional de la CTM, presidido por Lombardo Toledano, y el sindicato hicieron "la previsión exacta" y, por tanto, "nuestra táctica fue perfecta". Alude a la existencia de otras posiciones respecto de continuar la huelga y las refuta: "Después de deliberar largamente los dos Comités, el del Sindicato y el Comité Nacional, resolvieron: frente a la lucha imperialista, la única táctica de lucha posible es la táctica de un Frente Popular" [Toledano 1977: 14]. En otras palabras, la conciencia desarrollada —ejemplificada por los líderes del sindicato y de la CTM— convergía ni más ni menos que con la línea política establecida en el VII Congreso de la Tercera Internacional Comunista.

Sobresalen en importancia dos puntos en las ideas de Lombardo. El primero tiene relación con la separación entre pueblo y proletariado. No queda claro por qué uno y otro. Pero es posible suponer que el proletario pertenece a la masa cuya conciencia ha evolucionado, de manera que pertenece ya a los trabajadores organizados, y más aún, al tipo de sindicato de vanguardia que es miembro de la CTM; así, en el discurso de febrero de 1938 declaró que se dirigía a "una asamblea del proletariado mexicano" y describió a los presentes como "una asamblea de hombres y de mujeres conscientes de su responsabilidad", que consiste en "defender la autonomía de la patria", incluso empuñando las armas contra "la reacción y el imperialismo" [Toledano 1977: 34].

En cambio, pueblo es un término más bien vago, que podría definirse por contraste, es decir, se trata de la masa no evolucionada y no consciente. El pueblo, como se desprende del texto de 1947, es la masa que ha sufrido a través de la historia, que carece de conciencia pero tiene instinto de lucha, gracias al cual responde a caudillos que conocen y encausan sus agravios. El pueblo entonces es instintivo y dependiente de líderes que tengan conciencia de las tareas del momento. La clase obrera tiene conciencia y capacidad de independencia, razón para que asuma la responsabilidad de ser "eje de la vida del país" [Toledano 1977: 28].

El segundo punto concierne al proceso que da nacimiento a la clase. Lombardo alude a un periodo en el que la necesidad y la experiencia empujan la evolución de la masa hacia un estadio superior de conciencia y de práctica política. Refiriéndose a la campaña de sindicalización entre los trabajadores petroleros, afirma que ante la resistencia de las empresas, los trabajadores lograron "consolidar los intereses de los trabajadores dependientes de una compañía en un solo grupo sindical". En seguida, debido a la necesidad y a la "conciencia de la masa ya evolucionada", persiguieron la formación de un solo sindicato para todos los trabajadores de la industria [Toledano 1977: 12]. Hasta aquí, la descripción otorga un lugar a la experiencia que crea al sujeto social.

Pero la exposición de Lombardo contiene también una idea distinta y en tensión con la anterior. Él arguye que ante la campaña incluso ilícita de las compañías, los trabajadores ejercieron con éxito su derecho a la organización. Más adelante, "en los últimos meses anteriores a la constitución de la CTM" y debido a que hubo también funcionarios gubernamentales opuestos al sindicato industrial, "fue menester que las Centrales obreras de aquella época, sintiendo la urgencia de que el derecho de los trabajadores de la industria petrolera fuera respetado y culminara el propósito final que perseguía, hicieran presión ante el Departamento del Trabajo para que el Sindicato fuera registrado" [Toledano 1977: 11-12]. En esta parte de la descripción aparece un derecho que los trabajadores ejercitan o presionan para que se respete pero no lo ganan o establecen ellos mismos. Se trata de un derecho que antecede a la experiencia y, por tanto, constituye a los trabajadores desde la letra de la ley. Tan no existe el sujeto social, que si el sindicato no logra el registro en el Departamento de Trabajo, muy a pesar de la experiencia, el sujeto no cobra vida.

Revueltas y Lombardo tienen en común recurrir a la historia para entender a México como una totalidad. Ambos regresan a la época colonial, y desde ahí describen y analizan la formación de la sociedad. Sus recorridos divergen porque cada uno sigue un eje diferente: la propiedad de la tierra y las relaciones sociales, en Revueltas; los rasgos distintivos de la cultura popular, en Lombardo. Pero coinciden en señalar que México es un país atrasado, y en consecuencia, sus clases sociales están aletargadas. Lombardo calificó de "raquítica en lo económico" y sin peso político a lo que llamó burguesía mestiza o criolla; consideraba, además, que era una burguesía medrosa frente al imperialismo y sin organización nacional [Toledano 1977: 14 y 31]. Revueltas coincidía. Ambos presentaron a la clase obrera como imagen en espejo debido a que emerge del mismo proceso de desarrollo económico. Era una clase atrasada cuya conciencia avanzaba lentamente, debido a que fue víctima de la opresión e ignorancia a través de los años.

Ambos autores reconocen que las luchas obreras contemporáneas muestran cambios de conciencia y permiten esperar avances en el futuro inmediato. Consideraron, de hecho, que a pesar de su atraso y debilidad, la clase obrera fue responsable del carácter avanzado de la revolución y de proponer la estrategia de vanguardia en la lucha contra el imperialismo. Aunque contradictoria de su visión del pasado obrero, esta afirmación y optimismo nació sin duda de los sucesos que marcaron las dos décadas posteriores a la guerra civil, en particular lo ocurrido durante los años de la presidencia de Cárdenas, 1934-1940.

La recuperación económica que comienza a gestarse en los años veinte y las expectativas engendradas por la revolución y los discursos de progreso social condujeron a la organización de sindicatos y de centrales obreras. La Confederación Regional Obrera Mexicana dominó durante la década de los veinte, y comenzó su pronunciado declive en la primera mitad de la siguiente década. Luis Morones, líder de la CROM, fue miembro del gabinete de Plutarco Elías Calles, y ya para entonces la central se ocupaba más de su bienestar político que de los trabajadores en la línea de producción. La efervescencia obrera de esos años tuvo sus altas y bajas, en parte dependiendo de la buena o mala disposición de quienes ocuparon la presidencia. Pero si bien las organizaciones dependían del favor gubernamental, los trabajadores con frecuencia empujaron los límites más allá de lo que sus organizaciones y los gobernantes deseaban [Carr 1981; Guadarrama 1981; Wood 2001; Chassen 1977].

El último periodo de organización y militancia ocurrió en los primeros años de la presidencia de Cárdenas. Baste mencionar el aumento considerable en el número de huelgas entre 1935 y 1938 y la fundación de la CTM en 1936, central obrera militante que sustituyó a la alicaída CROM. Muchas de las luchas obreras de esos años adquirieron el carácter de mitos fundacionales del México moderno, en particular el enfrentamiento de los trabajadores petroleros con las compañías extranjeras que dominaban la extracción y culminó en la expropiación y nacionalización de la industria [Salazar 1972: 169-369; Olvera Rivera 1998: 117-138].

También en esos años ocuparon un lugar prominente en la arena pública el Partido Comunista Mexicano (PCM) y Vicente Lombardo Toledano. Fueron los mejores años para ese instituto político y para el líder obrero. Lombardo Toledano paso de ser un líder secundario de la CROM a secretario general de la nueva CTM, y de ahí a ser reputado el más importante líder obrero y jefe del marxismo en México [Chassen 1977: 191-264; Villaseñor 1976: 464-465]. El PCM aumentó su membresía a niveles que no vio ni antes ni después. Tuvo influencia en importantes sindicatos industriales, como el de ferrocarrileros y el de mineros, tuvo cierto peso en los gobiernos locales, estatales y federal, su periódico se publicó diario por poco tiempo e incluso tuvo su propia emisión de radio. Aunque Lombardo Toledano siempre fue anticomunista y rivalizó con el PCM, al menos por un breve tiempo en los años treinta colaboraron en el movimiento obrero, gracias a que los comunistas optaron por subordinarse a Lombardo con la consigna de unidad a toda costa [Carr 1996: 117-192].

La bonanza comunista resultó, al menos en parte, de la política de frente popular. En el VII Congreso de la Tercera Internacional, en 1935, Dimitrov llamó a aliarse con todas las fuerzas antifascistas. En México hicieron frente común las izquierdas comunista y no comunista y un numeroso grupo de políticos nacionalistas del partido del gobierno, entonces el Partido Nacional Revolucionario (PNR), en apoyo a Cárdenas, que se prolongó durante la Segunda Guerra Mundial con el conservador presidente Manuel Ávila Camacho. La izquierda continuó apoyando, ya sin el pretexto de la guerra, a los siguientes y cada vez más conservadores presidentes [Carr 1996: 117-192].

Los ensayos de Revueltas y Lombardo fueron escritos en el contexto de la movilización popular durante los años de Cárdenas. Cabe recordar que sus textos no se escribieron con la pretensión de reflexiones académicas sino al calor de situaciones políticas que demandaban ideas que orientaran la acción. Ante ellos surgía el problema de una clase que era numéricamente pequeña, parte de ella concentrada en unas cuantas industrias propiedad de compañías extranjeras y el resto disperso en industrias que ocupaban talleres y fábricas modernas; debilidad aumentada por la política de subordinación al gobierno implementada por Morones, y la posterior fragmentación del movimiento obrero ocasionada por el desmoronamiento de la CROM. ¿Qué hacer para que la militancia lograra la unidad y tuviera una fuerza muy por encima de los números? Las pugnas obreras ocurrían, además, en una situación en que se enfrentaban dos importantes cabezas del movimiento revolucionario: Calles y Cárdenas, el segundo apoyaba las pretensiones de organizar sindicatos y lograr mejoras laborales. ¿Cómo, entonces, entablar alianzas y conservar la independencia de la organización obrera? Ambos pensadores estaban motivados por esbozar una línea de acción que atrajera a los obreros a la organización y la unidad y conjuntara a la izquierda socialista con el nacionalismo revolucionario en un programa político popular y antiimperialista.

La convergencia en algunas de sus ideas y su optimismo compartido los llevó a coincidir en la práctica. Revueltas fue expulsado del Partido Comunista en 1943, y gravitó hacia la órbita de Lombardo. Participó con él en la mesa marxista de 1947 y posteriormente en la fundación del Partido Popular (PP), la intención fue construir un frente amplio popular y antiimperialista. Colaboraron durante los siguientes ocho años, periodo en el cual Revueltas consideró a Lombardo Toledano el más importante dirigente marxista en México, y capaz de implementar la estrategia necesaria para culminar la revolución popular.

 

Los textos de los sesenta

Entre los años treinta y el inicio de los sesenta, los caminos de Revueltas y Lombardo convergieron para después separarse y alejarse. Revueltas cuestionó el apoyo, aunque fuera crítico, a las cada vez más conservadoras posturas gubernamentales y abandonó el Partido Popular en 1955. Durante la campaña presidencial de López Mateos (1958-1964), Revueltas escribió el ensayo "México: una democracia bárbara", en el que no sólo diseccionó la farsa democrática puesta en escena por el Partido Revolucionario Institucional, sino que con particular tino y tono cáustico criticó la postura de comparsa de Lombardo Toledano [Revueltas 1983: 11-72]. Fue nuevamente miembro del Partido Comunista por pocos años, después se unió al Partido Obrero Campesino de México, del que salió para fundar la Liga Espartaco en 1961 [Revueltas, Martínez y Cheron 1980: 18-23]. Mientras que Revueltas siguió buscando respuestas, Lombardo persiguió las ideas que habían sido fructíferas a mediados de los años treinta.

El contexto social había cambiado enormemente. En el ámbito internacional, los postulados de la guerra fría organizaron las relaciones entre países como una batalla entre el capitalismo y el comunismo, oscureciendo cualquier otro motivo de discordancia. Los gobiernos de posguerra en México alinearon su política con la de Estados Unidos en lo que Lorenzo Meyer llama un "anticomunismo discreto", e implementaron políticas internas para favorecer la industrialización, atemperar el nacionalismo, erradicar el cardenismo y cultivar el autoritarismo [Hobsbawm 1996: 252-254; Meyer 2004: 95-117].

Entre 1947 y 1948, Lombardo fue expulsado de la CTM y los comunistas forzados a distanciarse. La democracia interna de los sindicatos militantes y disidentes fue violentada para implantar dirigencias aquiescentes a las directrices gubernamentales; la represión de disidentes fue común en los años cincuenta, siendo quizás la más brutal los asesinatos y encarcelamiento de líderes y trabajadores ferrocarrileros que puso fin a una oleada de huelgas entre 1958 y 1959 [Carr 1996: 171-182 y 208-212]. Los textos de José Revueltas y Lombardo Toledano muestran las divergencias de cómo entendieron el momento vivido y, por tanto, las tareas políticas a emprender: en el caso de Lombardo, proseguir en el esfuerzo por forjar nuevamente la unidad antiimperialista y popular, y en el de Revueltas, la creación del verdadero partido obrero revolucionario.

La preocupación por definir el carácter de la Revolución mexicana ocupó un lugar central en la reflexión política de Revueltas. En el ensayo de 1939 su finalidad fue caracterizar la lucha armada para entonces mejor comprender el papel que jugó el proletariado en esos años. En 1961 el propósito de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza fue criticar al Partido Comunista Mexicano, por su incapacidad para convertirse en la conciencia de la clase obrera y llevar a cabo un programa de transformación socialista en México [Revueltas 1980]. Parte de esa crítica pasó por disputar la línea del partido respecto de la revolución ocurrida en 1910, y en esa empresa surgieron otros dos puntos que en retrospectiva parecen más importantes [Revueltas, Martínez y Cheron 1980: 7].

El primero fue destacar y trazar la manera como la burguesía encabezó la revolución, en particular después de la fase militar, gracias a equiparar su interés con el de la nación. El segundo fue argumentar que la clase obrera carecía de independencia, pues estaba supeditada en lo político a la dirección de la burguesía. El Partido Comunista Mexicano fracasó en su esfuerzo por transformarse en el partido revolucionario de la clase obrera, debido a que fue incapaz de comprender estos dos puntos, pues la tarea fue imposible mientras postulara la existencia de una burguesía nacionalista y progresista cuyos esfuerzos populares y antimperialistas había que apoyar.

Todavía en los años sesenta la revolución de 1910 fue motivo de reflexión por parte de la izquierda y de intelectuales y políticos. Stanley Ross editó varios de estos análisis, que abarcan de finales de los cuarenta a mediados de los sesenta, en un volumen cuyo título preguntaba ¿Ha muerto la revolución mexicana? [Ross 1975]. La preocupación por su supervivencia o deceso hizo de la revolución tema de polémica en esos años, a su vez reflejó controversias respecto de la dirección política a seguir para el país. Los textos de Revueltas no fueron ajenos a ese debate, en tanto la definición de la revolución determinaba cuáles eran las tareas a realizar y el sujeto revolucionario que debía emprenderlas. En el ensayo de 1961, como en el de 1939, Revueltas recurrió a la historia para trazar el desarrollo de la sociedad de clases y mostrar que la naturaleza de la clase obrera estuvo determinada por la naturaleza de la burguesía.

El examen de la revolución y la burguesía, si bien un problema en ambos escritos, en Ensayo sobre un proletariado sin cabeza tiene un giro importante. Revueltas argumenta que la burguesía mexicana adquiere su sentido de clase en la medida en que se apropia de la conducción de la lucha revolucionaria, y en los años posteriores desarrolla su conciencia de clase como conciencia de la nación. Así, los capitalistas pueden identificar sus intereses con los del país en desarrollo, y convertir la prédica burguesa en la conciencia de nacionalidad. Estas ideas las desarrolló Revueltas en dos ensayos anteriores, dirigidos a polémicas en curso: sobre el carácter del mexicano y la crisis de la revolución mexicana. Estos dos textos, el primero de 1947 y el segundo de 1951, ayudaron a madurar las ideas que expresó al respecto de la burguesía en dicho ensayo.

Un ensayo escrito por Daniel Cosío Villegas, aparecido en 1947, suscitó un debate entre varios políticos y estudiosos respecto del significado contemporáneo de la Revolución mexicana [Cosío Villegas 1947]. Él decretó la muerte de la revolución, ahogada por el alud de corrupción que siguió a su gradual institucionalización; consideró que el mal de raíz estaba en la falta de ideología entre los revolucionarios. Revueltas escribió "Crisis y destino de México" precisamente para responder a este punto, oponiendo la argumentación histórica, como fue su costumbre, a la vacuidad de aseveraciones generalmente aceptadas [Revueltas 1985: 115-125].

El desarrollo de la burguesía mexicana en el siglo XIX, marcado por las guerras de Independencia y de Reforma, perseguía la creación del Estado nación y de la nacionalidad. La "gran revolución de 1910-1920" tuvo el propósito de culminar esa tarea y "barrer del escenario histórico a las clases no aptas e incapaces de formar la verdadera y homogénea nacionalidad mexicana", para luego impulsar un programa de oposición al imperialismo y de reformas para lograr el crecimiento económico y la "incorporación de las masas indígenas al gran todo nacional del cual se habían mantenido separadas" [Revueltas 1985: 123]. La ideología de la revolución fue la conciencia de esa misión histórica, no comprendida cabalmente debido al rezago anterior, pero que en 1947 podía ser cumplida gracias a que "las clases sociales ya tienen una demarcación y una claridad de concepción acerca de sus objetivos históricos" [Revueltas 1985: 125].

En 1951 Revueltas regresó al tema de la nacionalidad. "Posibilidades y limitaciones del mexicano" fue un argumento contra las abstracciones especulativas escritas por Samuel Ramos y Octavio Paz acerca del carácter nacional [Revueltas 1985: 41-58]. Él recurrió nuevamente a la historia para trazar el proceso mediante el cual el mexicano se convirtió en el ser nacional, cuidando de apuntar que hubo momentos en que otros, los mayas o los yaquis, pudieron convertirse en el ser nacional, o que los intentos de dominación extranjera pudieron dar al traste con cualquier proceso de nacionalidad. Llegada la revolución de 1910, dos clases nuevas, la burguesía y el proletariado, estaban "interesadas en la realización del mexicano como ser nacional del país" [Revueltas 1985: 56].

Después de la revolución, la creación de una nacionalidad única y homogénea enfrentaba dos caminos: el del imperialismo y el del socialismo. La posibilidad de realizar el segundo camino, que parecía próxima en 1951, en 1961 seguía siendo un destino cierto pero llevarla a cabo se veía distante. Revueltas dedicó un apartado de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza a elucidar el proceso mediante el cual la burguesía desarrolló su conciencia de clase precisamente al encabezar la revolución de 1910, y fue capaz en los años subsecuentes de imponer su conciencia e intereses como idea de nación y de nacionalidad.

La burguesía impuso su conciencia de nacionalidad sobre el proletariado. Revueltas dirigió su atención al segundo, y en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza afirmó que había dos maneras de conocerlo: en su práctica, es decir, la historia, y en la cabeza de Marx, es decir, la teoría. Revueltas recurrió al texto de La sagrada familia para argumentar que la clase obrera estaba destinada a enfrentar a la burguesía, y en la brega, negarse a sí misma. El proletariado, acorde a Marx, era la clase social que derrocaría al capitalismo y la síntesis que emergería como consecuencia dialéctica sería la humanización de la especie. El conocimiento del ser de la clase sólo podía alcanzarse mediante la conciencia teórica. La clase por sí misma era incapaz de esta conciencia, razón por la cual requería del Partido Comunista, es decir, la conciencia organizada del proletariado. La conciencia en el proletariado, gracias al partido:

[...] deja de ser ese simple instinto de clase para convertirse en su pensamiento teórico, en la autoconciencia que lo establece como una clase social determinada, con fines determinados y que, de la "práctica disolución" que es el orden de cosas existente, lo hace practicar esa disolución como un acto científicamente dirigido y coordinado, dentro de un sistema de ideas que no se limita sólo a concebir la realidad sino que la transforma [Revueltas 1980: 191].

En suma, Revueltas consideraba que el Partido Comunista debía ser la cabeza dirigente del proletariado en su misión histórica de destruir al capitalismo. Este conocimiento teórico había que emparejarlo con el conocimiento práctico, el de la experiencia de la clase obrera en México. En el ensayo de 1939 Revueltas bosquejó a grandes brochazos el proceso que va de los artesanos conservadores de la década de 1830 a los trabajadores atrasados de las primeras décadas del siglo XX. En 1961 regresó a la historia de los trabajadores y se enfocó particularmente en la segunda mitad del siglo XIX.

Revueltas ubicó el nacimiento de la clase obrera en la década de 1870; se refirió a los trabajadores de una fábrica textil en el estado de Querétaro, e ilustró con su ejemplo la opresión y la pobreza de la clase, y lo que calificó como actividad social primitiva. Laboró sobre esta última idea, refiriendo las resoluciones a las que llegó el Congreso Obrero de 1874 (en realidad, 1876), para señalar que reflejaban la falta de confianza en su fuerza y su significación social, al mismo tiempo que "su tendencia a compensar este desvalimiento mediante la protección y ayuda del Estado" [Revueltas 1980: 125]. Explicó que no podría ser de otra manera, pues los trabajadores laboraban en industrias incipientes que no revelaban la fuerza posible de la clase; no eran aún los grandes creadores de riqueza social, debido a que producían sólo una pequeña porción de lo que la sociedad consumía, mientras el resto eran "los productos de la agricultura y de las importaciones extranjeras" [Revueltas 1980: 126]. En esa situación, la ausencia de conciencia de su propia fuerza impedía acceder al nivel superior de la conciencia de clase.

Revueltas concluyó esta primera aproximación enumerando las características peculiares de la clase obrera mexicana. La primera fue su necesidad de obtener la protección del Estado, y su buena disposición a intercambiar su apoyo, es decir, a hacer política en los términos dominantes, pues no concebía que pudiera existir "una política propia de la clase obrera" [Revueltas 1980: 126-127, énfasis en original]. La segunda fue que, en tanto débil, consideraba las huelgas como un último recurso heroico que inexorablemente resultaría en ser víctima de la represión. Por lo mismo, y tercera particularidad, exhibía un "concepto burgués" de la solución a la desigualdad, que se superaría "mediante la desproletarización de los trabajadores, haciéndolos propietarios por medio del establecimiento de talleres (punto segundo del Manifiesto de 1874) o volviendo a la producción artesana" [Revueltas 1980: 126-127]. Por último, Revueltas concedía que esos trabajadores comprendían adecuadamente la realidad inmediata a que los sometía el salario, pues argumentaban que el trabajo obrero fue una mercancía como cualquier otra y correspondía al trabajador fijar su precio. Por esa razón, a pesar de lo rudimentario de su conciencia, adquirieron importancia las huelgas que demandaban mejores salarios. Revueltas enlistó varias de fecha anterior a las de Cananea y Río Blanco entre 1906 y 1907.

Fue con esta conciencia primitiva y estas características que llegó la revolución. En consecuencia, apuntó Revueltas, convergieron los ideólogos "prepoletarios" (es decir, "artesanos por cuanto a las ideas sociales que representaban") con la ideología democrático-burguesa. La burguesía en ciernes avanzó un programa revolucionario para eliminar el "latifundio feudal" mediante la reforma agraria, oponerse a las presiones del imperialismo enarbolando el nacionalismo y ofrecer a los trabajadores "la protección del Estado" que buscaban [Revueltas 1980: 129-130]. En suma, la revolución democrático-burguesa en México adquirió así su carácter agrarista, nacionalista y obrerista.

Revueltas fue particularmente agudo en su análisis crítico de la legislación en favor del trabajo, considerada por muchos como prueba de que la revolución fue popular y progresista. Argumentó que el derecho laboral plasmado en el artículo 123 de la Constitución reconocía al obrero como factor de la producción, y lo situaba en posición de equidad con el capitalista en la producción. Revueltas criticó la idea de factores de la producción, porque colocaba al patrón en la posición de factor de la producción, como si él fuera la maquinaria y los otros medios de producción, y no como el propietario de esos medios; esa idea eliminaba la propiedad privada de la ecuación. Pero si el patrón y la propiedad privada desaparecían, argumentó, no cesaría la producción porque trabajador y medios eran suficientes para llevarla a cabo. El carácter obrerista asumido por la ideología democrático-burguesa concluyó, escondía la naturaleza parcial del Estado y la posición desigual y antagónica entre obreros y patrones.

De esta manera arribó a lo que consideró la característica principal de la clase obrera mexicana durante el siglo XX: su dependencia. Nació débil y timorata, envuelta por la ideología atrasada de artesanos y absorbida por la naciente y revolucionaria burguesía, no maduró hacia una conciencia de su fuerza y menos de su importancia histórica. Revueltas señaló que por primera vez los Flores Magón llevaron a los trabajadores por el camino hacia el socialismo. Ellos hablaron de la participación independiente y consciente de la clase obrera en la revolución y si la clase no lo hizo así fue porque la ideología democrático-burguesa se adueñó de la mente obrera. Años después fue creado el partido oficial organizado por sectores, y desde entonces los obreros creían participar en la selección de candidatos por parte de sus sindicatos "y no del partido oficial, es decir, del partido de la burguesía". Ese instituto político aparecía ante la sociedad como "extensión social" del Estado, y "de este modo hace penetrar sus filamentos organizativos hasta las capas más hondas de la población e impide con ello una concurrencia política de clase" [Revueltas 1980: 168].

Comparados, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza presenta modificaciones respecto del ensayo de 1939. El foco, la extensión y el propósito son evidentemente distintos; también es notable el cambio de tono, de estado de ánimo si se quiere. En 1939 hay un lugar para la acción que impulsa la maduración de la conciencia de clase, de ahí surge la expectativa —ciertamente incumplida— de que la clase obrera llevará la revolución a un estadio superior. Por el contrario, en 1961 ese proceso, en ausencia de la conciencia organizada, fue visto como callejón sin salida. El optimismo cede entonces ante una perspectiva bastante más sombría. Los sucesos de los 20 años previos no son para menos: el viraje a la derecha deja una secuela de represión, persecución y asesinatos. El oscurantismo se cierne sobre la política mexicana y el ensayo de 1961 así lo refleja.

El pesimismo de Revueltas, además, estuvo alimentado por la política de la izquierda partidista. Revueltas, que había roto con el Partido Comunista y con el Partido Popular, criticó a ambos y a sus líderes por su insistencia en apoyar a una burguesía nacional progresista y nacionalista, ya que en la práctica apoyaban al partido oficial y sus gobiernos. Por esta razón, Revueltas realizó un análisis exhaustivo para demostrar cómo la burguesía mexicana enarboló las banderas populares de la revolución y bajo el manto del nacionalismo desplegó su propia conciencia e interés de clase. No había, iniciada la segunda mitad del siglo XX, rastro alguno de una fracción nacionalista, progresista y revolucionaria de la burguesía mexicana.

En cuanto a la clase obrera, Revueltas repasó, aunque con más detalle, la misma historia descrita en el primer ensayo pero ocurrió un ligero desplazamiento interpretativo. En 1961 la clase obrera ya no era atrasada sino dependiente. La noción de una clase obrera rezagada la detiene en el tiempo, y si acaso había algo que hacer, era esperar. Pero Revueltas argumenta que ya Flores Magón, la primera corriente de pensamiento proletario en México, hablaba de una participación consciente de la clase obrera en la revolución. No sucedió así porque la ideología democrático-burguesa se adueñó de la mente obrera y en consecuencia la clase obrera terminó supeditada a la burguesía nacional.

El problema con Lombardo Toledano y el Partido Comunista es que "están a favor de esa subordinación", mientras esperan que la burguesía nacionalista ayude a remontar el atraso. Pero una clase obrera dependiente debido a su relación con la burguesía puede cambiar si las acciones alteran esa relación. Por ello el gradualismo y pasividad de la izquierda comunista y lombardista no sólo fueron la estrategia equivocada sino que en realidad fueron parte del problema.

Sin embargo, como empresa intelectual de comprensión de la clase, Revueltas se quedó corto. Aunque la dependencia se desarrolló con el tiempo, cuando la burguesía cooptó a la clase, Revueltas concedió poco valor a la experiencia. Afirmó que la conciencia resultaba de la acción, pero el proceso topaba con un límite, porque la clase no podía arribar a una conciencia teórica de sí misma. Parecería, entonces, que la experiencia tendía a repetirse en un círculo incesante, pero nunca a acumularse. A final de cuentas lo que había que indagar para entender a la clase no fue su experiencia sino la capacidad de un partido para ser la conciencia organizada, que sería el catalizador que convertiría a la clase en sujeto social y revolucionario. Sin dar la importancia debida a la experiencia, Revueltas terminó en un argumento teleológico respecto del desarrollo en fases.

Al igual que Revueltas, Lombardo Toledano separó la comprensión teórica de la práctica, aunque dirigió su atención al movimiento obrero y no a la clase. Desarrolló sus ideas más maduras sobre el asunto en tres conferencias que impartió en 1961 en la Universidad Obrera [Toledano 1961]. La primera la dedicó a la teoría del sindicalismo, la segunda a su práctica en México, y la última, al que consideraba el problema central, la unidad. Las ideas que expresó fueron sencillas, en tanto Lombardo consideraba que el curso a seguir era nítidamente evidente.

En su primera conferencia describió el surgimiento del movimiento obrero europeo y la aparición del socialismo científico, del marxismo y de la primera internacional de trabajadores. Resumió las ideas de Marx, Engels y Lenin y de la Federación Sindical Mundial, acerca de qué son y qué deben hacer los sindicatos, enfocando la relación entre sindicatos y partido político y la solidaridad entre los organismos de diferentes países en pro del desarrollo y la paz. Propuso lo que consideró las fases evolutivas de la lucha obrera, que inicia aislada y fragmentada, para luego incluir a todos los obreros de una fábrica, después a los de un oficio, de una localidad y, finalmente, de toda la nación. Advirtió que lo importante no eran las luchas en sí sino la conciencia de fuerza que se adquiere y la unidad que se construye. Esta unidad y fuerza del movimiento obrero fue importante en los países subdesarrollados porque serían los sindicatos los que impulsasen proyectos de desarrollo "democrático y popular" [Toledano 1961: 38]. La clase obrera organizada tendría la vitalidad para dirigir el frente nacional contra el imperialismo y por el desarrollo. Lombardo afirmó así la importancia dada en la teoría del sindicalismo a la independencia del movimiento obrero.

En la siguiente conferencia Lombardo abordó la historia del movimiento obrero en México en el siglo XX. Inició con la CROM, argumentó que al inicio fue correcto aliarse a los gobiernos de Obregón y Calles pero que muy pronto hubo líderes que se olvidaron de las luchas, intereses e independencia de la clase obrera. Se suscitó una confrontación entre quienes eran gobiernistas y quienes pugnaban por la autonomía de los sindicatos. Los segundos, escindidos de la organización, promovieron distintos organismos hasta llegar a la fundación de la CTM en la década de los treinta. La CTM, a diferencia de la CROM, nació sin ayuda del gobierno, y fundó su estrategia en el principio del anticapitalismo y en la idea de que México, como país semicolonial, requería que la clase obrera hiciera alianza con los campesinos y todos los sectores democráticos. Lograda esta unidad se podían lograr los triunfos necesarios para el desarrollo democrático y popular, como fue el caso de la nacionalización del petróleo, "ejemplo de la eficacia de la línea estratégica y táctica de la alianza de las fuerzas democráticas y patrióticas para derrotar al imperialismo" [Toledano 1961: 71-72].

Lombardo argumentó que fueron dos las causas que destruyeron la vanguardia que llegó a ocupar la CTM en la lucha por el desarrollo de la sociedad mexicana. En primer lugar, el divisionismo ocasionado por un Partido Comunista sectario desde la fundación misma de la organización. En segundo, el viraje a la derecha de los líderes de la Confederación durante el IV Congreso General de 1947, debido a que la mayoría de los delegados fueron "simples sindicalistas con mentalidad pequeñoburguesa, otros de origen campesino sin conciencia de clase, y otros más temerosos de las represalias" [Toledano 1961: 80].

Refirió que el viraje hacia la derecha llevó a la salida de la Confederación de Trabajadores de América Latina y de la Federación Mundial de Sindicatos y al acercamiento con la Federación Norteamericana del Trabajo; también se redujeron el número de huelgas, de 569 en 1943 a nueve en 1949. Señaló que las huelgas de maestros y ferrocarrileros en 1959 fracasaron debido al sectarismo de los dirigentes comunistas, que se empeñaron en no trabajar en el interior y respetar los estatutos del sindicato. En cambio, propusieron erróneamente respetar la espontaneidad de las masas, renunciando a su papel de dirigentes: "Se repudia la labor paciente y sistemática de orientar, desde dentro de los sindicatos, a sus miembros, y de contribuir a la formación de su conciencia de clase" [Toledano 1961: 95].

El gran problema fue la clase obrera dividida. En México, país semicolonial, no fue la clase social que podía definir las luchas sociales y el carácter de la sociedad. Si bien la clase llegaba a comportarse de manera independiente, el atraso de la sociedad implicaba que debía actuar en concertación con campesinos y el sector progresista de la burguesía. Debido a la división existente en su seno, la clase obrera en México "seguirá negándose a sí misma como fuerza revolucionaria para el logro de sus intereses de clase y para contribuir a la marcha ascendente de México" [Toledano 1961: 101].

Lombardo insistió en que el derecho funda a la clase; argumentó que sólo después de que fue derogada la legislación represiva y prohibitiva, inició la organización del movimiento obrero, y la experiencia que le permitió a la clase adquirir conciencia de su fuerza e intereses. Así, el cambio de régimen político permitió la organización de los trabajadores. La Constitución de 1917 dio pauta al "verdadero periodo de organización de las agrupaciones sindicales" [Toledano 1961: 51]. Esa constitución fue resultado de la exitosa alianza entre obreros, campesinos y pequeña burguesía; todavía en la década de 1960 seguía examinándose cuidadosamente la legislación para sacar "todo el provecho de esa carta fundamental de la estructura jurídica y política de nuestro país. Cuando la alianza entre la clase trabajadora urbana y rústica y la burguesía gobernante se rompe, ocurren retrocesos en la unidad y en el desarrollo del movimiento sindical" [Toledano 1961: 113].

 

Fuentes

Lombardo Toledano expuso sobre aquello que percibió directamente, filtrado a través de sus lecturas de marxismo y de derecho. Sus escritos de los años treinta descansaron sobre todo en su participación y observación de sucesos como la fundación de la CTM y la expropiación petrolera. Sus conferencias de la teoría y práctica de los sindicatos estaban basadas en sus lecturas pero también en su asistencia a los congresos de la Federación Sindical Mundial y en su papel de presidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina. Su propósito no fue tanto reflexionar para comprender el carácter de lo visto sino hacer un recuento de los acontecimientos y transmitir las lecciones que dejaban a su paso. En cierto modo Revueltas tuvo la misma fuente de inspiración, la participación directa, pero su reflexión se inclinó a desentrañar los resortes activos detrás de los hechos. Pero no sólo escribieron acerca de su observación directa del presente. Por eso, y en tanto ninguno de los dos fue un estudioso sistemático de la historia y la sociología, es claro que dependían del conocimiento existente en torno de la clase obrera para sus análisis sobre ella.

Revueltas incluyó referencias a los historiadores que consultó, entre ellos a Luis Chávez Orozco. Lombardo Toledano no lo cita pero seguramente conocía los trabajos de este historiador autodidacta y políticamente activo en ese amplio movimiento de izquierda que fue el cardenismo. La razón para destacar a ese autor es que en 1936 fija los términos de una discusión.

Chávez Orozco delimitó de varias maneras el campo de estudios de la clase obrera [Chávez Orozco 1974]. En primer lugar, recurrió al término semifeudal para caracterizar a la sociedad mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX. La Guerra de Reforma fortaleció a la nombrada aristocracia semifeudal y a la pequeña burguesía, de modo que el desarrollo económico quedó estancado en un régimen semifeudal. El crecimiento experimentado durante la llamada paz porfiriana fue producto del equilibrio entre los intereses semifeudales y los de la burguesía, y del empuje del imperialismo europeo y estadounidense en el país.

Esta noción de semifeudal, que define negando, fue muy socorrida durante buena parte del siglo XX por los estudiosos marxistas del desarrollo histórico de América Latina. La crítica sistemática del término y lo que pretendía describir inició apenas en la década de los sesenta. Otro punto importante fue argumentar que en el último tercio del XIX los artesanos se aliaron con las "masas asalariadas" [Chávez Orozco 1974: 12]. Las luchas laborales, debido a la dirección de los artesanos, estuvieron marcadas por su carácter pequeño burgués y buscaron la armonía y la conservación de la propiedad privada a través del mutualismo y las cooperativas. Los conflictos nacidos de la proletarización engendraron una lucha irremisiblemente perdida en tanto sus demandas se enfocaban a la restitución del pasado.

Cabe destacar que Chávez Orozco no estudió a los artesanos por sí mismos sino como antecedente y obstáculo al desarrollo de la lucha de clases. Por esa razón los abordó como si fueran un grupo homogéneo y no advirtió los intereses encontrados entre sus distintos estratos, entre maestros, oficiales y aprendices. Por lo mismo, no prestó atención a la manera en que el carácter profundamente anticapitalista de su visión del mundo impactó sobre los conflictos laborales. Consideró la influencia artesanal perjudicial y no consideró la compleja herencia de ideas y actitudes respecto del trabajo, la igualdad y el anticapitalismo. Chávez Orozco supuso un proletariado ya plenamente constituido en el instante de iniciar el trabajo en las fábricas, y no uno formado a través de un proceso histórico. Por último propuso las siguientes particularidades que marcan a la clase desde su nacimiento: miseria, injusticia y, sobre todo, debilidad, implicando que precisamente estos elementos se debían estudiar para hacer la historia de la clase.

El texto más histórico de Lombardo Toledano usado para este ensayo retomó algunos de esos puntos. Además de emplear el término semifeudal, describió a un pueblo mexicano débil, sufriente e incapaz de generar sus propios líderes, y por tanto, obligado a seguir la lid de caudillos provenientes de otras clases. Revueltas, por su parte, siguió de cerca lo escrito por Chávez Orozco: recogió los ejemplos ofrecidos por el historiador acerca del Congreso Obrero de 1876 (que Revueltas erróneamente fechó en 1874), los escritos de José María González y las condiciones en la fábrica textil Hércules, de Querétaro. Insistió sobre los errores de la ideología pequeño-burguesa y la debilidad de la clase obrera, y aunque consideró que los hermanos Flores Magón fueron los primeros representantes reales de la clase obrera, no examinó la compleja mezcla en ellos de la herencia artesanal, el liberalismo, el socialismo y el anarquismo. Finalmente, que en 1960 Revueltas recurriera al texto publicado en 1936, sugiere la poca importancia otorgada hasta entonces por los historiadores mexicanos al estudio de la clase obrera.

La relación entre la obra de ficción y los ensayos políticos ha sido importante para muchos estudiosos de Revueltas. Las narraciones literarias, como demuestra Jorge Fuentes Morúa, con frecuencia fueron elaboraciones de situaciones experimentadas directa o indirectamente. De hecho, es un lugar común señalar que sus experiencias como organizador comunista o como preso estructuraron contenido y forma en su narrativa [Fuentes Morúa 2001: 287-289]. Esas elaboraciones en su ficción configuraron, al menos en parte, su visión de la clase obrera, por eso examino aquí un texto situado a medio camino entre ficción y ensayo, el reportaje sobre los mineros que en 1951 caminaron de los minerales de carbón en Coahuila a la Ciudad de México, incidente de protesta conocido como la Caravana del Hambre [Revueltas 1986: 12-30].

El reportaje de los mineros empieza con la llegada de Revueltas y el fotógrafo Ismael Casasola en la noche profunda al campamento cercano a Saltillo. Salen a su encuentro dos "sombras gigantescas" que pertenecen a los dos mineros que vigilan. Esta imagen del trabajador como gigante es recurrente en Revueltas. Más adelante describe a un "mocetón robusto, sanote y franco" [Revueltas 1986: 12 y 16]. Imagen similar aparece en el cuento "En algún valle de lágrimas": "En lo alto de la escalera apareció un hombretón gigantesco, vestido de obrero, el rostro pálido y sonriente..." [apud Fuentes Morúa 2001: 294]. Además del imponente físico, los mineros no hablan de más y utilizan un tono seguro, incluso altivo, sin dejar de ser sencillos, nunca fanfarrones. Revueltas se encuentra con miles de mineros que son recios y parcos y tienen confianza en su fuerza. Basta mirar las fotos de Ismael Casasola que acompañaron el reportaje de Revueltas para darse cuenta de que la descripción física que hace Revueltas corresponde a un imaginario acerca de quiénes y cómo son los trabajadores.

El reportaje es un estudio de contrastes. A la imagen poderosa del obrero gigante y fuerte se opone la del minero terminado. Revueltas refiere la conversación con un hombre de 67 años, a quien describe recortando su figura contra la difusa luminosidad del crepúsculo, cuya barba blanca le asemeja a un pastor de tiempos bíblicos. El hombre se describe a sí mismo como minero terminado, palabra que a los oídos de Revueltas suena brutal pero que para el hombre parece natural. Debió ceder al deseo de la compañía de jubilarlo, le explica el minero al periodista, a cambio de que su hijo menor entrara a trabajar. Además, cuenta que tiene otro hijo, el mayor, que dejó de ser minero y ahora está en casa inválido e incapaz de valerse por sí mismo. La palabra terminado adquiere su sentido pleno en la vida de un trabajador.

Un trabajador terminado es aquel que por enfermedad o vejez ya no puede hacer nada en la mina, de quien ya no se puede sacar nada, que ya está exhausto, sin savia, sin jugo, agotado, terminado. La costumbre habrá concluido por dar a la palabra la legitimidad de un hecho común y corriente, pero eso no quita nada a la circunstancia de que, detrás de un minero terminado, esté la tragedia de la vida entera de trabajo, sufrimiento y explotación [Revueltas 1986: 29-30].

Revueltas también opone la solidaridad a la desconfianza. La primera surge sin más entre los mineros. Después de que el Múcuro los guía al sitio en que duermen sus compañeros, Revueltas constata que todos son soldadores, y cae en cuenta de que el grupo tiende a congregarse en núcleos menores compuestos por aquellos de similar oficio, lo cual mejora la convivencia y disciplina. Más importante, describe la solidaridad que encuentran a su paso; refiere que el Múcuro contó a sus compañeros que a pesar de ser medianoche, le abrieron las puertas del comercio donde compró una veladora cuando informó que era de la caravana. Después describe las escenas repetidas de atravesar una ranchería y recibir comida de mujeres "con lágrimas en los ojos", que ofrecían al primero con quien topaban ese "presente plural y sin nombre, ofrecido a esa caminante multitud anónima" [Revueltas 1986: 22].

En el otro extremo está la desconfianza con que son recibidos Revueltas y Casasola una vez que se identifican como periodistas. "¡Conque periodistas!", tal exclamación es seguida de la aclaración de que los periodistas sólo han contado mentiras acerca de la caravana. Y aunque Revueltas y Casasola explican que ellos son diferentes y sí reportarán la verdad, el mismo hombre tiene la última palabra: "¡Vienen desde México! —le gritó al Múcuro, refiriéndose a Casasola y a mí— ¡A ver si de verdá éstos nos cumplen!" [Revueltas 1986: 12 y 18].

La desconfianza tiene su razón en las falsedades que acompañan las noticias acerca de la caravana. Cuando Casasola se entera de que el Múcuro y sus compañeros traen una virgen y le ponen una veladora, pregunta asombrado: "¿Pues qué no dicen que son comunistas?" A lo cual sigue un silencio molesto y una aclaración cortante: "Ahora todo el que pide justicia es comunista" [Revueltas 1986: 20-21]. La crónica en parte está estructurada para refutar las mentiras aparecidas en notas periodísticas: que no eran mineros sino campesinos engañados, que eran seres famélicos indisciplinados y desesperados a punto de la anarquía y la violencia, que eran borrachos, que eran comunistas. La solidaridad es corolario de las relaciones horizontales entre semejantes que sienten el orgullo y la miseria del otro, mientras que la desconfianza está reservada para quienes, instalados en el sitio del poder, falsean y desdeñan la verdad del orgullo y miseria que mueven al minero.

La tensión que construye a través de los contrastes empieza a resolverse en el retrato que hace de la sabiduría de la experiencia. Mientras comparte el primer café del día, un hombre pregunta al aire pero evidentemente alerta a la escucha del periodista: "—¿Pues de dónde nos viene esta desgracia, señor, de que no nos quieran hacer justicia?" Captada la atención de Revueltas, hace una pausa, repite la pregunta y la pausa. Se trata de "un hombre de edad, de esos que piensan mucho, que acumulan sabiduría extrayéndola de todo lo que los rodea". Cuando el hombre reinicia su monólogo, asevera que la respuesta está en las malas compañías. Para que se le entienda, aclara que no son las compañías mineras las que tiene en mente, a las cuales tarde o temprano van a derrotar. Nueva pausa y en la manera en que alarga el tiempo, Revueltas adivina "la reticencia del narrador de cuentos que retrasa la solución de su historia para mantener en suspenso a sus oyentes". El viejo explica que a sus hijos los cuidó para que no anduvieran con muchachos más grandes y así evitó que "me los fueran a volver mal averiguados y viciosos"; compara entonces a los pueblos con los hijos, y en el símil México resulta ser un muchacho de 15 años al que "nos lo andan encandilando con malas compañías". Silencio por unos segundos, suficientes para que el narrador observe la perplejidad del oyente, y entonces con una sonrisa burlona y triunfal" añade: "—Y no quera mirar ontán esas malas compañías de México, señor, porque ahí nomás los tenemos pegaditos como tábanos, y no son sino los mentados gringos americanos, que ya nos quisieran hacer suyos dialtiro..." [Revueltas 1986: 26-28].

Revueltas, que había prometido reportar la verdad, la encontró en la parábola de las malas compañías. Las palabras del viejo expresaban la conciencia de quién era el enemigo y la confianza en la fuerza propia y la eventual victoria. En las referencias del viejo a sus hijos y los cuidados que tuvo en su educación, Revueltas halla una muestra más de la ternura obrera, similar a la que expresa el viejo minero terminado, que viaja entre Nueva Rosita y la Caravana, para cuidar al hijo inválido y acompañar a los otros hijos en la lucha. Usa el término por primera vez en el reportaje para describir la actitud que adoptó el vigilante cuando regañó al joven minero que se fue a Torreón sin avisar a los coordinadores de la caravana, en la noche en que Revueltas y Casaola arribaron al campamento: "Porque Alfaro me pareció eso, desde que quiso reprender al Múcuro: la representación de una ternura obrera, de clase, sin adornos ni sentimentalismos, directa y sencilla, la ternura del ser humano que tiene conciencia de sí mismo y que por ello sabe reconocerse en sus semejantes" [Revueltas 1986: 18].

Es posible establecer aquí una línea de pensamiento que liga esta idea con la afirmación, en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, de que la clase obrera destruyéndose a sí misma logra la humanización del género humano. Ésta es una idea que apoya en La sagrada familia y que seguramente derivó también de los escritos filosóficos de 1848. Revueltas expresa la importancia de la experiencia, pues el viejo habla desde las experiencias acumuladas y las transmite como sabiduría, similar a lo que Benjamin expresa como la verdad de la experiencia [Benjamin 2007: 86-87]. Así, la marcha de los mineros encierra en su significado no sólo la experiencia de la lucha de clases sino el germen del futuro humanizado. Por eso Revueltas concede que, efectivamente, hay fuerzas ocultas que mueven a los mineros y están escondidas en el corazón de los caminantes y son "fuerzas invisibles, que cuando se hacen conscientes en el alma del pueblo, son capaces de destruir y construir un mundo" [Revueltas 1986: 30].

 

Conclusión

Revueltas y Lombardo recurrieron a la historia para anclar las certezas de sus planteamientos. Supusieron que las sociedades marchaban hacia delante, y de manera irreversible se acercaban a un destino ya conocido. En ocasiones sugirieron y en otras afirmaron una evolución en fases, la siguiente siempre y necesariamente superando a la anterior. Coincidieron en pensar que en esa supervía de la historia no todos avanzaban al mismo paso, y que México estaba rezagado respecto de los países con un vigoroso capitalismo industrial y un agresivo imperialismo; por supuesto tenían a algunos países europeos en mente pero sobre todo a Estados Unidos. Revueltas consideró, en algunos de sus escritos de los años cincuenta, que México ya había sido transformado, si bien no plenamente desarrollado, por el capitalismo industrial. La estimación era ambigua; como también lo fue la de Lombardo Toledano en sentido contrario, que México estaba aún en el atraso semifeudal. Estas finas diferencias en las áreas grises de su argumentación los llevaron finalmente a ideas distintas sobre la clase obrera y, claro, sobre muchas otras cosas.

Su idea de la historia tenía correspondencia con leyes objetivas y, por supuesto, descartaron la experiencia como factor histórico relevante. Argumentaron que efectivamente las luchas de los trabajadores generaban un conocimiento que a su vez cambiaba la práctica. Pero no consideraron que esa experiencia pudiera dar nacimiento a la clase obrera consciente, es decir, a un sujeto social colectivo que deliberadamente persiguiera sus fines históricos, que no eran otros que los de la historia misma. Así, la clase obrera cuyos actos estaban preñados de futuro en 1930, la encontramos estancada en los sesenta. ¿Qué sucedió entre el optimismo de los treinta y el pesimismo de los sesenta?

Cada uno respondió diferente, congruente con su idea acerca de la constitución del sujeto social. En el caso de Revueltas, el Partido Comunista sería el que convertiría la experiencia en conciencia de clase, de manera que su ausencia resultó en un sujeto incompleto: una clase obrera sin cabeza, a la que la burguesía impuso su conciencia del mundo. El sujeto social, para Lombardo, estaba estructurado por su estatus jurídico, es decir, era el Estado a través de la ley quien otorgaba una posición social que debía ser ocupada para constituirse como sujeto. En consecuencia, los trabajadores se convertirían en clase en la medida que ocuparan de manera compacta ese espacio abierto por la legislación. El éxito de la transformación requería de expertos en saber cómo llenar ese espacio jurídico, de manera que entonces Lombardo podía encarnar el papel de guía y maestro, como argumenta Roger Bartra (1982). Finalmente, y a pesar de sus diferencias, coincidieron en su concepción teleológica de la historia y en atribuir la constitución de los sujetos históricos a una abstracción ideal.

Por supuesto hay una visión cambiante a través del tiempo de los trabajadores. Al parecer su evolución los lleva de débiles a independientes, a los ojos de Lombardo Toledano, y así la CTM se distinguió precisamente por nacer autónoma de cualquier institución política. Pero es claro que Lombardo se refiere al movimiento obrero y a los líderes de ese movimiento, y no a la clase, que aún carece de fuerza para actuar por sí sola. Fueron, entonces, malos líderes los que desviaron el camino de la CTM, y las organizaciones obreras deberían alinearse tras la bandera de unidad que él levantaba para retomar la postura independiente que ya habían logrado. A los ojos de Lombardo, en un país atrasado, los líderes tenían la responsabilidad de guiar hacia delante, mostrar a las masas populares lo que debían hacer y esperar a que el desarrollo colocara a la clase y sus líderes donde debían estar. En cambio, Revueltas consideraba que muy poca independencia se había logrado a pesar de gestas formidables; que seguir la política aconsejada por Lombardo o por el Partido Comunista sencillamente ahondaría la dependencia, y que en realidad la clase, y no sólo el movimiento obrero, era dependiente. Para ambos pensadores, la preocupación por la dependencia o independencia de la clase estaba volcada hacia su activismo político. El escenario que proyectaba Revueltas no difería mucho del de Lombardo, pero sí cuestionó los medios de cómo guiar y esperar.

La cuestión de la dependencia motivó una oleada de estudios en las décadas de los setenta y ochenta. En general su foco de atención fue el movimiento obrero, ya sea en estudios acerca de sindicatos o de las centrales obreras. Plantearon como problema la relación entre el Estado y la clase obrera, privilegiando la descripción de cómo las cúpulas gobernantes cooptaron a los dirigentes obreros para apuntalar un proyecto corporativo en lo político y desarrollista en lo económico. En ese sentido, siguieron el itinerario trazado por Lombardo Toledano, argumentando a contracorriente de lo que esbozó el viejo líder marxista. Pocos fueron los que dirigieron la mirada a la clase propiamente. El más amplio y complejo problema que podría desprenderse del argumento de Revueltas, centrado en la dependencia de la clase respecto de la burguesía, quedó al margen de las preocupaciones de los estudiosos.

La exclusión de la experiencia previno el diálogo que se antoja debió comenzar con Revueltas, entre sus reflexiones teóricas y políticas y la crónica de sus observaciones directas. Intriga al lector de su obra por qué la experiencia que retrata con aguda percepción en su reportaje no figura en la reflexión que hace sobre la naturaleza del desarrollo de la clase, y por qué esa sabiduría no podía ser la piedra angular de la cabeza faltante al proletariado. Aceptando la necesidad de un partido, en aras de proseguir con su argumento, ¿por qué éste no podía surgir de la misma experiencia acumulada por la clase? Si la razón fue la dependencia, entonces habría que dirigir la investigación a conocer y comprender qué y cómo es la experiencia dependiente.

Las ideas de la clase constituyen una veta de investigación en esa dirección. El viejo y sabio minero expresa un antimperialismo nacionalista que bien podía ser una apropiación clasista de los valores nacionales o ser el núcleo de la dependencia ideológica respecto de la burguesía. La experiencia de la clase estaría marcada por este campo de tensión entre dos polos de atracción ideológica. Los valores de clase constituyen otra veta: la ternura obrera a que alude Revueltas nos invita a investigar las condiciones de vida no meramente materiales sino también como relaciones sociales que incluyen la manera de criar a los hijos, de desarrollar el amor familiar, de concebir la solidaridad; prácticas de índole moral y no sólo política. Tendríamos que entender los valores, al igual que las ideas, tensada entre la oposición y la dependencia referente a los valores de la cultura nacional dominante.

Finalmente, podemos pensar en una tercera veta de investigación que indague acerca de las relaciones horizontales y verticales, para entender las condiciones que posibilitaron la dependencia y la solidaridad, no sólo entre clases o en el interior del proletariado, sino con ese polimorfo componente conocido como pueblo mexicano. Ello implicaría, entre otras cosas, repensar el imaginario de una clase obrera urbana, industrial, viril, y ensanchar sus límites para incluir a quienes son rurales, como los jornaleros, o quienes entran y salen del trabajo industrial urbano, como los migrantes, o quienes laboran en pequeñas empresas que envuelven la relación salarial en relaciones de amistad y parentesco y, por supuesto, teniendo en cuenta que en todos estos ámbitos laborales un porcentaje importante de trabajadores son mujeres. Curiosamente, en el diálogo que pudo existir entre los reportajes y la ficción con el pensamiento político y teórico, y sin que fuera su intención, Revueltas dejó preguntas que pudieron ser punto de partida para una historia social de la clase obrera en México.

 

Referencias

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Nota

1 Perry Anderson señala que durante el siglo XX, especialmente después de la década de 1930, hubo una ruptura entre la teoría y la práctica en el marxismo europeo. Algo similar sucede en México, en tanto los otros dos importantes pensadores marxistas, que surgen después de 1960, eran académicos: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría [Anderson 1979: 24-49; Gandler 2007].

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